Capítulo anterior: Conocí a Ágata en Tinder
Durante el mes siguiente que me estuve viendo con Ágata, me demostró tres cosas: adoración por mi polla, completa sumisión cuando me la follaba, y que hablaba en serio cuando me decía que además quería un amigo. Entre semana quedábamos una o dos veces para tomar un café y ponernos al día. Pero los viernes normalmente íbamos a cenar. Nunca me puso problemas con el dinero, y nos turnábamos para pagar. También hacíamos planes que nos sacaban de casa el sábado entero. Ambas noches las dedicábamos a explorarnos por completo desnudos, y el domingo por la mañana, ella volvía a su casa después de invitarme a desayunar.
Después del hotel del primer día, le sugerí que estaríamos mejor en mi casa al menos. Yo vivía en un piso pequeño, pero en el piso de enfrente no vivía nadie, así que podíamos hacer ruido. Y teníamos lo que necesitábamos para las horas de ocio: una cocina con una cafetera que funcionaba de maravilla, y una cama que tenía los muelles casi nuevos y aguantó lo que fuimos haciendo. Como ese sábado por la noche, en la que volvimos a casa después de haber estado por la mañana de ruta por el campo y al volver nos habíamos metido en una sesión doble de teatro.
“¡Ah, ah, ah, ah, ah! ¡JP, me gusta!”, gimoteaba
Yo la había atado al cabecero de la cama. Se había traído un par de esposas de su casa y la había amarrado las muñecas con ella. Y luego, se me ocurrió una pequeña locura, y la até también por el cabello. Ella sonrió, y me miraba satisfecha mientras yo estaba entre sus piernas follándola. El poco maquillaje que se había puesto estaba completamente corrido por su cara, ya que precisamente yo me había corrido ahí un rato antes.
“¿Te gusta que me corra dentro?”, pregunté mientras le pellizcaba los pezones.
“¡Sí, me gusta mucho!”
“¿Y si me corro encima de ti?”, la provoqué. En realidad lo había hecho más de una vez, pero a ella la gustaba más que la llenase.
“¡Por favor, lléname con tu lefa! ¡La necesito!”, me pidió.
Le comí la boca con fuerza mientras seguía bombeando dentro de su coño, y me corrí. Ella tembló. Se corría también. Estaba habituada a nuestro ritmo sexual, y aunque tenía otros orgasmos, lograba correrse si yo lo había dentro de ella. Sonreí con malicia mientras la miraba. Ella me devolvía la mirada con ojos suplicantes. La miré. La verdad, tenía las tetas rojas, pues me había empeñado en jugar a azotárselas antes de follarla. Y aún así ella lo gozaba más que yo. Con cuidado, desaté su pelo de mi cabecero en primer lugar, y luego le liberé las manos.
“¿Te duelen?”, le pregunté mientras les echaba un vistazo.
“Estoy bien, gracias”, me respondió con una sonrisa. “Te adoro, JP. Me gusta cómo me cuidas después de follar”
“Es lo mínimo, ¿no?”
“No sé qué hacen los demás, pero a mi no me había pasado nunca. Ni con el padre de Irene”
“Nunca me hablas de tu exmarido”, le dije.
“¿A mi amante? ¿Quieres que te de el coñazo con eso?”, preguntó extrañada.
“Como amante no, pero como amigo…”, bromeé. “Tampoco quiero que me cuentes lo que no te apetece”
“Bueno”, dijo, mientras se tumbaba de lado y empezaba a acariciarme el pecho. “A ver. Admito que la tenía más grande que tú. Pero solo me satisfizo nuestro primer año… que fue justo cuando me quedé embarazada. Después del nacimiento de Irene, el sexo cayó en picado. En calidad y en cantidad. No volví a correrme… con él. Le hacía ponerse la gomita, porque ya no quería que se corriera dentro de mi. Y después de follar, él se quedaba dormido, y yo iba al baño a masturbarme y correrme en condiciones. Nos separamos cuando Irene tenía diez años”
“Eso es mucho tiempo aguantando”, le dije.
“Bueno. Teníamos a nuestra hija, lo hice más por ella. Hasta que me harté. Ahora ni siquiera nos vemos. Él venía a por Irene cuando le tocaba por custodia, y yo ni siquiera salía a verle. Se volvió a casar hace cinco años, y desde entonces se ha desentendido por completo de nuestra hija. Se limitaba a pasarme la pensión, este año ya no tiene por qué hacerlo, así que…”
“Pero no tienes problemas de dinero, ¿no?”, le pregunté.
“Qué va. Vivo holgada, no te preocupes. De hecho me tienta a veces decirte que te puedo mantener…”, dijo, y empezó a acariciarme la polla.
“No me tientes, que estoy muy harto de redactar gilipolleces para el periódico”, bromeé.
“Bueno. Nos lo pensamos”, rió. “Por cierto, te quería proponer una cosa”
“Dime”
“La semana que viene mi hija se va a dormir a casa de una amiga el fin de semana. Así que en vez de salir por ahí… podrías venir a mi casa, y nos marcamos un maratón sexual”
“Eso me interesa mucho”
“Y además, te quiero enseñar el nuevo collar de perrita sumisa que me he comprado… y darte la correa”
Después de aquello, la puse en cuatro sobre la cama, solo para comerle el coño hasta que me llenó la boca de sus chorros. No se merecía menos.
La semana siguiente se me pasó lenta. Además, Ágata estuvo más ocupada por su trabajo, así que ni siquiera podíamos tomarnos nuestros cafés. Solo teníamos ratos para llamarnos por teléfono. Aunque se aseguró de mantenerme encendido. Empezó a enviarme fotos de su cuello. Y yo empezaba a fantasear con ponerle aquel collar que estaba deseando ver y hacerla mía. Jamás había pensado en tener una sumisa, pero… mi experiencia con Ágata me hacía valorarlo más.
Llegó el viernes. Yo salí de mi casa a la hora prevista, y me dirigí a casa de mi amiga en mi coche. Caray. Varias casas de familias acomodadas, rodeadas por jardín a los cuatro costados, formaban su calle. Justo delante de la de Ágata había una plaza disponible, así que aparqué allí, y en ese momento, me llamó al móvil.
“Dime”, le dije.
“¿Dónde andas?”
“Acabo de aparcar, estoy en tu puerta”
“Mierda”
“¿Ha pasado algo?”
“Tenemos un problema… Espera, ¿estás fuera?”, me preguntó.
“Sí… me voy si…”
“No, no… entra. Te abro”
Me acerqué a la verja de su casa en el momento en que se abría. El jardín estaba bien cuidado. Sabía que Ágata tenía dinero, y ahora me hacía a la idea de cuánto. Me volví a pensar lo de dejar que me mantuviera. Lo crucé y llegué a su puerta, donde ella me esperaba.
“Hola, cielo”, dijo, y me plantó un fugaz beso en los labios.
“Hola. ¿Qué pasa?”
“Entra. Tienes que conocer a alguien”
La puerta principal daba pie a un amplio salón. Me fijé en las puertas que daban acceso a la cocina y al aseo, y una escalera de caracol que subía y bajaba. Yo me centré en lo bonita que era la estancia principal. A una altura, una mesa larga de madera cubierta por cristal, pero lo suficientemente apartada como para no quitar amplitud. Dos escalones daban pie al nivel inferior, donde había tres sofás kilométricos cerca de una mesita, y una gran tele presidiendo. Las puertas de cristal daban a la parte de atrás del jardín.
Y en medio de la sala, una personita. No me hizo falta preguntar. Ella tenía que ser Irene. Su pelo era castaño (no natural, sino teñido en diferentes tonos) y cortado en media melena. Sus ojos tímidos se ocultaban tras unas gafas de montura fina, mientras parecía examinarme. Era guapa. Y en cuanto a su ropa… bueno. Había un gran contraste. Ágata se habituaba a exhibir su feminidad delante de mí, mientras que Irene parecía más recatada. Una blusa blanca, faldita. Nada de maquillaje. Y expresión de inocencia. Ágata, por su parte, camiseta ajustada y falda vaquera.
