Katy, mi cuñada, es dos años menor que mi mujer, morena, de larga cabellera ondulada, ojos verdes y almendrados, labios grandes y carnosos, unos pechos grandes pero firmes y bien puestos, unas piernas largas y torneadas y un culo redondo, fuerte y paradito que te dan ganas de darle un bocado... En fin, un autentico bon bon. No es que mi mujer sea fea, pero la belleza y los rasgos de su hermana son simplemente superlativos. Además los resalta con su manera de vestir: minifaldas o pantalones ajustadísimos que le destacan las curvas, camisas y camisetas con escote generoso, y zapatos con tacones de aguja de todos los colores y medidas. Aún así, siempre la veía como mi cuñada y, aunque he pensado muchas veces que me la habría cogido con gusto, nunca me lo había planteado como una posibilidad real, hasta que pasó lo que pasó...
Mi mujer y yo vivíamos desde hace años en un piso amplio con cuatro habitaciones, unas de las cuales, destinada a los invitados, estaba siempre vacía. Un día mi mujer me dijo que su hermana, que había estado trabajando en Montevideo durante casi dos años, volvía a vivir a la ciudad de Colonia y que iba a ocupar la habitación de invitados durante unos meses, hasta que encontrara algo para ella que estuviese lo bastante bien."Ningún problema" le dije, no imaginando que aquella situación me llevaría a momentos de mucho placer.
Al principio todo fue normal: ella hacía su vida y nosotros la nuestra. Después del primer mes empecé a fijarme en su ropa o, mejor dicho, en el olor de su ropa impregnada de su perfume dulce y embriagante; recogía sus camisas y sus faldas que dejaba en el salón o en el cuarto de la lavadora y no podía evitar de llevármela a la cara y olerla. Era un perfume que me gustaba y lo hacía casi inconscientemente, sin que se me despertara ningún deseo sexual. Hasta que acabé buscando su ropita interior.
Mi mujer utilizaba tangas, pero los de Vera eran más sexy, de hilo, con el triangulito delantero de tela transparente, y algunos muy, muy pequeños, tan pequeños que le llegarían a cubrir la rayita vertical y nada más. La idea de que aquel trozo pequeña de tela había estado en contacto con la vagina de mi cuñada hizo el resto. Fue la primera vez que me excité pensando en ella, y a partir de entonces empecé a verla con ojos distintos. Me fijaba en sus senos, en su culo, en sus piernas, estaba atento a cuando se sentaba cuando llevaba minifalda a ver si conseguía atisbar algo de su tanga... En fin, empecé a hacer cosas que me llevarían derecho a cometer una locura.
Un sábado me levanté muy temprano porqué me tocaba trabajar. Mi mujer seguía durmiendo en la cama, yo me fui a desayunar a la sala. Allí, echada en el sofá con el televisor encendido, estaba Katy, durmiendo y con la ropa puesta (un jean y una camisa roja desabrochada hasta el pecho), había vuelto de una fiesta y se había quedado dormida allí. Le puse la mano encima de la espalda y la moví suavemente llamándola. Pero ella ni se inmutó. Entonces empecé a moverla con más vigor hasta sacudirla. Sólo después varios intentos escupió a duras penas unas palabras con las cuales quería decirme que estaba bien allí. Y allí la dejé; me puse a desayunar sentado en el sofá a su lado con su cabeza rozándome la pierna. Miré todo su cuerpo de arriba a abajo y me di cuenta que llevaba el pantalón desabrochado (seguramente por comodidad) y que por la abertura se asomaba un tanga negro transparente. Noté un principio de erección. Y tuve una idea.
Había comprobado que tenía el sueño profundo, a lo mejor si le acariciaba solo un poco no se daría ni cuenta. La moví otra vez tomándola por el hombro para ver si se despertaba. No lo hizo. Esta vez no solté el hombro; empecé a bajar despacio por el brazo, tembloroso, un poco por el miedo a que se despertara y un poco por el hecho de estar tocando a mi cuñada durmiendo. Su brazo estaba apoyado encima de su vientre, cruzándolo en diagonal, así que no me fue difícil pasar al seno. Empecé a bajar con mi mano siguiendo el canal hasta que media mano se introdujo dentro de la camisa, con los dedos que se deslizaban por debajo del sujetador. Manoseé su seno izquierdo unos segundos. ¡Que rico! Era suave, carnoso, firme y sustancioso. Mi miembro estaba ya bien tieso. Volví a mirar la tanga que se asomaba entre los jeans y no lo pensé dos veces: saqué la mano, la llevé hasta el ombligo que quedaba descubierto y comencé a bajar. Llegué al elástico de la tanga y, presionando un poco su vientre, enfilé mis dedos hacia dentro. Cuando rocé su vello con la yema de mis dedos mi pene se puso todavía más duro de lo que ya estaba. Lo acaricié un poco y volví a bajar... pero saqué enseguida la mano: no, no podía hacer aquello, era mi cuñada, estaba durmiendo... Me fui corriendo al lavabo, me desnudé, me puse en la ducha y me masturbé descargando todo mi semen y mi excitación. Pero mi tormento, mi obsesión, mi locura, no hacía nada más que empezar...
Se dio la casualidad que mi mujer salía de casa a las 8.00 de la mañana y volvía casi a la hora de cena, mientras que mi cuñada y yo teníamos horarios de trabajo similares, por la tarde estábamos los dos en casa y muy a menudo coincidíamos para comer así que, con el pasar del tiempo, tomamos la costumbre de comer juntos todos los día, o casi, en la sala o en la terraza, después yo me quedaba a ver algo de televisión y Katy se iba a dormir su rigurosa siesta que nunca duraba menos de una hora. Habían pasado tres semanas desde el día en que la encontré dormida en el sofá; afortunadamente no se había dado cuenta de nada, como ella misma me dijo ni siquiera recordaba que yo había intentado despertarla y que ella me había contestado de dejarla allí. ¡Vaya que sueño profundo tenía!
No se me había vuelto a pasar por la cabeza de volver a hacer lo que hice con ella aquel día, pero, durante aquellos días de finales de mayo, ella comenzó a andar por casa con unos shorts rosas muy ajustados y una camiseta blanca de tirantes que ofrecía una buena vista de sus pechos. Cada día era más difícil resistirme, hasta que un día cedí y me propuse averiguar si también durante su siesta dormía un sueño profundo...
La puerta de su habitación estaba entreabierta (no se podía cerrar porque acostumbraba colgar una algunas ropas en ella), la empujé despacio y entré sin hacer ruido. Katy estaba sobre la cama, boca arriba, las piernas abiertas, ligeramente recostada sobre su brazo izquierdo, con el pecho derecho que se salía, sin sujetador que le retenía, del escote, mostrando un pezón grande y rosado que invitaba a ser succionado. Le puse la mano en el hombro y la sacudí llamándola por nombre para ver si se despertaba. Solamente entonces me di cuenta que no había preparado una excusa en caso de que se despertara. Empecé a sudar frío: ¿Cómo me podía justificar si me veía allí, en su habitación, sin saber que decir?
Afortunadamente no necesité ninguna excusa: dormía muy profundamente. Me incliné sobre ella y le dí un beso suave en los labios que tenía entreabiertos. El calor del contacto con su boca aceleró mi erección. Me quedé con mi cara muy cerca a la suya, sentía su aliento cálido y húmedo, volví a besarle los labios y empecé a tocar mi miembro erecto. Con la otra mano la tome del pecho y lo manoseé un poco, después con los dedos le rocé el pezón y empecé a jugar con él. Mi pene empezaba a dolerme apretado y enjaulado en mi ropa interior; me lo saqué sin dudar un instante y empecé a masturbarme.
