NO CREO QUE ENNINGUNA OTRA OCASIÓN haya tenido que sonrojarme con mayor motivo que en estaoportunidad. Y es que hasta una pulga tenía que sentirse avergonzada ante laproterva visión de lo que acabo de dejar registrado. Una muchacha tan joven, deapariencia tan inocente, y sin embargo, de inclinaciones y deseos tan lascivos.Una persona de frescura y belleza infinitas; una mente de llameante sensualidadconvertida por el accidental curso de los acontecimientos en un activo volcánde lujuria.
Muy bien hubierapodido exclamar con el poeta de la antigüedad: ‘¡Oh, Moisés!”, o como el máspráctico descendiente del patriarca: “¡Por las barbas del profeta!”
No es necesariohablar del cambio que se produjo en Cielo Riveros después de las experienciasrelatadas. Eran del todo evidentes en su porte y su conducta.
Lo que pasó consu juvenil amante, lamas me he preocupado por averiguarlo, pero me inclino acreer que el padre Ambrosio no permanecía al margen de esos gustos irregularesque tan ampliamente le han sido atribuidos a su orden, y que también elmuchacho se vio inducido poco a poco, al igual que su joven amiga, a darle satisfaccióna los insensatos deseos del sacerdote.
Perovolvamos a mis observaciones directas en lo que concierne a la linda CieloRiveros.
Si bien a unapulga no le es posible sonrojarse, sí puede observar, y me impuse la obligaciónde encomendar a la pluma y a la tinta la descripción de todos los pasajesamatorios que consideré pudieran tener interés para los buscadores de laverdad. Podemos escribir —por lo menos puede hacerlo esta pulga, pues de otromodo estas páginas no estarían bajo los ojos del lector— y eso basta.
Transcurrieronvarios días antes de que Cielo Riveros encontrara la oportunidad de volver avisitar a su clerical admirador, pero al fin se presentó la ocasión, y ni quédecir tiene que ella la aprovechó de inmediato.
Había encontradoel medio de hacerle saber a Ambrosio que se proponía visitarlo, y enconsecuencia el astuto individuo pudo disponer de antemano las cosas pararecibir a su linda huésped como la vez anterior.
Tan pronto como CieloRiveros se encontró a solas con su seductor se arrojó en sus brazos, yapresando su gran humanidad contra su frágil cuerpo le prodigó las más tiernascaricias.
Ambrosio no sehizo rogar para devolver todo el calor de su abrazo, y así sucedió que lapareja se encontró de inmediato entregada a un intercambio de cálidos besos, yreclinada, cara a cara, sobre el cofre acojinado a que aludimos anteriormente.
Pero CieloRiveros no iba a conformarse con besos solamente; deseaba algo más sólido, porexperiencia sabía que el padre podía proporcionárselo.
Ambrosio noestaba menos excitado. Su sangre afluía rápidamente, sus negros ojos llameabanpor efecto de una lujuria incontrolable, y la protuberancia que podíaobservarse en su hábito denunciaba a las claras el estado de sus sentidos.
Cielo Riverosadvirtió la situación: ni sus miradas ansiosas, ni su evidente erección, que elpadre no se preocupaba por disimular, podían escapársele. Pero pensó en avivarmayormente su deseo, antes que en apaciguarlo.
Sin embargo,pronto demostró Ambrosio que no requería incentivos mayores, y deliberadamenteexhibió su arma, bárbaramente dilatada en forma tal, que su sola vista despertódeseos frenéticos en Cielo Riveros. En cualquiera otra ocasión Ambrosio hubierasido mucho más prudente en darse gusto, pero en esta oportunidad susalborotados sentidos habían superado su capacidad de controlar el deseo deregodearse lo antes posible en los juveniles encantos que se le ofrecían.
Estaba ya sobresu cuerpo. Su gran humanidad cubría por completo el cuerpo de ella. Su miembroen erección se clavaba en el vientre de Cielo Riveros, cuyas ropas estabanrecogidas hasta la cintura.
Con una manotemblorosa llegó Ambrosio al centro de la hendidura objeto de su deseo;ansiosamente llevó la punta caliente y carmesí hacia los abiertos y húmedoslabios. Empujó, luchó por entrar.., y lo consiguió. La inmensa máquina entrócon paso lento pero firme. La cabeza y parte del miembro ya estaban dentro.
Unas cuantasfirmes y decididas embestidas completaron la conjunción, y Cielo Riverosrecibió en toda su longitud el inmenso y excitado miembro de Ambrosio. Elestuprador yacía jadeante sobre ella, en completa posesión de sus más íntimosencantos.
Cielo Riveros,dentro de cuyo vientre se había acomodado aquella vigorosa masa, sentía almáximo los efectos del intruso, cálido y palpitante.
EntretantoAmbrosio había comenzado a moverse hacia atrás y hacia adelante. Cielo Riverostrenzó sus blancos brazos en torno a su cuello, y enroscó sus lindas piernasenfundadas en seda sobre sus espaldas, presa de la mayor lujuria.
—¡Qué delicia!—murmuró Cielo Riveros, besando arrolladoramente sus gruesos labios—. Empujadmás.., todavía más. ¡Oh, cómo me forzáis a abrirme, y cuán largo es! ¡Cuáncálido. cuan.., oh... oh!
Y soltó un chorrode su almacén, en respuesta a las embestidas del hombre, al mismo tiempo que sucabeza caía hacia atrás y su boca se abría en el espasmo del coito.
El sacerdote secontuvo e hizo una breve pausa. Los latidos de su enorme miembro anunciabansuficientemente el estado en que el mismo se encontraba, y quería prolongar suplacer hasta el máximo.
Cielo Riveroscomprimió el terrible dardo introducido hasta lo más intimo de su persona, ysintió crecer y endurecerse todavía más, en tanto que su enrojecida cabezapresionaba su juvenil matriz.
Casiinmediatamente después su pesado amante, incapaz de controlarse por más tiempo,sucumbió a la intensidad de las sensaciones, y dejó escapar el torrente de suviscoso líquido.
—¡Oh, viene devos! —gritó la excitada muchacha—. Lo siento a chorros. ¡Oh, dadme ......! más!¡Derramadlo en mi interior., empujad más, no me compadezcáis. . .! ¡Oh, otrochorro! ¡Empujad! -¡Desgarradme si queréis, pero dadme toda vuestra leche!
Antes hablé de lacantidad de semen que el padre Ambrosio era capaz de derramar, pero en estaocasión se excedió a sí mismo. Había estado almacenado por espacio de unasemana, y Cielo Riveros recibía en aquellos momentos una corriente tantremenda, que aquella descarga parecía más bien emitida por una jeringa, que laeyaculación de los órganos genitales de un hombre.
Al fin Ambrosiodesmontó de su cabalgadura, y cuando Cielo Riveros se puso de pie nuevamentesintió deslizarse una corriente de líquido pegajoso que descendía por susrollizos muslos.
Apenas se habíaseparado el padre Ambrosio cuando se abrió la puerta que conducía a la iglesia,y aparecieron en el portal otros dos sacerdotes. El disimulo resultabaimposible.
—Ambrosio—exclamó el de más edad de los dos, un hombre que andaría entre los treinta ylos cuarenta años—. Esto va en contra de las normas y privilegios de nuestraorden, que disponen que toda clase de juegos han de practicarse en común.
—Tomadla entonces—refunfuñó el aludido—. Todavía no es demasiado tarde. Iba a comunicaros lo quehabía conseguido cuando...
—. . . cuando ladeliciosa tentación de esta rosa fue demasiado fuerte para ti, amigo nuestro—interrumpió el otro, apoderándose de la atónita Cielo Riveros al tiempo quehablaba, e introduciendo su enorme mano debajo de sus vestimentas para tentarlos suaves muslos de ella.
