El partido está difícil, pero no imposible de remontar el resultado.
Catalina está adelantada, muy cerca de la red; yo me ubico detrás de ella.
Se inclina por la cintura, apoya las palmas de las manos sobre las rodillas.
Veo la humedad en su entrepierna, pero no es por la transpiración.
La perra está excitada, igual que yo. Siento que también me humedezco.
Me acerco más a su espalda; casi puedo aspirar su olor a hembra salvaje.
Viene el saque; hay un intercambio de pelotazos y el punto es nuestro.
El festejo también es nuestro; aprovecho para acariciar la cola de Catalina.
Ella sonríe y frunce los labios en un mohín que me hace mojar del todo.
Volvemos a ocupar nuestras posiciones para el próximo saque.
Catalina sabe que estoy detrás de ella, sin perder ni un solo movimiento.
Mira hacia atrás de reojo y sus dedos van a su ajustada calza.
Con deliberada lentitud, levanta el borde de tela para mostrarme su glúteo.
Ahí está, todavía visible, la marca en colorado de mis cinco dedos.
Me distraigo un segundo y la pelota pasa a mi lado, sin poder alcanzarla.
Catalina ríe y me tiende su mano para levantarme del suelo.
Susurra a mi oído que ya no importa el resultado.
Tendremos nuestro propio encuentro en el vestuario…
Catalina está adelantada, muy cerca de la red; yo me ubico detrás de ella.
Se inclina por la cintura, apoya las palmas de las manos sobre las rodillas.
Veo la humedad en su entrepierna, pero no es por la transpiración.
La perra está excitada, igual que yo. Siento que también me humedezco.
Me acerco más a su espalda; casi puedo aspirar su olor a hembra salvaje.
Viene el saque; hay un intercambio de pelotazos y el punto es nuestro.
El festejo también es nuestro; aprovecho para acariciar la cola de Catalina.
Ella sonríe y frunce los labios en un mohín que me hace mojar del todo.
Volvemos a ocupar nuestras posiciones para el próximo saque.
Catalina sabe que estoy detrás de ella, sin perder ni un solo movimiento.
Mira hacia atrás de reojo y sus dedos van a su ajustada calza.
Con deliberada lentitud, levanta el borde de tela para mostrarme su glúteo.
Ahí está, todavía visible, la marca en colorado de mis cinco dedos.
Me distraigo un segundo y la pelota pasa a mi lado, sin poder alcanzarla.
Catalina ríe y me tiende su mano para levantarme del suelo.
Susurra a mi oído que ya no importa el resultado.
Tendremos nuestro propio encuentro en el vestuario…
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