Corrompiendo a mamá // cap. 10
No he tenido suerte con Sugey 69.
Han pasado días desde que le enviara solicitud y quien sea que maneje la cuenta de facebook de esa mujer con perfil de tetas gigantes no me ha aceptado y eso me tiene frustrado.
Por otro lado, mamá no ha vuelto a salir a sus “reuniones parroquiales”, pero sí se ha desvivido por intentar agradarme. No lo consigue del todo, porque ciertamente yo me encuentro sumamente ofendido aun, pero el intento hace.
La buena noticia es que por fin entregué mi proyecto y ya oficialmente estoy de vacaciones. Este verano será muy interesante, aunque no sé qué tan interesante se vuelva todo cuando mi primo Hernán venga en septiembre, para lo que todavía faltan semanas.
Hoy es sábado, y papá y Lucy irán con mi tío Fred a ver el partido de futbol, (en realidad mi hermana se la pasa en el chisme con mi prima) y yo tengo pensado visitar esa tarde a Elvira, que su marido este fin de semana estará en Monterrey y de ese modo yo tendré tiempo de estar a solas con ella, que no la he visto desde la última vez.
Y mamá, no sé, de momento no ha dicho si tiene planes de salir, que espero que no, pues no le perdono que se haya largado con Nacho la última vez.
Nos encontramos todos en el desayuno, como la “bonita” familia que somos, y mamá se muestra como es costumbre; con un top, esta vez rosa, que intenta contener sus enormes pechos que se aprietan contra la tela. El top no le cubre su vientre, por lo que luce brillante y marcado, por sus tardes en el zumba.
Mientras sirve el desayuno, tartaletas con leche condensada y jugo de naranja, veo su obesa cola vibrar bajo esas mallas cada vez que se mueve; mismas mallas que son capaces de marcarle incluso la tanguita que lleva debajo que le separa obscenamente una nalga de la otra.
¿En serio ni mi padre (que está inmerso en el periódico) ni la tonta de mi hermana Lucy (que está embobada con su celular hablando con su noviecillo) se dan cuenta de lo atrevida que se viste mamá últimamente? ¡Si cuando está de frente se le nota incluso cómo su vulva muerde la parte frontal de su braguita, y la forma en que ambos labios vaginales se marcan en la licra!
¡Joder!
—Tito —interrumpe papá mi concentración, mientras sigo centrado en las gordas mamas de mi madre que se ha sentado frente a mí y se sirve un vaso con leche, mientras yo me imagino que en lugar de leche de vaca ese vaso almacena mi leche, la leche de su hijo pervertido que ella se beberá—, te he anotado en un nuevo equipo de futbol que se está formando para un torneo que se llevará a cabo durante este verano. ¿Y adivina quién es el entrenador? El hijo de mi ídolo, que en paz descanse; el Gato Borja.
Su anuncio finalmente me saca de la hipnosis que sólo los senos bamboleantes de mi progenitora consiguen atarearme.
Es oír el nombre del “Gato Borja” y recordar que me he robado sus fotos para mi cuenta falsa de facebook con la que pretendo descubrir a “Sugey 69”, aun si sigue sin agregarme.
—¿De qué hablas, papá? —Mi pregunta va encaminada al hecho de que está por obligarme a participar cerca del sujeto al que le he robado su identidad para mi red social.
Además no puedo creer que de nuevo se esté esforzando porque me guste ese deporte tan interesante que consiste en que 22 hombres persigan una pelota.
—De eso, Tito —me dice, embarrándose la boca asquerosamente de leche condensada.
—No pus guao —intento darle el avionazo.
—Ningún guao, móndrigo —me regaña, y evito mirarlo para no asquearme al verle masticar y hablar con la boca abierta. No entiendo como una majestuosa y voluptuosa mujer como mamá pudo fijarse en alguien tan asqueroso y burdo como él—. El lunes te presentas en el club, que ya saliste de vacaciones y no quiero que te la pases encerrado entre las faldas de tu madre, que ya he visto que tantas consideraciones de mi parte te están volviendo maricón. Aun no olvido cuando dijiste algo sobre un tal Nacho que era “muy apuesto”. —Mamá y yo nos miramos de pronto, olvidando momentáneamente nuestras diferencias, y luego desviamos la mirada hacia papá, que es incapaz de ver que ese «tal Nacho» probablemente sea amante de su esposa—. Además ya le he dicho al Gato Borja que eres mi hijo y que tienes toda la disposición del mundo para aprender este deporte tan noble. Así que no quiero que me ridiculices ante él.
Bufo, y es mi madre quien interviene, dejando sus cubiertos en el plato. Se limpia su hermosa boquita rosada, de labios mamones, y pestañea con esos bonitos ojitos azules.
—A ver, Lorenzo, creo que antes de inscribir a tu hijo a ese equipo de futbol, debiste de preguntarle si quería que lo hicieras.
Papá refunfuña, deja el periódico en la mesa y responde golpeado:
—Los hombres no necesitamos que se nos avise de nada, Sugey. Uno afronta lo que venga como machos.
—Qué bueno que me lo dices, Lorenzo —continúa mamá, después de darle un trago al vaso de leche y su boquita se manchara con rastros blancos que me ponen cachondo—, porque te he inscrito en un curso de ballet clásico que abrirá mi comadre Úrsula la próxima semana que seguramente disfrutarás como un crío.
Lucy y yo nos partimos de risa. De sólo imaginar a mi padre, con ese cuerpo de globo, vestido con ropa de ballet dando vueltas en la pista me cago a carcajadas.
—¡No me jodas, Sugey! —se queja papá, que sigue masticando como un cerdo—, estoy hablando en serio.
—Pues yo también, Lorenzo. ¿Ves lo que se siente, que anden decidiendo por ti? Lo mismo pasa con Tito.
Y para sorpresa de todos, yo digo:
—Déjalo, má, que no me parece mal ir a entrenar.
—¿Cómo dices? —me preguntan al unísono mis padres y Lucy.
—Lo que oyen. Creo que papá tiene razón y será bueno que me ejercite este verano, que encima quiero agarrar un poco más de músculo y condición.
Desde que me enteré que mamá tiene predilección por los hombres atléticos (no bolas de carne), me he propuesto ponerme más bueno para ella. Además quiero cerrarle la boca a papá de una vez por todas y hacerle ver que yo de maricón no tengo nada.
—Esa es una maravillosa noticia, campeón —ríe mi padre verdaderamente feliz.
Vaya. Si tengo que ceder a sus chantajes para recibir un halago suyo y convertirme en su “campeón”, entonces lo haré más seguido. Ahora soy campeón, a lo mejor si me salgo de la facultad de arquitectura para convertirme en albañil como él, lo mismo me convierto en su hijo predilecto y me hereda la casa.
—A ver, hijo —dice mamá, que se levanta y se pone detrás de mi silla, para acariciar mi cabeza—. Bajo coacción nada.
—Quiero hacerlo, má —le digo, y me alejo para que no me toque.
Una cosa es que me deje defender por ella, y otra muy distinta que la haya perdonado. Además su delicioso aroma de hembra cachonda me vuelve loco. Ella tiene un aroma y perfume muy particular que me trastorna.
—A ti no te gusta el futbol —me recuerda mamá, e intenta acariciarme las mejillas, pero me vuelvo a retirar.
—Tampoco me gustaban las tartaletas, y mira, probando cambié de opinión.
—No es lo mismo, cielo.
—Ya, ya, Sugey —la regaña mi papá—, ¿no te digo? Nomás lo quieres tener bajo tus faldas. Déjalo en paz, ¿qué no ves que ya es todo un hombrecito?
—Sí, ya lo he visto —dice de pronto con un tono que percibo malicioso, justo cuando noto que se inclina y me da un beso en la cabeza.
Me estremezco. Entendí la referencia. Y esa perversidad con que lo dijo me revuelve el estómago y hace que mi miembro se hinche.
—Si se quiebra una pata prometo cuidarlo, Sugey —se ofrece mi hermana.
—¡Pon quieta a tu hija, papá! —le digo furioso, mientras Lucy y mi padre se burlan de mí.
—Yo no sé qué voy hacer contigo, Luciana, te juro que no lo sé —dice mamá cuando vuelve a la silla.
