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Compendio I
Empezamos a besarnos con pasión. Sus besos eran deliciosos, en el sentido que iban cargadísimos de una ansiedad no disipada…
Y esta empezó a manifestarse en sus manos.
- Espera… no… ¡Detente!- le dije, sin parar de sonreír.
· ¿Qué?- preguntó molesta, al tomarle las muñecas de sus manos.
- ¡Te dije que soy casado!-respondí en un tono juguetón.
Aun así, nos mirábamos con complicidad…
Expliqué a mi esposa que en esos momentos, me sentía extremadamente vivo, porque tenía a una hermosa mujer pacientemente esperando a que desabotonara uno por uno los botones de mi camisa, mirando con gran satisfacción cómo mi piel se iba desnudando de a poco.
Y ciertamente, incontables ocasiones ha pasado con mi mejor amiga y esposa, así como con muchas otras. Pero me sentía especialmente contento, al darme cuenta que Doris era una mujer que, en mis años de universidad, ni siquiera me habría dado 15 minutos de su tiempo.
Por su parte, una vez que mi torso quedó descubierto, no tardó ni 2 segundos en remover su sudadera, que para mí había resultado tan compleja para desnudar, como una camisa de fuerza.
Sus pequeños limones aparecieron bajo un hermoso sostén, contrastando llamativamente con su piel ligeramente dorada.
Proseguimos nuestros besos, prendiéndonos desenfrenadamente de los labios y mezclando nuestras lenguas como si buscásemos agua.
Nuestras manos sincrónicamente se agarraban mutuamente de las nalgas del otro, conmigo palpando el celestial surco que separaba su trasero.
Cuando cayeron sus bermudas, una deliciosa tanguita blanca, discreta y menuda, aparecieron con evidentes rastros de humedad.
Por su parte, cuando me desnudó el pantalón y me bajó elc alzoncillo, me miraba completamente anonadada en sorpresa.
o Es… grande…- señaló, indecisa si mirarme a los ojos o mirar mi herramienta, que claramente estaba alzada por ella.
Proseguimos besándonos, con mi apéndice aprisionándose ocasionalmente sobre sus muslos y con suspiros profundos y adicionales, que guiaban más y más sus manos hacia mi bullente miembro.
De un momento para otro, como cuando un planeta pierde una de sus lunas, se agachó y empezó a besarlo.
Empezó a besarla tímidamente por la cabeza y por los costados. De apoco, empezó a palparlo con la lengua y mirarme a los ojos, a medida que ganaba más confianza.
No sé si habrá sido el ruido de la succión o si estuvo todo el tiempo escuchando de la puerta, pero a los pocos minutos, Miles empezó a golpear la puerta desgarrado.
Ø ¡MARCO, YA PASÓ EL TIEMPO! ¡SALE!
Pero Doris estaba dándome un trabajo oral que era imposible de dejar.Al parecer, su frustración, desesperación y libido estaban concentrados en tragar paulatinamente más y más de mi pene, hasta que el fastidio del constante golpeteo de Miles le hizo estallar.
· ¡YA CALLATE! ¡AHORA SON MIS 4 HORAS CON ÉL!
Fue hermoso, en el sentido que pude presenciar su “grito de independencia”: Me agarró con fuerza y su mirada era feroz. Pero al mismo tiempo, me pareció ver una reacción reconfortante, tras finalmente descargar sus sumisiones y sacrificios.
Me miró de nuevo a los ojos y resumió los 5 segundos de pausa como si intentara compensarlos. Sus chupones eran formidables y los ruidos parecían retumbar en las paredes.
· ¡ES ENORME… ¡Y ESTÁ DURÍSIMA! -proclamaba a los 4 vientos, aunque era evidente que más que para decírmelo, era para el “bulto gimiente” del otro lado de la puerta.
Pero a su vez, se notaba entusiasmada conmigo, dado que, a pesar de chupar, babear y lamer mi falo, podía contenerme bien y se notaba claramente que quería sentirme en su interior.
