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Pintando a mi mamá desnuda (1)


Desde que el maldito de mi padre nos abandonó me he visto obligado a ser el soporte emocional de mi madre. Ha pasado días, semanas y meses triste, mientras yo hacía malabares para rendir en la universidad y al mismo tiempo estar presente y ayudarla con el peso de las tareas domésticas. No ha sido fácil, pero ha servido para acercarnos y conocernos más.

Algo que me ha permitido tener ese tiempo es haber terminado con mi novia. Es irónico que este agradeciendo algo que me hizo sufrir tanto, pero la verdad es que ya estoy mejor y si hubiera estado de novio difícilmente hubiera tenido el tiempo para dedicarme con tranquilidad a ser un buen estudiante y un buen hijo.

No lo había mencionado, pero estudió arte. Así es, tomé la arriesgada decisión de transformar mi pasión en mi trabajo, hasta el momento todo ha resultado bien, pero con esto del encierro se han presentado ciertos inconvenientes, justo estamos pasando por la unidad relacionada con el dibujo de desnudos, y por más que, dada las circunstancias, se este permitiendo emplear fotografías sacadas de internet, la sensación no es la misma, es distinto tratar de captar la vida en un retrato, la piel vibrante que no cabe en las fotografías. Así que me puse a pensar que podía hacer al respecto, y se me vino una idea a la cabeza, aunque la descarté de inmediato, era un pensamiento ridículo.

Como dije, tras la separación de mis padres, me he tenido que acercar mucho más a ella, lo que se ha intensificado por el encierro que llevamos meses compartiendo. Hablamos por horas, y de a poco dejamos de hablar como madre e hijo y pasamos a ser dos amigos que charlan de cualquier cosa, realmente, de cualquier cosa. Lo que se nota aún más cuando, antes de dormir, compartimos unas copas de vino, como la tarde de ayer, cuando a eso de las 8 de la noche descorchamos una botella y nos sentamos en la mesa como casi todos los fines de semana:

- Ey mama, vienes?
- Si, en seguida, me estoy poniendo pijama, hace demasiado calor para estar con ropa.
- Ok, si no llegas rápido me tendré que beber la botella yo solo jajaj

Pero llegó rápido, la vi bajar la escalera con cuidado, tomada del pasamanos (era una escalera inclinada, así que la precaución era justificada). Tenía puesto un pijama corto, negro, de esos que son un poco translucidos y llegan hasta la mitad del muslo, la seda delgada caía sobre su cuerpo y dibujaba sus contornos. Para su edad estaba bien, para cualquier edad estaba bien. La parte superior del pijama se apretaba contra sus pechos, y esa seda tan suelta quedaba absolutamente tirante, sus pechos eran grandes, generosos (cuando la abrazo los siento apretados contra mi, separándome de ella).

Estaba delgada, en la cuarentena hemos dedicado tiempo a ejercitarnos juntos, con esos videos de youtube en el que te van mostrando los ejercicios que debes hacer, y se notaba que el entrenamiento había servido, por que la seda bajaba por su cintura como acariciándola, y se abría para seguir el contorno de sus caderas.

Puede parecer sorprendente que se haya vestido tan osadamente, pero la verdad es que tras pasar tanto tiempo juntos nos hemos ido relajando, y se han ido corriendo los márgenes de lo normal. Para mi por ejemplo, es normal andar con bóxer y sin camisa por la casa, y para ella es normal bajar la escalera con ese pijama corto, suave y casi transparente. Eso fue lo que vi hasta que los dos nos sentamos en la mesa.

- Me tuve que poner este pijama, el calor es insoportable.
- Dímelo a mí, tuve que salir en la tarde, incluso creo que me quemé
- Te dije que te echaras bloqueador.
- Jajaja, ya estoy un poco grande para que me reprendas así
- Esta bien, pero para la otra recuérdalo.
- ¿Oye, y como te ha ido con ese tipo que habías conocido por internet?
- Mmm, creo que bien, aunque hay algunos problemas.
- ¿A que te refieres?
- Mmm, la verdad es que me da un poco de vergüenza contártelo.
- Dale má, no hay problema, me puedes contar lo que sea.
- Bueno jaja, pero déjame tomar un poco de vino, quizás así me atrevo.
- Entonces es el momento de un brindis
- ¿Y por que brindaremos?
- Ehh, ya sé, por que el entrenamiento que hemos seguido esta dando frutos, es cosa de ver el cuerpazo que tienes.

