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Capítulo 02.
La Habitación Once.
Las miradas escudriñaban las cuatro paredes del cuarto número once. Sin saberlo, todos los presentes tuvieron pensamientos similares. Se sentía como estar dentro de la habitación de un asesino serial, de esos que salen en las películas. Solo una mente muy retorcida podría haber creado algo como esto.
—Esto es obsceno —dijo Soraya, rompiendo el silencio solo por un instante, porque nadie le respondió.
Cada centímetro de las paredes estaba cubierto por fotografías, algunas a color y muchas en blanco y negro. Todas tenían algo en común: retrataban personas desnudas… o escenas sexuales totalmente explícitas.
Rebeca se fijó en una que mostraba a una bonita chica rubia (esa era a color), que sonreía a la cámara. Estaba desnuda y en su cara había manchas de lo que parecía ser semen. Calculó que la joven debía tener entre dieciocho y veintitrés años. “La edad de mis hijas”, pensó, cuando un escalofrío le recorrió la espalda.
Mailén miró una fotografía en la pared opuesta a la que estaba observando su madre. En ella se podía ver una mujer de entre cuarenta y cincuenta años, la foto parecía de principios del siglo veinte, quizás no era tan antigua; pero sin dudas era vieja. Esta preciosa mujer de largo cabello negro estaba inclinada sobre una silla, con las dos rodillas apoyadas en ella. Detrás había un muchacho joven, muy apuesto, penetrándola. Lo que llamó la atención de Mailén fue que la verga estaba entrando por el culo. Una práctica que incluso ella, sin ser tan puritana como su tía, consideraba obscena y desagradable.
Inara dirigió su mirada hacia una foto que, por el filtro de color, parecía ser de los años ‘70. Se sorprendió mucho al ver una preciosa monja con los ojos cerrados y una gruesa verga metida en la boca. La primera deducción de Inara fue suponer que no se trataba de una monja real, sino de un disfraz, quizás para una película erótica.
La atención de Lilén fue captada por una impactante imagen de una chica que debía tener más o menos su edad, de cabello ondulado, imposible saber de qué color era su pelo, ya que se trataba de una imagen en blanco y negro. Lo que más impresionó a Lilén fue que esta muchacha se mostrara muy feliz y sonriente mientras montaba a un tipo… y detrás de ella había otro, seguramente penetrándola por el otro agujero. Lilén solo había visto cosas como esta en videos porno de internet. Siempre creyó que la doble penetración era una práctica exclusiva del porno y que las mujeres en realidad no hacían esas cosas… pero esta chica no parecía ser una actriz porno.
Soraya se quedó petrificada mirando una desteñida foto a color que mostraba una peculiar escena: un grupo de hombres, quizás cinco o seis, teniendo sexo con una mujer. Esta lujuriosa venus tenía la cabeza inclinada hacia atrás, estaba recibiendo una verga en la boca. Sus tetas apuntaban al techo y estaba sentada sobre un tipo que, claramente, la estaba penetrando por el culo. Otro sujeto se la metía por la vagina y los demás esperaban su turno, con los miembros bien erectos.
Catriel analizó varias imágenes, todas le parecieron grotescas, pero la que lo hizo detenerse a mirar mostraba a una chica atada y amordazada. Por la forma en la que miraba la cámara parecía estar disfrutándolo mucho. Detrás de ella había un tipo penetrándola, por el ángulo de la foto era imposible saber por qué agujero, pero algo le hizo pensar que probablemente sería por el agujero de atrás.
Les resultó imposible analizar a fondo todas las fotografías, eran demasiadas. Abarcaban desde el piso hasta el techo, y estaban amontonadas la una sobre la otra. Lo que sí les quedó claro es que se trataba de una recopilación pornográfica que abarcaba varias épocas.
—Miren eso —dijo Lilén, señalando un cuadro un poco más grande que la mayoría de las fotografías, mostraba a muchas mujeres desnudas. Algunas sentadas en un amplio sillón, otras paradas detrás del mismo. Todas sonreían. En el centro del sofá estaba sentado el único hombre entre todas esas féminas. A Lilén le pareció un joven muy apuesto, de sonrisa cautivante—. Ese es el hall de esta casa. A esa foto la sacaron acá… en la planta baja.
—Tiene razón —dijo Catriel—. Y esta otra… —señaló una que mostraba a dos mujeres desnudas, besándose en una cama—, la sacaron en uno de los dormitorios. No se cual, porque todos son iguales… pero es obvio que fue en esta casa.
—Si prestan atención —dijo Mailén—, casi todas las fotos parecen haber sido sacadas en esta casa. Ahí se ve la cocina, otros dormitorios, el patio trasero… se ven lugares de la mansión tanto en las fotos a color como en las que son en blanco y negro.
—Mamá… ¿qué clase de mansión compraste? —Preguntó Inara—. ¿Vos sabías todo esto?
—Por supuesto que no sabía nada. Además… ni siquiera sé qué significa todo esto. Puede tratarse de una broma de mal gusto… la broma de un enfermo mental. Salgamos de acá ahora mismo. Catriel, quiero que me des la llave. Vamos a cerrar esta habitación y nadie va a entrar hasta que yo lo diga.
—Pero, mamá… tenemos que restaurar toda la casa —dijo Lilén—. Incluyendo este cuarto.
—Cuando yo se los permita, vamos a tirar todas estas fotos a la basura. Pero no antes. Vamos, afuera todo el mundo…
Nadie protestó. Por lo general Rebeca carece de autoridad, no acostumbra a darle órdenes a sus hijos, quizás por eso ellos están acostumbrados a obedecerlas. Saben que si su madre llega al extremo de prohibirles algo, es porque va en serio.
Antes de salir Iara se acercó a una caja de cartón, arriba había un cuaderno de tapas negras. Lo agarró sin pensarlo y salió del cuarto hojeándolo. Rebeca no se percató de esto hasta después de haber cerrado la puerta con llave.
—Hey… ¿qué es eso? —Le preguntó a su hija.
—Es un cuaderno… con anotaciones.
— ¿Qué clase de anotaciones? —Preguntó Rebeca.
Soraya, más práctica que didáctica, le quitó el cuaderno de las manos a su sobrina e hizo caso omiso cuando ésta protestó. Ojeó la primera hoja.
«Me llamo Ivonne Berkel y estoy muy emocionada. Hoy es mi primer día en el convento. Las Hermanas me dieron una cálida bienvenida y me trataron como a una igual, a pesar de que llevo apenas unos días siendo…»
—Es el diario íntimo de una monja —dijo Soraya. A Inara le recorrió un destello de curiosidad por todo el cuerpo—. No creo que tenga nada de malo que lo lea. Lo más probable es que sea inofensivo… y hasta aburrido. La vida de las monjas no suele ser muy emocionante. Lo digo por experiencia.
—¿Puedo leerlo, mamá?
—Mmm… está bien. No creo que tenga nada de malo. Debió quedar ahí junto con un montón de cosas que abandonaron los inquilinos anteriores. Quién sabe qué más puede haber en esas cajas.
—En algún momento vamos a tener que revisarlas —dijo Catriel—. Podría haber cosas que nos resulten útiles en la restauración, como lámparas antiguas. Hasta podríamos encontrar artículos valiosos, como joyas. No te olvides que acá vivió gente muy adinerada.
—Si llegamos a encontrar joyas, se las damos a la policía —dijo Rebeca—. No quiero problemas.
—Pero mamá —intervino Mailén—. Toda la gente rica que vivió en esta casa ya debe estar muerta. No creo que extrañen ninguna de sus posesiones.
—Los Val Kavian probablemente ya estén todos muertos —respondió Rebeca—, pero no sabemos quién habitó la casa después que ellos. Lo único que sé es que en algún momento esta mansión sirvió como convento, por eso no me extraña que hayamos encontrado el diario de una monja. Pero eso fue hace muchos años.
—Fue en 1965 —dijo Inara—, o quizás un poco antes.
—¿Cómo sabés? —Preguntó su hermana gemela, intrigada.
—Lo dice en el diario de la monja… llegó acá en 1965, tenía dieciocho años. Ahora debe tener… em… —hizo los cálculos mentales, usando sus dedos como apoyo—. Tendría que cumplir setenta y siete años. Uff… es más vieja que la tía Soraya.
—Podría ser mi madre —dijo Soraya—. La abuela Cándida cumple esa misma edad este año. Si el día del cumpleaños está lúcida, vamos a saludarla.
Cándida, la madre de Soraya y Rebeca, lleva cinco años internada en un asilo de ancianos con un alzheimer muy avanzado. Rara vez reconoce a sus hijas y tiene la costumbre de confundir a sus nietas con ellas. Una vez le dijo Máximo a Catriel, confundiéndolo con su ya difunto marido. Para Rebeca esto tiene sentido, ya que Catriel, con los años, se fue poniendo cada vez más parecido a su abuelo.
Catriel también sacó algo de la habitación antes de salir, pero al menos él fue lo suficientemente astuto como para metérselo en el bolsillo antes de que alguien pudiera verlo.
