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Capítulo 10.
Pantalón Ajustado.
A tan solo un día de reincorporarse al trabajo, Silvana regresó a su casa después de una enérgica rutina de ejercicios. No quería tener problemas para dormir, por eso quemó el excedente de energía trotando por el parque Rivadavia.
Al abrir la puerta, se encontró con la catástrofe.
Silvana no podía creer lo que veía. Su departamento, que siempre estaba impecable y ordenado, parecía una zona de guerra. Había ropa tirada por el suelo, libros y revistas apilados en el sofá, platos sucios en la cocina y hasta una maceta rota en el balcón. ¿Qué había pasado? ¿Acaso habían entrado a robar? No, la respuesta era más simple y frustrante: Renzo, su novio.
Esa sucia rata había desordenado todo y ni siquiera había lavado los platos, tal y como prometió. No podía dejarlo solo ni dos horas que le dejaba la casa hecha un desastre.
Para colmo, el muy cobarde había huido, dejando todo el quilombo atrás.
Silvana sintió una mezcla de enojo y decepción. ¿Cómo podía ser tan irrespetuoso y descuidado? ¿No entiende lo que cuesta mantener el lugar limpio y agradable? Silvana tomó su celular y le escribió un mensaje cargado de rabia a Renzo, exigiéndole una explicación y una disculpa. Cerró el texto con la frase: “¿Qué estabas buscando, pelotudo?”
Estaba harta de sus desastres.
Antes de recibir una respuesta, los sentidos de Silvana se pusieron en alerta.
“El cajón con el dildo”, pensó.
Entró corriendo a su cuarto y descubrió, horrorizada, que el maldito cajón estaba abierto y, lo peor de todo, el dildo y el vibrador estaba allí. Respiró aliviada. En cuanto supo que su secreto seguía a salvo, la invadió una furia asesina. Agarró su celular y llamó a Renzo:
—¿Por qué están todas mis cosas tiradas, pelotudo? —le gritó.
—Ay, amor… no te enojes, es que…
—¿Qué mierda estabas buscando?
—Jabón… para lavar la ropa.
—¿Y por eso tuviste que darme vuelta toda la casa?
—Es que no sabía dónde lo guardabas… y como siempre te quejás de que no lavo bien mi ropa…
—¿Pero por qué no lo compraste en el supermercado?
—Perdón, me olvidé… y no podía esperar hasta mañana. Ya ni tengo ropa limpia para ponerme.
—Ay, Renzo… sos un desastre… y justo yo venía pensando en lavar un pantalón para usar mañana en el trabajo.
—¿Ese tan ajustado que me comentaste?
Silvana recordó la conversación que habían tenido unos minutos antes de que ella saliera a correr. Hablaron sobre lo bien que le quedaba un pantalón blanco y bien ajustado a Dalina, que los saludó en el pasillo. Silvana comentó que ella tenía un pantalón parecido, pero en azul claro. Le aseguró que el de ella era incluso más ajustado que el de Dalina. No lo usaba porque no quería que su novio se pusiera celoso. Pero como ya habían hablado de ese tema, lo podía usar.
Cuando Renzo le dijo: “No creo que te animes a usar eso en tu trabajo”, ella lo tomó como un desafío. “Lo voy a lavar hoy mismo, y mañana lo uso”, le respondió.
—Sí, ese tan ajustado…
—¿De verdad lo vas a usar? —Preguntó Renzo, desde el otro lado de la línea telefónica.
La ira de Silvana aumentó. Tenía la fuerte sospecha de que su novio le había robado el jabón en polvo en un intento desesperado (e infantil) para que ella no usara ese pantalón.
—Sí, ya mismo salgo a comprar otro jabón, lo voy a lavar y lo voy a tener listo para mañana a primera hora.
Y le cortó sin darle tiempo a hacer una réplica.
—--------
La puerta del ascensor se abrió en la planta baja del edificio y Silvana caminó por el hall con paso firme, seguro y elegante. Estaba lista para encarar un nuevo día de trabajo. Osvaldo estaba barriendo cerca de la mesa de recepción y la saludó con un gesto de la cabeza, y luego la acompañó con la mirada. Silvana notó esto, los ojos del portero estaban clavados directamente en su culo, sin ningún tipo de disimulo. Ella sabía el efecto que causaba con ese pantalón tan ajustado, y dependiendo de la ocasión podía disfrutarlo, aún así no le gustó que ese hombre se tomara semejante atrevimiento.