—Lo he visto todoal través del ojo de la cerradura —susurró el bruto a su oído—. No tienes nadaqué temer; únicamente queremos hacer lo mismo contigo.
Cielo Riverosrecordó las condiciones en que se le había ofrecido consuelo en la iglesia, ysupuso que ello formaba parte de sus nuevas obligaciones. Por lo tantopermaneció en los brazos del recién llegado sin oponer resistencia.
En el ínterin sucompañero había pasado su fuerte brazo en torno a la cintura de Cielo Riveros,y cubría de besos las mejillas de ésta.
Ambrosiolo contemplaba todo estupefacto y confundido.
Así fue como lajovencita se encontró entre dos fuegos, por no decir nada de la desbordantepasión de su posesor original. En vano miraba a uno y después a otro en demandade respiro, o de algún medio de escapar del predicamento en que se encontraba.
A pesar de queestaba completamente resignada al papel al que la había reducido el astutopadre Ambrosio, se sentía en aquellos momentos invadida por un poderososentimiento de debilidad y de miedo hacia los nuevos asaltantes.
Cielo Riveros noleía en la mirada de los nuevos intrusos más que deseo rabioso, en tanto que laimpasibilidad de Ambrosio la hacía perder cualquier esperanza de que el mismofuera a ofrecer la menor resistencia.
Entre los doshombres la tenían emparedada, y en tanto que el que habló primero deslizaba sumano hasta su rosada vulva, el otro no perdió tiempo en posesionarse de losredondeados cachetes de sus nalgas.
Entrambos,a Cielo Riveros le era imposible resistir.
—Aguardad unmomento —dijo al cabo Ambrosio—. Sí tenéis prisa por poseerla cuando menosdesnudadla sin estropear su vestimenta, como al parecer pretendéis hacerlo.
—Desnúdate, CieloRiveros —siguió diciendo—. Según parece, todos tenemos que compartirte, demanera que disponte a ser instrumento voluntario de nuestros deseos comunes. Ennuestro convento se encuentran otros cofrades no menos exigentes que yo, y tutarea no será en modo alguno una sinecura, así que será mejor que recuerdes entodo momento los privilegios que estás destinada a cumplir, y te dispongas aaliviar a estos santos varones de los apremiantes deseos que ahora ya sabescómo suavizar.
Asíplanteado el asunto, no quedaba alternativa.
Cielo Riverosquedó de píe, desnuda ante los tres vigorosos sacerdotes, y levantó un murmullogeneral de admiración cuando en aquel estado se adelantó hacía ellos.
Tan pronto comoel que había llevado la voz cantante de los recién llegados —el cual,evidentemente, parecía ser el Superior de los tres— advirtió la hermosadesnudez que estaba ante su ardiente mirada, sin dudarlo un instante abrió susotana para poner en libertad un largo y anchuroso miembro, tomó en sus brazosa la muchacha, la puso de espaldas sobre el gran cofre acojinado, brincó sobreella, se colocó entre sus lindos muslos, y apuntando rápidamente la cabeza desu rabioso campeón hacia el suave orificio de ella, empujó hacia adelante parahundirlo por completo hasta los testículos.
Cielo Riverosdejó escapar un pequeño grito de éxtasis al sentirse empalada por aquella nuevay poderosa arma.
Para el hombre laposesión entera de la hermosa muchacha suponía un momento extático, y lasensación de que su erecto pene estaba totalmente enterrado en el cuerpo deella le producía una emoción inefable. No creyó poder penetrar tan rápidamenteen sus jóvenes partes, pues no había tomado en cuenta la lubricación producidapor el flujo de semen que ya había recibido.
El Superior, noobstante, no le dio oportunidad de reflexionar, pues dióse a atacar con tantaenergía, que sus poderosas embestidas desde largo produjeron pleno efecto en sucálido temperamento, y provocaron casi de inmediato la dulce emisión.
Esto fuedemasiado para el disoluto sacerdote. Ya firmemente encajado en la estrechahendidura, que te quedaba tan ajustada como un guante, tan luego como sintió lacálida emisión dejó escapar un fuerte gruñido y descargó con furia.
Cielo Riverosdisfrutó el torrente de lujuria de aquel hombre, y abriendo las piernas cuantopudo lo recibió en lo más hondo de sus entrañas, permitiéndole que saciara sulujuria arrojando las descargas de su impetuosa naturaleza.
Los sentimientoslascivos más fuertes de Cielo Riveros se reavivaron con este segundo y firmeataque contra su persona, y su excitable naturaleza recibió con exquisitoagrado la abundancia de líquido que el membrudo campeón había derramado en suinterior. Pero, por salaz que fuera, la jovencita se sentía exhausta por estacontinua corriente, y por ello recibió con desmayo al segundo de los intrusosque se disponía a ocupar el puesto recién abandonado por el superior.
Pero CieloRiveros quedó atónita ante las proporciones del falo que el sacerdote ofrecíaante ella. Aún no había acabado de quitarse la ropa, y ya surgía de su partedelantera un erecto miembro ante cuyo tamaño hasta el padre Ambrosio tenía queceder el paso.
De entre losrizos de rojo pelo emergía la blanca columna de carne, coronada por unabrillante cabeza colorada, cuyo orificio parecía constreñido para evitar unaprematura expulsión de jugos.
Dos grandes ypeludas bolas colgaban de su base, y completaban un cuadro a la vista del cualcomenzó a hervir de nuevo la sangre de Cielo Riveros, cuyo juvenil espíritu seaprestó a librar un nuevo y desproporcionado combate.
—¡Oh, padrecito ¡¿Cómo podré jamás albergar tamaña cosa dentro de mi personita? —Preguntóacongojada—. ¿Cómo me será posible soportarlo una vez que esté dentro de mí?Temo que me va a dañar terriblemente.
—Tendré muchocuidado, hija mía. Iré despacio. Ahora estás bien preparada por los jugos delos santos varones que tuvieron la buena fortuna de precederme.
CieloRiveros tentó el gigantesco pene.
El sacerdote eraendiabladamente feo, bajo y obeso, pero sus espaldas parecían las de unHércules.
La muchachaestaba poseída por una especie de locura erótica. La fealdad de aquel hombresólo servía para acentuar su deseo sensual. Sus manos no bastaban para abarcartodo el grosor del miembro. Sin embargo, no lo soltaba; lo presionaba y ledispensaba inconscientemente caricias que incrementaban su rigidez. Parecía unabarra de acero entre sus suaves manos.
Un momentodespués el tercer asaltante estaba encima de ella, y la joven, casi tanexcitada como el padre, luchaba por empalarse con aquella terrible arma.
Durante algunosminutos la proeza pareció imposible, no obstante, la buena lubricación que ellahabía recibido con las anteriores inundaciones de su vaina.
Al cabo, con unafuriosa embestida, introdujo la enorme cabeza y Cielo Riveros lanzó un grito dedolor. Otra arremetida y otra más; el infeliz bruto, ciego a todo lo que nofuera darse satisfacción, seguía penetrando.
Cielo Riverosgritaba de angustia, y hacía esfuerzos sobrehumanos por deshacerse del salvajeatacante.
Otra arremetida,otro grito de la víctima, y el sacerdote penetró hasta lo más profundo en suinterior.
CieloRiveros se había desmayado.
Los dosespectadores de este monstruoso acto de corrupción parecieron en un principioestar prestos a intervenir, pero al propio tiempo daban la impresión deexperimentar un cruel placer al presenciar aquel espectáculo. Y ciertamente asíera, como lo evidenciaron después sus lascivos movimientos y el interés quepusieron en observar el más minucioso de los detalles.
Correré un velosobre las escenas de lujuria que siguieron, sobre los estremecimientos de aquelsalvaje a medida que, seguro de estar en posesión de la persona de la joven y CieloRiveros muchacha, prolongó lentamente su gocé hasta que su enorme y férvidadescarga puso fin a aquel éxtasis, y cedió el paso a un intervalo para devolverla vida a la pobre muchacha.