*¨*¨*¨*¨*¨*
Durante varias horas se dedicaron a limpiar los “espacios comunes” de la mansión, aquellos que utilizarían más a menudo: sus dormitorios, los dos baños principales (uno de la planta baja y otro del piso superior), la cocina y el hall. Este último fue el que más trabajo les dio, no solo porque es más grande que tres habitaciones combinadas, sino porque además estaba lleno de trastos viejos, como muebles rotos, bicicletas antiguas, muñecas destartaladas y hasta sábanas mohosas metidas en cajas.
—Todo esto se va a la basura ya mismo —dijo Rebeca.
—No todo —Intervino Catriel—, esas bicicletas podrían valer algo. Sé que hay gente que colecciona bicicletas antiguas y estas parecen ser… de los años cincuenta, o quizás cuarenta.
—Mmm, está bien. Pero todo lo demás es inservible. Ni siquiera vale la pena restaurar esos muebles, están muy destrozados.
—Podríamos usarlos como leña para el fuego —sugirió Mailén. Todos estuvieron de acuerdo.
El resto de los trastos se fueron directamente a la basura.
La que se encargó de conseguir comida para este día fue Soraya. Visitó el pueblo usando su viejo halo de monja, para cubrir su melena roja.
—Pensé que a la gente del pueblo le daría una buena impresión ver a una Hermana —comentó ante su familia, mientras ponía sobre la mesa todo lo que había comprado—. Pero por alguna razón no fueron muy simpáticos conmigo.
—Estoy empezando a sospechar que la simpatía no es una característica primordial en El Pombero —dijo Catriel.
La cena fue sencilla, pero nadie se quedó con hambre. Como estaban agotados, se fueron a la cama apenas oscureció.
Inara aprovechó para continuar la lectura del diario íntimo de la monja. Tenía la esperanza de encontrar pasajes interesantes… quizás algo que explicara la foto que había visto en la habitación once, pero tal y como predijo Soraya, la vida de una monja no es lo más interesante del mundo. La tal Ivonne Berkel se la pasaba contando lo maravillosa que era la mansión, lo bonito que era el jardín y lo cómoda que estaba en la habitación número siete. Le gustaba ese número. También hablaba de su relación con las otras monjas del convento. Nada muy interesante, todas parecían ser tan aburridas como ella. Inara estaba a punto de abandonar la lectura cuando leyó un párrafo que captó su atención:
«Tengo un gran problema y no sé cómo solucionarlo. Es algo que me avergüenza mucho. Aquí no hay un cura con el que pueda confesarme, todas somos monjas. Así que usaré estas páginas como confesionario, para expiar mis pecados…»
Esto cambiaba las cosas. Había algo fascinante en meterse en los asuntos privados de los demás que atraía a Inara como la luz a una polilla. Su entusiasmo creció cuando leyó la siguientes líneas:
«Me resulta muy difícil poner esto en palabras; pero si no lo hago, no seré capaz de abrir mi alma ante Dios. Intentaré decirlo de la forma más simple que pueda. Mi problema es que… no puedo dejar de tocarme»
“Ok, definitivamente quiero saber más”, pensó Inara, sonriendo ante las páginas del diario. Se movió para acomodarse mejor en su cama y algo cayó sobre las sábanas. Era una fotografía en blanco y negro. En ella se podía ver a una monja muy joven y hermosa. Tenía puesto todo su hábito y estaba sentada en un bonito jardín, sonriendo ante la cámara. Inara examinó el dorso de la foto y allí decía: Ivonne Berkel, abril de 1965.
—Así que ésta sos vos… mmmm interesante —dijo Inara, en voz alta—. No me imaginé que fueras tan… bonita.
También descartó la posibilidad de que Ivonne fuera la monja que vio en aquella foto de la habitación once. Las dos eran bellas y jóvenes, pero en realidad no se parecían mucho. La chica que estaba chupando verga tenía una belleza angelical, como si fuera una muñeca de porcelana. En cambio Ivonne Berkel… ni siquiera parecía monja. Más bien parecía…
—Una chica Bond.
Inara conoce muy bien las películas de James Bond porque su madre es adicta a ellas. Rebeca está enamorada de Sean Connery, de Pierce Brosnan, de Daniel Craig… y de cualquier tipo que haya interpretado al mítico espía británico. De tanto ver esas películas con su madre, Inara aprendió que por cada película de James Bond hay una chica hermosa que lo acompaña. Mujeres que muestran un tipo de belleza especial. Lo que Rebeca denominó como “Femme Fatale”.
Así era Ivonne Berkel: una auténtica Femme Fatale vestida de monja.
«No sé qué me pasa. Dorotea Lenguis, la Madre Superiora de este convento, me dejó en claro desde el primer día que la masturbación va en contra del voto de castidad. Nos lo tiene estrictamente prohibido. Está tan mal visto que ni siquiera hablamos de eso… por eso, no sabía a quién más contárselo. Me aterra pensar que soy la única monja en este caserón que no puede evitar “acariciarse las partes íntimas” cada vez que se queda sola en su dormitorio.»
Al leer esto, la mano izquierda de Inara comenzó a moverse como si tuviera vida propia. Fue directo a su vagina y reaccionó de forma positiva ante la humedad.
«Al principio pensé que era una cuestión temporal, que se me pasaría en pocos días. Después entendí que no sería así. Se me ocurrió una idea disparatada: Dedicar mi próximo día de descanso a masturbarme todo lo que pueda. Voy a estar sola en mi habitación todo el día, y acá son muy respetuosas con el espacio privado. Así que no hay riesgo de que alguien me descubra. Espero que esta “sesión de masturbación intensa” me ayude a quitarme las ganas de una vez por todas. Después rezaré y prometeré no hacerlo nunca más. Por Dios, espero que funcione…».
—Epa… ¿encontraste algo interesante para leer? —Preguntó Lilén, quien acababa de irrumpir en la habitación.
El primer instinto de Inara fue cubrirse con la sábana; pero al ver que se trataba de su hermana gemela, la quitó, mostrando que ya se había bajado el pantalón y la tanga. Su vagina, cubierta por una prolija mata de pelitos rojos, estaba completamente a la vista.
—Ah, no… la lectura no es tan interesante —mintió.
—Pero te estabas pajeando, no digas que no. Yo te vi. ¿Querés que te ayude?
Lilén cerró la puerta, para que nadie las interrumpiera, se acostó junto a su hermana y llevó la mano hasta la concha. Empezó a acariciarla y notó que…
—Uy, estás re mojada. ¿En qué andabas pensando? Mejor dicho… ¿en quién?
—En nada… ni nadie. Me estaba tocando por puro aburrimiento. El diario de la monja es un embole, la tía tenía razón. Si querés leelo…
—Em… nah, mejor paso.
Inara sabía que con eso mantendría lejos a su hermana del diario íntimo de Ivonne Berkel. No sabía por qué había actuado de esa manera, por lo general compartía todos sus secretos con Lilén; sin embargo, sintió que Ivonne le estaba hablando directamente a ella, a través de los años. Como si en el momento en que ella sacó el cuaderno de la habitación se hubieran vuelto amigas y confidentes.
—Yo también estoy aburrida —dijo Lilén, al mismo tiempo que metía dos dedos dentro de la concha de su hermana—. ¿Te molesta si te toco un ratito?
—Mmm… —Inara pensó en su madre y en cuánto le molesta a ella que las gemelas se toqueteen; pero estaba enojada con Rebeca, por haberles prohibido seguir explorando la habitación once—. Está bien, me vendría bien una manito extra.
—Yay!
Los dedos de Lilén se movieron con presteza, Inara se limitó a cerrar los ojos y a dejar sus piernas abiertas, para esto tuvo que quitarse del todo el pantalón y la ropa interior. Ya desnuda de la cintura para abajo, disfrutó de la imaginación mientras pensaba en cómo la bella Ivonne Berkel se habría masturbado.
—¿Querés que te chupe una teta? —Preguntó Lilén.
—Em… está bien.
Inara levantó se quitó la remera y el corpiño, quedando completamente desnuda. La boca de Lilén se prendió a uno de los pezones y empezó a succionarlo con fuerza. Las “chupadas de teta” no tardaron en sumarse al repertorio masturbatorio de las gemelas. Quizás otras dos chicas lo habrían visto como ir demasiado lejos; pero para ellas chuparle un pezón a la otra no era muy distinto a besarse en la boca. Lo hacían porque sabían que era placentero, en especial para quien lo recibía.
Lilén sacó los dedos de la concha y se los llevó a la boca. Hizo esto sin buscar un placer personal, simplemente quería lubricar sus dedos. Además, no siente ningún tipo de asco al probar los jugos vaginales de su hermana. Es exactamente igual que hacerlo con los suyos, hasta tienen el mismo sabor.
