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PDB 14 Iba de salida… (I)




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Compendio III


Había tenido una noche larga. Me había acostado alrededor de las 3 de la mañana revisando los últimos datos de los informes. Mi falta de sueño era agobiante, al punto que apenas podía funcionar.Ni siquiera había podido ir al gimnasio, lo cual, para alguien que se obsesiona con rutinas, es prácticamente catastrófico. Pero, así y todo, Sonia y yo estábamos revisando los datos minuciosamente, entrada tras entrada, para asegurarnos que no ocurrió el mismo error de digitación del año pasado (Y que probablemente, contaré más adelante, porque fui un “soltero de verano” por un mes…), hasta que finalmente, empezaron mis bien merecidas vacaciones.

Mientras atravesaba el vestíbulo, mis pensamientos flotaban hacia mi infalible Marisol. Mujeres como ella son perfectas, dado que, habiendo viajado a locaciones exóticas como Japón,Indonesia e incluso, de regreso a nuestro país, muestra el mismo entusiasmo si le propongo un viaje de carretera, sin rumbo fijo, dado que todavía exploramos este país desconocido.

E iba de salida… casi saliendo del vestíbulo del edificio de la compañía…

Entremedio del desconcertante bullicio,reconocí una voz melosa...

·        ¿Marco?¿Marco? ¿Qué haces aquí?

Isabella. La sola mención de su nombre me alteraba hasta la médula. A pesar de su atractivo, encuentros con ella han sido más problemáticos que placenteros. Y este no parecía ser la excepción.

PDB 14 Iba de salida… (I)

Se paró frente a mí, seductora como siempre, con un vestido burdeo de negocios, profesional y bien confeccionado, y tacones clásicos que acentuaban sus curvas. Su mirada, llena de intenciones coquetas, se concentraba en mí, con sus pequeños dedos jugando descaradamente con mi corbata.

-         Trabajo aquí. – respondí parco, con un leve tono de molestia. - ¿Qué haces tú acá?

Una satisfactoria sonrisa se posó en sus labios carmesí.

·        Mi esposo está juntando fondos para la oficina del alcalde. – ronroneó todavía jugando con mi corbata. – Pero debo decir que es una agradable sorpresa verte vestido tan formal.

-         ¡Ah, ya veo! Bueno, te deseo mucha suerte. Saluda a Lily de mi parte. – me despedí casi cortante de ella, ansioso por escapar de sus encantos.

Sus ojos se dilataron en pánico al instante…

·        ¡Espera un poco! Tal vez, tú puedas ayudarme. – Me imploró, adoptando el rol de “dama en problemas” -Mi esposo está en la sala de conferencias y no sé cómo llegar…si tan solo alguien me dijera dónde está… ¿Tendrías la caballerosidad para llevarme allí?

Sobra decir que los dotes histriónicos de Isabella dejan mucho que desear…

-         ¡Sí, supongo! – acepté no de muy buena gana guiarla hacia los ascensores.

No puedo negar el atractivo de Isabella, pero en él, yace el problema: mujeres como ella ocultan sus intenciones en encanto y seducción, dificultando descifrar sus verdaderos motivos. Es una danza delicada de manipulación, donde cada sonrisa y flirteo siguen un propósito previamente calculado. Mis experiencias con Isabella me han enseñado que seguirle el juego a menudo llevan a situaciones bizarras, por decir lo menos.

En contraste, mi ruiseñor es refrescantemente más sincera. Con años de historia compartida, ya entiende mi naturaleza pragmática. Si ella deseara, por ejemplo, vacacionar en el Caribe, conversaríamos sobre la factibilidad del viaje y se adaptaría a cualquier decisión que tomaríamos. Isabella, por otra parte, me lo demandaría sin cuestionamientos, creyendo falsamente que merece semejantes lujos.

Y como descubriría esa tarde, cada una de sus palabras merece un estudio minucioso.

·        ¡Eres todo un encanto! – respondió, besándome ruidosamente en la mejilla.
Y aunque para ella, le significó una pequeña victoria, para mí, su beso no me causó gran impacto e inconscientemente, fue la raíz de otro problema…

Sin embargo, y mucho más resignado a la idea, pensé que era la oportunidad perfecta para conocer el tipo de persona que era su esposo.

-         ¿Cómo está Lily? – pregunté, en vista que se había tomado de mi brazo sin mi permiso.