Al parecer mi padre no se esperaba ese comentario, por que se ruborizo y bajo la mirada hacía la mesa, como sin saber que responder, luego me dijo:

- Ay, muchas gracias, aunque tu tampoco te quedas atrás, ya que siempre andas sin polera por la casa me he dado cuenta como se ha ido tonificando tu dorso.

Ahora fui yo el que se ruborizó:

- En verdad lo crees? Muchas gracias.
- No te pongas nervioso jaja, como quieres que no me de cuenta, si te veo todos los días, no se como no estas de novio con alguien, cualquiera quería estar contigo.
- ¿Cualquiera? No creo, bueno… estamos en tiempos difíciles para esas cosas, pero, ey, estábamos hablando de ti. ¿Cuál es el problema con el tipo de internet?

A esta altura ambos ya estábamos un poquito ebrios, así que las palabras le salieron con más facilidad:

- Eh, bueno, mira, lo que pasa es que, como no nos podemos ver muy seguido, a veces nos mandamos mensajes un tanto… calientes, y el me pide que le mande fotos, yo quiero hacerlo, pero no me atrevo, no se como hacerlo, me da miedo que no le gusten.
- Eso es muy normal, entiendo que quizás para ti sea algo nuevo, pero no tienes de que preocuparte, ni menos sentirte insegura, como te dije tienes un cuerpazo, y bastaría que le mandes una foto para que se vuelva loco.
- Jajaja, eres tan bueno conmigo, siempre subiéndome el ánimo, aunque sea con mentiras.

Por diversos motivos mi madre no era consciente de lo atractiva que era, así que era necesario recordárselo de vez en cuando. Y yo lo tenia muy presente, ya que tanto tiempo encerrado con ella, soltero, sin otra liberación que mi mano aburrida de tanto darme el placer vacío de las pajas de cada día, era inevitable empezar a mirarla con otros ojos, porque era una mujer, era un cuerpo que pasaba al lado mío con sus pechos, su culo, su cintura, su cadera, y no era yo, eran mis ojos la que la seguían casi dejando un rastro de baba, por eso le dije:

- No son mentiras, estas en tu mejor momento, por favor, mírate al espejo, mira lo bien que te ves con ese pijama, mira como se marca tu cadera, mira tus muslos hermosos, y tu cintura, mira como el pijama cae por tu cintura…

Me detuve ahí, me di cuenta que estaba hablando de más, pensando en voz alta, aprovechando el tiempo para recrear mi mirada en su cuerpo, recorrerlo con los ojos como lo recorría la seda del pijama. Justo tras callarme, sentí crecer un bulto en mi pantalón, y vi como sus dos pezones emergían y dejaban su marca en pijama, levantando la seda. Se levantó mi miembro, se levantaron sus pezones y nos levantamos de las sillas.

- Má, perdón si se me pasó la mano con lo que dije… solo quería hacerte sentir mejor.
- No te preocupes, de hecho, te lo agradezco, me gusta saber que puedo causar eso en un hombre. Ya tengo sueño, buenas noches.

Justo antes de llegar a la escalera, se dio vuelta y me dijo:

- Quizás aproveche el empujón del vino para sacarme esas fotitos jaajaj

Y se fue, mientras tanto, yo miraba su culo subiendo la escalera, se notaba apenas la tanguita que escondía el pijama, pero fue suficiente para que mi erección alcanzará su punto máximo. Dejé las copas en el lavaplatos y me fui corriendo al baño a correrme la mejor paja de mi vida.

Al día siguiente nos encontramos en la cocina para desayunar, nos saludamos, pero no conversamos mucho, por el contrario, nos rodeaba un silencio incomodo, hasta que me miró y me dijo:

- Ya se lo que me quieres preguntar, y te responderé, si me saqué las fotos y ya se las envié, le encantaron (cuando dijo esto sonrió), gracias por darme el impulso.
- No te quería hacer esa pregunta jaja, pero de todos modos te felicito. Mis clases empiezan en 5 minutos, tengo que ir a mi pieza, que tengas un buen día.
- Suerte en tus clases.

Llegué atrasado a clases, pues al ver a mi madre de nuevo, no pude sino tener otra erección, y tenía que sacarme eso de encima para poder estar tranquilo, para poder pensar en otra cosa.

Apenas entré al baño me di cuenta que había dejado su celular encima del mueble. Me quedé quieto unos segundos, electrificado por una idea repentina. Tomé rápidamente el celular y, de lo nervioso que estaba, casi se me cayó de las manos. Entré a la galería de fotos, y encontré lo que estaba buscando.