El fornido padrehabía descargado por dos veces en su interior antes de retirar su largo yvaporoso miembro, y el volumen de semen expelido fue tal, que cayó con ruidoacompasado hasta formar un charco sobre el suelo de madera.
Cuando por fin CieloRiveros se recobró lo bastante para poder moverse, pudo hacerse el lavado quelos abundantes derrames en sus delicadas partes hacían del todo necesario.
SE SACARONALGUNAS BOTELLAS DE VINO, de una cosecha rara y añeja, y bajo su poderosainfluencia Cielo Riveros fue recobrando poco a poco su fortaleza.
[/font][/size]Transcurrida unahora, los tres curas consideraron que había tenido tiempo bastante pararecuperarse, y comenzaron de nuevo a presentar síntomas de que deseaban volvera gozar de su persona.
Excitada tantopor los efectos del vino como por la vista y el contacto con sus lascivoscompañeros, la jovencita comenzó a extraer de debajo las sotanas los miembrosde los tres curas. los cuales estaban evidentemente divertidos con la escena,puesto que no daban muestra alguna de recato.
En menos de unminuto Cielo Riveros tuvo a la vista los tres grandes y enhiestos objetos. Losbesó y jugueteó con ellos, aspirando la rara fragancia que emanaba de cada uno,y manoseando aquellos enardecidos dardos con toda el ansia de una consumada chipriota.
—Déjanos poderte—exclamó piadosamente el Superior, cuyo pene se encontraba en aquellos momentosen los labios de Cielo Riveros.
—Amén—cantó Ambrosio.
El tercereclesiástico permaneció silencioso, pero su enorme artefacto amenazaba alcielo.
Cielo Riveros fueinvitada a escoger su primer asaltante en esta segunda vuelta. Eligió aAmbrosio, pero el Superior interfirió.
Entretanto,aseguradas las puertas, los tres sacerdotes se desnudaron, ofreciendo así a lamirada de Cielo Riveros tres vigorosos campeones en la plenitud de la vida,armado cada uno de ellos con un membrudo dardo que, una vez más, surgíaenhiesto de su parte frontal, y que oscilaba amenazante.
—~Uf! ; Vayamonstruos! —exclamó la jovencita, cuya vergüenza no le impedía ir tentando,alternativamente, cada uno de aquellos temibles aparatos.
A continuación,la sentaron en el borde de la mesa, y uno tras otro succionaron sus partesnobles, describiendo círculos con sus cálidas lenguas en torno a la húmedahendidura colorada. en la que poco antes habían apaciguado su lujuria. CieloRiveros se abandonó complacida a este juego, y abrió sus piernas cuanto pudopara agradecerlo.
—Sugieroque nos lo chupe uno tras otro —propuso el Superior.
—Bien dicho—corroboró el padre Clemente, el pelirrojo de temible erección—. Pero hasta elfinal. Yo quiero poseerla una vez más.
—De ningunamanera, Clemente —dijo el Superior—. Ya lo hiciste dos veces; ahora tienes quepasar a través de su garganta, o conformarte con nada.
Cielo Riveros noquería en modo alguno verse sometida a otro ataque de parte de Clemente, por locual cortó la conversación por lo sano asiendo su voluminoso miembro, eintroduciendo lo más que pudo de él entre sus lindos labios.
La muchachasuccionaba suavemente hacia arriba y hacia abajo de la azulada nuez, haciendopausas de vez en cuando para contener lo más posible en el interior de sushúmedos labios. Sus lindas manos se cerraban alrededor del largo y voluminosodardo, y lo agarraban en un trémulo abrazo, mientras ella contemplaba cómo elmonstruoso pene se endurecía cada vez más por efecto de las intensassensaciones transmitidas por medio de sus toques.
No tardó Clementeni cinco minutos en empezar a lanzar aullidos que más se asemejaban a loslamentos de una bestia salvaje que a las exclamaciones surgidas de pulmoneshumanos, para acabar expeliendo semen en grandes cantidades a través de lagarganta de la muchacha.
CieloRiveros retiró la piel del dardo para facilitar la emisión del chorro basta laúltima gota.
El fluido deClemente era tan espeso y cálido como abundante. y chorro tras chorro derramótodo el líquido en la boca de ella.
CieloRiveros se lo tragó todo.
—He aquí unanueva experiencia sobre la que tengo que instruirte, hija mía —dijo el Superiorcuando, a continuación, Cielo Riveros aplicó sus dulces labios a su ardientemiembro.
—Hallarás en ellamayor motivo de dolor que de placer, pero los caminos de Venus son difíciles, ytienen que ser aprendidos y gozados gradualmente.
—Me someteré atodas las pruebas, padrecito —replicó la muchacha—. Ahora ya tengo una idea másclara de mis deberes, y sé que soy una de las elegidas para aliviar los deseosde los buenos padres.
—Así es, bijamía, y recibes por anticipado la bendición del cielo citando obedeces nuestrosmás insignificantes deseos, y te sometes a todas nuestras indicaciones, porextrañas e irregulares que parezcan.
Dicho esto, tomóa la muchacha entre sus robustos brazos y la llevó una vez más al cofreacojinado, colocándola de cara a él, de manera que dejara expuestas susdesnudas y hermosas nalgas a los tres santos varones.
Seguidamente,colocándose entre los muslos de su víctima, apuntó la cabeza de su tiesomiembro hacía el pequeño orificio situado entre las rotundas nalgas de CieloRiveros, y empujando su bien lubricada arma poco a poco comenzó a penetrar ensu orificio, de manera novedosa y antinatural.
—¡Oh, Dios!—gritó Cielo Riveros—. No es ése el camino. Las-....... ¡Por favor...! ¡Oh, porfavor...! ¡Ah...! ¡Tened piedad! ¡Ob, compadeceos de mí! . . . ¡Madre santa! .. . ¡Me muero!
Esta últimaexclamación le fue arrancada por una repentina y vigorosa embestida delSuperior, la que provocó la introducción de su miembro de semental hasta laraíz. Cielo Riveros sintió que se había metido en el interior de su cuerpohasta los testículos.
Pasando su fuertebrazo en torno a sus caderas, se apretó Contra su dorso, y comenzó arestregarse contra sus nalgas con el miembro insertado tan adentro del recto deella como le era posible penetrar. Las palpitaciones de placer se hacían sentira todo lo largo del henchido miembro y, Cielo Riveros, mordiéndose los labios,aguardaba los movimientos del macho que bien sabía iban a comenzar para llevarsu placer hasta el máximo.
Los otros dossacerdotes vejan aquello con envidiosa lujuria, mientras iniciaban una lentamasturbación.
El Superior,enloquecido de placer por la estrechez de aquella nueva y deliciosa vaina,accioné en torno a las nalgas de Cielo Riveros hasta que, con una embestidafinal, llenó sus entrañas con una cálida descarga. Después, al tiempo queextraía del cuerpo de ella, su miembro, todavía erecto y vaporizante, declaréque había abierto una nueva ruta para el placer, y recomendó al padre Ambrosioque la aprovechara.
Ambrosio, cuyossentimientos en aquellos momentos deben ser mejor imaginados que descritos,ardía de deseo.
El espectáculodel placer que habían experimentado sus cofrades le había provocadogradualmente un estado de excitación erótica que exigía perentoriasatisfacción.
—De acuerdo—grité—. Me introduciré por el templo de Sodoma, mientras tú llenarás con turobusto centinela el de Venus.