Y cuando empezó a gatear sobre mí, tuve que hacerle a un lado…
- Necesito un condón…
En realidad (Y a pesar de lo que puede creer mi esposa), estuve tentado a ir sin preservativo. Pero considerando que Miles era un mujeriego y que seguramente, debía irle bien con las mujeres, no quería arriesgarme a contraer algo, sin importar lo deseable que estuviese Doris.
Aun así, debo admitir que en esos momentos, ella parecía un perrito esperando una galleta, dado que,poniéndome el preservativo, yo aún permanecía duro y apuntando al techo.
Pero una cosa es desearlo y otra cosa es obtenerlo. Porque cuando empecé a acercarme a Doris, nuevamente retrocedió. A final de cuentas, yo seguía siendo un desconocido…
- Todavía puedes decir que no…-le dije, poniéndome de cuclillas, en completa sumisión y siempre sonriendo.
Me sonrió de vuelta y creo que eso facilitó todo. Tal vez, recordaba lo que le había dicho a mi esposa que todo dependía de ella.
Aun nerviosa, se acostó en la cama y nos empezamos a besar con torpeza. Jadeó levemente a medida que mi cabeza empezaba a entrar en su cuerpo. Se notaba excesivamente apretada y el avance fue agradablemente lento.
· ¡Auu!- exclamó tiernamente,como cuando una niña pequeña cuando da un gran salto.
No pude evitar sonreír y ella, a su vez, sentir un poco de vergüenza. Pero durante esa ínfima pausa de 20 segundos, se sintió más cómoda conmigo, porque yo seguía esperando a que estuviese dispuesta.
Con una linda sonrisa, nos volvimos a besar y empecé lentamente a mover las caderas. Era evidente que lo estaba disfrutando, dado que a ratos perdíamos la coordinación de los besos para suspirar con gozo.
· ¡Ahh!... ¡Ahhhh!... – gemía suavemente…
Hasta que insistentes golpes en la puerta rompieron una vez más el ambiente.
Ø ¡DORIS, ABRE LA MALDITA PUERTA!
Nos detuvimos y ella miró hacia la puerta no con miedo, ni arrepentimiento, ni vergüenza. Pero con enfado.
Como si cuestionara el descaro de Miles de interrumpir su placer.
· ¡OHH!... ¡OHHHH!... -empezó a gemir de forma extremadamente fingida, en un claro gesto de molestia y fastidio.
Sin embargo, dado que a mí me gusta lo genuino, me lo tomé como un desafío…
· ¡OOOH!... ¡OHHHohhh!... –Exclamó cantarina, al sentirme pujar más adentro.
Nos miramos a los ojos de nuevo, con ella, diciéndome lo agradablemente sorprendida que se encontraba, y conmigo, mostrándole solo una parte de lo que esperaba.
Proseguimos moviéndonos cada vez más rápido. Sus gemidos eran imparables, mientras que yo me aferraba a su redondo trasero ya ansiando conquistarlo.
· ¡Ohhh!.. offffffff…- recuerdo que exclamaba, inspirando extremadamente complacida.
Me asía de su cintura y de su trasero, apretándola como si la quisiera toda para mí.
Los breves instantes que abría sus ojitos celestes, parecía brillar de placer. Nos besábamos fervorosamente, con una devoción de su parte producto de un genuino agradecimiento por hacerle disfrutar tras tanto tiempo.
· ¡Ahhh!... ¡Ahhhhh! – gemía más fuerte, a medida que copulaba con ella sin darle tregua.
Fue entonces que el golpeteo de la puerta se volvió frenético.
Ø DORIS, ¿QUÉ HACES? ¡ABRE LA PUERTA, MARCO MALDITO!
Pero a esas alturas, los gritos nos venían sin cuidado…
· ¡AHHH!... ¡SÍIIIII!...¡AHHHH!... ¡SÍIIIIIIIII!... ¡DAME MÁS FUERTE!... ¡MÁS FUERTE!
Se afirmaba de mi cabello de una manera amorosa y ya abiertamente, me miraba a los ojos, importándole un carajo Miles.
Ø ¡DORIS, ABRE YA! – gritaba, haciendo que el picaporte sonase sin cesar.
