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Capítulo 32.
Arte y Boxeo.
Siara estaba buscando el salón del Club de Arte en los pasillos, por un momento creyó que le habían dado mal las indicaciones. Todos los salones parecían genéricos, nada la llevaba a pensar “acá se hace arte”. Justo cuando estaba a punto de desistir en la búsqueda, vio la inconfundible cabellera de abundantes bucles dorados que solo podía pertenecer a Stefany Lemmens, la profesora de arte.
La interceptó antes de perderla de vista y le dijo:
—La estaba buscando, profe. Vamos a comenzar con la investigación del asunto que nos comentó. Ya llené mi aplicación para el Club de Arte, aunque… le aviso que es temporal. Hasta que el asunto haya sido aclarado. Yelena López Carrera, una de sus alumnas, se sumó a nuestro club de detectives, ella va a colaborar con nosotras.
—Ay… perfecto. Me alegra que se estén tomando el asunto tan en serio. Me tiene muy preocupada. No quiero que esto afecte la integridad del club. Soy de mente abierta; pero que uno de mis alumnos esté usando a su propia madre como modelo para ilustraciones sexualmente explícitas, es algo que no puedo dejar pasar. Vení, te voy a presentar al resto de los miembros del club. Espero que te sientas cómoda durante el tiempo que pases con nosotros.
—Muy bien… ah, una cosita antes de entrar. Intentá que la clase se mantenga como si fuera una más, no hace falta que cambien nada. A mí me interesa ver cómo es el proceso de trabajo que usan siempre.
—Ok, eso me deja más tranquila. Cualquier ayudita extra que necesites, avisame.
El salón de arte era pequeño y discreto. Siara creyó que sería un club muy popular, con decenas de integrantes; pero solo había un pequeño puñado de gente. La mayoría eran mujeres. Diógenes Laiseca, el chico que debían investigar, era el único varón.
El resto del club estaba compuesto por dos chicas que andaban siempre juntas, las había visto varias veces en los pasillos del instituto: Corea Masantonio, delgada, bajita y muy bonita; a Siara le recordó un poco a Candy, la periodista; pero Corea tiene el pelo negro. Y su amiga inseparable, Ludmila Torres.
Ludmila es una chica sumamente llamativa, por empezar, tiene el cabello color caoba, ojos bien grandes y llamativos y, por sobre todas las cosas, unas tetas enormes. A Siara le parecieron aún más imponentes que las de Erika. Era obvio que Ludmila intentaba cubrir su gran delantera de la mejor forma posible, pero cualquier pequeño escote que utilizara, en ella se incrementaba. Y todo parecía quedarle muy ajustado. A la pobre debería costarle conseguir ropa de su talle, porque es delgada, su cuerpo parece bastante menudo; pero esas tetas necesitan mucho espacio.
También estaba Agustina Buteller, una alumna de tercer año que no despertó mucho interés en Siara. Parecía algo tímida, evitaba el contacto visual con casi todos, excepto por una persona: Hilda Mellmann.
Siara sabe bien quién es Hilda. Cursa en 2do D y casi todo el instituto conoce su apellido. Los Mellmann son una familia muy adinerada, y eso no es gran cosa en un instituto donde la mayoría de los alumnos provienen de familias adineradas; pero los Mellmann son los dueños del instituto. Al menos del edificio. Por eso el hall de entrada se lo conoce como el Hall Mellmann. Para poder dictar clases, el instituto debe pagarle grandes sumas de dinero a los Mellmann y por eso Hilda goza de una posición privilegiada. Suelen tratarla como si fuera una princesa. Literal. Hasta tiene su propio baño, para que no tenga que compartirlo con las demás alumnas… y otros privilegios.
El atuendo de Hilda la hace parecer como miembro de la iglesia mormona, a pesar de no serlo. Siempre se viste de forma discreta, sin enseñar ni un milímetro de más, aunque a pesar de eso sigue siendo llamativa. Es rubia, de pelo lacio y flequillo en la frente. Tiene ojos verdes de gata, nariz pequeña y perfecta y labios que son sensuales de una forma sutil, nada pornográfico.
A la clase la completaba Yelena López Carrera, la nueva integrante del club de detectives, que saludó a Siara como si se hubieran visto por primera vez. No querían levantar sospechas de que estaban trabajando juntas en algo.
Durante los primeros minutos Stefany Lemmens demostró su gran carisma para dar clases, hizo que Siara se sintiera una más del grupo y comenzó con lecciones sencillas de trazos básicos y ejercicios para relajar la muñeca. A Siara le gustó que las mesas de dibujos estuvieran dispuestas en un semicírculo, con la profesora en el eje central.
Stefany felicitó a Siara por sus dotes para el dibujo y la firmeza de sus trazos. Siara le recordó que es hija de una famosa diseñadora de moda y que su madre le enseñó a dibujar a temprana edad.
—Ah, si ya tenés conceptos básicos, entonces podemos pasar a algo más complejo —sugirió la profesora.
—Sí, por favor… esto me aburre —dijo Hilda, poniendo los ojos en blanco—. Hagamos algo más interesante.
—¿Y qué se te ocurre? —Preguntó Stefany.
—Em… no sé… ah, Diógenes… ¿no tenías un pequeño proyecto en mente? Eso puede ser interesante.
—Ah, sí… sí… —dijo el chico, como si se hubiera despertado de un profundo letargo—. Hace unos días estábamos charlando con Hilda y Agustina sobre la masturbación femenina… —a Siara se le encendieron todas las alarmas, le resultó curioso que el chico mencionara eso en una clase; aunque más le sorprendió ver que las demás personas no parecían escandalizadas, ni siquiera la propia Ludmila Torres, que tiene fama de ser bastante asexual—. Llegamos a la conclusión de que puede ser algo muy sensual, esteticamente impactante. Creo que podríamos dibujar algo así, si es que alguna modelo se ofrece de voluntaria.
—Mmm… me imagino que para dibujar eso alguien tendría que posar desnuda —dijo la profesora.
—Yo me ofrecería encantada —comentó Yelena—, pero aclaro si hay algo en mí que no es muy femenino que digamos, es lo que tengo entre las piernas.
Esto provocó algunas risas. A Siara le pareció muy lindo que Yelena se sintiera tan cómoda con su peculiar anatomía. También creyó que la profe Lemmens consideraría el asunto una locura; sin embargo dijo:
—Yo no tengo problema en hacerlo, pero quizás sería pedirle demasiado a Siara. Si tiene que dibujar frente a una persona desnuda en su primera clase, quizás ya no quiera volver.
Siara no entendía nada, ¿de verdad Stefany estaba dispuesta a posar sin ropa frente a sus alumnos? Ella no quería interrumpir el normal funcionamiento de la clase, por lo que dijo:
—Si es por mí, no se preocupen. No me molesta para nada ver mujeres desnudas. No se olviden que mi casa está siempre llena de modelos… y no es que las chicas usen mucha ropa que digamos.
—Qué lindo debe ser tener una diseñadora de moda tan famosa como madre —dijo Corea Masantonio—. Le pediría que me diseñara cosas todos los días… y algún diseño para que Ludmila se luzca un poquito.
—Ay, no… yo no quiero esos conjuntos que usan las modelos de Verónica LeClerc, algunas van prácticamente desnudas.
—Bueno, a eso me refiero —dijo Siara.
—Está bien, lo entendemos perfectamente —dijo la profesora—. Bueno, si no es un inconveniente, podemos hacerlo. Ya saben, cuando se trata de modelos presenciales, no intenten copiar cada detalle… busquen generar formas… y movimiento. No hagan imágenes estáticas.
—Eso sí me va a costar un poco —dijo Siara—. Pero haré mi mayor esfuerzo.
Stefany Lemmens se puso de pie y comenzó a quitarse la ropa. A Siara se le subieron todos los colores a la cara. No podía creer que estuviera viendo a una profesora desnudándose dentro del instituto… y lo hacía con una calma impresionante, como si fuera parte normal de la clase. Además Stefany demostró que tiene un cuerpo realmente envidiable: estrecha cintura; pechos firmes, aunque sin ser muy grandes; abdomen plano; piernas tonificadas… y una pequeña alfombra de pelitos, prolijamente recortados, en su pubis.
—Si te sorprende que la profe se lo tome con tanta naturalidad —dijo Corea, como si pudiera leerle la mente—, se debe a que ella es nudista. Le gusta andar sin ropa.
—Es muy cierto —dijo Stefany, con una amplia sonrisa—. Si fuera por mí, andaría todo el tiempo desnuda. Siento que la ropa es una restricción a la libertad. Por eso no tengo ningún problema en posar, cada vez que mis alumnos me lo piden. Me brindan la posibilidad de sentirme yo misma… además de que el cuerpo al desnudo es una verdadera obra de arte.
—Eso lo entiendo —dijo Siara—. Mi mamá siempre busca resaltar los mejores atributos del cuerpo femenino con sus diseños. Ella también ve el cuerpo humano como una pieza de arte digna de estudio.
—Creo que a tu mamá le gustaría mucho esta clase —dijo Corea, con una gran sonrisa—, y a mí me encantaría conocerla.
—Bueno, veré si algún día la puedo invitar. Ella dibuja muy bien, y sé que le agrada el mundo del arte.
Stefany se sentó en su silla, era grande, con un alto respaldar y apoyabrazos a los lados. Toda forrada de cuerina blanca, lo que permitía que su cuerpo se luciera a la perfección.
—Muy bien, ustedes solo díganme qué pose tengo que hacer.
—Deberías abrir las piernas —sugirió Diógenes—. Y poner alguna mano en el centro… como si te estuvieras masturbando.
Para el creciente asombro de Siara, Stefany separó sus piernas, mostrando lo bonitos y perfectos que eran sus labios vaginales. Hasta su clítoris parecía estar diseñado a la medida de ese sexo femenino.
—¿Algo así? —Preguntó, pasando la yema de sus dedos por su vello púbico.
—Mmm… no me convence —dijo Ludmila Torres—. Creo que deberías subir una pierna en el apoyabrazos… y los dedos más cerca de la vagina.
—Eso, hacele caso —dijo Corea—. Ludmila sabe mucho del tema “paja”.
Todos en el salón se rieron, incluso la profesora y la propia Siara, que no pudo evitarlo.
—Ay, no, tarada… no digas esas cosas —Ludmila se cubrió la cara con ambas manos y se ruborizó hasta el infinito—. Van a pensar que soy una pajera.
—Pero si sos una pajera —señaló Corea.
—¡¡No es cierto!!
—Yo sabía que debajo de esa cara de mosquita muerta se escondía algo —dijo Hilda, con cierto desprecio en el tono de su voz.
—Bueno, bueno… acá no estamos para juzgar a nadie —Stefany puso orden en la clase—. Además, la masturbación es una actividad muy sana que todos deberíamos practicar.
Siara vio, con respeto y admiración, como Stefany Lemmens subía su pierna izquierda al apoyabrazos, permitiendo que su concha se viera aún más imponente, y luego acercó dos dedos a ella y los posó sobre los labios. Sus voluminosos bucles dorados enmarcaban de forma perfecta sus tetas. Siara miró de reojo a Yelena, como si le estuviera preguntando si esto era normal. Yelena se limitó a sonreír.
—Así está mucho mejor —aseguró Diógenes.
—Muy bien, pueden empezar a dibujar —dijo la profesora—. Cualquier consejo que necesiten, me lo piden. Y no duden en darme indicaciones sobre la pose, si lo necesitan.
