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Corrompiendo a mamá// cap. 8

CAPÍTULO 8
DESFOGARSE
 
Corrompiendo a mamá// cap. 8


Todo estaba pronosticado para que siguiéramos con lo nuestro en mi cuarto. Agitado, todavía sintiendo las pulsaciones en mi glande luego de la impresionante eyaculación que me produjo la masturbación de mi propia madre, me até la toalla en la cintura, tomé a mi madre de la mano y salimos del baño, no sin antes echar un vistazo al cuarto del fondo, cuya puerta queda de frente, donde mi padre aguardaba el regreso de su esposa.

Mi miembro palpitaba debajo de la toalla, ya que ni siquiera alcancé a ponerme unos bóxer. Y sin mi madre resistirse, la metí a mi habitación, encendí la lámpara, cerré la puerta con seguro y me le quedé viendo, frente a frente, completamente desnudo, salvo con la toalla cubriendo mis genitales.

Y así llevamos varios segundos, mirándonos en silencio. Silencios que parecen eternos, observándonos el uno al otro, sintiendo una aparatosa incomodidad por no saber qué hacer o decir después de lo que ha pasado.

 Y ninguno de los dos dice nada. Pareciera que los ratones se comieron nuestras lenguas. Que nuestras voluntades quedaron suspendidas en el tiempo tras cometer semejante inmoralidad.

Y en el silencio la contemplo.

La bata plateada de satín de mi madre cae holgada sobre su exquisito cuerpo. El largo llega a la mitad de sus muslos. Las solapas de la prenda brillante se entreabren a la altura de su torso. Sus gordas mamas lucen rutilantes, con un enorme canalillo en medio de ellas desde donde se insinúan sus carnosas enormidades, como si estuvieran mojadas.

 Y Puedo ver la mitad de ambas areolas asomándose, exultantes, obscenas. Un par de areolas que lucen ante mis ojos, excepto los pezones, que, aunque están escondidos, se marcan en el fino satín.

Se me hace agua la boca, y mi madre baja lentamente sus ojos azules hasta posicionarse en mi entrepierna. Yo miro hacia abajo y veo una tienda de campaña. Estoy excitado. Me falta más. No he quedado conforme con lo que hemos hecho en el baño.

Y me muestro ansioso cuando ambos subimos nuestras miradas a la vez y nos encontramos de nuevo. Mis ojos descendiendo a sus senos que se inflan y se desinflan cada vez que ella respira. 

—No está bien que tengas una erección pensándome, mi bebé —dice ella en voz baja, nerviosa. 

—Lo sé mamá, pero no lo puedo controlar —confieso apenado.

Mi pene no entiende de tabúes ni de relaciones filiales. Mi pene no entiende que esa mujer que está buenísima delante de mí, de pie, con las tetas colgándole en el pecho y sostenida por dos fuertes piernas blancas, es mi progenitora.

—Sí, también yo lo sé, hijo. Por eso te digo, que esto no está bien.

Vuelve a mirarme el bulto, y me avergüenzo. Está muy crecido debajo de la toalla, ansioso de que sus manos lo vuelvan acariciar.

—Yo no pedí esto mamá, pero… te lo confieso… te deseo… desde mucho que te deseo, y ahora, con mi corazón ardiéndome te lo digo.

—¡No está bien, hijo! —dice con aparente escándalo—. ¡No está bien que tengas erecciones por tu madre!

—Tampoco está bien que una madre masturbe a su hijo, y tú lo hiciste —la contravengo.

Ella se queda calla y se ruboriza.

—Pero no te estoy reclamando, mami —me adelanto a decirle—. De hecho quiero que sepas que me gustó mucho lo que hiciste. Demasiado diría yo. Nunca antes nadie me hizo sentir así de bien. Mira, mamá, tenemos que admitir que hemos cruzado una línea roja, y que ahora toca saber cómo la vamos a afrontar.

Mamá pestañea, mira de nuevo mi entrepierna y se lleva las manos a la cabeza.

—No hay que afrontar nada, cielo, lo que ha pasado…

—No me vayas a decir que lo que ha pasado ha sido un error, má, que estás arrepentida, que éstas cosas no se hacen, que tenemos un parentesco y que por lo tanto ésta equivocación no va a volver a repetirse, porque es pecado.

—Pues exactamente eso, Tito, lo que has dicho. Sólo que yo agregaría una cosa más. Tú también lo tienes que olvidar. Y evitar tener esos malos pensamientos hacia mí. No está bien, cielo… soy tu mami, ¿entiendes?

