Series de Relatos Publicados (Click en el link)
Capítulo 13.
Puta de Oficina.
Mientras Silvana se dirigía hacia su oficina, pudo sentir la mirada de todos sus compañeros y compañeras siguiéndola. Ella avanzó con el pecho hinchado de orgullo, con las tetas al borde de destrozar su camisa. Sabía que le bastaría con una ligera inclinación de su cintura para mostrarle la concha a todo el mundo, porque esa minifalda no le cubría prácticamente nada.
“Dios, las cosas que tengo que hacer por culpa de Paulina”, pensó. Pero sabía que no podía echarle toda la culpa a su amiga, ella siempre podía negarse a participar en estos jueguitos eróticos. Sin embargo, Paulina prometió que le mostraría algo realmente interesante (y que ese algo involucraba a Malik). La curiosidad de Silvana se disparó hasta el cielo.
Durante las primeras dos horas se encargó de realizar su trabajo con el profesionalismo que la caracterizaba.
José Nahuelpán, su jefe, se acercó a ella en dos ocasiones para preguntarle sobre auténticas tonterías que hasta un becario podía haber solucionado. Lo que Silvana no sabía era que José intentó armarse de valor para pedirle que, por favor, se abotonara la camisa. Pero no se animó a decírselo. Lo único que atinó a decir fue:
—Silvana, discúlpenme… usted tiene pechos muy… em… generosos. ¿No le da miedo que pueda ocurrir un accidente? —Por supuesto, los ojos de José estaban absolutamente perdidos en medio de ese gran escote que dejaba entrever el comienzo de un corpiño de encaje blanco.
—No me preocupa —respondió Silvana, sin dejar de prestar atención a sus tareas de oficina—. Si llegara a ocurrir, confío en que mis compañeros son lo suficientemente maduros como para no hacer un escándalo. Tal y como lo hicieron esa vez que Carolina se le rompió la pollera y quedó prácticamente en culo. Pobrecita, la de comentarios estúpidos que tuvo que aguantar.
—Em… sí, sí… lo recuerdo muy bien. Ya tomamos cartas en el asunto. Hicimos que esas personas se disculparan con Carolina y llamamos a una charla especializada en “comportamiento apropiado en la oficina”.
—Exacto. Entiendo que todo eso fue muy bien, así que… no veo el problema. Además, sería muy extraño que ocurriera un accidente de ese tipo. Conozco mi anatomía.
—Muy bien, solo quería estar seguro de que no fuera un inconveniente para usted. Que tenga un buen día.
Cuando por fin se quedó sola, aprovechó para levantarse la minifalda y tomar algunas fotos de su concha. Se las mandó a Paulina y recibió una respuesta casi de inmediato:
—Me encanta ver tu concha; pero estás haciendo trampa. Ya sé que estás sola en tu oficina. Ahí hay poco riesgo de que alguien te interrumpa. Si querés mostrarme tu compromiso, sacate fotos en alguna otra parte… y los baños no cuentan.
—Maldita —respondió Silvana—. Más te vale que todo esto valga la pena. Porque me estoy jugando el trabajo.
—Va a valer la pena, te lo aseguro. Ah… y no te olvides de usar el dildo… lo quiero ver bien metido en tu culo —añadió un emoji que guiñaba un ojo.
Silvana se preguntó dónde podría sacar esas fotos sin correr riesgo de ser descubierta y se le ocurrió una idea brillante. Consultó los horarios de reuniones, y no había ninguna programada, eso significa que…
—La sala de reuniones está vacía —dijo en voz alta.
Llevó su bolso, donde escondía el juguete sexual, y se encaminó rápidamente hasta la sala de reuniones.
Era más amplia que su oficina, contaba con una mesa larga y doce sillas: cinco a cada lado de la mesa, y dos en los extremos. Si se apresuraba, podría sacar varias fotos. La próxima reunión sería dentro de tres horas, por lo que tenía tiempo. El riesgo estaba en que alguien del personal de limpieza quisiera entrar justo en ese momento.
“Bueno, el que no arriesga no gana”, se dijo.
Colocó el celular sobre un pequeño mueble con una maceta, estaba ubicado justo detrás de uno de los extremos de la sala. Programó el temporizador para que tomara muchas fotos, se acercó a la mesa y se inclinó sobre ella. Levantó su minifalda y mostró que no llevaba puesta ropa interior. Luego se sentó sobre la mesa, con las piernas bien abiertas, y comenzó a masturbarse para la cámara.
“Por dios, Silvana… te volviste completamente loca”.
Sin embargo, la adrenalina se volvió intoxicante. Sabía que estaba haciendo algo indebido y que había riesgo de ser descubierta, y eso la tenía sumamente excitada. Su concha estaba muy húmeda y los dedos entraban y salían con gran facilidad.
Cuando decidió que ya tenía suficientes fotos de esta práctica tan humillante, se preparó para una peor. Sacó el dildo de su bolso y el lubricante. Con el culo apuntando hacia el celular, y los codos apoyados en la mesa, empezó a meterlo lentamente. Tuvo que cerrar los ojos y concentrarse en la tarea, si bien el haberlo metido temprano en la mañana le ayudaba mucho con la dilatación, ya había pasado algo de tiempo.
Con paciencia, y sin presionar demasiado, consiguió meter al menos la mitad. Eso sería suficiente para las fotos. No necesitaba ir más adentro. Se abrió las nalgas, para que Paulina pudiera ver que lo tenía metido dentro del agujero y en ese instante escuchó voces y pasos.
Un grupo de personas se acercaba a la sala de reuniones, no tuvo dudas de ello.
Presa del pánico, se movió tan rápido como pudo. Agarró su celular y el bolso, creyendo que tendría tiempo para guardar el dildo; pero no fue así. La puerta se abrió y Silvana no tuvo más alternativa que sentarse en una de las sillas, al mismo tiempo que acomodaba su minifalda.
Esta rápida acción le permitió ocultar muy bien el dildo… ocultarlo bien adentro de su culo. Le dolió mucho, ya que entró completo de una sola vez. Un viaje sin escala hasta el fondo. Las piernas le temblaron y tuvo que reprimir un grito de dolor.
—...podemos ajustar los detalles del contrato mientras nos tomamos un café —José Nahuelpan se quedó mudo al ver a Silvana dentro de la sala de reuniones. Entró acompañado por Rogelio DiLorenzo, el jefe del departamento contable; Margarita Rawson, secretaria de Nahuelpan y un tipo al que Silvana no conocía, pero que por su camisa sport y su pantalón de alta costura se notaba que era muy adinerado—. Em… hola, Silvana… no sabía que te veríamos acá.
—Ah, qué sorpresa… —dijo la aludida—. No sabía que iban a usar la sala… no hay ninguna reunión programada para esta hora.
—Es algo improvisado —aclaró Rogelio—. El señor es David Viscaldi. Volvió a Argentina esta misma mañana.
Silvana se quedó muy tensa, el nombre David Viscaldi había sonado mucho en las últimas semanas. En la empresa estaban desesperados por cerrar un contrato con este tipo, podría suponer ganancias millonarias y un aumento considerable en la buena imagen empresarial.
“Y vos lo vas a arruinar todo por estar jugando a la putita en la oficina”, pensó Silvana, con pavor.
—Ah, vos debés ser Silvana DaCosta —David era un tipo apuesto, bien bronceado, cabello negro cortado para que pareciera que siempre iba despeinado y anteojos de sol rectangulares, que rara vez se quitaba. Hablaba con la confianza de quien sabe que puede conseguir lo que sea usando su chequera—. Hablé con vos por teléfono, es un placer conocerte personalmente.
—Así es, charlamos varias veces —Silvana se encargó de allanar el terreno con David, de explicarle los pormenores del contrato, y lo hizo sin intentar sonar desesperada—. Un gusto conocerlo, señor Viscaldi.
Silvana presionó levemente la mano que le extendió David y sonrió, no hizo el intento de levantarse, no quería que el dildo la traicionara. Sabía que David le estaba mirando las tetas, detrás de esos anteojos oscuros; pero lo permitió. Cualquier cosa que lo mantuviera distraído era una bendición. Lo mismo podía decir del resto de los recién llegados.