Ahí estaba, mi madre, en gloria y majestad, como nunca la había visto. Eran tres fotos. En la primera se veía de frente, de pie, con los pies un poco separados, levantando con una mano el pijama, lo suficiente para dejar de ver su vientre plano, su ombligo, la curva de su cintura y su cadera, y una tanguita negra, hice zoom con los dedos para verla mas de cerca, y lo que vi fue una mancha de humedad sobre su vagina. Se me hizo agua la boca, me imaginaba lamiéndola, saboreandola.

No entendía que me pasaba, per mi mano sí, porque me masturbaba furiosamente. La segunda foto era un primer plano de sus tetas, por arriba solo se veía su cuello y por abajo la foto llegaba hasta un poco más arriba de su ombligo. Ahí estaban sus tetas, generosas, grandes, un poco caídas por la edad, pero igualmente deliciosas. Ahí estaban los pezones erectos que vi la noche anterior en la mesa, rodeados por una aureola un tanto oscura. No se que me pasaba, pero sentía la necesidad física de dedicar el resto de mi vida a lamer sus pezones hasta hacerla gritar.

Finalmente, y de improviso, eyaculé y me vi ahí, en el baño, sólo, culpable y sucio. Con el fin de purificar mi alma y mi cuerpo, decidí ducharme. Me desvestí y fui dejando mis prendas en el tacho de la ropa sucia, fue entonces cuando me percaté de que ahí estaba la tanguista de mi madre, la tanguista negra, la tanguita de la foto.

La culpa se disipó y fue remplazada por una calentura incontrolable que me obligó a tomarla y llevármela al rostro, apretándola, estrujandola, para sentir el olor de su humedad, para saborear su placer, para cerrar los ojos y lanzarme a su cuerpo, para sentir la puerta abriendose, y el grito de mi madre al verme semidesnudo, oliendo su ropa interior, con una erección imponente tensando mi pijama. Cerró la puerta y se fue.

Ese mismo día, por la tarde, cuando se acercaba la hora de nuestra tradicional conversación, un velo de incomodidad pululaba por la casa, y yo no me atrevía a salir de mi cuarto.

A eso de las siete y media de la tarde, mi madre tocó mi puerta. Yo respondí rápidamente:

- Tengo muchos deberes, estoy ocupado
- Ok, hijo, lo entiendo, solo quiero que sepas que no hay ningún problema con lo que pasó esta mañana. Es normal, entiendo que tengas tus necesidades, además que con esto del encierro no hay muchas posibilidades, no te preocupes.

Yo guardé silencio, pero me sentí aliviado. Me había sacado un peso de encima.

A la mañana siguiente nos encontramos en la cocina para desayunar. Mi incomodidad inicial fue amainando a medida que me fui dando cuenta de la naturalidad con que ella actuaba, con su habitual alegría matutina, como si nada hubiera pasado. Tras darme los buenos días, me preguntó sobre los deberes que me tenían tan ocupado:

- Bueno, como sabes, estoy pasando por la unidad de dibujo de desnudos, y quedan pocos días para la entrega y no se muy bien que hacer.
- ¿Por que no?
- Es que se supone que lo debemos hacer con una foto, pero es bastante frustrante y no se parece en nada a una experiencia real, al desafío de retratar a un cuerpo vivo. No se muy bien como explicarlo.

Mi madre se quedo pensativa mirando su desayuno, unos segundos después me dijo:

- Eh, quizás sea extraño pero, al tratarse de algo completamente académico, supongo que no hay problema. Si quieres puedo ser tu modelo. Sabes que estoy dispuesta a ayudarte en lo que puedas, y si necesitas esto, no tengo problema en dejar que me dibujes... desnuda.

Me quede en silencio, estupefacto, sin saber que decir. Pero no fue necesario decir nada, pues ella habló primero.

- Esta bien hoy en la tarde?
- Ehh… Sí, muchas gracias.

Llegó la tarde, y la esperaba con el lienzo instalado en la sala de estar, frente al sillón. Mi madre salió de su pieza con el pijama negro de la otra vez. Aunque, esta vez, mi atención esquivaba el pijama como un obstáculo que me alejaba de lo que había detrás, de su piel.