—Disculpe, Osvaldo ¿se le perdió algo? —Preguntó irritada.
Se arrepintió al instante de haber hablado en ese tono tan agresivo. Durante años le habló al portero de forma tajante y es una costumbre que le cuesta quitarse. Ahora que sabe que el pobre hombre no tiene la culpa de ser tan… extraño, debe esforzarse por mantener un diálogo más amigable.
—Ah… no, señorita Da Costa. Lo que pasa es que… tiene sucio el pantalón.
—¿Qué? —Silvana sintió que su mundo tambaleaba. Si hay algo que no puede soportar es que alguien la sorprenda con la ropa sucia—. ¿Pero cómo puede ser posible? Si lo lavé ayer…
—Le aseguro que está sucio… mire, venga a mi oficina, ahí tengo un espejo, así lo comprueba usted misma.
Ya tenía una mala experiencia con esa “oficina” y ese bendito espejo, no tenía ganas de ir. Pero no podía salir a la calle con el pantalón sucio; necesitaba asegurarse. Siguió a Osvaldo hasta ese pequeño cuartito rogando que nadie la viera entrar.
—Ahí tiene, fíjese…
Silvana giró su cadera, para mirar el reflejo de su cola. Su primer pensamiento fue “Quizás tendría que haber elegido otro pantalón, este es demasiado ajustado”. Y sí que lo era, sus nalgas (más firmes y mejor formadas que las de Dalina, según Renzo) lucían impactantes apretadas en esa fina tela azul claro. Como si estuvieran gritando: “Miren el tremendo culo que tengo”. Lo peor era que sus gajos vaginales también se marcaban un poco… más de lo que a ella le gustaría. Y allí estaba Osvaldo, mirándole el orto directamente.
—¿Ve lo que le digo? Está sucio.
Silvana tuvo que reconocer que el tipo tenía razón. Parte de sus piernas y, en especial la zona de la cola, estaban llena de pequeñas manchitas blancas que contrastaban muy bien con el tono azul pálido de la tela.
—Es cierto… no sé qué podrá ser eso. Me quiero morir, no tengo tiempo para cambiarme el pantalón, voy a llegar tarde al trabajo. —No tenía tiempo ni ganas. Había decidido usar ese pantalón ese mismo día, y cumpliría. Era una cuestión de orgullo—. No entiendo cómo puede estar tan manchado, si lo lavé ayer… y el lavarropas es nuevo.
—Mmm… ¿por casualidad no cambió el jabón en polvo? Sé por experiencia que usar jabones de mala calidad suele dejar la ropa con manchas como ésta.
De pronto Silvana entendió todo.
—El pelotudo de mi novio se llevó mi jabón en polvo, tuve que salir a última hora a comprar uno. Los supermercados estaban cerrados, tuve que ir a un almacén donde me ofrecieron uno de una marca muy genérica. No pensé que sería tan problemático.
—En la vida aprendí que ahorrar en productos de limpieza siempre cuesta caro, por eso uso productos de buena calidad en el edificio.
Silvana pensó que con lo que pagaban de expensas, como mínimo debían usar las marcas premium de productos de limpieza. Ese comentario se lo hubiera hecho en el pasado, pero esta vez decidió guardárselo.
Mentalmente insultó a su novio, por ponerla en esta situación. Silvana se planteó dejar el inicio del experimento para otro día… sin embargo ella no es de las que se rinden tan fácil. Necesitaba lavar el pantalón antes de que anochezca, así se secaba para el día siguiente. Lo solucionó comprando un jabón en polvo genérico en un almacén de la zona, luego Odiaba comprar cosas a último momento, y mucho menos cuando ya las tenía en su casa. Antes de acostarse le mandó un mensaje a Renzo diciéndole que debería compensarla por esto. Él ni siquiera respondió, no porque no supiera qué decir, sino por estratégica cobardía. Y eso irritó aún más a Silvana.
