Esto que les voy a contar me pasó como a los 16 años, aunque primero me tengo que ir un poco más atrás. Cuando yo tenía unos 12 años (estoy hablando de los años 80), vivía en una casa de barrio bajita, de una planta, en una ciudad pequeña al sur del país. Era normal que en verano anduviera con mis amigos todo el día suelto, jugando el fútbol, yendo al centro, desaparecía de mi casa a la siesta y volvía para la cena. Era la época en que me empezó a picar algo en las zonas bajas, ustedes saben cómo es. Le robaba revistas porno a mi viejo, con mis amigos teníamos una colección guardada x ahí (eso les contaré más adelante) y otras cosas bien de pendejos que se quieren pajear 26 horas por día.
Una siesta aburrida de verano se me dio por subir al techo, no menos de 35 grados, el sol bien alto. Estaba viendo y buscando qué hacer cuando escuché ruidos desde el patio de la casa que estaba justo detrás de la mía. Me asomé y el corazón me dio 20 vueltas cuando veo a la vecina en bombacha y corpiño acomodando una silleta para tomar sol. Obvio que me escondí al instante con el corazón a mil y una erección inmediata. Era la primera vez que se me paraba por algo que veía en vivo, algo que no fuera una revista o un programa de tele furtivo.
Acostado sobre la mebrana impermeable del techo, esa que es metalizada y se pone como a 50 grados, sentí una adrenalina en cada rincón de mi cuerpo, una sensación que me acompañará toda la vida, un mareo de adrenalina, un desborde de los sentidos que todavía persigo en cada uno de mis encuentros sexuales, aunque pocas veces llegue a algo tan intenso. Creo que no me fui en seco de cagón, porque me jugaba mucho el miedo de ser descubierto.
Así que dejé pasar un par de minutos, se escuchaba sólo la radio portátil con música de la vecina, y asumí que ya estaba tomando sol y podía mirar tranquilo. Voy a ser muy gráfico porque es como si lo estuviera viendo. Era un patio de 4 x 5, piso de tierra, algunas plantas contra la casa, algunos trastos contra la pared, y nada más. Estaba separado de mi propio patio por un paredón alto, pero desde el techo yo lo veía enterito al lugar. Una ventana de su casa daba al patio, pero no se veía a nadie.
Ella, acostada en su reposera tomando sol. Tendría unos 27-28 años. Un cuerpo muy bien proporcionado pero normal, en esa época eran raro ver mujeres con estilo atlético como ahora (esos culos gigantes con cinturas mínimas y tetotas), pero a esa edad por supuesto que tenía muy en su lugar. Curvas muy femeninas, piernas torneadas, bellísima. No era una malla, tomaba sol en ropa interior, esas color piel que nunca excitó a nadie, aunque para mí fue la lencería que más me encendió en mi vida. Ella tenía una piel tirando a cobriza, y estaba super bronceada. El pelo recogido en una colita bien tirante, y anteojos oscuros. Nada más. Su piel tenía un brillo hermoso. Pude ver que una chica alta, a pesar de la posición se veían unas tetas bien interesantes, que apenas tapaba con el corpiño como recogido para broncearse mejor, y que le cubrían el pezón y alguito más. Un cortorno de la cara fino, anguloso, bajaba a un pecho bien amplio y suave y una pancita que se movía al ritmo de su respiración. Después venía su bombachita, el lugar donde me detuve horas y no podía apartar la vista. Mismo color que el corpiño, tiro más bien bajo pero no cavada, un poquito satinada. Tenía las piernas apenas abiertas por la posición. Varios pelitos negritos se escapaban por el costado, lo que me deliró, pero más a mil todavía me puso ver una pequeña rajita partiendo ese triangulito de tela que con tanto sol se confundía con la piel... Y la textura de la pelambre que se adivinaba abajo de la bombacha, y todo el cuadro que hacía un bultito por la posición. Eso me volvió loco, que sobresaliera de la pelvis como un montencito, uff, lo cuento y todavía se me pone como garrote.
Esa primera vez me quedé cerca de media hora haste que no pude más de calor, empecé a sentir cómo me quemaba vivo, y con el mayor silencio del mundo bajé a hacerme una paja que no debe haber resultado en mucha leche pero sí en toneladas de placer guardado. De ahí en más subía cada vez que podía, a veces la encontraba y otras no. A veces se ponía una bombachita blanca, y combinada con el corpiño color piel, a veces algo negro. La vi parada, le descubrí una cola hermosa, bien compacta, con su ropa interior más tiro bajo, similar a los culottes que aparecieron después pero todo muy natural por la intimidad que tenía ella de estar sola en su propio patio. Yo deliraba, al principio bajaba al rato pero poco después no pude aguantar más y empecé a tocarme en silencio arriba del techo.