¿Qué estaba haciendo? Era mi cuñada, me dije que me había vuelto un pervertido. Además, ¿qué pasaría si de repente Katy se despertara viéndome a su lado, tocándola, con el miembro erecto en mi mano? No existía nada que justificase aquello. Estuve a punto de volver a colocar mi pene en mis calzoncillos pero mi mirada cayó en sus shorts: la posición en que descansaban las preciosas piernas de mi cuñada hacían que los shorts, algo subidos también, se levantasen un poco a la altura de su ingle izquierda dejando ver un poco de tela blanca semitransparente. Y el morbo pudo más que el miedo. Puse mi mano en su muslo izquierdo y, acariciándolo, subí hasta tocar con las puntas de mis dedos el elástico de su tanga mientras comencé a masturbarme con más vigor. No me lo podía creer, estaba a punto de tocar su vagina... Mis dedos empezaron a avanzar encima de la tela blanca, apenas rozándola. Mi excitación estaba ya a tope y no pude contenerme más. Corrí hacia el lavabo con mi pene en la mano descargando leche por el pasillo...
La casualidad quiso que a los cincos minutos sonara el teléfono: eran mis suegros que querían hablar con Katy. Me fui a su habitación para despertarla; le subí la camiseta de tirantes hasta que el pezón quedara cubierto y empecé a zarandearla, llamándola, como había hecho antes. Le costó horrores despertarse, cosa que me confirmó que, cuando dormía, no se enteraba absolutamente de nada y que me animó en volver a hacer mas incursiones en la habitación de mi cuñada. Y así fue. Seguí entrando en su habitación, seguí magreando todo su sensual e indefenso cuerpo y seguí masturbándome delante de ella. Eso sí, ya no me iba a acabar en el lavabo porque me traía pañuelos que ponía delante de mi prepucio cuando estaba a punto de correrme. Evidentemente no lo hacía cada día, pero sí unas dos o tres veces por semana.
El tiempo pasaba y los días se hacían más calurosos y ella comenzó a dormirse sin ropa. Un día la descubrí solamente con su ropa interior. Estaba boca abajo, el cabello suelto y libre encima de su espalda desnuda y una tanga negra de hilo que resaltaba la redondez de su culo. ¡Daba ganas de comérselo! Si hubiera estado seguro de que no se despertaría me hubiera puesto encima y me la habría cogido por mucho que fuera mi cuñada. Con esta idea mi pene se puso duro de inmediato. Le dí un beso en la boca, que se había convertido en hábito, me saqué mi miembro y me la empecé a menear suavemente. Con la otra mano acaricié su espalda y bajé apenas rozándola con las yemas de los dedos hasta llegar a su precioso culo, Le tome una nalga a mano abierta, pasé por encima del hilo de tela y acaricie la otra. Necesitaba la otra mano. Dejé de tocarme y toque las nalgas con ambas manos y empecé a acariciar suavemente. Acerqué mi cara a su culo; su típico perfume que tanto me gustaba se mezclaba a un olor nuevo y fuerte, un inconfundible olor a sexo. Mi excitación subió. Empecé a besar su trasero con avidez hasta que mi miembro tocó una parte de su cuerpo con el prepucio: era su mano que tenía a lado de su cadera con los dedos ligeramente encorvados. Y se me ocurrió una idea.
Era demasiado tentador: su mano allí, en espera, deseando me de placer. Afortunadamente la cama era lo bastante alta, cosa que facilitó el éxito de mi propósito. Separé un poco las piernas hasta que mi miembro se halló a la altura de su mano, lo coloqué encima de ésta ayudándome con mis manos y le cerré los dedos alrededor de mi pene. Se quedaron un poco sueltos pero no importaba. Empecé a moverme hacia delante y hacia atrás simulando una masturbación hecha por mi cuñada.
El calor del contacto de mi miembro con su mano estaba llevando mi excitación al límite. Empecé a moverme con un ritmo más elevado mientras que con una mano volví a tocar su culo. Ya no podía aguantar más. Justo a tiempo saque mi miembro venoso de su mano y a correrme en el pañuelo gozando como nunca lo había hecho. ¿Qué había hecho? Había ido demasiado lejos. Si Katy se hubiese despertado encontrándome con mí pene erecto a punto de estallar en su mano habría armado un escándalo, en lo mejor de los casos denunciándome y acabando conmigo. ¡Qué equivocado estaba!
Sin embargo, los sentimientos de culpa duraron muy poco. A los dos días estaba que no aguantaba. Quería mas, quería un poco mas de Katy. Después de comer ella se fue a la cama como siempre. Yo esperé unos 20 minutos y entré en su habitación. También aquel día no llevaba nada más que una tanga, un precioso y diminuta tanga negra de encaje que dejaba adivinar el vello y la rayita vertical que apenas cubría. Esta vez estaba durmiendo boca arriba con sus senos erguidos y firmes, inmunes a la ley de Newton, y tenía el antebrazo izquierdo doblado, con su mano que le llegaba, por deleite mío y de mi pene, a la altura de la cara. Le dí el beso en la boca, liberé mi miembro y empecé a manosearle el pecho. Pero no me detuve demasiado. Mientras me tocaba con la derecha, dirigí la izquierda hacia su pubis. Comencé a rozar la tela negra y bajé lentamente. Sentí su vello mórbido que se salía a través de su tanga y cedía bajo la leve presión de mis dedos. Seguí bajando hasta su vulva. Entonces noté como la tela estaba húmeda y ligeramente pringosa.
La miré en la cara: seguía durmiendo. Reparé en su pezón: estaban contraídos y erguidos, seguramente duros. Sin duda alguna estaba teniendo un sueño erótico, pensé. Frotaba su vagina que notaba mas mojada mientras me masturbaba. Pero de repente, quizá porque había apretado demasiado, Katy lanzó un contenido gemido, o tal vez un suspiro. La solté por miedo a que se despertara: se había movido, había movido su cara girándola hacia la izquierda, hacia su mano que descansaba a unos centímetros de su boca. Y no pude resistirme.
Solamente un poco, me dije, sólo lo haré durante unos segundos. Me desplacé hacia la derecha situándome delante de su cara, separé las piernas y coloqué mi pene en su mano, cerrando los dedos como hice la vez anterior. Empecé a moverme. Ver mi miembro erecto que apuntaba a su cara, juntos al contacto de su mano, me hacían creer que mi cuñada me estuviese masturbando de verdad y a punto de hacerme una mamada. Cosa que me excitó muchísimo. Quise llevar mi excitación al límite. Me acerqué más a la cama y a ella y mi pene se acercó más a su cara: ahora, cada vez que empujaba hacía adelante, la cabeza roja y brillante de mi pene chocaba suavemente contra sus labios. Los rocé una, dos y tres veces. Mientras me acercaba por la cuarta vez sentí que estaba a punto de correrme. Pero esta vez no fui bastante rápido.