—Ay… ¿y ahora qué voy a hacer? Entre que suba y baje otra vez por el ascensor voy a perder un montón de tiempo… y ya es tarde.
Sabía que no era solo una cuestión de tiempo. No quería darle el gusto a Renzo de arruinarle sus planes de usar este pantalón.
—No importa, las manchas son de jabón seco, se pueden sacar fácilmente. Si quiere podemos probar con un trapito húmedo.
—No, ni se le ocurra. No quiero salir a la calle con el pantalón lleno de manchas de humedad.
—Bueno, en ese caso… habrá que raspar un poco, con eso va a ser suficiente.
Antes de que Silvana pudiera tomar una decisión, Osvaldo comenzó a rascarle la parte posterior de la pierna derecha. Ella incluso vio toda la escena a través del espejo. Estuvo a punto de insultarlo, por atrevido (y porque para ella era un acto reflejo reaccionar así con el portero), cuando vio que la manchita que había raspado desapareció completamente. Entonces fue la misma Silvana quien se encargó de raspar algunas de estas manchas mientras hacía un gran esfuerzo para girar su cuerpo. Tuvo que apoyar su mano libre sobre la mesa de la oficina. Esta incómoda pose la llevó a levantar mucho el culo, lo cual acentuó la imagen de sus carnes apretadas bajo la tela.
—En un par de minutos lo dejamos como nuevo —dijo Osvaldo, quien ya se había hecho cargo de tres o cuatro manchas.
A Silvana no le gustó ni un poquito que el portero tuviera una excusa tan buena para mirarle el orto de forma descarada y peor aún, también la estaba tocando. Sin embargo, no tenía otra opción. Si quería deshacerse de las manchas en corto tiempo, no podría hacerlo sola.
“Tranquila, Silvana… acordate que el tipo es asexual. Pensá en eso y todo va a estar bien”.
Aún así, no le resultaba nada fácil mantener la calma.
El atrevimiento (o falta de sutileza) de Osvalo lo llevó a raspar algunas manchas ubicadas directamente en las nalgas de Silvana y para colmo acompañó esta acción con un comentario inoportuno:
—¿No tenía un pantalón más ajustado? Este parece que va a explotar en cualquier momento. Se le marca mucho emmmm… las nalgas. ¿Se olvidó de lo que le dije? Sobre las quejas de los demás inquilinos.
—Mire, Osvaldo, ya hablamos de esto. Me visto como se me dé la gana. Si quiero un pantalón tan ajustado que me marque bien las nalgas, lo voy a usar. Y si algún inquilino tiene problemas con esto, que venga y me lo diga en la cara. Y en cuanto a usted… no me gusta que se haga el críptico conmigo. ¿Por qué no me dice quiénes son esos vecinos que se quejan tanto? Así voy y los hablo directamente.
—Lo siento, señorita Da Costa, eso va contra las reglas del edificio. No puedo darle esa información.
—Muy bien, entonces ayúdeme a sacar estas manchas, que eso sí lo puede hacer… y dígame Silvana. Lo de “Señorita Da Costa” suena demasiado formal, y me pone incómoda.
—Usted se incomoda con cosas extrañas.
“Sí, tan extrañas como vos”, pensó Silvana.
—¿Me va a ayudar, sí o no?
—Sí, claro… aunque déjeme decirle que las manchas no son el único problema. Este pantalón le marca mucho los labios de la vagina.
Silvana sintió cómo su corazón daba un salto mortal. Por alguna extraña razón esas palabras activaron una sensación similar a la que vivió con Paulina, la de la franqueza absoluta… aunque al mismo tiempo le molestó que el comentario viniera de un sujeto que le resulta tan desagradable. Aunque, desde que se enteró de su “peculiar condición”, ya no le cae tan mal. Es como tratar con un robot que vino con un programa muy básico y obsoleto. En cierto sentido, hasta puede resultar adorable.
—Sí, se me marcan, lo sé muy bien… y no me impo… ay… che…
Los rápidos y atrevidos dedos de Osvalo ya estaban rascando manchitas justo sobre la zona de la vulva. Para colmo el pantalón de jean era de una tela tan finita que podía sentir cómo las uñas le rascaban los laterales de la vagina.
