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Capítulo 30.
Adiós Cristian.
La primera gran crisis de identidad de Cristian llegó cuando su hermana lo descubrió disfrazado de mujer… mientras le chupaba la verga a Ernesto.
Rebeca se quedó paralizada, había entrado (sin golpear) al cuarto de su hermano, porque necesitaba pedirle un favor, y se encontró con… ¿ella misma? A su cerebro le costó interpretar que esa chica que parecía su gemela en realidad era Cristian, con peluca, maquillaje y minifalda tableada.
Cristian también se quedó inmóvil, mirando a su hermana, aún con la pija erecta dentro de su boca. Ernesto fue el primero en hablar:
—Emmm… podemos explicarlo.
—Salí —le respondió Rebeca—. Quiero hablar con mi hermano.
Ernesto no discutió. Este no era su problema. No tenía nada que hacer aquí. Asintió con la cabeza, guardó su verga y salió de la habitación.
Cristian se puso de pie y se tambaleó por los nervios, comenzó a tartamudear, intentando encontrar palabras para justificar su extraño comportamiento. Para su sorpresa, Rebeca se le acercó y lo abrazó. Fue el abrazo más fuerte y cálido que recibió de su hermana en toda su vida. Ese gesto mudo lo conmovió. Rebeca le estaba demostrando que lo apoyaba, que lo aceptaba tal y como es. Cristian sintió que todos esos años de conflictos con su hermana ya no tenían sentido. Siempre la apreció y durante un tiempo hasta llegó a considerarla su mejor amiga. Se distanciaron solo por absurdas disputas entre ellos que, con los años fueron haciendo mella en su relación.
Cristian le devolvió el abrazo.
Cuando se separaron, él vio que Rebeca estaba lagrimeando.
—¿Qué te pasa? —Preguntó Cristian—. ¿Estás bien?
—Sí, sí… es que… siempre quise tener una hermana. No sabía que… hacías esto.
—Si te molesta lo que hice con Ernesto, yo…
—No, eso no me molesta. Ya lo sabía. Él me lo contó. También sé que estuviste con Marcos. A ver, yo sabía que mi hermano era gay, pero… nunca me imaginé esto… —señaló ese atuendo—. ¿Esa pollera es mía?
—Puedo explicarlo…
—Ay, sonso, no hace falta que expliques nada. Te regalo toda la ropa que tengo si es necesario. Esto… me llena de alegría. No te das una idea de lo feliz que me pone verte así. ¿Hace cuánto que sos nena?
—¿Eh? No, no… esto… es solo un juego, yo…
—¿Estás seguro? ¿O debería decir… segura?
—Mmm… no, pará un poquito. Em… mejor vamos a sentarnos. Todo esto me está afectando mucho. —Se sentaron una al lado de la otra en el borde de la cama. Rebeca sonrió y tomó a su herman(a) de la mano—. Nunca me imaginé que te lo fueras a tomar de esta manera, es como si estuvieras más entusiasmada que yo.
—Es que… me da mucha ternura saber que tengo una hermana.
—No, pero… en serio, Rebeca… esto es… temporal. No lo hago todo el tiempo. Es solo… cuando estoy con Ernesto… o con Marcos. Sí, soy gay, lo admito. Pero de ahí a ser tu hermana… hay un largo trecho.
—Si solamente lo hacés cuando cogés con Ernesto y Marcos, entonces lo hacés bastante seguido. Ellos mismos me dijeron que te volviste un putito insaciable —soltó una risotada—. Y no te lo tomes a mal, lo digo en el buen sentido. Sé que esos dos se divierten con tu culo… y bueno, seguramente sabrás que conmigo hacen lo mismo. Al final… somos putas las dos —volvió a reírse. Cristian se sonrojó, pero al menos sonrió—. ¿Y esta hermana mía tiene nombre?
—Yelena.
—¡Wow!
—¿Es muy raro?
—No, no… me encanta. Te queda genial. Es que… me sorprende que ya te hayas puesto nombre de mujer. Pensé que dirías que no lo tenías.
—El nombre fue lo primero que se me ocurrió. No quería ser Cristian cuando… cuando cogía con Ernesto y Marcos.
—Me parece bien. Y gracias, de verdad lo aprecio un montón.
—¿Qué cosa?
—Que me hayas usado como inspiración. Porque es obvio que buscás parecerte a mí.
—Bueno —Yelena sonrió—. Sos la chica más linda que conozco. Creo que ahora puedo admitir que… siempre te tuve un poquito de envidia.
—Querías ser linda como yo…
—Quizás…
—Y bueno, ahora lo sos —volvieron a abrazarse con fuerza—. ¿Ya pensaste en operarte?
De pronto Yelena se puso pálida y fue a refugiarse en algún rincón oscuro de la mente de Cristian. Él tuvo que salir una vez más a manejar la situación.
—No, no… para nada… es que… te lo dije… esto es un juego. Nada más. No quiero ser muj… la puta madre —se agarró la cabeza con las manos—. No lo había pensado de esa manera. Nunca se me ocurrió, porque me parece una absoluta locura, pero… ¿puedo ser totalmente sincero con vos?
—Si no lo sos, me voy a enojar mucho.
—Cuando me visto así, soy feliz. Cuando soy Yelena me siento a pleno… y cuando vuelvo a ser Cristian, no sé… como que me deprimo. Nada me genera entusiasmo. Y me quedo pensando en cuándo será la próxima vez en que pueda vestirme como Yelena.
—Es algo que tenés que pensar muy pero muy bien. Y quiero que sepas que tenés todo mi apoyo. Cualquier problema que haya existido entre nosotros, ya no importa. De ahora en adelante quiero que seamos como hermanas gemelas, que se cuentan todo.
—Muchas gracias, Rebeca. De verdad me va a hacer muy bien tener a alguien con quien hablar de esto. Estoy muy confundido… o confundida…
—----------
El entusiasmo de Rebeca por tener una hermana se hizo notar con fuerza. Los primeros días pasó horas charlando con Cristian, maquillándolo y enseñándole trucos para realzar sus preciosos ojos verdes. También lo hizo posar en distintos conjuntos de ropa… y lencería. Esta segunda parte incomodó un poco a Cristian, ya que tenía que mostrar el pene frente a su hermana, pero ella lo convenció con una respuesta muy directa:
—Habrás visto mil veces el video en el que Ernesto me da por el culo… ya me lo viste todo abierto. ¿Y me vas a decir que te da vergüenza que te vea el pito? Además… ¿cuántas veces me viste las tetas?
—Miles… porque te gusta tomar sol en topless… para que los empleados te miren.
—Sí, y a mamá también. Aunque ella no lo va a admitir nunca. Yo al menos soy honesta. Me gusta que me miren.
Así fue como Cristian se animó a posar frente a su hermana, incluso vistiendo conjuntos de lencería que no le cubrían el pene en lo más mínimo. Esto ayudó mucho a aumentar la confianza entre ellos.
—Hay algo que no me gusta —dijo Rebeca.
—¿Qué cosa?
—Esos pelitos… —señaló el pubis de Cristian—. Se tienen que ir. Ya mismo. Son un horror.
—A mí no me molestan…
—Cuando veas lo linda que te queda la pija sin pelitos, me lo vas a agradecer. Vení… vamos a sacarlos.
—¿Qué? ¿Ahora? ¿Acaso no hay que sacar turno con una depiladora?
—Nada de turnos ni de depiladoras. Te los voy a sacar yo.
—¿Estás loca, Rebeca?