***
La tarde ha sido tranquila, y yo reviso por enésima vez mi teléfono para saber si mamá ya me ha agregado a través de “Sugey 69”.
Nada.
¡Mierda!
Esta vez me he depilado el pubis y los testículos, por eso he tardado casi una hora en el baño por miedo a cortarme los huevos. Nunca antes lo hice, pero me apetece mostrarme estético para Elvira, que es una mujer con experiencia que me intimida.
“Te esto esperando cielito” decía su último mensaje.
“Ya casi estoy listo, Elvira” le respondí mientras me revolcaba en la cama cuando se me ocurrió ponerme en mis genitales la espuma que se pone papá después de afeitarse, sin saber que me ardería hasta el culo.
“No tardes, cielito, que mami ya está muy mojadita y ganosa de que le metas la verga.”
Que Elvira sea tan puta me excita mucho, y el morbo de saberla madre de mi mejor amigo me ha comenzado a poder. Ojalá mamá se quitara de máscaras de una vez por todas y se descubriera ante mí como lo que es. ¿Por qué no hacerlo? ¿Que miedo la hace refrenarse y seguir conmigo con esa actitud de virgen mártir?
Es evidente que mi padre ya no la folla, y que de todos modos ella no tiene especial interés ni deseo porque un hombre como él la penetre… pero, ¿entonces?, ¿por qué con Nacho, que no le llama nada? ¿Por qué con él que es probable que sólo la vea como una maldita adúltera cachonda ansiosa de polla? ¿Por qué mejor no me elije a mí, que además de desearla como un pendejo degenerado, la amo con todas mis fuerzas?
¡Porque es así! conozco ese sentimiento de amor. Alguna vez lo sentí por Alicia, mi adúltera ex novia. Y ahora lo siento por mamá. Pero por ella es un sentimiento mucho más fuerte que no he sentido jamás, porque ella no es cualquier mujer, sino mi madre.
¿Tanto le cuesta aceptar que soy su hijo, que la deseo sexualmente y que encima estoy locamente enamorado de ella?
Si lo aceptara todo sería tan diferente; esas ausencias de mi padre y mi hermana, mamá y yo podríamos aprovecharlas para entregarnos el uno a otro, para enredarnos entre las sábanas de su cama o la mía, restregar nuestros cuerpos desnudos, mojados, lúbricos, besarnos con pasión, lamernos la piel, y hacer el amor hasta que el sudor nos inunde y no exista nadie en el mundo salvo y ella y yo.
—Joder mamá, ¿por qué lo complicas todo? —digo mientras me perfumo, tras haberme peinado con mucha goma, y haberme puesto una camisa negra que resalta mi mirada y un pantalón azul marino que combina con mis bóxer.
Me echo en la boca una menta negra y finalmente estoy preparado para ir a follar a esa otra madurita grasienta y seductora que también hace conmigo lo que quiere.
—¿Hijo?
Mamá ha abierto la puerta de repente. Y debí de suponer que se acercaba a mi cuarto porque aun sin verla su perfume a “tinto” llegaba desde afuera.
—¿Mamá? —digo sorprendido, mirándola boquiabierto.
Sugey lleva puesta una falda negra que se unta a su culo de lo apretada que está, con ribete de encaje en la parte inferior que se adhiere a la mitad de sus muslos.
También tiene puesta una blusita ajustada, morada, con escote sugerente que le insinúa la obesidad de sus bubis, que luchan por romper la tela de o gordas que se ven, sumado a la amplitud del canalillo del centro que me desequilibra.
Tal ropa en mi vida se la había visto puesta.
—¿A dónde vas? —me pregunta con voz suave, pero yo tengo la boca demasiado seca para responderle—. Nunca te había visto tan guapo y tan perfumado, mi niño.
Mamá se ha maquillado los ojos con un color ahumado que le resalta el color azul de su iris, y se ha pintado los labios como nunca antes, hasta los bordes, con un tono también morado mate que combina con sus zapatos de tacón delgado y que descubre sus hermosos pies lechosos cuyas uñas están delicadamente pintadas con el color de sus labios.
—¿No me respondes? —me pregunta, haciendo una mueca seductora mientras cierra la puerta y pone el pestillo.
Mi corazón me martilla, y no sé bien lo que pretende. ¿Se ha vestido así para verse con Nacho? Mi pene se está poniendo gordo, pero también mi rabia surge de repente.
—Saldré con una mujer —le digo, tragando saliva—, y supongo que si te has vestido así es porque también saldrás, ¿Nacho es el afortunado otra vez? —ironizo.
Mamá enarca una ceja, avanza un poco más y parece un tanto molesta.
—¿Qué clase de mujer? —me pregunta.
Casi estoy tentado a no contestarle porque ella no ha respondido a mi pregunta, pero lo hago para hacerle saber que además de ella yo también tengo otras posibilidades. ¿Por qué no me ha respondido? ¡Porque obvio que es Nacho con el que saldrá! ¿Para qué otro imbécil se vestiría así? Y el enojo provoca que me arda el pecho. No soporto tener que compartirla con nadie.
—¿Tito? —me dice mamá mientras avanza hasta mí, y me encabrona saber que esa hermosa figura, ese sensual taconeo de sus zapatos al andar, esas hermosas tetas que botan cada vez que caminan, como su culazo, y ese seductor perfume a tinto que lleva en su cuello, será un disfrute de otro hombre, no para mí—. ¿Qué clase de mujer es esa con la que saldrás?
Yo carraspeo, muriéndome de celos por dentro. ¿Por qué prefiere a Nacho, si sólo es un oportunista y cabrón.
—Ella es una que sé que jamás jugaría con mis sentimientos, como lo haces tú.
Dejo de mirar a mi hermosa y seductora madre para romper su hechizo y me dirijo a la puerta, dispuesto a abandonarla.
Pero ella me detiene tocando mi brazo cuando paso junto a ella, y le digo:
—Déjame ir, mamá, y tú vete con él.
—Yo no iré a ningún lado, cielo.
—¿A no? ¿Entonces por qué te has vestido así… tan… tan…?
—¿Tan qué?
Se me aprieta el pecho. Mamá me agarra del otro brazo y se posiciona delante de mí. Con sus tacones está a mi estatura, y odio no ser más alto que ella para al menos intimidarla. ¡Es ella la que me intimida a mí!
—Suéltame, má, que se me hace tarde —le digo, y soy incapaz de respirar su hermosa fragancia y no enloquecer.
—Ninguna otra mujer te amará como yo, cielo.
Me quedo quieto. Sus ojos brillan, su mirada es intensa. Veo sus labios mojados, gruesos, abultados. No entiendo lo que trata de decirme.
—No soporto que ya no me quieras, hijo.
De pronto noto que sus ojos se encharcan, y verla así, a punto de llorar, debilitan mi estructura, y pongo mis manos en sus mejillas, y las acaricio.
—¿Cómo no voy a quererte, mamá, si es precisamente por este amor no correspondido por el que me siento tan… frustrado? ¡Nacho te está robando mi amor!
—No, no, mi bebé —me dice mamá, que se limpia las lágrimas mientras su voz tiembla. Pero yo me concentro en sus labios húmedos, que siguen brillando, que me incitan a morderlos—. ¡No hay un Nacho en mi vida que sea más fuerte que mi amor por ti!
—¿Entonces por qué me tratas así, mamá? —la reprocho, suspirando fuerte mientras ella posa sus manos en mi pecho, y me mira con la misma adoración con que yo la veo a ella—. ¡Ahora eres cariñosa, ahora me lloras, pero mañana, cuando pase todo, volverás a ser indiferente conmigo, y yo voy a volver a sufrir!
Y tengo que respirar hondo cuando siento que la voz se me quiebra.
—¿Es que no tienes compasión de mí ni siquiera porque soy tu hijo? ¿Tú sabes que tuve una novia que también se burló de mí?
Mamá abre mucho los ojos, y aunque ella me demuestra angustia e impresión, yo solo puedo ver una mirada azul que me tiene subyugado.
—Ni siquiera sabía que tuviste una novia, mi vida.