—Di mejor que conplacer legítimo —repuso el Superior con una mueca sarcástica— . Sea como dices.Me placerá disfrutar nuevamente esta estrecha hendidura
Cielo Riverosyacía todavía sobre su vientre, encima del lecho improvisado, con susredondeces posteriores totalmente expuestas, más muerta que viva comoconsecuencia del brutal ataque que acababa de sufrir. Ni una sola gota delsemen que con tanta abundancia había sido derramado en su oscuro nicho habíasalido del mismo, pero por debajo su raja destilaba todavía la mezcla de lasemisiones de ambos sacerdotes.
Ambrosio lasujeté. Colocada a través de los muslos del Superior, Cielo Riveros se encontrécon el llamado del todavía vigoroso miembro contra su colorada vulva.Lentamente lo guié hacia su interior, hundiéndose sobre él. Al fin entrétotalmente, basta la raíz.
Pero en esemomento el vigoroso Superior pasó sus brazos en torno a su cintura, paraatraerla sobre sí y dejar sus amplias y deliciosas nalgas frente al ansiosomiembro de Ambrosio, que se encamínó directamente hacía la ya bien humedecidaabertura entre las dos lomas.
Hubo que vencerlas mil dificultades que se presentaron, pero al cabo el lascivo Ambrosio sesintió enterrado dentro de las entrañas de su víctima.
Lentamentecomenzó a moverse hacia atrás y hacia adelante del bien lubricado canal.Retardé lo más posible su desahogo. y pudo así gozar de las vigorosasarremetidas con que el Superior embestía a Cielo Riveros por delante.
De pronto,exhalando un profundo suspiro, el Superior llegó al final, y Cielo Riverossintió su sexo rápidamente invadido por la leche.
No pudo resistirmás y se vino abundantemente, mezclándose su derrame con los de sus asaltantes.
Ambrosio, empero,no había malgastado todos sus recursos, y seguía manteniendo a la lindamuchacha fuertemente empalada.
Clemente no pudoresistir la oportunidad que le ofrecía el hecho de que el Superior se hubieraretirado para asearse, y se lanzó sobre el regazo de Cielo Riveros paraconseguir casi enseguida penetrar en su interior, ahora liberalmente bañado deviscosos residuos.
Con todo y loenorme que era el monstruo del pelirrojo, Cielo Riveros encontré la manera derecibirlo y durante unos cuantos de los minutos que siguieron no se oyó otracosa que los suspiros y los voluptuosos quejidos de los combatientes.
En un momentodado sus movimientos se hicieron más agitados. Cielo Riveros sentía como quecada momento era su último instante. El enorme miembro de Ambrosio estabainsertado en su conducto posterior hasta los testículos, mientras que elgigantesco tronco de Clemente echaba espuma de nuevo en el interior de suvagina.
La joven erasostenida por los dos hombres, con los pies bien levantados del suelo, ysustentada por la presión, ora del (rente, ora de atrás, como resultado de lasembestidas con que los sacerdotes introducían sus excitados miembros por susrespectivos orificios.
Cuando CieloRiveros estaba a punto de perder el conocimiento, advirtió por el jadeo y latremenda rigidez del bruto que tenía delante, que éste estaba a punto dedescargar, y unos momentos después sintió la cálida inyección de flujo que elgigantesco pene enviaba en viscosos chorros.
—¡Ah...! ¡Mevengo! —gritó Clemente, y diciendo esto inundó el interior de Cielo Riveros,con gran deleite de parte de ésta.
—¡A mí también mellega! —gritó Ambrosio, alojando más adentro su poderoso miembro, al tiempo quelanzaba un chorro de leche dentro de los intestinos de Cielo Riveros.
Así siguieronambos vomitando el prolífico contenido de sus cuerpos en el interior del de CieloRiveros, a la que proporcionaron con esta doble sensación un verdadero diluviode goces.
-------------------------------------------------------------------------------------------
Cualquiera puedecomprender que una pulga de inteligencia mediana tenía que estar ya asqueada deespectáculos tan desagradables como los que presencié y que creí era mi deberrevelarlos. Pero ciertos sentimientos de amistad y de simpatía por la joven CieloRiveros me impulsaron a permanecer aún en su compañía.
Los sucesosvinieron a darme la razón y, como veremos más tarde, determinaron mismovimientos en el futuro.
No habíantranscurrido más de tres días cuando la joven, a petición de ellos, se reuniócon los tres sacerdotes en el mismo lugar.
En estaoportunidad Cielo Riveros había puesto mucha atención en su “toilette”, y comoresultado de ello aparecía más atractiva que nunca, vestida con sedaspreciosas, ajustadas botas de cabritilla, y unos guantes pequeñísimos quehacían magnífico juego con el resto de las vestimentas.
Los tres hombresquedaron arrobados a la vista de su persona, y la recibieron tan calurosamente,que pronto su sangre juvenil le afluyó a] rostro, inflamándolo de deseo.
Se aseguró lapuerta de inmediato, y enseguida cayeron al suelo los paños menores de Ionsacerdotes, y Cielo Riveros se vio rodeada por el trío y sometida a las másdiversas caricias, al tiempo que contemplaba sus miembros desvergonzadamentedesnudos y amenazadores.
ElSuperior fue el primero en adelantarse con intención de gozar de Cielo Riveros.
Colocándosedescaradamente frente a ella la tomó en sus brazos, y cubrió de cálidos besossus labios y su rostro.
CieloRiveros estaba tan excitada como él.
Accediendo a sudeseo, la muchacha se despojó de sus prendas interiores, conservando puestos suexquisito vestido,
susmedias de seda y sus lindos zapatitos de cabritilla. Así se ofreció a laadmiración
yal lascivo manoseo de los padres.
No pasó muchoantes de que el Superior, sumiéndose deliciosamente sobre su reclinada figura,se entregara por completo a sus juveniles encantos, y se diera a calar laestrecha hendidura, con resultados evidentemente satisfactorios.
Empujando,prensando, restregándose contra ella, el Superior inició deliciososmovimientos, que dieron como resultado despertar tanto su susceptibilidad comola de su compañera. Lo revelaba su pene, cada vez más duro y de mayor tamaño.
—¡Empuja!Oh, empuja más hondo! —murmuró Cielo Riveros.
EntretantoAmbrosio y Clemente, cuyo deseo no admitía espera, trataron de apoderarse dealguna parte de la muchacha.
Clemente puso suenorme miembro en la dulce mano de ella, y Ambrosio, sin acobardarse, trepó sobreel cofre y llevó la punta de su voluminoso pene a sus delicados labios.
Alcabo de un momento el Superior dejó de asumir su lasciva posición.
Cielo Riveros sealzó sobre el canto del cofre. Ante ella se encontraban los tres hombres, cadauno de ellos con el miembro erecto, presentando armas. La cabeza del enormeaparato de Clemente estaba casi volteada contra su craso vientre.
El vestido de CieloRiveros estaba recogido hasta su cintura, dejando expuestas sus piernas ymuslos, y entre éstos la rosada y lujuriosa fisura, en aquellos momentosenrojecida y excitada por los rápidos movimientos de entrada y salida delmiembro del Superior.
—¡Un momento!—ordenó éste—. Vamos a poner orden en nuestros goces. Esta hermosa muchacha nostiene que dar satisfacción a los tres: por lo tanto es menester que regulemosnuestros placeres permitiéndole que pueda soportar los ataques quedesencadenemos. Por mi parte no me importa ser el primero o el segundo, perocomo Ambrosio se viene como un asno, y llena de humo todas las regiones dondepenetra, propongo pasar yo por delante. Desde luego, Clemente debería ocupar eltercer lugar, ya que con su enorme miembro puede partir en dos a la muchacha, yecharemos a perder nuestro juego.
—La vez anterioryo fui el tercero —exclamó Clemente—. No veo razón alguna para que sea yosiempre el último. Reclamo el segundo lugar.
—Está bien, asíserá —declaró el Superior—. Tú, Ambrosio, compartirás un nido resbaladizo.