—Imagino que la señorita DaCosta tendrá cosas más importantes que hacer —dijo Margarita Rawson.
Silvana siempre pensó que Margarita la odiaba, aunque nunca pudo saber por qué. Ser la secretaria del jefe era uno de los mejores trabajos de la empresa, de hecho Margarita ganaba mucho más que ella. ¿Por qué siempre la trataba de forma tan fría?
Alguna de sus compañeras de trabajo le dijeron: “Te tiene envidia, porque sos muy linda”. Silvana no lo creía así. Margarita era rubia, de cuerpo voluptuoso, ojos celestes… sí, era gordita; contaba con varios “kilos extra”; sin embargo, para Silvana eso no la hacía menos deseable. Seguía siendo una mujer preciosa.
—Me gustaría que Silvana participe de la reunión —dijo David, sentándose junto a ella. Le apoyó una mano en la rodilla.
“Ay, dios… esto no es bueno”, dijo Silvana, adivinando las intenciones del señor Viscaldi. Y lo peor de todo era que debía mantenerse sonriente, si diera una sola señal de disgusto, podría mandar a la mierda todas las chances de cerrar un contrato con este tipo. Ni siquiera podía poner en evidencia la incomodidad física que le provocaba estar sentada sobre un dildo. Era como si su culo le dijera: “Esto no era parte del plan, no sabía que me lo iban a meter tan duro… y hasta el fondo. No estaba listo para semejante castigo”.
—Si así lo desea, por supuesto, puede quedarse —dijo José Nahuelpán con una amplia sonrisa.
Él y Rogelio se sentaron frente a Silvana y David. Margarita optó por ocupar uno de los extremos. Era una reunión informal, por lo tanto José prefería no ocupar la cabecera. Se trataba de un pequeño “truco empresarial” para no mostrarse tan rígidos a la hora de hacer negocios.
Margarita fulminó a Silvana con la mirada, era obvio que no le agradaba ni un poquito que ella estuviera allí.
La charla fue dirigida principalmente por José, con algunas intervenciones de Rogelio y muchas interrupciones de Margarita, quien no dejaba de recordarle a David cuál sería su margen de ganancia si el negocio salía bien. Sin embargo, Silvana sabía perfectamente que, para un tipo tan acaudalado como David Viscaldi, esa cifra que tanto mencionaba Margarita no le quitaba el sueño. Él estaba mucho más interesado en las piernas de la hermosa mujer sentada a su izquierda.
Silvana pudo sentir como esa mano juguetona fue subiendo por la cara interna de sus muslos. Se puso muy tensa, en especial porque el culo le mandaba punzadas de dolor, suplicándole que no se moviera mucho. Cada mínimo movimiento hacía que el dildo se hundiera más.
Para su mala fortuna, la reunión se estaba extendiendo más de la cuenta. David aprovechaba para hacer preguntas que requerían respuestas elaboradas, y los presentes estaban más que encantados de poder brindarlas. Los tenía comiendo de su mano. Silvana se limitó a sonreír y a asentir con la cabeza mientras la manos de David iba ganando terreno lentamente, hasta que… pasó lo que tenía que pasar.
Los dedos de David descubrieron que Silvana no llevaba puesta la ropa interior. Se detuvieron allí, como si no pudieran creer lo que estaban tocando. Las yemas pasaron suavemente por encima de los húmedos labios vaginales.
“Húmedos es poco”, pensó Silvana. Eso era un enchastre de flujos vaginales, producto de la paja que se estuvo haciendo minutos antes… y de que el dildo de su culo también le mandaba alguna señal de placer ocasionalmente.
Si ese maldito dildo no hubiera empezado a sentirse tan bien, quizás hubiera apartado (sutilmente) la mano de David. Pero… estaba caliente. Muy caliente.
Sus mecanismos de defensa contra la indecencia habían dejado de funcionar. David, que no es de los que se andan con vueltas, entendió que estaba siendo invitado a pasar, y así lo hizo. Primero metió un dedo y exploró el orificio húmedo, luego lo siguió otro. Si los sacó, fue solo para brindarle algunas caricias al clítoris.
Para Silvana fue un verdadero desafío quedarse firme, y con la sonrisa intacta en sus labios. Tenía ganas de gemir… o de pedirle a David que, por favor, ya no la tocara más. Pero sabía que esto último no iba a pasar. Los dedos del señor Viscaldi se movieron con la maestría de quien masturbó muchas mujeres a lo largo de su vida. Silvana sabía que a David le gustaba “la buena vida”, y siempre lo seguía alguna de sus tantas “damas de compañía”. Ahora era ella la que se sentía como una de esas prostitutas VIP.
La reunión llegó a su fin y Silvana lo agradeció, porque su concha había recibido un tratamiento demasiado bueno como para poder resistir más tiempo sin gemir.
David Viscaldi atravesó la puerta que estaba en uno de los extremos de la sala, la que lleva directamente a la oficina de José Nahuelpán. El propio José y Rogelio lo acompañaron. Quizás se tomarían un vaso de whisky para celebrar el acuerdo.
Silvana se quedó sola con la mujer rubia que ya tenía el ceño fruncido, como si tuviera que tolerar un fuerte olor a podrido.
—Hey, Margarita… ¿te pasa algo conmigo? —La mujer le dedicó una mirada severa, pero no respondió—. Porque es obvio que estás enojada… si tenés algún problema conmigo, me gustaría que me lo dijeras.
Margarita guardó todos sus papeles en una carpeta, parecía que iba a ignorar a Silvana; pero de pronto volvió a mirarla y dijo:
—¿Sabés cuál es mi problema con vos? Ese… —señaló con el dedo el pecho de Silvana.
—¿Te molestan mis tetas?
—No, lo que me molesta es que las andes mostrando de esa manera, como si fueras una prostituta en una esquina. Pero claro, todo tiene sentido: te viste así justo el día que viene David. ¿Acaso él te hizo una llamadita para avisarte antes de venir?
—No, claro que no… ni siquiera sabía que…
—No te hagas la mosquita muerta conmigo, Silvana. Sé muy bien qué clase de mujer sos. Ya me imagino cuántos “favores” habrás hecho para conseguir este puesto.
—¿Qué estás insinuando? —Silvana mostró los dientes y su semblante serio.
—Sabés muy bien a qué me refiero. No te hagas la tonta. Es obvio que si David queda “encantado” con vos, y firma el contrato con la empresa, eso te beneficia muchísimo. Hasta podrían ascenderte. Por eso estás acá, para hacerle algún “favorcito” a David. ¿Qué tenés en mente? ¿Vas a pedirle que se reúnan en un hotel?
—¡Claro que no! No soy esa clase de mujeres, Margarita. Y me ofende mucho que…
—Le ofende. Ja! No te lo puedo creer. La señorita DaCosta se deja mandar dedo hasta las amígdalas, y ahora se hace la ofendida. —Silvana se puso rígida, Margarita lo había visto… vio todo lo que hizo David—. Se nota que lo tenías planeado, ni siquiera te pusiste una tanga. Fue como si dijeras: “Vení, pasá que es gratis, tocá todo lo que quieras”. No seas hipócrita, Silvana. Sé perfectamente qué clase de mujer sos.
Margarita se puso de pie y abandonó la sala de reuniones. Silvana se quedó muda, no podía defenderse ante eso. Fue una estúpida. Se dejó manosear por David, creyendo que nadie vería lo que estaba ocurriendo debajo de la mesa, pero no consideró que Margarita si podría verlo perfectamente. Se habrá dado un gran espectáculo al ver cómo le llenaban la concha de dedos.
“Sos una idiota, Silvana DaCosta… muy idiota”.
La puerta de la oficina de su jefe se abrió y vio aparecer a José y a Rogelio. Ella seguía sentada, muy quietecita, esperando a quedarse completamente sola, para poder sacar el dildo de su culo. “Eso tendrá que esperar”, pensó.
Los dos tipos estaban pálidos. Miraron a Silvana con los ojos muy abiertos, se fijaron especialmente en sus tetas, que estaban jugando al límite. Ella lo notó, pero no dijo nada al respecto. Pensó que recibiría alguna reprimenda por estar en la sala de reuniones sin aviso, por eso el comentario de su jefe la sorprendió.
