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Mi novia ya es de otro

Seguimos publicando. No hay tiempo que perder. Pauli no se detiene.


En total, me contó Martín que él acabó 3 veces, y que una de ellas fue en la boquita de mi hermosa reina. Los dos perdieron la cuenta de cuantas veces él la hizo acabar, pero estaban seguros de dos cosas: Yo nunca la había hecho acabar así, y que esa no sería la última vez que él la hiciera acabar.
Así fue la primera vez que Pauli me puso los cuernos.


Lo que había pasado en ese rato, esa tarde, había marcado un punto de inflexión en nuestra relación con Pauli. Bueno, en realidad era mucho más profundo que eso. Tener en mi poder videos de como la vergota de Martín pistoneaba la concha de mi novia, y la hacía gemir como nunca la había escuchado probablemente había cambiado mi vida. Mi autopercepción había cambiado. Ahora era un cornudo consumado. Mi novia sabía que yo lo era, y que eso significaba que me podía cuernear con quien quisiese. ¡La de pijas que iba a probar!
Otra Pauli había vuelto a casa después de cogerse a Martín. No es que la vieja Pauli no estuviese en ella. Estaba en todo su esplendor. Me demostraba amor, me hacía sentir especial, estaba tierna, atenta y se mostraba encantada de nuestra relación. Pero junto a esa Pauli había nacido otra, que cuando levantaba temperatura se volvía una perra que exprimía el poder cada vez que veía la oportunidad, recordándome mi lugar de cornudo transparentando un nivel de disfrute nunca antes visto en ella.
Creo que esa semana fue en la que me hice bueno chupando concha. No sé cuántas veces le chupe la concha esa semana, perdí la cuenta. Y cada vez que le chupaba la concha, me mostraba como quería que fuera, refregándome la concha empapada por toda la cara. Ya no era solamente con la boca. La muy hija de puta me cogía toda la cara, y llegaba a acabarse como una cerda hermosa.
La forma en la que cogíamos cambió. Lo hacíamos más sentidos, como reconociéndonos en el otro. Con su cuerpo me decía dónde quería que estuviese el mío, y se gozaba mucho conmigo. Estaba más decidida. Me decía qué es lo que quería y cómo era que lo quería. Y se acababa como nunca, y más veces que nunca conmigo.
No hubo ni una sola vez que no se acabara más de una vez. Pero los orgasmos que realmente disfrutaba eran esos en los que me decía qué se estaba imaginando que Martín se la estaba cogiendo fuerte. Me decía, “dale, cornudo, cógeme más fuerte. ¿Eso es todo lo que podés? Jaja. Martín me coge mucho mejor, pero mucho mejor. ¡Dale, cornudo!”. Yo no me podía aguantar ni un segundo más, cada vez que me hacía eso, y me acababa automáticamente. La muy hija de puta me sentía acabar, y se acababa al toque. Como que el placer máximo estaba en humillarme hasta hacerme acabar.
Amaba ver a mi mujer así. Se sentía bien. Nunca la había visto tan segura de sí misma.
No pasó como en otros había leído en otros relatos que siempre me imagino emulando, no cambió su forma de vestir. No es que se empezó a poner ropa más escotada, o polleras más cortas que dejaran asomar su colita entangada. No, eso no pasó. Sin embargo sí podía verla mirarse diferente, posar de otra forma cuando se miraba al espejo. ¡Se sentía una diosa!
Mucho de esto era obra de Martín, con quien se escribía constantemente, durante todo el día. Era como ver a una pendeja escribirse todo el tiempo con el nuevo chongo, con quien quiere estar a cada rato. Que este tipo se fijara de esa forma en ella, la hacía sentir todo lo que acaban de leer, y seguramente más.
Se sacaba muchísimas fotos, frente al espejo. A veces me hacía a mí sacarle fotos cachondas. Obvio, todas se las mandaba a Martín, quien alternaba las respuestas entre mensajes donde le dejaba claro que si fuera por él, estaría en el sillón de nuestra casa instalado dándole verga sin parar, y fotos o videos donde le mostraba lo durísima que le hacía poner la pijota que tiene.
Martín no solo se escribía con ella. En paralelo, también me escribía a mí, recordándome cómo mi novia se acabó toda muchas veces en su pija, de qué forma le gustó más cogerla, y cómo proyectaba que la iba a coger la próxima vez.
También me pedía que le mandara fotos de ella. Y yo como todo un cornudo le sacaba fotos a ella sin que se diera cuenta, para mandárselas a él. Se debía cagar de la risa de mí. Pero bueno, cornudo sin dignidad por acá. Hasta una vez, mientras yo estaba cogiendo con Pauli, ella tirada boca abajo en la cama, me pidió que le grabara un video y se lo mandara. “Cogela mejor cornudo, o traemelá. No ves que no disfruta?”, “Pensar que le dí duro a esa conchita pensando en lo cornudo que sos!”, me respondía el muy sorete.
Tanto escribirse, y escribirnos, la calentura entre los tres se hizo tal, que decidimos, sin demasiada resistencia, arreglar para ir a un hotel los tres, el viernes de esa semana, y ver qué surgía.
“La vas a ver retorcerse de placer, cornudo”, me decía él. “Vas a ver cómo me exprime la leche”, seguía. “Vas a escuchar los gritos de como me la cojo”, insitía. “Tenés muchas ganas de ver cómo me la cojo?”, me preguntaba finalmente. Lo retórico de la pregunta dejaba claro que mi dignidad estaba por el piso.
“Sabías que me dijo que estaba enamorada de mi pija?”, continuaba él. “Vos estás seguro de querer como la cojo y me pide pija, no? Jajaja”, no paraba.
“Andá a dormir pensando en lo cornudo que sos”, terminó.
Todo esto iba en subida. No parecía tener techo.