—¡Alicia Morán, la hija de don Félix y de doña Natalia! ¡Ella era mi novia, y me puso los cuernos ¿adivina con quién?! Con el cabrón que un día dijiste que no salía de aquí.
—¿Con Julián? —se asombra, y sus ojos vuelven a brillar—, ¿en verdad con Julián, tu amigo de preparatoria? ¡Madre mía, hijo! ¿Por eso nunca más lo volviste a traer? ¿Por qué no me lo dijiste?
Su semblante es el de una madre mortificada que no puede creer que su único hijo varón se haya convertido en un cornudo desde temprana edad. Tan cornudo como ahora está haciendo ella a mi padre.
—¿Y encima dices que te hiciste de novia a esa insípida chiquilla, Tito? —Me hace ilusión creer que ella está celosa, pero es tan impredecible que no logro descifrarla—. ¡Es una sin vergüenza! ¡Una odiosa! ¡Me las pagará! ¡¿Cómo se atrevió a hacerte tal daño?!
—Mamá, mamá —le digo meneando la cabeza, apesadumbrado, cuando la veo enfadadísima—, ahora mismo la que me está haciendo daño eres tú.
Vuelvo a maravillarme por la forma en que entreabre sus mullidos labios, pintados, brillantes, y su melena rubia expidiendo un aroma a hembra cachonda.
—Es que no entiendo por qué, cielo, ¿por qué yo habría de hacerte daño precisamente a ti, que eres la luz de mi vida y el niño más hermoso que han visto mis ojos? ¡Eres mi bebé, Tito, ¿es que no me crees?! ¡Por ti daría mi vida entera! ¡No sabes lo que he sufrido tu rechazo estos días! ¡No eres capaz de ver la falta que me haces, mi amor, tus besos en mis mejillas, tus mimos, tus “te amos”, tus abrazos, tus caricias! ¡Eres lo más sincero que tengo!¡Mi vida está seca con tu padre! ¡Apenas me mira, apenas me toc… apenas me hace caso! Había podido sobrellevar mi monotonía y su rechazo con tu presencia, mi niño, con tus sonrisas, con tus conversaciones, pero ahora… ahora que me has privado de todo ello me doy cuenta la falta que me haces. ¡Yo te quiero mucho, Tito, ¿por qué no me crees?!
—¡Quiero creerte, mamá! ¡Pero yo no soy tu prioridad! ¡Tu prioridad es Nacho, no yo!
—¡Nacho no significa nada para mí, te lo juro!
—¿Entonces por qué te vistes así para él, má? ¡Me duele mucho, porque yo sé que la ausencia del cariño de papá las sacias con él! ¡Y yo no quiero, lo que deseo es ser yo quien te brinde todo ese amor que te hace falta! ¡Mamá, en serio, yo te amo, y te amo de una forma que tú no quieres!
Mamá traga saliva, se muerde el labio inferior y me dice;
—¡Mi niño… yo también te amo… te lo juro…!
—¿Entonces por qué juegas conmigo, má? ¿Por qué juegas con mis sentimientos?
Y mamá es quien ahora limpia mis mejillas. Sin sentirlo se me han humedecido.
Ella lucha por callarse, pero finalmente lo intenta:
—Porque no es normal que una madre… que una madre… no es normal que una madre…
Y se queda callada otra vez. Deja de mirarme y desvía la vista hacia otro lado.
—Continúa, mamá, ¿no es normal que una madre qué?
—Ya lo sabes —susurra, y sus dedos mojados de mis lágrimas acarician mi pecho, entre los botones de mi camisa.
—Dímelo, ¿no es normal que una madre qué?, ¿que ame a su hijo como hombre…? ¿Eso quieres decirme?
Mi corazón tiembla fuerte, y las palpitaciones de mi cabeza retumban en mis orejas. ¿Mamá se está abriendo ante mí? ¿En verdad mamá lo está haciendo?
Como está mirando hacia otro lado yo agarro su mentón y la vuelvo hasta mis ojos. Esta es su oportunidad para hacerlo, para decirme qué siente verdaderamente por mí. Si no lo hace ahora, yo simplemente ya no la voy amar más.
Sé que la seguiré deseando sexualmente, y que es probable que no descanse nunca hasta meterme entre sus piernas. Pero estoy seguro que este amor sincero que siento por ella se acabará. Por eso es importante que me lo diga ya. ¡Que lo haga ahora! Porque ahora no sólo se trata de sexo, sino de ella, como mujer, y de mí, como hombre.
—¿Y si yo no fuera tu madre, cielo, y si tú no fueras mi hijo? —me pregunta de pronto, chapoteando sus labios, mirando los míos, la forma de mi boca, con sus uñas acariciando mis comisuras—, ¿y si yo sólo fuera Sugey…? ¿Qué pasaría…?
Es imposible no caer rendido ante la electricidad azul de su mirada.
—Pasaría que… —pero no sé cómo explicarme.
Es mirar sus hermosos ojos y la forma en que me miran para olvidarme de todo, incluso de Elvira.
—Mira —le digo, mientras me inclino hasta ella, sus duros senos pegándose a mi pecho, mi palpitante falo enterrándose entre su faldita a la altura de su entrepierna, mis manos posándose detrás de su cuello, debajo de su pelo dorado—, que no nos importe si tú eres mi madre o eres Sugey; que no nos importe si yo soy tu hijo o soy Tito… quiero que ahora, por favor, te lo suplico, te lo imploro… quiero que ahora tú sólo seas mi mujer y yo tu hombre.
Y damos un fuerte respiro que nos ahoga por dentro. Acercamos nuestros rostros tímida y ardientemente hasta que las puntas de nuestras narices se tocan… y al contacto parecemos estallar por dentro.
—Por Dios… mi bebé —dice muy cerca de mi boca, y su aliento a frutas se adentra a mi paladar, y su aroma a fragancias fuertes me intoxican cada vez que respiro.
—Yo también tengo miedo mamá —le confieso, descendiendo las palmas de mis manos—, sólo dime que te quedarás conmigo y no te irás con él… sólo dime… sólo pídeme que no me vaya con esa otra mujer y, si tú tampoco te vas con ese hombre, te juro que me quedo contigo… hoy y para siempre.
—Hijo —mamá ha cerrado los ojos, y su aliento es más caliente que antes.
Sus manos se estremecen mientras me rodean la espalda, al tiempo que mis dedos siguen bajando hasta sus anchas caderas. Toda ella es lumbre, erotismo y deseo.
—Pero mamá —le digo en susurros, y siento sus labios casi a milímetros de distancia de los míos, nuestros alientos nos queman y casi hacen que ardan nuestras lenguas—, si nos quedamos… aquí… ahora… tendremos mucho tiempo para disfrutarnos, ¿entiendes?
—Cielo… no…
—Si tú te quedas y me pides que yo me quede… vamos a amarnos, ¿lo sabes?... vamos hacer el amor… ¿lo haremos, mami?
Ella se resiste, pero a la vez se entrega. Respira densamente. Sus dedos me acarician la espalda y me provoca grandes escalofríos.
—No está bien… mi niño… —susurra, y yo devoro sus resuellos—, mami no puede… hacer lo que tú quieres…
—¿Estás mojada, mami? —me atrevo a preguntar. La forma en que respira no es normal. Esta calientísima, y yo lo noto en su piel y en su voz—. Porque yo estoy muy duro, respirándote… sintiendo tus enormes senos aplastándose contra mi pecho. Y escucho tu respiración, y es profunda, como la mía… ¡nos deseamos, mamá!, ¿nos damos la oportunidad?
—¡Es que… mi vida…! —Pego mi entrepierna en la suya. Estoy duro muy duro. Ella tiene apretados los muslos, pero se remueve sobre mí—. ¡Soy tu… madre…! ¡Mami… no puede… ser penetrada por su hijo…!
—¿Calamos…? —insisto, moviendo mis caderas para que mi pene duro vaya cediendo entre los muslos de mamá.
—¡No… bebé…! —Su voz parece más una súplica pornográfica que un rechazo.,
—Mami no puede estar mojada por su bebé… pero tú lo estás… ¿eso está mal?, no… porque lo nuestro es un deseo y un amor mutuo y puro… ¡no hay más pureza que un hijo y una madre, los dos desnudos, dándose amor…!