Me corrí en el pañuelo, dejándolo empapado, pero una gota de mi semen había ido a parar en el carnoso labio superior de Katy, casi en la comisura de su boca. ¿Qué hacer? El pañuelo que había traído estaba para tirar y no tenía más conmigo. Me fui al lavabo para poder limpiar el resto de mi corrida de la boca de mi cuñada. Pero cuando volví, y sólo pasaron unos segundos, Katy se había movido otra vez. Ahora estaba con la cara mirando hacia el techo y, por mi desesperación, la gota de mi semen había desaparecido.
Por favor que no se dé cuenta, me repetía y rezaba para que se hubiese limpiado con la mano, creía que una vez despierta se habría ya secado y sería más probable confundirlo con cualquier cosa. Fue entonces cuando vi a Katy empezar a hacer como uno ligero chupeteo con la boca. Entendí que acababa de limpiarse con la lengua o con su labio inferior. Esa idea me excitó y me dio pánico al mismo tiempo. Salí de la habitación por si la sensación provocada por mi semen en su boca le hacía despertar.
Pasé todo el resto del día, y también los días siguientes, con todo tipo de dudas. No sabía si mi cuñada se había dado cuenta de algo: ella callaba ni yo, evidentemente, podía hacerle ninguna pregunta al respecto. Decidí suspender, por si acaso, mis visitas a su habitación durante unos días. Pero el periodo de "abstinencia" no hizo otra cosa que incrementar mi deseo de tocar a mi cuñada y tocarme delante de ella. Aunque es verdad que empezaba a preocuparme un poco: no sabía controlarme y siempre quería un poco más, tenía miedo a que, cegado por mi excitación, llegara a penetrarla cosa que, aparte de ser muy mezquina, acarrearía muchas consecuencias negativas, eufemísticamente hablando.
El verano se hacía ya notar en todo su calor y Katy empezaba a prescindir de más prendas que le hacían sudar, tipo el sujetador. Además en los últimos días me trataba con más cariño, apretándome y besándome en las mejillas, llamándome "mi cuñado preferido" (también era el único). Pensé que era su manera de agradecerme las comidas que preparaba diariamente para los dos. ! Qué inocente! Lo agradecía sin duda, pero ponía en peligro el periodo de abstinencia de ella que me había impuesto. Hasta que llegó aquel caluroso viernes de principios de julio...
Aquel día Katy y yo llegamos a casa juntos. Mientras yo preparaba la comida ella me dijo que se iba a duchar con agua fría para aliviar el calor. Cuando terminó la estaba esperando sentado en la mesa: entró en el salón con una toalla rosa anudada sobre el pecho que le llegaba casi a medio muslo. Se sentó y vi como la toalla se abría dejando ver más muslo casi hasta el pubis. Aunque la había visto ya casi desnuda, aquella visión empezó a despertar mi deseo. La observé durante todo el rato de la comida, su cara, sus hombros desnudos tocados por su pelo que se había mojado, su pecho apretado por la toalla, sus piernas cruzada que rozaban las mías... mi excitación creció. Katy terminó de comer y se despidió para ir a dormir su siesta. Aquel día estaba tan ansioso de entrar en su habitación que ni siquiera esperé los habituales 20 minutos, además se había tomado casi dos copas de vino tinto (normalmente tomaba algún refresco de cola light) que, a mi parecer, tenían que facilitarle el sueño. Me fui, pues, a su habitación.
Entré ya con una buena erección que aumentó al ver lo que me encontré. Katy estaba tendida en la cama, boca arriba, completamente desnuda, la toalla que antes le tapaba abandonada en una silla, con su mano izquierda en la misma posición de la última vez, con la boca, esta vez entreabierta, yéndome hacia ella, le dí el beso en los labios y observé su pubis. Su bronceado era dorado y, por mi sorpresa, integral, sin marcas, un triangulo diminuto de vello negro y ralo, perfectamente cortado, coronaba una vagina rosácea y brillante, que la piernas ligeramente separadas dejaban ver bien, con los labios arrugados y no completamente cerrados. Puse mi mano entre sus piernas para averiguar la naturaleza del brillo. También aquel día estaba mojada; miré los pezones: enderezados y duros, como comprobé. ¡Otro sueño erótico! Me meneaba mi miembro que ya había sacado de mi pantalón, estudiando el cuerpo de mi cuñada indeciso por dónde empezar. Miré su cara: su mano izquierda y su boca eran demasiado incitantes...
Pero sólo durante un rato, me dije: no quería que volviese a pasar lo del otro día. Coloqué mi miembro en su mano y empecé a moverme despacio, hacia adelante y hacia atrás. Su mano no podía estar colocada mejor, cada vez que empujaba hacia delante el prepucio entraba justo en su boca entreabierta. ¡Era una mamada fantástica! Sentía el calor de su aliento en la cabeza de mi pene, sentía la humedad de su boca en mi glande... Comencé a babear literalmente; me sequé los labios y puse mis manos en sus senos, agarrándolos, uno en cada mano. De repente noté que su mano se había movido o así me había parecido.
Me paré y vi que efectivamente su mano se movía, muy levemente, despacio en un movimiento casi imperceptible. Pensé estar interactuando con su sueño erótico, dado que no parecía despertarse. Desafortunadamente (o afortunadamente) me había parado con el prepucio entre sus labios y mientras me disponía a retirarlo echándome hacia atrás, me quedé de piedra al ver lo que pasó: sus labios carnosos se cerraron a su alrededor y empezaron un ligero chupeteo. Había entrado por completo en su sueño erótico. ¿Qué hacer ahora? No pude contestarme: todo lo que pasó a continuación fue muy rápido, casi a la vez, y yo parado sin saber como reaccionar...
Primero sentí la mano de Katy que presionaba mas a mi miembro, luego vi como en su boca esbozó una sonrisa. Después abrió los ojos. Intenté dar un paso atrás, en pánico, pero mi cuñada, como si lo hubiera previsto, agarró con fuerza mi pene y se la puso en la boca levantando y acercando su cabeza hacia mí. Me miró en los ojos y me sonrió sin sacarse mi pene de su boca.
Antes de seguir creo que es necesario explicar algunas cosas como me las explicó mi cuñada. En realidad, Katy llevaba semanas sin dormir la siesta. Una tarde, mientras yo estaba en su habitación, ella se había desvelado y le había parecido verme masturbar delante de ella. Gracias a un sueño erótico que había hecho (juntos al sueño que aún tenía) no pudo darle mucha importancia a la cosa. Al contrario, se despertó, cuando ya me había ido, muy mojada y excitada y empezó a masturbarse recordando lo que había creído ver. Alcanzó el mejor orgasmo que tuvo por sí sola. Entonces empezó a esperar a que entrara en su habitación entreteniéndose consigo misma para ahuyentar el sueño (no eran, pues, sueños eróticos como pensaba), deseosa de sentir como le acariciaba, como le tocaba, deseosa de ver cómo me masturbaba. Cuando me marchaba lo hacía ella.
Mi cuñada no podía creerse como no me había dado cuenta: al parecer se movía y a ratos abría los ojos, pero yo estaba demasiado ocupado en darme placer. Su deseo iba aumentando con el pasar de los días: ya no se contentaba con verme, quería más. Aquel día fue ella quien tocó mi pene para ver cómo estaba de dura, no fui yo que choqué contra su mano. Era ella que me guiaba, que me estimulaba, quedándose sólo en tanga o dejando la mano y la boca preparadas a recibir mi miembro... Y el día que le manché los labios de semen no pudo resistirse a la tentación de probar mi leche...