Los lunes son una mierda. Eso todo el mundo lo sabe. Pero para vos y para mí, colega cornudo, algunos son el inicio de la semana en cuyo final vamos a terminar entregando a nuestra pareja en bandeja a otro hombre. ¿Por qué haremos eso? ¿Te parece normal? ¿Qué problema tenemos? No nos vamos a mentir en la cara. Nos lo hemos preguntado infinitas veces. Es que a veces da culpa sentir estas cosas. Quizás demasiadas.
La culpa es un concepto muy frecuente en este mundo. Ha caído como un mazo encima de nuestra generación, que fue criada con millones de expectativas, padres que no hablaban demasiado de sus sentimientos, y el norte de ser mejor que los demás por delante, siempre. Imaginate entonces, cómo nos lleva la culpa a vos y a mí, que por algún motivo que no sabremos explicar jamás, nos hierve las gónadas la idea de que otro nos demuestre su superioridad con el mero hecho de cogerse a tu novia y la mía.
Y capaz eso explica un montón, y no demasiado, todo a la vez. Habrá que conformarse con la explicación de que este es nuestro lugar en el desarrollo evolutivo de la especie. El de contemplar y asistir a dos fenomenales especímenes en pleno garche. Tampoco es que tenemos tanto tiempo para andar teorizando, entre tantos deberes de cornudo que hay que encarar.
Volviendo al lunes. Ese lunes de esa semana especial ya se me habían asignado algunas tareas que debían estar cumplidas para la noche del viernes. Noche en la cual nos encontraríamos los tres, Martín, Pauli y yo, por primera vez.
Tuve que hace una búsqueda de posibles hoteles a los que ir, particiándolos a ellos en la decisión, para que pudieran elegir bien donde ella pensaba montarlo frente a mí, o donde él le iba a dar de parado. Me fascinaba esa tarea. Me permitía pajearme imaginándolos en cada una de las opciones que me daban como válidas. Sí, esa semana me pajeé mucho.
También me fue encomendado por Martín la compra de un conjunto de ropa interior nuevo para que Pauli estrenara con él. Lo decidieron entre ambos, y el ganador fue un conjuto de lencería color negro. No tengo que describirte, amigo cornudo, cómo le quedaba. Imaginate a tu mujer, con las tetas explotadas en un corpiño negro, y la cola partida por una hermosa tanga del mismo color.
La semana pasó con mucha ansiedad por mi parte. Conté cada una de las actividades que tenía que hacer desde el lunes hasta el viernes a la tarde/noche. Después de 25 entradas en la agenda, 7 pajas escondido en el baño y 500 mensajes con premoniciones entre Pauli y Martín estábamos todos ubicados en la línea de partida.
Martín nos esperó en una esquina que determinamos horas antes de este momento. Se subió al auto, me saludó con un apretón de manos, y se saludaron con Pauli con un simple beso en la mejilla. Yo esperaba que se comieran la boca, pero me resultó un alivio que no pasara, dándome un poco más de tiempo para asimilar todo lo que podía venir.
En mi cabeza se jugaba un partido durísimo entre aquello más primitivo que empujaba porque me dejara llevar, y la culpa que yo demuestre que tenía dignidad, y que no era menos que ningún hombre. Un partido con alargue, y penales.