—Gracias, Silvana… gracias de verdad.
—Emm… ¿por qué?
—David quedó encantado con vos. Le gustó que aparecieras de sorpresa. No sé cómo te enteraste que venía para acá; pero fue un buen gesto participar en la reunión.
—Ni siquiera abrí la boca —dijo, asustada de que David haya mencionado lo que ocurrió debajo de la mesa.
—No hizo falta —comentó Rogelio, mirándole las tetas sin ningún disimulo—, fue tu sola presencia lo que maravilló a David.
—Bueno, me alegro —mostró una sonrisa sin alegría—. ¿El contrato se va a firmar?
—Falta poco para eso —aseguró José—. Lo tenemos prácticamente listo. Sin embargo… em… no sé cómo decir esto. Vamos a necesitar de tu ayuda una vez más.
—¿Qué tengo que hacer?
—Este… em… no creo que te agrade mucho la idea —José parecía muy nervioso, estaba transpirando y no dejaba de estrujarse los dedos—. David te está esperando en mi oficina. Quiere em… quiere tener un momento a solas con vos.
—¿A solas? —Silvana abrió mucho los ojos—. Hey, esperen… ¿acaso saben lo que eso significa?
—Lo sabemos muy bien —dijo José, aún más nervioso—. Y si no se tratara de un contrato tan importante, jamás te pediríamos algo así.
—Pero… pero… no seamos ingenuos, José… si ese tipo quiere verme “a solas”, sus intenciones van a ser claramente sexuales. ¿Por qué clase de mujer me están tomando?
—No estamos haciendo ninguna insinuación sobre su persona, Silvana —intervino Rogelio—, y sepa desde ya que no está obligada a hacerlo. No somos partidarios de este tipo de… em… técnicas de negociación.
—Así es, nunca recurrimos a este tipo de “técnicas” —continuó José—. Pero… David…
—Es un cliente demasiado importante —Silvana terminó la frase por él—. Y seguramente insinuó que si yo no entro a esa oficina, el contrato no se va a firmar.
—Sí, puede que haya insinuado eso —dijo José—. Estamos muy cerca, Silvana… demasiado cerca. Y sé que para usted no será fácil, quizás David solo quiere charlar… invitarla a tomar un café o algo así.
—Si fuera solo un café, lo haría con gusto. Pero… dudo mucho que esas sean las intenciones de David. Yo… yo tengo novio. Y, a diferencia de lo que puedan pensar mis compañeras de trabajo, no ando haciendo este tipo de “favores” para obtener beneficios.
—Cualquier cosa que haga, Silvana, se la vamos a compensar —prometió José—. Y con intereses.
—No quiero hacerlo —los hombres parecieron abatidos, casi podían ver miles de dólares volando por la ventana—. Voy a entrar, para intentar convencer a David de que yo no soy un “aperitivo” que puede consumir antes de firmar. Les prometo que haré todo lo posible para que el contrato se haga. Pero si considero que él pide demasiado, me voy. ¿Está claro?
—Muy claro… y no podemos pedirte más que eso —José asintió con la cabeza—. Estamos en tus manos, Silvana. Todo depende de vos. Vamos a respetar tu decisión, sea cual sea. Y perdón por ponerte en una situación tan incómoda.
“Yo solita me metí en esta situación humillante. ¿Qué va a decir Paulina cuando se lo cuente? Seguramente se va a reír de mí ”.
Se puso de pie y sintió una tremenda oleada de placer cuando el dildo se acomodó en su culo. Éste no cayó al piso porque la ajustada minifalda lo sostenía ahí.
“Dios… qué rico es esto, la puta madre”. Apretó el borde de la mesa con ambas manos, para no gemir. Sabía que entrar tan excitada a esa oficina era un error; pero no tenía otra alternativa.
Caminó con pasos muy lentos, no resultó extraño porque sabía que los dos hombres pensarían que ella necesitaba prepararse mentalmente. En realidad, lo que estaba haciendo era mantener el dildo dentro de su culo.
Abrió la puerta de la oficina y David la recibió con una amplia sonrisa y un abrazo que terminó con ambas manos en sus nalgas. Por suerte su jefe no vio esto, porque ella se apresuró a cerrar la puerta.
—Silvana, qué bueno poder charlar a solas con vos. Sinceramente, nunca pensé que te ofrecerías para esta clase de… negociaciones —le guiñó un ojo—. De haberlo sabido, hubiera venido mucho antes.
—Em… sí, sobre eso quería hablar.
—No hay nada que hablar, Silvana. Ya me quedó clarísimo —la sujetó por detrás y presionó sus tetas, antes de que ella pudiera hacer algo, él las dejó salir y las liberó de la opresión del corpiño. Mientras se las amasaba, le habló al oído—. Me agrada mucho cuando una empresa entiende estos “métodos de negociación”. Y me alegra que te hayan ofrecido a vos para esta tarea. Desde la vez que te vi en persona me quedé maravillado con vos. Aunque… de verdad, no creí que fueras esta clase de mujeres. Parecías muy seria, muy profesional. Veo que me te juzgué mal.
Ella quiso decirle “soy seria y profesional”; pero hubiera parecido una ridícula dar esos argumentos cuando la mano de David ya estaba explorando su concha una vez más.
—Presentarte en la reunión sin ropa interior fue un toque fantástico, Silvana. Se nota que no te gusta andar con vueltas. Me agradan las mujeres que van al grano.
Silvana pudo sentir la verga de David, que ya había abandonado su pantalón. El tipo se encargó de ejercer presión contra su culo, manteniendo el dildo bien metido. Comenzó a levantarle lentamente la minifalda, mientras le pasaba la cabeza de la pija entre los labios vaginales.
“Si no hago algo, este tipo me va a pegar tremenda cogida… y lo peor de todo: va a descubrir el dildo. Va a pensar que me lo puse por él… y va a querer darme por el culo. Eso no lo puedo permitir”.
Estaba en una situación límite, entre la espada y la pared. No quería comportarse como una putita de oficina; pero si no lo hacía, la situación sería mucho peor.
—Mi deber es complacerte —dijo Silvana, con voz sensual.
—Te la voy a meter toda —le dijo David al oído, perdiendo la poca sutileza que le quedaba.
—Seguramente lo vas a hacer; pero… hoy no. Eso lo dejaremos para celebrar el contrato ya firmado… —No podía creer lo que estaba diciendo. Habló sin pensar, solo quería ganar tiempo—. Aunque hoy no te vas a quedar con las ganas. Eso te lo puedo asegurar.
Acto seguido, ella se arrodilló y sin siquiera pensarlo (estas cosas requieren mantener la mente en blanco), se metió la pija de David en la boca. Le sorprendió que fuera tan grande… aunque no se comparaba con la de su vecino senegalés. En realidad, le pareció grande en comparación con la verga de Renzo.
“Otra vez me acordé de mi novio cuando me estoy portando mal. Soy un desastre. Perdón, mi amor… perdón. Te juro que no quería hacer esto”.
Pero lo estaba haciendo.
Tragó esa verga de la misma forma en que lo hubiera hecho una de las putas VIP de David. Quería darle una mamada extraordinaria, para que se quedara satisfecho con eso. “Es mejor chuparla que tenerla dentro de la concha”, se dijo a sí misma.
Mientras la succionaba con fuerza podía sentir su culo palpitando por culpa del dildo. David aprovechó para pellizcarle los pezones. Ella sonrió y sacudió las tetas como si dijera: “Estas también vienen incluidas en el paquete de lujo”.
—Por dios, Silvana… qué buena que estás. Si me hubieran dicho que me chuparías la pija de esta manera, hubiera venido con el contrato ya firmado.
Ella aceleró el ritmo de la mamada, no porque le gustaran los halagos del tipo, sino porque quería que esto se terminara lo antes posible. “Vamos, Silvana, vos podés… sabés cómo se hace”.