Era peligroso, no nos separaban más de 5 metros, y como era la siesta, su radio portátil siempre estaba más bien bajita, de fondo. Algunos días que se hacía más tarde, el sol se iba corriendo y ella lo seguía con su reposera acercándose al paredón que dividía su patio del mío. Y ahí yo me asomaba y la tenía casi abajo, como si yo estuviera en mi balcón del primer piso y ella pasando por la calle. Con mi vista joven intacta, le podía ver cada detalle. Pelusitas rubias por el sol que contrastaban con su bronceado hawaian tropic, alguna línea de expresión en la frente, pequitas mínimas del sol, los pezones a veces más puntudos, a veces más cónicos, o achatados, su piel erizada esos días en que soplaba un vientito fresco, los dedos de los pies que movía de a ratitos, unas manos muy finas que se movían con delicadeza.
Uno de esos días en que estaba más cerca me delaté. Ella siempre tenía anteojos negros, y no podía saberse para dónde miraba. Yo estaba con la mitad de la cabeza asomando por la cornisa, pajeándome a full de verla, y fue tan intenso que no pude ahogar un gemidito que me produjo el momento de la eyaculación. Ella no dijo nada, apenas un pequeño sobresalto me pareció notar. Pero con toda tranquilidad subió su mano hasta los anteojos, se los acomodó como para enfocar mejor, y me pareció verle una mueca, una sonrisa que no quiso que se le note. Yo quedé helado, con miedo, pensando en la policía, mis viejos, los vecinos, las noticias.
Ese verano de cagón no subí más pero me quedó picando. ¿Quién sería, de qué trabajaba? Varias veces ese verano di la vuelta a la manzana y pasé frente a su casa en bici, pero nunca se veía mucho movimiento, apenas un Renault 12 gris en la puerta. Tenía pánico de que me descubriera en el techo, o me estuviera esperando. Después me fui de viaje, me olvidé un poco y el frío llegó. Al año siguiente volví a subir pero ya nunca la pude encontrar en la misma situación, y esas fueron mis siestas con la vecina.
Una siesta aburrida de verano se me dio por subir al techo, no menos de 35 grados, el sol bien alto. Estaba viendo y buscando qué hacer cuando escuché ruidos desde el patio de la casa que estaba justo detrás de la mía. Me asomé y el corazón me dio 20 vueltas cuando veo a la vecina en bombacha y corpiño acomodando una silleta para tomar sol. Obvio que me escondí al instante con el corazón a mil y una erección inmediata. Era la primera vez que se me paraba por algo que veía en vivo, algo que no fuera una revista o un programa de tele furtivo.
Acostado sobre la mebrana impermeable del techo, esa que es metalizada y se pone como a 50 grados, sentí una adrenalina en cada rincón de mi cuerpo, una sensación que me acompañará toda la vida, un mareo de adrenalina, un desborde de los sentidos que todavía persigo en cada uno de mis encuentros sexuales, aunque pocas veces llegue a algo tan intenso. Creo que no me fui en seco de cagón, porque me jugaba mucho el miedo de ser descubierto.
Así que dejé pasar un par de minutos, se escuchaba sólo la radio portátil con música de la vecina, y asumí que ya estaba tomando sol y podía mirar tranquilo. Voy a ser muy gráfico porque es como si lo estuviera viendo. Era un patio de 4 x 5, piso de tierra, algunas plantas contra la casa, algunos trastos contra la pared, y nada más. Estaba separado de mi propio patio por un paredón alto, pero desde el techo yo lo veía enterito al lugar. Una ventana de su casa daba al patio, pero no se veía a nadie.