Inara arqueó su cuerpo y suspiró de placer cuando Lilén encontró uno de esos puntos especialmente sensibles de su concha. Ellas saben perfectamente dónde y cuándo tocar, porque comparten muchas de estas “zonas de placer”. Además la intensidad con que le estaba chupando el pezón mientras le metía los dedos, la estaba haciendo delirar de puro gusto. Hasta tenía la sensación de que se lo arrancaría si chupaba un poco más fuerte. Inara acompañó el movimiento de los dedos con su cadera y empezó a gemir suavemente.
—Chicas, necesito que me ayuden con algo…
Mailén abrió la puerta sin siquiera golpear, porque jamás se imaginó que encontraría a alguna de sus hermanas completamente desnudas. Las gemelas, que ya tenían experiencia en esto de ser sorprendidas en situaciones “no apropiadas”, mantuvieron la calma.
—Podrías haber golpeado, ¿no? —Dijo Lilén, quien apartó muy lentamente la mano de la concha de Inara. Ella sabía que Mailén no podía ver ese movimiento porque ella misma lo estaba cubriendo con su cuerpo. También apoyó la cabeza sobre el pecho de su hermana, como si lo estuviera usando de almohada.
—¿Qué hacen? —Preguntó Mailén, mientras su cerebro trabajaba a toda velocidad para entender qué había visto… porque no entendía la situación; pero sin duda había algo raro.
—Nada… solamente estábamos charlando —respondió Inara, mirándola a la cara, con total calma.
—¿Y vos qué hacés desnuda?
—Es mi cuarto. ¿Acaso no tengo derecho a estar desnuda?
—Pero… está Lilén.
—Ay, Mailén —Lilén soltó una risita, sin moverse del lugar—. No digas boludeces, si hasta nos bañamos juntas, y lo sabés. ¿O acaso pensás que nos bañamos con la ropa puesta?
Eso es muy cierto, Inara y Lilén hacen casi todo juntas, incluso bañarse. Mailén pensó que para ellas ver desnuda a la otra debería ser lo más normal del mundo. Sin embargo… una imagen había quedado grabada en su mente, como si su cerebro hubiera tomado una fotografía del momento exacto en el que irrumpió en el dormitorio. Inara estaba con la espalda arqueada, los ojos cerrados, y una clara expresión de estar sufriendo… o disfrutando. Y Lilén… su cabeza no estaba de lado cuando entró, sino de frente, como si estuviera mirándole las tetas a su hermana desde muy cerca.
Pero esa imagen no tenía sentido. ¿Por qué dos hermanas harían algo así? Probablemente se había confundido… todo pasó demasiado rápido.
—¿Vas a decirnos por qué entraste? —Preguntó Inara.
—Em… la tía Soraya consiguió carne picada en el pueblo, eso significa que vamos a comer empanadas…
—¿De verdad? —Lilén se sentó en la cama de un salto y miró a Mailén con los ojos llenos de ilusión.
—Sí, de verdad… y la tía pidió algo de ayuda. Me imaginé que vos ibas a querer…
—Sí… si es por comer empanadas, la ayudo con lo que sea. Incluso puedo cortar la cebolla, y yo odio cortar cebolla.
Sin decir más, Lilén salió del cuarto a toda velocidad. A ella le gusta ayudar en la cocina, pero solo si el plato a preparar es de su agrado… y nada le agrada más que las empanadas.
Mailén se quedó admirando el cuerpo delgado y esbelto de Inara. Su largo cabello rojo y ese vello púbico colorado la hacían parecer una ninfa. Miró bien la concha se encontró con varios hilitos de flujos.
—¿Te estabas… tocando? —Preguntó Mailén. No le apetecía hablar de un tema tan íntimo con su hermana; pero su mente curiosa le decía que debía llegar al fondo de este asunto.
—¿Y qué hay si lo hacía? ¿Acaso vos no te hacés la paja?
Mailén ignoró la segunda pregunta.
—¿Frente a Lilén?
—Sí… compartimos la cama todos los días. Ya estamos acostumbradas… y antes de que pienses algo raro, te aseguro que esto ya lo charlamos con mamá… y nos lo tiene permitido. A ella no le molesta que nos hagamos la paja delante de la otra.
Mailén también había tenido incómodas conversaciones sobre la masturbación con su madre, y lo que decía Inara le resultaba coherente con la Rebeca que conocía. Aún así, decidió ir más allá. Se acostó en la cama junto a Inara, en el mismo lugar que había estado ocupando Lilén. Miró el pezón más cercano y lo acarició.
—Hey, ¿qué hacés? —Protestó Inara.
—Acá hay algo raro…
—Rara sos vos. Y si no te molesta, voy a seguir con lo que estaba haciendo. Mirá que a mí no me importa tener público femenino.
Para el asombro de Mailén, Inara se acarició la concha y luego se metió dos dedos. Comenzó con el ritmo de masturbación casi al instante.
—Y mientras vos te tocabas… ¿Lilén solamente miraba?
—Ni siquiera miraba. No le interesa mirar. Solo estábamos charlando.
Mailén sabía que sus hermanas tenían actitudes extrañas y que eran unas gemelas muy unidas (quizás demasiado); pero pensar que estuvieran haciendo algo… inapropiado, era llevar las cosas demasiado lejos.
—¿Así que mamá les permitió esto de… em… tocarse frente a la otra? Y por lo visto, lo debés hacer seguido, porque no te veo ni un poquito avergonzada al hacerlo frente a mí.
—Ya estoy acostumbrada, y sí, tuvimos una charla bastante extensa con mamá sobre este tema. Establecimos límites y todo.
—¿Y ustedes respetan esos límites?
—Por supuesto —su cadera comenzó a menearse al ritmo de la masturbación—. ¿Me vas a dejar pajearme en paz?
—Todavía no. Hay algo que no me cuadra.
Inara sacó los dedos de su concha, bien cargados de flujo sexual, y los pasó por la cara de su hermana.
—¡Hey, tarada! ¿Por qué hiciste eso? ¡Qué asco!
Inara comenzó a reírse a carcajadas.
—Eso te pasa por metida —le dijo—. Y no te hagas la asquienta, Mailén. Eso no te lo creés ni vos. Mirá si te va a dar asco el juguito de concha… sí, claro… justamente a vos.
Mailén se puso roja como un tomate, sabía perfectamente a qué se refería su hermana.
—Eso no tiene nada que ver. Sos mi hermana, no quiero los jugos de tu concha en mi cara.
—Una cosa es que te moleste —dijo Inara, volviendo a la masturbación—, y otra muy distinta es que te dé asco. Todavía me acuerdo del quilombo que se armó cuando mamá y la tía Soraya te descubrieron cogiendo con Clarisa. Pobrecita, seguramente te hicieron aguantar tremendo discurso.
—Así fue —Mailén sintió que había un dejo de empatía en las palabras de Inara, por eso bajó la guardia—. Me salieron con el cuento de que Dios creó al hombre y a la mujer de una determinada manera, para que estén juntos. Y que dos mujeres juntas es pecado, la que se puso más pesada con ese tema fue la tía Soraya, por supuesto.
—Pero no se enojaron… —los dedos de Inara no se detuvieron en ningún momento.
—Eso fue lo peor de todo. Hubiera preferido que se enojaran conmigo, que me dijeran algo como “No vamos a permitir una tortillera en esta casa”. En cambio, me mostraron todo su apoyo, y fueron muy condescendientes, como si yo fuera una mina con una enfermedad terminal.
—¿Y es cierto eso? ¿Sos tortillera?
—No, y lo digo en serio. Lo que pasa es que Soraya y Rebeca son muy chapadas a la antigua, ellas no entienden que hoy en día una chica puede tener sexo con su mejor amiga, y no pasa nada. Eso no te convierte en lesbiana, ni tampoco significa que quiera casarme con ella o algo así. Simplemente tuvimos una calentura y… se dio.
—Es que… uf… —Inara se pajeó aún más rápido—, con lo buena que está Clarisa, yo también hubiera hecho una excepción. Es una rubia… despampanante. Y vos también estás muy buena, así que las re entiendo a las dos. Me imagino que se habrán cambiado juntas más de una vez, habrán hablado de sexo y bueno, terminaron re calientes con las tetas y el orto de la otra.
Mailén soltó una risita.
—Es más o menos como pasó. Aunque tampoco es que yo me vuelva loca por la anatomía femenina. Es decir, sé que Clarisa es re linda; pero a mí lo que más me gustó fue poder hacer algo así con mi mejor amiga.
—Vamos, Mailén… no te me hagas la sentimental ahora —Inara estaba disfrutando al máximo de su “terapia de autosatisfacción”—. ¿Me vas a decir que no se te hizo agua la concha cuando le chupaste esas tetazas? Porque me imagino que se las chupaste…
—Sí, claro… —volvió a reírse. Le parecía surrealista estar hablando con alguien de su única experiencia lésbica, en especial con su propia hermana… en plena paja—. Y no fue lo único que le chupé.
—Uf… sí, a eso me refiero. Clarisa debe tener tremenda concha…
—Eso es cierto, es preciosa. Cuando la vi abierta… mmm, bueno, no puedo negarlo. Sí me excitó mucho.