“JP, ella es Irene. Irene, él es JP, mi amigo”, dijo Ágata.
“Encantado”, le dije. Y le tendí la mano. Ella me la devolvió.
“Igualmente”
“Verás, es que… al final no se va”, me explicó Ágata. Era la primera vez que la veía tan azorada desde que la conocía. “Ha sido un imprevisto, yo…”
“Perdón…”, dijo la joven, con voz tímida.
“No, no, nada que perdonar. Es vuestra casa”, dije.
“Eres un cielo. Bueno. Se me ocurre algo, que estaba hablando con Irene cuando llegabas”, dijo Ágata.
“Decidme”
Irene apartó un poco la mirada. Ágata me sujetó por la muñeca con cuidado, y me llevó a la escalera de caracol, que estaba al lado de la cocina.
“Yo duermo arriba. Irene se mudó al sótano cuando empezó el instituto. Estaríamos lejos, si te apetece quedarte…”
“Mamá, ya te he dicho que puedo ir a casa de Marta”, interrumpió Irene.
“¿Pero no dices siempre que Marta es una hija de puta?”
“Bueno, pero así os puedo dejar solos…”
“Un momento”, dije. “Irene. Necesito saber si te parece bien que me quede. Si no, me puedo ir. Bueno. Ágata, sabes que en mi casa eres bien recibida. No es tan grande, pero…”
“Yo no soy ninguna niña”, me cortó Irene. “Sé lo que… lo que queréis hacer. Y mamá tiene razón. Si vosotros estáis arriba y yo abajo no me enteraré de nada. Puedes quedarte”, me dijo.
“¿Estás completamente segura?”, le pregunté.
Ella asintió.
“Ay, hija… qué buena eres”, dijo su madre. Y en ese momento le sonó el móvil. “Coño con el telefonito… un momento. Diga…”
Me quedé a solas con Irene mientras Ágata se metía en la cocina para hablar. El ambiente era un poco tenso. Pero no mucho. Solo el de dos personas que no se conocían… pero yo era el que se estaba follando a la madre de la otra.
“Oye… si quieres que me vaya dímelo ahora. Me invento cualquier excusa, no quiero que haya malos rollos entre nosotros”, le dije. Pero ella negó con la cabeza.
“Veo a mamá más feliz desde que queda contigo. Me gusta más así”
Qué amor de jovencita, pensé.
“¿Te enseño la casa?”, me preguntó.
“Claro”
Nos asomamos a la cocina, donde tenían una mesa baja para comer, y una larga encimera donde estaba el fregadero, espacio para preparar comida, una vitrocerámica, más espacio, una alacena superior, y al final de todo un frigorífico doble. Ágata nos sonrió mientras seguía hablando por el móvil. “Trabajo”, gesticuló. Luego me enseñó el aseo. Era completo, con bañera de buen tamaño, su lavabo y el retrete con espacio suficiente para moverse.
Me guió escaleras arriba. Y en ese momento me fijé por primera vez en su culo. Parecía bonito, aunque la falda no me permitía juzgarlo apropiadamente. Y al subir, la falda la descubría las rodillas. Bonitas piernas. Ni un solo pelito rebelde. Céntrate… que has venido a tirarte a su madre, me recordé. El piso superior estaba formado por tres habitaciones. La principal, de Ágata, con una gran cama, tenía su aseo privado, con plato de ducha. Menudo lujo. Pasamos enfrente de otro aseo, recogido, también con ducha. Y al otro lado, dos habitaciones pequeñas.
“Esta era la mía de cuando era niña”, me explicó, y la abrió. Toda entera pintada de rosa. Y sábanas de rosa. Y los muebles en rosa. Salimos de ahí. “Y este es el despacho de mamá”, me dijo, abriendo el otro cuarto. El más minimalista: un escritorio sobre el cual había un ordenador, y un archivador.
“Qué casa más bonita tenéis”, le dije.
Bajamos, y me di cuenta de que no se detenía en el salón.
“¿Más abajo?”, me extrañé. Llegamos al sótano. Dos puertas de hierro.
“Este es el garaje”, me dijo y lo abrió. Ahí estaba el coche de Ágata y varias estanterías llenas de cosas”
“Y supongo que tú duermes ahí”, señalé a la otra puerta.
“Eh… sí”
“No hace falta que…” me lo enseñes, acabé mentalmente, pues ella abrió la puerta. Tenía unas ventanas superiores por las cuales le entraba luz del exterior. Una cama completamente deshecha… con varios tangas tirados encima. Aparté la mirada. Muebles normales, de dormitorio. En color madera, menos personales que los que tenía en su dormitorio de niña. Un portátil en el cual sonaba música, su ropero con espejo, una alfombra en el suelo…
“Ah, estáis aquí”, dijo Ágata. “¿Qué tal el tour? ¿Te gusta mi casa?”
“Es maravillosa”, le dije.
“Bueno. ¿Os parece bien si pedimos la cena?”, dijo Ágata. “Tenía otra cosa en mente, pero estando los tres, quizá una pizza…”
“Os puedo dejar solos, yo me hago un sándwich”, dijo Irene.
“Que no, hija, que no. Si estás en casa, estás en casa. JP y yo… ya veremos luego”, comentó Ágata.
Así que los tres disfrutamos de dos pizzas que pedimos a domicilio. Ágata habló maravillas de su hija y lo buena estudiante que era. Y ella parecía más bien vergonzosa. Acabada la cena, llegó el momento incómodo de ir a hacer lo que Irene sabía que haríamos.
“Bueno, hija… ¿vas a ver algo en la tele, o…?”
“No, me bajo a mi habitación”, dijo ella, apartando la mirada, y marchó escaleras abajo.
Ágata y yo subimos las escaleras. Evité tocarla durante la subida por las escaleras. Me lo pensé mejor y tampoco hice nada cuando cerró la puerta del dormitorio. Echó el pestillo, y me miró.
“Podemos empezar, ¿no?”, me dijo.
“¿Estás segura? No te veo muy animada”
“No te he hecho venir para no follar…”
“Pero está tu hija”, le recordé. “No pasa nada si alguna vez no hacemos…”
Me tiró sobre la cama y me devoró la boca. Sentí su lengua sobre la mía. Estaba desatada.
“No puedo no hacerlo”, me dijo. “Además, tengo que estrenar algo”
Se bajó de encima de mi y abrió el cajón de su mesilla. No era broma. Se había comprado el collar. Era suave, de color negro. Y llevaba un pequeño colgante, donde ponía su nombre… y mi número de teléfono.
“Por si me pierdo, que sepan a quién devolverme”, rió. “¿Me lo pones?”
Me puse tras ella y le aparté el cabello. Impresionante lo loca que estaba por mi. Se lo até con cuidado. Una cosa era jugar a que ella era mi puta y yo su semental, y otra hacerla daño indebidamente.
“¿No te aprieta?”, le pregunté.
“No…”
Y se quitó la camiseta en ese momento. No llevaba el sujetador. Mientras me enseñaba las tetas se bajó la falda, y se quitó las bragas. Solo llevaba el collar para mi.