Toda la clase pareció concentrarse a pleno en los trazos de sus grandes hojas de papel. La única que aún estaba algo confundida era Siara, que se limitó a dar trazos generales, centrándose especialmente en la cara y los hombros de la profesora. No se animaba a dibujar nada que estuviera por debajo de su cuello. Los dibujos que Siara había hecho sobre la figura femenina eran muy simples y parecían maniquíes. Nada de detalles. Sobre esos maniquíes jugaba a ser diseñadora de moda, como su madre, y se inventaba los atuendos más estrafalarios.
Después de unos minutos de dibujar en silencio, Hilda hizo una petición:
—Profe, con los dedos así no se ve mucho… ¿se puede hacer algo?
—Mmmm… a ver si con esto queda mejor.
Stefany se acomodó de forma tal que su concha ganara más presencia, tirando su cuerpo para atrás y separando aún más las piernas. Usando dos dedos abrió sus labios vaginales. Siara quedó impactada al estar viendo el interior de la concha de una profesora en plena clase. Esto sí que no se lo esperó cuando decidió formar parte de esta clase.
—Mucho mejor —dijo Hilda, con una gran sonrisa—. Aunque se ve algo artificial. Es decir, no seré una experta en masturbación, como Ludmila —se escuchó un chillido ahogado proveniente de la aludida—, pero sé muy bien que cuando una mujer se masturba, no lo hace así.
—Ah… ya veo. ¿Ustedes quieren algo más… real? —Preguntó la profe.
—Sí, cuando la hicimos posar a Agustina se vio todo más real —dijo Diógenes—, y funcionó muy bien.
—Uf… preferirían que se olviden de ese día —dijo la aludida.
Siara se fijó en Agustina Buteller, no podía imaginar a esa chica desnuda. Parecía tan… simple, sin gracia, tan… normal. Aunque quizás, debajo de esa ropa pasada de moda se escondiera un cuerpo sensual. Podría ser… Siara se preguntó qué habría tenido que hacer Agustina durante esa clase… y cómo lograron convencerla de posar desnuda. Esas eran respuestas que tendrían que esperar a su debido momento.
—Bueno, vamos a aportarle un poco de realismo a esto.
Acto seguido, Stefany Lemmens comenzó a acariciar su vagina, al principio lo hizo con suavidad, casi como si fuera un movimiento mil veces ensayado para una performance en vivo. Luego esos toqueteos se volvieron un poco más… explícitos. Atacaron el centro de la concha y claramente comenzaron a humedecerse. “¿Se va a hacer una paja frente a sus alumnos?”, pensó Siara, incrédula. Una vez más buscó apoyo en Yelena y ésta le respondió con otra sonrisa, como si le dijera: “Calma, esto es normal”.
—Recuerden, cuando tienen que dibujar algo que está en movimiento, es importante que capten ese movimiento. —Indicó Stefany—. Aporten al dibujo los efectos de movimiento que crean necesarios, no intenten copiar un solo momento específico, sino les costará mucho enfocarlo… y la obra les va a quedar estática. Y no hay nada más aburrido que un dibujo estático.
Uno de los dedos de la profesora se introdujo en su concha y salió rápidamente. Tan rápido que a Siara le costó determinar si lo que había visto fue real o producto de su imaginación; pero luego lo volvió a ver por segunda vez… y después hubo una tercera, hasta que le quedó claro que Stefany Lemmens se estaba metiendo los dedos en la concha frente a sus alumnos.
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Para Erika entrar a un gimnasio de boxeo era como para un analfabeto entrar a una biblioteca. Pocas cosas están más lejos de su mundo y de su forma de ser. Erika no es capaz de levantar una mano ni siquiera contra una mosca. No es capaz de entender cómo puede haber gente que disfrute de darse trompadas en un cuadrilátero.
Sin embargo Xamira se sentía en su salsa, ella entró con su bolso deportivo, unas calzas bien ajustadas y un top que le marcaba mucho los pezones, como si estuviera anunciando al mundo: no me voy a poner corpiño, vine a entrenar, necesito estar cómoda.
Erika, por el contrario, si se había puesto un sostén deportivo, ella lo necesitaba, quisiera o no; de lo contrario sus grandes pechos empezarían a rebotar para todos lados. Pero ella aún no se había vestido, recién estaba saliendo de su última clase y fue directamente a los vestuarios, a darse una ducha.
Fue un gran alivio para ella que no hubiera nadie más en ese momento. Se puede pajear junto con sus amigas; pero aún no se siente tan cómoda desnudándose frente a desconocidos.
Salió de bañarse y se estaba cambiando cuando descubrió, horrorizada, que el corpiño deportivo no estaba.
—No puede ser… estoy segura que lo guardé acá antes de salir de casa.
Estaba tan segura que solo podía haber una explicación: alguien se lo había robado. Esto la enfureció mucho, pero no tenía tiempo para perder con un detalle como ese. Se puso el top lo mejor que pudo y la calza, se miró al espejo y le pareció que sus pechos llamaban demasiado la atención, el escote era más grande de lo previsto. “Espero que esto no me traiga problemas”, pensó
Al regresar al gimnasio se encontró a Xamira en el cuadrilátero, estaba apoyada en una esquina mientras charlaba con Fermín y dos de sus amigos. Erika se alegró de no tener que hacerse cargo de ese asunto. Habían acordado que sería Xamira la que entablara conversación con ellos. Debían averiguar de qué forma Fermín violaba las normas del gimnasio y cómo usar esto para que lo expulsaran del club de boxeo. Sabían que sería un caso muy arriesgado; pero al mismo tiempo era un gran desafío que las tenía muy entusiasmada.
La tarea de Erika consistía en sacarle más información a la persona que les ofreció el caso: Aldana Bengoechea, la vasca.
—¿Ya terminaste de acicalarte, tetona? —le dijo en cuanto la vio llegar.
—Me robaron el corpiño.
—No es mi problema. Eso plantealo con el guardia de seguridad de la puerta. Te voy a dejar las cosas en claro desde el principio: me caés mal, me parecés una boluda y la única razón por la que tolero que estés acá es porque formás parte de ese clubcito de detectives. Pensé que mandarían solamente a Xamira, no entiendo por qué vos también tuviste que venir.
—Trabajamos mejor ayudándonos entre nosotras.
—Ya, ya… como sea. En fin, vos estás en período de prueba, eso significa que podés probar el club durante unos días sin necesidad de inscribirte. Pero… no te podés quedar de brazos cruzados. Vas a entrenar, como todos los demás.
—Sí, sí… eso lo entiendo.
—Muy bien, te veo muy floja de brazos… y piernas.
—Tengo piernas anchas —dijo Erika, mirándolas.
—Sí, pero esas piernas de actriz porno acá no te van a servir de nada. Necesitas tonificar los músculos. Vamos a empezar con algo de salto de cuerda.
—Ay, genial… eso sí lo puedo hacer.
La vasca puso los ojos en blanco. Se fue a un rincón del gimnasio, acompañada por Erika, y le dio una cuerda para saltar. Luego se paró frente a ella, con los brazos en jarra.
—Dale, empezá… a ver qué podés hacer.
—Soy muy buena saltando la cuerda. De chica jugaba mucho con esto.
—A ver, Teletubbie, esto no es como cuando vos eras chica. Acá tenés que mantener un ritmo alto, constante. De lo contrario no sirve de nada.
—Voy a intentar hacerlo lo mejor posible.
Erika empezó con saltos simples, de calentamiento. Necesitaba encontrar ese flow que le permitía coordinar el movimiento de la cuerda con los saltos. Poco a poco lo fue logrando y el ritmo aumentó. Con esto, sus pechos comenzaron a rebotar.
—A mí me parece que no te pusiste corpiño para mostrar cómo te rebotan las tetas, pechugona.
—No, no… te juro que lo traje. Estoy segura.
—Sí, sí… claro. Bien que te debe gustar que la gente te mire las tetas… por eso siempre andás con escotes gigantes.
Erika no recordaba muchos “escotes gigantes”, de hecho la manía de usar escotes la fue adquiriendo en las últimas semanas, sin saber muy bien por qué. Aunque distaban mucho de ser “gigantes”. Prefirió cambiar de tema, sin dejar de saltar.
—¿Qué es exactamente lo que hace Fermín que te irrita tanto?
—Mmmm… para empezar, se adueña del cuadrilátero. Nadie puede subir sin su permiso.
—Xamira pudo subir.
—Sí, pero mirá cómo la tienen rodeada. —Fermín y dos de sus amigos estaban de pie frente a Xamira, con los brazos cruzados. Ella estaba relajada, en el rincón, con las manos en las cuerdas—. La están interrogando. Están decidiendo si le permiten quedarse en el cuadrilátero o no.
—¿Hay algo más que hagan para molestar? —Preguntó Erika, su respiración ya se estaba agitando, sus tetas no paraban de rebotar y sus pies se movían ágilmente.
—Básicamente es todo lo mismo. Él y sus amigos se creen los dueños del gimnasio. Hacen lo que quieren, y a veces incluso echan a la gente del establecimiento… ya te digo, como si fuera de ellos. Hey… así no vas a conseguir nada. Tenés que saltar más rápido…
—Ok, lo voy a intentar… uf… esto ya es más difícil —la soga empezó a moverse más rápido y Erika pudo sentir cómo los músculos de sus piernas comenzaban a quemar. Llevaba tiempo sin hacer ejercicio con esta intensidad—. Entrenar con vos me recuerda al anime Hajime No Ippo.
—¿Qué? ¿Acaso me estás comparando con Ippo?
El tal Ippo en cuestión era el protagonista de un anime de boxeo, muy popular en Japón. Era muchacho de cabello negro, cejas anchas y brazos fibrosos.
—No, no… no dije eso. Aunque… te parecés un poco.
—¿Estás insinuando que parezco un tipo? —Una vena se hinchó en la sien de Aldana Bengoechea.
—No, claro que no…
Erika admiró a la vasca. Tenía un cuerpo que, desde lejos, se podría confundir con el de un hombre. Ni siquiera tenía mucho busto. Estaba muy tonificada: brazos, piernas y abdominales marcadas. Llevaba el pelo corto y tenía una mirada dura, desafiante. Su espalda ancha también ayudaba a incrementar esa imagen masculina. Quizás su rasgo más femenino eran sus nalgas. Las tenía bien redondas, bien formadas… podrían ser la envidia de cualquier mujer que soñara con tener un buen culo.
—Si seguís saltando así, se te va a salir una teta —dijo la Vasca—. Y creo que ya entiendo por dónde viene la cosa. Vos pensás que soy una machona… quizás hasta hayas asumido que soy lesbiana. Por eso venís a hacerte la putita conmigo, a mostrarme todas las tetas.
—No, Aldana… nada que ver. Te juro que no pensé eso.
—¿Te creés que soy boluda? Y te aclaro una cosa: no soy ninguna tortillera, y si lo fuera, no buscaría a una mina tan pelotuda como vos… sin importar de qué tamaño tengas las tetas. ¿Está claro?
—Sí, sí… muy claro. Perdón si me expresé mal, no era mi intención.
—Y saltá más rápido, carajo —exclamó, con tono autoritario—. Dale, a ver… mostrame cómo rebotan esas tetas.
Los pechos de Erika saltaban con cada vez más violencia, amenazando con quedar fuera del top que se encargaba de sujetarlas, a duras penas. Entre tanto rebote, una de sus tetas logró escaparse. Su pezón rosado quedó completamente a la vista… aunque nadie estaba mirando en dirección a ellas. Pero la vasca lo notó.
—¿Ves? Eso es lo que estabas buscando. ¿Tu noviecita sabe que viniste a hacerte la putita conmigo?