En fin, estaba yo mirando mi cuñada como me la chupaba sin saber qué hacer. Ella empezó a tocarse y al cabo de un rato viendo mí impasibilidad me tomo de la mano y se la llevó a su vagina. Empecé a frotarla: estaba bien lubricada, mis dedos la penetraban con facilidad. Ella comenzó a gemir sin soltar mi pene. Me desnudé y lentamente me fui poniendo encima de ella, en un 69, comiéndole el clítoris con avidez. No podía creer lo que estaba pasando. Mi cuñada no paraba de succionar mi miembro, metiéndoselo dentro todo lo que podía llegando a rozar mis huevos con los labios, yo le lamía y le penetraba los labios con los dedos.
Era asombros ver la cantidad de flujos que estaba soltando: tenía la mano y la boca empapada, pero ¡qué sabroso! Distribuí su flujo por su zona ano-vaginal y a continuación me paré a frotarle el ano. Estaba completamente depilado y tierno y no llegaba a cerrarse del todo, ya acostumbrado a ser penetrado, como comprobé por la facilidad con la cual entró mi dedo medio. Katy soltó un agudo grito de placer y mi miembro se salió de su boca. Mi cuñada aprovechó para chuparme los huevos mientras que con una mano me masturbaba suavemente. Yo seguía con mi dedo en su culo y mi lengua en su vulva que seguía soltando cantidad de flujos. Katy volvió a ponerse mi pene en su boca y comenzó a mamar con un ritmo más acelerado. Yo ya no podía aguantar más.
"¡Me voy a correr!" le dije haciendo ademán de levantarme para sacar mi pene de su boca. Pero Katy me tomó por las nalgas y me tiró hacia abajo recibiendo todo mi miembro entero en su boca. Decir que su gesto me excitó mucho es decir poca cosa. Dí tres rápidas embestidas más y descargué toda mi leche, acumulada durante cuatro días, en su boca. Mi cuñada se la tragó sin pestañear. Me quedé a cuatro patas, viendo como Katy limpiaba mi pene con su lengua. Después los dos nos colocamos de rodillas en la cama, uno frente a la otra.
Mi cuñada me miraba con una sonrisa picara y maliciosa, limpiándose los labios carnosos con la lengua. Excitado por la visión me lancé a besarlos. Ella no esperaba otra cosa. Nuestras lenguas se buscaron, juguetearon entre ellas, parecían llegar a alcanzar la garganta... Noté como sus flujos que habían empapado mi lengua se mezclaban con los restos de mi semen que había quedado en su boca: el sabor fuerte y salado de la mezcla aumentó mi excitación. Katy debió de darse cuenta porque me dijo: "No me dejes así, Javier. Quiero acabar".
Se llevó su mano derecha a su vagina que empezó a apretar experta; su mano izquierda se deslizó de mi culo a mi pene fláccido y comenzó a masturbarme. Yo le magreaba el pecho con una mano y con la otra le agarraba el culo. Nuestras bocas no querían separarse. Cuando notó que mi pene volvía a ponerse duro, mi cuñada quiso acelerar el proceso y se agachó para volver a chupar mi miembro. Yo le acaricié la espalda y el culo, me doblé un poco y alcancé a frotarle el ano y la vagina, ejerciendo cada vez más presión y de vez en cuando penetrando su vagina con mi dedo. Después de unos minutos Katy se levantó y con un rápido movimiento se coloco boca arriba delante de mí y separó las piernas.
Me coloqué entre sus muslos y bajé. Katy tomo mi miembro y lo guió dentro de su vagina. Estaba muy mojada y muy cálida. Empecé a moverme pero mi cuñada me tomó por el culo y me paró, me hizo penetrarla hasta el fondo y me hizo parar, luego me hizo salir del todo y me hizo volver a penetrarla. Dejé que ella marcara el ritmo: era ella a quien le tocaba acabar.
De vez en cuando nos besábamos y ella me hacía aumentar el ritmo. Me parecía estar soñando: me estaba cogiendo a mi cuñada, temía despertarme y quedarme sólo con la erección provocada por el sueño, pero era verdad, lo que estaba pasando era real. Gracias a su control su orgasmo no tardó en llegar: levantó las piernas invitándome a elevar el ritmo de las embestidas; sus gemidos se hacían más intensos y más agudos; sus caras siempre mas contraída. Finalmente emitió un grito prolongado a la vez que apretó mas mi culo casi clavando sus uñas en mi carne. Después se abandonó relajada con respiraciones cortas y frecuentes. Nos miramos en los ojos y nos sonreímos. "¡Qué bien!" me dijo y, después de un breve silencio me preguntó: "¿Quieres acabar tú?"
Evidentemente no hacía falta contestarle. Le sonreí y le besé en los labios. Saqué mi miembro tieso y empapado de su vagina: no quería seguir en aquella posición. Katy lo entendió y se incorporó. "Échate sobre la cama" me dijo. Yo obedecí y así lo hice boca arriba. Mi cuñada se dio la vuelta y se sentó a horcajadas encima de mí, me tomo del pene y se la introdujo lentamente en su vulva. "Despacio que está sensible" dijo. Por mucho que lo intentara, era muy difícil moverme en aquella posición, así que, otra vez, el ritmo lo impuso ella. Bajaba y subía lentamente por toda la largueza de mi pene.
Me quedé un rato mirando su culo. Lo acariciaba, lo manoseaba, lo apretaba con fuerza. Después subí por las caderas, más arriba en sus costados hasta llegar a sus senos. Los tome uno en cada mano, estrujándolos. Me icé agarrado a sus tetas y empecé a besarle el cuello. Katy se recogió los pelos en cola con ambas manos ofreciéndome más superficie para besar. Después le busqué los labios. Mi cuñada giró ligeramente la cabeza y volvimos a comernos las nalgas. Ahora tampoco ella podía moverse bien. Así que volví a acostarme mientras notaba que mis huevos empezaban a mojarse a causa de sus flujos que bajaban por el tronco de mi miembro.
Katy se echó hacia delante apoyando las manos en la cama en una posición tal que su culo quedara levantado. Y volvió a subir y bajar como antes. Pero ahora el espectáculo que me estaba ofreciendo era indescriptible: veía claramente, en todo detalle, su clítoris deslizarse por mi pene duro y brillante, veía el vaivén acompasado de su culo y el suave palpitar de su ano entreabierto. Le tomé las nalgas y las aparté; su ano se dilató ligeramente. Acerqué mi dedo pulgar hacia él pero mi cuñada se adelantó. Empezó a frotarse el ano con su mano derecha y al cabo de un rato lo penetró con su dedo medio mientras aullaba de placer.
"¿Te gusta mi culo?" me preguntó empezando a mover su dedo en círculos. "Es el mejor culo que he visto jamás" le contesté. Katy se rió, "Mentiroso", se sacó el dedo, agarró la base de mi pene, se levantó lo bastante para que saliera de su vagina y volvió a bajar, dirigiendo mi prepucio con sus dedos hacia su entrada posterior. Lo apretó un poco sobre su ano que no parecía oponer resistencia. Nuestros gemidos se mezclaron: ya estaba dentro. Mi cuñada tomó la base de mi miembro y empujó un poco a la vez que comenzó a moverse despacio. Podía ver como mi pene desaparecía en su culo, cada vez que Katy bajaba entraba un poco mas hasta que llegó a entrar entera. Entonces mi cuñada se movió más deprisa, después volvió a tomar mi miembro, se la sacó y la hizo volver a penetrar su ano de un golpe, cosa que a ella le hizo gritar de placer y mí correrme con unos espasmos que parecían no acabarse nunca. La abracé, los dos sudados, mi pene todavía metido en su culo, nos besamos mientas notaba como mi esperma se salía, bajando por mi miembro hasta los huevos.