Pero sus ordenes lo único que hacían eran perturbar nuestro ambiente. Cuando ella se sujetaba por detrás de mis hombros, en un invitador abrazo que buscaba ponerme más cerca y con sus piernas envolviendo las mías, sin intención de dejarme escapar, Doris alcanzó la gota que rebalsa el vaso, casi llegando al clímax.
· ¡AHHHHH!... ¡AHHHHHHH!... ¡YA, CÁLLATE! – le espetó, alcanzando un pequeño orgasmo de satisfacción. – Mhmmmmmm…¡HACE TIEMPO QUE NO ME COGÍAN ASÍ!... ¡Ahhhh!... ¡Y TU AMIGO ES INCOMPARABLE!...¡Ahhh!
Los golpeteos en la puerta se hicieron más intensos…
Ø ¿QUÉ ESTÁS DICIENDO? ¡ABRE LA PUERTA, MALDICIÓN!
Pero para Doris, era la hora de la revancha…
· ¡LO QUE OYES!... Mhmmmm… ¡TU AMIGO COGE MEJOR QUE TÚ!... Ohhhh…
Inconscientemente, no pude evitar sentirme más excitado y bombearla con mayor fuerza.
Ø ¡MARCO NO ES MI AMIGO! – exclamó gritando, claramente tratando de derribar la puerta a empujones.
Insisto que, a nosotros, ya no nos importaba y que nuestros abrazos y besos eran tan fuertes, que buscaban casi fusionarnos. Pero, aun así, el escarmiento de Miles no terminaba…
· Mhmmm… PUES TÚ LO INVITASTE… Ahhhh…Y ME ESTÁ HACIENDO GOZAR MÁS QUE TÚ… Mhmmm… LA TIENE MÁS GRANDE… Ahhhh… ES ENORME… Nghhh… Y ME ESTÁ ROMPIENDO…
Los empujones en la puerta cesaron de repente y solamente, le escuchamos quejarse.
Ø ¡NO! ¡NO! ¡NO! – se escuchaban sus balidos otra vez, pero para nosotros, eran mucho más manejables.
Nos seguimos besando sin parar. Yo ya podía meterla completamente a fondo y Doris estaba melosa por ello.
· ¿Te falta mucho?... ahh… ¡Vente conmigo! ...- preguntaba ella, mientras le masajeaba sus pechos.
En realidad, estaba que ardía por ella y casi acabo al instante apenas me lo pidió. Pero quería dar unos cuántos empujones antes de acabar.
Y se notaba que hace un buen tiempo que no le daban de lo bueno, porque esas 5 embestidas adicionales la impactaron arrebatándole el aliento.
· Aghhh… aughhhh…- gimió, tratando de morderse los labios y no gemir demasiado, como si temiera que el éxtasis se escapara por su boca, disfrutando su orgasmo.
Debo decir que en esos momentos, sonreí tratando de no interrumpir su gozo. Pero luego de 45 segundos, abrió los ojos con una mirada agradecida.
· Ahhh… ¿Fue bueno para ti también?...- preguntó agotada y sonriente.
Le fui sincero…
- Sí… pero… - planteé avergonzado.
Me miró con coquetería y ansiedad…
· ¿Peeero?... ¡Vamos! ¡No puedes decir que lo hice mal!- preguntó, cambiando su actitud en 180º en menos de 15 segundos.
Le sonreí con confianza, coqueteándole de vuelta.
- ¡No, no es eso!... verás… hoy es viernes… y…
· ¿Yyyyyyyy?- consultó entretenida, como si nos conociésemos por años, como si preguntara por qué el gato me comió la lengua.
- Que los viernes, mi esposa me deja tener más sexo con ella…- le tiré la pelota de vuelta.
Doris hizo una mueca entre sorpresa y risa, bastante graciosa.
· Entonces… ¿Quieres más?...-Preguntó, mordiéndose el labio coqueta.
Asentí con la cabeza ansiosamente.
Ella solo dio un suspiro…
· Bueno… si tú quieee…
(Well, only if you waaan…)
Pero no le dejé terminar, comiéndole de nuevo los labios…
Luego de desembarazarse de mi beso, dar otro suspiro y de mi primera embestida, logró preguntar…
·
¿Ahora mismo?- preguntó, sonriente con la idea.