—¿Qué noviecita?
—¿Quién va a ser? La LeClerc, la que anda todo el día con vos. Bien que se deben reventar entre ustedes… pero ya te aclaré que conmigo no vas a conseguir eso.
—Yo no intento… em… ¿puedo parar? Así me acomodo…
—No, seguí. Vos querías mostrar las tetas, ahora seguí.
Erika siguió saltando lo más rápido que su cuerpo le permitió, sus tetas no paraban de sacudirse, en especial la derecha… la que había logrado escapar. Y quizás la teta izquierda se sintió muy sola dentro del top, por eso también decidió salir y unirse a su compañera.
—Uy… mirá cómo rebotan esas tetas. Parecen de goma —dijo Aldana Bengoechea, con una risa socarrona—. Se nota que te gusta calentar pijas… y conchas.
La vasca giró la cabeza y vio que uno de los amigos de Fermín estaba girando la cabeza en dirección a ella. Se acercó más a Erika y quedó atrapada por la soga. Las dos mujeres quedaron pegadas, la una a la otra, casi como si fueran a besarse. Erika abrió mucho los ojos, no entendía nada.
—Ahora sí, tapate las tetas. No quiero que ese pajero te vea así.
—Ah, ok… ok… gracias.
—Hay que tener cuidado con estos tipos. Ven un buen culo o un buen par de tetas, y se descontrolan. A veces hasta se cogen a alguna de las alumnas en el vestuario.
—Y me imagino que eso va contra las reglas…
—Sí, pero no intentes hacerlos caer por ese lado. Vas a tener que buscar otra cosa.
—¿Por qué?
—Porque sí… porque solo te vas a meter en quilombos. Haceme caso.
Erika volvió a meter sus pechos dentro del top. Su respiración agitada hizo que las tetas se pegaran a las pequeñas protuberancias del pecho de la vasca.
—Sí, ya sé —dijo ésta, como si Erika hubiera dicho algo—. Yo no tengo nada de tetas. No hace falta que me restriegues de esa manera.
—Perdón, solo me estaba acomodando.
—Sí, sí… como sea. En fin, vamos a hacer alguna rutina para fortalecer los brazos.
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Al finalizar la clase Siara se quedó en el salón para tener unas palabras con la profesora Stefany, la cual aún seguía desnuda. Siara pensó que se cubriría con una bata o algo parecido; pero no lo hizo. Se sentó en el centro del salón con total naturalidad. “Cierto que es nudista”, pensó Siara.
—¿Qué te pareció tu primera clase? —Preguntó la profesora, con una cálida sonrisa.
—Muy buena, la pasé realmente muy bien, a pesar de que estaba analizando un poquito lo que ocurría.
—¿Y ya pudiste sacar algunas conclusiones?
—No, es demasiado pronto para eso. Pero sí se me ocurrió algo que podría favorecer la investigación. Vi que a veces los alumnos se reúnen fuera del horario escolar para hacer trabajos en conjunto.
—Así es. Me gusta que las actividades del club sigan más allá de estas cuatro paredes.
Stefany subió uno de sus pies a la silla, lo que dejó su concha tan expuesta que parecía que estuviera esperando a que la penetraran. Siara notó este detalle y se movió incómoda en su asiento. Logró calmarse al repetirse mentalmente que para Stefany debía ser completamente normal quedarse sin ropa frente a la gente, no la incomodaba en absoluto… ni siquiera aunque la concha le quedara abierta.
—Muy bien, entonces deberías asignarme un trabajo con Diógenes… y de ser posible, que nos acompañe Yelena. Así podemos conocerlo mejor. Lo ideal sería que nos juntemos a hacer el trabajo en su casa. Me gustaría hablar con su madre, en persona.
—Esa es una buena idea. Lo voy a dejar dicho en el grupo de whatsapp del club, así no pierden tiempo y empiezan a planificar todo.
—Genial, cuanto antes lo hagamos, mejor. Por cierto, muy buena clase. La pasé realmente bien, a pesar de que no soy tan fanática del arte.
—Me alegra mucho oír eso. Ojala decidas quedarte más tiempo, aunque ya se haya resuelto el asunto de Diógenes.
—Mmm… puede ser, lo voy a pensar.
Siara se despidió de la profesora Stefany, ella se quedó muy tranquila, acariciando su concha en la silla. A Siara le pareció que cuando ella se marchara, Stefany se haría una buena paja. Le pareció que esa mujer estaba un poco loca; pero le caía bien. Le resultaba simpática.
“Es una loca linda, como Erika”.
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Erika y la vasca se ejercitaron juntas durante casi una hora. Hicieron rutinas para brazos, piernas y espalda. Erika terminó suplicando que se detuvieran, porque ya no daba más. Juntas se encaminaron hasta los vestuarios. Erika vio de reojo como Xamira seguía entrenando, dándole duros golpes a una bolsa de boxeo, mientras uno de los amigos de Fermín la sostenía. Al parecer ella había logrado su objetivo.
En cuanto entraron al vestuario Aldana Bengoechea comenzó a sacarse la ropa. Erika la miró boquiabierta. Pudo ver cómo se marcaban los músculos de su espalda y, de frente, sus tetas daban la impresión de estar convirtiéndose en pectorales masculinos. Cuando se quitó el pantalón Erika se sorprendió, por un segundo creyó que vería un imponente pene venoso, en cambio pudo comprobar que Aldana tenía vagina. Aunque se tratase de una vagina… poco femenina, si es que el término no suena demasiado contradictorio. La zona púbica de la vasca estaba bien musculada y definida, también completamente depilada, como si allí nunca hubiera crecido vello púbico.
—¿Qué tanto me mirás la concha, nena? ¿Acaso te gusta lo que ves?
—Eh… no, no…
—¿No te gusta? —Aldana frunció el ceño.
—Em… perdón, no me refería a eso… es que… no te estaba mirando la concha de esa manera. Solo me sorprendió lo tonificado que tenés el cuerpo. Xamira estaría orgullosa de vos, a ella también le gusta marcar músculos, como hacés vos.
—Mmm… sí, me imagino que esa flaquita debe tener tremendo cuerpo. De por sí ya tiene un culazo precioso.
—Bueno, le voy a decir que vos pensás eso de ella.
—No, no… que va a creer que soy tortillera. No lo dije de esa manera.
—Lo sé, entendí por qué lo dijiste. Xamira es linda. Vos también lo sos.
—Ajá… ojo con la forma en que me mirás, ya sabés que conmigo no vas a conseguir nada. ¿Y qué esperás? A ver esa concha… ¿o acaso pensás bañarte con la ropa puesta? Hace un rato estuviste mostrándome todas las tetas, ¿me vas a decir que te da vergüenza?
—No, no… ya me quito todo.
Erika se desnudó en un segundo, si la vasca ya estaba desnuda, entonces no le importaba demasiado. Podía estar sin ropa frente a una chica, si ella estaba igual. Comenzaron a ducharse normalmente, una junto a la otra. Erika no podía evitar mirar de reojo a la vasca, y notó que ella también la estaba mirando.
—¿No te duele la espalda? —Preguntó Aldana—. Digo… con semejantes tetas… tenés que cargar mucho peso.
—A veces molestan un poco; pero ya me acostumbré.
—Te va a parecer una boludez, pero yo siempre quise tener tetas como esas. —De pronto Erika se dio cuenta que la vasca había bajado la guardia, estaban teniendo una conversación más típica de dos amigas de confianza. Decidió que era un buen momento para hacer las paces.
—No creo que necesites tener más tetas. Lo que te falta por delante, lo compensás por detrás. Tenés un culazo, como el de Xamira… o quizás mejor.
—Mirá quién lo dice… no me halagues el orto, porque el tuyo es gigante y sé que yo no tengo tanto —una de las manos de la vasca se cerró sobre la nalga derecha de Erika y apretó con fuerza—. Eso sí, lo tenés muy blandito, te falta tonificarlo.
—Vos tenés mejor culo que yo. Cuando el amigo de Fermín miró para donde estábamos nosotras, no fue por mis tetas. Él ni siquiera podía verme, vos me tapabas. Lo que miraba era tu culo. Y creo que ahora entiendo por qué no querés que use en su contra ese temita de que se cogen a las alumnas en los vestuarios.
—¿Qué estás insinuando, tetona?
—¿Vos hiciste algo con Fermín? ¿O con alguno de sus amigos?
La cara de la vasca se transformó otra vez y pasó a ser la imagen viva de la furia. Empujó a Erika y ésta quedó con la espalda contra la pared, para no chocar de frente. Allí fue arrinconada por Aldana, quien le puso una mano en el hombro y la sostuvo contra la pared.
—Mirá, boluda… vos tenés una cara de putita que te delata. Quizás vos seas la trola que se cogen en los baños —dijo la vasca—. A mí no me metas en tus fantasías.
—No creo que sea una fantasía. Si querés que echen a Fermín, lo más fácil es demostrar que tiene sexo en el vestuario con otras alumnas. El único motivo por el cual vos no querrías que algo así pase, es porque vos fuiste una de esas alumnas.
Los ojos de la vasca se inyectaron de sangre. Erika se sobresaltó al sentir algo duro hundiéndose en su concha. Le llevó una fracción de segundo darse cuenta de que se trataban de dos dedos.
—Vos estás re abierta y mojada —le dijo Aldana, mientras hurgaba en el interior de su sexo—. A mí me parece que vos sos la que tiene ganas de que se la cojan en el vestuario. ¿Acaso te gusta Fermín? ¿Le viste la pija y se te hizo agua la concha?
—Yo no quiero hacer nada con Fermín… ay… despacito, que me duele. Así no se toca a una dama. Ay…
—Vos no sos ninguna dama, tetona. Sos tremenda putita, se te nota en la cara y en cómo parás las tetas todo el tiempo. —La mano que estaba en el hombro se aferró a uno de los pechos de Erika, con fuerza.
—Auch… sé que estás enojada conmigo. Sé que no te caigo bien. Pero solo intento ayudar, y para eso necesito saber la verdad. Ay… despacito. —Los dedos de la vasca subían y bajaban, como si la estuviera masturbando—. Estoy segura de que el amigo de Fermín se estaba fijando en vos…
—Mentira. Los hombres no me miran de esa forma. Creen que soy uno más de ellos. A la que miraba era a vos. No se quería perder estas tetazas rebotando fuera del escote —estrujó la teta con más fuerza y hundió más los dedos en la concha—. Si te vieran así, toda desnudita, mojada y con la concha abierta, te pegarían tremenda cogida… sin dudarlo. Te llenarían de leche todos los agujeros. Eso sí que sería lindo de ver. Me muero por saber cómo te quedaría el orto abierto y chorreando leche. Estás para que te cojan toda la noche, tetona putita.
—Ay, no… no soy ninguna puta… ni creo que vos lo seas —la mano derecha de Erika bajó hasta la entrepierna de la vasca y comenzó a acariciar sus labios vaginales.
—¿Pero qué hacés?
—Te muestro cómo se toca a una mujer, sin hacerle doler… porque no me gusta la forma en que me estás metiendo los dedos. Hacelo así, con más suavidad —dos de sus dedos penetraron a la vasca. Ella soltó un agudo gemido y su cara se puso roja. Quedó con los ojos muy abiertos.
—Pará, flaca… estás entendiendo todo mal. No te me pongas tortillera ahora…
—Nada de eso. Solo intento enseñarte buenos modales. ¿Ves? Así se siente mejor… despacito, con calma.