—¿Y el culo? Por dios, decime que le chupaste el culo…
—No sabía que tuvieras tanto interés en el sexo lésbico.
—Nah, eso me da igual. Lo que pasa es que la situación me parece super excitante: dos amigas que están que parten la tierra, chupándose las conchas entre ellas. Es digno de una película porno.
—No creo estar “que parto la tierra”, pero gracias. Y entiendo lo que decís… —Mailén sonrió con picardía—. Un culo como el de Clarisa no se puede ignorar. Sí se lo chupé, y lo hice las tres veces que cogimos juntas.
—¿Y el tuyo? ¿Lo chupó? Porque tu orto, hermana… tampoco se puede ignorar. Decime que lo hizo…
—¿Por qué tan interesada?
—Ya te dije, me parece excitante la escena… y Clarisa. Sin ser lesbiana, admito que esa rubia me moja la concha. En especial cuando usa esos microbikinis… dios, que puta hermosa.
Mailén soltó una risotada.
—Solo yo puedo decirle “puta hermosa”. Te puedo decir más si me respondés con sinceridad a algo.
—¿Qué cosa?
—¿Qué estaba haciendo Lilén cuando yo entré? Porque… tenés el pezón húmedo —volvió a acariciarlo.
—Está bien, me estaba chupando una teta. Pero nada más, lo juro.
—¿Y se puede saber por qué tu propia hermana te estaba chupando una teta?
—No pienses nada raro, Mailén. Es más complicado de lo que te imaginás. Ya sabés que Lilén es un poquito… especial. Se pone muy nerviosa, y esto de la mudanza la tiene muy mal. Si le permití chuparme la teta es porque sé que eso la tranquiliza… es como chuparse el dedo. Fijación oral, le llaman.
—Mmm… y vos aprovechaste eso para hacerle la paja.
—No, yo me estaba pajeando desde antes que ella entre. Simplemente seguí con lo mío. Listo, ya te dije la verdad, ahora… contame de la puta hermosa de Clarisa. Me imagino que los juguitos de su concha deben ser muy ricos.
Volvió a pasar la mano llena de flujos por la cara de Mailén.
—Ay, pendeja… la puta que te parió —esta vez las dos se rieron—. Ahora me quedó toda la cara con olor a concha.
—De nada, sé que te debe gustar el olorcito a concha.
—Mmm… el de Clarisa sí que me gusta. Y sí, sus juguitos son muy ricos, en especial porque se moja mucho.
—Dios, qué lindo… ¿Y el culo, te lo chupó?
—¿Que si me lo chupó? Me senté en su cara y le dije que no me iba a mover hasta que me metiera la lengua por todos los agujeros.
—¡Esa es la puta de mi hermana! —Inara arqueó su espalda, estaba muy cerca del orgasmo—. Lo bien que se la habrá pasado Clarisa con tus nalgas en la cara… una privilegiada. ¿Y te quedaron ganas de seguir cogiendo con mujeres?
—Mmm, no realmente. Porque, de verdad, no me atraen las mujeres en general. Aunque… quizás sí volvería a coger con Clarisa. Siempre y cuando mamá y la tía no se enteren, no tengo ganas de aguantar otro discurso sobre Dios, el pene y la vagina. Uy, Inara… calmate un poquito… —La aludida se estaba pajeando a toda velocidad, meneando mucho su cuerpo. Estaba en pleno orgasmo y los gemidos se estaban haciendo cada vez más evidentes—. Si querés acabar, avisame… al menos para eso te puedo dejar sola.
—Muy tarde… ya estoy acabando… uf… qué lindo orto que tiene esa rubia.
Mailén se rió.
—Y eso que no la viste en cuatro, con un dildo metido en el culo.
—Uy, dios… dios… —los espasmos de su cuerpo hacían que la masturbación se acelerase más por cortos períodos de tiempo—. ¿Te mostró cómo se metía un dildo por el culo?
—¿Y quién te creés que se lo estaba metiendo?
—Ay, ¿le gusta el anal a la rubia? Me vuelvo loca… ¿Y a vos? ¿También te lo metió?
—Por el culo, no… esas cosas no me gustan. Pero ella tenía muchas ganas de probarlo, así que la ayudé.
—Qué buena amiga… es una pena que no hayas podido disimular cuando la tía Soraya te sorprendió con ella.
—¿Disimular? Imposible. Estábamos desnudas las dos, y yo le estaba metiendo la lengua por la concha, hasta la garganta más o menos… y la tía entró justo en ese momento. Una vergüenza tremenda… que mi tía, que fue monja, me sorprenda chupando una concha fue una de las experiencias más incómodas de mi vida. Y lo peor de todo es que Clarisa estaba acabándome en la boca, con lo que me gustó la última vez que lo hizo, me moría de ganas de sentirlo otra vez… y nos vienen a interrumpir justo en ese momen… bjua… mmm… agg… pará, pendeja. Te re fuiste a la mierda.
Inara volvió a reírse a carcajadas. Aprovechó que sus dedos estaban completamente cubiertos de flujos vaginales y los metió directamente en la boca de Mailén.
—Quise hacerte un regalito, para que recuerdes mejor la concha de Clarisa. Y no te hagas la puritana, bien que me chupaste los dedos.
—No te los chupé a propósito, es que… me los metiste en la boca sin avisar. ¿Qué otra cosa podía hacer? Sos una pelotuda.
—Ufa, ¿te enojaste conmigo? Era solo una bromita.
—No me enojé, por esta vez te la dejo pasar. Pero no me hagas ese tipo de “bromitas”, no me gustan. Una cosa es chuparle la concha a mi mejor amiga, y otra muy distinta es tragarme los jugos sexuales de mi propia hermana.
—Ahora podés decir que conocés el sabor de mi concha —Inara soltó otra risita.
A Mailén le pareció un comentario incómodo y divertido a la vez.
—Es cierto… y puedo decir que la concha de Clarisa es más rica.
—Auch, eso dolió. Pero, está bien, entiendo que no puedo competir con semejante rubia.
—Ay, no seas sonsa, Inara. Vos sos preciosa… y Lilén también, obviamente. Son idénticas. No te hagas la “patito feo” porque no te lo voy a tolerar, sos demasiado linda como para jugar a eso. Y tu concha no está tan mal, solo digo que la de Clarisa es un poquito mejor.
—Mmm… bueno, gracias.
—Aclarado eso… vestite y vamos a la cocina. No quiero que la tía venga a ver por qué demoramos tanto.
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La cena levantó los ánimos de la familia Korvacik, en especial el de Lilén, que disfrutó de las empanadas como si fuera su última cena.
En un momento Soraya se puso seria y miró a todos los presentes. Sin ningún tipo de preámbulo soltó:
—En esta casa hay algo extraño. Puedo sentirlo. Hoy en el pueblo varias personas me dijeron lo mismo: la mansión está maldita.
—Uy, qué originales —dijo Mailén, al mismo tiempo que agarraba otra empanada de la bandeja—. Una mansión embrujada. Es lo típico de todos los pueblitos, tía. Si hay una casa abandonada, tarde o temprano todos van a creer que está maldita o algo así.
—Este caso es diferente. Hablan de una maldición que empezó hace mucho, cuando la habitaba la familia Val Kavian.
—¿Y qué sugerís que hagamos? —Preguntó Rebeca, muy seria. Las gemelas miraban con los ojos desencajados, en especial Lilén.
—Me hablaron de alguien que puede ayudar; pero… no pude averiguar mucho. Nadie se animó a decirme el nombre de esta persona.
—Bueno, nos da un punto por donde empezar —dijo Catriel—. Tenemos que averiguar quién es esta persona y cómo podría ayudarnos.
—¿De verdad, Catriel? —Preguntó Mailén, con incredulidad—. ¿Vos también te vas a creer lo de la mansión embrujada?
—Eso me da igual —dijo, encogiéndose de hombros—. Pero sé que para la tía y para mamá es un asunto importante, y no me cuesta nada ayudarlas.
—Es cierto, averigüemos quién nos puede ayudar, porfis —dijo Lilén.
—Uf… está bien, hagan lo que quieran —Mailén puso los ojos en blanco, sabía que ésta era una batalla perdida—. Pero no cuenten conmigo, no pienso perder el tiempo con estas estupideces.
—En algún momento vas a tener que recordar que somos una familia —dijo Rebeca—, y que nos ayudamos mutuamente. No podemos andar por la vida con esa perspectiva tan individualista.
—Tampoco vendría nada mal que reces de vez en cuando —sugirió Soraya.
—Ah, no… eso sí que no. Podría llegar a ayudarlos, si es que con eso se calman. Pero no me pidan que rece. Ya lo dije una y mil veces: Dios no existe. No pienso hablarle a un “amigo imaginario”. ¿Ustedes son creyentes? Bien, se los respeto. Yo soy atea. Aprendan a respetar eso.
Soraya se persignó. El resto de la cena transcurrió en absoluto silencio.