Mi pregunta la tomó de sorpresa…

·        ¡Eh!...creo que bien… está en casa… ¿Con la niñera?

Ese tono de desconfianza me molestaba. En mi caso, sabía que mis hijas probablemente estaban viendo caricaturas en casa junto con Marisol y que Bastián, al ser viernes, debía estar en sus clases de Taekwondo, junto con Elena.

Mientras esperábamos, una figura familiar se nos acercó, con sus seductores zapatos de tacón acelerando los pasos de sus tersos, suaves y delicados pies conforme al crecimiento de sus celos…

¡jefe! ¡jefe! ¡Qué bueno que te encuentro!– nos interrumpió Gloria, examinándonos de pie a cabeza junto a Isabella.

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Y al notar sus furibundos ojos en mi mejilla, caí en cuenta que olvidé limpiarla tras el beso de Isabella.

Mi antigua secretaria llevaba los celos a flor de piel, la cual se podía apreciarse por el desagrado inmediato por Isabella y por el tono de urgencia en su voz…

O bien, puede deberse a que Isabella es de esas mujeres que genera dicha respuesta de forma instintiva.

Han pasado 4 años desde que Sonia y yo la promovimos a su cargo actual. En todo este tiempo, se ha estado encargando de los asuntos medioambientalistas sin problemas. E incluso, sé que tiene un romance con mi amigo Nelson.

Pero, así y todo, montó un arrebato de celos.

¡jefe, necesito que me revises un documento!

-         ¿Ahora?

Sí, ahora. Necesito que me acompañes a mi oficina.

¿Cómo sabía yo que era un arrebato de celos? Primero, porque ella no me saludó, a pesar de que no nos habíamos visto en persona por unos 2 meses. Segundo, por la manera que miraba a Isabella.

No niego que Gloria es bonita, pero Isabella la supera con creces. Aunque se cortó el pelo y arregló sus rizos morenos de una forma más moderna, sus ojos celestes y su modesta figura no podían competir con la exuberancia innata de Isabella.

-         ¿No puedes mandárselo a Sonia para que lo revise? – pregunté, siguiendo el conducto regular.

¡No, jefe! Debes hacerlo tú…

-         ¿No me lo puedes enviar por correo? Estoy recién saliendo para mis vacaciones…

¡No, jefe! Es algo que no puede esperar.

Pero todo eso era una mentira. Como les mencioné, Sonia y yo estuvimos revisando minuciosamente los últimos informes, para asegurarnos bien que no ocurriera el mismo error de digitación del año pasado, que nos obligó a sacrificar uno de nuestros meses de descanso, por lo que toda la información que Gloria me entregase podía esperar hasta la vuelta de vacaciones.

-         ¡Mira,Gloria! Si quieres, lo reviso apenas llegue a mi casa. Pero debo escoltarla a ella a la sala de conferencias.

¡Entonces, déjame acompañarte!

-         ¿Para qué? ¿No necesitas que te revisen el documento? Sonia debe estar a punto de salir. Con algo de suerte, la puedes encontrar en su oficina.

Pero…

Se quedó sin argumentos. Cuando llegamos al noveno piso, se bajó de mala gana.

·        ¡Es difícil encontrar buenos empleados! – comentó Isabella, con una satisfacción maliciosa.

Su comentario me irritó, confirmando mis presentimientos.

Llegamos hasta la sala de conferencias de lpiso 17, el cual estaba con las puertas cerradas y a pesar de que me interesaba conocer a su esposo, mi entusiasmo no era tanto para esperar junto a ella.

·        ¿No me harás compañía? – demandó coqueta a que me sentara junto con ella. - ¿Me dejarás sola?

No tuve otra opción más que sentarme en el solitario pasillo. No puedo negar que era bastante bonito y elegante, con pisos de baldosa color madera resplandeciente de forma impecable. Las paredes, de panel oscuro, con tallados elaborados de escenas de banquetes y prosperidad, daban un toque de opulencia al entorno. Sin embargo, lo que más me gusta es la vista: amplias ventanas, con una vista panorámica de los edificios colindantes, complementadas con algunas plantas con macetas de mármol estratégicamente ubicadas, dan una sensación de paz y armonía al esperar.

En vista que tendríamos que esperar un buen rato, le pregunté a ella cómo le conoció…

Tras fracasar su ingreso a la universidad, Isabella se encontró a sí misma navegando los corredores de la burocracia de la ciudad trabajando como trabajadora social para la oficina del alcalde. Al principio, fue relegada a tareas mundanas como realizar encomiendas, revisar encuestas y distribuir panfletos. Pero su despampanante apariencia y su encanto innato no pasaron desapercibidos.