—¡Pero…!
—¿Te quedas conmigo… mami hermosa? —la trato con amor, con esos mimos que no le da mi padre y que extraña de mí. Esos mismos que le hacen falta para ser feliz y que ni siquiera Nacho podría dárselos.
—¡Mi niño… oh… mi bebé…! —Su voz parece gemido.
Ha comenzado a menear las caderas, y me frota mi bulto, que lucha por enterrarse en su vagina.
—¿Me quedo…, mami… y tú te quedas conmigo?
—¿Qué me quieres hacer? —los roces de nuestros labios ya son más descarados—. ¿A caso quieres comerte las tetas de mami, cielo?
—¡Sí, má… quiero chuparlas, y morderte los pezones hasta que grites de placer!
—¡Oh, mi vidaaa! —jadea, mientras nos seguimos restregando—, ¿y si no te caben en la boca, hijo? Es que mis pechos son tan grandes…
Empujo mis caderas más hacia ella y vuelve a jadear. Estoy ardiendo por dentro. Mi pene quiere escapar ya.
—¡Por eso me encantas mami, porque eres una mami muy tetona!
—¿TE gusta tener una mami muy tetona hijo? —me provoca, y sé que estoy ganando el juego.
—Me fascina, mami… y también que estés tan culona…
—¿Mami está muy culona, mi amor?
—¡Mucho, má! Tus nalgas son muy grandes y duras… y eso lo sé sin tocarlas aún…
—¿Y qué quieres hacer con mis nalgotas, mi vida? —su voz ahora se asemeja a cuando Elvira se vistió de “Sugey versión puta” y esto me excita. Me llena de morbo.
—¡Todo quiero hacerte, mamá! ¡Atascarme! ¡Hundir mi cabeza entre ellas y comerte, aspirarte!
—¿Quieres hacer el amor con mami, mi niño travieso? —me sonríe de pronto.
—¡Sí… quiero que mi mami traviesa se abra de piernas para mí! ¡Por favor, Sugey! ¡Por favor, mami… déjame hacerte el amor!
Y cuando creo que va a decirme que no, me dice que “¡Sí!”, y cuando creo que va a empujarme, como la última vez que intenté meter mis dedos en su entrepierna, mamá entierra las uñas de su mano derecha en mi espalda, y con su mano izquierda empuja mi cabeza hacia ella.
—Bésame, Ernesto.
—¡Soy tu esclavo, Sugey!
Y abre su hermosa e hinchada boca, y yo abro la mía, y los dos nos besamos, mientras mis dos manos llegan por fin a sus dos nalgas y las estrujo fuerte, echándola contra mí, mientras nuestras respiraciones densas explotan en nuestras bocas.
“Muaggmgggmmgghhummm”
Puedo sentir su lengua mojada enredándose en la mía, sus dientes de pronto atrapándola, mordiéndola, y sus uñas clavándose en mi cuello y las otras en mi espalda baja.
—¡Quiero…! ¡Quiero mi amor! —me dice ardiente, lamiéndome la boca, y yo apretándole sus gordas nalgas, frotándome contra ella—. ¡Ya no guando más… hijo! ¡Desnúdame… y hazme tuya!
—¡Sí, mami! ¡Lo que quieras! ¡Lo que quieras!
No puedo creer lo que sucede, no puedo entender que todo haya dado un giro de 180 grados. No puedo creer que la rodilla de mi mamá esté levantada y que esté frotando mis testículos y mi pene suavemente con ella. Un pene que está tiesísimo dentro de mi bóxer. No puedo creer que sus corpulentas mamas se desparramen en mi pecho y sus pezones se sientan duros debajo de su blusita.
—¡Te amo… mamá… te amo…!
Entre los chapoteos de nuestras lenguas nos ahogamos, nos embebemos, nos amamos.
—¡Yo te amo a ti, mi bebé, te adoroooo! ¡Ufff… estoy mojadísima!
—¿Puedo tocar?
—Oh, sí… Toca…
La adrenalina me está haciendo explotar por dentro.
Mamá se separa un poco, todavía jadeando muy excitadísima, y mordiendo mi labio inferior, que jala hacia adelante, hace algo con sus manos y no me doy cuenta de qué es hasta que veo que se agacha y luego se vuelve a inclinar con sus braguitas negras, que ahora están en sus manos, volviendo a prendar mi labio con sus dientes solo un momento.
Cuando lo suelta veo que se relame, (todo su labial está corrido en su boca y en la mía), y pone sus bragas en mis manos, mientras le digo, sorprendido, levantando sus braguitas y llevándomelas a la nariz para olerlas de su profundo y fuerte aroma a madre caliente:
—¡Mami… tus braguitas están escurriendo!
—Así me pones de cachonda, cielo… Y eso que no tocaste aun mi conchita —me incita, mientras afloja mi cinturón, para luego quitarme las bragas de mi nariz, hacerlas bola y meterlas por dentro de mi pantalón, hasta que se atoran entre la dureza de mi verga.
—¡Ohhhh mamiiii!
—Ahora sí, mi pequeño —me dice, volviéndose a mis labios, dándome besitos dulces y mojados—, tócame…
Mis manos no hayan ni qué parte de su cuerpo tocar. Toda ella es hermosa, blanda, fresca, suave. Me decanto por tocar su entrepierna, como son sus deseos, así que agarro los bordes de encajes de su faldita y la levanto, enroscándola a la altura de sus gordas caderas.
De esa manera libero sus duras nalgas, y las acaricio desesperado con una mano, enterrando mis dedos entre sus carnosidades, mientras mis dedos libres palpan su entre pierna, primero tocando sus muslos, sorprendiéndome maravillado que estén escurriendo desde su cuevita, luego asciendo un poco más, y noto su fina vellosidad viscosa que cubre su vulvita mojada.
—¡Joder mamiiii!
Mamá está gimiendo y retorciéndose de placer con mi contacto “¡Haaaa! ¡Cieloooo! ¡Auuuummm!”.
Mi lengua sigue batallando con la suya mientras entierro mi dedo medio en su pulpa caliente. Me sorprendo que se hunda entre tanta viscosidad, y mi verga palpita fuerte sobre mi bóxer y sobre sus braguitas mojadas que permanecen junto a él.
—¡Haaaaauuummm! —grita mamá, y se menea ansiosa y baila sobre mi dedo enterrado en su vagina que destila humedad.
—¡Qué delicia… mami, estás tan caliente…!
—¡Cielo…! ¡Cielo…! —gime ella—. ¡No puedo creer que estés dedeando a mami! ¡Ouuggggmmm!
Se ha separado más de piernas para que mi dedo la masturbe mejor, y decido meterle un dedo más, que también se hunde en su calinoso coñito con destreza.
—¡Estás deliciosa mamá…! ¡Quiero que te corras en mis dedos… y que luego… que luego me masturbes… como la otra vez…! ¡Quiero que me la chupes… con todo y huevos… por favor… lo he ansiado tanto!
Ella responde con un prolongado gemido:
—¡Haaaaaaa!
Agito mis dedos dentro de ella, que tiembla, que se estremece. Los bato fuerte y sus viscosidades escurren en mi mano. Ansío quitarle toda la ropa, que sus tetazas se desborden en el pecho. Quiero comérmelas, quiero su boquita también cerrándose sobre mi glande, sobre todo mi pene. Quiero penetrarla. Quiero que sus orgasmos estallen sobre mi cuerpo.
Y ella también lo desea, porque me dice:
—Vamos a la cama, hijo… —y que me diga “hijo”, me da un morbo que me pone cachondísimo.
—¡Mamá…! —le digo, cuando saco mis dedos de su rajita caliente y ella se dirige a mi cama, contoneando las nalgas de un lado a otro, mientras yo chupo esa humedad que me enloquece.
Ese sabor a hembra en celo me ahoga, y me fascina.
Entonces la veo recostarse con sensualidad, reposar su denso pelo dorado sobre las sábanas. La veo acomodarse la falda sobre su vientre, la veo flexionar las rodillas y encajar sus tacones sobre el colchón.