—¿Por qué? Yo no tendría problema en que me depiles la concha… aunque, ya me hice la definitiva, llegaste un poquito tarde. Vos deberías hacértela también, para eso sí vas a necesitar turno. Pero por ahora… quiero que veas cómo te queda una depilación sencilla.
—Mmm… está bien, acepto. Solo porque tengo curiosidad.
Para Cristian todo el proceso fue muy incómodo. Tuvo que soportar a su hermana tocándole el pene y los huevos para poder depilar cada rincón de su sexo. Incluso sufrió de una potente erección. A Rebeca pareció no molestarle esto. Le dijo que era un punto a favor, porque así podía continuar con la depilación sin que la verga se interpusiera tanto en su camino. Poco a poco, con gran habilidad, Rebeca fue quitando todo el vello púbico. Luego se tomó la libertad de limpiarlo con toallitas húmedas hasta dejar todo impecable.
Cuando Cristian se miró al espejo no lo podía creer. Sin los pelitos molestando, su verga parecía incluso más grande. Además se imaginó que si sus caderas fueran más femeninas, con el pubis depilado daría aún más la apariencia de ser mujer.
—Me gusta —aseguró—. Y me está gustando cada vez más esto de ser mujer.
—¿Ya lo pensaste bien?
—Sí, y… tenés razón. Seguir siendo Cristian es engañarme. No me siento cómodo… cómoda, con la apariencia masculina. Mientras más te miro, más me doy cuenta de que ese es el cuerpo que me gustaría tener. Así sería feliz. Realmente feliz.
—----------
—No, absolutamente no —dijo Lisandro, con los puños apretados.
Su mandíbula estaba tensa y su ceño fruncido. A su lado estaba sentada Agustina, su esposa, que lloraba cubriéndose la cara con las manos.
—Pero papá, no podés hacerle esto a Cristian. Ya tomó una decisión. Es su vida.
Rebeca había alentado a su hermano para que le contara a sus padres que quería empezar el tratamiento para el cambio de sexo y que de ahora en adelante se haría llamar Yelena. Como era previsto, ni Lisandro ni a Agustina les cayó bien la noticia.
—Puedo tolerar muchas cosas —dijo Lisandro—. Puedo tolerar que mi hijo ande chupando vergas y que se la metan por el culo, si eso le gusta, no se lo voy a impedir. Hasta puedo soportar que se disfrace de mujer cuando lo hace. ¿Por qué puedo permitir todo esto? Porque se puede mantener en secreto. Nadie tiene por qué enterarse. Cristian se encierra en su pieza, se viste como quiera y deja que sus machos le rompan el culo. Fin del asunto. Sin embargo, no puedo permitir que mi hijo se convierta en mujer. Eso haría quedar muy mal a la empresa.
—Eso es mentira, y lo sabés —dijo Rebeca—. La empresa no tiene por qué verse afectada. La parte que realmente te molesta es que esto se convierta en un escándalo público. No querés que todo Mendoza esté diciendo: “¿Ya vieron que el hijo de Lisandro López Carrera ahora es un travesti?”.
—Transexual —dijo Cristian—. Prefiero el término transexual… o transgénero. Travesti me suena algo… despectivo.
—Sí, perdón… tenés razón, perdón.
—Pero entiendo tu punto —continuó Cristian—. Eso es lo que diría la gente, y papá no puede tolerar que hablen de él a sus espaldas. Lo siento mucho, papá. De verdad. Sé que te molesta. Pero como bien dijo Rebeca: es mi vida.
—Y esta es mi casa. Y ningún travesti va a vivir en mi casa. Ni hoy, ni nunca.
—Muy bien, entonces tendré que ir a vivir a otro lado.
— ¿Entendés que no te llevarías ni una moneda de acá?
—Sí, papá. Lo entiendo muy bien. No quiero tu dinero. Me las arreglaré como pueda. Mañana mismo me voy de casa.
—No, esperá… —dijo Agustina, entre llanto—. No te vayas así. Vamos a hablarlo mejor. No hay que tomar medidas tan drásticas.
—Cristian no quiere dar el brazo a torcer, y yo tampoco —dijo Lisandro—. No hay nada más que discutir.
—Dame un mes. Si en un mes no logro convencerlo de que todo esto es una locura, entonces que se vaya a hacer lo que quiera con su vida.
Lisandro hizo silencio y evaluó la situación.
—Un mes. Y mientras tanto, todo el asunto queda en secreto. Lo único que pido es discreción.
—Estoy muy desilusionada con vos, papá. Creí que tenías más corazón —dijo Rebeca. Ella también estaba a punto de llorar—. Ahora que volví a llevarme bien con Cristian, o Yelena, vos lo arruinas todo. Esta es la prueba de que tus hijos nunca te importaron. Lo único que te importa sos vos… y tu dinero.
—Bien que te gusta llevar esta vida llena de comodidades sin que nadie te exija hacer nada —le dijo Lisandro.
Eso fue un duro golpe para Rebeca. Ella no tiene la misma valentía que Cristian para marcharse de casa con las manos vacías. Tal y como dijo su padre, disfruta de los grandes placeres que solo el dinero y el estatus social pueden comprar y no le gustaría perder eso por nada del mundo.
—----------
—¿Estás bien, mamá? —Preguntó Cristian cuando vio a Agustina tomando una copa de vino, sola en un patio luz al que a ella le gustaba visitar cuando estaba triste.
—No, claro que no.
Por la voz de su madre, Cristian pudo deducir que esa no era la primera copa de vino del día. Además llevaba puesta la bata color vino tinto, tenía varias exactamente iguales, por lo que parecía que siempre usaba la misma. A los empleados de la casa les encantaba ver a Agustina usando estas batas, porque siempre iba completamente desnuda debajo de ella y no acostumbraba a cerrarla con fuerza, por lo que sus pechos solían asomarse fuera en más de una ocasión. Y si eran afortunados, quizás pudieran ver la concha de Agustina asomando cuando ella se agachaba o se sentaba con las piernas ligeramente separadas, porque la bata era demasiado corta. Agustina sabía perfectamente qué clase de espectáculo brindaba para sus empleados, incluso su marido lo sabía; pero simplemente no hablaban del tema. Agustina aseguraba que dentro de su casa tenía derecho a andar desnuda si le daba la gana. Nadie podía reprocharle nada.
—¿Querés que hablemos?
—Sentate —Cristian tomó asiento en un sillón de jardín frente a su madre, los separaba la pequeña mesita donde estaba la botella de vino y la copa cada vez más vacía—. ¿Sabés una cosa? Puedo entender que te guste vestirte como mujer…
—Es más complicado que eso. No es solo que me guste vestirme de mujer. Es que me siento mujer. Siento que este cuerpo no es el mío.
—Ya, sí… me imaginaba que iba a ser más complejo. Como decía, puedo aceptar eso. A mí no me importa lo que la gente diga de vos, o de la familia. Lo único que no entiendo es… ¿cómo te puede gustar el sexo anal? Es… inmundo.
Cristian sonrió y sintió que un gran peso se le quitaba de encima.
—¿Hablás en serio, mamá? ¿Lo único que te molesta es que yo disfrute del sexo anal?
—Sí. Todo lo demás lo puedo aceptar… pero ¿eso? Eso lo hacen las putas con las que se acuesta tu padre. Por cierto, a mí no me molesta que él ande con putas. Mejor, así no me insististe con esa estupidez de hacerlo por el culo.
—Bueno, no sé cómo explicarlo. No es que me apasione el sexo anal… es que… me gusta tener sexo con hombres y… es la única forma de hacerlo.
—Ya veo. Entonces ¿no es placentero?