—¡Pero te deseo, mamá, yo te deseo!

—¡No lo digas, por Dios, no lo digas!

—¡No lo puedo evitar! Mira cómo me pones —apunto con mis dedos a mi entrepierna, ese bulto que vibra debajo—. Tú me lo provocas, mami, en verdad.

—¡Tienes que tranquilizarte, Tito! Tienes que olvidar. Tienes que luchar para que tus instintos se controlen y no se mal encaucen. ¡Tienes que dejarme de ver como una mujer a la cuál morbosear!

—No quiero.

Mamá se cruza de manos, y ese movimiento sólo provoca que sus dos melones de carne se levanten, se compriman, y que de la teta derecha se asome su pezón endurecido, sonrosado, delicioso, apetecible, mojadito.

—No es que quieras o no, hijo. Así es y así tiene que ser.

—¿Entonces por qué me has estado tratando de seducir durante las últimas semanas? —le reclamo, indignado, recordando cada una de sus provocaciones.

—¿De qué hablas, hijo, por Dios, muchacho?

—Lo has hecho, mamá, muchas veces. Me has intentado seducir. Tus movimientos tan sensuales cuando pasas junto a mí. La manera en que me pones las nalgas en la cara cuando buscas cualquier pretexto para agacharte delante de donde estoy sentado, sea aquí en mi cuarto o en el sofá.

Las mejillas de la rubia de mi madre se tiñen de rojo.

—¿Cómo iba a intentar seducirte si eres mi hijo, Tito? ¿Crees que estoy loca, o enferma?

—No creo eso, mamá: desde luego que no, pero entonces dime por qué lo has hecho. Me confundes demasiado.

Mamá se descruza de brazos y sus tetazas rebotan sobre su pecho.

—Figuraciones tuyas, mi amor.

Estoy comenzando a perder la paciencia.

—¿Figuraciones mías el hecho de que hayas dejado dos veces tus bragas en el baño cuando sabes que después de ti yo me iba a duchar, madre? ¿Figuraciones mías que te quedes casi en pelotas delante de mí, bajo cualquier excusa, como el día que me pediste que te pusiera la medalla en el cuello? ¿Figuraciones mías que te vistas… con esas mallas y esos tops tan apretados a tu cuerpo, y que te marcan todo? ¡Joder, má!

—¡Mi niño, mi niño, por favor, todo lo estás malinterpretando, ¿me entiendes?! Han sido malos entendidos.

Mamá tiene seca la boca. No haya cómo justificar sus cuestionables acciones.

—¿Y entonces qué fue lo de hace rato, má?

—¿Qué fue de qué, Tito?

—¡Me masturbaste!

—¡Shhhh! —se escandaliza—. Baja la voz.

—Okey, la bajo, pero tú me masturbaste.

—No, mi niño, yo no te he… claro que no.

Mamá suspira, se peina su cabello rubio y echa varios mechones hacia delante, junto a sus tetas.

—¿No podemos simplemente hacer como que no ha pasado nada, hijo? —me propone.

Y yo respingo.

—No quiero, má, porque sí ha pasado, y me lastima mucho que hagas como que no. ¿Es que lo que pasó en el baño no ha significado nada para ti? ¿Es que has tratado de burlarte de mí?

No me doy cuenta que estoy llorando hasta que mamá abre los ojos, atormentada, se acerca a mí y me abraza, acariciando mi cabeza. Y yo siento sus obesidades carnosas aplastándose contra mí. Y lo disfruto. 

—No, no, no, mi bebé, no me llores, por favor, no me llores.

—¡Es que mamá…!

—Ya, mi niño. Tranquilízate, ¿quieres? Por favor. No ha sido mi intención hacerte daño, te lo juro que no.

Gimoteo, y mi tristeza muta a la calentura. Mamá debe de estar sintiendo mi duro bulto rozando su entrepierna. Aun así, me sigue abrazando, se remueve y se restriega contra mí.

—¿Entonces por qué me masturbaste, mami? ¿Por qué ahora quieres que hagamos como si no ocurrió nada? ¿Dime cómo se hace para no sentir lo que siento?

Mamá suspira cerca de mi cuello. Y me estremezco. Su aroma a hembra cachonda me descontrola.