—No estoyconforme —replicó el decidido eclesiástico....... Si tú vas por delante, yClemente tiene que ser el segundo, pasando por delante de mí, yo atacaré laretaguardia, y así verteré mi ofrenda por otra vía.
—¡Hacerlo como osplazca! —gritó Cielo Riveros—. Lo aguantaré todo; pero, padrecitos, daos prisaen comenzar.
Una vez más elSuperior introdujo su arma, inserción que Cielo Riveros recibió con todoagrado. Lo abrazó, se apretó contra él, y recibió los chorros de su eyaculacióncon verdadera pasión extática de su parte.
Seguidamente sepresentó Clemente. Su monstruoso instrumento se encontraba ya entre lasrollizas piernas de la joven Cielo Riveros. La desproporción resultabaevidente, pero el cura era tan fuerte y lujurioso como enorme en su tamaño, ytras de varias tentativas violentas e infructuosas, consiguió introducir-se. ycomenzó a profundizar en las partes de ella con su miembro de mulo.
No es posible daruna idea de la forma en que las terribles proporciones del pene de aquel hombreexcitaban la lasciva imaginación de Cielo Riveros, como vano sería tambiénintentar describir la frenética pasión que le despertaba el sentirse ensartaday distendida por el inmenso órgano genital del padre Clemente.
Después de unalucha que se llevó diez minutos completos, Cielo Riveros acabó por recibiraquella ingente masa hasta los testículos, que se comprimían contra su ano.
Cielo Riveros seabrió de piernas lo más posible, y le permitió al bruto que gozara a su antojode sus encantos.
Clemente no semostraba ansioso por terminar con su deleite, y tardó un cuarto de hora enponer fin a su goce por medio de dos violentas descargas.
Cielo Riveros lasrecibió con profundas muestras de deleite, y mezcló una copiosa emisión de suparte con los espesos derrames del lujurioso padre.
Apenas había retiradoClemente su monstruoso miembro del interior de Cielo Riveros, cuando ésta cayóen los también poderosos brazos de Ambrosio,
De acuerdo con loque había manifestado anteriormente, Ambrosio dirigió su ataque a las nalgas, ycon bárbara violencia introdujo la palpitante cabeza de su instrumento entrelos tiernos pliegues del orificio trasero.
En vano batallabapara poder alojarlo. La ancha cabeza de su arma era rechazada a cada nuevoasalto, no obstante la brutal lujuria con que trataba de introducirse, y elinconveniente que representaba el que se encontraban de pie.
Pero Ambrosio noera fácil de derrotar. Lo intentó una y otra vez, hasta que en uno de susataques consiguió alojar la punta del pene en el delicioso orificio.
Una vigorosasacudida consiguió hacerlo penetrar unos cuantos centímetros más, y de una solaembestida el lascivo sacerdote consiguió enterrarlo hasta los testículos.
Las hermosasnalgas de Cielo Riveros ejercían un especial atractivo sobre el lascivosacerdote. Una vez que hubo logrado la penetración gracias a sus brutalesesfuerzos, se sintió excitado en grado extremo, Empujó el largo y gruesomiembro hacia adentro con verdadero éxtasis, sin importarle el dolor queprovocaba con la dilatación, con tal de poder experimentar la delicia que lecausaban las contracciones de las delicadas y juveniles partes íntimas de ella.
Cielo Riveroslanzó un grito aterrador al sentirse empalada por el tieso miembro de su brutalviolador, y empezó una desesperada lucha por escapar, pero Ambrosio la retuvo,pasando sus forzudos brazos en torno a su breve cintura, y consiguió mantenerseen el interior del febricitante cuerpo de Cielo Riveros, sin cejar en suesfuerzo invasor.
Paso a paso,empeñada en esta lucha, la jovencita cruzó toda la estancia, sin que Ambrosiodejara de tenerla empalada por detrás.
Como es lógico.este lascivo espectáculo tenía que surtir efecto en los espectadores. Unestallido de risas surgió de las gargantas de éstos, que comenzaron a aplaudirel vigor de su compañero, cuyo rostro, rojo y contraído, testimoniabaampliamente sus placenteras emociones.
Pero elespectáculo despertó. además de la hilaridad, los deseos de los dos testigos.cuyos miembros comenzaron a dar muestras de que en modo alguno se considerabansatisfechos.
En su caminata, CieloRiveros había llegado cerca del Superior, el cual la tomó en sus brazos,circunstancias que aprovechó Ambrosio para comenzar a mover su miembro dentrode las entrañas de ella, cuyo intenso calor le proporcionaba el mayor de losdeleites.
La posición enque se encontraban ponía los encantos naturales de Cielo Riveros a la altura delos labios del Superior, el cual instantáneamente los pegó a aquellos, dándosea succionar en la húmeda rendija.
Pero la excitaciónprovocada de esta manera exigía un disfrute más sólido, por lo que, tirando dela muchacha para que se arrodillará, al mismo tiempo que él tomaba asiento ensu silla, puso en libertad a su ardiente miembro, y lo introdujo rápidamentedentro del suave vientre de ella.
Así, CieloRiveros se encontró de nuevo entre dos fuegos, y las fieras embestidas delpadre Ambrosio por la retaguardia se vieron complementadas con los tórridosesfuerzos del padre Superior en otra dirección.
Ambos nadaban enun mar de deleites sensuales: ambos se entregaban de lleno en las deliciosassensaciones que experimentaban, mientras que su víctima, perforada por delantey por detrás por sus engrosados miembros, tenía que soportar de la mejor maneraposible sus excitados movimientos.
Pero todavía leaguardaba a la hermosa otra prueba de fuego, pues no bien el vigoroso Clementepudo atestiguar la estrecha conjunción de sus compañeros, se sintió inflamadopor la pasión, se montó en la silla por detrás del Superior, y tomando la cabezade la pobre Cielo Riveros depositó su ardiente arma en sus rosados labios.Después avanzando su punta, en cuya estrecha apertura se apercibían yaprematuras gotas, la introdujo en la linda boca de la muchacha, mientras hacíaqóce con su suave mano le frotara el duro y largo tronco.
EntretantoAmbrosio sintió en el suyo los efectos del miembro introducido por delante porel Superior, mientras que el de éste, igualmente excitado por la acción traseradel padre, sentía aproximarse los espasmos que acompañan a la eyaculación.
Empero, Clementefue el primero en descargar, y arrojó un abundante chaparrón en la garganta dela pequeña Cielo Riveros.
Le siguióAmbrosio, que, echándose sobre sus espaldas, lanzó un torrente de leche en susintestinos, al propio tiempo que el Superior inundaba su matriz.
Asírodeada, Cielo Riveros recibió la descarga unida de los tres vigorosossacerdotes.
Cielo Riveroscompareció tan sonrosada y encantadora como siempre en el salón de recibimientode su tío.
En el ínterin,mis movimientos habían sido erráticos, ya que en modo alguno era escaso miapetito, y cualquier nuevo semblante posee para mí siempre cierto atractivo,que me hace no prolongar demasiado la residencia en un solo punto.
Fue así comoalcancé a oír una conversación que no dejó de sorprenderme algo, y que novacilo en revelar pues está directamente relacionada con los sucesos querefiero.
Por medio de ellatuve conocimiento del fondo y la sutileza de carácter del astuto padreAmbrosio.
No voy areproducir aquí su discurso, tal como lo oí desde mi posición ventajosa.Bastará con que mencione los puntos principales de su exposición, y que informeacerca de sus objetivos.
Era manifestó queAmbrosio estaba inconforme y desconcertado por la súbita participación de suscofrades en la última de sus adquisiciones, y maquinó un osado y diabólico planpara frustrar su interferencia, al mismo tiempo que para presentarlo a él comocompletamente ajeno a la maniobra.