Mi mujer y yo vivíamos desde hace años en un piso amplio con cuatro habitaciones, unas de las cuales, destinada a los invitados, estaba siempre vacía. Un día mi mujer me dijo que su hermana, que había estado trabajando en Montevideo durante casi dos años, volvía a vivir a la ciudad de Colonia y que iba a ocupar la habitación de invitados durante unos meses, hasta que encontrara algo para ella que estuviese lo bastante bien."Ningún problema" le dije, no imaginando que aquella situación me llevaría a momentos de mucho placer.
Al principio todo fue normal: ella hacía su vida y nosotros la nuestra. Después del primer mes empecé a fijarme en su ropa o, mejor dicho, en el olor de su ropa impregnada de su perfume dulce y embriagante; recogía sus camisas y sus faldas que dejaba en el salón o en el cuarto de la lavadora y no podía evitar de llevármela a la cara y olerla. Era un perfume que me gustaba y lo hacía casi inconscientemente, sin que se me despertara ningún deseo sexual. Hasta que acabé buscando su ropita interior.
Mi mujer utilizaba tangas, pero los de Vera eran más sexy, de hilo, con el triangulito delantero de tela transparente, y algunos muy, muy pequeños, tan pequeños que le llegarían a cubrir la rayita vertical y nada más. La idea de que aquel trozo pequeña de tela había estado en contacto con la vagina de mi cuñada hizo el resto. Fue la primera vez que me excité pensando en ella, y a partir de entonces empecé a verla con ojos distintos. Me fijaba en sus senos, en su culo, en sus piernas, estaba atento a cuando se sentaba cuando llevaba minifalda a ver si conseguía atisbar algo de su tanga... En fin, empecé a hacer cosas que me llevarían derecho a cometer una locura.
Un sábado me levanté muy temprano porqué me tocaba trabajar. Mi mujer seguía durmiendo en la cama, yo me fui a desayunar a la sala. Allí, echada en el sofá con el televisor encendido, estaba Katy, durmiendo y con la ropa puesta (un jean y una camisa roja desabrochada hasta el pecho), había vuelto de una fiesta y se había quedado dormida allí. Le puse la mano encima de la espalda y la moví suavemente llamándola. Pero ella ni se inmutó. Entonces empecé a moverla con más vigor hasta sacudirla. Sólo después varios intentos escupió a duras penas unas palabras con las cuales quería decirme que estaba bien allí. Y allí la dejé; me puse a desayunar sentado en el sofá a su lado con su cabeza rozándome la pierna. Miré todo su cuerpo de arriba a abajo y me di cuenta que llevaba el pantalón desabrochado (seguramente por comodidad) y que por la abertura se asomaba un tanga negro transparente. Noté un principio de erección. Y tuve una idea.
Había comprobado que tenía el sueño profundo, a lo mejor si le acariciaba solo un poco no se daría ni cuenta. La moví otra vez tomándola por el hombro para ver si se despertaba. No lo hizo. Esta vez no solté el hombro; empecé a bajar despacio por el brazo, tembloroso, un poco por el miedo a que se despertara y un poco por el hecho de estar tocando a mi cuñada durmiendo. Su brazo estaba apoyado encima de su vientre, cruzándolo en diagonal, así que no me fue difícil pasar al seno. Empecé a bajar con mi mano siguiendo el canal hasta que media mano se introdujo dentro de la camisa, con los dedos que se deslizaban por debajo del sujetador. Manoseé su seno izquierdo unos segundos. ¡Que rico! Era suave, carnoso, firme y sustancioso. Mi miembro estaba ya bien tieso. Volví a mirar la tanga que se asomaba entre los jeans y no lo pensé dos veces: saqué la mano, la llevé hasta el ombligo que quedaba descubierto y comencé a bajar. Llegué al elástico de la tanga y, presionando un poco su vientre, enfilé mis dedos hacia dentro. Cuando rocé su vello con la yema de mis dedos mi pene se puso todavía más duro de lo que ya estaba. Lo acaricié un poco y volví a bajar... pero saqué enseguida la mano: no, no podía hacer aquello, era mi cuñada, estaba durmiendo... Me fui corriendo al lavabo, me desnudé, me puse en la ducha y me masturbé descargando todo mi semen y mi excitación. Pero mi tormento, mi obsesión, mi locura, no hacía nada más que empezar...
Se dio la casualidad que mi mujer salía de casa a las 8.00 de la mañana y volvía casi a la hora de cena, mientras que mi cuñada y yo teníamos horarios de trabajo similares, por la tarde estábamos los dos en casa y muy a menudo coincidíamos para comer así que, con el pasar del tiempo, tomamos la costumbre de comer juntos todos los día, o casi, en la sala o en la terraza, después yo me quedaba a ver algo de televisión y Katy se iba a dormir su rigurosa siesta que nunca duraba menos de una hora. Habían pasado tres semanas desde el día en que la encontré dormida en el sofá; afortunadamente no se había dado cuenta de nada, como ella misma me dijo ni siquiera recordaba que yo había intentado despertarla y que ella me había contestado de dejarla allí. ¡Vaya que sueño profundo tenía!
No se me había vuelto a pasar por la cabeza de volver a hacer lo que hice con ella aquel día, pero, durante aquellos días de finales de mayo, ella comenzó a andar por casa con unos shorts rosas muy ajustados y una camiseta blanca de tirantes que ofrecía una buena vista de sus pechos. Cada día era más difícil resistirme, hasta que un día cedí y me propuse averiguar si también durante su siesta dormía un sueño profundo...
La puerta de su habitación estaba entreabierta (no se podía cerrar porque acostumbraba colgar una algunas ropas en ella), la empujé despacio y entré sin hacer ruido. Katy estaba sobre la cama, boca arriba, las piernas abiertas, ligeramente recostada sobre su brazo izquierdo, con el pecho derecho que se salía, sin sujetador que le retenía, del escote, mostrando un pezón grande y rosado que invitaba a ser succionado. Le puse la mano en el hombro y la sacudí llamándola por nombre para ver si se despertaba. Solamente entonces me di cuenta que no había preparado una excusa en caso de que se despertara. Empecé a sudar frío: ¿Cómo me podía justificar si me veía allí, en su habitación, sin saber que decir?
Afortunadamente no necesité ninguna excusa: dormía muy profundamente. Me incliné sobre ella y le dí un beso suave en los labios que tenía entreabiertos. El calor del contacto con su boca aceleró mi erección. Me quedé con mi cara muy cerca a la suya, sentía su aliento cálido y húmedo, volví a besarle los labios y empecé a tocar mi miembro erecto. Con la otra mano la tome del pecho y lo manoseé un poco, después con los dedos le rocé el pezón y empecé a jugar con él. Mi pene empezaba a dolerme apretado y enjaulado en mi ropa interior; me lo saqué sin dudar un instante y empecé a masturbarme.