La vasca se quedó anonadada ante el tratamiento vaginal que le estaba proporcionando Erika y sin darse cuenta comenzó a imitarlo. Sus dedos se movieron más despacio en la concha de la tetona y luego de unos segundo las dos se estaban tocando de la misma manera. Con calma, suave, pero con un gran énfasis en el clítoris, donde usaban sus pulgares.
—Mmm… eso… así, mucho mejor —aseguró Erika—. Si querés podemos llevarnos bien.
—Yo no…
—Y no lo digo en sentido lésbico. No te estoy tocando porque quiera coger con vos, ni pretendo que vos quieras hacerlo conmigo. Te toco para que sepas que podés confiar en mí, podés contarme lo que sea. Jamás se lo voy a contar a nadie.
Aldana estaba como hipnotizada, su cuerpo estaba cediendo ante los toqueteos expertos de Erika y encontró cierta paz en tocarla a ella.
—Tenés linda concha —dijo Erika—, es muy suavecita —soltó una risita—. Podés ser muy dura por fuera; pero por dentro sos suave, blandita… y calentita.
—Mirá quién habla. Más calentita que mi concha está la tuya. Se me están quemando los dedos. No me extraña que los pibes del instituto estén re calientes con vos, tetona. Se morirían de envidia si supieran que yo estoy tocando semejante argolla. —Hundió los dedos tan adentro como pudo y los dejó allí mientras con el pulgar frotaba el clítoris—. Es… preciosa. Lo digo en serio. Y eso me da un poco de bronca, ¿sabés? A mí me gustaría tener una concha tan linda como la tuya… un culo como el tuyo, unas tetas como las tuyas… y una carita tan bonita como la tuya. Pero soy así. Parezco un tipo.
—Quizás tengas el cuerpo muy tonificado, y eso te de rasgos masculinos; pero tenés una cara muy linda. Estoy segura de que con un poco de maquillaje y un lindo vestido llamarías muchísimo la atención.
—Me sentiría un payaso con la cara maquillada —Aldana volvió a bajar la guardia y se permitió disfrutar de los toqueteos incesantes de Erika—. Dios… sos buena en esto, la puta madre.
—Me gusta hacerme la paja, tengo mucha práctica.
—Y me imagino que habrás practicado con Siara.
—Mmm… puede ser. Te lo cuento si vos me contás la verdad sobre Fermín.
Hundió sus dedos en la concha de la vasca y movió más rápido el pulgar, con esto logró hacerla gemir de placer. La vasca respondió sobándole la teta con más ganas.
—¿Sabés qué otra cosa me da bronca de vos? —Preguntó la vasca—. Que mencionaste Hajime No Ippo… y es mi anime favorito.
—Ay… dios… yo amo el anime. Mucho muy mucho… y me encanta Ippo. Mi escena favorita es cuando…
—No quiero saberlo.
—¿Por qué no?
—Porque tengo miedo de que sea MI escena favorita… y me la arruinarías.
—Ufa… está bien. Aunque es una pena que no podamos hablar de Hajime no Ippo, me hubiera encantado intercambiar opiniones con vos.
—Será en otro momento. Todavía tengo que prepararme mentalmente para eso. Ah, por cierto… si se lo contás a alguien, te juro que te mato —amenazó Aldana.
—Te prometo que nadie más se va a enterar. Ni siquiera mis amigas. Esto queda entre vos y yo.
—Muy bien… como te imaginarás, los hombres no suelen mirarme de la misma forma que te miran a vos. Me tratan como si yo fuera un tipo más dentro del grupo de amigo. Ni siquiera me hacen comentarios zarpados y hablan de “las mujeres” como si yo no formara parte de ese club. Un día me enojé con Fermín, por su actitud tan pedante y por creerse dueño del gimnasio… pensé que terminaríamos peleando. ¿Pero sabés qué hizo? Se bajó el pantalón… estábamos acá mismo, en este vestuario. Me dijo: dale, vení… dale una probadita. Sé que te va a gustar.
>Al principio pensé que lo decía solo para humillarme. Él insistió y me dejó en claro que solo quería hacer las paces conmigo… y que desde hacía rato que tenía ganas de cogerme. Eso… me impactó muchísimo. Nunca un hombre se me había ofrecido de esa manera, mucho menos uno tan lindo como él… y dios, la pija que tiene. Si la vieras, se te moja la concha al instante. Te lo juro.
—No creo que me pase. En fin, no importa, seguí contándome.
Mientras hablaban, sus dedos no dejaban de moverse en la concha de la otra.
—Al final no me pude resistir. No te voy a mentir, Fermín me cae mal; pero mil veces fantaseé con chuparle la pija, en especial después de ver como una de las putitas del instituto se la chupaba. Yo quería hacer lo mismo… y ese día pude darme el gusto. No lo dudé más, me arrodillé y me la comí toda. Se le puso recontra dura y eso me hizo sentir más mujer que nunca.
—Qué lindo, debió ser un momento muy importante para vos.
La vasca sonrió con calidez por primera vez frente a Erika.
—Gracias. Sí, fue un momento muy especial. Por cierto… perdón si a veces te trato un poquito mal. Es que vos… carajo, sos tan linda que me da bronca. Me dan ganas de arrancarte estas tetas, y ponérmelas yo.
—Por favor, no me arranques las tetas. Tocalas todo lo que quieras, siempre y cuando las dejes donde están.
—Si yo tuviera tetas como ésta, me las tocaría todo el tiempo… y dejaría que la gente me las manosee. Son muy… apachurrables. —Aldana se movió sin pensarlo, puso la teta derecha de Erika frente a su boca y le dio un chupón al pezón, luego comenzó a lamerlo. Los movimientos de los dedos en ambas conchas se aceleraron aún más—. Y muy chupables… —Volvió a darle varias lamidas y chupones. Se prendió a esa teta como si quisiera sacar leche de ella. Cuando la soltó, dijo—. Si le contás a alguien que te chupé una teta, te mato.
—Quedate tranquila, no voy a contar nada de lo que hagas hoy, o de lo que me cuentes.
—Tampoco quiero que creas que soy tortillera. Eso lo hice porque… bueno, porque quería saber qué se sentía chupar una teta como ésta. Para saber si vale la pena tenerlas así.
—¿Y cuál es el veredicto?
—Que sí. Está buenísimo. Chuparla se siente realmente bien. Si yo tuviera estas tetas, dejaría que mis amigos y amigas me las chupen.
—A veces dejo que Siara me las chupe… y a veces yo se las chupo a ella. Aclaro que no es mi novia. Solo somos amigas. Creo que ahora lo podés entender mejor.
—Mmm… puede ser, sí. Debe ser re zarpado verlas a ustedes chupándose las tetas. Disculpá que yo no tenga mucho para ofrecer.
Erika se lanzó sobre uno de los pechos de Aldana y comenzó a chuparlo de la misma forma que ella lo había hecho con su teta. Las dos acompañaron esta acción con una paja mutua bien intensa.
—Uy… dios… hasta en esto sos buenísima. Te odio, Erika. Me estás haciendo calentar… y no de la forma en que quiero que me calientes.
Erika sacó los dedos de la concha de la vasca, lamió los jugos vaginales que habían quedado allí, y luego los volvió a meter.
—¿Estaba rico? —Preguntó Aldana, con una sonrisa.
—Sí, muy rico.
La vasca repitió la acción, lamió sus dedos con los jugos vaginales de Erika y dijo:
—Vos también la tenés muy rica… y estoy segura de que es más rica. Porque yo ya me chupé los dedos mientras me hago la paja… y, la puta madre, no puede ser que tengas la concha mucho más rica que la mía. Que odio me da. Hasta en eso me tenés que ganar.
Sin previo aviso, Erika metió los dedos en la boca de la vasca, para darle de probar sus propios jugos. Ella se prendió a chupar, con los ojos cerrados. Después hizo lo mismo, metió sus dedos dentro de la boca de Erika y las dos se quedaron allí, muy quietecitas, chupando los dedos de la otra.
Después de unos segundos de disfrute, Erika dijo:
—Contame qué más pasó con Fermín. Me imagino que no quedó todo en una chupada de pija.
—No, claro que no. Después de que se la chupé un rato me pidió que me pusiera en cuatro, sobre uno de los bancos del vestuario. Lo hice, creyendo que me la iba a meter por la concha; pero no… tenía otros planes para mí. Se lubricó bien la pija con saliva y empezó a metérmela por el orto.
Las dos mujeres volvieron a masturbarse mutuamente.
—Uy… eso debió doler.
—Sí, mucho… en especial porque yo no tenía mucha experiencia con el sexo anal.
—¿Nunca te la habían metido por el culo?
—¿Una verga real? No. Solo… em… consoladores.
—Ah, bueno, por lo menos ya habías practicado con algo.
—Sí, pero no con algo tan grande como la pija de Fermín. Sin embargo, tenía tantas ganas de probar su verga, que ni me importó. Incluso le pedí que insistiera, que empujara hasta que pudiera metermela toda, hasta el fondo. Quería que me rompiera el culo.
—¿Eso te hizo sentir más mujer?
—No exactamente… y es que mientras Fermín me la estaba metiendo, llegó uno de sus amigos: Joaquín Brunardi.
—El Joaco.
—Ese mismo. Y el rubiecito este empezó a reírse de mí. Dijo: “Parecés un puto al que le están rompiendo el culo”.
—Uy… ¿Y cómo te hizo sentir eso?
—Como un puto al que le están rompiendo el culo.
—Oh… qué mal.
—Sí, y lo peor de todo era que, a pesar de la humillación, yo quería seguir disfrutando. Dejé que me humillaran a cambio de un poco de placer sexual, aunque fuera placer anal.
— ¿Y de verdad te dio placer que te la metieran por el culo? Me refiero a placer físico.
—Sí, y mucho… es que Fermín podrá ser un pelotudo, y un hijo de puta; pero… coge re bien. Demasiado bien. Me volvió loca con su pija. Tanto que cuando le pidió al Joaco que sacara la verga y me la diera de comer, no me negué. Es más, hasta disfruté tener para mí las vergas de dos de los pibes más lindos del instituto. Sé que muchas mujeres fantasean con coger con ellos, y yo me di el gusto de hacerlo. Fermín me dio por el culo durante un largo tiempo… y Joaquín me metió la pija hasta el fondo de la garganta y luego me llenó la cara de leche. Así quedé, toda acabada en la cara… y en el culo. Algo humillada; pero feliz de haber conseguido un momento sexual que pueda recordar cuando me hago la paja.
—¿Fue tu primera vez?
—No, ya había probado pija. Aunque no de a dos a la vez. Sí fue mi primera vez por el culo, como te comenté… y no fue la última.
—¿Hubo más?
—Sí, pero ahora no quiero hablar de eso.
—Ok… ahora entiendo por qué no querés que use este tema para que expulsen a Fermín. Tenés miedo de que le cuenten a todo el mundo que vos también fuiste una de las que se cogieron en el vestuario.
—Sí, por eso prefiero que busquen otra alternativa.
—Está bien, vamos a buscar otra forma. Y quedate tranquila, no le vamos a contar a nadie.
La vasca sonrió y luego se animó a darle un rápido beso en la boca.
—Hasta tus labios son más lindos que los míos. Te odio tetona. De verdad. Me da mucha bronca que seas tan linda.
Después de esto se separaron y dejaron de tocarse. Terminaron de vestirse, y charlaron de trivialidades, como si fueran viejas amigas. Se vistieron y cada una tomó su propio rumbo.
Las dos se masturbaron en cuanto llegaron a sus casas, sin saber que la otra también se estaba tocando.