Fue tras las bambalinas administrativas que ella cruzó sus caminos con un hombre mayor y distinguido, cautivado por su atractivo y vivacidad. Su conexión inicial floreció en un romance alocado, el cual evolucionó hasta el punto de que empezaron a vivir juntos, se casaron y posteriormente, el ascenso meteórico de su esposo a la respetable posición de consejero del alcalde.

Sin embargo, aunque este nuevo estatus económico y social trajo estabilidad al matrimonio, vino con un costo. El trabajo demandante de su esposo consumió gran parte de su tiempo y atención, dejando poco espacio para cultivar la relación. Las citas se hicieron cada vez menos frecuentes, al igual que los momentos íntimos se volvieron más escasos, hasta el punto en que la vibrante conexión entre ellos se empezó a desvanecer.

Puesto que las presiones por sus obligaciones profesionales del marido crecían, también lo hacían las faltas de fidelidad del esposo, carcomiendo la estructura del matrimonio. Isabella se vio relegada al rol de una mera “esposa trofeo”, con su identidad opacada por demandas de obligaciones sociales y las responsabilidades de maternidad para su hija.

Entremedio de todo este torbellino emocional, Isabella buscó el consuelo y la compañía por fuera del matrimonio, sin darse cuenta del paso del tiempo. Catorce años se habían escapado en un parpadeo, dejándola con la amarga sensación que la vida que había visualizado se apartó mucho de la realidad en la que vive.

A pesar de su aparente sinceridad, yo no podía evitar cuestionar la veracidad de su historia. No solamente no había conocido a su esposo aun, pero la casi ausente mención de Lily en su lastimero testimonio me molestó. A diferencia de Isabella, que parecía desconocer completamente la rutina de su hija, me enorgullezco de conocer los hábitos y ubicación de mis propios hijos, al punto de conocer sus gustos y pasatiempos. No obstante, no puedo negar que nuestra breve conversación me atrajo más hacia ella, sin importar mis aprehensiones iniciales.

Al poco rato, las puertas de la sala de conferencia se abrieron y para mi agradable sorpresa, me encontré con Edith, la CEO de nuestra compañía.

·        ¡Marco! ¿Qué haces aquí? ¡No me digas que has decidido a volver a trabajar
con nosotros! - preguntó,abrazándome fraternalmente.

A pesar de mis 4 años de trabajo remoto, encontrarme con Edith me llenó con un sentimiento de nostalgia por el ambiente disciplinado y ético que ella inculcaba en sus oficinas. Me alegró ver que su profesionalismo inquebrantable y su comportamiento admirable siguen siendo una fuente de inspiración para todos los que trabajan bajo su liderazgo.

-         No. He venido a dejar unos informes con Sonia y he acompañado a mi amiga, porque al parecer, su esposo está acá…- respondí.

Pero de la misma manera que las nubes opacas anuncian tormenta, sentí una punzada en las costillas al distinguir su figura…

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Esos rizos rubios, ese obsceno busto, esa cintura de avispa y esos pantalones color crema, que le daban un mínimo de decencia, pero que ocultaban un precioso par de piernas torneadas, con esa tentadora camisola de seda, amargaban mi existencia a pesar de su belleza.

Para Maddie, tampoco fue grato verme. Podía notar que la tensión entre nosotros seguía tan vigente tanto en ella como en mí. Era claro que todavía no superaba el destierro de Albert, su prometido y los malos ratos que le hice pasar tras esa desgraciada fiesta de Halloween del 2019, así como yo tampoco olvidaba que fueron sus ánimos de venganza los que me obligaron ir a vivir a las afueras de la ciudad, que ya he mencionado anteriormente.

Mas manteníamos la civilidad de nuestras emociones, puesto que Edith todavía podía amonestarnos si nos veía discutir.

Sin embargo, tuve una pequeña victoria cuando me vio acompañado por Isabella, a quien también le desagradó instantáneamente ver a una mujer con una mejor figura que la de ella.

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Y las palabras de Edith solamente empeoraron los ánimos entre ellas
.
o  ¡Ah, entonces debes ser la esposa del consejero! – exclamó Edith, tomando las manos de Isabella. - ¡Por un momento, pensé que era tu esposa!

