Julia era la típica chica linda que tenía a todos detrás, comiendo de su mano.
Bajita, ojos verdes, muy blanca, y con pecas, cabello castaño encrespado, una amplia sonrisa que enamoraba a cualquiera y un cuerpo hermoso: tetas grandes y firmes, una cintura pequeña y un culo gigantesco. Era lógico, ya que jugaba al hockey desde muy chica y el deporte le había dado un físico privilegiado.
Además, no era precisamente la típica chica hermosa que era mala con todos, al contrario. Siempre se mostraba alegre y amigable, lo cual hacía que varios chicos confundan su buena onda con coqueteo. Eso hacía que tenga que lidiar muchísimas veces con la incómoda responsabilidad de mandarlos a la famosa "friendzone".
Algunos se alejaban luego de dejar las cosas en claro, pero hubo uno en particular que se quedó. Su nombre era José, lo conocía desde muy pequeño. Amigos desde la escuela, se conocían muy bien. En algún momento de la adolescencia, él se le declaró y ella trató de ser lo más compasiva posible para explicarle que solo lo veía como un amigo.
Él dijo que lo entendía y que quería sigan siendo amigos, pero realmente la siguió deseando en secreto.
Hacía todo lo que ella le pedía y aunque no era intención de Julia, a veces abusaba un poco de esa bondad.
Cuando llegó la época en la que Julia comenzó a salir con otros chicos, él moría por dentro escuchando o incluso viéndola salir con otras personas. Realmente le hacía mucho daño, pero jamás decía nada.
Todo esto nos lleva a una noche en la que, al salir de la universidad, Julia salió a tomar algo con un chico que le había llamado la atención; algo bastante raro ya que ella siempre fue muy selectiva y con estándares muy altos a la hora de elegir una pareja, aunque sea solamente para saciar su sed de sexo por una noche.
Fueron a un bar, de ahí fueron a bailar y ya bien entrada la madrugada, fueron a un hotel alojamiento a pasar la noche. Ambos se deseaban, debía ocurrir.
Llegaron al lugar, entraron a la habitación y siguieron los besos que ya habían comenzado en la disco, pero con mayor intensidad y desprendiéndose de la ropa.
Él mostró su físico trabajado en el gimnasio, parecía una escultura. Julia disfrutaba viendo y tocando esos músculos. Luego él comenzó a desnudarla y a disfrutar de ese cuerpazo de diosa.
Besos, caricias, lengüetazos, chupadas de pezones, sexo oral para ella y finalmente él se sacó los boxers... algo malo pasaba ahí.
Julia siempre fue muy selectiva y una cosa que siempre le gustó fue tener sexo con penes grandes, cuanto más grande mejor. Y sí, a ninguna chica le gustan los pitos cortos, pero para ella cualquier cosa inferior a los 16 centímetros era muy pequeño. Lo que el chico traía no superaría los 14.
Ella no sería capaz de a esa altura decirle que no, pero la expresión de decepción en su rostro era indisimulable. Tanto que él la notó y el ambiente se puso tenso.
Es que la decepción de Julia iba primero por el lado de que el miembro era pequeño para sus gustos, pero más porque todo el deseo que sentía por ese hermoso chico se había esfumado en un segundo.
Él no se podía concentrar y terminó diciéndole que se iba, que le dejaba el dinero para pagar la dormida de la noche y el taxi a la mañana; pero que no quería quedarse ahí con ella.
Ella trató de detenerlo, pero no la escuchó y se fue.
Julia se acostó y pensó en qué hacer. Le habían dejado el dinero para pagar la noche, pero estaba demasiado caliente como para conciliar el sueño y le daba miedo andar sola en taxi tan tarde hasta su casa. Entonces se le ocurrió llamar a José.
La idea de ella era que José la busque, la lleve a su casa y ahí sacarse la calentura con alguno de los enormes dildos que tenía guardados.
José atendió, se notaba que lo acababa de despertar —lógicamente; eran las 4 de la mañana— pero al escuchar la voz de Julia, hizo todo lo posible para aparentar estar despierto. Ella le contó más o menos que había pasado, pero obviando la parte importante que era el motivo por el cual el joven la había dejado ahí; se limitó a decirle que él decidió irse sin dar muchos motivos después de haber garchado.
Raudamente José tomó su auto y fue hasta el motel, habló con el guardia y le explicó que venía a buscar a alguien, luego de hablar con la habitación, lo dejaron pasar.