—¿Y qué sientes, Tito? ¡Por Dios, mi amor! ¿Fiebre? ¿Calentura por tu madre? ¡Ay, pero si eso suena tan horrible que me da vergüenza!

—¡Pero también amor, mamá! Fiebre y calentura, sí, pero también un gran amor.

Mi madre suspira una vez más. Siento su entrepierna frotando mi bulto. Mi verga vibra debajo de la toalla. Sus tetazas siguen frotándose contra mi pecho desnudo.

—¿Tú no me amas, mamá?

—¡¿Cómo no voy amarte, mi cielo, si te llevé en el vientre nueve meses?! ¿Cómo no voy amarte si eres de las cosas más hermosas que me han pasado?

Pongo mi nariz en su rubio pelo. Huele a champú. Huele a madre provocadora.

—¿Me amas más que a papá?

—¿Qué cosas dices, mi amor?

—Mamá, sólo dímelo, ¿me amas más que a papá?

Extiendo mis dedos en su espalda. Y quisiera meterlas debajo de la bata. Quisiera agarrarle sus grandes nalgas y amasarlas, pero no puedo. Bueno, sí puedo, pero no debo. Y este autocontrol me perturba.

—Mi niño, es que entiende que son amores diferentes, muy diferentes, ¿comprendes? A tu padre lo amo como hombre, a ti te amo como mi hijo.

—¡No quiero!

Nos separamos un poco. En sus ojos azules puedo ver mi reflejo, el de un hijo pervertido que quiere follarse a su hermosa madre.

—Por Dios, Tito. Te comportas como un niño.

—Es que yo no quiero que me ames como tu hijo, sino como un hombre.

Mamá acaricia mi mejilla, y yo apoyo mi cabeza hacia su dorso, y me dejo acariciar, escalofriado.

—De verdad, mamá, yo soy un hombre.

—¡Pues compórtate como tal, hijo!

Y veo un reto inherente en su petición. Sus ojos azules vuelven a brillar.

—¿Estás segura? —le sonrío con malicia.

Veo los jugosos y gruesos labios de mamá y me los imagino besando mi pene. Me estremezco.

—Tito…

—Voy a demostrártelo, má, que ya soy un hombre.

Y no sé por qué lo hago, pero lo hago. Es preguntarle si está segura y acercarme a ella, deshacer el ceñidor de su bata y abrirla por mitad.

—¡Tito!

—¡Déjame demostrártelo, mamá!

—¡No! ¡No! ¡Atrás…!

Es respirar hondo y ver caer su bata en el suelo. Y sus gloriosas tetas cuelgan delante de mí. Los pezones apuntando a mi cara. Sus areolas tan grandes como salamis. Su vientre plano brillante. Sus braguitas negras muy ajustadas, mostrando las sombras de su vellosidad púbica.

—Déjame amarte, mami, por favor. 

Mamá gira y retrocede, pavorosa, y su espalda y cola chocan contra la puerta cerrada, y allí, con sus obesas tetas colgándole por delante, y yo acercándome a ella, hace un gesto de horror, se agita sobremanera, y niega con la cabeza, diciéndome que no.

—Soy un hombre, mamá, no un bebé —le digo.

—¡Y yo soy tu madre, Ernesto! ¡Por Dios, no hagas una locura!

—¡Quiero tocarte, por favor, por favor…!

Ella aparta la cara cuando intento besarla.

—¿Qué haces, Tito? ¡No!

—Déjame besarte, má.

—En la boca no.

—¿Por qué?

—Soy tu madre.

—¿Y eso qué?

—¡Que es indebido!

Agarro a mi madre de sus suaves brazos, y ella jadea.

—¿Y no es indebido que me dejes comerme tus pechos? —le recuerdo lo de la otra noche.

—¿Qué? ¡No, no te lo permití, hijo! ¡Tú te serviste solo!

—Entonces lo recuerdas, mami, ¿no? Tú recuerdas lo que te hice esa noche. Estabas despierta y no dijiste nada. Porque te gustó. Tú sabías que estaba mal que tu hijo amado te comiera los pechos, que mordiera tus pezones, y no te importó. Tú me dejaste hacerlo porque en el fondo te gusta. En el fondo te pone que tu hijo te haga el amor.

—¡Hijo! ¡No… hijo!

Sonrío por mi travesura. Y ella se agita. Restriega el culo y la espalda contra la puerta, como una gata, y entonces hago lo mío.