En resumen, y contal fin, Ambrosio acudió directamente al tío de Cielo Riveros, y le relató cómohabía sorprendido a su sobrina y a su joven amante en el abrazo de Cupido, enforma que no dejaba duda acerca de que había recibido el último testimonio dela pasión del muchacho, y correspondido a ella.
Al dar este pasoel malvado sacerdote presequía una finalidad ulterior. Conocía sobradamente elcarácter del hombre con el que trataba, y también sabía que una parteimportante de su propia vida real no era del todo desconocida del tío.
En efecto, lapareja se entendía a la perfección. Ambrosio era hombre de fuertes pasiones,sumamente erótico, y lo mismo suceda con el tío de Cielo Riveros.
Este último sehabía confesado a fondo con Ambrosio, y en el curso de sus confesiones habíarevelado unos deseos tan irregulares, que el sacerdote no tenía duda alguna deque lograría hacerle partícipe del planque había imaginado.
Los ojos del señorVerbouc hacía tiempo que habían codiciado en secreto a su sobrina. Se lo habíaconfesado. Ahora Ambrosio le aportaba pruebas que abrían sus ojos a la realidadde que ella había comenzado a abrigar sentimientos de la misma naturaleza haciael sexo opuesto.
La condición deAmbrosio se le vino a la mente. Era su confesor espiritual, y le pidió consejo
.
El santo varón ledio a entender que había llegado su oportunidad, y que redundaría en ventajapara ambos compartir el premio.
Esta proposicióntocó una fibra sensible en el carácter de Verbouc, la cual Ambrosio noignoraba. Si algo podía proporcionarle un verdadero goce sensual, o ponerle másencanto al mismo, era presenciar el acto de la cópula carnal, y completar luegosu satisfacción con una segunda penetración de su parte, para eyacular en elcuerpo del propio paciente.
El pacto quedóasí sellado. Se buscó la oportunidad que garantizara el necesario secreto (latía de Cielo Riveros era una minusválida que no salía de su habitación>, yAmbrosio preparó a Cielo Riveros para el suceso que iba a desarrollarse.
Después de undiscurso preliminar, en el que le advirtió que no debía decir una sola palabraacerca de su intimidad anterior, y tras de informarle que su tío había sabido,quién sabe por qué conducto, lo ocurrido con su novio, le fue revelando poco apoco los proyectos que había elaborado. Incluso le habló de la pasión que habíadespertado en su tío, para decirle después, lisa y llanamente, que la mejormanera de evitar su profundo resentimiento sería mostrarse obediente a susrequerimientos, fuesen los que fuesen.
El señor Verboucera un hombre sano y de robusta constitución, que rondaba los cincuenta años.Como tío suyo que era, siempre le había inspirado profundo respeto a CieloRiveros, sentimiento en el que estaba mezclado algo de temor por su autoritariapresencia. Se había hecho cargo de ella desde la muerte de su hermano, y latrató siempre, si no con afecto, tampoco con despego, aunque con reservas queeran naturales dado su carácter.
Evidentemente CieloRiveros no tenía razón alguna para esperar clemencia de su parte en una ocasióntal, ni siquiera que su pariente encontrara una excusa para ella.
No me explayaréen el primer cuarto de hora, las lágrimas de Cielo Riveros, el embarazo con querecibió los abrazos demasiado tiernos de su tío, y las bien merecidas censuras.
La interesantecomedia siguió por pasos contados, hasta que el señor Verbouc colocó a suhermosa sobrina sobre sus piernas, para revelarle audazmente el propósito quese había formulado de poseerla.
—No debes ofreceruna resistencia tonta, Cielo Riveros —explicó su tío—. No dudaré ni aparentarérecato. Basta con que este buen padre haya santificado la operación, para queposea tu cuerpo de igual manera que tu imprudente compañerito lo gozó ya con tuconsentimiento.
Cielo Riverosestaba profundamente confundida. Aunque sensual, como hemos visto ya, y hastaun punto que no es habitual en una edad tan tierna como la suya, se habíaeducado en el seno de las estrictas conveniencias creadas por el severo yrepelente carácter de su pariente. Todo lo espantoso del delito que se leproponía aparecía ante sus ojos. Ni siquiera la presencia y supuestaaquiescencia del padre Ambrosio podían aminorar el recelo con que contemplabala terrible proposición que se le hacía abiertamente.
Cielo Riverostemblaba de sorpresa y de terror ante la naturaleza del delito propuesto. Estanueva actitud la ofendía.
El cambio habidoentre el reservado y severo tío, cuya cólera siempre había lamentado y temido,y cuyos preceptos estaba habituada a recibir con reverencia, y aquel ardienteadmirador, sediento de los favores que ella acababa de conceder a otro, laafectó profundamente, aturdiéndola y disgustándola
Entretanto elseñor Verbouc, que evidentemente no estaba dispuesto a concederle tiempo parareflexionar. y cuya excitación era visible en múltiples aspectos, tomó a sujoven sobrina en sus brazos, y no obstante su renuencia, cubrió su cara y sugarganta de besos apasionados y prohibidos.
Ambrosio, haciael cual se había vuelto la muchacha ante esta exigencia, no le proporcionóalivio; antes al contrario, con una torva sonrisa provocada por la emociónajena, alentaba a aquél con secretas miradas a seguir adelante con la satisfacciónde su placer y su lujuria.
Entales circunstancias adversas toda resistencia sc hacía difícil.
Cielo Riveros erajoven e infinitamente impotente, por comparación. bajo el firme abrazo de supariente. Llevado al frenesí por el contacto y las obscenas caricias que sepermitía, Verbone se dispuso con redoblado afán a posesionarse de la persona desu sobrina. Sus nerviosos dedos apresaban va el hermoso satín de sus muslos.Otro empujón firme, y no obstante que Cielo Riveros sequía cerrándolos firmementeen defensa de su sexo, la lasciva mano alcanzó los rosados labios del mismo, ylos dedos temblorosos separaron la cerrada y húmeda hendidura, fortificaciónque defendía su recato.
Hasta ese momentoAmbrosio no había sido más que un callado observador del excitante conflicto.Pero no llegar a este punto se adelantó también, y pasando su poderoso brazoizquierdo en torno a la esbelta cintura de la muchacha, encerró en su derechalas dos pequeñas manos de ella, las que, así sujetas, la dejaban fácilmente amerced de las lascivas caricias de su pariente.
—Por caridad—suplico ella, jadeante por sus esfuerzos—. ¡Soltadme! ¡Es demasiado horrible!¡Es monstruoso! ¿Cómo podéis ser tan crueles? ¡Estoy perdida!
—En modo algunoestás perdida linda sobrina —replicó el tío—. Sólo despierta a los placeres queVenus reserva para sus devotos, y cuyo amor guarda para aquellos que tienen lavalentía de disfrutadlos mientras les es posible hacerlo.
—He sidoespantosamente engañada —gritó Cielo Riveros, poco convencida por estaingeniosa explicación—. Lo veo todo claramente. ¡Qué vergüenza! No puedopermitíroslo.
nopuedo! ¡Oh, no de ninguna manera! ¡Madre santa! ¡Soltadne, tío! ¡Oh! ¡Oh!
—Estatetranquila, Cielo Riveros, Tienes que someterte. Sí no me lo permites de otramanera, lo tomaré por la fuerza. Así que abre estas lindas piernas; déjamesentir el exquisito calorcito de estos suaves y lascivos muslos; permíteme queponga mí mano sobre este divino vientre... ¡Estate quieta, loquita! Al fin eresmía. ¡Oh, cuánto he esperado esto, Cielo Riveros!
Sin embargo, CieloRiveros ofrecía todavía cierta resistencia, que sólo servía para excitartodavía más el anormal apetito de su asaltante, mientras Ambrosio la seguíasujetando firmemente.