A Renzo no se la chupaba así. No con tanta devoción. Silvana sentía que si comía pija de esta manera, entonces parecería muy puta… y no quería darle esa impresión a su novio. Esta clase de mamadas las tenía reservadas para esas noche de alcohol y descontrol, donde podía terminar comiéndole la pija a algún tipo en un baño público. Pero Silvana ya no hacía esas cosas, esa vida había quedado en el pasado. Desde que conoció a Renzo, no volvió a chuparle la verga a otro hombre… hasta hoy.
David no tenía idea de lo privilegiado que era.
De lo que sí tenía idea era del talento de Silvana para las mamadas. Le bastaron apenas unos pocos minutos para hacerlo explotar. Y sí que fue una explosión.
Silvana no esperaba que saliera tanta cantidad de semen, y de golpe. Los cargados chorros de líquido blanco impactaron contra su cara y sus tetas. Estuvo tentada a apartarse; pero eso hubiera dado “una mala imagen empresarial”. Se quedó allí, recibiendo todo con la boca abierta, y no tuvo más remedio que tragar todo el semen que le cayó sobre la lengua, porque David le metió la pija en la boca. Dejó salir allí dentro sus últimas descargas y disfrutó al verla tragando todo, como buena putita obediente.
David no es la clase de hombres que se queda conversando con sus putas. Cuando la transacción terminó, ya no queda nada más que decir. Se guardó la verga en el pantalón, le guiñó un ojo a Silvana y se fue, así sin más.
Unos segundos más tarde, cuando Rogelio y José entraron a la oficina, se encontraron con una imagen que van a llevar guardada en la memoria durante el resto de sus vidas. Silvana estaba de frente a ellos, apoyada en el borde del escritorio. Tenía la camisa abierta y sus preciosas tetas eran completamente visibles. Y mejor aún: David se había encargado de decorarlas con abundante semen. Este líquido blancuzco también le cubría buena parte de la cara, en especial el mentón. Esto era porno… y del bueno.
—Esta se las voy a cobrar —dijo Silvana, intentando mantener la calma. El dildo volvió a encajarse en el fondo de su culo, gracias al borde del escritorio—. Miren cómo me dejó.
Señaló su propio cuerpo, los dos hombres la escanearon con la mirada una y otra vez.
—Te pido disculpas, Silvana… no me imaginé que David fuera a llegar tan lejos.
—De hecho, pretendía ir mucho más lejos —aseguró ella—. Pero le dije que no. Por eso tuve que ofrecerle una compensación, para que no tirara el contrato a la basura. —Se arrodilló en el suelo, porque las piernas ya no la sostenían. Necesitaba sacarse ese dildo ya mismo, y no podía hacerlo mientras esos dos tipos estuvieran ahí. Hizo que el momento pareciera más dramático de lo que era—. Me siento muy mal. ¿Qué le voy a decir a mi novio? Le chupé la pija a un tipo que vi solo dos veces en mi vida. Soy de lo peor.
—No te mortifiques, Silvana. Hiciste lo que… hey! Rogelio! ¿Qué hacés?
El tipo rechoncho de anteojos ni siquiera le dio tiempo a Silvana para reaccionar. Sacó su verga erecta del pantalón y se la metió en la boca.
—Rogelio! —Volvió a exclamar José—. Salí de ahí. ¿Te volviste loco? Silvana te va a demandar por acoso sexual.
—Vamos, José… ¿me vas a decir que vos no querés saber cómo la chupa esta puta? No seas hipócrita.
Silvana consiguió sacar la verga de su boca, estaba sorprendida de que fuera tan grande como la de David. Rogelio no tenía pinta de ser un hombre bien dotado.
—¿Qué hacés, pelotudo? ¿Te volviste loco? ¿Y a quién le decís puta?
—Perdón, Silvana… me dejé llevar por el momento —Rogelio parecía apenado de verdad—. Lo que pasa es que David dijo: “La mejor chupada de pija que me dieron en mi vida” y… yo quiero saber cómo se siente.
—Pero… sos casado —dijo Silvana, como si eso sirviera de algo.
—Mi mujer casi nunca me la chupa… y si lo hace, no lo hace bien. En cambio vos… vos debés tener mucho talento para esto. Te habrás comido un montón de pijas.
Volvió a meterla dentro de la boca de Silvana, antes de que ella pudiera decir algo. La sintió hasta el fondo de la garganta. Su boca quedó llena por completo, no le entraba más nada.
—Basta, Rogelio —insistió José, que estaba pálido. Él temía que Silvana presentara acciones judiciales, aún así tenía la verga tan dura como la de su compañero de trabajo, aunque la mantenía dentro de su pantalón.
—Solo es un ratito. Dale, Silvana… no seas así… ya le chupaste la pija a David ¿qué te hace comerte una más? Mostrame cómo la chupaste. Solo quiero saber cómo se siente… por favor.
Silvana no podía creer que ese hombre adulto le estuviera suplicando como un adolescente virgen que nunca la metió en su vida. No quería chupársela. No es lo mismo chupar una pija que hacerlo con dos… en especial teniendo pareja. Es el doble de cuernos. Pero Silvana entendió que Rogelio no la soltaría hasta recibir lo que estaba buscando, por eso comenzó a succionarle la verga de la misma forma que lo había hecho con David.
Por eso o quizás porque estaba jodidamente excitada, con su culo palpitando de placer por culpa de ese maldito dildo.
—Uy, sí… por dios, así… —Rogelio comenzó a mover la cadera, como si estuviera cogiendo a Silvana por la boca—. Por dios, qué buena petera que sos… y claro, con lo buena que estás, no podías chupar mal una pija. Habrás tenido miles para practicar. ¿No es así?
Quería mandarlo a mierda, pero su cabeza estaba siendo presionada contra la verga, no podía sacarla de su boca, aunque se esforzara. Estaba siendo obligada a chuparla y, por alguna extraña razón, esta situación le pareció muy excitante.
“Ay, me odio a mí misma”, pensó Silvana, al mismo tiempo que aceleraba el ritmo de la mamada. Porque sí, le estaba dando a Rogelio esa mamada tan espectacular que él había pedido, y lo hizo sin siquiera cubrir sus tetas, como si quisiera regalarle también ese bono extra.
Estuvo chupando sin parar durante unos minutos, no supo cuántos; pareció una eternidad. José se limitó a observar en silencio y se quedó (literalmente) boquiabierto al ver cómo Rogelio sacaba la pija de la boca de la esa hermosa mujer, solo para darle un segundo baño de leche.
El semen saltó a montones y Silvana no pudo hacer más que recibirlo en su cara, en sus tetas… e incluso dentro de su boca.
—David dice que te la tomás… ¿querés un poquito más?
Rogelio no esperó una respuesta. Clavó la verga en la boca de Silvana y dejó salir allí dentro el resto de su semen. Ella lo tragó, mirando al tipo a los ojos. Él tenía una sonrisa estúpida, pero por alguna razón no le disgustó.
Cuando se dio por satisfecho, sacó la verga y la guardó en su pantalón.
—Un placer, Silvana. Gracias por esto. Ahora sé lo que se siente que te chupen bien la pija. Mi esposa debería aprender de vos.
Se fue sin decir más.
—Silvana, yo…
—Ya está, José. No digas nada. Cualquier cosa que digas, va a ser peor. No te preocupes, no los voy a demandar. Necesito estar sola. Tengo que pensar en muchas cosas… y tengo que limpiarme este enchastre. Espero que todo esto valga mucho la pena.
—Me aseguraré que así sea.
José salió de la oficina, dejándola sola. Silvana se tomó unos veinte minutos para limpiarse la cara y las tetas con pañuelos descartables, para quitarse el dildo de su adolorido culo y… para hacerse tremenda paja. Se sentó en la silla de su jefe con las piernas bien abiertas y se castigó la concha con los dedos. Tuvo un potente y jugoso orgasmo (otro enchastre para limpiar). No podía creer que después de haber pasado momentos tan humillantes estuviera tan cachonda.
Salió de la oficina odiándose un poquito a sí misma. Caminó con el pecho hinchado de falso orgullo. Mientras recorría los pasillos de la empresa pudo escuchar en su mente la voz de Margarita Rawson:
“Sé perfectamente qué clase de mujer sos”.
Todos mis links:
https://magic.ly/Nokomi
Capítulo 13.