“¿De verdad vamos a jugar a esto en tu cama?”, le pregunté. Ella asintió. “Pues túmbate bocarriba… y deja que asome la cabeza”
Sonrió y obedeció de inmediato. Se subió al colchón bocarriba, y dejó la cabeza colgando suavemente por el lateral. Yo me bajé los pantalones y el calzoncillo. Ya me la había endurecido un poco mientras me besaba, y ahora tenía que terminar de ponérmela dura. Le abrí la boca, y le metí la polla con cuidado. Ella empezó a mamármela mientras yo me quitaba la camiseta, y cuando por fin estuve desnudo empecé a follarle la boca. Al principio iba lento, mientras aprovechaba para manosearle las tetas. Cuando subí de intensidad, me sujeté a su clavícula. Jamás la agarraba por el cuello, aunque la única vez que me lo pidió, tuve el cuidado de hacer presión hacia los lados, y no por donde podía asfixiarla.
Admito que el juego me excitaba más cada día, según conocía sus costumbres. Y además, sentir mis huevos contra su nariz cada vez que se la tragaba entera me la endurecía aún más. Tenía que hablar con ella, pero… en ese momento la sangre no estaba en mi cabeza. En aquel momento solo me dejaba llevar, y se la seguía metiendo en la boca hasta que me corrí. Era rara la vez que se tragaba toda mi lefa. Normalmente dejaba que le cayera un poco por la comisura, o en la cara, o en las tetas. Y ahí preferí descargar a gusto. Con ella bocabajo no quería un susto si intentaba tragarse todo.
“Me encanta cuando me reclamas como tuya”, dijo, mientras se acariciaba las tetas, extendiendo mi semen por ellas. “Vamos, JP, llevo toda la semana deseando que me folles”
“¿Quieres que te folle, puta?”, le pregunté. Así le gustaba que le dijera. Ella asintió muy despacio. “¿Y a qué esperas? ¡Ponte en posición para mi!”, le ordené.
Se revolvió en la cama. Seguía bocarriba, pero ahora con las piernas levantadas al aire. Yo me subí al colchón con ella y empecé a frotar mi picha contra su rajita. Vi en su mirada que me suplicaba que se la metiera. Y lo hice apenas la tuve de nuevo dura. No completamente tiesa, pero sí lo suficiente como para poder entrar en su coño húmedo. Ella suspiró. Yo empecé a metérsela despacio, probando a ver cómo reaccionaba. Y la escuché gemir.
“¡Mmmm…! Malo… Aaaaah…”
Gemía más sensualmente que cuando le daba duro. Bien. Fui a darle un beso. Ella lo aceptó por un momento, pero en seguida empezó a pedirme que la follase como siempre. Asentí y empecé a embestirla. Apoyando los puños sobre el colchón, movía mis caderas rápidamente. Como a ella le gustaba. Se dejó llevar por los jadeos habituales. Me miró a los ojos, pidiéndome más. Sus tetas se movían, hipnotizándome, con los movimientos provocados por mis embestidas. Era tan bella, era un monumento de mujer y que en cambio le gustaba que la tratase duro y frío… A veces hacía como ese día, envolvía mi cintura con las piernas y ella misma me marcaba el ritmo, cuando no podía soportar esos segundos en que mi picha no estaba dentro de ella.
Me corrí un montón dentro de ella, y nuevamente, mi lefa se mezcló con sus chorros. Miré, como siempre, ese punto en que nuestros fluidos se unían en uno. Pobres sábanas. Me tumbé a su lado. En ese momento ella estaba especialmente vulnerable. Y decidí hablar con ella.
“¿Por qué siempre hay que follar duro?”
“Porque es genial”, dijo ella. Y aún así, se me acurrucó un poco.
“Siempre follamos duro. ¿Por qué siempre te tengo que tratar como si fueras mi puta?”
“¿Y no lo soy?”, Ágata sonreía. No lo pillaba.
“No. Eres mi amiga”, le dije
“Una amiga a la que le encanta follar”. De pronto, ya no sonreía tanto. “Y lo de los besos y las caricias son cosas de la gente que se ama”
“Y yo te amo”, le solté. Ella se quedó paralizada. Yo me aseguré de mirarla directamente. “No es amor romántico. Pero te lo he dicho. Somos amigos, me has compartido confidencias, me lo paso genial cuando quedo contigo. Me importas”, le recalqué. “Y no me siento cómodo si siempre me haces el papel de zorra. Porque yo no necesito una zorra. Quiero follar normal también. Y acariciarte, y besarte y sentir tu cuerpo cuando lo hacemos”
“Eso es muy ñoño”, protestó y se dio la vuelta. Yo me acerqué por detrás, juntando mi pecho con su espalda y empecé a acariciarla. Al menos no me apartó la mano.
“Te he dicho que somos amigos. Si hay algo que necesitas compartir, dímelo”
“Joder, JP…”, la escuché sollozar. Dejé que me ocultase la cara. “¿Por qué eres tan bueno conmigo?”
“Soy tu amigo”
“No, yo de eso no tengo…”
“Me tienes a mi…”
Ella optó por tumbarse bocarriba. Ya no sollozaba, aunque las lágrimas que le habían caído eran visibles y aún le brillaban los ojos.
“Todos mis amigos me han dado de lado. Y tú algún día lo harás”
“Si eso fuera así, te habría dado de lado la primera vez que follamos”, le dije. “Por algo sigo aquí contigo, ¿no?”
“Ya te habrás imaginado que tengo mucho dinero”, suspiró ella.
“He seguido contigo antes de saber el dinero que tienes”, le recordé. Ella negó con la cabeza.
“Lo que digo… en mi empresa estoy en una posición mucho mejor que la que tienes en la tuya. Y es terrible. Todo el mundo me tiene miedo… y al final soy una gilipollas y me comporto con superioridad. JP, yo necesito que me folles como una puta para bajarme un poco de la nube en la que vuelvo por culpa de mi trabajo”
“¿Y no necesitas que te folle con un poco de cariño?”
“Pero, ¿y si me gusta y me das de lado?”
“Te tienes que arriesgar. Pero no me quiero alejar de ti. Creo que eres estupenda, y me alegro de haberte conocido. Y de las oportunidades que me das”
Y en ese momento me besó. Muy despacio. Empecé a acariciarla, y sentía que ella me devolvía el gesto. También me di cuenta de que iba poniéndose encima de mi. Y la vi sonriéndome desde arriba, frotando su coñito contra mi polla. Tomando el control por primera vez, sin que eso supusiera algo dominante.
“Si… hacemos el amor… ¿me prometes que luego volverás a hacérmelo duro?”
“Claro”
Ella asintió y volvió a acariciarme. Sentí su boca por todo mi cuerpo, besándome, y de vez en cuando volvía a mis labios y nos fundíamos en un beso. La notaba insegura. Yo la acaricié. Le cayó un mechón de pelo, y se lo aparté. Mi picha ya estaba dura. La volví a besar, suave. Ella me correspondió. Rompí el beso, con los ojos aún cerrados.
“¿Estás lista?”, le susurré.
“Sí…”
Sobre sus rodillas se apoyó, y dirigí mi polla a su rajita. Ella se dejó caer, con cuidado. Muy despacio me fui hundiendo dentro de ella. Qué bien se sentía así. Le noté otras expresiones, otra forma de gozarlo que cuando íbamos duro. Se estaba centrando en otra forma de sentir placer. Se introdujo toda mi polla. Seguía sobre mi. Estaba más bella incluso, el cabello le caía de otro modo.
“Voy, ¿vale?”, preguntó.
Asentí. Ella se tumbó sobre mi y nos besamos mientras se movía encima de mi cuerpo. Se deslizaba arriba y abajo de mi falo mientras lo disfrutaba. Yo pude acariciar su espalda, jugar con sus pechos más despacio, arrancarle otros gemidos más lentos. Su lengua y la mía se deslizaron juntas, frotándose. Empecé a moverme debajo de ella, metiéndosela con cierta fuerza pero sin romper el lado tierno. Su cabello caía sobre mi cabeza y bajo su pelo nuestros labios se llamaban continuamente.
“Me gustas, JP…”, la escuché susurrar. “Me gustas mucho… sigue…”, pidió mientras su cuerpo acompañaba los movimientos del mío.