Entró al garaje de la habitación, entró y ahí estaba Julia, sentada en la cama esperándolo.
"Ay, Josu; gracias por venir a salvarme. De verdad no sé qué haría sin vos", dijo ella, mientras lo abrazaba.
Él sentía las enormes tetas de Julia apoyándose en su torso y ya era feliz.
En vez de ir, José propuso quedarse un rato a tomar algo ahí, total había una heladera pequeña con cosas para consumir. Ella eligió un vino y se sentaron en la cama a beberlo.
Charlaron durante unos minutos, hasta que el vino empezó a hacerle efecto a Julia y por primera vez, vio por un rato a José con otros ojos.
Se fijó en su estatura (medía 1,85mts), el gran tamaño de sus manos y su contextura robusta a pesar de ser flaco.
Él seguía hablando, mientras ella lo observaba. Ni se daba cuenta de lo que estaba por ocurrir.
En un momento ella lo hace callar, le pone el dedo en los labios y le dice "che, no te parece que si estamos en un telo hay que aprovecharlo. Encima tenemos la noche pagada".
José se quedó helado, no supo como reaccionar cuando Julia, el amor imposible de su vida se acercó y lo empezó a besar.
Luego de asimilar un poco la situación, él respondió al beso con otro más apasionado. El roce de los labios, el jugueteo con las lenguas, las caricias subían más de tono; la estaban pasando muy bien.
Él se quitó la camiseta y ella se percató de que realmente no tenía tan mal físico. Si bien no tenía los músculos del anterior sujeto, José tenía algo de músculos y se veía bien. Pero lo que vendría después, sería la gran sorpresa de la noche.
José estaba con una mezcla de emociones, todo parecía un sueño. Apresurado se sacó los pantalones, con ropa interior y todo. Julia no estaba preparada para ver lo que su mejor amigo tenía guardado.
Su verga era enorme, gigantesca. Realmente no había palabras en la cabeza de Julia para describir lo que estaba viendo. Era genuinamente descomunal, algo que nunca había visto antes.
Los ojos de Julia se pusieron como platos, no pudo evitar quedar boquiabierta ante semejante anaconda de carne. Parecía algo digno de un caballo, no de un ser humano.
Medía como unos 28 centímetros de largo, pero lo más impresionante era el grosor; parecía un brazo. Largo, duro, con venas muy marcadas.
"¡Hijo de puta que carajo tenés ahí, boludo!", fue el grito que le salió del alma a Julia, luego de unos segundos de silencio y estupor
Él no sabía que hacer, la tenía frente al él perpleja. Algo que no le había contado antes, era que solamente había podido tener sexo una vez nada más, ya que el resto de las veces las chicas huían ante semejante monstruosidad.
Julia no podía creer lo que veía, era como alguno de los consoladores ridículamente grandes que solía usar para complacerse hubiese cobrado vida. Se acercó y lo empezó a tocar.
Lo agarró con ambas manos —que no lograban rodear toda la circunferencia del colosal miembro- y comenzó a lamerle la cabeza, luego a chuparla un poco. José no aguantó y eyaculó una cantidad enorme, sin siquiera tiempo de avisar.
Julia recibió la sorpresiva descarga, pero no le molestó. Eso sí, la cara se le llenó de leche y parte de su ropa también.
José estaba avergonzado, se sentó al borde de la cama y se quedó mirando al piso, mientras ella se arrodilló frente a él y le dijo que no había problema, que estaba todo bien.
"Tranqui, son cosas que pasan. Vos podes seguir. Dale, yo sé que siempre quisiste que esto pase.
Ahora disfruta, disfrutame", le dijo con voz dulce.
Volvieron a besarse y ella comenzó a estimular esa gigantesca poronga hasta que volvió a estar bien dura. Él se apresuró a buscar un condón, que al intentar ponérselo, se rompió.
Entre carcajadas, Julia le dijo "salvo que encuentres una bolsa de consorcio, me la vas a poner sin forro".
Él asintió con la cabeza. En medio de su apuro y su asombro por todo lo que estaba pasando, José no había desvestido a Julia.
Cuando intentó hacerlo, su erección se fue. Estaba demasiado nervioso.
Volvió a sentarse al borde de la cama, en la misma posición que hacía un rato. Julia intentó animarlo de vuelta.