El comentario sacó un suspiro molesto a Isabella, quien me miró con desagrado.

·        ¡Disculpe!... ¿Cómo piensa usted que una mujer como yo…? -empezó Isabella, pero la interrumpí rápidamente, aprovechando la oportunidad de desinflar su desbordante ego.

-         ¡Claro que no! – proseguí cordial, mirando a Isabella a los ojos. – Marisol es mucho más atractiva, sexy, y tiene mucho mejor carácter.

La molestia inicial de Isabella se derritió en varios sentimientos. Por un lado, frustración, al reconocer que, a pesar de su belleza, Marisol la sigue superando. Por otro, entretenimiento, al esquivar mis ojos sonriendo y un leve tinte de rubor en sus mejillas, que podía interpretarse entre vergüenza y agrado, dejando en evidencia que el comentario no le ofendió mucho.

Mientras tanto, la reacción de Madeleine era inequívoca. La quemante intensidad de su mirada traicionaba el odio profundo que sentía por mí. Parecía como si cada palabra que intercambiaba yo con Isabella la llenaba con sed de venganza. Sus manos empuñadas y su mandíbula apretada lo manifestaban con sutileza.

Ø  ¿A quién tenemos aquí? – comentó una profunda voz masculina, que emergió de las espaldas de Edith.

Su figura era imponente. Aunque era un hombre mayor que yo, bordeando los 50 años, su mentón cuadrado endurecía su rostro, dándole una especie de encanto masculino y tosco, que complementado con sus profundos ojos azul claro, le daban una expresión dominante, capaz de encantar e intimidar a la vez. Sus cabellos rubios y arremolinados dejaban ver un estilo de vida activo, como si volviera de una excursión.

Sin embargo, su complexión física robusta y su alta estatura (estimaba yo alrededor de 1.95), junto con el color de su piel bronceado, daban a entender una vida que disfruta del sol australiano. Por último, sus amplios hombros y su postura recta exudaban un aire de confianza y capacidad física.

Su vestimenta, por otro lado, seguía el estilo ejecutivo perfectamente confeccionado a su medida, dándole un aire sofisticado del mundo de los negocios.

Aun así, me resulto muy curioso que, aunque Isabella se alegró brevemente al contemplar a su esposo, este pareció ni siquiera reconocer su existencia, como si su entera presencia le resultase irrelevante. Esta observación me hizo cuestionarme sobre el compromiso de ambos dentro del matrimonio y los motivos reales de Isabella para acompañar a Víctor a la compañía.

Una leve sensación de incomodidad se posó sobre mis hombros, al contemplar la posibilidad que la presencia de Isabella en el vestíbulo del edificio pudo no haber sido accidental. ¿Habrá sido capaz de esperar por mí, a pesar de que solo voy una vez a la semana a la oficina de Sonia?

Ese pensamiento me dejó más intrigado todavía por ella, sin saber bien si era admirable o preocupante. Y bastante inseguro sobre cómo interpretarlo.

o  Él es Marco. Es uno de nuestros mejores empleados. – Me presentó Edith, irritando levemente a Maddie. – Él por sí mismo se encarga de coordinar sobre el 60% de los planes de mantenimiento de nuestras faenas.

Ø  ¡Impresionante! – dijo el hombre, ofreciendo su enorme mano para saludarme, pero mirándome con sus intensos ojos, como si tratara de hipnotizarme.

o  Marco, él es el consejero Víctor. Ha venido a solicitar fondos para la oficina del alcalde.

Ø  Pero cuéntame, Marco. ¿Has participado dentro nuestros procesos democráticos?

Por alguna razón, sentí que intentaba indoctrinarme, por su tono de voz y por los gestos asertivos de sus manos. A medida que conversaba con él, se volvía mucho más claro que él seguía sus propios intereses, tratando de inculcarme su perspectiva. Esto no me agradó, dado que soy de las personas que prefiere establecer un diálogo abierto a imponer opiniones sobre otros.

Le expliqué que tanto yo como Marisol, a pesar de tener la residencia, no nos sentimos con la confianza suficiente para criticar al sistema australiano, dado que lo comparamos constantemente con el de nuestro país y si bien, hay problemas menores, no los encontramos tan graves como para reclamar por ellos.