Pero, sobre todo, veo su gesto de puta caliente, cual madre en estado natural, mientras se abre de piernas para mí y me dice:
—¡Ven, hijo, y fóllate a tu mami!
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Por otro lado, mamá no ha vuelto a salir a sus “reuniones parroquiales”, pero sí se ha desvivido por intentar agradarme. No lo consigue del todo, porque ciertamente yo me encuentro sumamente ofendido aun, pero el intento hace.
La buena noticia es que por fin entregué mi proyecto y ya oficialmente estoy de vacaciones. Este verano será muy interesante, aunque no sé qué tan interesante se vuelva todo cuando mi primo Hernán venga en septiembre, para lo que todavía faltan semanas.
Hoy es sábado, y papá y Lucy irán con mi tío Fred a ver el partido de futbol, (en realidad mi hermana se la pasa en el chisme con mi prima) y yo tengo pensado visitar esa tarde a Elvira, que su marido este fin de semana estará en Monterrey y de ese modo yo tendré tiempo de estar a solas con ella, que no la he visto desde la última vez.
Y mamá, no sé, de momento no ha dicho si tiene planes de salir, que espero que no, pues no le perdono que se haya largado con Nacho la última vez.
Nos encontramos todos en el desayuno, como la “bonita” familia que somos, y mamá se muestra como es costumbre; con un top, esta vez rosa, que intenta contener sus enormes pechos que se aprietan contra la tela. El top no le cubre su vientre, por lo que luce brillante y marcado, por sus tardes en el zumba.
Mientras sirve el desayuno, tartaletas con leche condensada y jugo de naranja, veo su obesa cola vibrar bajo esas mallas cada vez que se mueve; mismas mallas que son capaces de marcarle incluso la tanguita que lleva debajo que le separa obscenamente una nalga de la otra.
¿En serio ni mi padre (que está inmerso en el periódico) ni la tonta de mi hermana Lucy (que está embobada con su celular hablando con su noviecillo) se dan cuenta de lo atrevida que se viste mamá últimamente? ¡Si cuando está de frente se le nota incluso cómo su vulva muerde la parte frontal de su braguita, y la forma en que ambos labios vaginales se marcan en la licra!
¡Joder!
—Tito —interrumpe papá mi concentración, mientras sigo centrado en las gordas mamas de mi madre que se ha sentado frente a mí y se sirve un vaso con leche, mientras yo me imagino que en lugar de leche de vaca ese vaso almacena mi leche, la leche de su hijo pervertido que ella se beberá—, te he anotado en un nuevo equipo de futbol que se está formando para un torneo que se llevará a cabo durante este verano. ¿Y adivina quién es el entrenador? El hijo de mi ídolo, que en paz descanse; el Gato Borja.
Su anuncio finalmente me saca de la hipnosis que sólo los senos bamboleantes de mi progenitora consiguen atarearme.
Es oír el nombre del “Gato Borja” y recordar que me he robado sus fotos para mi cuenta falsa de facebook con la que pretendo descubrir a “Sugey 69”, aun si sigue sin agregarme.
—¿De qué hablas, papá? —Mi pregunta va encaminada al hecho de que está por obligarme a participar cerca del sujeto al que le he robado su identidad para mi red social.
Además no puedo creer que de nuevo se esté esforzando porque me guste ese deporte tan interesante que consiste en que 22 hombres persigan una pelota.
—De eso, Tito —me dice, embarrándose la boca asquerosamente de leche condensada.
—No pus guao —intento darle el avionazo.
—Ningún guao, móndrigo —me regaña, y evito mirarlo para no asquearme al verle masticar y hablar con la boca abierta. No entiendo como una majestuosa y voluptuosa mujer como mamá pudo fijarse en alguien tan asqueroso y burdo como él—. El lunes te presentas en el club, que ya saliste de vacaciones y no quiero que te la pases encerrado entre las faldas de tu madre, que ya he visto que tantas consideraciones de mi parte te están volviendo maricón. Aun no olvido cuando dijiste algo sobre un tal Nacho que era “muy apuesto”. —Mamá y yo nos miramos de pronto, olvidando momentáneamente nuestras diferencias, y luego desviamos la mirada hacia papá, que es incapaz de ver que ese «tal Nacho» probablemente sea amante de su esposa—. Además ya le he dicho al Gato Borja que eres mi hijo y que tienes toda la disposición del mundo para aprender este deporte tan noble. Así que no quiero que me ridiculices ante él.
Bufo, y es mi madre quien interviene, dejando sus cubiertos en el plato. Se limpia su hermosa boquita rosada, de labios mamones, y pestañea con esos bonitos ojitos azules.
—A ver, Lorenzo, creo que antes de inscribir a tu hijo a ese equipo de futbol, debiste de preguntarle si quería que lo hicieras.
Papá refunfuña, deja el periódico en la mesa y responde golpeado:
—Los hombres no necesitamos que se nos avise de nada, Sugey. Uno afronta lo que venga como machos.
—Qué bueno que me lo dices, Lorenzo —continúa mamá, después de darle un trago al vaso de leche y su boquita se manchara con rastros blancos que me ponen cachondo—, porque te he inscrito en un curso de ballet clásico que abrirá mi comadre Úrsula la próxima semana que seguramente disfrutarás como un crío.
Lucy y yo nos partimos de risa. De sólo imaginar a mi padre, con ese cuerpo de globo, vestido con ropa de ballet dando vueltas en la pista me cago a carcajadas.
—¡No me jodas, Sugey! —se queja papá, que sigue masticando como un cerdo—, estoy hablando en serio.
—Pues yo también, Lorenzo. ¿Ves lo que se siente, que anden decidiendo por ti? Lo mismo pasa con Tito.
Y para sorpresa de todos, yo digo:
—Déjalo, má, que no me parece mal ir a entrenar.
—¿Cómo dices? —me preguntan al unísono mis padres y Lucy.
—Lo que oyen. Creo que papá tiene razón y será bueno que me ejercite este verano, que encima quiero agarrar un poco más de músculo y condición.
Desde que me enteré que mamá tiene predilección por los hombres atléticos (no bolas de carne), me he propuesto ponerme más bueno para ella. Además quiero cerrarle la boca a papá de una vez por todas y hacerle ver que yo de maricón no tengo nada.
—Esa es una maravillosa noticia, campeón —ríe mi padre verdaderamente feliz.
Vaya. Si tengo que ceder a sus chantajes para recibir un halago suyo y convertirme en su “campeón”, entonces lo haré más seguido. Ahora soy campeón, a lo mejor si me salgo de la facultad de arquitectura para convertirme en albañil como él, lo mismo me convierto en su hijo predilecto y me hereda la casa.
—A ver, hijo —dice mamá, que se levanta y se pone detrás de mi silla, para acariciar mi cabeza—. Bajo coacción nada.
—Quiero hacerlo, má —le digo, y me alejo para que no me toque.
Una cosa es que me deje defender por ella, y otra muy distinta que la haya perdonado. Además su delicioso aroma de hembra cachonda me vuelve loco. Ella tiene un aroma y perfume muy particular que me trastorna.
—A ti no te gusta el futbol —me recuerda mamá, e intenta acariciarme las mejillas, pero me vuelvo a retirar.
—Tampoco me gustaban las tartaletas, y mira, probando cambié de opinión.
—No es lo mismo, cielo.
—Ya, ya, Sugey —la regaña mi papá—, ¿no te digo? Nomás lo quieres tener bajo tus faldas. Déjalo en paz, ¿qué no ves que ya es todo un hombrecito?
—Sí, ya lo he visto —dice de pronto con un tono que percibo malicioso, justo cuando noto que se inclina y me da un beso en la cabeza.
Me estremezco. Entendí la referencia. Y esa perversidad con que lo dijo me revuelve el estómago y hace que mi miembro se hinche.
—Si se quiebra una pata prometo cuidarlo, Sugey —se ofrece mi hermana.
—¡Pon quieta a tu hija, papá! —le digo furioso, mientras Lucy y mi padre se burlan de mí.
—Yo no sé qué voy hacer contigo, Luciana, te juro que no lo sé —dice mamá cuando vuelve a la silla.