Mis dos manos acarician sus contornos al tiempo que mi boca se prenda de su clavícula y poco a poco desciendo hasta uno de sus senos.

Es respirar y poner mis dos manos en sus colosales mamas, las cuales se desbordan. Son un par de melones inabarcables, y el rosado de su piel contrasta con la blancura de mis manos. Sus dos pezones se asoman entre mis dedos, y me excito al verlos así, erectos.

Y me calienta sentir sus tetas tan pesadas, tan redondas, tan blandas y turgentes. Entierro mis dedos, sus carnes se desbordan. Las manipulo con mis manos como si fuesen dos pelotas y las levanto, amasándolas, estrujándolas y mi madre jadeando.

—¡Noooo! ¡Ummm! ¡Noooo! ¡uffff! ¡Mi niño…. Hummmm….está mal… Haaaaa…. esto está maaaal!

Y sus agitaciones me hacen pensar que le está gustando lo que le hago. Y con las dos manos aprieto más fuerte sus tetas y las levanto, al mismo tiempo que bajo mi cabeza hasta que mi boca se encuentra con ellas y me las como.

Muerdo una tetaza y luego muerdo la otra.

—¡Haaaa! ¡Diooooos! ¡Esto no… mi amor…. No….! ¡Haaaaa!

—Vamos a la cama, mamá.

—¡No! ¡Eso no!

—¿Por qué no?

—Por Dios, niño…ya lo sabes.

—No soy un niño, soy un hombre.

—¡Compórtate como tal! —reincide, como probándome.

—Eso hago —le recuerdo, y para confirmárselo, me inclino de nuevo, pego mi lengua entre sus dos senos y los saboreo.

Meto mis manos detrás de su espalda, que sigue pegada contra la puerta, y froto el resorte de sus bragas, en el preludio de su gordo culo. Mi intención es descender poco a poco hasta llegar a su obesa cola.

—¿Por qué te resistes, mami…? Si ya hasta me masturbaste —le digo.

Y dejo de chuparle los pechos para recordárselo. Luego vuelvo a ellos.

—Sólo… he tratado de ayudarte, mi be…bé. ¡Noooo! ¡No le comas las tetas a mamá… no bebéeee!

—¡Quiero hacerte el amor, mami… por favor… déjame…!

Ella dice que no, pero su entrepierna roza mi bulto. Y es tanto el roce que mi toalla se cae y quedo desnudo ante ella. Mi verga salta sobre su entrepierna y choca contra los tejidos de encaje de sus bragas. Mi glande palpita. Mamá se remueve. Los hilos de líquido pre seminal ensucian sus braguitas. 

—¡Déjameee… bebé… déjameee! ¡No le comas las tetas a tu mami, por favor… hijo… eso no… eso es pecado!

Y empuja su pelvis hacia adelante, y aplasta mi verga con su bragas mojadas.

—¿Te gusta tocarlas… cielo? —me pregunta de pronto.

Y yo muerdo sus pechos. Los absorbo, y ella gime “Haaaa” ¡Ohhhhh!

—Sí… mami… me gusta… comérmelas…

—Entonces… come… pero sólo un poco… ¡ahhhh! mi amor. A fin de cuentas ya las tocaste antes, ¿no? ¡haaaaa!

—¿Eh?

—Cuando eras bebé, cielo. Te di a comer de mis pechos. ¿Quieres hacerlo de nuevo? Es probable que te guste.

—¡Me gustan tus tetazas! ¿Lo ves? ¡Son tan grandes y pesadas que me cuesta abarcarlas! ¡No me caben en la boca, mami!

—¡Haaaa! ¡Ohhhhh! —Gime.

Mamá está cediendo, y yo ms siento más cachondo aún.

—No entiendo qué placer encuentran los hombres ¡aaaahhhh !e…n estrujar….nos los pechos, mi bebé. No pensé que tú ta….mbién fueras de esos.

—Es… muy rico, mami.

Me separo, pongo mis manos en sus anchas caderas y escupo sobre su pecho derecho. La saliva moja el pezón, y con mi lengua lo remojo todito.

—Entonces so…n tuyas, mis… pech…os… ¿qué harás con ellos?

—Lo que… hacía, cuando era bebé, como tú dices… Lo que estoy haciendo ahora… mami… mamártelas hasta sacarte leche…

Las estrujo de nuevo y las carnes se desbordan entre mis dedos. Es ver y sentir sus enormidades inabarcables y que mi pene me palpite.