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Capítulo 32.
Arte y Boxeo.
Siara estaba buscando el salón del Club de Arte en los pasillos, por un momento creyó que le habían dado mal las indicaciones. Todos los salones parecían genéricos, nada la llevaba a pensar “acá se hace arte”. Justo cuando estaba a punto de desistir en la búsqueda, vio la inconfundible cabellera de abundantes bucles dorados que solo podía pertenecer a Stefany Lemmens, la profesora de arte.
La interceptó antes de perderla de vista y le dijo:
—La estaba buscando, profe. Vamos a comenzar con la investigación del asunto que nos comentó. Ya llené mi aplicación para el Club de Arte, aunque… le aviso que es temporal. Hasta que el asunto haya sido aclarado. Yelena López Carrera, una de sus alumnas, se sumó a nuestro club de detectives, ella va a colaborar con nosotras.
—Ay… perfecto. Me alegra que se estén tomando el asunto tan en serio. Me tiene muy preocupada. No quiero que esto afecte la integridad del club. Soy de mente abierta; pero que uno de mis alumnos esté usando a su propia madre como modelo para ilustraciones sexualmente explícitas, es algo que no puedo dejar pasar. Vení, te voy a presentar al resto de los miembros del club. Espero que te sientas cómoda durante el tiempo que pases con nosotros.
—Muy bien… ah, una cosita antes de entrar. Intentá que la clase se mantenga como si fuera una más, no hace falta que cambien nada. A mí me interesa ver cómo es el proceso de trabajo que usan siempre.
—Ok, eso me deja más tranquila. Cualquier ayudita extra que necesites, avisame.
El salón de arte era pequeño y discreto. Siara creyó que sería un club muy popular, con decenas de integrantes; pero solo había un pequeño puñado de gente. La mayoría eran mujeres. Diógenes Laiseca, el chico que debían investigar, era el único varón.
El resto del club estaba compuesto por dos chicas que andaban siempre juntas, las había visto varias veces en los pasillos del instituto: Corea Masantonio, delgada, bajita y muy bonita; a Siara le recordó un poco a Candy, la periodista; pero Corea tiene el pelo negro. Y su amiga inseparable, Ludmila Torres.
Ludmila es una chica sumamente llamativa, por empezar, tiene el cabello color caoba, ojos bien grandes y llamativos y, por sobre todas las cosas, unas tetas enormes. A Siara le parecieron aún más imponentes que las de Erika. Era obvio que Ludmila intentaba cubrir su gran delantera de la mejor forma posible, pero cualquier pequeño escote que utilizara, en ella se incrementaba. Y todo parecía quedarle muy ajustado. A la pobre debería costarle conseguir ropa de su talle, porque es delgada, su cuerpo parece bastante menudo; pero esas tetas necesitan mucho espacio.
También estaba Agustina Buteller, una alumna de tercer año que no despertó mucho interés en Siara. Parecía algo tímida, evitaba el contacto visual con casi todos, excepto por una persona: Hilda Mellmann.
Siara sabe bien quién es Hilda. Cursa en 2do D y casi todo el instituto conoce su apellido. Los Mellmann son una familia muy adinerada, y eso no es gran cosa en un instituto donde la mayoría de los alumnos provienen de familias adineradas; pero los Mellmann son los dueños del instituto. Al menos del edificio. Por eso el hall de entrada se lo conoce como el Hall Mellmann. Para poder dictar clases, el instituto debe pagarle grandes sumas de dinero a los Mellmann y por eso Hilda goza de una posición privilegiada. Suelen tratarla como si fuera una princesa. Literal. Hasta tiene su propio baño, para que no tenga que compartirlo con las demás alumnas… y otros privilegios.
El atuendo de Hilda la hace parecer como miembro de la iglesia mormona, a pesar de no serlo. Siempre se viste de forma discreta, sin enseñar ni un milímetro de más, aunque a pesar de eso sigue siendo llamativa. Es rubia, de pelo lacio y flequillo en la frente. Tiene ojos verdes de gata, nariz pequeña y perfecta y labios que son sensuales de una forma sutil, nada pornográfico.
A la clase la completaba Yelena López Carrera, la nueva integrante del club de detectives, que saludó a Siara como si se hubieran visto por primera vez. No querían levantar sospechas de que estaban trabajando juntas en algo.
Durante los primeros minutos Stefany Lemmens demostró su gran carisma para dar clases, hizo que Siara se sintiera una más del grupo y comenzó con lecciones sencillas de trazos básicos y ejercicios para relajar la muñeca. A Siara le gustó que las mesas de dibujos estuvieran dispuestas en un semicírculo, con la profesora en el eje central.
Stefany felicitó a Siara por sus dotes para el dibujo y la firmeza de sus trazos. Siara le recordó que es hija de una famosa diseñadora de moda y que su madre le enseñó a dibujar a temprana edad.
—Ah, si ya tenés conceptos básicos, entonces podemos pasar a algo más complejo —sugirió la profesora.
—Sí, por favor… esto me aburre —dijo Hilda, poniendo los ojos en blanco—. Hagamos algo más interesante.
—¿Y qué se te ocurre? —Preguntó Stefany.
—Em… no sé… ah, Diógenes… ¿no tenías un pequeño proyecto en mente? Eso puede ser interesante.
—Ah, sí… sí… —dijo el chico, como si se hubiera despertado de un profundo letargo—. Hace unos días estábamos charlando con Hilda y Agustina sobre la masturbación femenina… —a Siara se le encendieron todas las alarmas, le resultó curioso que el chico mencionara eso en una clase; aunque más le sorprendió ver que las demás personas no parecían escandalizadas, ni siquiera la propia Ludmila Torres, que tiene fama de ser bastante asexual—. Llegamos a la conclusión de que puede ser algo muy sensual, esteticamente impactante. Creo que podríamos dibujar algo así, si es que alguna modelo se ofrece de voluntaria.
—Mmm… me imagino que para dibujar eso alguien tendría que posar desnuda —dijo la profesora.
—Yo me ofrecería encantada —comentó Yelena—, pero aclaro si hay algo en mí que no es muy femenino que digamos, es lo que tengo entre las piernas.
Esto provocó algunas risas. A Siara le pareció muy lindo que Yelena se sintiera tan cómoda con su peculiar anatomía. También creyó que la profe Lemmens consideraría el asunto una locura; sin embargo dijo:
—Yo no tengo problema en hacerlo, pero quizás sería pedirle demasiado a Siara. Si tiene que dibujar frente a una persona desnuda en su primera clase, quizás ya no quiera volver.
Siara no entendía nada, ¿de verdad Stefany estaba dispuesta a posar sin ropa frente a sus alumnos? Ella no quería interrumpir el normal funcionamiento de la clase, por lo que dijo:
—Si es por mí, no se preocupen. No me molesta para nada ver mujeres desnudas. No se olviden que mi casa está siempre llena de modelos… y no es que las chicas usen mucha ropa que digamos.
—Qué lindo debe ser tener una diseñadora de moda tan famosa como madre —dijo Corea Masantonio—. Le pediría que me diseñara cosas todos los días… y algún diseño para que Ludmila se luzca un poquito.
—Ay, no… yo no quiero esos conjuntos que usan las modelos de Verónica LeClerc, algunas van prácticamente desnudas.
—Bueno, a eso me refiero —dijo Siara.
—Está bien, lo entendemos perfectamente —dijo la profesora—. Bueno, si no es un inconveniente, podemos hacerlo. Ya saben, cuando se trata de modelos presenciales, no intenten copiar cada detalle… busquen generar formas… y movimiento. No hagan imágenes estáticas.
—Eso sí me va a costar un poco —dijo Siara—. Pero haré mi mayor esfuerzo.
Stefany Lemmens se puso de pie y comenzó a quitarse la ropa. A Siara se le subieron todos los colores a la cara. No podía creer que estuviera viendo a una profesora desnudándose dentro del instituto… y lo hacía con una calma impresionante, como si fuera parte normal de la clase. Además Stefany demostró que tiene un cuerpo realmente envidiable: estrecha cintura; pechos firmes, aunque sin ser muy grandes; abdomen plano; piernas tonificadas… y una pequeña alfombra de pelitos, prolijamente recortados, en su pubis.
—Si te sorprende que la profe se lo tome con tanta naturalidad —dijo Corea, como si pudiera leerle la mente—, se debe a que ella es nudista. Le gusta andar sin ropa.
—Es muy cierto —dijo Stefany, con una amplia sonrisa—. Si fuera por mí, andaría todo el tiempo desnuda. Siento que la ropa es una restricción a la libertad. Por eso no tengo ningún problema en posar, cada vez que mis alumnos me lo piden. Me brindan la posibilidad de sentirme yo misma… además de que el cuerpo al desnudo es una verdadera obra de arte.
—Eso lo entiendo —dijo Siara—. Mi mamá siempre busca resaltar los mejores atributos del cuerpo femenino con sus diseños. Ella también ve el cuerpo humano como una pieza de arte digna de estudio.
—Creo que a tu mamá le gustaría mucho esta clase —dijo Corea, con una gran sonrisa—, y a mí me encantaría conocerla.
—Bueno, veré si algún día la puedo invitar. Ella dibuja muy bien, y sé que le agrada el mundo del arte.
Stefany se sentó en su silla, era grande, con un alto respaldar y apoyabrazos a los lados. Toda forrada de cuerina blanca, lo que permitía que su cuerpo se luciera a la perfección.
—Muy bien, ustedes solo díganme qué pose tengo que hacer.
—Deberías abrir las piernas —sugirió Diógenes—. Y poner alguna mano en el centro… como si te estuvieras masturbando.
Para el creciente asombro de Siara, Stefany separó sus piernas, mostrando lo bonitos y perfectos que eran sus labios vaginales. Hasta su clítoris parecía estar diseñado a la medida de ese sexo femenino.
—¿Algo así? —Preguntó, pasando la yema de sus dedos por su vello púbico.
—Mmm… no me convence —dijo Ludmila Torres—. Creo que deberías subir una pierna en el apoyabrazos… y los dedos más cerca de la vagina.
—Eso, hacele caso —dijo Corea—. Ludmila sabe mucho del tema “paja”.
Todos en el salón se rieron, incluso la profesora y la propia Siara, que no pudo evitarlo.
—Ay, no, tarada… no digas esas cosas —Ludmila se cubrió la cara con ambas manos y se ruborizó hasta el infinito—. Van a pensar que soy una pajera.
—Pero si sos una pajera —señaló Corea.
—¡¡No es cierto!!
—Yo sabía que debajo de esa cara de mosquita muerta se escondía algo —dijo Hilda, con cierto desprecio en el tono de su voz.
—Bueno, bueno… acá no estamos para juzgar a nadie —Stefany puso orden en la clase—. Además, la masturbación es una actividad muy sana que todos deberíamos practicar.
Siara vio, con respeto y admiración, como Stefany Lemmens subía su pierna izquierda al apoyabrazos, permitiendo que su concha se viera aún más imponente, y luego acercó dos dedos a ella y los posó sobre los labios. Sus voluminosos bucles dorados enmarcaban de forma perfecta sus tetas. Siara miró de reojo a Yelena, como si le estuviera preguntando si esto era normal. Yelena se limitó a sonreír.
—Así está mucho mejor —aseguró Diógenes.
—Muy bien, pueden empezar a dibujar —dijo la profesora—. Cualquier consejo que necesiten, me lo piden. Y no duden en darme indicaciones sobre la pose, si lo necesitan.