- Sería lo ideal, a menos que quieras ir al baño, claro…- respondí.
Su respuesta fue otro maravilloso beso.
Y aunque se sentía mi carga anterior entre nosotros, creí que el condón aguantaría otra ronda. Para ella, era otra nueva experiencia sentir que aunque hacía poco que me había corrido, la embestía casi tan duro como lo había hecho la primera vez.
En esta oportunidad, quería gozarla yendo ella arriba. Y si me permiten ser sinceros, fue como ver el nacimiento de una estrella del pop.
Porque era ella la que se meneaba, buscando su placer y dejarse llevar. Que yo le agarrase de los pechos, de su cintura o del contorno de su trasero, le resultaba un beneficio adicional.
Y una vez más, empezó a manifestar sus gemidos placenteros, retumbando en las 4 paredes, con el bajo murmullo del arrogante de Miles llorando por escuchar a su mujer disfrutar de alguien más.
Como lo deseaba mi esposa, nos besamos con locura. Como 2 enamorados que tienen una noche antes de morir y que cada segundo sin caricia o deseo, era un desperdicio.
Comí sus suculentos pechos, con lamidas profundas que causaban trazos de baba y mis dedos se metían insidiosamente en su trasero, experiencia que si bien al principio era nueva e incómoda, ante mi insistencia y constancia, fue pasando a aceptación y resignación, para desembocar en deseo y lujuria.
Dieron las 6:30 cuando pudimos distinguir dónde empezaba ella y dónde terminaba yo…
· Eso… fue lo mejor…- me confesó con una diáfana sonrisa, apoyándose en mi vientre.
- Pues… sí…- le dije, haciendo otra nueva morisqueta.- pero…
Doris sonrió de nuevo y me acarició el mentón cariñosamente.
· ¿Peeero?...- preguntó sonriente, con completa confianza.
(buuuut….)
Y le sonreí de vuelta.
- Exactamente.- le dije, haciendo que su rostro cambiara de sorpresa.
Y es que la palabra para “pero”, en inglés, suena igual a “trasero”.
· Pero nunca… lo he hecho… así…-trató de explicarme, mientras le comía el lóbulo de la oreja, le agarraba uno de sus senos y le metía la mano por su hendidura, tentándola para convencerla.
Seguramente, también sintió la puntada que dio mi pene entre sus piernas, señalando lo hambriento que me encontraba.
- Sí, eso suena lo mejor…- le dije, besándole con ternura e hipnotizándole con mis ojos.- No hay mejor venganza para Miles…
Y aunque hubo un titubeo de lealtad de su parte, la verdad era que esa noche la habíamos pasado tan bien y a sus expensas, que nuevamente Doris se mordía el labio en aceptación.
Porque a esas alturas, si bien nos habíamos conocido hacía un par de horas, era evidente que lo había disfrutado mucho más que toda la estancia que llevaba con Miles, sometiéndose a sus estupideces y caprichos, por lo que estaba dispuesta a mandarlo al carajo.
Saqué el preservativo, que me recordaba a los jugos congelados que comía de niño para capear el calor. Pero la mirada lujuriosa y sedienta de Doris me daba a entender que le habría encantado tomársela.
En mi reloj de pulsera, dieron el sonido de las 7 mientras preparaba a Doris e inconscientemente, recordé lo prometido a mis hijas la noche anterior,por lo que si quería cumplirles, tendría que mejorar mis tiempos.
Su colita fue recibiéndolo lenta, pero constantemente. Era un hecho que Doris era virgen por esos lados, mas yo no era un animal que abusara. La enterraba de a poco y me retiraba, dándole tiempo para asimilarlo y relajarse, mientras la besaba por el cuello, le agarraba su pecho izquierdo y estimulaba el clítoris y su vagina en el intertanto.
Debieron dar alrededor de las 7:20 cuando la pude meter entera. Doris estaba sumisa, en posición de estar rezando ante el más benevolente de los dioses.