Llegamos al hotel. Pedir la habitación me dio mucha vergüenza, como si el encargado que me atendió fuese un conocido de toda la vida y me estuviese juzgando por cornudo. Era un momento incómodo que necesitaba atravesar lo más rápido posible. Por suerte había hecho una reserva con tiempo, y el intercambio con ese desconocido cercano fue una valla fácil de saltar.
Estacionamos del auto y nos decidimos todos a bajar. Ya no iba a estar la defensa que proponía la incomodidad de la disposición de los asientos protegiendo a Pauli. Estaba expuesta a Martín.
Con una muestra exagerada de respeto, aún no sucedía nada de los avances de la película que había estado viendo durante toda la semana en mi cabeza. El espacio publicitario era de nunca acabar en este cine.
No sé cómo son los telos por ahí en el mundo, acá la mayoría suelen tener la habitación encima del garaje, por lo que hay que subir desde ahí por una escalera, en general de caracol. ´
Pauli enfiló en la oscuridad del garaje decidida hacia la escalera. Miré a Martín como solicitándole indicaciones acerca de quién debía secundarla, y me hizo un gesto galante con su cabeza y su mano, como diciendo “adelante, pase usted”, que me pareció divertidísimo.
Pauli subía la escalera y su cola, apretada por el jean se bamboleaba disimuladamente. Me dieron ganas de morderla. Me pregunté si Martín me daría persmiso de hacerlo esa noche.
Martín subía bajo nosotros dos, mirando hacia arriba, contemplando nuestra escalada en silencio. Sin poder verlo, me lo imaginaba con una sonrisa levemente burlona, como sintiéndose en control y por encima de toda esa situación.
Atravesar la puerta de la habitación del hotel fue como darle al interruptor en cada uno de nosotros. Los primeros minutos allí dentro nos comportamos como unos pendejos admirando la habitación, y descubriendo cada uno de los rincones de esta. No es que fueran muchos, era una simple habitación de telo, pero para nosotros había mucho más que eso.
Yo me dirigí hacia una zona tipo living que tenía, con dos sillones de dos cuerpos y me senté ahí, como queriéndome apartar de la situación, instalarme en la platea y convertirme en un espectador.
Lo que sucedió después fue mágico. Pauli y Martín se miraron uno al otro, y sin que ninguna palabra saliera de sus bocas se dijeron “¡Qué ganas de cogerte todo/a que tengo!”. Fueron directamente uno con el otro, pusieron sus cuatro manos en cuerpo ajeno, y se atacaron las bocas como para plantar bandera.
Al principio podía ver cómo Pauli estuvo algo nerviosa, tensa, durante los primeros 10 segundos. Enseguida pude ver como todos sus músculos se relajaban y se prendían fuego.
El chuponeo entre Pauli y Martín era lento, suave, como si se estuviesen saboreando. Sin embargo, apretaban sus cuerpos uno contra el otro con fuerza, acercando las pelvis, refregándose entre ellos, como si ya estuvieran cogiendo, pero con la ropa puesta.


