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El último nivel (VIII)




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Empecé a mover mis caderas despacio.
·        ¿No deberías… esperar? -  preguntó Sarah, sintiéndome rascar su interior, mientras ella reposaba sobre mí.

El último nivel (VIII)

La besé suavemente y le sonreí.

-    ¡Vamos, Sarah! No le he hecho el amor a mi esposa en 3 días… y estoy caliente por ti.

·        Sí… pero…

Interrumpí su respuesta, besándola suavemente en los labios y arrebatándole un tierno suspiro.

-    Sarah, eres sexy. Muchos hombres querrán acostarse varias veces seguidas contigo.

Comprendo la incredulidad que ustedes pueden tener al leer mis descripciones sobre Sarah, pensando cómo es posible que no haya hombres acechándola constantemente.

Pero, para empezar, Sarah no es de esas mujeres que “salten a la vista” con su físico, aunque eso no quiere decir que no sea sensual. A lo que me refiero es que a diferencia de Pamela (la prima de Marisol y lejos, la mujer más sexy que he conocido y con la que he tenido la fortuna de dormir), que abiertamente mostraba su sensualidad, Sarah es más seria, ejecutiva, profesional y cuadrada.

En pocas palabras, su vestimenta cuando recién la conocí era bastante sosa y formal (camisas blancas y faldas negras largas), ideales para una abogada que se enseñorea en el estrado, pero intimidantes para conversar durante la vida cotidiana.

Segundo, al igual que yo, Sarah vivía pensando en su trabajo. Es decir, solo conversar con ella le resultaba irritante, puesto que podías percibir que ella tenía algo más importante que hacer. Incluso, la primera vez que nos juntamos, en donde le informé que su hija estaba enamorada de Matt y le sugerí que hablase con su hija, argumentó que estaba muy ocupada y que no tenía tiempo para hablar con ella. En vista que la relación con Brenda tenía muchos paralelos a la relación que Marisol y yo vivimos, le obligué a que escuchara mi experiencia, dado que veía inminente que los chicos empezarían a tener relaciones sexuales.

Y tercero, el estilo de vida que ella lleva no da para conocer otras personas. Ciertamente, iba religiosamente al gimnasio, pero con un horario tan estricto y un ambiente de mayor clase como el departamento donde vivíamos, no le daba el tiempo para entablar amistades.

Nos seguimos besando suavemente, a medida que la iba bombeando despacio. Necesitaba sentirse querida y deseada, por lo que, en ese aspecto, le estaba cumpliendo mi palabra de mostrarle cómo vivo el sexo con Marisol.

-    Me encantan tus pechos. – le dije, dándole pequeños chupones por los costados. – si usaras más escote, no habría hombre que no te mirara.

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·        A mí… me encanta cómo besas…nunca me habían besado así.

Me reí levemente.

-    Bueno, Gavin no me dejó la barra muy alta para empezar.

Nos reímos juntos, pero proseguimos besándonos. Si bien, mis movimientos eran lentos y profundos, Sarah los disfrutaba paulatinamente más y más.

-     ¿Qué es lo que más te gusta del sexo? - pregunté, besando sus manos y perdiéndome en el celeste de sus ojos.

·        Esto… que me mires a los ojos…que me hagas sentir deseada…- respondió curiosamente entrecerrando los suyos, dejándose sucumbir a la cadencia de mis movimientos.

Me afirmé de su cintura, haciendo que la penetrase un poco más, a lo que ella liberó un álgido suspiro, silencioso y frio, como si fuese un susurro.

-     A mí, me encanta verte tan inexperta. – le dije, haciendo que abriese sus ojos. - ¡Mírate! ¡Eres una diosa!

La hice sonreír y a la vez, mojarse un poco más.

·        A mí… me encanta tu pene…-confesó avergonzada, mirando hacia los costados de la cama. – Nunca había tenido algo tan grande dentro de mí.