—Mami… ¡estás muy tetona….! ¡No me caben en la boca…!

La miro de soslayo y ella se muerde los labios para no gritar.

—¿Sugey? —Es la voz de mi padre.

Y me aterrorizo. Suelto sus tetas y me aparto de mi madre. Ella me mira, sonríe, y me asusta su sonrisa:

—Vamos, cariño, sigue, no pasa nada —me susurra.

Y ya no entiendo lo que quiere. Si sí o si no. Sus repentinos cambios de hacer y decir me tienen loco.

—Pero papá…

—Ahora lo tranquilizo —dice mamá. Y de pronto grita—. ¡Ya voy, cariño, estoy en el cuarto del niño doblando su ropa!

—¿A estas horas, Sugey?

—A estas horas, mi amor….

—Que las doble él, ¿tan viejo y no sabe doblar su ropa?

Como mamá me lo ordena, ahora escupo la otra teta y con mi lengua vuelvo a remojar todo su pecho.

—Lo estoy enseñando, cielo, hmmmm… lo hace muy bien… muuuy bien…

Y el “muy bien” se traduce a mi boca mordiéndole los pezones. A lo bien que le relamo sus gordas mamas. A mi lengua dibujando los contornos de sus enormes areolas rosadas. A mis manos estrujándolas y apuntándolas hacia mi boca. A ella jadeando en silencio “Huuuumm” “¡Uuuuf!”.

A sus dedos clavando mi cabeza sobre sus pechos, intercalándolo uno, y luego el otro.

—¡Pues yo ya me voy a dormir, mujer!—Es de nuevo el grito de papá—. ¡Cuando te vengas de con tu hijo, apagas la luz, que mañana algunos tenemos que trabajar!

—Ahhh… sí… —gimió mi madre—, yo me ven…dré…

—¿Eh?

—Nadaaaaa…

Mis manos se apoderan de su espalda. La froto. Se siente suave, lisa, y mientras me como sus tetas y sus manos me aplastan contra ellas, me siento con derecho a bajar un poco más…

—No, cielo… eso no…

—¿Pogg quué? —le pregunto sin sacarme del todo una de sus tetas, que exprimo y gozo como un bebé.

—Porque es pecado.

—¿Pego… y egto que egtoy hagiendo ahogaa?

—Es difer…ente, ¡ahhhh! mi niño. Estas mam…as antes ya estuvieron en tu bo….ca, ¡ohhhh mi bebé…! Y… es natural.

—Peg…o mamá.

—Shhhh.

—Mamiii

Antes de que pueda seguir con mis reclamos, mi madre me toma de la cabeza y la empuja hasta su gorda teta derecha, brillante de mi saliva.

—Come, mi niño…come…

“Glugmm Glugmmm” las chupo, las saboreo. Y mi verga dura, golpeando su pubis.

Mientras ensalivo de nuevo sus senos, intento lo impensable, meter mis dedos entre sus piernas. Doy un tallón y ella se estremece. Siento sus vellitos recortados en mis yemas cuando intento hacer a un lado su braguita. Al segundo tallón noto que sus muslos están empapados, ¡mamá está caliente! ¡Muy caliente! Y sonrío de nuevo, victorioso. No puedo estar más feliz.

—¡Ahí no… cielo…!

—Déjame… quiero follarte mami…

—¡No…!

Agarro mi verga con una mano, y paso el glande por los resortes de su braguita, la que intento bajar con mi mano libre.

Mamá se remueve, se restriega contra la puerta, y mientras mi boca muerde sus pezones, primero uno y luego el otro, mis manos la manosean abajo, queriendo bajarle las bragas para meterle mi polla caliente.

Pero entonces ella exclama…

—¡Tito! ¡Basta!

Me empuja, y me impresiona que lo haya hecho con bastante fuerza. Ha sido tajante.

Y yo no entiendo por qué no quiere, a estas alturas del partido.

Agitada, se lanza al suelo, coge la bata, se la pone rápido y se dirige a la puerta.

—¿Qué pasa mamá? ¿Por qué… reaccionas así?

—¡Acabemos con esta locura, Tito! ¡Se acabó! ¿Entendiste? ¡Se acabó! ¡Y por el bien de los dos esto no se tiene que volver a repetir! ¡Y tampoco lo vamos a volver hablar! ¡Soy tu madre, no podemos ser tan degenerados!