“¿Te gusta que te haga el amor?”
“Sí…. No recordaba lo que era”, suspiró. “Mmmm, ¿y eso?”, susurró. Yo había llevado mis manos a su culo y le acariciaba el ojete ahora.
“¿Quieres que lo deje?”
“No… sigue…”, y empezó a aumentar el ritmo. Cabalgaba sobre mi picha, cada vez más rápido. Yo también me empecé a mover más deprisa. Ágata me encantaba y empezaba a necesitar correrme. Empezamos a movernos a la vez, yo aún sujeto a su culo y ella aferrada a mi cuello. Y en ese momento me metió la lengua entera en la boca mientras me corría dentro de su coño. “Aaaaah… sí…”
“¿Qué tal?”, le pregunté, completamente satisfecho.
“De maravilla”, me dijo con una sonrisa. Me desmontó y nos tumbamos uno al lado del otro, como habitualmente.
“¿Me dejarás hacerte esto con más frecuencia?”
“Si no dejas de follarme duro”
“Vale. ¿Una vez tierno cada vez que nos veamos?”
“... Tal vez dos”, reconoció avergonzada. Sonreí.
“Por cierto, antes de empezar a follar pensé que me querías decir algo sobre Irene. ¿Hay algo que deba saber?”
“No, no exactamente. Es solo que… me incomodaba un poco estar aquí follando mientras ella está abajo sola. Pero tú eres más adictivo que tu preocupación”
“¿No dices que ya es mayorcita?”
Ágata se sentó, e hice lo mismo. Decidí moverme y quedar frente a ella, para facilitar la comunicación.
“Si no me ha ocultado nada, Irene nunca ha tenido novio. O novia. Ha tenido amigos, aunque cada vez la veo quedar menos. Creo que es virgen, y no me importaría si no fuera porque… porque creo que es algo que le pesa. El otro día abrí su portátil pensando que era el mío, y estaba lleno de pornografía. Muchos videos de esos de defloin... y orgías con negros dotados”
Me sorprendí por partida doble. No me esperaba a la hijita de Ágata mirando esas cosas, y menos aún a ella contándomelo. Realmente le tenían que faltar amistades.
“Yo la he instado muchas veces a que se traiga a dormir a quien quiera. No pensaba prohibirle traer amigos, pero nada. Me gustaría hablarlo con ella, saber si está todo bien con su sexualidad. No me importa si le gustan los hombres, o las mujeres, ¡o a lo mejor ninguno! No me importa si es asexual. Pero me importa que sea feliz. Y no sé si no me lo dice para no decepcionarme o qué…”
“Me gustaría poder ayudarte”, le dije. “¿Quieres que intente hablar con ella? Estoy más cercano a su edad…”
“No… no gracias. Aunque me gustaría que tuviera alguna fuente de confianza. ¿Sabes? Es gracioso, pero…”, se calló.
“¿Pero?”
“Cuando vi esos videos de defloin, pensé lo que me gustaría que algún hombre como tú le enseñara sobre el sexo”
Me puse colorado.
“Gracias”
“Oye, aún es temprano. Vas a volver a follarme, ¿verdad?”, preguntó.
“Por supuesto”, dije, con una sonrisa.
“Ay, un momento. Me hago pis…”, comentó.
“Oh, pues yo también. ¿Puedo ir al baño del pasillo?”, le pregunté.
“Sí, Irene estará en su cuarto, no subirá por aquí”, dijo.
Así que Ágata fue al baño de su habitación y yo salí para ir al del pasillo. Reconozco que me daba un poco de morbo salir desnudo fuera de su dormitorio. Hice pis, me limpié bien, y volví a la habitación. Mi amiga ya me estaba esperando. Cerré la puerta, y me lancé a por ella. Ella me mostró algo que tenía en la mano, un bote de lubricante. Mensaje captado.
“Ponte en cuatro”, le ordené.
Me obedeció. Yo estaba de rodillas tras ella y empecé a echar un chorro de lubricante en su culo. Empujé mi dedo despacio. Una cosa era follar duro y otra era hacerle un daño evitable. Le metí un segundo dedo, abriéndoselo bien. No empecé a moverlos rápidamente hasta que noté que ya no había resistencia por su parte. Empezó a gemir mientras la follaba con mis dedos, con ganas, con fuerza, como a ella le gustaba.
“¿De quién es este culo?”, le pregunté con firmeza.
“¡Tuyo!”
“¿Sí? ¿Es mío?”
“Sí…”
“¡Tú eres mía!”
“¡Sí, por favor! ¡Soy tuya! ¡Soy tuya, Amo!”
Le dejé los dedos dentros mientras con la otra mano me echaba lubricante en mi polla dura. Una, dos, tres pajas y lo tenía extendido. Le saqué los dedos y se la metí de un movimiento.
“¿Te gusta, puta?”, pregunté mientras empezaba a follarla por detrás
“¡Sí! ¡Me gusta que me folles!” gimió. “¡Se siente muy rico!”
“Qué buen culo tienes…”, gruñí, y se lo azoté. “Me gusta follarte”
“¡Me alegro, Amo! ¡Quiero que me folles mucho!”
En ese momento la sujeté por el pelo. Intenté tener cuidado.
“¡Vamos, muévete!”, le dije. “¡Hunde mi polla dentro de tu culo! ¡No voy a hacerlo yo todo!”
“¡Sí… sí, Amor!”, dijo, y empezó a mover su cuerpo adelante y atrás, metiéndose mi polla en el proceso. Se folló contra mi polla mientras yo la tenía dominada. Me aseguré de tener mi brazo lo bastante estirado como para no hacerla mucho daño cuando se movía hacia adelante. Ella me obedeció y me cabalgó con ganas.
Al final no podía esperar. Solté su melena y me agarré a su caderas para follarla con fuerza. Volví a azotarla varias veces, hasta que le dejé el culo rojo. “¡Cómo pica, papi! ¡Me encanta!”, jadeó mientras seguía follándola una y otra vez. Me corrí dentro de su culo, y cuando se la saqué volví a ver mi lefa saliéndose por su ano.
“¿Te ha gustado, puta?”, le pregunté, después de hacerla darse la vuelta sobre la cama, y sujetarla por las mejillas.
“Sí… soy adicta a que me folles…”
“¿Qué opinas de mi polla?”
“Es la mejor polla del mundo”
“Vamos… trátala como se merece”, dije, y puse las rodillas sobre su cabeza. Empezó a chupármela, sin darme tiempo a perder la erección. Se la saqué de la boca y le hice lamerme los huevos mientras me había una paja sobre sus ojos. Llevé una mano atrás y empecé a acariciarle el coño. “Voy a metértela, ¿sí?”
“Sí, por favor… ¡te quiero dentro!”
Me moví tras ella y se la metí de un movimiento. No era dificil, su coño estaba mojado y dilatado esperándome. Me sujeté a sus tetas, que estrujé con cierta fuerza. También se las azoté, mientras hacía movimientos más secos y duros contra su coño. Y mientras se la metía, sentí algo mojado contra mi pelvis.
“¿Te has corrido, puta?”
“Sí… perdón, amo… se siente muy rico cuando me follas…”, suspiró. Aún recibía mis acometidas dentro de ella, yo no me detenía
“Voy a castigarte entonces…”
Se la metí unas cuantas veces más y se la saqué. Volví a la altura de su cabeza y empecé a hacerme una paja.
“Abre la boca…”, le ordené, “y saca la lengua”
Ella lo hizo, y unos segundos después, me corrí, manchando su cara, sus tetas, y le cayó un poco de mi lefa en la lengua, que ella se tragó.
“Buen trabajo”, le dije.
Sonreímos. En ese momento dejábamos el juego de la puta y el amo. Yo me eché hacia atrás, para recuperarme.