Nos saludamos con algo de vergüenza y procedí a explicarle lo que debía hacer. La idea era que se recostara en el sillón. Y, cada cierto tiempo, le iría dando pequeñas sugerencias, para poder dibujarla desde diversas perspectivas. Ella me escuchaba con atención, asintiendo. Y apenas finalice con mi instrucción preliminar, se desvistió lentamente. Se sacó el pijama, de una sola pieza, por la parte superior, por lo que pude ver su cuerpo surgiendo lentamente. Su vientre, sus pechos, empujados hacia arriba por el roce del camisón, para después rebotar un poco, hasta quedarse quietos, reposados, lo que nos llevó a compartir una risa nerviosa. La única prenda que quedaba era la tanguista negra, y, sin que yo se lo pidiera, se la sacó y la dejó en el suelo.
Estaba acostada de lado, mirándome. Las piernas cruzadas. Comencé con la parte superior. Me gustaba imaginar que el pincel acariciaba su cuerpo. A medida que pasaba el tiempo, se fueron asomando sus pezones, como llamados por el aire, como alegres de estar siendo retratados. Después de tanto silencio, sentí que era necesario decir algo, cualquier cosa:

- Parece que hace frío.

Ella rió y me dijo, con imprevista seriedad:

- No, lo raro es que no hace nada de frío.

Enfrascado en el trabajo, pasaban volando los minutos. Por momentos la concentración me alejaba, incluso, del deseo que crecía en mis calzoncillos. Pero de vez en cuando me detenía a mirarla, ya no con ojos de artista, sino que de hombre, sediento, deseoso, ansioso por soltar el pincel y tomar mi pene, para pintar todo su cuerpo con mi leche. Y luego me sorprendía, avergonzado de dejarme llevar por esas lujuriosas ensoñaciones.

Ya había terminado el primer bosquejo. Le pedí, entonces, que se diera la vuelta, pero sin cambiar la posición del cuerpo. Ahora veía su cabellera negra cayendo de lado, la parte de atrás de su cuello, su espalda suave, delicada. Y la curva de su cadera, por la que mis ojos subían y bajaban, como en una montaña rusa. Y, bueno, su culo, no demasiado grande, pero bien formado, firme. Daban ganas de apretarlo, de morderlo, de dejar la suave marca de mis dientes, como la firma de un artista que finaliza su obra. Así fue pasando el tiempo y las posiciones.

- Ahora recuestáte hacia arriba, con el brazo izquierdo cruzando tu rostro.
- Ahora de lado, con las rodillas en el pecho.
- Ahora de frente, dejando caer el pelo sobre tus pechos.

Por entonces ya había cumplido, con creces, lo que el informe requería. Pero no quería dejar de mirarla y, por otro lado, me tentaba la posibilidad de seguir dandole instrucciones, sabiendo que las acataría sin rechistar.

- Ya queda poco. Ahora mírame de frente. Sí, justo así. Abre un poco las piernas, un poco más. Excelente, lo haces muy bien mamá.

Podía ver su vagina, podía ver el húmedo comienzo de su sexo, el vello púbico, la marca de una verdadera mujer, una invitación a la osadía.

- Bien, mamá. Muchas gracias. Abre un poco más las piernas. Tus manos en el cuello, por favor. Bien. Cierra los ojos. Deja que tu mano se deslice hasta tus pechos, que caiga suavemente por tu piel. Acaricia tus pezones con el dorso de tus dedos. Ahora rodéalos, en círculos. Sí, así, justo así.

Ella comenzaba a respirar entrecortadamente, lanzando pequeños gemidos, casi imperceptibles.

- Lo haces muy bien. Aprieta tus pezones un poco. No tan fuerte, solo un poco. Como si alguien te diera una mordida tímida ahí, justo ahí.

La intensidad de sus gemidos aumentaba lentamente.

- Desliza tus manos por tu piel. Baja. Recorre tu vientre. Date el tiempo de acariciar tu cintura. Sigue.

Su mano se dirige peligrosamente a su entrepierna.

- ¡No! Aún no. Pon las manos en tus muslos. Con el dorso de tus manos, acaricia el interior. Suave. Aún no. Cuando yo te diga, mamá, cuando yo te diga. Acércate de a poco, de a poco. ¡No! Aun no. Metete los dedos a la boca. Llenalos de saliva. Ahora sí. Toca tu vagina. De arriba a abajo, tratala con cariño. Déjame verla. Acaricia tu clítoris, como tus pezones, en círculos, en círculos.

Para entonces, ya gemía a todo pulmón, sin reprimirse de ningún modo. De pronto se detuvo, y abrió los ojos. Miro alrededor, sorprendida, como si estuviera despertando. Como si, recién, se diera cuenta de donde estaba, de lo que estaba haciendo. Tomó su ropa, se puso de pie, y se fue, rápidamente, a su habitación. Todo terminó con un portazo.




Continuará...

5 comentarios - Pintando a mi mamá desnuda (1)

JuanJoshep
excelente relato va despertando la imaginacion de magnifica forma, van 10 y a fav
franohora
Muy bueno!!!!! Espero ansioso la segunda parte!!!!