¿Qué estaba haciendo? Era mi cuñada, me dije que me había vuelto un pervertido. Además, ¿qué pasaría si de repente Katy se despertara viéndome a su lado, tocándola, con el miembro erecto en mi mano? No existía nada que justificase aquello. Estuve a punto de volver a colocar mi pene en mis calzoncillos pero mi mirada cayó en sus shorts: la posición en que descansaban las preciosas piernas de mi cuñada hacían que los shorts, algo subidos también, se levantasen un poco a la altura de su ingle izquierda dejando ver un poco de tela blanca semitransparente. Y el morbo pudo más que el miedo. Puse mi mano en su muslo izquierdo y, acariciándolo, subí hasta tocar con las puntas de mis dedos el elástico de su tanga mientras comencé a masturbarme con más vigor. No me lo podía creer, estaba a punto de tocar su vagina... Mis dedos empezaron a avanzar encima de la tela blanca, apenas rozándola. Mi excitación estaba ya a tope y no pude contenerme más. Corrí hacia el lavabo con mi pene en la mano descargando leche por el pasillo...
La casualidad quiso que a los cincos minutos sonara el teléfono: eran mis suegros que querían hablar con Katy. Me fui a su habitación para despertarla; le subí la camiseta de tirantes hasta que el pezón quedara cubierto y empecé a zarandearla, llamándola, como había hecho antes. Le costó horrores despertarse, cosa que me confirmó que, cuando dormía, no se enteraba absolutamente de nada y que me animó en volver a hacer mas incursiones en la habitación de mi cuñada. Y así fue. Seguí entrando en su habitación, seguí magreando todo su sensual e indefenso cuerpo y seguí masturbándome delante de ella. Eso sí, ya no me iba a acabar en el lavabo porque me traía pañuelos que ponía delante de mi prepucio cuando estaba a punto de correrme. Evidentemente no lo hacía cada día, pero sí unas dos o tres veces por semana.
El tiempo pasaba y los días se hacían más calurosos y ella comenzó a dormirse sin ropa. Un día la descubrí solamente con su ropa interior. Estaba boca abajo, el cabello suelto y libre encima de su espalda desnuda y una tanga negra de hilo que resaltaba la redondez de su culo. ¡Daba ganas de comérselo! Si hubiera estado seguro de que no se despertaría me hubiera puesto encima y me la habría cogido por mucho que fuera mi cuñada. Con esta idea mi pene se puso duro de inmediato. Le dí un beso en la boca, que se había convertido en hábito, me saqué mi miembro y me la empecé a menear suavemente. Con la otra mano acaricié su espalda y bajé apenas rozándola con las yemas de los dedos hasta llegar a su precioso culo, Le tome una nalga a mano abierta, pasé por encima del hilo de tela y acaricie la otra. Necesitaba la otra mano. Dejé de tocarme y toque las nalgas con ambas manos y empecé a acariciar suavemente. Acerqué mi cara a su culo; su típico perfume que tanto me gustaba se mezclaba a un olor nuevo y fuerte, un inconfundible olor a sexo. Mi excitación subió. Empecé a besar su trasero con avidez hasta que mi miembro tocó una parte de su cuerpo con el prepucio: era su mano que tenía a lado de su cadera con los dedos ligeramente encorvados. Y se me ocurrió una idea.
Era demasiado tentador: su mano allí, en espera, deseando me de placer. Afortunadamente la cama era lo bastante alta, cosa que facilitó el éxito de mi propósito. Separé un poco las piernas hasta que mi miembro se halló a la altura de su mano, lo coloqué encima de ésta ayudándome con mis manos y le cerré los dedos alrededor de mi pene. Se quedaron un poco sueltos pero no importaba. Empecé a moverme hacia delante y hacia atrás simulando una masturbación hecha por mi cuñada.
El calor del contacto de mi miembro con su mano estaba llevando mi excitación al límite. Empecé a moverme con un ritmo más elevado mientras que con una mano volví a tocar su culo. Ya no podía aguantar más. Justo a tiempo saque mi miembro venoso de su mano y a correrme en el pañuelo gozando como nunca lo había hecho. ¿Qué había hecho? Había ido demasiado lejos. Si Katy se hubiese despertado encontrándome con mí pene erecto a punto de estallar en su mano habría armado un escándalo, en lo mejor de los casos denunciándome y acabando conmigo. ¡Qué equivocado estaba!
Sin embargo, los sentimientos de culpa duraron muy poco. A los dos días estaba que no aguantaba. Quería mas, quería un poco mas de Katy. Después de comer ella se fue a la cama como siempre. Yo esperé unos 20 minutos y entré en su habitación. También aquel día no llevaba nada más que una tanga, un precioso y diminuta tanga negra de encaje que dejaba adivinar el vello y la rayita vertical que apenas cubría. Esta vez estaba durmiendo boca arriba con sus senos erguidos y firmes, inmunes a la ley de Newton, y tenía el antebrazo izquierdo doblado, con su mano que le llegaba, por deleite mío y de mi pene, a la altura de la cara. Le dí el beso en la boca, liberé mi miembro y empecé a manosearle el pecho. Pero no me detuve demasiado. Mientras me tocaba con la derecha, dirigí la izquierda hacia su pubis. Comencé a rozar la tela negra y bajé lentamente. Sentí su vello mórbido que se salía a través de su tanga y cedía bajo la leve presión de mis dedos. Seguí bajando hasta su vulva. Entonces noté como la tela estaba húmeda y ligeramente pringosa.
La miré en la cara: seguía durmiendo. Reparé en su pezón: estaban contraídos y erguidos, seguramente duros. Sin duda alguna estaba teniendo un sueño erótico, pensé. Frotaba su vagina que notaba mas mojada mientras me masturbaba. Pero de repente, quizá porque había apretado demasiado, Katy lanzó un contenido gemido, o tal vez un suspiro. La solté por miedo a que se despertara: se había movido, había movido su cara girándola hacia la izquierda, hacia su mano que descansaba a unos centímetros de su boca. Y no pude resistirme.
Solamente un poco, me dije, sólo lo haré durante unos segundos. Me desplacé hacia la derecha situándome delante de su cara, separé las piernas y coloqué mi pene en su mano, cerrando los dedos como hice la vez anterior. Empecé a moverme. Ver mi miembro erecto que apuntaba a su cara, juntos al contacto de su mano, me hacían creer que mi cuñada me estuviese masturbando de verdad y a punto de hacerme una mamada. Cosa que me excitó muchísimo. Quise llevar mi excitación al límite. Me acerqué más a la cama y a ella y mi pene se acercó más a su cara: ahora, cada vez que empujaba hacía adelante, la cabeza roja y brillante de mi pene chocaba suavemente contra sus labios. Los rocé una, dos y tres veces. Mientras me acercaba por la cuarta vez sentí que estaba a punto de correrme. Pero esta vez no fui bastante rápido.
Me corrí en el pañuelo, dejándolo empapado, pero una gota de mi semen había ido a parar en el carnoso labio superior de Katy, casi en la comisura de su boca. ¿Qué hacer? El pañuelo que había traído estaba para tirar y no tenía más conmigo. Me fui al lavabo para poder limpiar el resto de mi corrida de la boca de mi cuñada. Pero cuando volví, y sólo pasaron unos segundos, Katy se había movido otra vez. Ahora estaba con la cara mirando hacia el techo y, por mi desesperación, la gota de mi semen había desaparecido.