Puta de Oficina.
Mientras Silvana se dirigía hacia su oficina, pudo sentir la mirada de todos sus compañeros y compañeras siguiéndola. Ella avanzó con el pecho hinchado de orgullo, con las tetas al borde de destrozar su camisa. Sabía que le bastaría con una ligera inclinación de su cintura para mostrarle la concha a todo el mundo, porque esa minifalda no le cubría prácticamente nada.
“Dios, las cosas que tengo que hacer por culpa de Paulina”, pensó. Pero sabía que no podía echarle toda la culpa a su amiga, ella siempre podía negarse a participar en estos jueguitos eróticos. Sin embargo, Paulina prometió que le mostraría algo realmente interesante (y que ese algo involucraba a Malik). La curiosidad de Silvana se disparó hasta el cielo.
Durante las primeras dos horas se encargó de realizar su trabajo con el profesionalismo que la caracterizaba.
José Nahuelpán, su jefe, se acercó a ella en dos ocasiones para preguntarle sobre auténticas tonterías que hasta un becario podía haber solucionado. Lo que Silvana no sabía era que José intentó armarse de valor para pedirle que, por favor, se abotonara la camisa. Pero no se animó a decírselo. Lo único que atinó a decir fue:
—Silvana, discúlpenme… usted tiene pechos muy… em… generosos. ¿No le da miedo que pueda ocurrir un accidente? —Por supuesto, los ojos de José estaban absolutamente perdidos en medio de ese gran escote que dejaba entrever el comienzo de un corpiño de encaje blanco.
—No me preocupa —respondió Silvana, sin dejar de prestar atención a sus tareas de oficina—. Si llegara a ocurrir, confío en que mis compañeros son lo suficientemente maduros como para no hacer un escándalo. Tal y como lo hicieron esa vez que Carolina se le rompió la pollera y quedó prácticamente en culo. Pobrecita, la de comentarios estúpidos que tuvo que aguantar.
—Em… sí, sí… lo recuerdo muy bien. Ya tomamos cartas en el asunto. Hicimos que esas personas se disculparan con Carolina y llamamos a una charla especializada en “comportamiento apropiado en la oficina”.
—Exacto. Entiendo que todo eso fue muy bien, así que… no veo el problema. Además, sería muy extraño que ocurriera un accidente de ese tipo. Conozco mi anatomía.
—Muy bien, solo quería estar seguro de que no fuera un inconveniente para usted. Que tenga un buen día.
Cuando por fin se quedó sola, aprovechó para levantarse la minifalda y tomar algunas fotos de su concha. Se las mandó a Paulina y recibió una respuesta casi de inmediato:
—Me encanta ver tu concha; pero estás haciendo trampa. Ya sé que estás sola en tu oficina. Ahí hay poco riesgo de que alguien te interrumpa. Si querés mostrarme tu compromiso, sacate fotos en alguna otra parte… y los baños no cuentan.
—Maldita —respondió Silvana—. Más te vale que todo esto valga la pena. Porque me estoy jugando el trabajo.
—Va a valer la pena, te lo aseguro. Ah… y no te olvides de usar el dildo… lo quiero ver bien metido en tu culo —añadió un emoji que guiñaba un ojo.
Silvana se preguntó dónde podría sacar esas fotos sin correr riesgo de ser descubierta y se le ocurrió una idea brillante. Consultó los horarios de reuniones, y no había ninguna programada, eso significa que…
—La sala de reuniones está vacía —dijo en voz alta.
Llevó su bolso, donde escondía el juguete sexual, y se encaminó rápidamente hasta la sala de reuniones.
Era más amplia que su oficina, contaba con una mesa larga y doce sillas: cinco a cada lado de la mesa, y dos en los extremos. Si se apresuraba, podría sacar varias fotos. La próxima reunión sería dentro de tres horas, por lo que tenía tiempo. El riesgo estaba en que alguien del personal de limpieza quisiera entrar justo en ese momento.
“Bueno, el que no arriesga no gana”, se dijo.
Colocó el celular sobre un pequeño mueble con una maceta, estaba ubicado justo detrás de uno de los extremos de la sala. Programó el temporizador para que tomara muchas fotos, se acercó a la mesa y se inclinó sobre ella. Levantó su minifalda y mostró que no llevaba puesta ropa interior. Luego se sentó sobre la mesa, con las piernas bien abiertas, y comenzó a masturbarse para la cámara.
“Por dios, Silvana… te volviste completamente loca”.
Sin embargo, la adrenalina se volvió intoxicante. Sabía que estaba haciendo algo indebido y que había riesgo de ser descubierta, y eso la tenía sumamente excitada. Su concha estaba muy húmeda y los dedos entraban y salían con gran facilidad.
Cuando decidió que ya tenía suficientes fotos de esta práctica tan humillante, se preparó para una peor. Sacó el dildo de su bolso y el lubricante. Con el culo apuntando hacia el celular, y los codos apoyados en la mesa, empezó a meterlo lentamente. Tuvo que cerrar los ojos y concentrarse en la tarea, si bien el haberlo metido temprano en la mañana le ayudaba mucho con la dilatación, ya había pasado algo de tiempo.
Con paciencia, y sin presionar demasiado, consiguió meter al menos la mitad. Eso sería suficiente para las fotos. No necesitaba ir más adentro. Se abrió las nalgas, para que Paulina pudiera ver que lo tenía metido dentro del agujero y en ese instante escuchó voces y pasos.
Un grupo de personas se acercaba a la sala de reuniones, no tuvo dudas de ello.
Presa del pánico, se movió tan rápido como pudo. Agarró su celular y el bolso, creyendo que tendría tiempo para guardar el dildo; pero no fue así. La puerta se abrió y Silvana no tuvo más alternativa que sentarse en una de las sillas, al mismo tiempo que acomodaba su minifalda.
Esta rápida acción le permitió ocultar muy bien el dildo… ocultarlo bien adentro de su culo. Le dolió mucho, ya que entró completo de una sola vez. Un viaje sin escala hasta el fondo. Las piernas le temblaron y tuvo que reprimir un grito de dolor.
—...podemos ajustar los detalles del contrato mientras nos tomamos un café —José Nahuelpan se quedó mudo al ver a Silvana dentro de la sala de reuniones. Entró acompañado por Rogelio DiLorenzo, el jefe del departamento contable; Margarita Rawson, secretaria de Nahuelpan y un tipo al que Silvana no conocía, pero que por su camisa sport y su pantalón de alta costura se notaba que era muy adinerado—. Em… hola, Silvana… no sabía que te veríamos acá.
—Ah, qué sorpresa… —dijo la aludida—. No sabía que iban a usar la sala… no hay ninguna reunión programada para esta hora.
—Es algo improvisado —aclaró Rogelio—. El señor es David Viscaldi. Volvió a Argentina esta misma mañana.
Silvana se quedó muy tensa, el nombre David Viscaldi había sonado mucho en las últimas semanas. En la empresa estaban desesperados por cerrar un contrato con este tipo, podría suponer ganancias millonarias y un aumento considerable en la buena imagen empresarial.
“Y vos lo vas a arruinar todo por estar jugando a la putita en la oficina”, pensó Silvana, con pavor.
—Ah, vos debés ser Silvana DaCosta —David era un tipo apuesto, bien bronceado, cabello negro cortado para que pareciera que siempre iba despeinado y anteojos de sol rectangulares, que rara vez se quitaba. Hablaba con la confianza de quien sabe que puede conseguir lo que sea usando su chequera—. Hablé con vos por teléfono, es un placer conocerte personalmente.
—Así es, charlamos varias veces —Silvana se encargó de allanar el terreno con David, de explicarle los pormenores del contrato, y lo hizo sin intentar sonar desesperada—. Un gusto conocerlo, señor Viscaldi.
Silvana presionó levemente la mano que le extendió David y sonrió, no hizo el intento de levantarse, no quería que el dildo la traicionara. Sabía que David le estaba mirando las tetas, detrás de esos anteojos oscuros; pero lo permitió. Cualquier cosa que lo mantuviera distraído era una bendición. Lo mismo podía decir del resto de los recién llegados.