Toda la clase pareció concentrarse a pleno en los trazos de sus grandes hojas de papel. La única que aún estaba algo confundida era Siara, que se limitó a dar trazos generales, centrándose especialmente en la cara y los hombros de la profesora. No se animaba a dibujar nada que estuviera por debajo de su cuello. Los dibujos que Siara había hecho sobre la figura femenina eran muy simples y parecían maniquíes. Nada de detalles. Sobre esos maniquíes jugaba a ser diseñadora de moda, como su madre, y se inventaba los atuendos más estrafalarios.
Después de unos minutos de dibujar en silencio, Hilda hizo una petición:
—Profe, con los dedos así no se ve mucho… ¿se puede hacer algo?
—Mmmm… a ver si con esto queda mejor.
Stefany se acomodó de forma tal que su concha ganara más presencia, tirando su cuerpo para atrás y separando aún más las piernas. Usando dos dedos abrió sus labios vaginales. Siara quedó impactada al estar viendo el interior de la concha de una profesora en plena clase. Esto sí que no se lo esperó cuando decidió formar parte de esta clase.
—Mucho mejor —dijo Hilda, con una gran sonrisa—. Aunque se ve algo artificial. Es decir, no seré una experta en masturbación, como Ludmila —se escuchó un chillido ahogado proveniente de la aludida—, pero sé muy bien que cuando una mujer se masturba, no lo hace así.
—Ah… ya veo. ¿Ustedes quieren algo más… real? —Preguntó la profe.
—Sí, cuando la hicimos posar a Agustina se vio todo más real —dijo Diógenes—, y funcionó muy bien.
—Uf… preferirían que se olviden de ese día —dijo la aludida.
Siara se fijó en Agustina Buteller, no podía imaginar a esa chica desnuda. Parecía tan… simple, sin gracia, tan… normal. Aunque quizás, debajo de esa ropa pasada de moda se escondiera un cuerpo sensual. Podría ser… Siara se preguntó qué habría tenido que hacer Agustina durante esa clase… y cómo lograron convencerla de posar desnuda. Esas eran respuestas que tendrían que esperar a su debido momento.
—Bueno, vamos a aportarle un poco de realismo a esto.
Acto seguido, Stefany Lemmens comenzó a acariciar su vagina, al principio lo hizo con suavidad, casi como si fuera un movimiento mil veces ensayado para una performance en vivo. Luego esos toqueteos se volvieron un poco más… explícitos. Atacaron el centro de la concha y claramente comenzaron a humedecerse. “¿Se va a hacer una paja frente a sus alumnos?”, pensó Siara, incrédula. Una vez más buscó apoyo en Yelena y ésta le respondió con otra sonrisa, como si le dijera: “Calma, esto es normal”.
—Recuerden, cuando tienen que dibujar algo que está en movimiento, es importante que capten ese movimiento. —Indicó Stefany—. Aporten al dibujo los efectos de movimiento que crean necesarios, no intenten copiar un solo momento específico, sino les costará mucho enfocarlo… y la obra les va a quedar estática. Y no hay nada más aburrido que un dibujo estático.
Uno de los dedos de la profesora se introdujo en su concha y salió rápidamente. Tan rápido que a Siara le costó determinar si lo que había visto fue real o producto de su imaginación; pero luego lo volvió a ver por segunda vez… y después hubo una tercera, hasta que le quedó claro que Stefany Lemmens se estaba metiendo los dedos en la concha frente a sus alumnos.
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Para Erika entrar a un gimnasio de boxeo era como para un analfabeto entrar a una biblioteca. Pocas cosas están más lejos de su mundo y de su forma de ser. Erika no es capaz de levantar una mano ni siquiera contra una mosca. No es capaz de entender cómo puede haber gente que disfrute de darse trompadas en un cuadrilátero.
Sin embargo Xamira se sentía en su salsa, ella entró con su bolso deportivo, unas calzas bien ajustadas y un top que le marcaba mucho los pezones, como si estuviera anunciando al mundo: no me voy a poner corpiño, vine a entrenar, necesito estar cómoda.
Erika, por el contrario, si se había puesto un sostén deportivo, ella lo necesitaba, quisiera o no; de lo contrario sus grandes pechos empezarían a rebotar para todos lados. Pero ella aún no se había vestido, recién estaba saliendo de su última clase y fue directamente a los vestuarios, a darse una ducha.
Fue un gran alivio para ella que no hubiera nadie más en ese momento. Se puede pajear junto con sus amigas; pero aún no se siente tan cómoda desnudándose frente a desconocidos.
Salió de bañarse y se estaba cambiando cuando descubrió, horrorizada, que el corpiño deportivo no estaba.
—No puede ser… estoy segura que lo guardé acá antes de salir de casa.
Estaba tan segura que solo podía haber una explicación: alguien se lo había robado. Esto la enfureció mucho, pero no tenía tiempo para perder con un detalle como ese. Se puso el top lo mejor que pudo y la calza, se miró al espejo y le pareció que sus pechos llamaban demasiado la atención, el escote era más grande de lo previsto. “Espero que esto no me traiga problemas”, pensó
Al regresar al gimnasio se encontró a Xamira en el cuadrilátero, estaba apoyada en una esquina mientras charlaba con Fermín y dos de sus amigos. Erika se alegró de no tener que hacerse cargo de ese asunto. Habían acordado que sería Xamira la que entablara conversación con ellos. Debían averiguar de qué forma Fermín violaba las normas del gimnasio y cómo usar esto para que lo expulsaran del club de boxeo. Sabían que sería un caso muy arriesgado; pero al mismo tiempo era un gran desafío que las tenía muy entusiasmada.
La tarea de Erika consistía en sacarle más información a la persona que les ofreció el caso: Aldana Bengoechea, la vasca.
—¿Ya terminaste de acicalarte, tetona? —le dijo en cuanto la vio llegar.
—Me robaron el corpiño.
—No es mi problema. Eso plantealo con el guardia de seguridad de la puerta. Te voy a dejar las cosas en claro desde el principio: me caés mal, me parecés una boluda y la única razón por la que tolero que estés acá es porque formás parte de ese clubcito de detectives. Pensé que mandarían solamente a Xamira, no entiendo por qué vos también tuviste que venir.
—Trabajamos mejor ayudándonos entre nosotras.
—Ya, ya… como sea. En fin, vos estás en período de prueba, eso significa que podés probar el club durante unos días sin necesidad de inscribirte. Pero… no te podés quedar de brazos cruzados. Vas a entrenar, como todos los demás.
—Sí, sí… eso lo entiendo.
—Muy bien, te veo muy floja de brazos… y piernas.
—Tengo piernas anchas —dijo Erika, mirándolas.
—Sí, pero esas piernas de actriz porno acá no te van a servir de nada. Necesitas tonificar los músculos. Vamos a empezar con algo de salto de cuerda.
—Ay, genial… eso sí lo puedo hacer.
La vasca puso los ojos en blanco. Se fue a un rincón del gimnasio, acompañada por Erika, y le dio una cuerda para saltar. Luego se paró frente a ella, con los brazos en jarra.
—Dale, empezá… a ver qué podés hacer.
—Soy muy buena saltando la cuerda. De chica jugaba mucho con esto.
—A ver, Teletubbie, esto no es como cuando vos eras chica. Acá tenés que mantener un ritmo alto, constante. De lo contrario no sirve de nada.
—Voy a intentar hacerlo lo mejor posible.
Erika empezó con saltos simples, de calentamiento. Necesitaba encontrar ese flow que le permitía coordinar el movimiento de la cuerda con los saltos. Poco a poco lo fue logrando y el ritmo aumentó. Con esto, sus pechos comenzaron a rebotar.
—A mí me parece que no te pusiste corpiño para mostrar cómo te rebotan las tetas, pechugona.
—No, no… te juro que lo traje. Estoy segura.
—Sí, sí… claro. Bien que te debe gustar que la gente te mire las tetas… por eso siempre andás con escotes gigantes.
Erika no recordaba muchos “escotes gigantes”, de hecho la manía de usar escotes la fue adquiriendo en las últimas semanas, sin saber muy bien por qué. Aunque distaban mucho de ser “gigantes”. Prefirió cambiar de tema, sin dejar de saltar.
—¿Qué es exactamente lo que hace Fermín que te irrita tanto?
—Mmmm… para empezar, se adueña del cuadrilátero. Nadie puede subir sin su permiso.
—Xamira pudo subir.
—Sí, pero mirá cómo la tienen rodeada. —Fermín y dos de sus amigos estaban de pie frente a Xamira, con los brazos cruzados. Ella estaba relajada, en el rincón, con las manos en las cuerdas—. La están interrogando. Están decidiendo si le permiten quedarse en el cuadrilátero o no.
—¿Hay algo más que hagan para molestar? —Preguntó Erika, su respiración ya se estaba agitando, sus tetas no paraban de rebotar y sus pies se movían ágilmente.
—Básicamente es todo lo mismo. Él y sus amigos se creen los dueños del gimnasio. Hacen lo que quieren, y a veces incluso echan a la gente del establecimiento… ya te digo, como si fuera de ellos. Hey… así no vas a conseguir nada. Tenés que saltar más rápido…
—Ok, lo voy a intentar… uf… esto ya es más difícil —la soga empezó a moverse más rápido y Erika pudo sentir cómo los músculos de sus piernas comenzaban a quemar. Llevaba tiempo sin hacer ejercicio con esta intensidad—. Entrenar con vos me recuerda al anime Hajime No Ippo.
—¿Qué? ¿Acaso me estás comparando con Ippo?
El tal Ippo en cuestión era el protagonista de un anime de boxeo, muy popular en Japón. Era muchacho de cabello negro, cejas anchas y brazos fibrosos.
—No, no… no dije eso. Aunque… te parecés un poco.
—¿Estás insinuando que parezco un tipo? —Una vena se hinchó en la sien de Aldana Bengoechea.
—No, claro que no…
Erika admiró a la vasca. Tenía un cuerpo que, desde lejos, se podría confundir con el de un hombre. Ni siquiera tenía mucho busto. Estaba muy tonificada: brazos, piernas y abdominales marcadas. Llevaba el pelo corto y tenía una mirada dura, desafiante. Su espalda ancha también ayudaba a incrementar esa imagen masculina. Quizás su rasgo más femenino eran sus nalgas. Las tenía bien redondas, bien formadas… podrían ser la envidia de cualquier mujer que soñara con tener un buen culo.
—Si seguís saltando así, se te va a salir una teta —dijo la Vasca—. Y creo que ya entiendo por dónde viene la cosa. Vos pensás que soy una machona… quizás hasta hayas asumido que soy lesbiana. Por eso venís a hacerte la putita conmigo, a mostrarme todas las tetas.
—No, Aldana… nada que ver. Te juro que no pensé eso.
—¿Te creés que soy boluda? Y te aclaro una cosa: no soy ninguna tortillera, y si lo fuera, no buscaría a una mina tan pelotuda como vos… sin importar de qué tamaño tengas las tetas. ¿Está claro?
—Sí, sí… muy claro. Perdón si me expresé mal, no era mi intención.
—Y saltá más rápido, carajo —exclamó, con tono autoritario—. Dale, a ver… mostrame cómo rebotan esas tetas.
Los pechos de Erika saltaban con cada vez más violencia, amenazando con quedar fuera del top que se encargaba de sujetarlas, a duras penas. Entre tanto rebote, una de sus tetas logró escaparse. Su pezón rosado quedó completamente a la vista… aunque nadie estaba mirando en dirección a ellas. Pero la vasca lo notó.
—¿Ves? Eso es lo que estabas buscando. ¿Tu noviecita sabe que viniste a hacerte la putita conmigo?