Y en ese momento me di cuenta. La puerta no estaba bien cerrada. Se había entreabierto un poco. Y, a través del hueco, pude ver a Irene. Estaba sin pantalones, con una mano en su coñito, y el suelo empapado. Jadeaba. Se había corrido. Mientras nos miraba.
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Después del hotel del primer día, le sugerí que estaríamos mejor en mi casa al menos. Yo vivía en un piso pequeño, pero en el piso de enfrente no vivía nadie, así que podíamos hacer ruido. Y teníamos lo que necesitábamos para las horas de ocio: una cocina con una cafetera que funcionaba de maravilla, y una cama que tenía los muelles casi nuevos y aguantó lo que fuimos haciendo. Como ese sábado por la noche, en la que volvimos a casa después de haber estado por la mañana de ruta por el campo y al volver nos habíamos metido en una sesión doble de teatro.
“¡Ah, ah, ah, ah, ah! ¡JP, me gusta!”, gimoteaba
Yo la había atado al cabecero de la cama. Se había traído un par de esposas de su casa y la había amarrado las muñecas con ella. Y luego, se me ocurrió una pequeña locura, y la até también por el cabello. Ella sonrió, y me miraba satisfecha mientras yo estaba entre sus piernas follándola. El poco maquillaje que se había puesto estaba completamente corrido por su cara, ya que precisamente yo me había corrido ahí un rato antes.
“¿Te gusta que me corra dentro?”, pregunté mientras le pellizcaba los pezones.
“¡Sí, me gusta mucho!”
“¿Y si me corro encima de ti?”, la provoqué. En realidad lo había hecho más de una vez, pero a ella la gustaba más que la llenase.
“¡Por favor, lléname con tu lefa! ¡La necesito!”, me pidió.
Le comí la boca con fuerza mientras seguía bombeando dentro de su coño, y me corrí. Ella tembló. Se corría también. Estaba habituada a nuestro ritmo sexual, y aunque tenía otros orgasmos, lograba correrse si yo lo había dentro de ella. Sonreí con malicia mientras la miraba. Ella me devolvía la mirada con ojos suplicantes. La miré. La verdad, tenía las tetas rojas, pues me había empeñado en jugar a azotárselas antes de follarla. Y aún así ella lo gozaba más que yo. Con cuidado, desaté su pelo de mi cabecero en primer lugar, y luego le liberé las manos.
“¿Te duelen?”, le pregunté mientras les echaba un vistazo.
“Estoy bien, gracias”, me respondió con una sonrisa. “Te adoro, JP. Me gusta cómo me cuidas después de follar”
“Es lo mínimo, ¿no?”
“No sé qué hacen los demás, pero a mi no me había pasado nunca. Ni con el padre de Irene”
“Nunca me hablas de tu exmarido”, le dije.
“¿A mi amante? ¿Quieres que te de el coñazo con eso?”, preguntó extrañada.
“Como amante no, pero como amigo…”, bromeé. “Tampoco quiero que me cuentes lo que no te apetece”
“Bueno”, dijo, mientras se tumbaba de lado y empezaba a acariciarme el pecho. “A ver. Admito que la tenía más grande que tú. Pero solo me satisfizo nuestro primer año… que fue justo cuando me quedé embarazada. Después del nacimiento de Irene, el sexo cayó en picado. En calidad y en cantidad. No volví a correrme… con él. Le hacía ponerse la gomita, porque ya no quería que se corriera dentro de mi. Y después de follar, él se quedaba dormido, y yo iba al baño a masturbarme y correrme en condiciones. Nos separamos cuando Irene tenía diez años”
“Eso es mucho tiempo aguantando”, le dije.
“Bueno. Teníamos a nuestra hija, lo hice más por ella. Hasta que me harté. Ahora ni siquiera nos vemos. Él venía a por Irene cuando le tocaba por custodia, y yo ni siquiera salía a verle. Se volvió a casar hace cinco años, y desde entonces se ha desentendido por completo de nuestra hija. Se limitaba a pasarme la pensión, este año ya no tiene por qué hacerlo, así que…”
“Pero no tienes problemas de dinero, ¿no?”, le pregunté.
“Qué va. Vivo holgada, no te preocupes. De hecho me tienta a veces decirte que te puedo mantener…”, dijo, y empezó a acariciarme la polla.
“No me tientes, que estoy muy harto de redactar gilipolleces para el periódico”, bromeé.
“Bueno. Nos lo pensamos”, rió. “Por cierto, te quería proponer una cosa”
“Dime”
“La semana que viene mi hija se va a dormir a casa de una amiga el fin de semana. Así que en vez de salir por ahí… podrías venir a mi casa, y nos marcamos un maratón sexual”
“Eso me interesa mucho”
“Y además, te quiero enseñar el nuevo collar de perrita sumisa que me he comprado… y darte la correa”
Después de aquello, la puse en cuatro sobre la cama, solo para comerle el coño hasta que me llenó la boca de sus chorros. No se merecía menos.
La semana siguiente se me pasó lenta. Además, Ágata estuvo más ocupada por su trabajo, así que ni siquiera podíamos tomarnos nuestros cafés. Solo teníamos ratos para llamarnos por teléfono. Aunque se aseguró de mantenerme encendido. Empezó a enviarme fotos de su cuello. Y yo empezaba a fantasear con ponerle aquel collar que estaba deseando ver y hacerla mía. Jamás había pensado en tener una sumisa, pero… mi experiencia con Ágata me hacía valorarlo más.
Llegó el viernes. Yo salí de mi casa a la hora prevista, y me dirigí a casa de mi amiga en mi coche. Caray. Varias casas de familias acomodadas, rodeadas por jardín a los cuatro costados, formaban su calle. Justo delante de la de Ágata había una plaza disponible, así que aparqué allí, y en ese momento, me llamó al móvil.
“Dime”, le dije.
“¿Dónde andas?”
“Acabo de aparcar, estoy en tu puerta”
“Mierda”
“¿Ha pasado algo?”
“Tenemos un problema… Espera, ¿estás fuera?”, me preguntó.
“Sí… me voy si…”
“No, no… entra. Te abro”
Me acerqué a la verja de su casa en el momento en que se abría. El jardín estaba bien cuidado. Sabía que Ágata tenía dinero, y ahora me hacía a la idea de cuánto. Me volví a pensar lo de dejar que me mantuviera. Lo crucé y llegué a su puerta, donde ella me esperaba.
“Hola, cielo”, dijo, y me plantó un fugaz beso en los labios.
“Hola. ¿Qué pasa?”
“Entra. Tienes que conocer a alguien”
La puerta principal daba pie a un amplio salón. Me fijé en las puertas que daban acceso a la cocina y al aseo, y una escalera de caracol que subía y bajaba. Yo me centré en lo bonita que era la estancia principal. A una altura, una mesa larga de madera cubierta por cristal, pero lo suficientemente apartada como para no quitar amplitud. Dos escalones daban pie al nivel inferior, donde había tres sofás kilométricos cerca de una mesita, y una gran tele presidiendo. Las puertas de cristal daban a la parte de atrás del jardín.
Y en medio de la sala, una personita. No me hizo falta preguntar. Ella tenía que ser Irene. Su pelo era castaño (no natural, sino teñido en diferentes tonos) y cortado en media melena. Sus ojos tímidos se ocultaban tras unas gafas de montura fina, mientras parecía examinarme. Era guapa. Y en cuanto a su ropa… bueno. Había un gran contraste. Ágata se habituaba a exhibir su feminidad delante de mí, mientras que Irene parecía más recatada. Una blusa blanca, faldita. Nada de maquillaje. Y expresión de inocencia. Ágata, por su parte, camiseta ajustada y falda vaquera.
“JP, ella es Irene. Irene, él es JP, mi amigo”, dijo Ágata.