—Imagino que la señorita DaCosta tendrá cosas más importantes que hacer —dijo Margarita Rawson.
Silvana siempre pensó que Margarita la odiaba, aunque nunca pudo saber por qué. Ser la secretaria del jefe era uno de los mejores trabajos de la empresa, de hecho Margarita ganaba mucho más que ella. ¿Por qué siempre la trataba de forma tan fría?
Alguna de sus compañeras de trabajo le dijeron: “Te tiene envidia, porque sos muy linda”. Silvana no lo creía así. Margarita era rubia, de cuerpo voluptuoso, ojos celestes… sí, era gordita; contaba con varios “kilos extra”; sin embargo, para Silvana eso no la hacía menos deseable. Seguía siendo una mujer preciosa.
—Me gustaría que Silvana participe de la reunión —dijo David, sentándose junto a ella. Le apoyó una mano en la rodilla.
“Ay, dios… esto no es bueno”, dijo Silvana, adivinando las intenciones del señor Viscaldi. Y lo peor de todo era que debía mantenerse sonriente, si diera una sola señal de disgusto, podría mandar a la mierda todas las chances de cerrar un contrato con este tipo. Ni siquiera podía poner en evidencia la incomodidad física que le provocaba estar sentada sobre un dildo. Era como si su culo le dijera: “Esto no era parte del plan, no sabía que me lo iban a meter tan duro… y hasta el fondo. No estaba listo para semejante castigo”.
—Si así lo desea, por supuesto, puede quedarse —dijo José Nahuelpán con una amplia sonrisa.
Él y Rogelio se sentaron frente a Silvana y David. Margarita optó por ocupar uno de los extremos. Era una reunión informal, por lo tanto José prefería no ocupar la cabecera. Se trataba de un pequeño “truco empresarial” para no mostrarse tan rígidos a la hora de hacer negocios.
Margarita fulminó a Silvana con la mirada, era obvio que no le agradaba ni un poquito que ella estuviera allí.
La charla fue dirigida principalmente por José, con algunas intervenciones de Rogelio y muchas interrupciones de Margarita, quien no dejaba de recordarle a David cuál sería su margen de ganancia si el negocio salía bien. Sin embargo, Silvana sabía perfectamente que, para un tipo tan acaudalado como David Viscaldi, esa cifra que tanto mencionaba Margarita no le quitaba el sueño. Él estaba mucho más interesado en las piernas de la hermosa mujer sentada a su izquierda.
Silvana pudo sentir como esa mano juguetona fue subiendo por la cara interna de sus muslos. Se puso muy tensa, en especial porque el culo le mandaba punzadas de dolor, suplicándole que no se moviera mucho. Cada mínimo movimiento hacía que el dildo se hundiera más.
Para su mala fortuna, la reunión se estaba extendiendo más de la cuenta. David aprovechaba para hacer preguntas que requerían respuestas elaboradas, y los presentes estaban más que encantados de poder brindarlas. Los tenía comiendo de su mano. Silvana se limitó a sonreír y a asentir con la cabeza mientras la manos de David iba ganando terreno lentamente, hasta que… pasó lo que tenía que pasar.
Los dedos de David descubrieron que Silvana no llevaba puesta la ropa interior. Se detuvieron allí, como si no pudieran creer lo que estaban tocando. Las yemas pasaron suavemente por encima de los húmedos labios vaginales.
“Húmedos es poco”, pensó Silvana. Eso era un enchastre de flujos vaginales, producto de la paja que se estuvo haciendo minutos antes… y de que el dildo de su culo también le mandaba alguna señal de placer ocasionalmente.
Si ese maldito dildo no hubiera empezado a sentirse tan bien, quizás hubiera apartado (sutilmente) la mano de David. Pero… estaba caliente. Muy caliente.
Sus mecanismos de defensa contra la indecencia habían dejado de funcionar. David, que no es de los que se andan con vueltas, entendió que estaba siendo invitado a pasar, y así lo hizo. Primero metió un dedo y exploró el orificio húmedo, luego lo siguió otro. Si los sacó, fue solo para brindarle algunas caricias al clítoris.
Para Silvana fue un verdadero desafío quedarse firme, y con la sonrisa intacta en sus labios. Tenía ganas de gemir… o de pedirle a David que, por favor, ya no la tocara más. Pero sabía que esto último no iba a pasar. Los dedos del señor Viscaldi se movieron con la maestría de quien masturbó muchas mujeres a lo largo de su vida. Silvana sabía que a David le gustaba “la buena vida”, y siempre lo seguía alguna de sus tantas “damas de compañía”. Ahora era ella la que se sentía como una de esas prostitutas VIP.
La reunión llegó a su fin y Silvana lo agradeció, porque su concha había recibido un tratamiento demasiado bueno como para poder resistir más tiempo sin gemir.
David Viscaldi atravesó la puerta que estaba en uno de los extremos de la sala, la que lleva directamente a la oficina de José Nahuelpán. El propio José y Rogelio lo acompañaron. Quizás se tomarían un vaso de whisky para celebrar el acuerdo.
Silvana se quedó sola con la mujer rubia que ya tenía el ceño fruncido, como si tuviera que tolerar un fuerte olor a podrido.
—Hey, Margarita… ¿te pasa algo conmigo? —La mujer le dedicó una mirada severa, pero no respondió—. Porque es obvio que estás enojada… si tenés algún problema conmigo, me gustaría que me lo dijeras.
Margarita guardó todos sus papeles en una carpeta, parecía que iba a ignorar a Silvana; pero de pronto volvió a mirarla y dijo:
—¿Sabés cuál es mi problema con vos? Ese… —señaló con el dedo el pecho de Silvana.
—¿Te molestan mis tetas?
—No, lo que me molesta es que las andes mostrando de esa manera, como si fueras una prostituta en una esquina. Pero claro, todo tiene sentido: te viste así justo el día que viene David. ¿Acaso él te hizo una llamadita para avisarte antes de venir?
—No, claro que no… ni siquiera sabía que…
—No te hagas la mosquita muerta conmigo, Silvana. Sé muy bien qué clase de mujer sos. Ya me imagino cuántos “favores” habrás hecho para conseguir este puesto.
—¿Qué estás insinuando? —Silvana mostró los dientes y su semblante serio.
—Sabés muy bien a qué me refiero. No te hagas la tonta. Es obvio que si David queda “encantado” con vos, y firma el contrato con la empresa, eso te beneficia muchísimo. Hasta podrían ascenderte. Por eso estás acá, para hacerle algún “favorcito” a David. ¿Qué tenés en mente? ¿Vas a pedirle que se reúnan en un hotel?
—¡Claro que no! No soy esa clase de mujeres, Margarita. Y me ofende mucho que…
—Le ofende. Ja! No te lo puedo creer. La señorita DaCosta se deja mandar dedo hasta las amígdalas, y ahora se hace la ofendida. —Silvana se puso rígida, Margarita lo había visto… vio todo lo que hizo David—. Se nota que lo tenías planeado, ni siquiera te pusiste una tanga. Fue como si dijeras: “Vení, pasá que es gratis, tocá todo lo que quieras”. No seas hipócrita, Silvana. Sé perfectamente qué clase de mujer sos.
Margarita se puso de pie y abandonó la sala de reuniones. Silvana se quedó muda, no podía defenderse ante eso. Fue una estúpida. Se dejó manosear por David, creyendo que nadie vería lo que estaba ocurriendo debajo de la mesa, pero no consideró que Margarita si podría verlo perfectamente. Se habrá dado un gran espectáculo al ver cómo le llenaban la concha de dedos.
“Sos una idiota, Silvana DaCosta… muy idiota”.
La puerta de la oficina de su jefe se abrió y vio aparecer a José y a Rogelio. Ella seguía sentada, muy quietecita, esperando a quedarse completamente sola, para poder sacar el dildo de su culo. “Eso tendrá que esperar”, pensó.
Los dos tipos estaban pálidos. Miraron a Silvana con los ojos muy abiertos, se fijaron especialmente en sus tetas, que estaban jugando al límite. Ella lo notó, pero no dijo nada al respecto. Pensó que recibiría alguna reprimenda por estar en la sala de reuniones sin aviso, por eso el comentario de su jefe la sorprendió.