Al notar mi nulo interés, decidió despedirse de nosotros, puesto que su agenda estaba muy ocupada. Sin embargo, no pude dejar de notar la familiaridad en su conversación con Maddie, donde su mano estaba mucho más abajo y casi rodeando su cintura, gesto bastante íntimo, en comparación con la de Edith, la cual mantenía a distancia someramente de su brazo extendido sobre la cadera. Era difícil ignorar las implicancias, en especial, por el hecho que ni siquiera dirigió una palabra a su mujer.

·        ¡Gracias, Marco! ¡Por todo! –exclamó Isabella, al ver que no le prestaba atención.

Y al extrañarme escucharla por primera vez darme las gracias, sonrió de esa manera tan coqueta como acostumbra…

·        Aunque estaba pensando que… tú y yo, no pasamos mucho tiempo juntos…- empezó de nuevo con su jueguito de manipulación, al tomar una vez más con mi corbata.

-         Es verdad, Isabella. Pero como podrás darte cuenta, yo trabajo…- respondí, con la mera curiosidad por saber a dónde quería llegar ella.

·        ¡Qué malo eres! – prosiguió, poniendo una voz coqueta y malcriada. - ¡He hecho tantas cosas por ti y tú, no has hecho nada!

No pude evitar reírme…

-         ¿Disculpa?

Ella se siguió enfocando en mi corbata, para evitar que la mirara a los ojos…

·        Bueno… no es que haya hecho cosas per se… pero sí te he perdonado muchas cosas… como cuando insultaste a mi hija, por ejemplo… o como en el paseo con el centro de padres, que me dejaste sola e indefensa… o como ahora mismo, que te he presentado a mi esposo.

-         ¡Ay, por favor! – exclamé, ante su descaro. - Sabes bien que nada de eso es verdad, ¿Cierto?

Y en efecto, tuvo el descaro de mirarme a los ojos.

·        ¡Pero si es cierto! ¡A mí, me molestó!... y estaba pensando que… la única manera de perdonarte es… si me invitas a una cita ahora.

-         ¿Cómo? ¿Ahora? – pregunté, mirando mi reloj. Eran casi las 5 y media de la tarde.

·        ¡Sí, ahora! – demandó con energía. - Aprovechando que estamos en el Downtown, tú luces tan apuesto y no tienes nada mejor que hacer.

En realidad, discrepaba del último punto de ella, pero en vista que no me dejaría en paz con esas “supuestas deudas”, no tuve otra opción más que aceptar.

-         ¡Está bien! – respondí, sonriendo por el descaro de ella.

·        ¿De verdad? - Preguntó ella, dando un leve salto de incredulidad.

-         Sí, pero te advierto que no tengo mucho tiempo.

·        ¡No te preocupes! - Sentenció ella, victoriosa. - Una cita conmigo, jamás la vas a olvidar…

En mis adentros, me repetía exactamente lo mismo…

Volvimos a los ascensores y como podrán imaginar por la hora, estos no iban tan vacíos. Están diseñados para 20 personas y a esa hora, (la de salida) sorprendía bastante cómo se iban llenando.

Aprovechamos de acomodarnos en la parte de atrás y a medida que el espacio se iba reduciendo, tomé la oportunidad de manosear su trasero.

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·        ¡Chico malo! ¡Chico malo! –empezó a jadear en voz baja, sintiendo cómo mis dedos subían y bajaban por su surco trasero.

En el piso 12, aproveché a colocarme detrás de ella y esperar que el volumen de personas hiciera lo demás.

En efecto, ya llegando al décimo piso, Isabella empezó a restregar su trasero sobre mi pelvis.

·        ¡Malo!... agh… ¡Malo! ...-suspiraba discreta, contoneándose sobre mi erección.

Pero fue en el piso nueve, el antiguo piso donde estaban mis oficinas, que todo subió de intensidad.

Divisé a Gloria enojada, forzando a las personas para poder entrar. Pero junto a ella, mi buen amigo Nelson quien, con su mayor volumen corporal, se colocó a su lado, haciendo que la presión de la gente apretara más a Isabella contra mí.

·        Aghp…- exclamó ella, a medida que mi izquierda rodeaba su cintura y estimulaba su pelvis, con masajes circulares en torno a su pubis. - ¡Chico malo!... ¡Malo! ...- sentenciaba entre susurros.

Pero en el lento avance y detención del ascensor, aproveché la indiferencia del sujeto a mi derecha para sobar el pecho de Isabella y estrujarlo, apretando el pezón dilatado entre mis dedos.