Impresionado, con mi verga aun erecta, la veo darse la media vuelta, abrir la puerta y escapar. Y yo, con impresión, me tumbo en la cama, agitado, sudoroso, e intento reflexionar sobre todo lo que acaba de ocurrir.

—¡Mierda!

Y esta noche, sin duda, quedará como una de las mejores y peores de mi vida.

***
 

 
Gerónimo

 “Mi buen amigo Tito, perdona que te vuelva a molestar, pero hoy hablé con mi madre y me dijo que el antivirus que le pusiste el otro día no le quedó bien, ¿podrías echarme la mano de vuelta?”

Suspiro. Mi mejor amigo, el hijo de Elvira, me vuelve a poner en un predicamento.

 

Tito

“Hola, Gerónimo, hoy mismo voy, más tarde”

Y él me agradece con sinceridad. Y me sienta mal que mi mejor amigo ignore que el otro día casi me follo a su madre.

Apenas si pude dormir. De hecho fue una noche horrible. No puedo dejar de pensar en lo que has pasado entre mi madre y yo.

—¡Joder!

Hoy entraré a las once de la mañana en lo que será mi última semana de facultad, y eso me supone el único aliciente de ese puto día. Intentaré comunicarme durante el día con mi primo Hernán, que al parecer llegará en dos meses a casa, donde lo alojaremos durante su estancia en Victoria de Durango. Quiero saber cómo está. Hace mucho que no hablamos.

Por lo demás, sigo muy enfadado con mamá, sobre todo porque ella actúa como la jefa de familia de siempre, como si no hubiera pasado nada entre nosotros. Como si nunca hubiera jalado la polla de su hijo, asaltándolo en el baño mientras éste olía y chupaba sus bragas mojadas con flujos de su sexo. Y como si el hijo nunca se hubiera comido las tetas minutos después.

Un pelo de follársela por fin.

La familia está reunida en la mesa cuadrada de ocho plazas, cada quien en lo suyo, papá con el periódico, enojándose gratis por las noticias que lee, mamá sirviendo café caliente en una jarra de porcelana que está en el centro de la mesa, y mi hermanita Lucy arreglándose el pelo con los dedos. Al llegar a la mesa digo «buenos días» secamente, ocupo mi lugar y me sirvo fruta y yogurt. Hago por no mirar a mi madre y ella tampoco hace nada por llamar mi atención.

Papá responde a un mensaje de texto sobre la recepción de material de construcción que llegará al mediodía en la casa que está haciendo con sus chalanes, y luego nos mira a mi madre y a mí.

—Están muy raros ustedes dos esta mañana —dice, bufando—. ¿Pasa algo?

—No. Nada —respondo con frialdad.

Lucy está devorando su cereal con leche sin azúcar con mucha prisa, pues se le ha hecho tarde, mientras se entalla las medias blancas de su uniforme colegial, que consiste en una faldita tableada de rojo y blanco (que por cierto cada día me parece mucho más pequeña y enseña los muslos de más) una blusita blanca que comienza a mostrarse apretada a la altura de sus pechos, que le siguen creciendo, y un saco del mismo estilo de la faldita que le cuelga en uno de sus hombros. 

—Figuraciones tuyas, Lorenzo —habla mamá, sonriendo, untando mermelada a su pan dorado. 

Yo no me atrevo a levantar la mirada hacia mi progenitor. Estoy molesto, pero también me siento mal. Lo que mamá y yo le hemos hecho a papá raya en la traición. Me siento con mucha vergüenza. Me cuesta mirarlo a los ojos. Por eso me sorprende que mi madre actúe como si no hubiese ocurrido nada. Como si no se hubiera dejado tocar las tetas por su hijo minutos después de haberlo masturbado.

—De hecho, estoy entusiasmada porque esta tarde el padre Antonio nos invitó a su casa a tomar el té.

¿WTF? ¿Otra salida? ¿En verdad mamá está planeando otra salida?

—¿Entonces saldrás esta tarde a la casa del padre Antonio, mujer? —le pregunta el ingenuo de mi padre.

—Así es, corazón.

Yo bufo. Y todos me miran.

—¿Irá Nacho? —digo aquel comentario incendiario, para calarla.

Mamá, que había estado sonriente, cierra la boca de golpe. El pan dorado le tiembla en la mano y me mira pasmada. No se esperaba mi comentario, y ese gesto tiene es un poema.

—¿Quién es Nacho? —se interesa mi padre, bajando el periódico para mirarme.