Mi novia ya es de otro


Martín no aguantó más no estar sintiendo la piel y le sacó la remera a Pauli, dejándola en jean y con el corpiño a punto de estallar. Pauli le correspondió sacándole a él su buzo y remera a la vez, como si compartiera su urgencia por empezar a sentirse la piel, adelantando que dentro de poco ella iba a tener enterrada en su concha empapada toda la piel de aquello que lo hacía ser un tipo vergudo.
Hablando de eso, parecía que le reventaba en el pantalón. Pauli definitivamente tenía que estar sintiendo esa pijota dura apretando contra su pelvis. Estoy seguro de que le estaba encantando sentir eso, como anticipándole la sensación de tenerla adentro.
Desde mi platea ví como sacó su mano derecha de la cintura de Martín y empezó a sobarle la pija por encima del pantalón, como jugando a intentar agarrarla, apretándola. No hace falta decir que las manos de Martín hacía rato que jugaban y amasaban las tetas de mi novia en mi cara. “Qué rica estás, mi amor”, le dijo Martín a Pauli haciendo que ella largara una sonrisa que la delataban su calentura y los nervios primerizos de que le dijeran “mi amor” enfrente de su novio, sin que este dijera nada en oposición. Al contrario, yo ya estaba con la pija en la mano, pajenadome suavecito, como con miedo de acabarme en cualquier momento.


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Poniendo esa misión en altísimo riesgo, Pauli se arrodilló, ante la sonrisa cómplice de su macho, se la agarró con las dos manos, abrió la boca, sacó la lengua y se dio el primer bocado de pija de la noche, bautizándome por única vez como cornudo mirón. Sí, mi novia tenía, ante mis ojos, ya una pija en la boca.


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La amasaba con las manos y se la metía toda en la boca, sintiéndola, a veces con los ojos cerrados, y otras veces mirando a los ojos a su amante. A veces, también, levantaba la pija con una mano, y le apoyaba la lengua en los huevos. Eso lo hacía pirar. La expresión de Martín pasaba entre la mirada embobado a Pauli y su arte, y miradas al infinito, con los ojos cerrados, aullando en silencio.
En ese momento, tuve mi primer impulso narcisista y culpógeno. Algo peleaba desde dentro mío por salir. En ese momento sentí que tenía que salir a pelear por mi mujer, que tenía que demostrarle al mundo dentro de la habitación del hotel, que yo era suficiente para ella, y mejor que otros hombres.


cornudo


“Qué bien chupa la pija tu novia, cornudo”, me dijo Martín. Escuché, y sentí la caída dentro de esa sensación. “¿Te gusta?”, preguntó retóricamente ella sacándose la pija de la boca. No tuve el valor de salir a pelear por mi mujer, y acepté el lugar que me estaba dando Martín. Había perdido la batalla mucho antes de empezarla.


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Martín tenía la pija tan dura y caliente que debe haber temido acabarse antes y perder el lugar de macho alfa que tenía en la habitación. Entonces levantó a Pauli de su posición de rendición, le arrancó prácticamente el pantalón, y ya tiró con tanga y todo encima de la cama.
Su cara de felicidad transparentaba saber lo que se venía. Él se tiró encima de ella, se apretó contra sus tetas, le sacó el corpiño, comiéndoselas de nuevo, como quien hace algo que tiene que hacer compulsivamente.
El cuerpo de Pauli le fue indicando con claridad lo que buscaba, le tocaba a él arrodillarse. Se arrodilló al borde de la cama poniendo una pierna para cada hombro, y le empezó a comer la concha por encima de la bombacha a mi novia. El cuerpo de Pauli se arqueaba de calentura y placer. Yo había entrado en el modo en que me pajeo fuerte, llegando hasta casi acabar, y frenando segundos antes de hacerlo, como si fuese una especie de castigo.