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Capítulo 02.
La Habitación Once.
Las miradas escudriñaban las cuatro paredes del cuarto número once. Sin saberlo, todos los presentes tuvieron pensamientos similares. Se sentía como estar dentro de la habitación de un asesino serial, de esos que salen en las películas. Solo una mente muy retorcida podría haber creado algo como esto.
—Esto es obsceno —dijo Soraya, rompiendo el silencio solo por un instante, porque nadie le respondió.
Cada centímetro de las paredes estaba cubierto por fotografías, algunas a color y muchas en blanco y negro. Todas tenían algo en común: retrataban personas desnudas… o escenas sexuales totalmente explícitas.
Rebeca se fijó en una que mostraba a una bonita chica rubia (esa era a color), que sonreía a la cámara. Estaba desnuda y en su cara había manchas de lo que parecía ser semen. Calculó que la joven debía tener entre dieciocho y veintitrés años. “La edad de mis hijas”, pensó, cuando un escalofrío le recorrió la espalda.
Mailén miró una fotografía en la pared opuesta a la que estaba observando su madre. En ella se podía ver una mujer de entre cuarenta y cincuenta años, la foto parecía de principios del siglo veinte, quizás no era tan antigua; pero sin dudas era vieja. Esta preciosa mujer de largo cabello negro estaba inclinada sobre una silla, con las dos rodillas apoyadas en ella. Detrás había un muchacho joven, muy apuesto, penetrándola. Lo que llamó la atención de Mailén fue que la verga estaba entrando por el culo. Una práctica que incluso ella, sin ser tan puritana como su tía, consideraba obscena y desagradable.
Inara dirigió su mirada hacia una foto que, por el filtro de color, parecía ser de los años ‘70. Se sorprendió mucho al ver una preciosa monja con los ojos cerrados y una gruesa verga metida en la boca. La primera deducción de Inara fue suponer que no se trataba de una monja real, sino de un disfraz, quizás para una película erótica.
La atención de Lilén fue captada por una impactante imagen de una chica que debía tener más o menos su edad, de cabello ondulado, imposible saber de qué color era su pelo, ya que se trataba de una imagen en blanco y negro. Lo que más impresionó a Lilén fue que esta muchacha se mostrara muy feliz y sonriente mientras montaba a un tipo… y detrás de ella había otro, seguramente penetrándola por el otro agujero. Lilén solo había visto cosas como esta en videos porno de internet. Siempre creyó que la doble penetración era una práctica exclusiva del porno y que las mujeres en realidad no hacían esas cosas… pero esta chica no parecía ser una actriz porno.
Soraya se quedó petrificada mirando una desteñida foto a color que mostraba una peculiar escena: un grupo de hombres, quizás cinco o seis, teniendo sexo con una mujer. Esta lujuriosa venus tenía la cabeza inclinada hacia atrás, estaba recibiendo una verga en la boca. Sus tetas apuntaban al techo y estaba sentada sobre un tipo que, claramente, la estaba penetrando por el culo. Otro sujeto se la metía por la vagina y los demás esperaban su turno, con los miembros bien erectos.
Catriel analizó varias imágenes, todas le parecieron grotescas, pero la que lo hizo detenerse a mirar mostraba a una chica atada y amordazada. Por la forma en la que miraba la cámara parecía estar disfrutándolo mucho. Detrás de ella había un tipo penetrándola, por el ángulo de la foto era imposible saber por qué agujero, pero algo le hizo pensar que probablemente sería por el agujero de atrás.
Les resultó imposible analizar a fondo todas las fotografías, eran demasiadas. Abarcaban desde el piso hasta el techo, y estaban amontonadas la una sobre la otra. Lo que sí les quedó claro es que se trataba de una recopilación pornográfica que abarcaba varias épocas.
—Miren eso —dijo Lilén, señalando un cuadro un poco más grande que la mayoría de las fotografías, mostraba a muchas mujeres desnudas. Algunas sentadas en un amplio sillón, otras paradas detrás del mismo. Todas sonreían. En el centro del sofá estaba sentado el único hombre entre todas esas féminas. A Lilén le pareció un joven muy apuesto, de sonrisa cautivante—. Ese es el hall de esta casa. A esa foto la sacaron acá… en la planta baja.
—Tiene razón —dijo Catriel—. Y esta otra… —señaló una que mostraba a dos mujeres desnudas, besándose en una cama—, la sacaron en uno de los dormitorios. No se cual, porque todos son iguales… pero es obvio que fue en esta casa.
—Si prestan atención —dijo Mailén—, casi todas las fotos parecen haber sido sacadas en esta casa. Ahí se ve la cocina, otros dormitorios, el patio trasero… se ven lugares de la mansión tanto en las fotos a color como en las que son en blanco y negro.
—Mamá… ¿qué clase de mansión compraste? —Preguntó Inara—. ¿Vos sabías todo esto?
—Por supuesto que no sabía nada. Además… ni siquiera sé qué significa todo esto. Puede tratarse de una broma de mal gusto… la broma de un enfermo mental. Salgamos de acá ahora mismo. Catriel, quiero que me des la llave. Vamos a cerrar esta habitación y nadie va a entrar hasta que yo lo diga.
—Pero, mamá… tenemos que restaurar toda la casa —dijo Lilén—. Incluyendo este cuarto.
—Cuando yo se los permita, vamos a tirar todas estas fotos a la basura. Pero no antes. Vamos, afuera todo el mundo…
Nadie protestó. Por lo general Rebeca carece de autoridad, no acostumbra a darle órdenes a sus hijos, quizás por eso ellos están acostumbrados a obedecerlas. Saben que si su madre llega al extremo de prohibirles algo, es porque va en serio.
Antes de salir Iara se acercó a una caja de cartón, arriba había un cuaderno de tapas negras. Lo agarró sin pensarlo y salió del cuarto hojeándolo. Rebeca no se percató de esto hasta después de haber cerrado la puerta con llave.
—Hey… ¿qué es eso? —Le preguntó a su hija.
—Es un cuaderno… con anotaciones.
— ¿Qué clase de anotaciones? —Preguntó Rebeca.
Soraya, más práctica que didáctica, le quitó el cuaderno de las manos a su sobrina e hizo caso omiso cuando ésta protestó. Ojeó la primera hoja.
«Me llamo Ivonne Berkel y estoy muy emocionada. Hoy es mi primer día en el convento. Las Hermanas me dieron una cálida bienvenida y me trataron como a una igual, a pesar de que llevo apenas unos días siendo…»
—Es el diario íntimo de una monja —dijo Soraya. A Inara le recorrió un destello de curiosidad por todo el cuerpo—. No creo que tenga nada de malo que lo lea. Lo más probable es que sea inofensivo… y hasta aburrido. La vida de las monjas no suele ser muy emocionante. Lo digo por experiencia.
—¿Puedo leerlo, mamá?
—Mmm… está bien. No creo que tenga nada de malo. Debió quedar ahí junto con un montón de cosas que abandonaron los inquilinos anteriores. Quién sabe qué más puede haber en esas cajas.
—En algún momento vamos a tener que revisarlas —dijo Catriel—. Podría haber cosas que nos resulten útiles en la restauración, como lámparas antiguas. Hasta podríamos encontrar artículos valiosos, como joyas. No te olvides que acá vivió gente muy adinerada.
—Si llegamos a encontrar joyas, se las damos a la policía —dijo Rebeca—. No quiero problemas.
—Pero mamá —intervino Mailén—. Toda la gente rica que vivió en esta casa ya debe estar muerta. No creo que extrañen ninguna de sus posesiones.
—Los Val Kavian probablemente ya estén todos muertos —respondió Rebeca—, pero no sabemos quién habitó la casa después que ellos. Lo único que sé es que en algún momento esta mansión sirvió como convento, por eso no me extraña que hayamos encontrado el diario de una monja. Pero eso fue hace muchos años.
—Fue en 1965 —dijo Inara—, o quizás un poco antes.
—¿Cómo sabés? —Preguntó su hermana gemela, intrigada.
—Lo dice en el diario de la monja… llegó acá en 1965, tenía dieciocho años. Ahora debe tener… em… —hizo los cálculos mentales, usando sus dedos como apoyo—. Tendría que cumplir setenta y siete años. Uff… es más vieja que la tía Soraya.
—Podría ser mi madre —dijo Soraya—. La abuela Cándida cumple esa misma edad este año. Si el día del cumpleaños está lúcida, vamos a saludarla.
Cándida, la madre de Soraya y Rebeca, lleva cinco años internada en un asilo de ancianos con un alzheimer muy avanzado. Rara vez reconoce a sus hijas y tiene la costumbre de confundir a sus nietas con ellas. Una vez le dijo Máximo a Catriel, confundiéndolo con su ya difunto marido. Para Rebeca esto tiene sentido, ya que Catriel, con los años, se fue poniendo cada vez más parecido a su abuelo.
Catriel también sacó algo de la habitación antes de salir, pero al menos él fue lo suficientemente astuto como para metérselo en el bolsillo antes de que alguien pudiera verlo.