—Em… sí que lo es… y mucho. De verdad.
—Esa es la parte que no entiendo. No entiendo cómo algo metido en el culo pueda generar placer.
—Eso no puedo explicarlo. Simplemente sé que es así… quizás debas hablar con Rebeca. A ella también le gusta mucho el sexo anal.
—¿Qué? ¿A Rebeca también? No… eso no lo puedo tolerar… ya mismo voy a hablar con ella…
Agustina se puso de pie de un salto, salió caminando con paso rápido pero cortito. Se llevó con ella la copa de vino.
—Ups… me parece que me mandé una cagada —dijo Cristian, mientras veía a su madre alejándose.
—------------
—Te digo que es algo muy placentero, mamá —insistió Rebeca, por enésima vez—. De hecho, ahora mismo voy a entregarle el culo a mi macho pijudo, que ya me estuvo reclamando que no me porté bien con él y me tiene que castigar.
—Nadie va a castigar a mi hija en mi casa…
—Ay, mamá… no entendés. Es un juego —Rebeca puso los ojos en blanco—. Y uno muy morboso, por cierto. A mí me gusta que me castiguen a pijazos… en especial si me los dan por el culo.
Con esas palabras Rebeca se retiró hacia su cuarto.
Agustina entró a la habitación y vio a su hija completamente desnuda, de rodillas, chupando la gruesa verga de Ernesto junto a la cama. Al verla Rebeca no dejó de chupar y su madre no hizo ningún comentario. Se limitó a sentarse en un sofá que estaba a pocos metros de la lujosa y amplia cama de su hija. Una de sus tetas se escapó fuera de la bata, lo sabía por la forma en que Ernesto la miraba, pero no le importó.
—A ver… ¿cuándo empiezan con lo realmente importante? —Preguntó Agustina.
— ¿Acaso querés ver cómo me rompen el culo, mami?
—Sí, exactamente eso quiero ver… si decís que es tan bueno, esta es tu oportunidad de demostrarlo. ¿O acaso te da miedo que tu madre te vea teniendo sexo? Te recuerdo que ya te sorprendí en más de una ocasión con la verga de alguno de los empleados en la concha. Solo era cuestión de tiempo que te viera con una de esas vergas en el culo.
—No me molesta que me veas cogiendo. Lo único que me molesta es que me interrumpas y me arruines la diversión.
—Esta vez no te voy a interrumpir. Vamos… empiecen.
Con una gran sonrisa en los labios, Rebeca se colocó en cuatro patas sobre la cama y Ernesto inició el ritual que tantas veces habían practicado. Comenzó lubricando muy bien su verga y el culo de su joven amante. Luego apoyó su glande en la entrada y empezó a bombear hacia adentro.
—¿No la vas a dilatar con los dedos primero? —Preguntó Agustina.
—A Rebeca le gusta que lo haga de esta forma —respondió Ernesto—. Dice que le da mucho placer sentir cómo una pija le dilata el culo.
—Es cierto, es lo más rico del mundo… en especial cuando es una verga bien ancha como ésta.
Mientras Rebeca era humillada y sometida analmente Agustina no pudo evitar separar las piernas y llevar una mano hacia su vagina. Ernesto disfrutó de este espectáculo, y a Agustina no le importó en lo más mínimo. Ya había tenido episodios en los que jugaba con su concha ante la mirada mal disimulada de sus empleados. Cerraba sus ojos y simplemente se dejaba llevar por esa morbosa sensación de estar siendo observada… admirada.
Y ahora la que la miraba con admiración era su propia hija. Agustina no podía creer que toda la pija de Ernesto pudiera entrar en el culo de Rebeca. Sí, la chica es culona; pero… es que ese tipo, la tiene tan ancha que da miedo. Sin embargo ella parecía gozar a pleno con cada una de las penetraciones, sin importar lo fuerte que le dieran. Aguantó e incluso suplicó por más. Quería que su macho le diera bien duro, que la rompiera toda.
A Agustina le pareció denigrante que su hija dijera semejantes barbaridades, pero por otro lado entendió el morbo de la situación. Rebeca era una chica preciosa, de alta cuna. Ernesto era todo lo contrario. Un hombre que jamás podría ser el amante de una mujer tan preciosa… y sin embargo lo era, porque a su hija le gustaba sentir la humillación de que uno de los empleados de la familia la sometiera analmente.
La escena se extendió por largos minutos en los que Rebeca no dejó de gemir. Se detuvo solo porque sabía que ya estaba llegando el gran final. Agustina miró asombrada como su hija recibía potentes lechazos en toda la cara, y cuando creyó que ya no saldría más, una última y potente descarga terminó de decorarle la cara con líneas blancas irregulares.
—Al final te convertiste en una puta sin dignidad —dijo Agustina.
Rebeca sonrió con la cara cubierta de semen, se acercó a su madre y sin decirle nada la besó en la boca. Agustina quedó paralizada, no supo cómo reaccionar a eso. Su hija jamás la había besado de esa forma tan… erótica, y mucho menos con semen dentro de su boca y en toda la cara. Esa leche también fue a parar dentro de la boca de Agustina y ella no tuvo más alternativa que tragar y lamer… tragar y lamer, porque la lengua de su hija se estaba enredando con la suya y parecía que nunca se soltarían. Al mismo tiempo Rebeca aprovechó para acariciar la húmeda concha de su madre y le introdujo dos dedos. Los besos de leche continuaron y Rebeca ya estaba masturbando a su propia madre. Agustina no entendía nada, sin embargo tampoco encontraba fuerzas para reaccionar y ponerle fin a toda esa locura. Su cuerpo simplemente se dejó llevar.
—Me parece que vos disfrutaste mucho al ver cómo me culeaban —dijo Rebeca cuando se separaron—. Decime ¿qué te calentó más? Mi culo o la pija de Ernesto? ¿O quizás fue que esa pija estuviera entrando en mi culo? —Agustina no respondió—. Te aseguro que no somos tan distintas, mamá. La única diferencia entre nosotras es que yo me animé a probar todo… y vos no. Cuando te den una buena cogida por el culo lo vas a entender. Y también vas a entender a Cristian.
Rebeca se alejó y caminó directamente hacia el baño en suite de su habitación. Cerró la puerta detrás de ella y pudieron escuchar cómo abría la ducha.
Agustina se quedó allí, sentada en el sofá, con las piernas bien abiertas. Aún había restos de semen en su cara, en especial sobre sus labios. El corazón le latía a toda velocidad y pudo constatar que, para su sorpresa, Ernesto aún tenía la verga dura.
—Ernesto, venga un momento… —el hombre se acercó a ella, mostrando orgullo de su miembro viril. Agustina separó más las piernas y dijo—. Haga su trabajo…
—¿Mi trabajo?
—Sí, desde ahora en adelante le voy a pagar un salario especial, que será secreto. Se lo voy a dar en efectivo, en la mano. A cambio usted tendrá que garantizar discreción y además tendrá que cumplir con ciertas obligaciones… como ésta —señaló su vagina—. Está claro?
—Muy claro, señora —respondió Ernesto, con una gran sonrisa.
—Y estas obligaciones se extienden a Rebeca… y a Cristian, de ser necesario.
—Perfecto.
Ernesto ensartó su verga en el sexo húmedo de esa mujer creyendo que no podía ser más afortunado. Le pagarían por hacer algo que, con todo gusto, haría de forma gratuita. Es más… estaría dispuesto a pagar por gozar con dos mujeres tan hermosas como Rebeca y Agustina… y con la cola de Cristian (o Yelena) y ahora había quedado contratado como “Cogedor oficial” de estas tres putas. Sin dudas disfrutaría de su trabajo y sabía que podía cumplir con eso. No tuvo ningún problema en satisfacer los deseos carnales de Agustina, incluso después de haber taladrado el culo de Rebeca. Si estas putas eran insaciables, él también lo sería.