***
La tarde ha sido tranquila, y yo reviso por enésima vez mi teléfono para saber si mamá ya me ha agregado a través de “Sugey 69”.
Nada.
¡Mierda!
Esta vez me he depilado el pubis y los testículos, por eso he tardado casi una hora en el baño por miedo a cortarme los huevos. Nunca antes lo hice, pero me apetece mostrarme estético para Elvira, que es una mujer con experiencia que me intimida.
“Te esto esperando cielito” decía su último mensaje.
“Ya casi estoy listo, Elvira” le respondí mientras me revolcaba en la cama cuando se me ocurrió ponerme en mis genitales la espuma que se pone papá después de afeitarse, sin saber que me ardería hasta el culo.
“No tardes, cielito, que mami ya está muy mojadita y ganosa de que le metas la verga.”
Que Elvira sea tan puta me excita mucho, y el morbo de saberla madre de mi mejor amigo me ha comenzado a poder. Ojalá mamá se quitara de máscaras de una vez por todas y se descubriera ante mí como lo que es. ¿Por qué no hacerlo? ¿Que miedo la hace refrenarse y seguir conmigo con esa actitud de virgen mártir?
Es evidente que mi padre ya no la folla, y que de todos modos ella no tiene especial interés ni deseo porque un hombre como él la penetre… pero, ¿entonces?, ¿por qué con Nacho, que no le llama nada? ¿Por qué con él que es probable que sólo la vea como una maldita adúltera cachonda ansiosa de polla? ¿Por qué mejor no me elije a mí, que además de desearla como un pendejo degenerado, la amo con todas mis fuerzas?
¡Porque es así! conozco ese sentimiento de amor. Alguna vez lo sentí por Alicia, mi adúltera ex novia. Y ahora lo siento por mamá. Pero por ella es un sentimiento mucho más fuerte que no he sentido jamás, porque ella no es cualquier mujer, sino mi madre.
¿Tanto le cuesta aceptar que soy su hijo, que la deseo sexualmente y que encima estoy locamente enamorado de ella?
Si lo aceptara todo sería tan diferente; esas ausencias de mi padre y mi hermana, mamá y yo podríamos aprovecharlas para entregarnos el uno a otro, para enredarnos entre las sábanas de su cama o la mía, restregar nuestros cuerpos desnudos, mojados, lúbricos, besarnos con pasión, lamernos la piel, y hacer el amor hasta que el sudor nos inunde y no exista nadie en el mundo salvo y ella y yo.
—Joder mamá, ¿por qué lo complicas todo? —digo mientras me perfumo, tras haberme peinado con mucha goma, y haberme puesto una camisa negra que resalta mi mirada y un pantalón azul marino que combina con mis bóxer.
Me echo en la boca una menta negra y finalmente estoy preparado para ir a follar a esa otra madurita grasienta y seductora que también hace conmigo lo que quiere.
—¿Hijo?
Mamá ha abierto la puerta de repente. Y debí de suponer que se acercaba a mi cuarto porque aun sin verla su perfume a “tinto” llegaba desde afuera.
—¿Mamá? —digo sorprendido, mirándola boquiabierto.
Sugey lleva puesta una falda negra que se unta a su culo de lo apretada que está, con ribete de encaje en la parte inferior que se adhiere a la mitad de sus muslos.
También tiene puesta una blusita ajustada, morada, con escote sugerente que le insinúa la obesidad de sus bubis, que luchan por romper la tela de o gordas que se ven, sumado a la amplitud del canalillo del centro que me desequilibra.
Tal ropa en mi vida se la había visto puesta.
—¿A dónde vas? —me pregunta con voz suave, pero yo tengo la boca demasiado seca para responderle—. Nunca te había visto tan guapo y tan perfumado, mi niño.
Mamá se ha maquillado los ojos con un color ahumado que le resalta el color azul de su iris, y se ha pintado los labios como nunca antes, hasta los bordes, con un tono también morado mate que combina con sus zapatos de tacón delgado y que descubre sus hermosos pies lechosos cuyas uñas están delicadamente pintadas con el color de sus labios.
—¿No me respondes? —me pregunta, haciendo una mueca seductora mientras cierra la puerta y pone el pestillo.
Mi corazón me martilla, y no sé bien lo que pretende. ¿Se ha vestido así para verse con Nacho? Mi pene se está poniendo gordo, pero también mi rabia surge de repente.
—Saldré con una mujer —le digo, tragando saliva—, y supongo que si te has vestido así es porque también saldrás, ¿Nacho es el afortunado otra vez? —ironizo.
Mamá enarca una ceja, avanza un poco más y parece un tanto molesta.
—¿Qué clase de mujer? —me pregunta.
Casi estoy tentado a no contestarle porque ella no ha respondido a mi pregunta, pero lo hago para hacerle saber que además de ella yo también tengo otras posibilidades. ¿Por qué no me ha respondido? ¡Porque obvio que es Nacho con el que saldrá! ¿Para qué otro imbécil se vestiría así? Y el enojo provoca que me arda el pecho. No soporto tener que compartirla con nadie.
—¿Tito? —me dice mamá mientras avanza hasta mí, y me encabrona saber que esa hermosa figura, ese sensual taconeo de sus zapatos al andar, esas hermosas tetas que botan cada vez que caminan, como su culazo, y ese seductor perfume a tinto que lleva en su cuello, será un disfrute de otro hombre, no para mí—. ¿Qué clase de mujer es esa con la que saldrás?
Yo carraspeo, muriéndome de celos por dentro. ¿Por qué prefiere a Nacho, si sólo es un oportunista y cabrón.
—Ella es una que sé que jamás jugaría con mis sentimientos, como lo haces tú.
Dejo de mirar a mi hermosa y seductora madre para romper su hechizo y me dirijo a la puerta, dispuesto a abandonarla.
Pero ella me detiene tocando mi brazo cuando paso junto a ella, y le digo:
—Déjame ir, mamá, y tú vete con él.
—Yo no iré a ningún lado, cielo.
—¿A no? ¿Entonces por qué te has vestido así… tan… tan…?
—¿Tan qué?
Se me aprieta el pecho. Mamá me agarra del otro brazo y se posiciona delante de mí. Con sus tacones está a mi estatura, y odio no ser más alto que ella para al menos intimidarla. ¡Es ella la que me intimida a mí!
—Suéltame, má, que se me hace tarde —le digo, y soy incapaz de respirar su hermosa fragancia y no enloquecer.
—Ninguna otra mujer te amará como yo, cielo.
Me quedo quieto. Sus ojos brillan, su mirada es intensa. Veo sus labios mojados, gruesos, abultados. No entiendo lo que trata de decirme.
—No soporto que ya no me quieras, hijo.
De pronto noto que sus ojos se encharcan, y verla así, a punto de llorar, debilitan mi estructura, y pongo mis manos en sus mejillas, y las acaricio.
—¿Cómo no voy a quererte, mamá, si es precisamente por este amor no correspondido por el que me siento tan… frustrado? ¡Nacho te está robando mi amor!
—No, no, mi bebé —me dice mamá, que se limpia las lágrimas mientras su voz tiembla. Pero yo me concentro en sus labios húmedos, que siguen brillando, que me incitan a morderlos—. ¡No hay un Nacho en mi vida que sea más fuerte que mi amor por ti!
—¿Entonces por qué me tratas así, mamá? —la reprocho, suspirando fuerte mientras ella posa sus manos en mi pecho, y me mira con la misma adoración con que yo la veo a ella—. ¡Ahora eres cariñosa, ahora me lloras, pero mañana, cuando pase todo, volverás a ser indiferente conmigo, y yo voy a volver a sufrir!
Y tengo que respirar hondo cuando siento que la voz se me quiebra.
—¿Es que no tienes compasión de mí ni siquiera porque soy tu hijo? ¿Tú sabes que tuve una novia que también se burló de mí?
Mamá abre mucho los ojos, y aunque ella me demuestra angustia e impresión, yo solo puedo ver una mirada azul que me tiene subyugado.
—Ni siquiera sabía que tuviste una novia, mi vida.
—¡Alicia Morán, la hija de don Félix y de doña Natalia! ¡Ella era mi novia, y me puso los cuernos ¿adivina con quién?! Con el cabrón que un día dijiste que no salía de aquí.