*¨*¨*¨*¨*¨*
Durante varias horas se dedicaron a limpiar los “espacios comunes” de la mansión, aquellos que utilizarían más a menudo: sus dormitorios, los dos baños principales (uno de la planta baja y otro del piso superior), la cocina y el hall. Este último fue el que más trabajo les dio, no solo porque es más grande que tres habitaciones combinadas, sino porque además estaba lleno de trastos viejos, como muebles rotos, bicicletas antiguas, muñecas destartaladas y hasta sábanas mohosas metidas en cajas.
—Todo esto se va a la basura ya mismo —dijo Rebeca.
—No todo —Intervino Catriel—, esas bicicletas podrían valer algo. Sé que hay gente que colecciona bicicletas antiguas y estas parecen ser… de los años cincuenta, o quizás cuarenta.
—Mmm, está bien. Pero todo lo demás es inservible. Ni siquiera vale la pena restaurar esos muebles, están muy destrozados.
—Podríamos usarlos como leña para el fuego —sugirió Mailén. Todos estuvieron de acuerdo.
El resto de los trastos se fueron directamente a la basura.
La que se encargó de conseguir comida para este día fue Soraya. Visitó el pueblo usando su viejo halo de monja, para cubrir su melena roja.
—Pensé que a la gente del pueblo le daría una buena impresión ver a una Hermana —comentó ante su familia, mientras ponía sobre la mesa todo lo que había comprado—. Pero por alguna razón no fueron muy simpáticos conmigo.
—Estoy empezando a sospechar que la simpatía no es una característica primordial en El Pombero —dijo Catriel.
La cena fue sencilla, pero nadie se quedó con hambre. Como estaban agotados, se fueron a la cama apenas oscureció.
Inara aprovechó para continuar la lectura del diario íntimo de la monja. Tenía la esperanza de encontrar pasajes interesantes… quizás algo que explicara la foto que había visto en la habitación once, pero tal y como predijo Soraya, la vida de una monja no es lo más interesante del mundo. La tal Ivonne Berkel se la pasaba contando lo maravillosa que era la mansión, lo bonito que era el jardín y lo cómoda que estaba en la habitación número siete. Le gustaba ese número. También hablaba de su relación con las otras monjas del convento. Nada muy interesante, todas parecían ser tan aburridas como ella. Inara estaba a punto de abandonar la lectura cuando leyó un párrafo que captó su atención:
«Tengo un gran problema y no sé cómo solucionarlo. Es algo que me avergüenza mucho. Aquí no hay un cura con el que pueda confesarme, todas somos monjas. Así que usaré estas páginas como confesionario, para expiar mis pecados…»
Esto cambiaba las cosas. Había algo fascinante en meterse en los asuntos privados de los demás que atraía a Inara como la luz a una polilla. Su entusiasmo creció cuando leyó la siguientes líneas:
«Me resulta muy difícil poner esto en palabras; pero si no lo hago, no seré capaz de abrir mi alma ante Dios. Intentaré decirlo de la forma más simple que pueda. Mi problema es que… no puedo dejar de tocarme»
“Ok, definitivamente quiero saber más”, pensó Inara, sonriendo ante las páginas del diario. Se movió para acomodarse mejor en su cama y algo cayó sobre las sábanas. Era una fotografía en blanco y negro. En ella se podía ver a una monja muy joven y hermosa. Tenía puesto todo su hábito y estaba sentada en un bonito jardín, sonriendo ante la cámara. Inara examinó el dorso de la foto y allí decía: Ivonne Berkel, abril de 1965.
—Así que ésta sos vos… mmmm interesante —dijo Inara, en voz alta—. No me imaginé que fueras tan… bonita.
También descartó la posibilidad de que Ivonne fuera la monja que vio en aquella foto de la habitación once. Las dos eran bellas y jóvenes, pero en realidad no se parecían mucho. La chica que estaba chupando verga tenía una belleza angelical, como si fuera una muñeca de porcelana. En cambio Ivonne Berkel… ni siquiera parecía monja. Más bien parecía…
—Una chica Bond.
Inara conoce muy bien las películas de James Bond porque su madre es adicta a ellas. Rebeca está enamorada de Sean Connery, de Pierce Brosnan, de Daniel Craig… y de cualquier tipo que haya interpretado al mítico espía británico. De tanto ver esas películas con su madre, Inara aprendió que por cada película de James Bond hay una chica hermosa que lo acompaña. Mujeres que muestran un tipo de belleza especial. Lo que Rebeca denominó como “Femme Fatale”.
Así era Ivonne Berkel: una auténtica Femme Fatale vestida de monja.
«No sé qué me pasa. Dorotea Lenguis, la Madre Superiora de este convento, me dejó en claro desde el primer día que la masturbación va en contra del voto de castidad. Nos lo tiene estrictamente prohibido. Está tan mal visto que ni siquiera hablamos de eso… por eso, no sabía a quién más contárselo. Me aterra pensar que soy la única monja en este caserón que no puede evitar “acariciarse las partes íntimas” cada vez que se queda sola en su dormitorio.»
Al leer esto, la mano izquierda de Inara comenzó a moverse como si tuviera vida propia. Fue directo a su vagina y reaccionó de forma positiva ante la humedad.
«Al principio pensé que era una cuestión temporal, que se me pasaría en pocos días. Después entendí que no sería así. Se me ocurrió una idea disparatada: Dedicar mi próximo día de descanso a masturbarme todo lo que pueda. Voy a estar sola en mi habitación todo el día, y acá son muy respetuosas con el espacio privado. Así que no hay riesgo de que alguien me descubra. Espero que esta “sesión de masturbación intensa” me ayude a quitarme las ganas de una vez por todas. Después rezaré y prometeré no hacerlo nunca más. Por Dios, espero que funcione…».
—Epa… ¿encontraste algo interesante para leer? —Preguntó Lilén, quien acababa de irrumpir en la habitación.
El primer instinto de Inara fue cubrirse con la sábana; pero al ver que se trataba de su hermana gemela, la quitó, mostrando que ya se había bajado el pantalón y la tanga. Su vagina, cubierta por una prolija mata de pelitos rojos, estaba completamente a la vista.
—Ah, no… la lectura no es tan interesante —mintió.
—Pero te estabas pajeando, no digas que no. Yo te vi. ¿Querés que te ayude?
Lilén cerró la puerta, para que nadie las interrumpiera, se acostó junto a su hermana y llevó la mano hasta la concha. Empezó a acariciarla y notó que…
—Uy, estás re mojada. ¿En qué andabas pensando? Mejor dicho… ¿en quién?
—En nada… ni nadie. Me estaba tocando por puro aburrimiento. El diario de la monja es un embole, la tía tenía razón. Si querés leelo…
—Em… nah, mejor paso.
Inara sabía que con eso mantendría lejos a su hermana del diario íntimo de Ivonne Berkel. No sabía por qué había actuado de esa manera, por lo general compartía todos sus secretos con Lilén; sin embargo, sintió que Ivonne le estaba hablando directamente a ella, a través de los años. Como si en el momento en que ella sacó el cuaderno de la habitación se hubieran vuelto amigas y confidentes.
—Yo también estoy aburrida —dijo Lilén, al mismo tiempo que metía dos dedos dentro de la concha de su hermana—. ¿Te molesta si te toco un ratito?
—Mmm… —Inara pensó en su madre y en cuánto le molesta a ella que las gemelas se toqueteen; pero estaba enojada con Rebeca, por haberles prohibido seguir explorando la habitación once—. Está bien, me vendría bien una manito extra.
—Yay!
Los dedos de Lilén se movieron con presteza, Inara se limitó a cerrar los ojos y a dejar sus piernas abiertas, para esto tuvo que quitarse del todo el pantalón y la ropa interior. Ya desnuda de la cintura para abajo, disfrutó de la imaginación mientras pensaba en cómo la bella Ivonne Berkel se habría masturbado.
—¿Querés que te chupe una teta? —Preguntó Lilén.
—Em… está bien.
Inara levantó se quitó la remera y el corpiño, quedando completamente desnuda. La boca de Lilén se prendió a uno de los pezones y empezó a succionarlo con fuerza. Las “chupadas de teta” no tardaron en sumarse al repertorio masturbatorio de las gemelas. Quizás otras dos chicas lo habrían visto como ir demasiado lejos; pero para ellas chuparle un pezón a la otra no era muy distinto a besarse en la boca. Lo hacían porque sabían que era placentero, en especial para quien lo recibía.
Lilén sacó los dedos de la concha y se los llevó a la boca. Hizo esto sin buscar un placer personal, simplemente quería lubricar sus dedos. Además, no siente ningún tipo de asco al probar los jugos vaginales de su hermana. Es exactamente igual que hacerlo con los suyos, hasta tienen el mismo sabor.