—----------
Agustina entró al cuarto de su hijo sin avisar, lo vio con ese atuendo femenino y se sorprendió de lo parecido que era a Rebeca. Pensó que si Cristian tuviera tetas y las facciones ligeramente más femeninas, pasaría como una hermana gemela de Rebeca.
Yelena se quedó muy quieta ante la irrupción de su madre. Estaba en pleno acto sexual, con la verga de Ernesto en su boca y con la de Marcos en el culo.
—Hola, Marcos… tanto tiempo sin verte —saludó Agustina—. Veo que viniste a visitar a mi hijo. No tengas miedo, a mí no me molesta que anden juntos. De hecho, agradezco que hayas venido, sabiendo que esto es un riesgo para vos.
—Es que le avisé que este fin de semana Lisandro no va a estar en la casa —acotó Ernesto.
—Está bien. Son los únicos días en que Marcos puede aprovechar para reencontrarse con Cristian… o, Yelena. Perdón, esto no es fácil para mí.
—Estás bien, mamá?
—No… para nada. Me resulta muy impactante verte vestido así… y con una verga en el culo. Dios, no sé cómo vos y tu hermana pueden disfrutar tanto de eso. Pero… hoy pienso descubrirlo. —Agustina se despojó de su famosa bata color vino y quedó completamente desnuda—. Ernesto, esta es parte de tus obligaciones. Espero que lo hagas bien. Esto ni siquiera se lo permito a mi marido.
—Descuide, señora, le prometo que voy a hacer mi mayor esfuerzo.
—¿Qué hacés, mamá? ¿Te volviste loca?
—Quizás… —Agustina se puso en cuatro en la cama, junto a Yelena—. Pero solo hay una forma de averiguar cómo se siente el sexo anal, y es… haciéndolo. Estoy lista, Ernesto. Podés arrancar cuando quieras.
—¿Tiene que ser acá mismo y ahora? —Preguntó Yelena.
—Sí, para que veas el sacrificio que estoy dispuesta a hacer para entenderte mejor. Y si te resulta incómodo, quiero que sepas que para mí lo es mucho más.
Yelena se sintió conmovida, vio la determinación en su madre cuando se abrió las nalgas y esperó a que Ernesto le lubricara el culo.
—¿Quiere que empiece con los dedos, señora?
—No. Quiero que lo hagas como lo hiciste con mi hija… directamente con la verga. Quiero descubrir si la dilatación realmente es tan placentera.
—Solo es placentera si el que la mete sabe lo que está haciendo —comentó Marcos, quien ya estaba entrando en confianza y sus estocadas contra el culo de Yelena se reanudaron—. Y Ernesto sabe muy bien lo que hace, se lo puedo asegurar… por experiencia propia. Él fue mi primera experiencia anal.
—Yo también lo puedo asegurar —dijo Yelena—. Ernesto es un especialista… y es consciente de que tiene la verga grande. Sabe cómo usarla.
—Eso ya lo comprobé —dijo Agustina—. Ahora quiero ver si tiene el mismo talento entrando por el agujero de atrás.
Ernesto le demostró que sí poseía ese inusual talento. Agustina sufrió un poco por la presión que ejercía esa gran verga contra su culo; sin embargo Ernesto sabía hasta dónde entrar sin causarle un dolor insoportable. El dolor que sentía era… placentero. Agustina jamás se imaginó que eso pudiera ser cierto; pero lo era. Realmente lo estaba disfrutando y a medida que la verga entraba más, resultaba aún más agradable.
Sujetó con fuerza la mano de su nueva hija y sonrió. Este gesto agradó tanto a Yelena que le sirvió para relajarse. Ya no sentía vergüenza de que su madre la viera vestida así ni que al mismo tiempo Marcos le estuviera dando por el culo. Estaban pasando juntas por esta aventura y podía disfrutarla.
Agustina jamás creyó que el sexo sería lo que la acercara a sus hijos. Ella que rara vez cedía ante los placeres de la carne, ahora estaba disfrutando de su primera experiencia anal junto a Cristian… mientras a él también le daban duro por el culo. Tanto Yelena como Agustina se permitieron gemir, gozar y suplicar por más pija. Lo hicieron al unísono, dejándose llevar por la calentura del momento. Estuvieron un rato largo dándoles y todo ese tiempo le sirvió a Agustina para convencerse de que el sexo anal era placentero. Ya no lo consideraba tan denigrante y respetaba tanto a Cristian como Rebeca por haberse animado a probarlo.
Después, para rematar, tanto Agustina como Yelena permitieron que sus respectivos machos les acabaran en la boca. Ambas se tomaron todo el semen y al final se miraron con una sonrisa cómplice.
Agustina abrazó a Yelena y dijo:
—Ahora entiendo todo.
—----------
Cuando Agustina le pidió a su marido un mes para convencer a Cristian de que no se hiciera el cambio de sexo en realidad fue un intento desesperado por ganar tiempo. No tenía idea de qué podría hacer cambiar de opinión a su hijo. Ni siquiera sabía que decirle. Hasta el solo hecho de confrontarlo respecto a ese tema le resultaba insoportable. Agustina prefería evitar a toda costa esta clase de conflictos.
El plazo había llegado a su fin y al menos el tiempo le había servido para hacer las pases con Cristian.
—Yo solo quería que te quedaras —dijo Agustina, con la cara empapada en llanto.
—Lo siento mucho, mamá. A mí también me hubiera gustado quedarme, pero ya sabés cómo es papá.
—Es demasiado testarudo —Abrazó a su hijo por enésima vez—. Respeto mucho tu valentía, pero dejame decirte una cosa —lo miró a los ojos—. No te vas a ir sin nada. Abrí una cuenta bancaria a tu nombre y te voy a pasar dinero cada vez que lo necesites.
—No, mamá… yo no quiero el dinero de ese tipo.
—Me importa una mierda. Ningún hijo mío va a pasar hambre. Además, la plata no es solo de él. Yo también hice mucho por esta empresa. ¿Quién te creés que administra todas las cuentas? Tu padre nunca fue bueno con los números. Ni siquiera se va a enterar de esto.
—Mamá, yo…
—Nada. No se discute. Si te vas a ir y vas a empezar una nueva vida, al menos dejame hacer esto por vos, Cristian.
—Yelena. Ahora soy Yelena.
—No me arruines este momento. Sé que de ahora en adelante vas a ser otra persona, pero yo me estoy despidiendo de mi hijo Cristian, a quien no voy a ver nunca más.
Volvió a abrazarlo con fuerza. Yelena entendió el dolor de su madre. Ella había criado un hijo que ya no existía, era como si Cristian hubiera muerto, para que nazca Yelena. Personalmente lo podía considerar una liberación, pero para Agustina significaba el final de su amado hijo.
La despedida fue más amarga de lo que había imaginado, y por suerte Rebeca no quiso despedirse. Ella decía que esto no era un adiós, sino un hasta luego. Agradeció la postura de su hermana, porque no hubiera podido soportar despedirse de las dos al mismo tiempo. El corazón se le hubiera partido en mil pedazos.
Cuando salió por la puerta Agustina vio por última vez a su hijo Cristian. De ahora en adelante debería llamarlo Yelena y seguramente la próxima vez que se vieran él tendría una apariencia muy distinta… y una nueva vida.