—Un viudo muy apuesto, ¿verdad mamá? —le sonrío.

Lucy jadea, mira a mamá, luego a papá, y finalmente a mí.

—¿Lo ves, papá? —le dice mi hermana—. Te digo que últimamente Tito ha andado muy rarito. Ya hasta le parece apuesto el tal Nacho, el amigo de mamá.

—A ver, a ver —me acomodo en la silla—, que no es lo que estás pensando, ¿eh?

—No te preocupes, hermanito —me sonríe una Lucy burlesca, cuyos ojos azules chispean—, aunque seas maricón, te voy a seguir queriendo.

—¡Mira, padre, controla a tu changa!

—¡Bueno, ya… a desayunar todos, que se enfría el café! —mamá intenta terminar con la conversación que, de continuarla, la dejaría mal parada.

—Bueno, bueno… —A mi padre le tiembla el diario entre los dedos—. No quiero que hablemos más de… hombres apuestos en esta casa. Y mucho menos tú, hijo, que joder, muchacho, me preocupan tus inclinaciones.

—¡Papá! —reniego.

Mi mala jugada para con mi madre me ha salido al revés. Ahora nomás falta que papá y mi hermana piensen que soy gay, cuando lo único que he pretendido es que mi progenitor comience a cuestionar las salidas tan frecuentes de mi madre a la iglesia.

¿Cómo mierdas es eso de que saldrá esta tarde otra vez? Yo no le creo nada.

Y se me encienden todas las alarmas. Pienso que otra mujer en su lugar estaría totalmente asustada por lo que ha hecho con su hijo en el baño y en la habitación la noche anterior. Pienso que mamá, mínimo, debería de sentirse avergonzada y no con ganas de salir “con el padre Antonio a tomar café”. Pienso que los remordimientos no le permitirían ver a su esposo a la cara, mucho menos sonreírle, toda vez que le ha sido infiel y no con cualquier persona, sino con su propio hijo.

¡Y esta tarde es probable que vaya a ir a revolcarse con el tal Nacho a un motel de paso!, ¡GRRRRR!

Tiemblo de rabia. Los celos me matan.

¡No puedo concebir que mamá vaya a verse con otro hombre! ¡Mamá es mía, toda ella, su boquita mamoma, sus manitas masturbadoras! ¡Sus hermosas tetas, su coño y su culito! ¡Toda ella es mía! ¡Toda! ¡Y no la voy a compartir!

Todos nos levantamos de la mesa y nos disponemos hacer nuestras respectivas actividades. Mamá me mira de reojo pero no dice más.

No quiere que me ponga caliente viéndola, pero se ha puesto otra vez esas mallas que le marcan la raya de su concha (como si no trajera bragas) y que se incrustan en sus tremendas nalgas que rebotan cuando caminan. Encima el sostén que lleva puesto es más atrevido que otros que suele usar.

Y yo, enfadado, me voy a mi cuarto, termino mis deberes, y 40 minutos antes de las once bajo para irme a la universidad.

—Hijo —escucho la voz de mamá—, como sabes, esta tarde saldré. Ven conmigo a la cocina para decirte cómo calentar la comida que haré hoy.

Y como la última vez que hice berrinche, paso de largo junto a ella. 

—No tengo tiempo, madre.

—Ven, por favor, cielo, que también quiero decirte que eso que has hecho esta mañana, intentando chantajearme con lo de Nacho, no está bien.

Me detengo en la puerta de la entrada, con la mochila cayéndose por mi hombro.

—¿Quién quería chantajearte, mamá?

—Tú, Tito, cuando le dijiste a tu padre sobre Nacho, ¿a caso pretendías…?

—¡No pretendía nada, má! Simplemente me castra que tengas que largarte otra vez a una reunión donde ese tal Nacho estará presente.

—¿Qué tienes tú contra Nacho, Tito, por Dios?

—Vi cómo lo mirabas el otro día, mamá, cómo le sonríes. Cómo te comportas cuando él está cerca de ti.

—Es mi amigo.

—¡Pues no quiero que tu amigo te traiga a esta casa como si fueras una cualquiera!

Y dicho esto me largo de casa, escuchando los alaridos de mi madre que me grita desde lejos “¡Ernesto, ven aquí, majadero!” “Ven aquí y pídeme perdón.” La oigo lloriquear, pero esta vez no cederé a sus chantajes emocionales.