Inara arqueó su cuerpo y suspiró de placer cuando Lilén encontró uno de esos puntos especialmente sensibles de su concha. Ellas saben perfectamente dónde y cuándo tocar, porque comparten muchas de estas “zonas de placer”. Además la intensidad con que le estaba chupando el pezón mientras le metía los dedos, la estaba haciendo delirar de puro gusto. Hasta tenía la sensación de que se lo arrancaría si chupaba un poco más fuerte. Inara acompañó el movimiento de los dedos con su cadera y empezó a gemir suavemente.
—Chicas, necesito que me ayuden con algo…
Mailén abrió la puerta sin siquiera golpear, porque jamás se imaginó que encontraría a alguna de sus hermanas completamente desnudas. Las gemelas, que ya tenían experiencia en esto de ser sorprendidas en situaciones “no apropiadas”, mantuvieron la calma.
—Podrías haber golpeado, ¿no? —Dijo Lilén, quien apartó muy lentamente la mano de la concha de Inara. Ella sabía que Mailén no podía ver ese movimiento porque ella misma lo estaba cubriendo con su cuerpo. También apoyó la cabeza sobre el pecho de su hermana, como si lo estuviera usando de almohada.
—¿Qué hacen? —Preguntó Mailén, mientras su cerebro trabajaba a toda velocidad para entender qué había visto… porque no entendía la situación; pero sin duda había algo raro.
—Nada… solamente estábamos charlando —respondió Inara, mirándola a la cara, con total calma.
—¿Y vos qué hacés desnuda?
—Es mi cuarto. ¿Acaso no tengo derecho a estar desnuda?
—Pero… está Lilén.
—Ay, Mailén —Lilén soltó una risita, sin moverse del lugar—. No digas boludeces, si hasta nos bañamos juntas, y lo sabés. ¿O acaso pensás que nos bañamos con la ropa puesta?
Eso es muy cierto, Inara y Lilén hacen casi todo juntas, incluso bañarse. Mailén pensó que para ellas ver desnuda a la otra debería ser lo más normal del mundo. Sin embargo… una imagen había quedado grabada en su mente, como si su cerebro hubiera tomado una fotografía del momento exacto en el que irrumpió en el dormitorio. Inara estaba con la espalda arqueada, los ojos cerrados, y una clara expresión de estar sufriendo… o disfrutando. Y Lilén… su cabeza no estaba de lado cuando entró, sino de frente, como si estuviera mirándole las tetas a su hermana desde muy cerca.
Pero esa imagen no tenía sentido. ¿Por qué dos hermanas harían algo así? Probablemente se había confundido… todo pasó demasiado rápido.
—¿Vas a decirnos por qué entraste? —Preguntó Inara.
—Em… la tía Soraya consiguió carne picada en el pueblo, eso significa que vamos a comer empanadas…
—¿De verdad? —Lilén se sentó en la cama de un salto y miró a Mailén con los ojos llenos de ilusión.
—Sí, de verdad… y la tía pidió algo de ayuda. Me imaginé que vos ibas a querer…
—Sí… si es por comer empanadas, la ayudo con lo que sea. Incluso puedo cortar la cebolla, y yo odio cortar cebolla.
Sin decir más, Lilén salió del cuarto a toda velocidad. A ella le gusta ayudar en la cocina, pero solo si el plato a preparar es de su agrado… y nada le agrada más que las empanadas.
Mailén se quedó admirando el cuerpo delgado y esbelto de Inara. Su largo cabello rojo y ese vello púbico colorado la hacían parecer una ninfa. Miró bien la concha se encontró con varios hilitos de flujos.
—¿Te estabas… tocando? —Preguntó Mailén. No le apetecía hablar de un tema tan íntimo con su hermana; pero su mente curiosa le decía que debía llegar al fondo de este asunto.
—¿Y qué hay si lo hacía? ¿Acaso vos no te hacés la paja?
Mailén ignoró la segunda pregunta.
—¿Frente a Lilén?
—Sí… compartimos la cama todos los días. Ya estamos acostumbradas… y antes de que pienses algo raro, te aseguro que esto ya lo charlamos con mamá… y nos lo tiene permitido. A ella no le molesta que nos hagamos la paja delante de la otra.
Mailén también había tenido incómodas conversaciones sobre la masturbación con su madre, y lo que decía Inara le resultaba coherente con la Rebeca que conocía. Aún así, decidió ir más allá. Se acostó en la cama junto a Inara, en el mismo lugar que había estado ocupando Lilén. Miró el pezón más cercano y lo acarició.
—Hey, ¿qué hacés? —Protestó Inara.
—Acá hay algo raro…
—Rara sos vos. Y si no te molesta, voy a seguir con lo que estaba haciendo. Mirá que a mí no me importa tener público femenino.
Para el asombro de Mailén, Inara se acarició la concha y luego se metió dos dedos. Comenzó con el ritmo de masturbación casi al instante.
—Y mientras vos te tocabas… ¿Lilén solamente miraba?
—Ni siquiera miraba. No le interesa mirar. Solo estábamos charlando.
Mailén sabía que sus hermanas tenían actitudes extrañas y que eran unas gemelas muy unidas (quizás demasiado); pero pensar que estuvieran haciendo algo… inapropiado, era llevar las cosas demasiado lejos.
—¿Así que mamá les permitió esto de… em… tocarse frente a la otra? Y por lo visto, lo debés hacer seguido, porque no te veo ni un poquito avergonzada al hacerlo frente a mí.
—Ya estoy acostumbrada, y sí, tuvimos una charla bastante extensa con mamá sobre este tema. Establecimos límites y todo.
—¿Y ustedes respetan esos límites?
—Por supuesto —su cadera comenzó a menearse al ritmo de la masturbación—. ¿Me vas a dejar pajearme en paz?
—Todavía no. Hay algo que no me cuadra.
Inara sacó los dedos de su concha, bien cargados de flujo sexual, y los pasó por la cara de su hermana.
—¡Hey, tarada! ¿Por qué hiciste eso? ¡Qué asco!
Inara comenzó a reírse a carcajadas.
—Eso te pasa por metida —le dijo—. Y no te hagas la asquienta, Mailén. Eso no te lo creés ni vos. Mirá si te va a dar asco el juguito de concha… sí, claro… justamente a vos.
Mailén se puso roja como un tomate, sabía perfectamente a qué se refería su hermana.
—Eso no tiene nada que ver. Sos mi hermana, no quiero los jugos de tu concha en mi cara.
—Una cosa es que te moleste —dijo Inara, volviendo a la masturbación—, y otra muy distinta es que te dé asco. Todavía me acuerdo del quilombo que se armó cuando mamá y la tía Soraya te descubrieron cogiendo con Clarisa. Pobrecita, seguramente te hicieron aguantar tremendo discurso.
—Así fue —Mailén sintió que había un dejo de empatía en las palabras de Inara, por eso bajó la guardia—. Me salieron con el cuento de que Dios creó al hombre y a la mujer de una determinada manera, para que estén juntos. Y que dos mujeres juntas es pecado, la que se puso más pesada con ese tema fue la tía Soraya, por supuesto.
—Pero no se enojaron… —los dedos de Inara no se detuvieron en ningún momento.
—Eso fue lo peor de todo. Hubiera preferido que se enojaran conmigo, que me dijeran algo como “No vamos a permitir una tortillera en esta casa”. En cambio, me mostraron todo su apoyo, y fueron muy condescendientes, como si yo fuera una mina con una enfermedad terminal.
—¿Y es cierto eso? ¿Sos tortillera?
—No, y lo digo en serio. Lo que pasa es que Soraya y Rebeca son muy chapadas a la antigua, ellas no entienden que hoy en día una chica puede tener sexo con su mejor amiga, y no pasa nada. Eso no te convierte en lesbiana, ni tampoco significa que quiera casarme con ella o algo así. Simplemente tuvimos una calentura y… se dio.
—Es que… uf… —Inara se pajeó aún más rápido—, con lo buena que está Clarisa, yo también hubiera hecho una excepción. Es una rubia… despampanante. Y vos también estás muy buena, así que las re entiendo a las dos. Me imagino que se habrán cambiado juntas más de una vez, habrán hablado de sexo y bueno, terminaron re calientes con las tetas y el orto de la otra.
Mailén soltó una risita.
—Es más o menos como pasó. Aunque tampoco es que yo me vuelva loca por la anatomía femenina. Es decir, sé que Clarisa es re linda; pero a mí lo que más me gustó fue poder hacer algo así con mi mejor amiga.
—Vamos, Mailén… no te me hagas la sentimental ahora —Inara estaba disfrutando al máximo de su “terapia de autosatisfacción”—. ¿Me vas a decir que no se te hizo agua la concha cuando le chupaste esas tetazas? Porque me imagino que se las chupaste…
—Sí, claro… —volvió a reírse. Le parecía surrealista estar hablando con alguien de su única experiencia lésbica, en especial con su propia hermana… en plena paja—. Y no fue lo único que le chupé.
—Uf… sí, a eso me refiero. Clarisa debe tener tremenda concha…
—Eso es cierto, es preciosa. Cuando la vi abierta… mmm, bueno, no puedo negarlo. Sí me excitó mucho.