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Capítulo 30.
Adiós Cristian.
La primera gran crisis de identidad de Cristian llegó cuando su hermana lo descubrió disfrazado de mujer… mientras le chupaba la verga a Ernesto.
Rebeca se quedó paralizada, había entrado (sin golpear) al cuarto de su hermano, porque necesitaba pedirle un favor, y se encontró con… ¿ella misma? A su cerebro le costó interpretar que esa chica que parecía su gemela en realidad era Cristian, con peluca, maquillaje y minifalda tableada.
Cristian también se quedó inmóvil, mirando a su hermana, aún con la pija erecta dentro de su boca. Ernesto fue el primero en hablar:
—Emmm… podemos explicarlo.
—Salí —le respondió Rebeca—. Quiero hablar con mi hermano.
Ernesto no discutió. Este no era su problema. No tenía nada que hacer aquí. Asintió con la cabeza, guardó su verga y salió de la habitación.
Cristian se puso de pie y se tambaleó por los nervios, comenzó a tartamudear, intentando encontrar palabras para justificar su extraño comportamiento. Para su sorpresa, Rebeca se le acercó y lo abrazó. Fue el abrazo más fuerte y cálido que recibió de su hermana en toda su vida. Ese gesto mudo lo conmovió. Rebeca le estaba demostrando que lo apoyaba, que lo aceptaba tal y como es. Cristian sintió que todos esos años de conflictos con su hermana ya no tenían sentido. Siempre la apreció y durante un tiempo hasta llegó a considerarla su mejor amiga. Se distanciaron solo por absurdas disputas entre ellos que, con los años fueron haciendo mella en su relación.
Cristian le devolvió el abrazo.
Cuando se separaron, él vio que Rebeca estaba lagrimeando.
—¿Qué te pasa? —Preguntó Cristian—. ¿Estás bien?
—Sí, sí… es que… siempre quise tener una hermana. No sabía que… hacías esto.
—Si te molesta lo que hice con Ernesto, yo…
—No, eso no me molesta. Ya lo sabía. Él me lo contó. También sé que estuviste con Marcos. A ver, yo sabía que mi hermano era gay, pero… nunca me imaginé esto… —señaló ese atuendo—. ¿Esa pollera es mía?
—Puedo explicarlo…
—Ay, sonso, no hace falta que expliques nada. Te regalo toda la ropa que tengo si es necesario. Esto… me llena de alegría. No te das una idea de lo feliz que me pone verte así. ¿Hace cuánto que sos nena?
—¿Eh? No, no… esto… es solo un juego, yo…
—¿Estás seguro? ¿O debería decir… segura?
—Mmm… no, pará un poquito. Em… mejor vamos a sentarnos. Todo esto me está afectando mucho. —Se sentaron una al lado de la otra en el borde de la cama. Rebeca sonrió y tomó a su herman(a) de la mano—. Nunca me imaginé que te lo fueras a tomar de esta manera, es como si estuvieras más entusiasmada que yo.
—Es que… me da mucha ternura saber que tengo una hermana.
—No, pero… en serio, Rebeca… esto es… temporal. No lo hago todo el tiempo. Es solo… cuando estoy con Ernesto… o con Marcos. Sí, soy gay, lo admito. Pero de ahí a ser tu hermana… hay un largo trecho.
—Si solamente lo hacés cuando cogés con Ernesto y Marcos, entonces lo hacés bastante seguido. Ellos mismos me dijeron que te volviste un putito insaciable —soltó una risotada—. Y no te lo tomes a mal, lo digo en el buen sentido. Sé que esos dos se divierten con tu culo… y bueno, seguramente sabrás que conmigo hacen lo mismo. Al final… somos putas las dos —volvió a reírse. Cristian se sonrojó, pero al menos sonrió—. ¿Y esta hermana mía tiene nombre?
—Yelena.
—¡Wow!
—¿Es muy raro?
—No, no… me encanta. Te queda genial. Es que… me sorprende que ya te hayas puesto nombre de mujer. Pensé que dirías que no lo tenías.
—El nombre fue lo primero que se me ocurrió. No quería ser Cristian cuando… cuando cogía con Ernesto y Marcos.
—Me parece bien. Y gracias, de verdad lo aprecio un montón.
—¿Qué cosa?
—Que me hayas usado como inspiración. Porque es obvio que buscás parecerte a mí.
—Bueno —Yelena sonrió—. Sos la chica más linda que conozco. Creo que ahora puedo admitir que… siempre te tuve un poquito de envidia.
—Querías ser linda como yo…
—Quizás…
—Y bueno, ahora lo sos —volvieron a abrazarse con fuerza—. ¿Ya pensaste en operarte?
De pronto Yelena se puso pálida y fue a refugiarse en algún rincón oscuro de la mente de Cristian. Él tuvo que salir una vez más a manejar la situación.
—No, no… para nada… es que… te lo dije… esto es un juego. Nada más. No quiero ser muj… la puta madre —se agarró la cabeza con las manos—. No lo había pensado de esa manera. Nunca se me ocurrió, porque me parece una absoluta locura, pero… ¿puedo ser totalmente sincero con vos?
—Si no lo sos, me voy a enojar mucho.
—Cuando me visto así, soy feliz. Cuando soy Yelena me siento a pleno… y cuando vuelvo a ser Cristian, no sé… como que me deprimo. Nada me genera entusiasmo. Y me quedo pensando en cuándo será la próxima vez en que pueda vestirme como Yelena.
—Es algo que tenés que pensar muy pero muy bien. Y quiero que sepas que tenés todo mi apoyo. Cualquier problema que haya existido entre nosotros, ya no importa. De ahora en adelante quiero que seamos como hermanas gemelas, que se cuentan todo.
—Muchas gracias, Rebeca. De verdad me va a hacer muy bien tener a alguien con quien hablar de esto. Estoy muy confundido… o confundida…
—----------
El entusiasmo de Rebeca por tener una hermana se hizo notar con fuerza. Los primeros días pasó horas charlando con Cristian, maquillándolo y enseñándole trucos para realzar sus preciosos ojos verdes. También lo hizo posar en distintos conjuntos de ropa… y lencería. Esta segunda parte incomodó un poco a Cristian, ya que tenía que mostrar el pene frente a su hermana, pero ella lo convenció con una respuesta muy directa:
—Habrás visto mil veces el video en el que Ernesto me da por el culo… ya me lo viste todo abierto. ¿Y me vas a decir que te da vergüenza que te vea el pito? Además… ¿cuántas veces me viste las tetas?
—Miles… porque te gusta tomar sol en topless… para que los empleados te miren.
—Sí, y a mamá también. Aunque ella no lo va a admitir nunca. Yo al menos soy honesta. Me gusta que me miren.
Así fue como Cristian se animó a posar frente a su hermana, incluso vistiendo conjuntos de lencería que no le cubrían el pene en lo más mínimo. Esto ayudó mucho a aumentar la confianza entre ellos.
—Hay algo que no me gusta —dijo Rebeca.
—¿Qué cosa?
—Esos pelitos… —señaló el pubis de Cristian—. Se tienen que ir. Ya mismo. Son un horror.
—A mí no me molestan…
—Cuando veas lo linda que te queda la pija sin pelitos, me lo vas a agradecer. Vení… vamos a sacarlos.
—¿Qué? ¿Ahora? ¿Acaso no hay que sacar turno con una depiladora?
—Nada de turnos ni de depiladoras. Te los voy a sacar yo.
—¿Estás loca, Rebeca?