-    ¡Disculpa, es el pene de mi esposa! – le aclaré juguetón, ya que quería que me mirara y sonriera, acción que resultó tan hermosa como presenciar la majestuosidad del amanecer.

Eso la excitó un poco más, cabalgándome con mayor fuerza.

La tomé de la cintura y la volteé para penetrarla yo nuevamente, sin perder el ritmo de la cintura.

Sarah se quejaba suave, al sentir que más y más machacaba su interior.

-     ¿Por eso fuiste a mi casa ese día?... ¿Para protestar por qué Marisol disfrutaba de mi pene?

Recuerdo que me encantaba verla desvariar, mientras conversábamos haciendo el amor. Su implacable retorica, tan elocuente en otros momentos, no era rival para mis movimientos de cadera.

·        No… yo fui…-respondió inconclusa, suspirando con mayor intensidad a medida que incrementaba la frecuencia y profundidad de mis embestidas.

-    ¿O querías conocerme? –pregunté, agarrándole sus senos con ambas manos y besándole en torno a su oreja.

Sus suspiros no respondieron con palabras, pero su sorpresivo orgasmo fue mucho más expresivo.

·        Tenía que verlos… auugh… tenía que conocer… aahgghh… a los pervertidos… mgggg… que follaban sin parar…aaagghhh… toda la noche…

-   ¿Y te gustó conocerme? – le pregunté, acariciando sus cabellos.

Sarah me besó con desesperación, acabando por segunda vez.

·        ¡Te encontré apuesto! – confesó hermosa, mientras la empalaba a más no poder, aferrándose a mis hombros, con una mirada completamente perdida. – fuiste gentil… y comprensivo… y empecé a imaginar… cómo sería dormir contigo…

Y como si fuera una lucha entre ambos, fue ella la que me empujó para ir arriba, cabalgándome como si ella fuese una maravillosa valquiria, preparada para la batalla.

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Sus pechos subían y bajaban libidinosamente, los cuales mis manos no pudieron contener, mientras que sus muslos buscaban estrujarme todo mi ser.

·        Quería sentir tus manos… en mis pechos… en mi culo… y que me hicieras acabar… más y más…- proclamaba Sarah a los cuatro vientos, con un ritmo fenomenal.

Eventualmente, sus propias violentas embestidas le hicieron acabar, pero yo no estaba listo aun, por lo que una vez más, la tuve que voltear y penetrarla con violencia.

·        ¡Vamos, Marco!... ¡Lléname!...¡Hazme sentir mujer de nuevo! ...- demandó ella, con una seguidilla de orgasmos.

Le manoseaba los pechos con descaro y me perdía en sus impulsivos labios, que me llevaron al cielo de los santos.

·        ¡dios!... nunca pensé… que el sexo fuera tan bueno…- logró decir, una vez que salimos del éxtasis.

Pensé que era una frase cursi, pero para ella, que solo durmió con Gavin, en realidad tenía mayor seriedad.

Eran cerca de las 4 de la tarde. Llevábamos al menos unas 3 horas haciendo el amor y tenía hambre.

-     ¿Quieres comer algo? – le pregunté, mientras reposábamos satisfechos y besándonos.

Ella quería ordenar algo por teléfono, pero para mí, la sola idea de tener que vestirme o que ella se vistiera para recibir la comida me desagradaba.

·        Te advierto que no tengo carne.– dijo, poniéndose una bata plateada, mientras yo revisaba el refrigerador completamente desnudo.

-   Y por lo que veo, ni siquiera muchos vegetales…- agregué, al notar que había algunos huevos, un par de tomates y una solitaria zanahoria.

Se sentó en la mesa, mirando descarada cómo mi pene se meneaba alrededor.

-  ¿Tienes arroz?

Me miró con una expresión de “cómo voy a saberlo” …

·        Mi dieta es solo deliveries de sushi y ensalada cesar. – exclamó como una niña consentida.

Me reí.