“Encantado”, le dije. Y le tendí la mano. Ella me la devolvió.
“Igualmente”
“Verás, es que… al final no se va”, me explicó Ágata. Era la primera vez que la veía tan azorada desde que la conocía. “Ha sido un imprevisto, yo…”
“Perdón…”, dijo la joven, con voz tímida.
“No, no, nada que perdonar. Es vuestra casa”, dije.
“Eres un cielo. Bueno. Se me ocurre algo, que estaba hablando con Irene cuando llegabas”, dijo Ágata.
“Decidme”
Irene apartó un poco la mirada. Ágata me sujetó por la muñeca con cuidado, y me llevó a la escalera de caracol, que estaba al lado de la cocina.
“Yo duermo arriba. Irene se mudó al sótano cuando empezó el instituto. Estaríamos lejos, si te apetece quedarte…”
“Mamá, ya te he dicho que puedo ir a casa de Marta”, interrumpió Irene.
“¿Pero no dices siempre que Marta es una hija de puta?”
“Bueno, pero así os puedo dejar solos…”
“Un momento”, dije. “Irene. Necesito saber si te parece bien que me quede. Si no, me puedo ir. Bueno. Ágata, sabes que en mi casa eres bien recibida. No es tan grande, pero…”
“Yo no soy ninguna niña”, me cortó Irene. “Sé lo que… lo que queréis hacer. Y mamá tiene razón. Si vosotros estáis arriba y yo abajo no me enteraré de nada. Puedes quedarte”, me dijo.
“¿Estás completamente segura?”, le pregunté.
Ella asintió.
“Ay, hija… qué buena eres”, dijo su madre. Y en ese momento le sonó el móvil. “Coño con el telefonito… un momento. Diga…”
Me quedé a solas con Irene mientras Ágata se metía en la cocina para hablar. El ambiente era un poco tenso. Pero no mucho. Solo el de dos personas que no se conocían… pero yo era el que se estaba follando a la madre de la otra.
“Oye… si quieres que me vaya dímelo ahora. Me invento cualquier excusa, no quiero que haya malos rollos entre nosotros”, le dije. Pero ella negó con la cabeza.
“Veo a mamá más feliz desde que queda contigo. Me gusta más así”
Qué amor de jovencita, pensé.
“¿Te enseño la casa?”, me preguntó.
“Claro”
Nos asomamos a la cocina, donde tenían una mesa baja para comer, y una larga encimera donde estaba el fregadero, espacio para preparar comida, una vitrocerámica, más espacio, una alacena superior, y al final de todo un frigorífico doble. Ágata nos sonrió mientras seguía hablando por el móvil. “Trabajo”, gesticuló. Luego me enseñó el aseo. Era completo, con bañera de buen tamaño, su lavabo y el retrete con espacio suficiente para moverse.
Me guió escaleras arriba. Y en ese momento me fijé por primera vez en su culo. Parecía bonito, aunque la falda no me permitía juzgarlo apropiadamente. Y al subir, la falda la descubría las rodillas. Bonitas piernas. Ni un solo pelito rebelde. Céntrate… que has venido a tirarte a su madre, me recordé. El piso superior estaba formado por tres habitaciones. La principal, de Ágata, con una gran cama, tenía su aseo privado, con plato de ducha. Menudo lujo. Pasamos enfrente de otro aseo, recogido, también con ducha. Y al otro lado, dos habitaciones pequeñas.
“Esta era la mía de cuando era niña”, me explicó, y la abrió. Toda entera pintada de rosa. Y sábanas de rosa. Y los muebles en rosa. Salimos de ahí. “Y este es el despacho de mamá”, me dijo, abriendo el otro cuarto. El más minimalista: un escritorio sobre el cual había un ordenador, y un archivador.
“Qué casa más bonita tenéis”, le dije.
Bajamos, y me di cuenta de que no se detenía en el salón.
“¿Más abajo?”, me extrañé. Llegamos al sótano. Dos puertas de hierro.
“Este es el garaje”, me dijo y lo abrió. Ahí estaba el coche de Ágata y varias estanterías llenas de cosas”
“Y supongo que tú duermes ahí”, señalé a la otra puerta.
“Eh… sí”
“No hace falta que…” me lo enseñes, acabé mentalmente, pues ella abrió la puerta. Tenía unas ventanas superiores por las cuales le entraba luz del exterior. Una cama completamente deshecha… con varios tangas tirados encima. Aparté la mirada. Muebles normales, de dormitorio. En color madera, menos personales que los que tenía en su dormitorio de niña. Un portátil en el cual sonaba música, su ropero con espejo, una alfombra en el suelo…
“Ah, estáis aquí”, dijo Ágata. “¿Qué tal el tour? ¿Te gusta mi casa?”
“Es maravillosa”, le dije.
“Bueno. ¿Os parece bien si pedimos la cena?”, dijo Ágata. “Tenía otra cosa en mente, pero estando los tres, quizá una pizza…”
“Os puedo dejar solos, yo me hago un sándwich”, dijo Irene.
“Que no, hija, que no. Si estás en casa, estás en casa. JP y yo… ya veremos luego”, comentó Ágata.
Así que los tres disfrutamos de dos pizzas que pedimos a domicilio. Ágata habló maravillas de su hija y lo buena estudiante que era. Y ella parecía más bien vergonzosa. Acabada la cena, llegó el momento incómodo de ir a hacer lo que Irene sabía que haríamos.
“Bueno, hija… ¿vas a ver algo en la tele, o…?”
“No, me bajo a mi habitación”, dijo ella, apartando la mirada, y marchó escaleras abajo.
Ágata y yo subimos las escaleras. Evité tocarla durante la subida por las escaleras. Me lo pensé mejor y tampoco hice nada cuando cerró la puerta del dormitorio. Echó el pestillo, y me miró.
“Podemos empezar, ¿no?”, me dijo.
“¿Estás segura? No te veo muy animada”
“No te he hecho venir para no follar…”
“Pero está tu hija”, le recordé. “No pasa nada si alguna vez no hacemos…”
Me tiró sobre la cama y me devoró la boca. Sentí su lengua sobre la mía. Estaba desatada.
“No puedo no hacerlo”, me dijo. “Además, tengo que estrenar algo”
Se bajó de encima de mi y abrió el cajón de su mesilla. No era broma. Se había comprado el collar. Era suave, de color negro. Y llevaba un pequeño colgante, donde ponía su nombre… y mi número de teléfono.
“Por si me pierdo, que sepan a quién devolverme”, rió. “¿Me lo pones?”
Me puse tras ella y le aparté el cabello. Impresionante lo loca que estaba por mi. Se lo até con cuidado. Una cosa era jugar a que ella era mi puta y yo su semental, y otra hacerla daño indebidamente.
“¿No te aprieta?”, le pregunté.
“No…”
Y se quitó la camiseta en ese momento. No llevaba el sujetador. Mientras me enseñaba las tetas se bajó la falda, y se quitó las bragas. Solo llevaba el collar para mi.
“¿De verdad vamos a jugar a esto en tu cama?”, le pregunté. Ella asintió. “Pues túmbate bocarriba… y deja que asome la cabeza”
Sonrió y obedeció de inmediato. Se subió al colchón bocarriba, y dejó la cabeza colgando suavemente por el lateral. Yo me bajé los pantalones y el calzoncillo. Ya me la había endurecido un poco mientras me besaba, y ahora tenía que terminar de ponérmela dura. Le abrí la boca, y le metí la polla con cuidado. Ella empezó a mamármela mientras yo me quitaba la camiseta, y cuando por fin estuve desnudo empecé a follarle la boca. Al principio iba lento, mientras aprovechaba para manosearle las tetas. Cuando subí de intensidad, me sujeté a su clavícula. Jamás la agarraba por el cuello, aunque la única vez que me lo pidió, tuve el cuidado de hacer presión hacia los lados, y no por donde podía asfixiarla.