—¿Qué noviecita?
—¿Quién va a ser? La LeClerc, la que anda todo el día con vos. Bien que se deben reventar entre ustedes… pero ya te aclaré que conmigo no vas a conseguir eso.
—Yo no intento… em… ¿puedo parar? Así me acomodo…
—No, seguí. Vos querías mostrar las tetas, ahora seguí.
Erika siguió saltando lo más rápido que su cuerpo le permitió, sus tetas no paraban de sacudirse, en especial la derecha… la que había logrado escapar. Y quizás la teta izquierda se sintió muy sola dentro del top, por eso también decidió salir y unirse a su compañera.
—Uy… mirá cómo rebotan esas tetas. Parecen de goma —dijo Aldana Bengoechea, con una risa socarrona—. Se nota que te gusta calentar pijas… y conchas.
La vasca giró la cabeza y vio que uno de los amigos de Fermín estaba girando la cabeza en dirección a ella. Se acercó más a Erika y quedó atrapada por la soga. Las dos mujeres quedaron pegadas, la una a la otra, casi como si fueran a besarse. Erika abrió mucho los ojos, no entendía nada.
—Ahora sí, tapate las tetas. No quiero que ese pajero te vea así.
—Ah, ok… ok… gracias.
—Hay que tener cuidado con estos tipos. Ven un buen culo o un buen par de tetas, y se descontrolan. A veces hasta se cogen a alguna de las alumnas en el vestuario.
—Y me imagino que eso va contra las reglas…
—Sí, pero no intentes hacerlos caer por ese lado. Vas a tener que buscar otra cosa.
—¿Por qué?
—Porque sí… porque solo te vas a meter en quilombos. Haceme caso.
Erika volvió a meter sus pechos dentro del top. Su respiración agitada hizo que las tetas se pegaran a las pequeñas protuberancias del pecho de la vasca.
—Sí, ya sé —dijo ésta, como si Erika hubiera dicho algo—. Yo no tengo nada de tetas. No hace falta que me restriegues de esa manera.
—Perdón, solo me estaba acomodando.
—Sí, sí… como sea. En fin, vamos a hacer alguna rutina para fortalecer los brazos.
—--------
Al finalizar la clase Siara se quedó en el salón para tener unas palabras con la profesora Stefany, la cual aún seguía desnuda. Siara pensó que se cubriría con una bata o algo parecido; pero no lo hizo. Se sentó en el centro del salón con total naturalidad. “Cierto que es nudista”, pensó Siara.
—¿Qué te pareció tu primera clase? —Preguntó la profesora, con una cálida sonrisa.
—Muy buena, la pasé realmente muy bien, a pesar de que estaba analizando un poquito lo que ocurría.
—¿Y ya pudiste sacar algunas conclusiones?
—No, es demasiado pronto para eso. Pero sí se me ocurrió algo que podría favorecer la investigación. Vi que a veces los alumnos se reúnen fuera del horario escolar para hacer trabajos en conjunto.
—Así es. Me gusta que las actividades del club sigan más allá de estas cuatro paredes.
Stefany subió uno de sus pies a la silla, lo que dejó su concha tan expuesta que parecía que estuviera esperando a que la penetraran. Siara notó este detalle y se movió incómoda en su asiento. Logró calmarse al repetirse mentalmente que para Stefany debía ser completamente normal quedarse sin ropa frente a la gente, no la incomodaba en absoluto… ni siquiera aunque la concha le quedara abierta.
—Muy bien, entonces deberías asignarme un trabajo con Diógenes… y de ser posible, que nos acompañe Yelena. Así podemos conocerlo mejor. Lo ideal sería que nos juntemos a hacer el trabajo en su casa. Me gustaría hablar con su madre, en persona.
—Esa es una buena idea. Lo voy a dejar dicho en el grupo de whatsapp del club, así no pierden tiempo y empiezan a planificar todo.
—Genial, cuanto antes lo hagamos, mejor. Por cierto, muy buena clase. La pasé realmente bien, a pesar de que no soy tan fanática del arte.
—Me alegra mucho oír eso. Ojala decidas quedarte más tiempo, aunque ya se haya resuelto el asunto de Diógenes.
—Mmm… puede ser, lo voy a pensar.
Siara se despidió de la profesora Stefany, ella se quedó muy tranquila, acariciando su concha en la silla. A Siara le pareció que cuando ella se marchara, Stefany se haría una buena paja. Le pareció que esa mujer estaba un poco loca; pero le caía bien. Le resultaba simpática.
“Es una loca linda, como Erika”.
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Erika y la vasca se ejercitaron juntas durante casi una hora. Hicieron rutinas para brazos, piernas y espalda. Erika terminó suplicando que se detuvieran, porque ya no daba más. Juntas se encaminaron hasta los vestuarios. Erika vio de reojo como Xamira seguía entrenando, dándole duros golpes a una bolsa de boxeo, mientras uno de los amigos de Fermín la sostenía. Al parecer ella había logrado su objetivo.
En cuanto entraron al vestuario Aldana Bengoechea comenzó a sacarse la ropa. Erika la miró boquiabierta. Pudo ver cómo se marcaban los músculos de su espalda y, de frente, sus tetas daban la impresión de estar convirtiéndose en pectorales masculinos. Cuando se quitó el pantalón Erika se sorprendió, por un segundo creyó que vería un imponente pene venoso, en cambio pudo comprobar que Aldana tenía vagina. Aunque se tratase de una vagina… poco femenina, si es que el término no suena demasiado contradictorio. La zona púbica de la vasca estaba bien musculada y definida, también completamente depilada, como si allí nunca hubiera crecido vello púbico.
—¿Qué tanto me mirás la concha, nena? ¿Acaso te gusta lo que ves?
—Eh… no, no…
—¿No te gusta? —Aldana frunció el ceño.
—Em… perdón, no me refería a eso… es que… no te estaba mirando la concha de esa manera. Solo me sorprendió lo tonificado que tenés el cuerpo. Xamira estaría orgullosa de vos, a ella también le gusta marcar músculos, como hacés vos.
—Mmm… sí, me imagino que esa flaquita debe tener tremendo cuerpo. De por sí ya tiene un culazo precioso.
—Bueno, le voy a decir que vos pensás eso de ella.
—No, no… que va a creer que soy tortillera. No lo dije de esa manera.
—Lo sé, entendí por qué lo dijiste. Xamira es linda. Vos también lo sos.
—Ajá… ojo con la forma en que me mirás, ya sabés que conmigo no vas a conseguir nada. ¿Y qué esperás? A ver esa concha… ¿o acaso pensás bañarte con la ropa puesta? Hace un rato estuviste mostrándome todas las tetas, ¿me vas a decir que te da vergüenza?
—No, no… ya me quito todo.
Erika se desnudó en un segundo, si la vasca ya estaba desnuda, entonces no le importaba demasiado. Podía estar sin ropa frente a una chica, si ella estaba igual. Comenzaron a ducharse normalmente, una junto a la otra. Erika no podía evitar mirar de reojo a la vasca, y notó que ella también la estaba mirando.
—¿No te duele la espalda? —Preguntó Aldana—. Digo… con semejantes tetas… tenés que cargar mucho peso.
—A veces molestan un poco; pero ya me acostumbré.
—Te va a parecer una boludez, pero yo siempre quise tener tetas como esas. —De pronto Erika se dio cuenta que la vasca había bajado la guardia, estaban teniendo una conversación más típica de dos amigas de confianza. Decidió que era un buen momento para hacer las paces.
—No creo que necesites tener más tetas. Lo que te falta por delante, lo compensás por detrás. Tenés un culazo, como el de Xamira… o quizás mejor.
—Mirá quién lo dice… no me halagues el orto, porque el tuyo es gigante y sé que yo no tengo tanto —una de las manos de la vasca se cerró sobre la nalga derecha de Erika y apretó con fuerza—. Eso sí, lo tenés muy blandito, te falta tonificarlo.
—Vos tenés mejor culo que yo. Cuando el amigo de Fermín miró para donde estábamos nosotras, no fue por mis tetas. Él ni siquiera podía verme, vos me tapabas. Lo que miraba era tu culo. Y creo que ahora entiendo por qué no querés que use en su contra ese temita de que se cogen a las alumnas en los vestuarios.
—¿Qué estás insinuando, tetona?
—¿Vos hiciste algo con Fermín? ¿O con alguno de sus amigos?
La cara de la vasca se transformó otra vez y pasó a ser la imagen viva de la furia. Empujó a Erika y ésta quedó con la espalda contra la pared, para no chocar de frente. Allí fue arrinconada por Aldana, quien le puso una mano en el hombro y la sostuvo contra la pared.
—Mirá, boluda… vos tenés una cara de putita que te delata. Quizás vos seas la trola que se cogen en los baños —dijo la vasca—. A mí no me metas en tus fantasías.
—No creo que sea una fantasía. Si querés que echen a Fermín, lo más fácil es demostrar que tiene sexo en el vestuario con otras alumnas. El único motivo por el cual vos no querrías que algo así pase, es porque vos fuiste una de esas alumnas.
Los ojos de la vasca se inyectaron de sangre. Erika se sobresaltó al sentir algo duro hundiéndose en su concha. Le llevó una fracción de segundo darse cuenta de que se trataban de dos dedos.
—Vos estás re abierta y mojada —le dijo Aldana, mientras hurgaba en el interior de su sexo—. A mí me parece que vos sos la que tiene ganas de que se la cojan en el vestuario. ¿Acaso te gusta Fermín? ¿Le viste la pija y se te hizo agua la concha?
—Yo no quiero hacer nada con Fermín… ay… despacito, que me duele. Así no se toca a una dama. Ay…
—Vos no sos ninguna dama, tetona. Sos tremenda putita, se te nota en la cara y en cómo parás las tetas todo el tiempo. —La mano que estaba en el hombro se aferró a uno de los pechos de Erika, con fuerza.
—Auch… sé que estás enojada conmigo. Sé que no te caigo bien. Pero solo intento ayudar, y para eso necesito saber la verdad. Ay… despacito. —Los dedos de la vasca subían y bajaban, como si la estuviera masturbando—. Estoy segura de que el amigo de Fermín se estaba fijando en vos…
—Mentira. Los hombres no me miran de esa forma. Creen que soy uno más de ellos. A la que miraba era a vos. No se quería perder estas tetazas rebotando fuera del escote —estrujó la teta con más fuerza y hundió más los dedos en la concha—. Si te vieran así, toda desnudita, mojada y con la concha abierta, te pegarían tremenda cogida… sin dudarlo. Te llenarían de leche todos los agujeros. Eso sí que sería lindo de ver. Me muero por saber cómo te quedaría el orto abierto y chorreando leche. Estás para que te cojan toda la noche, tetona putita.
—Ay, no… no soy ninguna puta… ni creo que vos lo seas —la mano derecha de Erika bajó hasta la entrepierna de la vasca y comenzó a acariciar sus labios vaginales.
—¿Pero qué hacés?
—Te muestro cómo se toca a una mujer, sin hacerle doler… porque no me gusta la forma en que me estás metiendo los dedos. Hacelo así, con más suavidad —dos de sus dedos penetraron a la vasca. Ella soltó un agudo gemido y su cara se puso roja. Quedó con los ojos muy abiertos.
—Pará, flaca… estás entendiendo todo mal. No te me pongas tortillera ahora…
—Nada de eso. Solo intento enseñarte buenos modales. ¿Ves? Así se siente mejor… despacito, con calma.