—Perdón, solo intento ayudar… en esta zona quedan manchas… es cuestión de un minuto…
Silvana tuvo que morderse la lengua, aguantó las ganas de mandarlo a mierda. Osvaldo realmente la estaba ayudando… a su manera. Por nada del mundo quería salir a la calle con manchitas blancas en el pantalón… mucho menos en la zona de la vagina. Le bastaba con imaginar la conclusión a la que llegaría la gente que viera eso.
—Ok —dijo Silvana, tragándose una buena parte de su orgullo—. Fíjese que quede bien limpio, por favor…
—¿Le molestaría si miro de cerca?
—Sí… sí me molestaría —hizo una pausa para respirar “Calma, Silvana… calma”—. Normalmente lo sentiría como una invasión a mi privacidad… pero no me queda otra alternativa. Hágalo.
—Muy bien… y recuerde que esto no es mi culpa.
Silvana apretó los dientes, tenía ganas de gritar. Le desesperaba que Osvaldo tuviera razón, él no tenía la culpa de nada.
Levantó más las nalgas y arqueó la espalda, brindando una pose sumamente erótica, como si estuviera posando para una revista porno. Osvaldo se arrodilló detrás de ella y sin pedir permiso agarró una de sus nalgas y la separó de la otra. La irritación de Silvana no hizo más que crecer, tenía a ese tipo que (claramente) estaba muy lejos de su liga, tocándole el culo y mirándole la concha a cinco centímetros de distancia. Debía de estar brindándole el mejor espectáculo de su vida.
“Pero a él no le interesa el cuerpo feminino de la misma forma que al resto de los hombres”, pensó Silvana, para tranquilizarse.
El cosquilleo era insoportable, esas uñas no se detenían ni por un segundo, como si no les importara estar rasgando una zona tan sensible. Para colmo ella debía quedarse muy quieta, inclinada hacia adelante, con las piernas separadas y con la cola levantada, como si estuviera invitando a un amante a que la penetrara.
Sus rodillas se estremecieron ante el incesante rasguido de las uñas de Osvaldo que primero se centraron, de forma muy minuciosa, en su labio derecho. Luego de haber recorrido hasta el último milímetro, pasó al izquierdo, donde repitió la operación con la misma dedicación. Supuso que Osvaldo estaba ganando confianza de a poco, al ver que ella no le daba un manotazo para apartarlo de allí. Por eso se tomó el atrevimiento de pasar el pulgar contra este gajo vaginal, haciendo que las rodillas de Silvana temblaran. Ella entendió que él solo estaba “repasando” la zona, como si estuviera quitando el polvillo restante del jabón reseco; pero aún así era sumamente incómodo, humillante… e invasivo.
Volvió a pasar el dedo por el medio de la concha… y luego otra vez… y otra.
—Ay, Osvaldo… deje de pasarme el dedo por ahí.
—Disculpe Silvana… lo hice porque era necesario. No tomé en cuenta lo sensible que puede ser esta zona. —Osvaldo volvió a rascar y a frotar con la yema de su pulgar. Ante cada contacto, Silvana se puso en puntas de pie… las sensaciones que le estaban provocando este indiscreto toqueteo eran mucho más fuertes de lo que a ella le hubiera gustado admitir—. Ok… creo que ya quedó más o menos bien, si quiere ya se puede retirar.
—No, un “más o menos bien” no me sirve. —Dijo Silvana, sabiendo que lamentaría esas palabras—. Tiene que quedar perfecto.
—Ok… entonces sigo… solo no quería molestarla aún más.
—Ya es tarde para eso, simplemente siga.
“Por favor, que esta tortura se termine de una maldita vez”, pensó Silvana mientras otra parte de su mente rezaba para que nadie apareciera por la oficina del portero.
Osvaldo retomó el rasgueo con la uña y esta vez lo hizo justo sobre la raya de la concha, ahí… exactamente la parte en que la concha se abre, para dividirse en dos. Silvana supo que la situación había llegado demasiado lejos, aunque ya era tarde para interrumpirla. Debía confiar en que Osvaldo no hacía esto para obtener alguna recompensa sexual. “A él ni siquiera le interesan esas cosas. ¿Cierto?”