-         ¿Te sientes bien, putita? – le susurré al oído, notando cómo sus suspiros se hacían más intensos. - ¿Quieres que te haga acabar aquí? ¿Con mis dedos? ¿Frente a todos ellos?

·        ¡Chico malo!... ¡No, por favor!…- replicó ella, débilmente, mientras que mis dedos se daban un festín entre sus piernas.

-         ¿Estás segura? – insistí susurrando a su oído, presionando mis dedos sobre su pelvis. - ¡Puedo hacerte acabar antes de llegar al primero!

Isabella soltó un leve gemido…

·        ¡Por favor! – repitió, aunque creo que lo malinterpreté…

Levanté su falda discretamente con mi izquierda, escondida a la vista del resto y la dirigí directamente hasta su tanga. Como esperaba, la esposa del consejero del alcalde estaba mojadísima y no fue mayor problema aplicar la técnica favorita de Marisol, para introducir mis dedos en su interior.

Empezó a jadear cada vez más, meneándose incesante sobre mi falo. Su pezón entre mis dedos estaba hinchado y duro, por lo que aprovechaba de apretarlo y manosearlo maquiavélicamente.

Llegábamos al tercer piso y mi movimiento de dedos era casi olímpico: mi dedo anular y el del corazón entraban y salían con bastante fluidez, haciendo que se tuviera que contener en sus gemidos.

Y al sonar el timbre del segundo piso, Isabella se corrió: su pelvis convulsionaba alegre sobre mis dedos y creí prudente retirarme para que pudiéramos adecentarnos.

Fue entonces que Isabella soltó un leve suspiro que llamó la atención al sujeto a mi derecha, quien alcanzó a ver cómo soltaba a Isabella de su pecho y apartaba sus nalgas de mi hombría.

Al contemplar la beldad de Isabella, el sujeto quedó con la boca abierta, mientras que ella se reajustaba sus cabellos y la parte de su pecho que estuve manoseando. Divertido por la situación, indiqué al sujeto que guardara silencio, poniendo mis dedos húmedos en mis labios y oliscando por primera vez sus jugos de mujer.

Cuando llegamos al primer piso, Gloria y Nelson ya iban peleados y mi buen amigo seguía a mi antigua secretaria, intentando en vano ponerse en buenos términos.

Pero el sujeto a mi derecha no podía evitar quitarle ojos a Isabella, quien, sabiéndose descubierta, quería que abandonáramos el ascensor cuanto antes.

·        ¿Cómo te atreviste a hacerme eso? - protestó ella, al salir del edificio.

-         Oye, tú fuiste la que insistió a que saliéramos en una cita. – repliqué intransigente.

·        Sí, pero…

-         Entonces, dejémoslo hasta aquí.– le dije simple y llanamente, deteniéndome en mis pasos.

·        ¿Qué?

-         Sí, dejémoslo hasta aquí. –respondí, sin dar mi brazo a torcer. – La primera vez que hablé contigo, te dije que no salgo con mojigatas… y si tú crees que voy a desperdiciar mi preciado tiempo contigo… (enfaticé, mirando el reloj) eres libre para marcharte.

·        Pero Marco…- suplicó, tratando victimizarse de nuevo en vano.

-         ¡No! ¡Ya sabes mis reglas! - me impuse ante ella. – Si quieres salir conmigo, tendrás que seguir mis instrucciones sin protestar.

·        ¡Está bien! – respondió débilmente.

Y aprovechando su sumisión, la agarré de su trasero…

-         Y esto, debes prepararlo. – sus ojos me miraron con terror. – Cuando vuelva de vacaciones, será una de las primeras cosas que querré probar, por lo que tendrás que estar lista,¿Comprendes?

Aunque estaba tensa y asustada, podía notar la sumisión en sus ojos

·        ¡Sí! – respondió, todavía sorprendida por mi cambio de actitud.

-         ¡Buena chica! – la felicité, ya ansiando probar mi recién ganada autoridad sobre ella. – Creo que mereces un par de regalos por tu buen comportamiento…

Le ofrecí el brazo. Isabella estaba muy sonriente. Quién sabe qué iba pensando, pero mis regalos eran muy distintos a los que ella esperaba…

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1 comentarios - PDB 14 Iba de salida… (I)

eltrozo896
Va aflojando la ingerida.
Necesita que le rompan bien el orto.
eltrozo896 +1
* ingreida
metalchono
Sí. De hecho, la mandé con tarea para la casa. Que estés bien