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La conchita de mi novia, y la boca de su macho no tenían diferencia de humedad cuando se encontraron. Martín se la comía de la misma forma que le había comido la boca minutos antes, Pauli se retorcía toda empujando la pelvis contra su cara anticipando lo que se venía. Otro bautismo. El primer orgasmo de mi amada novia, propinado por un verdadero macho alfa, frente a mis narices. No sé como me aguanté y no me acabé ahí mismo. Mis ganas de no cortar todo lo que se venía podían más que cualquier cosa.


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Hay silencios ensordecedores, dicen. Entonces debe haber sonidos silenciadores, me imagino. El sonido de ese grito de Pauli, acabando como una perra con su nuevo macho había silenciado una parte de mí. Esa parte, construida a lo largo de todos los años de mi vida, que podía resistir el acto de asumir mi lugar en esa tríada se había derrumbado para dejarle pista libre a mis instintos más bajos.
Por un instante admiré la inteligencia de las personas que diseñaron esa habitación. Desde los sillones del living en el que yo estaba sentado, quedaba en una posición con un ángulo perfecto que me permitía apreciar todo que sucedía desde detrás de Martín, y a la vez desde el perfil de Pauli. Y por si fuera poco, había un gran espejo que hacia rebotar mi vista hacia el otro sector de la escena. Todo esto me permitía encontrarme directamente con la mirada de Pauli, y con la de Martín a través del espejo, generando dos canales de comunicación independientes con ambos. “¡Esto lo debe haber diseñado uno más cornudo que yo, todavía”, pensé por un instante.
La suerte jugó a favor de la pareja, en el momento en que decidió tirar el pantalón cerca de donde mi novia había tenido el primer orgasmo, y que Martín hubiese puesto los forros en el bolsillo de adelante derecho. La acción continuaría con pocas interrupciones, eso significaba que hubiese menos posibilidades de que ellos hiciesen contacto con mi presencia allí, y hubiese que lidiar con alguna reacción culpógena para la que no estuviésemos preparados.
Nada se interrumpió ni un segundo. En el espejo pude de ver de frente como Martín se arrodillaba a las puertas de mi novia, mientras abría el paquete de forros, y apuraba por ponerse uno. En el mientras tanto, Pauli me dedicó una rápida mirada con una sonrisa de esas que son como mordiéndose el labio de abajo mientras subía y bajaba levente las caderas al aire, toda caliente. Al volver a poner su atención en Martín, durante un milisegundo, y sin que ninguno de los dos se diera cuenta, le hizo un gesto como diciendole “¡Dale, apurate hermano!”.
Martín consiguió ponerse el forro en muy poco tiempo, aunque a todos nos pareció muchísimo. Al volver su atención a Pauli, sonrío para sí mismo, congratulándose por la proeza. Arrodillado como estaba, agarró a su pija y la apuntó a la entrada de la conchita brillante de mi novia. Brillaba porque no podía caberle una gota más de humedad. Con la otra mano agarró a Pauli de la cintura, e hizo que los dos colaboraran para el acierto. Por fin estaba viendo la pija de Martín entrando a la conchita de Pauli.
Se la empezó a poner despacito, como cuidando de no romper nada. La cara de Pauli era una mezcla de sonrisa placentera y asombro. Como si le sorprendiese las señales que le enviaban las terminaciones nerviosas de su concha. Como si no pudiese estar creyendo lo rico que se sentía la pija de Martín. Y me tocaba ser testigo de este acto de esta obra de arte. Automaticamente decidí que tenía que quedarme en pelotas. Estaba caliente, perdiendo rasgos civilizatorios, poniéndome cada vez más primitivo, sin capacidad de razonar las cosas, y quería estar lo más libre posible para lo que me tocase hacer.
Conforme la concha de Pauli empezaba a recibir más gentilmente la pija de Martín, los movimientos de los dos se iban haciendo cada vez más ágiles. Los jadeos reprimidos de mi novia terminaron en un gemido que de repente me asustó, y pensé que podía estarle doliendo. Dudé por un instante si preguntarle si estaba bien, pero a ese le siguió otro grito más entregado, como si el universo me estuviese diciendo “¡No te metas, cornudo”.