—¡Oh, qué hermosasnalgas! —exclamó Verbouc, mientras deslizaba sus intrusas manos por losaterciopelados muslos de la pobre Cielo Riveros, y acariciaba los redondosmofletes de sus posaderas—. ¡Ah, qué glorioso coño! Ahora es todo para mí, yserá debidamente festejado en el momento oportuno.
—¡Soltadme!—gritaba Cielo Riveros—. ;Oh. oh!
Estas últimasexclamaciones surgieron de la garganta de la atormentada muchacha mientrasentre los dos hombres se la forzaba a ponerla de espaldas sobre un sofápróximo.
Cuando cayó sobreél se vio obligada a recostarse, por obra del forzudo Ambrosio, mientras elseñor Verbouc, que había levantado los vestidos de ella para poner aldescubierto sus piernas enfundadas en medias de seda, y las formas exquisitasde su sobrina, se hacía para atrás por un momento para disfrutar la indecenteexhibición que Cielo Riveros se veía forzada a hacer.
—Tío ¿estáisloco? -gritó Cielo Riveros una vez más, mientras que con sus temblorosasextremidades luchaba en vano por esconder las lujuriosas desnudeces exhibidasen toda su crudeza—. ¡Por favor, soltadme!
—Sí, CieloRiveros, estoy loco, loco de pasión por ti, loco de lujuria por poseerte, pordisfrutarte, por saciarme con tu cuerpo. La resistencia es inútil. Se hará mivoluntad, y disfrutaré de estos lindos encantos; en el interior de estaestrecha y pequeña funda.
Al tiempo quedecía esto, el señor Verbouc se aprestaba al acto final del incestuoso drama.Desabrochó sus prendas inferiores, y sin consideración alguna de recato exhibiólicenciosamente ante los ojos de su sobrina las voluminosas y rubícundasproporciones de su excitado miembro que, erecto y radiante, veía hacia ella conaire amenazador.
Un instantedespués se arrojó sobre su presa, firmemente sostenida sobre sus espaldas porel sacerdote, y aplicando su arma rampante contra el tierno orificio, trató derealizar la conjunción insertando aquel miembro de largas y anchas proporcionesen el cuerpo de su sobrina.
Pero lascontinuas contorsiones del lindo cuerpo de Cielo Riveros, el disgusto y horrorque se habían apoderado de la misma, y las inadecuadas dimensiones de sus nomaduras partes, constituían efectivos impedimentos para que el tío alcanzara lavictoria que esperó conseguir fácilmente,
Nunca deseé másardientemente que en aquellos momentoscontribuir a desarmar a un campeón, y enternecida por los lamentos de la gentilCielo Riveros, con el cuerpo de una pulga, pero con el alma de una avispa, melancé de un brinco al rescate.
Hundir mi lancetaen la sensible cubierta del escroto del señor Verbouc fue cuestión de unsegundo, y surtió el efecto deseado. Una aguda sensación de dolor y comezón lehicieron detenerse. El intervalo fue fatal, ya que unos momentos después losmuslos y el vientre de la joven Cielo Riveros se vieron cubiertos por ellíquido que atestiguaba el vigor de su incestuoso pariente.
Las maldiciones,dichas no en voz alta, pero sí desde lo más hondo, siguieron a este inesperadocontratiempo. El aspirante a violador tuvo que retirarse de su ventajosa posicióne, incapaz de proseguir la batalla, retiró el arma inútil.
No bien hubolibrado el señor Verbouc a su sobrina de la molesta situación en que seencontraba, cuando el padre Ambrosio comenzó a manifestar la violencia de supropia excitación, provocada por la pasiva contemplación de la erótica escena.Mientras daba satisfacción al sentido del acto, manteniendo firmemente asidacon su poderoso abrazo a Cielo Riveros, su hábito no pedía disimular por laparte delantera del estado de rigidez que su miembro había adquirido. Sutemible arma, desdeñando al parecer las limitaciones impuestas por la ropa, seabrió paso entre ellas para aparecer protuberante, con su redonda cabezadesnuda y palpitante por el ansia de disfrute.
—¡Ah! exclamó elotro, lanzando una lasciva mirada al distendido miembro de su confesor—. Heaquí un campeón que no conocerá la derrota, lo garantizo —y tomándolodeliberadamente en sus manos, dióse a manipularlo con evidente deleite.
—;Qué monstruo! ¡Cuán fuerte es y cuán tieso se mantiene!
El padre Ambrosiose levantó, denunciando la intensidad de su deseo por lo encendido cíe1 rostro,y colocando a la asustada Cielo Riveros en posición más propicia, llevó su rojaprotuberancia a la húmeda abertura, y procedió a introducirla dentro condesesperado esfuerzo.
Dolor, excitacióny anhelo vehemente recorrían todo el sistema nervioso de la víctima de sulujuria a cada nuevo empujón.
Aunque no eraesta la primera vez que el padre Ambrosio haba tocado entradas como aquélla,cubierta de musgo, el hecho de que estuviera presente su tío, lo indecoroso detoda la escena, el profundo convencimiento —que por vez primera se le hacíapresente— del engaño de que habla sido víctima por parte del padre y de suegoísmo, fueron elementos que se combinaron para sofocar en su interioraquellas extremas sensaciones de placer que tan poderosamente se habíanmanifestado otrora.
Pero la actuaciónde Ambrosio no le dio tiempo a Cielo Riveros para reflexionar, ya que al sentirla suave presión, como la de un guante, de su delicada vaina, se apresuró acompletar la conjunción lanzándose con unas pocas vigorosas y diestrasembestidas a hundir su miembro en el cuerpo de ella hasta los testículos.
Siguió unintervalo de refocilamíento bárbaro, de rápidas acometidas y presiones, firmesy continuas, hasta que un murmullo sordo en la garganta de Cielo Riverosanunció que la naturaleza reclamaba en ella sus derechos, y que el combateamoroso había llegado a la crisis exquisita, en la que espasmos de indescriptibleplacer recorren rápida y voluptuosamente el sistema nervioso; con la cabezaechada hacia atrás, los labios partidos y los dedos crispados, su cuerpoadquirió la rigidez inherente a estos absorbentes efectos, en el curso de loscuales la ninfa derrama su juvenil esencia para mezclarla con los chorrosevacuados por su amante.
El contorsionadocuerpo de Cielo Riveros, sus ojos vidriosos y sus manos temblorosas, revelabana las claras su estado, sin necesidad de que lo delatara también el susurro deéxtasis que se escapaba trabajosamente de sus labios temblorosos.
La masa entera deaquella potente arma, ahora bien lubricada, trabajaba deliciosamente en susjuveniles partes. La excitación de Ambrosio iba en aumento por momentos, y sumiembro, rígido como el hierro, amenazaba a cada empujón con descargar suviscosa esencia.
—¡Oh, no puedoaguantar más! ¡Siento que me viene la leche, Verbouc! Tiene usted que joderla.Es deliciosa. Su vaina me ajusta como un guante. ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh!
Más vigorosas ymás frecuentes embestidas —un brinco poderoso— una verdadera sumersión delrobusto hombre dentro de la débil figurita de ella, un abrazo apretado, y CieloRiveros, con inefable placer, sintió la cálida inyección que su violadorderramaba en chorros espesos y viscosos muy adentro de sus tiernas entrañas.
Ambrosio retirosu vaporizante pene con evidente desgano, dejando expuestas las relucientespartes de la jovencita, de las cuales manaba una espesa masa de secreciones.