Por favor que no se dé cuenta, me repetía y rezaba para que se hubiese limpiado con la mano, creía que una vez despierta se habría ya secado y sería más probable confundirlo con cualquier cosa. Fue entonces cuando vi a Katy empezar a hacer como uno ligero chupeteo con la boca. Entendí que acababa de limpiarse con la lengua o con su labio inferior. Esa idea me excitó y me dio pánico al mismo tiempo. Salí de la habitación por si la sensación provocada por mi semen en su boca le hacía despertar.
Pasé todo el resto del día, y también los días siguientes, con todo tipo de dudas. No sabía si mi cuñada se había dado cuenta de algo: ella callaba ni yo, evidentemente, podía hacerle ninguna pregunta al respecto. Decidí suspender, por si acaso, mis visitas a su habitación durante unos días. Pero el periodo de "abstinencia" no hizo otra cosa que incrementar mi deseo de tocar a mi cuñada y tocarme delante de ella. Aunque es verdad que empezaba a preocuparme un poco: no sabía controlarme y siempre quería un poco más, tenía miedo a que, cegado por mi excitación, llegara a penetrarla cosa que, aparte de ser muy mezquina, acarrearía muchas consecuencias negativas, eufemísticamente hablando.
El verano se hacía ya notar en todo su calor y Katy empezaba a prescindir de más prendas que le hacían sudar, tipo el sujetador. Además en los últimos días me trataba con más cariño, apretándome y besándome en las mejillas, llamándome "mi cuñado preferido" (también era el único). Pensé que era su manera de agradecerme las comidas que preparaba diariamente para los dos. ! Qué inocente! Lo agradecía sin duda, pero ponía en peligro el periodo de abstinencia de ella que me había impuesto. Hasta que llegó aquel caluroso viernes de principios de julio...
Aquel día Katy y yo llegamos a casa juntos. Mientras yo preparaba la comida ella me dijo que se iba a duchar con agua fría para aliviar el calor. Cuando terminó la estaba esperando sentado en la mesa: entró en el salón con una toalla rosa anudada sobre el pecho que le llegaba casi a medio muslo. Se sentó y vi como la toalla se abría dejando ver más muslo casi hasta el pubis. Aunque la había visto ya casi desnuda, aquella visión empezó a despertar mi deseo. La observé durante todo el rato de la comida, su cara, sus hombros desnudos tocados por su pelo que se había mojado, su pecho apretado por la toalla, sus piernas cruzada que rozaban las mías... mi excitación creció. Katy terminó de comer y se despidió para ir a dormir su siesta. Aquel día estaba tan ansioso de entrar en su habitación que ni siquiera esperé los habituales 20 minutos, además se había tomado casi dos copas de vino tinto (normalmente tomaba algún refresco de cola light) que, a mi parecer, tenían que facilitarle el sueño. Me fui, pues, a su habitación.
Entré ya con una buena erección que aumentó al ver lo que me encontré. Katy estaba tendida en la cama, boca arriba, completamente desnuda, la toalla que antes le tapaba abandonada en una silla, con su mano izquierda en la misma posición de la última vez, con la boca, esta vez entreabierta, yéndome hacia ella, le dí el beso en los labios y observé su pubis. Su bronceado era dorado y, por mi sorpresa, integral, sin marcas, un triangulo diminuto de vello negro y ralo, perfectamente cortado, coronaba una vagina rosácea y brillante, que la piernas ligeramente separadas dejaban ver bien, con los labios arrugados y no completamente cerrados. Puse mi mano entre sus piernas para averiguar la naturaleza del brillo. También aquel día estaba mojada; miré los pezones: enderezados y duros, como comprobé. ¡Otro sueño erótico! Me meneaba mi miembro que ya había sacado de mi pantalón, estudiando el cuerpo de mi cuñada indeciso por dónde empezar. Miré su cara: su mano izquierda y su boca eran demasiado incitantes...
Pero sólo durante un rato, me dije: no quería que volviese a pasar lo del otro día. Coloqué mi miembro en su mano y empecé a moverme despacio, hacia adelante y hacia atrás. Su mano no podía estar colocada mejor, cada vez que empujaba hacia delante el prepucio entraba justo en su boca entreabierta. ¡Era una mamada fantástica! Sentía el calor de su aliento en la cabeza de mi pene, sentía la humedad de su boca en mi glande... Comencé a babear literalmente; me sequé los labios y puse mis manos en sus senos, agarrándolos, uno en cada mano. De repente noté que su mano se había movido o así me había parecido.
Me paré y vi que efectivamente su mano se movía, muy levemente, despacio en un movimiento casi imperceptible. Pensé estar interactuando con su sueño erótico, dado que no parecía despertarse. Desafortunadamente (o afortunadamente) me había parado con el prepucio entre sus labios y mientras me disponía a retirarlo echándome hacia atrás, me quedé de piedra al ver lo que pasó: sus labios carnosos se cerraron a su alrededor y empezaron un ligero chupeteo. Había entrado por completo en su sueño erótico. ¿Qué hacer ahora? No pude contestarme: todo lo que pasó a continuación fue muy rápido, casi a la vez, y yo parado sin saber como reaccionar...
Primero sentí la mano de Katy que presionaba mas a mi miembro, luego vi como en su boca esbozó una sonrisa. Después abrió los ojos. Intenté dar un paso atrás, en pánico, pero mi cuñada, como si lo hubiera previsto, agarró con fuerza mi pene y se la puso en la boca levantando y acercando su cabeza hacia mí. Me miró en los ojos y me sonrió sin sacarse mi pene de su boca.
Antes de seguir creo que es necesario explicar algunas cosas como me las explicó mi cuñada. En realidad, Katy llevaba semanas sin dormir la siesta. Una tarde, mientras yo estaba en su habitación, ella se había desvelado y le había parecido verme masturbar delante de ella. Gracias a un sueño erótico que había hecho (juntos al sueño que aún tenía) no pudo darle mucha importancia a la cosa. Al contrario, se despertó, cuando ya me había ido, muy mojada y excitada y empezó a masturbarse recordando lo que había creído ver. Alcanzó el mejor orgasmo que tuvo por sí sola. Entonces empezó a esperar a que entrara en su habitación entreteniéndose consigo misma para ahuyentar el sueño (no eran, pues, sueños eróticos como pensaba), deseosa de sentir como le acariciaba, como le tocaba, deseosa de ver cómo me masturbaba. Cuando me marchaba lo hacía ella.
Mi cuñada no podía creerse como no me había dado cuenta: al parecer se movía y a ratos abría los ojos, pero yo estaba demasiado ocupado en darme placer. Su deseo iba aumentando con el pasar de los días: ya no se contentaba con verme, quería más. Aquel día fue ella quien tocó mi pene para ver cómo estaba de dura, no fui yo que choqué contra su mano. Era ella que me guiaba, que me estimulaba, quedándose sólo en tanga o dejando la mano y la boca preparadas a recibir mi miembro... Y el día que le manché los labios de semen no pudo resistirse a la tentación de probar mi leche...
En fin, estaba yo mirando mi cuñada como me la chupaba sin saber qué hacer. Ella empezó a tocarse y al cabo de un rato viendo mí impasibilidad me tomo de la mano y se la llevó a su vagina. Empecé a frotarla: estaba bien lubricada, mis dedos la penetraban con facilidad. Ella comenzó a gemir sin soltar mi pene. Me desnudé y lentamente me fui poniendo encima de ella, en un 69, comiéndole el clítoris con avidez. No podía creer lo que estaba pasando. Mi cuñada no paraba de succionar mi miembro, metiéndoselo dentro todo lo que podía llegando a rozar mis huevos con los labios, yo le lamía y le penetraba los labios con los dedos.