—Gracias, Silvana… gracias de verdad.
—Emm… ¿por qué?
—David quedó encantado con vos. Le gustó que aparecieras de sorpresa. No sé cómo te enteraste que venía para acá; pero fue un buen gesto participar en la reunión.
—Ni siquiera abrí la boca —dijo, asustada de que David haya mencionado lo que ocurrió debajo de la mesa.
—No hizo falta —comentó Rogelio, mirándole las tetas sin ningún disimulo—, fue tu sola presencia lo que maravilló a David.
—Bueno, me alegro —mostró una sonrisa sin alegría—. ¿El contrato se va a firmar?
—Falta poco para eso —aseguró José—. Lo tenemos prácticamente listo. Sin embargo… em… no sé cómo decir esto. Vamos a necesitar de tu ayuda una vez más.
—¿Qué tengo que hacer?
—Este… em… no creo que te agrade mucho la idea —José parecía muy nervioso, estaba transpirando y no dejaba de estrujarse los dedos—. David te está esperando en mi oficina. Quiere em… quiere tener un momento a solas con vos.
—¿A solas? —Silvana abrió mucho los ojos—. Hey, esperen… ¿acaso saben lo que eso significa?
—Lo sabemos muy bien —dijo José, aún más nervioso—. Y si no se tratara de un contrato tan importante, jamás te pediríamos algo así.
—Pero… pero… no seamos ingenuos, José… si ese tipo quiere verme “a solas”, sus intenciones van a ser claramente sexuales. ¿Por qué clase de mujer me están tomando?
—No estamos haciendo ninguna insinuación sobre su persona, Silvana —intervino Rogelio—, y sepa desde ya que no está obligada a hacerlo. No somos partidarios de este tipo de… em… técnicas de negociación.
—Así es, nunca recurrimos a este tipo de “técnicas” —continuó José—. Pero… David…
—Es un cliente demasiado importante —Silvana terminó la frase por él—. Y seguramente insinuó que si yo no entro a esa oficina, el contrato no se va a firmar.
—Sí, puede que haya insinuado eso —dijo José—. Estamos muy cerca, Silvana… demasiado cerca. Y sé que para usted no será fácil, quizás David solo quiere charlar… invitarla a tomar un café o algo así.
—Si fuera solo un café, lo haría con gusto. Pero… dudo mucho que esas sean las intenciones de David. Yo… yo tengo novio. Y, a diferencia de lo que puedan pensar mis compañeras de trabajo, no ando haciendo este tipo de “favores” para obtener beneficios.
—Cualquier cosa que haga, Silvana, se la vamos a compensar —prometió José—. Y con intereses.
—No quiero hacerlo —los hombres parecieron abatidos, casi podían ver miles de dólares volando por la ventana—. Voy a entrar, para intentar convencer a David de que yo no soy un “aperitivo” que puede consumir antes de firmar. Les prometo que haré todo lo posible para que el contrato se haga. Pero si considero que él pide demasiado, me voy. ¿Está claro?
—Muy claro… y no podemos pedirte más que eso —José asintió con la cabeza—. Estamos en tus manos, Silvana. Todo depende de vos. Vamos a respetar tu decisión, sea cual sea. Y perdón por ponerte en una situación tan incómoda.
“Yo solita me metí en esta situación humillante. ¿Qué va a decir Paulina cuando se lo cuente? Seguramente se va a reír de mí ”.
Se puso de pie y sintió una tremenda oleada de placer cuando el dildo se acomodó en su culo. Éste no cayó al piso porque la ajustada minifalda lo sostenía ahí.
“Dios… qué rico es esto, la puta madre”. Apretó el borde de la mesa con ambas manos, para no gemir. Sabía que entrar tan excitada a esa oficina era un error; pero no tenía otra alternativa.
Caminó con pasos muy lentos, no resultó extraño porque sabía que los dos hombres pensarían que ella necesitaba prepararse mentalmente. En realidad, lo que estaba haciendo era mantener el dildo dentro de su culo.
Abrió la puerta de la oficina y David la recibió con una amplia sonrisa y un abrazo que terminó con ambas manos en sus nalgas. Por suerte su jefe no vio esto, porque ella se apresuró a cerrar la puerta.
—Silvana, qué bueno poder charlar a solas con vos. Sinceramente, nunca pensé que te ofrecerías para esta clase de… negociaciones —le guiñó un ojo—. De haberlo sabido, hubiera venido mucho antes.
—Em… sí, sobre eso quería hablar.
—No hay nada que hablar, Silvana. Ya me quedó clarísimo —la sujetó por detrás y presionó sus tetas, antes de que ella pudiera hacer algo, él las dejó salir y las liberó de la opresión del corpiño. Mientras se las amasaba, le habló al oído—. Me agrada mucho cuando una empresa entiende estos “métodos de negociación”. Y me alegra que te hayan ofrecido a vos para esta tarea. Desde la vez que te vi en persona me quedé maravillado con vos. Aunque… de verdad, no creí que fueras esta clase de mujeres. Parecías muy seria, muy profesional. Veo que me te juzgué mal.
Ella quiso decirle “soy seria y profesional”; pero hubiera parecido una ridícula dar esos argumentos cuando la mano de David ya estaba explorando su concha una vez más.
—Presentarte en la reunión sin ropa interior fue un toque fantástico, Silvana. Se nota que no te gusta andar con vueltas. Me agradan las mujeres que van al grano.
Silvana pudo sentir la verga de David, que ya había abandonado su pantalón. El tipo se encargó de ejercer presión contra su culo, manteniendo el dildo bien metido. Comenzó a levantarle lentamente la minifalda, mientras le pasaba la cabeza de la pija entre los labios vaginales.
“Si no hago algo, este tipo me va a pegar tremenda cogida… y lo peor de todo: va a descubrir el dildo. Va a pensar que me lo puse por él… y va a querer darme por el culo. Eso no lo puedo permitir”.
Estaba en una situación límite, entre la espada y la pared. No quería comportarse como una putita de oficina; pero si no lo hacía, la situación sería mucho peor.
—Mi deber es complacerte —dijo Silvana, con voz sensual.
—Te la voy a meter toda —le dijo David al oído, perdiendo la poca sutileza que le quedaba.
—Seguramente lo vas a hacer; pero… hoy no. Eso lo dejaremos para celebrar el contrato ya firmado… —No podía creer lo que estaba diciendo. Habló sin pensar, solo quería ganar tiempo—. Aunque hoy no te vas a quedar con las ganas. Eso te lo puedo asegurar.
Acto seguido, ella se arrodilló y sin siquiera pensarlo (estas cosas requieren mantener la mente en blanco), se metió la pija de David en la boca. Le sorprendió que fuera tan grande… aunque no se comparaba con la de su vecino senegalés. En realidad, le pareció grande en comparación con la verga de Renzo.
“Otra vez me acordé de mi novio cuando me estoy portando mal. Soy un desastre. Perdón, mi amor… perdón. Te juro que no quería hacer esto”.
Pero lo estaba haciendo.
Tragó esa verga de la misma forma en que lo hubiera hecho una de las putas VIP de David. Quería darle una mamada extraordinaria, para que se quedara satisfecho con eso. “Es mejor chuparla que tenerla dentro de la concha”, se dijo a sí misma.
Mientras la succionaba con fuerza podía sentir su culo palpitando por culpa del dildo. David aprovechó para pellizcarle los pezones. Ella sonrió y sacudió las tetas como si dijera: “Estas también vienen incluidas en el paquete de lujo”.
—Por dios, Silvana… qué buena que estás. Si me hubieran dicho que me chuparías la pija de esta manera, hubiera venido con el contrato ya firmado.
Ella aceleró el ritmo de la mamada, no porque le gustaran los halagos del tipo, sino porque quería que esto se terminara lo antes posible. “Vamos, Silvana, vos podés… sabés cómo se hace”.