Ella, acostada en su reposera tomando sol. Tendría unos 27-28 años. Un cuerpo muy bien proporcionado pero normal, en esa época eran raro ver mujeres con estilo atlético como ahora (esos culos gigantes con cinturas mínimas y tetotas), pero a esa edad por supuesto que tenía muy en su lugar. Curvas muy femeninas, piernas torneadas, bellísima. No era una malla, tomaba sol en ropa interior, esas color piel que nunca excitó a nadie, aunque para mí fue la lencería que más me encendió en mi vida. Ella tenía una piel tirando a cobriza, y estaba super bronceada. El pelo recogido en una colita bien tirante, y anteojos oscuros. Nada más. Su piel tenía un brillo hermoso. Pude ver que una chica alta, a pesar de la posición se veían unas tetas bien interesantes, que apenas tapaba con el corpiño como recogido para broncearse mejor, y que le cubrían el pezón y alguito más. Un cortorno de la cara fino, anguloso, bajaba a un pecho bien amplio y suave y una pancita que se movía al ritmo de su respiración. Después venía su bombachita, el lugar donde me detuve horas y no podía apartar la vista. Mismo color que el corpiño, tiro más bien bajo pero no cavada, un poquito satinada. Tenía las piernas apenas abiertas por la posición. Varios pelitos negritos se escapaban por el costado, lo que me deliró, pero más a mil todavía me puso ver una pequeña rajita partiendo ese triangulito de tela que con tanto sol se confundía con la piel... Y la textura de la pelambre que se adivinaba abajo de la bombacha, y todo el cuadro que hacía un bultito por la posición. Eso me volvió loco, que sobresaliera de la pelvis como un montencito, uff, lo cuento y todavía se me pone como garrote.
Esa primera vez me quedé cerca de media hora haste que no pude más de calor, empecé a sentir cómo me quemaba vivo, y con el mayor silencio del mundo bajé a hacerme una paja que no debe haber resultado en mucha leche pero sí en toneladas de placer guardado. De ahí en más subía cada vez que podía, a veces la encontraba y otras no. A veces se ponía una bombachita blanca, y combinada con el corpiño color piel, a veces algo negro. La vi parada, le descubrí una cola hermosa, bien compacta, con su ropa interior más tiro bajo, similar a los culottes que aparecieron después pero todo muy natural por la intimidad que tenía ella de estar sola en su propio patio. Yo deliraba, al principio bajaba al rato pero poco después no pude aguantar más y empecé a tocarme en silencio arriba del techo.
Era peligroso, no nos separaban más de 5 metros, y como era la siesta, su radio portátil siempre estaba más bien bajita, de fondo. Algunos días que se hacía más tarde, el sol se iba corriendo y ella lo seguía con su reposera acercándose al paredón que dividía su patio del mío. Y ahí yo me asomaba y la tenía casi abajo, como si yo estuviera en mi balcón del primer piso y ella pasando por la calle. Con mi vista joven intacta, le podía ver cada detalle. Pelusitas rubias por el sol que contrastaban con su bronceado hawaian tropic, alguna línea de expresión en la frente, pequitas mínimas del sol, los pezones a veces más puntudos, a veces más cónicos, o achatados, su piel erizada esos días en que soplaba un vientito fresco, los dedos de los pies que movía de a ratitos, unas manos muy finas que se movían con delicadeza.
Uno de esos días en que estaba más cerca me delaté. Ella siempre tenía anteojos negros, y no podía saberse para dónde miraba. Yo estaba con la mitad de la cabeza asomando por la cornisa, pajeándome a full de verla, y fue tan intenso que no pude ahogar un gemidito que me produjo el momento de la eyaculación. Ella no dijo nada, apenas un pequeño sobresalto me pareció notar. Pero con toda tranquilidad subió su mano hasta los anteojos, se los acomodó como para enfocar mejor, y me pareció verle una mueca, una sonrisa que no quiso que se le note. Yo quedé helado, con miedo, pensando en la policía, mis viejos, los vecinos, las noticias.
Ese verano de cagón no subí más pero me quedó picando. ¿Quién sería, de qué trabajaba? Varias veces ese verano di la vuelta a la manzana y pasé frente a su casa en bici, pero nunca se veía mucho movimiento, apenas un Renault 12 gris en la puerta. Tenía pánico de que me descubriera en el techo, o me estuviera esperando. Después me fui de viaje, me olvidé un poco y el frío llegó. Al año siguiente volví a subir pero ya nunca la pude encontrar en la misma situación, y esas fueron mis siestas con la vecina.
(y acá hago una pausa, porque la historia por supuesto que sigue. Pero necesito calibrar si les gusta, los calienta, los lleva a algún lugar lo que estoy contando, así puedo entender cómo seguir contándoles)
5 comentarios - LA VECINA - Parte 1: la espío desde el techo