Era asombros ver la cantidad de flujos que estaba soltando: tenía la mano y la boca empapada, pero ¡qué sabroso! Distribuí su flujo por su zona ano-vaginal y a continuación me paré a frotarle el ano. Estaba completamente depilado y tierno y no llegaba a cerrarse del todo, ya acostumbrado a ser penetrado, como comprobé por la facilidad con la cual entró mi dedo medio. Katy soltó un agudo grito de placer y mi miembro se salió de su boca. Mi cuñada aprovechó para chuparme los huevos mientras que con una mano me masturbaba suavemente. Yo seguía con mi dedo en su culo y mi lengua en su vulva que seguía soltando cantidad de flujos. Katy volvió a ponerse mi pene en su boca y comenzó a mamar con un ritmo más acelerado. Yo ya no podía aguantar más.
"¡Me voy a correr!" le dije haciendo ademán de levantarme para sacar mi pene de su boca. Pero Katy me tomó por las nalgas y me tiró hacia abajo recibiendo todo mi miembro entero en su boca. Decir que su gesto me excitó mucho es decir poca cosa. Dí tres rápidas embestidas más y descargué toda mi leche, acumulada durante cuatro días, en su boca. Mi cuñada se la tragó sin pestañear. Me quedé a cuatro patas, viendo como Katy limpiaba mi pene con su lengua. Después los dos nos colocamos de rodillas en la cama, uno frente a la otra.
Mi cuñada me miraba con una sonrisa picara y maliciosa, limpiándose los labios carnosos con la lengua. Excitado por la visión me lancé a besarlos. Ella no esperaba otra cosa. Nuestras lenguas se buscaron, juguetearon entre ellas, parecían llegar a alcanzar la garganta... Noté como sus flujos que habían empapado mi lengua se mezclaban con los restos de mi semen que había quedado en su boca: el sabor fuerte y salado de la mezcla aumentó mi excitación. Katy debió de darse cuenta porque me dijo: "No me dejes así, Javier. Quiero acabar".
Se llevó su mano derecha a su vagina que empezó a apretar experta; su mano izquierda se deslizó de mi culo a mi pene fláccido y comenzó a masturbarme. Yo le magreaba el pecho con una mano y con la otra le agarraba el culo. Nuestras bocas no querían separarse. Cuando notó que mi pene volvía a ponerse duro, mi cuñada quiso acelerar el proceso y se agachó para volver a chupar mi miembro. Yo le acaricié la espalda y el culo, me doblé un poco y alcancé a frotarle el ano y la vagina, ejerciendo cada vez más presión y de vez en cuando penetrando su vagina con mi dedo. Después de unos minutos Katy se levantó y con un rápido movimiento se coloco boca arriba delante de mí y separó las piernas.
Me coloqué entre sus muslos y bajé. Katy tomo mi miembro y lo guió dentro de su vagina. Estaba muy mojada y muy cálida. Empecé a moverme pero mi cuñada me tomó por el culo y me paró, me hizo penetrarla hasta el fondo y me hizo parar, luego me hizo salir del todo y me hizo volver a penetrarla. Dejé que ella marcara el ritmo: era ella a quien le tocaba acabar.
De vez en cuando nos besábamos y ella me hacía aumentar el ritmo. Me parecía estar soñando: me estaba cogiendo a mi cuñada, temía despertarme y quedarme sólo con la erección provocada por el sueño, pero era verdad, lo que estaba pasando era real. Gracias a su control su orgasmo no tardó en llegar: levantó las piernas invitándome a elevar el ritmo de las embestidas; sus gemidos se hacían más intensos y más agudos; sus caras siempre mas contraída. Finalmente emitió un grito prolongado a la vez que apretó mas mi culo casi clavando sus uñas en mi carne. Después se abandonó relajada con respiraciones cortas y frecuentes. Nos miramos en los ojos y nos sonreímos. "¡Qué bien!" me dijo y, después de un breve silencio me preguntó: "¿Quieres acabar tú?"
Evidentemente no hacía falta contestarle. Le sonreí y le besé en los labios. Saqué mi miembro tieso y empapado de su vagina: no quería seguir en aquella posición. Katy lo entendió y se incorporó. "Échate sobre la cama" me dijo. Yo obedecí y así lo hice boca arriba. Mi cuñada se dio la vuelta y se sentó a horcajadas encima de mí, me tomo del pene y se la introdujo lentamente en su vulva. "Despacio que está sensible" dijo. Por mucho que lo intentara, era muy difícil moverme en aquella posición, así que, otra vez, el ritmo lo impuso ella. Bajaba y subía lentamente por toda la largueza de mi pene.
Me quedé un rato mirando su culo. Lo acariciaba, lo manoseaba, lo apretaba con fuerza. Después subí por las caderas, más arriba en sus costados hasta llegar a sus senos. Los tome uno en cada mano, estrujándolos. Me icé agarrado a sus tetas y empecé a besarle el cuello. Katy se recogió los pelos en cola con ambas manos ofreciéndome más superficie para besar. Después le busqué los labios. Mi cuñada giró ligeramente la cabeza y volvimos a comernos las nalgas. Ahora tampoco ella podía moverse bien. Así que volví a acostarme mientras notaba que mis huevos empezaban a mojarse a causa de sus flujos que bajaban por el tronco de mi miembro.
Katy se echó hacia delante apoyando las manos en la cama en una posición tal que su culo quedara levantado. Y volvió a subir y bajar como antes. Pero ahora el espectáculo que me estaba ofreciendo era indescriptible: veía claramente, en todo detalle, su clítoris deslizarse por mi pene duro y brillante, veía el vaivén acompasado de su culo y el suave palpitar de su ano entreabierto. Le tomé las nalgas y las aparté; su ano se dilató ligeramente. Acerqué mi dedo pulgar hacia él pero mi cuñada se adelantó. Empezó a frotarse el ano con su mano derecha y al cabo de un rato lo penetró con su dedo medio mientras aullaba de placer.
"¿Te gusta mi culo?" me preguntó empezando a mover su dedo en círculos. "Es el mejor culo que he visto jamás" le contesté. Katy se rió, "Mentiroso", se sacó el dedo, agarró la base de mi pene, se levantó lo bastante para que saliera de su vagina y volvió a bajar, dirigiendo mi prepucio con sus dedos hacia su entrada posterior. Lo apretó un poco sobre su ano que no parecía oponer resistencia. Nuestros gemidos se mezclaron: ya estaba dentro. Mi cuñada tomó la base de mi miembro y empujó un poco a la vez que comenzó a moverse despacio. Podía ver como mi pene desaparecía en su culo, cada vez que Katy bajaba entraba un poco mas hasta que llegó a entrar entera. Entonces mi cuñada se movió más deprisa, después volvió a tomar mi miembro, se la sacó y la hizo volver a penetrar su ano de un golpe, cosa que a ella le hizo gritar de placer y mí correrme con unos espasmos que parecían no acabarse nunca. La abracé, los dos sudados, mi pene todavía metido en su culo, nos besamos mientas notaba como mi esperma se salía, bajando por mi miembro hasta los huevos.
3 comentarios - Katy mi cuñada