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Desde mi perspectiva, el culo de Martín se movía de forma pendular, y su pelvis hacia un sonido inconfundible contra las nalgas de mi novia, que colocaba sus piernas por sobre los mulsos de su chongo, dejando que él las acomodase como más le beneficie para darle gozo.
Contrario a lo que uno podría imaginar cuando aún no tuvo sexo, la pelvis de la otra persona cumpliendo un rol pasivo, como Pauli en este caso, no es un simple objetivo inmóvil en donde uno mete y saca lo suyo. También se mueve, presiona contra su amante, juega de arriba hacia abajo, y de un constado a otro, buscando que la pija de Martín toque los lugares que más le gustan.
Martín habrá sentido que tenía que hacer una proeza más, y demostrar quien mandaba ahí, y empezó a darle masa cada vez más fuerte. Los sonidos de los choques de su pelvis llenaban el aire con cada vez más frecuencia. Nadie pensaba en mí, ni siquiera yo, era el cero a la izquierda más grande del mundo, y me encantaba. Estaba cumpliendo con mi destino, estaba siendo testigo de un espectáculo soñado.
“¡Qué rica conchita tenés, putita!”, le dijo Martín mirando a la cara a Pauli. Inmediatamente cambió su mirada hacia el espejo, encontrándose con la mía. “¡Qué rica concha tiene tu novia, cornudo!”, dijo y se rió, mientras cogía a Pauli cada vez más fuerte.
Pauli gimió de una forma diferente, como diciendo “¡Cuidado que viene!”, y seguido a eso dio un grito que debe haber terminado con cualquier silencio en el hotel. A esto le siguió un silencio absoluto de ella, como si no tuviese capacidad de emitir sonido alguno, haciendo que lo único que se escuchase en la habitación, fueran los intensos jadeos de Martín. Tuve que automáticamente soltar mi pija, o me hubiese acabado en ese momento.


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No podía creer el poco tiempo que había pasado entre una acabada y la otra. Este hijo de puta estaba haciendo acabar a mi novia cuando quería. Me dio bronca que eso pasase así, una parte de mí que prefería que no fuese tan capaz de hacer gozar a mi novia sintió mucho dolor. Aunque la mayoría de mi ser estaba en un nirvana inexplicable, totalmente entregado a las emociones, como una bestia que había perdido toda humanidad.
Mientras yo dudaba en si volver a tocar mi pija o mantenerla a salvo de mí mismo hasta estar seguro de que no me iba a ir en leche, Martín seguía haciendo alarde de su capacidad de hacer acabar a mi novia, cambiando de posición las piernas en este momento, quedando acostado uno encima del otro, desafiando los cuerpos en busca de ese punto exacto de placer. Pauli le agarraba fuerte la espalda, clavándole los dedos cada vez que se estaba por acabar. Y en otras lo agarraba del culo, abriéndole las nalgas, dejando expuesto todo su ser a la vista. No parecía generarle inseguridad. Sabía que yo no era una amenaza.
Cuando se aburrió de esa pose, le dijo a Pauli “Ponete en cuatro mirando al cornudo”. Pauli siempre hablaba de sí misma en el sexo, señalándose como una persona que le gustaba dominar, y que no se calentaba con que la dominasen. Se ve que eso, en esta situación, no existía. Porque apenas él le dijo eso, se levantó como un resorte y se puso en cuatro apoyos, mirándome de frente, sonriendo divertida, con todo el culo entregado a la mirada de su amante.
“Te va a gustar cornudo, ¿Verdad?”, me preguntó retóricamente. ¡Que no me iba a gustar! Si no daba más de la calentura. Ya no sabía ni quien era. No me acordaba mi nombre, solo sabía que era El cornudo.
La cara de sorpresa de Pauli ocurrió una vez más, dando la señal de que estaba sintiendo la pija de Martín adentro de nuevo. Pero duró menos, y pasó a ser una sonrisa que costaba un poco más enfocar, por el bamboleo de su cabeza provocado por los embates de Martín. Daba golpes secos, pero profundos. Podía ver en la cara de Pauli que se hacían sentir.