Por más tetona y culona que esté, debo de aprender a no dejarme llevar ni por sus encantos y mucho menos por sus sentimentalismos.

Y no la escucho. Estoy terriblemente enfadado. No puedo creer que tenga un amante. No puedo creer que mi “santificada madre” en verdad sea la zorra que Elvira me ha dado a entender que es.

Y es traer a la mente a Elvira y cambiar mis plantes matutinos.

—¡Elvira!

Regreso por la acera y me dirijo a su casa, y mientras voy me planteo programar ciertas cosas para ejecutar esa tarde.

Tengo que seguir a mamá, tanteando la hora en que dice que se irá. Necesito comprobar que en verdad irá a la casa del Padre Antonio o se irá a otro sitio, a solas, con el cabrón de Nacho.

Y también tengo que crearme un perfil fake en facebook, investigar esa cuenta que supuestamente Elvira le hizo llamada “Sugey 69”, y hacerme pasar por alguien más para comprobar si tengo por madre a una mujer santa o a una puta.

Tengo que saber de una vez por todas quién es Sugey, mi madre, en realidad.

Es que todo es tan raro: ¿qué clase de madre hace cosas perversas con su hijo durante la noche y al día siguiente aparece tan campante, en el desayuno, como si nada hubiera pasado?

No. No. Y no. Tengo que descubrir si mamá tiene una doble vida.

—Voy a descubrirte, Sugey 69, lo juro por Dios.

A los diez minutos llego a la casa de Elvira. Y ella me recibe todavía con la bata de dormir, que es incluso más larga que la que mamá usó la noche anterior. Menos mal el carro de su marido no está, o la verdad es que no hubiera llegado.

***

—Hola, Tito, justo estaba pensando en ti —me dice Elvira, sonriéndome, provocadora—. Mi hijo me habló esta mañana y me dijo que te dirí…

—Elvira, he venido a follarte bien follada. —Se me escapa de la voz.

Elvira, con un gesto de zorrón insaciable, abre la puerta por completo y me invita a pasar.

Entro, cierro la puerta y le digo la verdad:

—Estoy muy caliente, Elvira, necesito follarte, por favor.

Sí. Tengo que desquitarme. Quiero follarme a la mejor amiga de mamá.

Elvira sonríe, satisfecha de que un joven busque a una mujer madura como ella para fines sexuales.

—Así me gusta que me traten, mi vida —me dice—, como un objeto sexual.

Elvira aprieta mi bulto con fuerza, y yo jadeo, respingo, y ella saca la lengua y se relame los labios, diciéndome:

—Me compré una peluca rubia, Tito, y unos lentes de contacto azules.

—¿Eh? —digo.

No me concentro al sentir su mano acariciándome el bulto de mi pantalón, que crece y crece.

—Vamos, niñito pervertido —se ríe de mí—, ¿en serio te haces el tonto? Sé muy bien que quieres cogerte a tu madre. Ya nos habíamos sincerado el otro día. Y esta vez, te lo voy a cumplir. La puta de Sugey fornicará con su propio hijo.

—Joder, Elvira.

La jamona pelirroja me vuelve apretar el bulto, y me pregunta:

—¿Traes condones, Tito?

—¿Eh? NO… no —digo nervioso, pensando de repente que a lo mejor no es buena idea estar allí.

Ella, apretándome más el pene, me conduce hacia las escaleras que llevan a la planta alta. 

—Bueno, creo que tengo algunos por acá. Vente, pequeño. Vamos a mi cuarto.

—¿Donde duermes con tu marido? —me sorprendo, tragando saliva.

—Qué morbazo, ¿no? —dice perversamente—. Tú no te asustes, cielo, mejor asústate cuando me vista de puta para ti, transformándome en tu madre, mientras me esperas acostado. Y claro, luego asústate más cuando te mame la polla, los huevos, con todo y pelos, mientras pongo mi culo en tu cara.

—¡Joder! —se me va el aliento.

Respiro nervioso, sabiendo que estoy por tener el mejor sexo de mi vida con una deliciosa zorra experimentada. 

—Respira hondo, Tito, porque la revolcada que te voy a dar hoy, no tendrá precedentes.

Abre la puerta de su cuarto, entra primero, y cuando está allí me invita a ingresar, con uno de sus dedos, diciéndome:

—Vamos, amor, pasa a la cueva del lobo. Es hora de que te cojas a mami.
puta



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0 comentarios - Corrompiendo a mamá// cap. 8