Admito que el juego me excitaba más cada día, según conocía sus costumbres. Y además, sentir mis huevos contra su nariz cada vez que se la tragaba entera me la endurecía aún más. Tenía que hablar con ella, pero… en ese momento la sangre no estaba en mi cabeza. En aquel momento solo me dejaba llevar, y se la seguía metiendo en la boca hasta que me corrí. Era rara la vez que se tragaba toda mi lefa. Normalmente dejaba que le cayera un poco por la comisura, o en la cara, o en las tetas. Y ahí preferí descargar a gusto. Con ella bocabajo no quería un susto si intentaba tragarse todo.
“Me encanta cuando me reclamas como tuya”, dijo, mientras se acariciaba las tetas, extendiendo mi semen por ellas. “Vamos, JP, llevo toda la semana deseando que me folles”
“¿Quieres que te folle, puta?”, le pregunté. Así le gustaba que le dijera. Ella asintió muy despacio. “¿Y a qué esperas? ¡Ponte en posición para mi!”, le ordené.
Se revolvió en la cama. Seguía bocarriba, pero ahora con las piernas levantadas al aire. Yo me subí al colchón con ella y empecé a frotar mi picha contra su rajita. Vi en su mirada que me suplicaba que se la metiera. Y lo hice apenas la tuve de nuevo dura. No completamente tiesa, pero sí lo suficiente como para poder entrar en su coño húmedo. Ella suspiró. Yo empecé a metérsela despacio, probando a ver cómo reaccionaba. Y la escuché gemir.
“¡Mmmm…! Malo… Aaaaah…”
Gemía más sensualmente que cuando le daba duro. Bien. Fui a darle un beso. Ella lo aceptó por un momento, pero en seguida empezó a pedirme que la follase como siempre. Asentí y empecé a embestirla. Apoyando los puños sobre el colchón, movía mis caderas rápidamente. Como a ella le gustaba. Se dejó llevar por los jadeos habituales. Me miró a los ojos, pidiéndome más. Sus tetas se movían, hipnotizándome, con los movimientos provocados por mis embestidas. Era tan bella, era un monumento de mujer y que en cambio le gustaba que la tratase duro y frío… A veces hacía como ese día, envolvía mi cintura con las piernas y ella misma me marcaba el ritmo, cuando no podía soportar esos segundos en que mi picha no estaba dentro de ella.
Me corrí un montón dentro de ella, y nuevamente, mi lefa se mezcló con sus chorros. Miré, como siempre, ese punto en que nuestros fluidos se unían en uno. Pobres sábanas. Me tumbé a su lado. En ese momento ella estaba especialmente vulnerable. Y decidí hablar con ella.
“¿Por qué siempre hay que follar duro?”
“Porque es genial”, dijo ella. Y aún así, se me acurrucó un poco.
“Siempre follamos duro. ¿Por qué siempre te tengo que tratar como si fueras mi puta?”
“¿Y no lo soy?”, Ágata sonreía. No lo pillaba.
“No. Eres mi amiga”, le dije
“Una amiga a la que le encanta follar”. De pronto, ya no sonreía tanto. “Y lo de los besos y las caricias son cosas de la gente que se ama”
“Y yo te amo”, le solté. Ella se quedó paralizada. Yo me aseguré de mirarla directamente. “No es amor romántico. Pero te lo he dicho. Somos amigos, me has compartido confidencias, me lo paso genial cuando quedo contigo. Me importas”, le recalqué. “Y no me siento cómodo si siempre me haces el papel de zorra. Porque yo no necesito una zorra. Quiero follar normal también. Y acariciarte, y besarte y sentir tu cuerpo cuando lo hacemos”
“Eso es muy ñoño”, protestó y se dio la vuelta. Yo me acerqué por detrás, juntando mi pecho con su espalda y empecé a acariciarla. Al menos no me apartó la mano.
“Te he dicho que somos amigos. Si hay algo que necesitas compartir, dímelo”
“Joder, JP…”, la escuché sollozar. Dejé que me ocultase la cara. “¿Por qué eres tan bueno conmigo?”
“Soy tu amigo”
“No, yo de eso no tengo…”
“Me tienes a mi…”
Ella optó por tumbarse bocarriba. Ya no sollozaba, aunque las lágrimas que le habían caído eran visibles y aún le brillaban los ojos.
“Todos mis amigos me han dado de lado. Y tú algún día lo harás”
“Si eso fuera así, te habría dado de lado la primera vez que follamos”, le dije. “Por algo sigo aquí contigo, ¿no?”
“Ya te habrás imaginado que tengo mucho dinero”, suspiró ella.
“He seguido contigo antes de saber el dinero que tienes”, le recordé. Ella negó con la cabeza.
“Lo que digo… en mi empresa estoy en una posición mucho mejor que la que tienes en la tuya. Y es terrible. Todo el mundo me tiene miedo… y al final soy una gilipollas y me comporto con superioridad. JP, yo necesito que me folles como una puta para bajarme un poco de la nube en la que vuelvo por culpa de mi trabajo”
“¿Y no necesitas que te folle con un poco de cariño?”
“Pero, ¿y si me gusta y me das de lado?”
“Te tienes que arriesgar. Pero no me quiero alejar de ti. Creo que eres estupenda, y me alegro de haberte conocido. Y de las oportunidades que me das”
Y en ese momento me besó. Muy despacio. Empecé a acariciarla, y sentía que ella me devolvía el gesto. También me di cuenta de que iba poniéndose encima de mi. Y la vi sonriéndome desde arriba, frotando su coñito contra mi polla. Tomando el control por primera vez, sin que eso supusiera algo dominante.
“Si… hacemos el amor… ¿me prometes que luego volverás a hacérmelo duro?”
“Claro”
Ella asintió y volvió a acariciarme. Sentí su boca por todo mi cuerpo, besándome, y de vez en cuando volvía a mis labios y nos fundíamos en un beso. La notaba insegura. Yo la acaricié. Le cayó un mechón de pelo, y se lo aparté. Mi picha ya estaba dura. La volví a besar, suave. Ella me correspondió. Rompí el beso, con los ojos aún cerrados.
“¿Estás lista?”, le susurré.
“Sí…”
Sobre sus rodillas se apoyó, y dirigí mi polla a su rajita. Ella se dejó caer, con cuidado. Muy despacio me fui hundiendo dentro de ella. Qué bien se sentía así. Le noté otras expresiones, otra forma de gozarlo que cuando íbamos duro. Se estaba centrando en otra forma de sentir placer. Se introdujo toda mi polla. Seguía sobre mi. Estaba más bella incluso, el cabello le caía de otro modo.
“Voy, ¿vale?”, preguntó.
Asentí. Ella se tumbó sobre mi y nos besamos mientras se movía encima de mi cuerpo. Se deslizaba arriba y abajo de mi falo mientras lo disfrutaba. Yo pude acariciar su espalda, jugar con sus pechos más despacio, arrancarle otros gemidos más lentos. Su lengua y la mía se deslizaron juntas, frotándose. Empecé a moverme debajo de ella, metiéndosela con cierta fuerza pero sin romper el lado tierno. Su cabello caía sobre mi cabeza y bajo su pelo nuestros labios se llamaban continuamente.
“Me gustas, JP…”, la escuché susurrar. “Me gustas mucho… sigue…”, pidió mientras su cuerpo acompañaba los movimientos del mío.
“¿Te gusta que te haga el amor?”
“Sí…. No recordaba lo que era”, suspiró. “Mmmm, ¿y eso?”, susurró. Yo había llevado mis manos a su culo y le acariciaba el ojete ahora.
“¿Quieres que lo deje?”