"Pensa en las veces que fantaseaste conmigo, pensa en todo el tiempo que me dedicaste pajas y me tenías que ver con otros. Esta noche soy tuya, aprovecha". Fue lo que le dijo.
Esta vez él no se inmutó. Ella se paró frente a él y dijo "Y bueno, que desperdicio. Sabía que no tenía que darte una oportunidad.
Que lastima, tanta pija pegada a un maricón".
José levantó la vista, ella estaba totalmente desnuda; se había quitado la ropa mientras él no la veía. Los ojos de José se veían encendidos, con fuego de rabia. Julia había logrado su objetivo.
Se levantó y la agarró del cuello con fuerza. "Ahora te voy a cobrar todo, hija de puta", le dijo.
La tiró al piso e hizo que ella se la chupe, ella lo hacía como podía. Era demasiada pija, apenas le entraba en la boca.
Luego de un rato, la puso de cuatro en la cama y la penetró con fuerza. Él estaba dispuesto a descargar toda la rabia y la frustración de años en esa concha rosadita, húmeda y extremadamente apretada.
Por su lado, Julia lo disfrutaba muchísimo. El dolor que le provocaba el gigantesco miembro destrozándola por dentro le daba demasiado placer, al punto de que no tardó demasiado en acabar, y acabar, y acabar, y acabar, y seguir acabando. Las piernas le temblaban, los ojos se le daban vueltas, ella entera temblaba.
José cambiaba de posiciones y ella gozaba ser reventada por el que hasta hace un esto era su tierno y tímido mejor amigo.
Ella lo arengaba para que siga dándole fuerte, que la maltrate, la ahorque, le estire del pelo y le pegue cachetadas y nalgadas con todas si fuerzas. Él hacía todo eso y más.
Se sentía como una cogida brutal, acompañada de una paliza. Descargó años de silencio y tristezas en el cuerpo de su amor de toda la vida. La dejó reventada.
Moretones, marcas de golpes a mano abierta, sus dedos marcados en el cuello de ella; eran testimonios de la salvajada que estaba ocurriendo en esa habitación.
El sonido de los cuerpos chocando, acompañado de gemidos de placer, golpes y frases sucias era ensordecedor.
Él era otra persona, alguien que nunca se animó a ser al menos en público; ella parecía poseída. Gritaba, pedía que le peguen más fuerte y que la destrocen. Estaba teniendo lo que siempre quería.
Es que siempre fue una chica buena y a la vez muy deseada, todos sus pretendientes o parejas ocasionales la trataban bien todo el tiempo, incluso en la cama. Cuando pedía rudeza, la recibía pero nunca en una medida en que la dejase satisfecha.
José parecía el demonio mismo, destilaba rabia. La golpeaba cada vez más fuerte, la mordía, la insultaba. Era todo lo que Julia necesitaba.
Así como él descargaba todas sus frustraciones, ella sentía que cada metida de verla con una fuerza terrible, le sacaba un peso de encima, la liberaba de todo el estrés que tenía. Era caliente, sucio pero a la vez hasta algún punto terapéutico.
Luego de un largo rato, José no daba más. Eyaculó en el fondo del sexo de Julia, llenándola de abundante semen caliente.
Pasó un rato, se acostaron; ambos desnudos. José le robó un cigarrillo a Julia y se puso a fumar, mientras ella miraba atónita al techo, donde había un espejo y se veía a sí misma y a él acostados. Él relajado, con su enorme miembro ya flácido y ella despeinada, golpeada, aún temblándole las piernas y sin parpadear. Le dolía todo, pero a la vez sentía paz, sentía que por fin tuvo lo que quería y quizás no sabía que lo necesitaba hasta un punto tan extremo.
Ella seguía cavilando cuando José se levantó, tomó sus cosas y se fue. Ella siguió ahí, pensando. Se quedó dormida, se levantó y pagó la cuenta.
Tuvo que quedarse en casa encerrada una semana hasta que los moretones y los golpes de esa noche desaparezcan. Ella no lograba entender como pudo haber disfrutado tanto de ser cogida salvajemente por una verga que parecía una trompa de elefante, tampoco podía creer que se sentía tan bien con el dolor que le generó ese encuentro por varios días, ya sea dentro de la concha como en todo el cuerpo; es que él la había molido a golpes, pero ella no solo lo disfrutó, sino que quería más.
2 comentarios - Una chance al eterno amigo