—¿Con Julián? —se asombra, y sus ojos vuelven a brillar—, ¿en verdad con Julián, tu amigo de preparatoria? ¡Madre mía, hijo! ¿Por eso nunca más lo volviste a traer? ¿Por qué no me lo dijiste?
Su semblante es el de una madre mortificada que no puede creer que su único hijo varón se haya convertido en un cornudo desde temprana edad. Tan cornudo como ahora está haciendo ella a mi padre.
—¿Y encima dices que te hiciste de novia a esa insípida chiquilla, Tito? —Me hace ilusión creer que ella está celosa, pero es tan impredecible que no logro descifrarla—. ¡Es una sin vergüenza! ¡Una odiosa! ¡Me las pagará! ¡¿Cómo se atrevió a hacerte tal daño?!
—Mamá, mamá —le digo meneando la cabeza, apesadumbrado, cuando la veo enfadadísima—, ahora mismo la que me está haciendo daño eres tú.
Vuelvo a maravillarme por la forma en que entreabre sus mullidos labios, pintados, brillantes, y su melena rubia expidiendo un aroma a hembra cachonda.
—Es que no entiendo por qué, cielo, ¿por qué yo habría de hacerte daño precisamente a ti, que eres la luz de mi vida y el niño más hermoso que han visto mis ojos? ¡Eres mi bebé, Tito, ¿es que no me crees?! ¡Por ti daría mi vida entera! ¡No sabes lo que he sufrido tu rechazo estos días! ¡No eres capaz de ver la falta que me haces, mi amor, tus besos en mis mejillas, tus mimos, tus “te amos”, tus abrazos, tus caricias! ¡Eres lo más sincero que tengo!¡Mi vida está seca con tu padre! ¡Apenas me mira, apenas me toc… apenas me hace caso! Había podido sobrellevar mi monotonía y su rechazo con tu presencia, mi niño, con tus sonrisas, con tus conversaciones, pero ahora… ahora que me has privado de todo ello me doy cuenta la falta que me haces. ¡Yo te quiero mucho, Tito, ¿por qué no me crees?!
—¡Quiero creerte, mamá! ¡Pero yo no soy tu prioridad! ¡Tu prioridad es Nacho, no yo!
—¡Nacho no significa nada para mí, te lo juro!
—¿Entonces por qué te vistes así para él, má? ¡Me duele mucho, porque yo sé que la ausencia del cariño de papá las sacias con él! ¡Y yo no quiero, lo que deseo es ser yo quien te brinde todo ese amor que te hace falta! ¡Mamá, en serio, yo te amo, y te amo de una forma que tú no quieres!
Mamá traga saliva, se muerde el labio inferior y me dice;
—¡Mi niño… yo también te amo… te lo juro…!
—¿Entonces por qué juegas conmigo, má? ¿Por qué juegas con mis sentimientos?
Y mamá es quien ahora limpia mis mejillas. Sin sentirlo se me han humedecido.
Ella lucha por callarse, pero finalmente lo intenta:
—Porque no es normal que una madre… que una madre… no es normal que una madre…
Y se queda callada otra vez. Deja de mirarme y desvía la vista hacia otro lado.
—Continúa, mamá, ¿no es normal que una madre qué?
—Ya lo sabes —susurra, y sus dedos mojados de mis lágrimas acarician mi pecho, entre los botones de mi camisa.
—Dímelo, ¿no es normal que una madre qué?, ¿que ame a su hijo como hombre…? ¿Eso quieres decirme?
Mi corazón tiembla fuerte, y las palpitaciones de mi cabeza retumban en mis orejas. ¿Mamá se está abriendo ante mí? ¿En verdad mamá lo está haciendo?
Como está mirando hacia otro lado yo agarro su mentón y la vuelvo hasta mis ojos. Esta es su oportunidad para hacerlo, para decirme qué siente verdaderamente por mí. Si no lo hace ahora, yo simplemente ya no la voy amar más.
Sé que la seguiré deseando sexualmente, y que es probable que no descanse nunca hasta meterme entre sus piernas. Pero estoy seguro que este amor sincero que siento por ella se acabará. Por eso es importante que me lo diga ya. ¡Que lo haga ahora! Porque ahora no sólo se trata de sexo, sino de ella, como mujer, y de mí, como hombre.
—¿Y si yo no fuera tu madre, cielo, y si tú no fueras mi hijo? —me pregunta de pronto, chapoteando sus labios, mirando los míos, la forma de mi boca, con sus uñas acariciando mis comisuras—, ¿y si yo sólo fuera Sugey…? ¿Qué pasaría…?
Es imposible no caer rendido ante la electricidad azul de su mirada.
—Pasaría que… —pero no sé cómo explicarme.
Es mirar sus hermosos ojos y la forma en que me miran para olvidarme de todo, incluso de Elvira.
—Mira —le digo, mientras me inclino hasta ella, sus duros senos pegándose a mi pecho, mi palpitante falo enterrándose entre su faldita a la altura de su entrepierna, mis manos posándose detrás de su cuello, debajo de su pelo dorado—, que no nos importe si tú eres mi madre o eres Sugey; que no nos importe si yo soy tu hijo o soy Tito… quiero que ahora, por favor, te lo suplico, te lo imploro… quiero que ahora tú sólo seas mi mujer y yo tu hombre.
Y damos un fuerte respiro que nos ahoga por dentro. Acercamos nuestros rostros tímida y ardientemente hasta que las puntas de nuestras narices se tocan… y al contacto parecemos estallar por dentro.
—Por Dios… mi bebé —dice muy cerca de mi boca, y su aliento a frutas se adentra a mi paladar, y su aroma a fragancias fuertes me intoxican cada vez que respiro.
—Yo también tengo miedo mamá —le confieso, descendiendo las palmas de mis manos—, sólo dime que te quedarás conmigo y no te irás con él… sólo dime… sólo pídeme que no me vaya con esa otra mujer y, si tú tampoco te vas con ese hombre, te juro que me quedo contigo… hoy y para siempre.
—Hijo —mamá ha cerrado los ojos, y su aliento es más caliente que antes.
Sus manos se estremecen mientras me rodean la espalda, al tiempo que mis dedos siguen bajando hasta sus anchas caderas. Toda ella es lumbre, erotismo y deseo.
—Pero mamá —le digo en susurros, y siento sus labios casi a milímetros de distancia de los míos, nuestros alientos nos queman y casi hacen que ardan nuestras lenguas—, si nos quedamos… aquí… ahora… tendremos mucho tiempo para disfrutarnos, ¿entiendes?
—Cielo… no…
—Si tú te quedas y me pides que yo me quede… vamos a amarnos, ¿lo sabes?... vamos hacer el amor… ¿lo haremos, mami?
Ella se resiste, pero a la vez se entrega. Respira densamente. Sus dedos me acarician la espalda y me provoca grandes escalofríos.
—No está bien… mi niño… —susurra, y yo devoro sus resuellos—, mami no puede… hacer lo que tú quieres…
—¿Estás mojada, mami? —me atrevo a preguntar. La forma en que respira no es normal. Esta calientísima, y yo lo noto en su piel y en su voz—. Porque yo estoy muy duro, respirándote… sintiendo tus enormes senos aplastándose contra mi pecho. Y escucho tu respiración, y es profunda, como la mía… ¡nos deseamos, mamá!, ¿nos damos la oportunidad?
—¡Es que… mi vida…! —Pego mi entrepierna en la suya. Estoy duro muy duro. Ella tiene apretados los muslos, pero se remueve sobre mí—. ¡Soy tu… madre…! ¡Mami… no puede… ser penetrada por su hijo…!
—¿Calamos…? —insisto, moviendo mis caderas para que mi pene duro vaya cediendo entre los muslos de mamá.
—¡No… bebé…! —Su voz parece más una súplica pornográfica que un rechazo.,
—Mami no puede estar mojada por su bebé… pero tú lo estás… ¿eso está mal?, no… porque lo nuestro es un deseo y un amor mutuo y puro… ¡no hay más pureza que un hijo y una madre, los dos desnudos, dándose amor…!
—¡Pero…!