Pero tenía que contarle sobre mis prisas…
- Lo siento, Doris. Pero tendré que hacerlo rápido. Prometí a mis hijas volver antes del anochecer y como ves, ya estoy horriblemente atrasado.
Y su gesto fue sorprendente, en el sentido que recién parecía percatarse que algunos de los rayos del sol lograban meterse a través de la mezquina excusa de ventana que ese departamento de pacotilla tenía…
Sin embargo, lo que yo y Miles desconocíamos era que su “modosita y hogareña novia”, al igual que mi esposa, disfrutaba mucho más del sexo anal.
Y es que a pesar que la embestía con un poco de violencia y prisa (incluso, cuando lo repasamos con mi esposa, estuvimos casi toda una semana haciéndolo a contra reloj, lo cual nos presentó el desafío adicional que Marisol debía cubrir sus labios para no gemir tanto y solamente nos detuvimos porque mi esposa sufrió una leve fisura anal), los gritos de Doris superaban al menos 3 veces la intensidad de cuando cogíamos.
· ¡Oh, dios!... ¡Oh, dios!...¡por favor!... ¡lléname el culo!...- suplicaba, proclamándolo a los 4 vientos.
Si Miles estaba lloriqueando o no, no sabría decirlo, porque sus quejidos, además de ser extremadamente sensuales, no daban espacio para nada más.
De más está decirles que tardé menos de 20 minutos en venirme, que ella lo aulló como loba.
· ¡Oh, sí!... ¡Oh, sí!... ¡Tienes tanta leche!... ¡Te siento en mi estómago!... ¡dios!... ¿Por qué no lo hice así nunca antes?...
Aun así, aunque se estaba comportando como una verdadera puta, cuando finalmente paré de correrme en su interior, nos empezamos a besar una vez más desesperados.
Nos recostamos en la cama, con ella abrazando las colchas como si fuesen sus mejores amigas de toda la vida y mientras yo me despegaba de su culo y besaba su espalda, mis remordimientos acumulados se apilaban unos encima de otros.
- ¿Estarás bien? ¿Necesitarás ayuda?- le pregunté, mientras descaradamente me abrochaba la camisa y me trataba de arreglar la ropa.
Ella sonrió todavía ilusa.
· ¡Descuida! ¡Necesitaba esto!...-respondió con un tono resuelto, lleno de satisfacción.- ¡Créeme, dios, que sí necesitaba esto!- se dijo a sí misma.
No hubo necesidad de cambiar números ni anotar direcciones. Los 2 sabíamos que era algo de una pura noche.
Quité la barricada improvisada. Pensé que encontraría al llorón en la puerta, pero estaba vacío.
Llegué al living, donde el tiempo parecía haberse detenido. Todavía estaba mi mano ganadora en mi asiento y la pila de ganancias apenas se había movido.
Por unos segundos, pensé en llevarme los billetes. Pero estos eran tantos y su valor ni siquiera se comparaban con el enfado de mis pequeñas si no me encontraban en casa cuando despertaran, por lo que dejé el botín tal cual como estaba.
Y mientras tomaba mi chaqueta, divisé a Miles dándome la espalda sentado en el sofá, apoyado sobre sus rodillas.
Al escuchar el ruido de mis pasos, Miles se echó para atrás, mirándome en una mezcla de odio y desolación, mientras que Gerry se enterraba afanosamente la verga de su amigo en la garganta hasta tener arcadas, chupando bulliciosamente. Pero yo estaba tan apurado en esos momentos, que apenas les di mi atención.
Abrí la puerta y me fui.
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Tiempo después, supe que Miles presentó una licencia médica por depresión. Según decía la red de chismes, su novia lo dejó y aun así, había varias en mi oficina que querían ir a verle para consolarle.
Pero todo terminó una tarde que fui a ver a Sonia una vez más. Recuerdo que estaba ocupada, hablando por teléfono con alguien, pero aun así, levantó una carpeta con un formulario azul, de cartas de renuncia.
Qué fue de él después de eso, en realidad no me interesa.
Compendio II
1 comentarios - Siete por siete (201, último): 4 horas con tu mujer (Final)
Espero volverte a leer pronto