A Renzo no se la chupaba así. No con tanta devoción. Silvana sentía que si comía pija de esta manera, entonces parecería muy puta… y no quería darle esa impresión a su novio. Esta clase de mamadas las tenía reservadas para esas noche de alcohol y descontrol, donde podía terminar comiéndole la pija a algún tipo en un baño público. Pero Silvana ya no hacía esas cosas, esa vida había quedado en el pasado. Desde que conoció a Renzo, no volvió a chuparle la verga a otro hombre… hasta hoy.
David no tenía idea de lo privilegiado que era.
De lo que sí tenía idea era del talento de Silvana para las mamadas. Le bastaron apenas unos pocos minutos para hacerlo explotar. Y sí que fue una explosión.
Silvana no esperaba que saliera tanta cantidad de semen, y de golpe. Los cargados chorros de líquido blanco impactaron contra su cara y sus tetas. Estuvo tentada a apartarse; pero eso hubiera dado “una mala imagen empresarial”. Se quedó allí, recibiendo todo con la boca abierta, y no tuvo más remedio que tragar todo el semen que le cayó sobre la lengua, porque David le metió la pija en la boca. Dejó salir allí dentro sus últimas descargas y disfrutó al verla tragando todo, como buena putita obediente.
David no es la clase de hombres que se queda conversando con sus putas. Cuando la transacción terminó, ya no queda nada más que decir. Se guardó la verga en el pantalón, le guiñó un ojo a Silvana y se fue, así sin más.
Unos segundos más tarde, cuando Rogelio y José entraron a la oficina, se encontraron con una imagen que van a llevar guardada en la memoria durante el resto de sus vidas. Silvana estaba de frente a ellos, apoyada en el borde del escritorio. Tenía la camisa abierta y sus preciosas tetas eran completamente visibles. Y mejor aún: David se había encargado de decorarlas con abundante semen. Este líquido blancuzco también le cubría buena parte de la cara, en especial el mentón. Esto era porno… y del bueno.
—Esta se las voy a cobrar —dijo Silvana, intentando mantener la calma. El dildo volvió a encajarse en el fondo de su culo, gracias al borde del escritorio—. Miren cómo me dejó.
Señaló su propio cuerpo, los dos hombres la escanearon con la mirada una y otra vez.
—Te pido disculpas, Silvana… no me imaginé que David fuera a llegar tan lejos.
—De hecho, pretendía ir mucho más lejos —aseguró ella—. Pero le dije que no. Por eso tuve que ofrecerle una compensación, para que no tirara el contrato a la basura. —Se arrodilló en el suelo, porque las piernas ya no la sostenían. Necesitaba sacarse ese dildo ya mismo, y no podía hacerlo mientras esos dos tipos estuvieran ahí. Hizo que el momento pareciera más dramático de lo que era—. Me siento muy mal. ¿Qué le voy a decir a mi novio? Le chupé la pija a un tipo que vi solo dos veces en mi vida. Soy de lo peor.
—No te mortifiques, Silvana. Hiciste lo que… hey! Rogelio! ¿Qué hacés?
El tipo rechoncho de anteojos ni siquiera le dio tiempo a Silvana para reaccionar. Sacó su verga erecta del pantalón y se la metió en la boca.
—Rogelio! —Volvió a exclamar José—. Salí de ahí. ¿Te volviste loco? Silvana te va a demandar por acoso sexual.
—Vamos, José… ¿me vas a decir que vos no querés saber cómo la chupa esta puta? No seas hipócrita.
Silvana consiguió sacar la verga de su boca, estaba sorprendida de que fuera tan grande como la de David. Rogelio no tenía pinta de ser un hombre bien dotado.
—¿Qué hacés, pelotudo? ¿Te volviste loco? ¿Y a quién le decís puta?
—Perdón, Silvana… me dejé llevar por el momento —Rogelio parecía apenado de verdad—. Lo que pasa es que David dijo: “La mejor chupada de pija que me dieron en mi vida” y… yo quiero saber cómo se siente.
—Pero… sos casado —dijo Silvana, como si eso sirviera de algo.
—Mi mujer casi nunca me la chupa… y si lo hace, no lo hace bien. En cambio vos… vos debés tener mucho talento para esto. Te habrás comido un montón de pijas.
Volvió a meterla dentro de la boca de Silvana, antes de que ella pudiera decir algo. La sintió hasta el fondo de la garganta. Su boca quedó llena por completo, no le entraba más nada.
—Basta, Rogelio —insistió José, que estaba pálido. Él temía que Silvana presentara acciones judiciales, aún así tenía la verga tan dura como la de su compañero de trabajo, aunque la mantenía dentro de su pantalón.
—Solo es un ratito. Dale, Silvana… no seas así… ya le chupaste la pija a David ¿qué te hace comerte una más? Mostrame cómo la chupaste. Solo quiero saber cómo se siente… por favor.
Silvana no podía creer que ese hombre adulto le estuviera suplicando como un adolescente virgen que nunca la metió en su vida. No quería chupársela. No es lo mismo chupar una pija que hacerlo con dos… en especial teniendo pareja. Es el doble de cuernos. Pero Silvana entendió que Rogelio no la soltaría hasta recibir lo que estaba buscando, por eso comenzó a succionarle la verga de la misma forma que lo había hecho con David.
Por eso o quizás porque estaba jodidamente excitada, con su culo palpitando de placer por culpa de ese maldito dildo.
—Uy, sí… por dios, así… —Rogelio comenzó a mover la cadera, como si estuviera cogiendo a Silvana por la boca—. Por dios, qué buena petera que sos… y claro, con lo buena que estás, no podías chupar mal una pija. Habrás tenido miles para practicar. ¿No es así?
Quería mandarlo a mierda, pero su cabeza estaba siendo presionada contra la verga, no podía sacarla de su boca, aunque se esforzara. Estaba siendo obligada a chuparla y, por alguna extraña razón, esta situación le pareció muy excitante.
“Ay, me odio a mí misma”, pensó Silvana, al mismo tiempo que aceleraba el ritmo de la mamada. Porque sí, le estaba dando a Rogelio esa mamada tan espectacular que él había pedido, y lo hizo sin siquiera cubrir sus tetas, como si quisiera regalarle también ese bono extra.
Estuvo chupando sin parar durante unos minutos, no supo cuántos; pareció una eternidad. José se limitó a observar en silencio y se quedó (literalmente) boquiabierto al ver cómo Rogelio sacaba la pija de la boca de la esa hermosa mujer, solo para darle un segundo baño de leche.
El semen saltó a montones y Silvana no pudo hacer más que recibirlo en su cara, en sus tetas… e incluso dentro de su boca.
—David dice que te la tomás… ¿querés un poquito más?
Rogelio no esperó una respuesta. Clavó la verga en la boca de Silvana y dejó salir allí dentro el resto de su semen. Ella lo tragó, mirando al tipo a los ojos. Él tenía una sonrisa estúpida, pero por alguna razón no le disgustó.
Cuando se dio por satisfecho, sacó la verga y la guardó en su pantalón.
—Un placer, Silvana. Gracias por esto. Ahora sé lo que se siente que te chupen bien la pija. Mi esposa debería aprender de vos.
Se fue sin decir más.
—Silvana, yo…
—Ya está, José. No digas nada. Cualquier cosa que digas, va a ser peor. No te preocupes, no los voy a demandar. Necesito estar sola. Tengo que pensar en muchas cosas… y tengo que limpiarme este enchastre. Espero que todo esto valga mucho la pena.
—Me aseguraré que así sea.
José salió de la oficina, dejándola sola. Silvana se tomó unos veinte minutos para limpiarse la cara y las tetas con pañuelos descartables, para quitarse el dildo de su adolorido culo y… para hacerse tremenda paja. Se sentó en la silla de su jefe con las piernas bien abiertas y se castigó la concha con los dedos. Tuvo un potente y jugoso orgasmo (otro enchastre para limpiar). No podía creer que después de haber pasado momentos tan humillantes estuviera tan cachonda.
Salió de la oficina odiándose un poquito a sí misma. Caminó con el pecho hinchado de falso orgullo. Mientras recorría los pasillos de la empresa pudo escuchar en su mente la voz de Margarita Rawson:
“Sé perfectamente qué clase de mujer sos”.
Todos mis links:
https://magic.ly/Nokomi
4 comentarios - Mi Vecino Superdotado [13].