—¿Por qué? Yo no tendría problema en que me depiles la concha… aunque, ya me hice la definitiva, llegaste un poquito tarde. Vos deberías hacértela también, para eso sí vas a necesitar turno. Pero por ahora… quiero que veas cómo te queda una depilación sencilla.
—Mmm… está bien, acepto. Solo porque tengo curiosidad.
Para Cristian todo el proceso fue muy incómodo. Tuvo que soportar a su hermana tocándole el pene y los huevos para poder depilar cada rincón de su sexo. Incluso sufrió de una potente erección. A Rebeca pareció no molestarle esto. Le dijo que era un punto a favor, porque así podía continuar con la depilación sin que la verga se interpusiera tanto en su camino. Poco a poco, con gran habilidad, Rebeca fue quitando todo el vello púbico. Luego se tomó la libertad de limpiarlo con toallitas húmedas hasta dejar todo impecable.
Cuando Cristian se miró al espejo no lo podía creer. Sin los pelitos molestando, su verga parecía incluso más grande. Además se imaginó que si sus caderas fueran más femeninas, con el pubis depilado daría aún más la apariencia de ser mujer.
—Me gusta —aseguró—. Y me está gustando cada vez más esto de ser mujer.
—¿Ya lo pensaste bien?
—Sí, y… tenés razón. Seguir siendo Cristian es engañarme. No me siento cómodo… cómoda, con la apariencia masculina. Mientras más te miro, más me doy cuenta de que ese es el cuerpo que me gustaría tener. Así sería feliz. Realmente feliz.
—----------
—No, absolutamente no —dijo Lisandro, con los puños apretados.
Su mandíbula estaba tensa y su ceño fruncido. A su lado estaba sentada Agustina, su esposa, que lloraba cubriéndose la cara con las manos.
—Pero papá, no podés hacerle esto a Cristian. Ya tomó una decisión. Es su vida.
Rebeca había alentado a su hermano para que le contara a sus padres que quería empezar el tratamiento para el cambio de sexo y que de ahora en adelante se haría llamar Yelena. Como era previsto, ni Lisandro ni a Agustina les cayó bien la noticia.
—Puedo tolerar muchas cosas —dijo Lisandro—. Puedo tolerar que mi hijo ande chupando vergas y que se la metan por el culo, si eso le gusta, no se lo voy a impedir. Hasta puedo soportar que se disfrace de mujer cuando lo hace. ¿Por qué puedo permitir todo esto? Porque se puede mantener en secreto. Nadie tiene por qué enterarse. Cristian se encierra en su pieza, se viste como quiera y deja que sus machos le rompan el culo. Fin del asunto. Sin embargo, no puedo permitir que mi hijo se convierta en mujer. Eso haría quedar muy mal a la empresa.
—Eso es mentira, y lo sabés —dijo Rebeca—. La empresa no tiene por qué verse afectada. La parte que realmente te molesta es que esto se convierta en un escándalo público. No querés que todo Mendoza esté diciendo: “¿Ya vieron que el hijo de Lisandro López Carrera ahora es un travesti?”.
—Transexual —dijo Cristian—. Prefiero el término transexual… o transgénero. Travesti me suena algo… despectivo.
—Sí, perdón… tenés razón, perdón.
—Pero entiendo tu punto —continuó Cristian—. Eso es lo que diría la gente, y papá no puede tolerar que hablen de él a sus espaldas. Lo siento mucho, papá. De verdad. Sé que te molesta. Pero como bien dijo Rebeca: es mi vida.
—Y esta es mi casa. Y ningún travesti va a vivir en mi casa. Ni hoy, ni nunca.
—Muy bien, entonces tendré que ir a vivir a otro lado.
— ¿Entendés que no te llevarías ni una moneda de acá?
—Sí, papá. Lo entiendo muy bien. No quiero tu dinero. Me las arreglaré como pueda. Mañana mismo me voy de casa.
—No, esperá… —dijo Agustina, entre llanto—. No te vayas así. Vamos a hablarlo mejor. No hay que tomar medidas tan drásticas.
—Cristian no quiere dar el brazo a torcer, y yo tampoco —dijo Lisandro—. No hay nada más que discutir.
—Dame un mes. Si en un mes no logro convencerlo de que todo esto es una locura, entonces que se vaya a hacer lo que quiera con su vida.
Lisandro hizo silencio y evaluó la situación.
—Un mes. Y mientras tanto, todo el asunto queda en secreto. Lo único que pido es discreción.
—Estoy muy desilusionada con vos, papá. Creí que tenías más corazón —dijo Rebeca. Ella también estaba a punto de llorar—. Ahora que volví a llevarme bien con Cristian, o Yelena, vos lo arruinas todo. Esta es la prueba de que tus hijos nunca te importaron. Lo único que te importa sos vos… y tu dinero.
—Bien que te gusta llevar esta vida llena de comodidades sin que nadie te exija hacer nada —le dijo Lisandro.
Eso fue un duro golpe para Rebeca. Ella no tiene la misma valentía que Cristian para marcharse de casa con las manos vacías. Tal y como dijo su padre, disfruta de los grandes placeres que solo el dinero y el estatus social pueden comprar y no le gustaría perder eso por nada del mundo.
—----------
—¿Estás bien, mamá? —Preguntó Cristian cuando vio a Agustina tomando una copa de vino, sola en un patio luz al que a ella le gustaba visitar cuando estaba triste.
—No, claro que no.
Por la voz de su madre, Cristian pudo deducir que esa no era la primera copa de vino del día. Además llevaba puesta la bata color vino tinto, tenía varias exactamente iguales, por lo que parecía que siempre usaba la misma. A los empleados de la casa les encantaba ver a Agustina usando estas batas, porque siempre iba completamente desnuda debajo de ella y no acostumbraba a cerrarla con fuerza, por lo que sus pechos solían asomarse fuera en más de una ocasión. Y si eran afortunados, quizás pudieran ver la concha de Agustina asomando cuando ella se agachaba o se sentaba con las piernas ligeramente separadas, porque la bata era demasiado corta. Agustina sabía perfectamente qué clase de espectáculo brindaba para sus empleados, incluso su marido lo sabía; pero simplemente no hablaban del tema. Agustina aseguraba que dentro de su casa tenía derecho a andar desnuda si le daba la gana. Nadie podía reprocharle nada.
—¿Querés que hablemos?
—Sentate —Cristian tomó asiento en un sillón de jardín frente a su madre, los separaba la pequeña mesita donde estaba la botella de vino y la copa cada vez más vacía—. ¿Sabés una cosa? Puedo entender que te guste vestirte como mujer…
—Es más complicado que eso. No es solo que me guste vestirme de mujer. Es que me siento mujer. Siento que este cuerpo no es el mío.
—Ya, sí… me imaginaba que iba a ser más complejo. Como decía, puedo aceptar eso. A mí no me importa lo que la gente diga de vos, o de la familia. Lo único que no entiendo es… ¿cómo te puede gustar el sexo anal? Es… inmundo.
Cristian sonrió y sintió que un gran peso se le quitaba de encima.
—¿Hablás en serio, mamá? ¿Lo único que te molesta es que yo disfrute del sexo anal?
—Sí. Todo lo demás lo puedo aceptar… pero ¿eso? Eso lo hacen las putas con las que se acuesta tu padre. Por cierto, a mí no me molesta que él ande con putas. Mejor, así no me insististe con esa estupidez de hacerlo por el culo.
—Bueno, no sé cómo explicarlo. No es que me apasione el sexo anal… es que… me gusta tener sexo con hombres y… es la única forma de hacerlo.
—Ya veo. Entonces ¿no es placentero?