“No… sigue…”, y empezó a aumentar el ritmo. Cabalgaba sobre mi picha, cada vez más rápido. Yo también me empecé a mover más deprisa. Ágata me encantaba y empezaba a necesitar correrme. Empezamos a movernos a la vez, yo aún sujeto a su culo y ella aferrada a mi cuello. Y en ese momento me metió la lengua entera en la boca mientras me corría dentro de su coño. “Aaaaah… sí…”
“¿Qué tal?”, le pregunté, completamente satisfecho.
“De maravilla”, me dijo con una sonrisa. Me desmontó y nos tumbamos uno al lado del otro, como habitualmente.
“¿Me dejarás hacerte esto con más frecuencia?”
“Si no dejas de follarme duro”
“Vale. ¿Una vez tierno cada vez que nos veamos?”
“... Tal vez dos”, reconoció avergonzada. Sonreí.
“Por cierto, antes de empezar a follar pensé que me querías decir algo sobre Irene. ¿Hay algo que deba saber?”
“No, no exactamente. Es solo que… me incomodaba un poco estar aquí follando mientras ella está abajo sola. Pero tú eres más adictivo que tu preocupación”
“¿No dices que ya es mayorcita?”
Ágata se sentó, e hice lo mismo. Decidí moverme y quedar frente a ella, para facilitar la comunicación.
“Si no me ha ocultado nada, Irene nunca ha tenido novio. O novia. Ha tenido amigos, aunque cada vez la veo quedar menos. Creo que es virgen, y no me importaría si no fuera porque… porque creo que es algo que le pesa. El otro día abrí su portátil pensando que era el mío, y estaba lleno de pornografía. Muchos videos de esos de defloin... y orgías con negros dotados”
Me sorprendí por partida doble. No me esperaba a la hijita de Ágata mirando esas cosas, y menos aún a ella contándomelo. Realmente le tenían que faltar amistades.
“Yo la he instado muchas veces a que se traiga a dormir a quien quiera. No pensaba prohibirle traer amigos, pero nada. Me gustaría hablarlo con ella, saber si está todo bien con su sexualidad. No me importa si le gustan los hombres, o las mujeres, ¡o a lo mejor ninguno! No me importa si es asexual. Pero me importa que sea feliz. Y no sé si no me lo dice para no decepcionarme o qué…”
“Me gustaría poder ayudarte”, le dije. “¿Quieres que intente hablar con ella? Estoy más cercano a su edad…”
“No… no gracias. Aunque me gustaría que tuviera alguna fuente de confianza. ¿Sabes? Es gracioso, pero…”, se calló.
“¿Pero?”
“Cuando vi esos videos de defloin, pensé lo que me gustaría que algún hombre como tú le enseñara sobre el sexo”
Me puse colorado.
“Gracias”
“Oye, aún es temprano. Vas a volver a follarme, ¿verdad?”, preguntó.
“Por supuesto”, dije, con una sonrisa.
“Ay, un momento. Me hago pis…”, comentó.
“Oh, pues yo también. ¿Puedo ir al baño del pasillo?”, le pregunté.
“Sí, Irene estará en su cuarto, no subirá por aquí”, dijo.
Así que Ágata fue al baño de su habitación y yo salí para ir al del pasillo. Reconozco que me daba un poco de morbo salir desnudo fuera de su dormitorio. Hice pis, me limpié bien, y volví a la habitación. Mi amiga ya me estaba esperando. Cerré la puerta, y me lancé a por ella. Ella me mostró algo que tenía en la mano, un bote de lubricante. Mensaje captado.
“Ponte en cuatro”, le ordené.
Me obedeció. Yo estaba de rodillas tras ella y empecé a echar un chorro de lubricante en su culo. Empujé mi dedo despacio. Una cosa era follar duro y otra era hacerle un daño evitable. Le metí un segundo dedo, abriéndoselo bien. No empecé a moverlos rápidamente hasta que noté que ya no había resistencia por su parte. Empezó a gemir mientras la follaba con mis dedos, con ganas, con fuerza, como a ella le gustaba.
“¿De quién es este culo?”, le pregunté con firmeza.
“¡Tuyo!”
“¿Sí? ¿Es mío?”
“Sí…”
“¡Tú eres mía!”
“¡Sí, por favor! ¡Soy tuya! ¡Soy tuya, Amo!”
Le dejé los dedos dentros mientras con la otra mano me echaba lubricante en mi polla dura. Una, dos, tres pajas y lo tenía extendido. Le saqué los dedos y se la metí de un movimiento.
“¿Te gusta, puta?”, pregunté mientras empezaba a follarla por detrás
“¡Sí! ¡Me gusta que me folles!” gimió. “¡Se siente muy rico!”
“Qué buen culo tienes…”, gruñí, y se lo azoté. “Me gusta follarte”
“¡Me alegro, Amo! ¡Quiero que me folles mucho!”
En ese momento la sujeté por el pelo. Intenté tener cuidado.
“¡Vamos, muévete!”, le dije. “¡Hunde mi polla dentro de tu culo! ¡No voy a hacerlo yo todo!”
“¡Sí… sí, Amor!”, dijo, y empezó a mover su cuerpo adelante y atrás, metiéndose mi polla en el proceso. Se folló contra mi polla mientras yo la tenía dominada. Me aseguré de tener mi brazo lo bastante estirado como para no hacerla mucho daño cuando se movía hacia adelante. Ella me obedeció y me cabalgó con ganas.
Al final no podía esperar. Solté su melena y me agarré a su caderas para follarla con fuerza. Volví a azotarla varias veces, hasta que le dejé el culo rojo. “¡Cómo pica, papi! ¡Me encanta!”, jadeó mientras seguía follándola una y otra vez. Me corrí dentro de su culo, y cuando se la saqué volví a ver mi lefa saliéndose por su ano.
“¿Te ha gustado, puta?”, le pregunté, después de hacerla darse la vuelta sobre la cama, y sujetarla por las mejillas.
“Sí… soy adicta a que me folles…”
“¿Qué opinas de mi polla?”
“Es la mejor polla del mundo”
“Vamos… trátala como se merece”, dije, y puse las rodillas sobre su cabeza. Empezó a chupármela, sin darme tiempo a perder la erección. Se la saqué de la boca y le hice lamerme los huevos mientras me había una paja sobre sus ojos. Llevé una mano atrás y empecé a acariciarle el coño. “Voy a metértela, ¿sí?”
“Sí, por favor… ¡te quiero dentro!”
Me moví tras ella y se la metí de un movimiento. No era dificil, su coño estaba mojado y dilatado esperándome. Me sujeté a sus tetas, que estrujé con cierta fuerza. También se las azoté, mientras hacía movimientos más secos y duros contra su coño. Y mientras se la metía, sentí algo mojado contra mi pelvis.
“¿Te has corrido, puta?”
“Sí… perdón, amo… se siente muy rico cuando me follas…”, suspiró. Aún recibía mis acometidas dentro de ella, yo no me detenía
“Voy a castigarte entonces…”
Se la metí unas cuantas veces más y se la saqué. Volví a la altura de su cabeza y empecé a hacerme una paja.
“Abre la boca…”, le ordené, “y saca la lengua”
Ella lo hizo, y unos segundos después, me corrí, manchando su cara, sus tetas, y le cayó un poco de mi lefa en la lengua, que ella se tragó.
“Buen trabajo”, le dije.
Sonreímos. En ese momento dejábamos el juego de la puta y el amo. Yo me eché hacia atrás, para recuperarme.
Y en ese momento me di cuenta. La puerta no estaba bien cerrada. Se había entreabierto un poco. Y, a través del hueco, pude ver a Irene. Estaba sin pantalones, con una mano en su coñito, y el suelo empapado. Jadeaba. Se había corrido. Mientras nos miraba.
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1 comentarios - En casa de Ágata (II)