—¿Te quedas conmigo… mami hermosa? —la trato con amor, con esos mimos que no le da mi padre y que extraña de mí. Esos mismos que le hacen falta para ser feliz y que ni siquiera Nacho podría dárselos.
—¡Mi niño… oh… mi bebé…! —Su voz parece gemido.
Ha comenzado a menear las caderas, y me frota mi bulto, que lucha por enterrarse en su vagina.
—¿Me quedo…, mami… y tú te quedas conmigo?
—¿Qué me quieres hacer? —los roces de nuestros labios ya son más descarados—. ¿A caso quieres comerte las tetas de mami, cielo?
—¡Sí, má… quiero chuparlas, y morderte los pezones hasta que grites de placer!
—¡Oh, mi vidaaa! —jadea, mientras nos seguimos restregando—, ¿y si no te caben en la boca, hijo? Es que mis pechos son tan grandes…
Empujo mis caderas más hacia ella y vuelve a jadear. Estoy ardiendo por dentro. Mi pene quiere escapar ya.
—¡Por eso me encantas mami, porque eres una mami muy tetona!
—¿TE gusta tener una mami muy tetona hijo? —me provoca, y sé que estoy ganando el juego.
—Me fascina, mami… y también que estés tan culona…
—¿Mami está muy culona, mi amor?
—¡Mucho, má! Tus nalgas son muy grandes y duras… y eso lo sé sin tocarlas aún…
—¿Y qué quieres hacer con mis nalgotas, mi vida? —su voz ahora se asemeja a cuando Elvira se vistió de “Sugey versión puta” y esto me excita. Me llena de morbo.
—¡Todo quiero hacerte, mamá! ¡Atascarme! ¡Hundir mi cabeza entre ellas y comerte, aspirarte!
—¿Quieres hacer el amor con mami, mi niño travieso? —me sonríe de pronto.
—¡Sí… quiero que mi mami traviesa se abra de piernas para mí! ¡Por favor, Sugey! ¡Por favor, mami… déjame hacerte el amor!
Y cuando creo que va a decirme que no, me dice que “¡Sí!”, y cuando creo que va a empujarme, como la última vez que intenté meter mis dedos en su entrepierna, mamá entierra las uñas de su mano derecha en mi espalda, y con su mano izquierda empuja mi cabeza hacia ella.
—Bésame, Ernesto.
—¡Soy tu esclavo, Sugey!
Y abre su hermosa e hinchada boca, y yo abro la mía, y los dos nos besamos, mientras mis dos manos llegan por fin a sus dos nalgas y las estrujo fuerte, echándola contra mí, mientras nuestras respiraciones densas explotan en nuestras bocas.
“Muaggmgggmmgghhummm”
Puedo sentir su lengua mojada enredándose en la mía, sus dientes de pronto atrapándola, mordiéndola, y sus uñas clavándose en mi cuello y las otras en mi espalda baja.
—¡Quiero…! ¡Quiero mi amor! —me dice ardiente, lamiéndome la boca, y yo apretándole sus gordas nalgas, frotándome contra ella—. ¡Ya no guando más… hijo! ¡Desnúdame… y hazme tuya!
—¡Sí, mami! ¡Lo que quieras! ¡Lo que quieras!
No puedo creer lo que sucede, no puedo entender que todo haya dado un giro de 180 grados. No puedo creer que la rodilla de mi mamá esté levantada y que esté frotando mis testículos y mi pene suavemente con ella. Un pene que está tiesísimo dentro de mi bóxer. No puedo creer que sus corpulentas mamas se desparramen en mi pecho y sus pezones se sientan duros debajo de su blusita.
—¡Te amo… mamá… te amo…!
Entre los chapoteos de nuestras lenguas nos ahogamos, nos embebemos, nos amamos.
—¡Yo te amo a ti, mi bebé, te adoroooo! ¡Ufff… estoy mojadísima!
—¿Puedo tocar?
—Oh, sí… Toca…
La adrenalina me está haciendo explotar por dentro.
Mamá se separa un poco, todavía jadeando muy excitadísima, y mordiendo mi labio inferior, que jala hacia adelante, hace algo con sus manos y no me doy cuenta de qué es hasta que veo que se agacha y luego se vuelve a inclinar con sus braguitas negras, que ahora están en sus manos, volviendo a prendar mi labio con sus dientes solo un momento.
Cuando lo suelta veo que se relame, (todo su labial está corrido en su boca y en la mía), y pone sus bragas en mis manos, mientras le digo, sorprendido, levantando sus braguitas y llevándomelas a la nariz para olerlas de su profundo y fuerte aroma a madre caliente:
—¡Mami… tus braguitas están escurriendo!
—Así me pones de cachonda, cielo… Y eso que no tocaste aun mi conchita —me incita, mientras afloja mi cinturón, para luego quitarme las bragas de mi nariz, hacerlas bola y meterlas por dentro de mi pantalón, hasta que se atoran entre la dureza de mi verga.
—¡Ohhhh mamiiii!
—Ahora sí, mi pequeño —me dice, volviéndose a mis labios, dándome besitos dulces y mojados—, tócame…
Mis manos no hayan ni qué parte de su cuerpo tocar. Toda ella es hermosa, blanda, fresca, suave. Me decanto por tocar su entrepierna, como son sus deseos, así que agarro los bordes de encajes de su faldita y la levanto, enroscándola a la altura de sus gordas caderas.
De esa manera libero sus duras nalgas, y las acaricio desesperado con una mano, enterrando mis dedos entre sus carnosidades, mientras mis dedos libres palpan su entre pierna, primero tocando sus muslos, sorprendiéndome maravillado que estén escurriendo desde su cuevita, luego asciendo un poco más, y noto su fina vellosidad viscosa que cubre su vulvita mojada.
—¡Joder mamiiii!
Mamá está gimiendo y retorciéndose de placer con mi contacto “¡Haaaa! ¡Cieloooo! ¡Auuuummm!”.
Mi lengua sigue batallando con la suya mientras entierro mi dedo medio en su pulpa caliente. Me sorprendo que se hunda entre tanta viscosidad, y mi verga palpita fuerte sobre mi bóxer y sobre sus braguitas mojadas que permanecen junto a él.
—¡Haaaaauuummm! —grita mamá, y se menea ansiosa y baila sobre mi dedo enterrado en su vagina que destila humedad.
—¡Qué delicia… mami, estás tan caliente…!
—¡Cielo…! ¡Cielo…! —gime ella—. ¡No puedo creer que estés dedeando a mami! ¡Ouuggggmmm!
Se ha separado más de piernas para que mi dedo la masturbe mejor, y decido meterle un dedo más, que también se hunde en su calinoso coñito con destreza.
—¡Estás deliciosa mamá…! ¡Quiero que te corras en mis dedos… y que luego… que luego me masturbes… como la otra vez…! ¡Quiero que me la chupes… con todo y huevos… por favor… lo he ansiado tanto!
Ella responde con un prolongado gemido:
—¡Haaaaaaa!
Agito mis dedos dentro de ella, que tiembla, que se estremece. Los bato fuerte y sus viscosidades escurren en mi mano. Ansío quitarle toda la ropa, que sus tetazas se desborden en el pecho. Quiero comérmelas, quiero su boquita también cerrándose sobre mi glande, sobre todo mi pene. Quiero penetrarla. Quiero que sus orgasmos estallen sobre mi cuerpo.
Y ella también lo desea, porque me dice:
—Vamos a la cama, hijo… —y que me diga “hijo”, me da un morbo que me pone cachondísimo.
—¡Mamá…! —le digo, cuando saco mis dedos de su rajita caliente y ella se dirige a mi cama, contoneando las nalgas de un lado a otro, mientras yo chupo esa humedad que me enloquece.
Ese sabor a hembra en celo me ahoga, y me fascina.
Entonces la veo recostarse con sensualidad, reposar su denso pelo dorado sobre las sábanas. La veo acomodarse la falda sobre su vientre, la veo flexionar las rodillas y encajar sus tacones sobre el colchón.
Pero, sobre todo, veo su gesto de puta caliente, cual madre en estado natural, mientras se abre de piernas para mí y me dice:
—¡Ven, hijo, y fóllate a tu mami!
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