—Em… sí que lo es… y mucho. De verdad.
—Esa es la parte que no entiendo. No entiendo cómo algo metido en el culo pueda generar placer.
—Eso no puedo explicarlo. Simplemente sé que es así… quizás debas hablar con Rebeca. A ella también le gusta mucho el sexo anal.
—¿Qué? ¿A Rebeca también? No… eso no lo puedo tolerar… ya mismo voy a hablar con ella…
Agustina se puso de pie de un salto, salió caminando con paso rápido pero cortito. Se llevó con ella la copa de vino.
—Ups… me parece que me mandé una cagada —dijo Cristian, mientras veía a su madre alejándose.
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—Te digo que es algo muy placentero, mamá —insistió Rebeca, por enésima vez—. De hecho, ahora mismo voy a entregarle el culo a mi macho pijudo, que ya me estuvo reclamando que no me porté bien con él y me tiene que castigar.
—Nadie va a castigar a mi hija en mi casa…
—Ay, mamá… no entendés. Es un juego —Rebeca puso los ojos en blanco—. Y uno muy morboso, por cierto. A mí me gusta que me castiguen a pijazos… en especial si me los dan por el culo.
Con esas palabras Rebeca se retiró hacia su cuarto.
Agustina entró a la habitación y vio a su hija completamente desnuda, de rodillas, chupando la gruesa verga de Ernesto junto a la cama. Al verla Rebeca no dejó de chupar y su madre no hizo ningún comentario. Se limitó a sentarse en un sofá que estaba a pocos metros de la lujosa y amplia cama de su hija. Una de sus tetas se escapó fuera de la bata, lo sabía por la forma en que Ernesto la miraba, pero no le importó.
—A ver… ¿cuándo empiezan con lo realmente importante? —Preguntó Agustina.
— ¿Acaso querés ver cómo me rompen el culo, mami?
—Sí, exactamente eso quiero ver… si decís que es tan bueno, esta es tu oportunidad de demostrarlo. ¿O acaso te da miedo que tu madre te vea teniendo sexo? Te recuerdo que ya te sorprendí en más de una ocasión con la verga de alguno de los empleados en la concha. Solo era cuestión de tiempo que te viera con una de esas vergas en el culo.
—No me molesta que me veas cogiendo. Lo único que me molesta es que me interrumpas y me arruines la diversión.
—Esta vez no te voy a interrumpir. Vamos… empiecen.
Con una gran sonrisa en los labios, Rebeca se colocó en cuatro patas sobre la cama y Ernesto inició el ritual que tantas veces habían practicado. Comenzó lubricando muy bien su verga y el culo de su joven amante. Luego apoyó su glande en la entrada y empezó a bombear hacia adentro.
—¿No la vas a dilatar con los dedos primero? —Preguntó Agustina.
—A Rebeca le gusta que lo haga de esta forma —respondió Ernesto—. Dice que le da mucho placer sentir cómo una pija le dilata el culo.
—Es cierto, es lo más rico del mundo… en especial cuando es una verga bien ancha como ésta.
Mientras Rebeca era humillada y sometida analmente Agustina no pudo evitar separar las piernas y llevar una mano hacia su vagina. Ernesto disfrutó de este espectáculo, y a Agustina no le importó en lo más mínimo. Ya había tenido episodios en los que jugaba con su concha ante la mirada mal disimulada de sus empleados. Cerraba sus ojos y simplemente se dejaba llevar por esa morbosa sensación de estar siendo observada… admirada.
Y ahora la que la miraba con admiración era su propia hija. Agustina no podía creer que toda la pija de Ernesto pudiera entrar en el culo de Rebeca. Sí, la chica es culona; pero… es que ese tipo, la tiene tan ancha que da miedo. Sin embargo ella parecía gozar a pleno con cada una de las penetraciones, sin importar lo fuerte que le dieran. Aguantó e incluso suplicó por más. Quería que su macho le diera bien duro, que la rompiera toda.
A Agustina le pareció denigrante que su hija dijera semejantes barbaridades, pero por otro lado entendió el morbo de la situación. Rebeca era una chica preciosa, de alta cuna. Ernesto era todo lo contrario. Un hombre que jamás podría ser el amante de una mujer tan preciosa… y sin embargo lo era, porque a su hija le gustaba sentir la humillación de que uno de los empleados de la familia la sometiera analmente.
La escena se extendió por largos minutos en los que Rebeca no dejó de gemir. Se detuvo solo porque sabía que ya estaba llegando el gran final. Agustina miró asombrada como su hija recibía potentes lechazos en toda la cara, y cuando creyó que ya no saldría más, una última y potente descarga terminó de decorarle la cara con líneas blancas irregulares.
—Al final te convertiste en una puta sin dignidad —dijo Agustina.
Rebeca sonrió con la cara cubierta de semen, se acercó a su madre y sin decirle nada la besó en la boca. Agustina quedó paralizada, no supo cómo reaccionar a eso. Su hija jamás la había besado de esa forma tan… erótica, y mucho menos con semen dentro de su boca y en toda la cara. Esa leche también fue a parar dentro de la boca de Agustina y ella no tuvo más alternativa que tragar y lamer… tragar y lamer, porque la lengua de su hija se estaba enredando con la suya y parecía que nunca se soltarían. Al mismo tiempo Rebeca aprovechó para acariciar la húmeda concha de su madre y le introdujo dos dedos. Los besos de leche continuaron y Rebeca ya estaba masturbando a su propia madre. Agustina no entendía nada, sin embargo tampoco encontraba fuerzas para reaccionar y ponerle fin a toda esa locura. Su cuerpo simplemente se dejó llevar.
—Me parece que vos disfrutaste mucho al ver cómo me culeaban —dijo Rebeca cuando se separaron—. Decime ¿qué te calentó más? Mi culo o la pija de Ernesto? ¿O quizás fue que esa pija estuviera entrando en mi culo? —Agustina no respondió—. Te aseguro que no somos tan distintas, mamá. La única diferencia entre nosotras es que yo me animé a probar todo… y vos no. Cuando te den una buena cogida por el culo lo vas a entender. Y también vas a entender a Cristian.
Rebeca se alejó y caminó directamente hacia el baño en suite de su habitación. Cerró la puerta detrás de ella y pudieron escuchar cómo abría la ducha.
Agustina se quedó allí, sentada en el sofá, con las piernas bien abiertas. Aún había restos de semen en su cara, en especial sobre sus labios. El corazón le latía a toda velocidad y pudo constatar que, para su sorpresa, Ernesto aún tenía la verga dura.
—Ernesto, venga un momento… —el hombre se acercó a ella, mostrando orgullo de su miembro viril. Agustina separó más las piernas y dijo—. Haga su trabajo…
—¿Mi trabajo?
—Sí, desde ahora en adelante le voy a pagar un salario especial, que será secreto. Se lo voy a dar en efectivo, en la mano. A cambio usted tendrá que garantizar discreción y además tendrá que cumplir con ciertas obligaciones… como ésta —señaló su vagina—. Está claro?
—Muy claro, señora —respondió Ernesto, con una gran sonrisa.
—Y estas obligaciones se extienden a Rebeca… y a Cristian, de ser necesario.
—Perfecto.
Ernesto ensartó su verga en el sexo húmedo de esa mujer creyendo que no podía ser más afortunado. Le pagarían por hacer algo que, con todo gusto, haría de forma gratuita. Es más… estaría dispuesto a pagar por gozar con dos mujeres tan hermosas como Rebeca y Agustina… y con la cola de Cristian (o Yelena) y ahora había quedado contratado como “Cogedor oficial” de estas tres putas. Sin dudas disfrutaría de su trabajo y sabía que podía cumplir con eso. No tuvo ningún problema en satisfacer los deseos carnales de Agustina, incluso después de haber taladrado el culo de Rebeca. Si estas putas eran insaciables, él también lo sería.