Mi novia ya es de otro


Una vez que su instinto animal de quería demostrar superioridad golpeando algo fuerte cesó, empezó a coger a Pauli con una velocidad altísima, agarrándola fuerte de su cintura. Pauli no podía controlar su cuerpo, y bajaba su cabeza hasta hacer pegar un oído a la cama, como si quisiese escuchar lo que decía desde adentro del colchón. Pauli me miró con una cara como si se fuese a desmayar, mientras tensaba todo su cuerpo entregado a Martín. Otra vez la hacía acabar. Y ahí vamos de nuevo.


puta


“¡Qué rico como te acabás, Pauli”, dijo. “¿Con el cornudo te acabás así también?, preguntó enseguida. Pauli primero largó una pequeña carcajada, y después soltó un “Noooooooooo” larguísimo y burlón. “Podés sacar el celu y registrar. Después voy a querer recordar cómo me estoy cogiendo a esta yegua”, me dijo Martín, agregando. Por supuesto que no desobedecí en lo más mínimo, yo también quería tener recuerdos de esa noche, más allá de los que se estaban registrando en mi retina con tinta indeleble.


esposa


"Cómo le acabaría adentro sin forro, cornudo. Hoy creo que te voy la perdonar, jaja. Lo rico que se debe sentir esa conchita sin forro”, dijo Martín haciendo que todos pensáramos en esa posibilidad. Él sabía que ninguno iba a negar o afirmar que nos encantaría igual que a él, pero todos sabíamos que no era el momento.
Yo tenía la pija a punto de explotar. No sabía cómo estaba haciendo para resistir toda esa calentura. Quería suponer que Martín estaría igual, porque se salió de adentro de mi novia la acostó boca arriba y se ubicó de rodillas junto a su cabeza, indicándole sin decirle nada que le chupara la pija. Ella con gusto lo hizo, muy dedicada ella. “¿Querés chuparle un poquito la concha, cornudo?”, me invitaba Martín.
Llegaba mi momento. El momento de participar. No lo dudé ni un segundo y quedé acostado frente a la conchita de mi novia, que tenía un fuerte olor a latex. Para mí no sorpresa el sabor de la concha de mi novia estaba diferente. Había una mezcla de demasiado líquido propio y un gusto a goma muy fácil de catar.
Le chupé la concha con muchísima dedicación, tal como merecía el momento. De reojo podía ver cómo Pauli le devoraba la pija y los huevos a su macho, que le amasaba una de sus maravillosas tetas, llenándose la mano, como haciendo pan. Y más me calentaba. Me dediqué tanto, que prontamente Pauli empezó a acabarse. Como la conozco, reconocí que se estaba aguantando algo.


cornudo


“No te aguantes, mi amor”, le dije sin pensar que no era mi lugar, y empecé a pajearla sintiendo las indicaciones que me daba con los movimientos de sus caderas. Y no paré. Y no paré. Y no paré. De repente Pauli largó un grito ensordecedor al tiempo que se estremecía cómo nunca la había visto. Se quedó rígida como aguantando algo hasta que aflojó su cuerpo, y un líquido caliente, mezcla entre líquido y espeso empezó a darme en toda la cara, empapándome. Pauli se estaba squirteando toda en mi cara. No podía haber mayor gloria que esta.

7 comentarios - Mi novia ya es de otro

pitolargoyduro
Que hermosa puta como me gustaría hacerla mierda a pijasos frente tuyo cornudo
nicobi1982 +1
Que hermoso relato y que morbosa situación
mariomcobretti
Espectacurlar colega y m siento muy identificado ya q vivi lo mismo o muy similar es lo mas d lo mas morboso verla con el amante
nick8765
Muy bueno! Todos los cornudos queremos estar en tu lugar