La vasca se quedó anonadada ante el tratamiento vaginal que le estaba proporcionando Erika y sin darse cuenta comenzó a imitarlo. Sus dedos se movieron más despacio en la concha de la tetona y luego de unos segundo las dos se estaban tocando de la misma manera. Con calma, suave, pero con un gran énfasis en el clítoris, donde usaban sus pulgares.
—Mmm… eso… así, mucho mejor —aseguró Erika—. Si querés podemos llevarnos bien.
—Yo no…
—Y no lo digo en sentido lésbico. No te estoy tocando porque quiera coger con vos, ni pretendo que vos quieras hacerlo conmigo. Te toco para que sepas que podés confiar en mí, podés contarme lo que sea. Jamás se lo voy a contar a nadie.
Aldana estaba como hipnotizada, su cuerpo estaba cediendo ante los toqueteos expertos de Erika y encontró cierta paz en tocarla a ella.
—Tenés linda concha —dijo Erika—, es muy suavecita —soltó una risita—. Podés ser muy dura por fuera; pero por dentro sos suave, blandita… y calentita.
—Mirá quién habla. Más calentita que mi concha está la tuya. Se me están quemando los dedos. No me extraña que los pibes del instituto estén re calientes con vos, tetona. Se morirían de envidia si supieran que yo estoy tocando semejante argolla. —Hundió los dedos tan adentro como pudo y los dejó allí mientras con el pulgar frotaba el clítoris—. Es… preciosa. Lo digo en serio. Y eso me da un poco de bronca, ¿sabés? A mí me gustaría tener una concha tan linda como la tuya… un culo como el tuyo, unas tetas como las tuyas… y una carita tan bonita como la tuya. Pero soy así. Parezco un tipo.
—Quizás tengas el cuerpo muy tonificado, y eso te de rasgos masculinos; pero tenés una cara muy linda. Estoy segura de que con un poco de maquillaje y un lindo vestido llamarías muchísimo la atención.
—Me sentiría un payaso con la cara maquillada —Aldana volvió a bajar la guardia y se permitió disfrutar de los toqueteos incesantes de Erika—. Dios… sos buena en esto, la puta madre.
—Me gusta hacerme la paja, tengo mucha práctica.
—Y me imagino que habrás practicado con Siara.
—Mmm… puede ser. Te lo cuento si vos me contás la verdad sobre Fermín.
Hundió sus dedos en la concha de la vasca y movió más rápido el pulgar, con esto logró hacerla gemir de placer. La vasca respondió sobándole la teta con más ganas.
—¿Sabés qué otra cosa me da bronca de vos? —Preguntó la vasca—. Que mencionaste Hajime No Ippo… y es mi anime favorito.
—Ay… dios… yo amo el anime. Mucho muy mucho… y me encanta Ippo. Mi escena favorita es cuando…
—No quiero saberlo.
—¿Por qué no?
—Porque tengo miedo de que sea MI escena favorita… y me la arruinarías.
—Ufa… está bien. Aunque es una pena que no podamos hablar de Hajime no Ippo, me hubiera encantado intercambiar opiniones con vos.
—Será en otro momento. Todavía tengo que prepararme mentalmente para eso. Ah, por cierto… si se lo contás a alguien, te juro que te mato —amenazó Aldana.
—Te prometo que nadie más se va a enterar. Ni siquiera mis amigas. Esto queda entre vos y yo.
—Muy bien… como te imaginarás, los hombres no suelen mirarme de la misma forma que te miran a vos. Me tratan como si yo fuera un tipo más dentro del grupo de amigo. Ni siquiera me hacen comentarios zarpados y hablan de “las mujeres” como si yo no formara parte de ese club. Un día me enojé con Fermín, por su actitud tan pedante y por creerse dueño del gimnasio… pensé que terminaríamos peleando. ¿Pero sabés qué hizo? Se bajó el pantalón… estábamos acá mismo, en este vestuario. Me dijo: dale, vení… dale una probadita. Sé que te va a gustar.
>Al principio pensé que lo decía solo para humillarme. Él insistió y me dejó en claro que solo quería hacer las paces conmigo… y que desde hacía rato que tenía ganas de cogerme. Eso… me impactó muchísimo. Nunca un hombre se me había ofrecido de esa manera, mucho menos uno tan lindo como él… y dios, la pija que tiene. Si la vieras, se te moja la concha al instante. Te lo juro.
—No creo que me pase. En fin, no importa, seguí contándome.
Mientras hablaban, sus dedos no dejaban de moverse en la concha de la otra.
—Al final no me pude resistir. No te voy a mentir, Fermín me cae mal; pero mil veces fantaseé con chuparle la pija, en especial después de ver como una de las putitas del instituto se la chupaba. Yo quería hacer lo mismo… y ese día pude darme el gusto. No lo dudé más, me arrodillé y me la comí toda. Se le puso recontra dura y eso me hizo sentir más mujer que nunca.
—Qué lindo, debió ser un momento muy importante para vos.
La vasca sonrió con calidez por primera vez frente a Erika.
—Gracias. Sí, fue un momento muy especial. Por cierto… perdón si a veces te trato un poquito mal. Es que vos… carajo, sos tan linda que me da bronca. Me dan ganas de arrancarte estas tetas, y ponérmelas yo.
—Por favor, no me arranques las tetas. Tocalas todo lo que quieras, siempre y cuando las dejes donde están.
—Si yo tuviera tetas como ésta, me las tocaría todo el tiempo… y dejaría que la gente me las manosee. Son muy… apachurrables. —Aldana se movió sin pensarlo, puso la teta derecha de Erika frente a su boca y le dio un chupón al pezón, luego comenzó a lamerlo. Los movimientos de los dedos en ambas conchas se aceleraron aún más—. Y muy chupables… —Volvió a darle varias lamidas y chupones. Se prendió a esa teta como si quisiera sacar leche de ella. Cuando la soltó, dijo—. Si le contás a alguien que te chupé una teta, te mato.
—Quedate tranquila, no voy a contar nada de lo que hagas hoy, o de lo que me cuentes.
—Tampoco quiero que creas que soy tortillera. Eso lo hice porque… bueno, porque quería saber qué se sentía chupar una teta como ésta. Para saber si vale la pena tenerlas así.
—¿Y cuál es el veredicto?
—Que sí. Está buenísimo. Chuparla se siente realmente bien. Si yo tuviera estas tetas, dejaría que mis amigos y amigas me las chupen.
—A veces dejo que Siara me las chupe… y a veces yo se las chupo a ella. Aclaro que no es mi novia. Solo somos amigas. Creo que ahora lo podés entender mejor.
—Mmm… puede ser, sí. Debe ser re zarpado verlas a ustedes chupándose las tetas. Disculpá que yo no tenga mucho para ofrecer.
Erika se lanzó sobre uno de los pechos de Aldana y comenzó a chuparlo de la misma forma que ella lo había hecho con su teta. Las dos acompañaron esta acción con una paja mutua bien intensa.
—Uy… dios… hasta en esto sos buenísima. Te odio, Erika. Me estás haciendo calentar… y no de la forma en que quiero que me calientes.
Erika sacó los dedos de la concha de la vasca, lamió los jugos vaginales que habían quedado allí, y luego los volvió a meter.
—¿Estaba rico? —Preguntó Aldana, con una sonrisa.
—Sí, muy rico.
La vasca repitió la acción, lamió sus dedos con los jugos vaginales de Erika y dijo:
—Vos también la tenés muy rica… y estoy segura de que es más rica. Porque yo ya me chupé los dedos mientras me hago la paja… y, la puta madre, no puede ser que tengas la concha mucho más rica que la mía. Que odio me da. Hasta en eso me tenés que ganar.
Sin previo aviso, Erika metió los dedos en la boca de la vasca, para darle de probar sus propios jugos. Ella se prendió a chupar, con los ojos cerrados. Después hizo lo mismo, metió sus dedos dentro de la boca de Erika y las dos se quedaron allí, muy quietecitas, chupando los dedos de la otra.
Después de unos segundos de disfrute, Erika dijo:
—Contame qué más pasó con Fermín. Me imagino que no quedó todo en una chupada de pija.
—No, claro que no. Después de que se la chupé un rato me pidió que me pusiera en cuatro, sobre uno de los bancos del vestuario. Lo hice, creyendo que me la iba a meter por la concha; pero no… tenía otros planes para mí. Se lubricó bien la pija con saliva y empezó a metérmela por el orto.
Las dos mujeres volvieron a masturbarse mutuamente.
—Uy… eso debió doler.
—Sí, mucho… en especial porque yo no tenía mucha experiencia con el sexo anal.
—¿Nunca te la habían metido por el culo?
—¿Una verga real? No. Solo… em… consoladores.
—Ah, bueno, por lo menos ya habías practicado con algo.
—Sí, pero no con algo tan grande como la pija de Fermín. Sin embargo, tenía tantas ganas de probar su verga, que ni me importó. Incluso le pedí que insistiera, que empujara hasta que pudiera metermela toda, hasta el fondo. Quería que me rompiera el culo.
—¿Eso te hizo sentir más mujer?
—No exactamente… y es que mientras Fermín me la estaba metiendo, llegó uno de sus amigos: Joaquín Brunardi.
—El Joaco.
—Ese mismo. Y el rubiecito este empezó a reírse de mí. Dijo: “Parecés un puto al que le están rompiendo el culo”.
—Uy… ¿Y cómo te hizo sentir eso?
—Como un puto al que le están rompiendo el culo.
—Oh… qué mal.
—Sí, y lo peor de todo era que, a pesar de la humillación, yo quería seguir disfrutando. Dejé que me humillaran a cambio de un poco de placer sexual, aunque fuera placer anal.
— ¿Y de verdad te dio placer que te la metieran por el culo? Me refiero a placer físico.
—Sí, y mucho… es que Fermín podrá ser un pelotudo, y un hijo de puta; pero… coge re bien. Demasiado bien. Me volvió loca con su pija. Tanto que cuando le pidió al Joaco que sacara la verga y me la diera de comer, no me negué. Es más, hasta disfruté tener para mí las vergas de dos de los pibes más lindos del instituto. Sé que muchas mujeres fantasean con coger con ellos, y yo me di el gusto de hacerlo. Fermín me dio por el culo durante un largo tiempo… y Joaquín me metió la pija hasta el fondo de la garganta y luego me llenó la cara de leche. Así quedé, toda acabada en la cara… y en el culo. Algo humillada; pero feliz de haber conseguido un momento sexual que pueda recordar cuando me hago la paja.
—¿Fue tu primera vez?
—No, ya había probado pija. Aunque no de a dos a la vez. Sí fue mi primera vez por el culo, como te comenté… y no fue la última.
—¿Hubo más?
—Sí, pero ahora no quiero hablar de eso.
—Ok… ahora entiendo por qué no querés que use este tema para que expulsen a Fermín. Tenés miedo de que le cuenten a todo el mundo que vos también fuiste una de las que se cogieron en el vestuario.
—Sí, por eso prefiero que busquen otra alternativa.
—Está bien, vamos a buscar otra forma. Y quedate tranquila, no le vamos a contar a nadie.
La vasca sonrió y luego se animó a darle un rápido beso en la boca.
—Hasta tus labios son más lindos que los míos. Te odio tetona. De verdad. Me da mucha bronca que seas tan linda.
Después de esto se separaron y dejaron de tocarse. Terminaron de vestirse, y charlaron de trivialidades, como si fueran viejas amigas. Se vistieron y cada una tomó su propio rumbo.
Las dos se masturbaron en cuanto llegaron a sus casas, sin saber que la otra también se estaba tocando.
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