—----------
Agustina entró al cuarto de su hijo sin avisar, lo vio con ese atuendo femenino y se sorprendió de lo parecido que era a Rebeca. Pensó que si Cristian tuviera tetas y las facciones ligeramente más femeninas, pasaría como una hermana gemela de Rebeca.
Yelena se quedó muy quieta ante la irrupción de su madre. Estaba en pleno acto sexual, con la verga de Ernesto en su boca y con la de Marcos en el culo.
—Hola, Marcos… tanto tiempo sin verte —saludó Agustina—. Veo que viniste a visitar a mi hijo. No tengas miedo, a mí no me molesta que anden juntos. De hecho, agradezco que hayas venido, sabiendo que esto es un riesgo para vos.
—Es que le avisé que este fin de semana Lisandro no va a estar en la casa —acotó Ernesto.
—Está bien. Son los únicos días en que Marcos puede aprovechar para reencontrarse con Cristian… o, Yelena. Perdón, esto no es fácil para mí.
—Estás bien, mamá?
—No… para nada. Me resulta muy impactante verte vestido así… y con una verga en el culo. Dios, no sé cómo vos y tu hermana pueden disfrutar tanto de eso. Pero… hoy pienso descubrirlo. —Agustina se despojó de su famosa bata color vino y quedó completamente desnuda—. Ernesto, esta es parte de tus obligaciones. Espero que lo hagas bien. Esto ni siquiera se lo permito a mi marido.
—Descuide, señora, le prometo que voy a hacer mi mayor esfuerzo.
—¿Qué hacés, mamá? ¿Te volviste loca?
—Quizás… —Agustina se puso en cuatro en la cama, junto a Yelena—. Pero solo hay una forma de averiguar cómo se siente el sexo anal, y es… haciéndolo. Estoy lista, Ernesto. Podés arrancar cuando quieras.
—¿Tiene que ser acá mismo y ahora? —Preguntó Yelena.
—Sí, para que veas el sacrificio que estoy dispuesta a hacer para entenderte mejor. Y si te resulta incómodo, quiero que sepas que para mí lo es mucho más.
Yelena se sintió conmovida, vio la determinación en su madre cuando se abrió las nalgas y esperó a que Ernesto le lubricara el culo.
—¿Quiere que empiece con los dedos, señora?
—No. Quiero que lo hagas como lo hiciste con mi hija… directamente con la verga. Quiero descubrir si la dilatación realmente es tan placentera.
—Solo es placentera si el que la mete sabe lo que está haciendo —comentó Marcos, quien ya estaba entrando en confianza y sus estocadas contra el culo de Yelena se reanudaron—. Y Ernesto sabe muy bien lo que hace, se lo puedo asegurar… por experiencia propia. Él fue mi primera experiencia anal.
—Yo también lo puedo asegurar —dijo Yelena—. Ernesto es un especialista… y es consciente de que tiene la verga grande. Sabe cómo usarla.
—Eso ya lo comprobé —dijo Agustina—. Ahora quiero ver si tiene el mismo talento entrando por el agujero de atrás.
Ernesto le demostró que sí poseía ese inusual talento. Agustina sufrió un poco por la presión que ejercía esa gran verga contra su culo; sin embargo Ernesto sabía hasta dónde entrar sin causarle un dolor insoportable. El dolor que sentía era… placentero. Agustina jamás se imaginó que eso pudiera ser cierto; pero lo era. Realmente lo estaba disfrutando y a medida que la verga entraba más, resultaba aún más agradable.
Sujetó con fuerza la mano de su nueva hija y sonrió. Este gesto agradó tanto a Yelena que le sirvió para relajarse. Ya no sentía vergüenza de que su madre la viera vestida así ni que al mismo tiempo Marcos le estuviera dando por el culo. Estaban pasando juntas por esta aventura y podía disfrutarla.
Agustina jamás creyó que el sexo sería lo que la acercara a sus hijos. Ella que rara vez cedía ante los placeres de la carne, ahora estaba disfrutando de su primera experiencia anal junto a Cristian… mientras a él también le daban duro por el culo. Tanto Yelena como Agustina se permitieron gemir, gozar y suplicar por más pija. Lo hicieron al unísono, dejándose llevar por la calentura del momento. Estuvieron un rato largo dándoles y todo ese tiempo le sirvió a Agustina para convencerse de que el sexo anal era placentero. Ya no lo consideraba tan denigrante y respetaba tanto a Cristian como Rebeca por haberse animado a probarlo.
Después, para rematar, tanto Agustina como Yelena permitieron que sus respectivos machos les acabaran en la boca. Ambas se tomaron todo el semen y al final se miraron con una sonrisa cómplice.
Agustina abrazó a Yelena y dijo:
—Ahora entiendo todo.
—----------
Cuando Agustina le pidió a su marido un mes para convencer a Cristian de que no se hiciera el cambio de sexo en realidad fue un intento desesperado por ganar tiempo. No tenía idea de qué podría hacer cambiar de opinión a su hijo. Ni siquiera sabía que decirle. Hasta el solo hecho de confrontarlo respecto a ese tema le resultaba insoportable. Agustina prefería evitar a toda costa esta clase de conflictos.
El plazo había llegado a su fin y al menos el tiempo le había servido para hacer las pases con Cristian.
—Yo solo quería que te quedaras —dijo Agustina, con la cara empapada en llanto.
—Lo siento mucho, mamá. A mí también me hubiera gustado quedarme, pero ya sabés cómo es papá.
—Es demasiado testarudo —Abrazó a su hijo por enésima vez—. Respeto mucho tu valentía, pero dejame decirte una cosa —lo miró a los ojos—. No te vas a ir sin nada. Abrí una cuenta bancaria a tu nombre y te voy a pasar dinero cada vez que lo necesites.
—No, mamá… yo no quiero el dinero de ese tipo.
—Me importa una mierda. Ningún hijo mío va a pasar hambre. Además, la plata no es solo de él. Yo también hice mucho por esta empresa. ¿Quién te creés que administra todas las cuentas? Tu padre nunca fue bueno con los números. Ni siquiera se va a enterar de esto.
—Mamá, yo…
—Nada. No se discute. Si te vas a ir y vas a empezar una nueva vida, al menos dejame hacer esto por vos, Cristian.
—Yelena. Ahora soy Yelena.
—No me arruines este momento. Sé que de ahora en adelante vas a ser otra persona, pero yo me estoy despidiendo de mi hijo Cristian, a quien no voy a ver nunca más.
Volvió a abrazarlo con fuerza. Yelena entendió el dolor de su madre. Ella había criado un hijo que ya no existía, era como si Cristian hubiera muerto, para que nazca Yelena. Personalmente lo podía considerar una liberación, pero para Agustina significaba el final de su amado hijo.
La despedida fue más amarga de lo que había imaginado, y por suerte Rebeca no quiso despedirse. Ella decía que esto no era un adiós, sino un hasta luego. Agradeció la postura de su hermana, porque no hubiera podido soportar despedirse de las dos al mismo tiempo. El corazón se le hubiera partido en mil pedazos.
Cuando salió por la puerta Agustina vio por última vez a su hijo Cristian. De ahora en adelante debería llamarlo Yelena y seguramente la próxima vez que se vieran él tendría una apariencia muy distinta… y una nueva vida.
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