—¿Y el culo? Por dios, decime que le chupaste el culo…
—No sabía que tuvieras tanto interés en el sexo lésbico.
—Nah, eso me da igual. Lo que pasa es que la situación me parece super excitante: dos amigas que están que parten la tierra, chupándose las conchas entre ellas. Es digno de una película porno.
—No creo estar “que parto la tierra”, pero gracias. Y entiendo lo que decís… —Mailén sonrió con picardía—. Un culo como el de Clarisa no se puede ignorar. Sí se lo chupé, y lo hice las tres veces que cogimos juntas.
—¿Y el tuyo? ¿Lo chupó? Porque tu orto, hermana… tampoco se puede ignorar. Decime que lo hizo…
—¿Por qué tan interesada?
—Ya te dije, me parece excitante la escena… y Clarisa. Sin ser lesbiana, admito que esa rubia me moja la concha. En especial cuando usa esos microbikinis… dios, que puta hermosa.
Mailén soltó una risotada.
—Solo yo puedo decirle “puta hermosa”. Te puedo decir más si me respondés con sinceridad a algo.
—¿Qué cosa?
—¿Qué estaba haciendo Lilén cuando yo entré? Porque… tenés el pezón húmedo —volvió a acariciarlo.
—Está bien, me estaba chupando una teta. Pero nada más, lo juro.
—¿Y se puede saber por qué tu propia hermana te estaba chupando una teta?
—No pienses nada raro, Mailén. Es más complicado de lo que te imaginás. Ya sabés que Lilén es un poquito… especial. Se pone muy nerviosa, y esto de la mudanza la tiene muy mal. Si le permití chuparme la teta es porque sé que eso la tranquiliza… es como chuparse el dedo. Fijación oral, le llaman.
—Mmm… y vos aprovechaste eso para hacerle la paja.
—No, yo me estaba pajeando desde antes que ella entre. Simplemente seguí con lo mío. Listo, ya te dije la verdad, ahora… contame de la puta hermosa de Clarisa. Me imagino que los juguitos de su concha deben ser muy ricos.
Volvió a pasar la mano llena de flujos por la cara de Mailén.
—Ay, pendeja… la puta que te parió —esta vez las dos se rieron—. Ahora me quedó toda la cara con olor a concha.
—De nada, sé que te debe gustar el olorcito a concha.
—Mmm… el de Clarisa sí que me gusta. Y sí, sus juguitos son muy ricos, en especial porque se moja mucho.
—Dios, qué lindo… ¿Y el culo, te lo chupó?
—¿Que si me lo chupó? Me senté en su cara y le dije que no me iba a mover hasta que me metiera la lengua por todos los agujeros.
—¡Esa es la puta de mi hermana! —Inara arqueó su espalda, estaba muy cerca del orgasmo—. Lo bien que se la habrá pasado Clarisa con tus nalgas en la cara… una privilegiada. ¿Y te quedaron ganas de seguir cogiendo con mujeres?
—Mmm, no realmente. Porque, de verdad, no me atraen las mujeres en general. Aunque… quizás sí volvería a coger con Clarisa. Siempre y cuando mamá y la tía no se enteren, no tengo ganas de aguantar otro discurso sobre Dios, el pene y la vagina. Uy, Inara… calmate un poquito… —La aludida se estaba pajeando a toda velocidad, meneando mucho su cuerpo. Estaba en pleno orgasmo y los gemidos se estaban haciendo cada vez más evidentes—. Si querés acabar, avisame… al menos para eso te puedo dejar sola.
—Muy tarde… ya estoy acabando… uf… qué lindo orto que tiene esa rubia.
Mailén se rió.
—Y eso que no la viste en cuatro, con un dildo metido en el culo.
—Uy, dios… dios… —los espasmos de su cuerpo hacían que la masturbación se acelerase más por cortos períodos de tiempo—. ¿Te mostró cómo se metía un dildo por el culo?
—¿Y quién te creés que se lo estaba metiendo?
—Ay, ¿le gusta el anal a la rubia? Me vuelvo loca… ¿Y a vos? ¿También te lo metió?
—Por el culo, no… esas cosas no me gustan. Pero ella tenía muchas ganas de probarlo, así que la ayudé.
—Qué buena amiga… es una pena que no hayas podido disimular cuando la tía Soraya te sorprendió con ella.
—¿Disimular? Imposible. Estábamos desnudas las dos, y yo le estaba metiendo la lengua por la concha, hasta la garganta más o menos… y la tía entró justo en ese momento. Una vergüenza tremenda… que mi tía, que fue monja, me sorprenda chupando una concha fue una de las experiencias más incómodas de mi vida. Y lo peor de todo es que Clarisa estaba acabándome en la boca, con lo que me gustó la última vez que lo hizo, me moría de ganas de sentirlo otra vez… y nos vienen a interrumpir justo en ese momen… bjua… mmm… agg… pará, pendeja. Te re fuiste a la mierda.
Inara volvió a reírse a carcajadas. Aprovechó que sus dedos estaban completamente cubiertos de flujos vaginales y los metió directamente en la boca de Mailén.
—Quise hacerte un regalito, para que recuerdes mejor la concha de Clarisa. Y no te hagas la puritana, bien que me chupaste los dedos.
—No te los chupé a propósito, es que… me los metiste en la boca sin avisar. ¿Qué otra cosa podía hacer? Sos una pelotuda.
—Ufa, ¿te enojaste conmigo? Era solo una bromita.
—No me enojé, por esta vez te la dejo pasar. Pero no me hagas ese tipo de “bromitas”, no me gustan. Una cosa es chuparle la concha a mi mejor amiga, y otra muy distinta es tragarme los jugos sexuales de mi propia hermana.
—Ahora podés decir que conocés el sabor de mi concha —Inara soltó otra risita.
A Mailén le pareció un comentario incómodo y divertido a la vez.
—Es cierto… y puedo decir que la concha de Clarisa es más rica.
—Auch, eso dolió. Pero, está bien, entiendo que no puedo competir con semejante rubia.
—Ay, no seas sonsa, Inara. Vos sos preciosa… y Lilén también, obviamente. Son idénticas. No te hagas la “patito feo” porque no te lo voy a tolerar, sos demasiado linda como para jugar a eso. Y tu concha no está tan mal, solo digo que la de Clarisa es un poquito mejor.
—Mmm… bueno, gracias.
—Aclarado eso… vestite y vamos a la cocina. No quiero que la tía venga a ver por qué demoramos tanto.
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La cena levantó los ánimos de la familia Korvacik, en especial el de Lilén, que disfrutó de las empanadas como si fuera su última cena.
En un momento Soraya se puso seria y miró a todos los presentes. Sin ningún tipo de preámbulo soltó:
—En esta casa hay algo extraño. Puedo sentirlo. Hoy en el pueblo varias personas me dijeron lo mismo: la mansión está maldita.
—Uy, qué originales —dijo Mailén, al mismo tiempo que agarraba otra empanada de la bandeja—. Una mansión embrujada. Es lo típico de todos los pueblitos, tía. Si hay una casa abandonada, tarde o temprano todos van a creer que está maldita o algo así.
—Este caso es diferente. Hablan de una maldición que empezó hace mucho, cuando la habitaba la familia Val Kavian.
—¿Y qué sugerís que hagamos? —Preguntó Rebeca, muy seria. Las gemelas miraban con los ojos desencajados, en especial Lilén.
—Me hablaron de alguien que puede ayudar; pero… no pude averiguar mucho. Nadie se animó a decirme el nombre de esta persona.
—Bueno, nos da un punto por donde empezar —dijo Catriel—. Tenemos que averiguar quién es esta persona y cómo podría ayudarnos.
—¿De verdad, Catriel? —Preguntó Mailén, con incredulidad—. ¿Vos también te vas a creer lo de la mansión embrujada?
—Eso me da igual —dijo, encogiéndose de hombros—. Pero sé que para la tía y para mamá es un asunto importante, y no me cuesta nada ayudarlas.
—Es cierto, averigüemos quién nos puede ayudar, porfis —dijo Lilén.
—Uf… está bien, hagan lo que quieran —Mailén puso los ojos en blanco, sabía que ésta era una batalla perdida—. Pero no cuenten conmigo, no pienso perder el tiempo con estas estupideces.
—En algún momento vas a tener que recordar que somos una familia —dijo Rebeca—, y que nos ayudamos mutuamente. No podemos andar por la vida con esa perspectiva tan individualista.
—Tampoco vendría nada mal que reces de vez en cuando —sugirió Soraya.
—Ah, no… eso sí que no. Podría llegar a ayudarlos, si es que con eso se calman. Pero no me pidan que rece. Ya lo dije una y mil veces: Dios no existe. No pienso hablarle a un “amigo imaginario”. ¿Ustedes son creyentes? Bien, se los respeto. Yo soy atea. Aprendan a respetar eso.
Soraya se persignó. El resto de la cena transcurrió en absoluto silencio.
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