—Bien —exclamóVerbouc, sobre quien la escena había producido efectos sumamente excitantes—.Ahora me llegó el turno, buen padre Ambrosio. Ha gozado usted a mi sobrina bajomis ojos conforme lo deseaba, y a fe mía que ha sido bien violada. Ella hacompartido los placeres con usted; mis previsiones se han visto confirmadas;puede recibir y puede disfrutar, y uno puede saciarse en su cuerpo. Bien. Voy aempezar. Al fin llegó mi oportunidad; ahora no puede escapárseme. Darésatisfacción a un deseo largamente acariciado. Apaciguaré esa insaciable sed delujuria que despierta en mí la hija de mí hermano. Observad este miembro; ahoralevanta su roja cabeza. Expresa mi deseo por ti, Cielo Riveros. Siente, miquerida sobrina, cuánto se han endurecido los testículos de tu tío. Se hanllenado para ti.
Eres tú quien halogrado que esta cosa se haya agrandado y enderezado tanto: eres tú ladestinada a proporcionarle alivio. ¡Descubre su cabeza, Cielo Riveros!Tranquila, mi chiquilla; permitidme llevar tu mano. ¡Oh, déjate de tonterías!Sin rubores ni recato. Sin resistencia. ¿Puedes advertir su longitud? Tienesque recibirlo todo en esa caliente rendija que el padre Ambrosio acaba derellenar tan bien. ¿Puedes ver los grandes globos que penden por debajo, CieloRiveros? Están llenos del semen que voy a descargar para goce tuyo y mío. Sí, CieloRiveros, en el vientre de la hija de mi hermano.
La idea delterrible incesto que se proponía consumar ana-día combustible al fuego de suexcitación, y le provocaba una superabundante sensación de lasciva impaciencia,revelada tanto por su enrojecida apariencia, como por la erección del dardo conel que amenazaba las húmedas partes de Cielo Riveros.
El señor Verbouctomó medidas de seguridad. No había, en realidad, y tal como lo había dicho,escapatoria para Cielo Riveros. Se subió sobre su cuerpo y le abrió laspiernas, mientras Ambrosio la mantenía firmemente sujeta. El violador viollegada la oportunidad. El camino estaba abierto, los blancos muslos bienseparados, los rojos y húmedos labios del coño de la linda jovencita frente aél. No podía esperar más. Abriendo los labios del sexo de su sobrina, yapuntando la roja cabeza de su arma hacia la prominente vulva, se movió haciaadelante, y de un empujón y con un alarido de placer sensual la hundió en toda sulongitud en el vientre de Cielo Riveros.
—¡Oh, Dios! ¡Porfin estoy dentro de ella! —chillaba Verbouc—. ¡Oh! ¡Ah! ¡Qué placer! ¡Cuánhermosa es! ¡Cuán estrecho! ¡Oh!
Elbuen padre Ambrosio sujetó a Cielo Riveros más firmemente.
Esta hizo unesfuerzo violento, y dejó escapar un grito de dolor y de espanto cuando sintióentrar el turgente miembro de su tío que, firmemente encajado en la cálidapersona de su víctima, comenzó una rápida y briosa carrera hacia un placeregoísta. Era el cordero en las fauces del lobo, la paloma en las garras deláguila. Sin piedad ni atención siquiera por los sentimientos de ella, atacó porencima de todo hasta que, demasiado pronto para su propio afán lascivo, dandoun grito de placentero arrobo, descargó en el interior de su sobrina unabundante torrente de su incestuoso fluido.
Una y otra vezlos dos infelices disfrutaron de su víctima. Su fogosa lujuria, estimulada porla contemplación del placer experimentado por el otro, los arrastró a lainsania.
Bien pronto tratóAmbrosio de atacar a Cielo Riveros por las nalgas, pero Verbouc, que sin dudatenía sus motivos para prohibírselos, se opuso a ello. El sacerdote, empero.sin cohibirse, bajó la cabeza de su enorme instrumento para introducirlo pordetrás en el sexo de ella. Verbouc se arrodilló por delante para contemplar elacto, al concluir el cual —con verdadero deleite— dióse a succionar los labiosdel bien relleno coño de su sobrina.
Aquella nocheacompañé a Cielo Riveros a la cama, pues a pesar de que mis nervios habíansufrido el impacto de un espantoso choque, no por ello había disminuido miapetito, y fue una fortuna que mi joven protegida no poseyera una piel tanirritable como para escocerse demasiado por mis afanes para satisfacer minatural apetito.
El descansosiguió a la cena con que repuse mis energías, y hubiera encontrado un retiroseguro y deliciosamente cálido en eí tierno musgo que cubría el túmulo de lalinda Cielo Riveros, de no haber sido porque, a medianoche, un violentoalboroto vino a trastornar mi digno reposo.
La jovencitahabía sido sujetada por un abrazo rudo y poderoso, y una pesada humanidadapisonaba fuertemente su delicado cuerpo. Un grito ahogado acudió a losatemorizados labios de ella, y en medio de sus vanos esfuerzos por escapar, yde sus no más afortunadas medidas para impedir la consumación de los propósitosde su asaltante, reconocí la voz y la persona del señor Verbouc.
La sorpresa habíasido completa, y al cabo tenía que resultar inútil la débil resistencia que ellapodía ofrecer. Su tío, con prisa febril y terrible excitación provocada por elcontacto con sus aterciopeladas extremidades, tomó posesión de sus más secretosencantos y presa de su odiosa lujuria adentró su pene rampante en su jovensobrina.
Siguió a continuaciónuna furiosa lucha, en la que cada uno desempeñaba un papel distinto.
El violador,igualmente enardecido por las dificultades de su conquista, y por lasexquisitas sensaciones que estaba experimentando, enterró su tieso miembro enla lasciva funda, y trató por medio de ansiosas acometidas de facilitar unacopiosa descarga, mientras que Cielo Riveros, cuyo temperamento no era losuficientemente prudente como para resistir la prueba de aquel violento ylascivo ataque, se esforzaba en vano por contener los violentos imperativos dela naturaleza despertados por la excitante fricción, que amenazaban contraicionaría, hasta que al cabo, con grandes estremecimientos en sus miembros yla respiración entrecortada, se rindió y descargó su derrame sobre el henchidodardo que tan deliciosamente palpitaba en su interior.
El señor Verbonetenía plena conciencia de lo ventajoso de su situación, y cambiando de tácticacomo general prudente, tuvo buen cuidado de no expeler todas sus reservas, yprovoco un nuevo avance de parte de su gentil adversaria.
Verbouc no tuvogran dificultad en lograr su propósito, si bien la pugna pareció excitarlohasta el frenesí. La cama se mecía y se cimbraba: la habitación entera vibrabacon la trémula energía de su lascivo ataque; ambos cuerpos se encabritaban yrodaban, convirtiéndose en una sola masa.
La injuria,fogosa e impaciente, los llevaba hasta el paroxismo en ambos lados. El dabaestocadas, empujaba, embestía, se retiraba hasta dejar ver la ancha cabezaenrojecida de su hinchado pene junto a los rojos labios de las cálidas partesde Cielo Riveros, para hundirlo luego hasta los negros pelos que le nacían enel vientre, y se enredaban con el suave y húmedo musgo que cubría el monte deVenus de su sobrina, hasta que un suspiro entrecortado delató el dolor y elplacer de ella.
De nuevo eltriunfo le había correspondido a él, y mientras su vigoroso miembro seenvainaba hasta las raíces en el suave cuerpo de ella, un tierno, apagado ydoloroso grito habló de su éxtasis cuando, una vez más, el espasmo de placerrecorrió todo su sistema nervioso. Finalmente, con un brutal gruñido detriunfo, descargó una tórrida corriente de líquido viscoso en lo más recónditode la matriz de ella.
Poseído por elfrenesí de un deseo recién renacido y todavía no satisfecho con la posesión detan linda flor, el brutal Verbouc dio vuelta al cuerpo de su semidesmayadasobrina, para dejar a la vista sus atractivas nalgas. Su objeto era evidente, ylo fue más cuando, untando el ano de ella con la leche que inundaba su sexo,empujó su índice lo más adentro que pudo.
0 comentarios - iniciada por un clérigo pervertido II