-    ¡Pobre Brenda! ¿Qué comerá?

Sarah hizo un mohín coqueto, como si hubiese lastimado su orgullo…

·        No todos tenemos la suerte de la vecina, cuyo marido sabe cocinar. - comentó envidiosa.

Encontré por fortuna, un diente de ajo y algo de orégano, por lo que ya podía preparar algo decente junto con el arroz.

Sarah me miraba asombrada cómo picaba las verduras tan fino y rápido.

·        ¿Cómo lo haces? - preguntó intrigada, mientras vertía el ajo para hacer el sofrito.

-    Es solo práctica. A Marisol no le gusta cocinar…- respondí, soltando inconscientemente una sonrisa.

·        De verdad la amas…- exclamó sorprendida, al verme perdido en su recuerdo.

A medida que preparaba los tomates, le expliqué la manera que Marisol y yo nos complementamos. Mientras que Marisol es más de sentimientos y emociones, yo soy más de ideas y pensamientos.

·        Pero yo nunca podría cocinar como tú.

Me puse a su lado y le enseñé a trozar los tomates. Lo que al principio era un juego de enamorados, con el pasar de los minutos empezó a subir la temperatura.

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Su lindo pecho escotado, junto con su meneo libidinoso de su seductor trasero sobre mi falo hizo que mi cuerpo reaccionara. Luego siguieron los besos, los agarrones, el deseo de tomar y de ser tomada.

-   Tenemos que hacerlo rápido. –le dije, afirmándome de su cintura, empezando penetrarla desde atrás. – De lo contrario, el arroz se quemará.

Su vagina escurría deliciosa, mientras que mis manos se perdían en el mar carnoso de su escote y nuestros labios se unían desesperadamente con alevosía.

La fui penetrando con dureza, con un calor animal que ella jamás había experimentado. Al poco rato, se rindió, apoyándose sobre el estante para dejar que su macho la penetrase sin resistencia.

Mis estocadas se hacían más y más intensas, a medida que veía que el vapor salía presuroso de la olla. Ya llevábamos un ritmo maquinal cuando escuchamos la olla burbujear y me aferraba a sus caderas con desesperación, como si mi vida se me fuera en ello.

Fue entonces que me tuve que venir, soltando mi carga en lo más profundo de su manantial.

·        ¡Te amo! -exclamó ella, en el más agradecido de los susurros.

Pero sin dar tiempo para caricias post-coito, saqué mi pene casi con violencia, haciendo que Sarah quedase completamente derrengada sobre el mueble.

Y con la experticia (y desnudez) de un tipo que sabe cocinar, apagué el arroz y lo serví en platos.

Mientras comíamos, no podíamos evitar darnos miradas y sonrisas libidinosas, al contemplar el sutil meneo de las partes que nos interesaban.

Alrededor de las siete y media, nos metimos a la ducha. Tal como ella lo deseaba, la atendí con mi boca un par de veces, para luego continuar haciendo el amor como lo hacíamos en el hotel, con ella montándome mientras la apoyaba en la pared.

Y ya para las nueve, Sarah era una gatita melosa, que se dejaba querer. Le conté que, con Marisol, dejábamos el sexo anal para el final, dado que era lo que más le gustaba y la razón principal por la que más gemía de placer. No es necesario decir que una vez en la cama, me ofreció jubilosa su culito, para que me dejara hacer.

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Terminamos alrededor de las once, agotados, durmiendo de cucharita, con mis manos reposando en esos enormes almohadones pectorales.

Debían ser como las 12 y media cuando sentí un ruido extraño en el living. Tenía ganas de orinar y mi instinto de padre me llevó a patrullar, pero no encontré nada en particular.

Fui al baño de visitas, pensando en revisar si el grifo estaba goteando, cuando al abrir la puerta, además de encontrar la luz encendida, encontré una “esperable sorpresa” …

Brenda, sentada orinando, con su boca a menos de 30 centímetros de mi hinchado falo…


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