Ya había aguantado tanta humillación que suspender todo ahora mismo haría que lo sufrido no valiera la pena… y además se iría al trabajo con manchas sospechosamente blancas. No le quedaba más alternativa que aguantar… y rogar para que su vagina no se entusiasmara demasiado con los toqueteos. Porque una puede tener mucho autocontrol… pero no es de madera.
—Le aviso que hay algunas manchas algo difíciles de quitar… quizás tenga que hacer más presión.
—Está bien, está bien. No me lo diga, simplemente hágalo… y rápido, que ya estoy llegando tarde.
El intenso rasguido comenzó justo donde estaba su clítoris. Pudo sentirlo como si un amante la estuviera tocando de forma directa, calentándola para el acto sexual. “La puta madre… uf… tranquila, Silvana… pensá en otra cosa”.
Entre ese dedo que presionaba fuerte y se movía sin parar, y su clítoris, solo se estaba la fina tela de jean y la (aún más fina) tela de la tanga. Si hasta podía sentir ese botoncito sexual moviéndose de un lado a otro ante la creciente presión de los dedos de Osvaldo. Silvana llegó a pensar que el muy hijo de puta estaba aprovechando la situación, pero este comportamiento no parecía encajar con el Osvaldo autista que le describió Sonia. De todas maneras, ninguna de las dos era una experta en el tema y realmente no tenían idea de lo que podría haber dentro de la mente del portero.
Aguantó esa “estimulación clitoriana” estoicamente, moviéndose un poco con cierta incomodidad, causada por reacciones involuntarias de su cuerpo; pequeños espasmos de placer. Es que su concha no parecía entender quién la estaba tocando y en qué contexto, reaccionaba ante estos toqueteos como si los estuviera haciendo un amante hábil. Se le estaba acalorando toda la zona vaginal y temía que los jugos sexuales comenzaran a fluir, eso sí que le traería problemas. ¿Podría humedecer la tela de su pantalón? ¿La tanga sería suficiente para contener ese líquido viscoso y traicionero? Rogó para que así fuera, porque aunque le doliera admitirlo, podía sentir la humedad de su sexo en aumento.
Esto sí que era una tortura, y peor aún fue el momento en que uno de los gruesos dedos de Osvaldo fue a parar precisamente al agujero de su concha. Se hundió en ella como si estuviera decidido a agujerear la tela y mandarse hasta el fondo.
—Ay… por dios… Osvaldo!!
De forma involuntaria Silvana se puso en puntas de pie, se inclinó más sobre el escritorio y levantó su cola, arqueando la espalda, en una postura netamente sexual. Ahora sí era como si le estuviera diciendo a un amante imaginario: “Vení, clavame toda”.
—Uy, disculpe, no fue mi intención…
—Ay… pero… ¿qué hace?
—Perdón, es que… presioné acá, para limpiar una mancha, y el dedo se hundió. No pensé que pasaría eso.
Llena de rabia, Silvana sintió la necesidad de explicar lo sucedido, como si se tratase de darle información a un robot que no entendía de sutilezas.
—¿Acaso se olvidó de la función específica que cumple esa parte de mi cuerpo? —El cuerpo le ardió, el corazón se le aceleró. Aún no entendía por qué se ponía así cuando hablaba de temas tan íntimos y humillantes… y no solo le pasaba con Paula o Sonia—. O sea… es un agujero, Osvaldo, literalmente está ahí para recibir penetraciones, y la tela del pantalón es muy finita. Es obvio que el dedo iba a entrar.
El enojo y la confusión la llevaron a decir cosas de las que se arrepintió al instante. No tendría que haberse puesto tan explícita con las funciones anatómicas de su vagina. Tendría que haberse mordido la lengua… pero ya era tarde, lo había dicho y Osvaldo actuaría en consecuencia.
—Sí, sé que acá hay un agujero. Créame que lo sé perfectamente —la primera falange de su dedo se había hundido por completo y se movía como si estuviera rascando—. Se nota a simple vista que usted es mujer, porque tiene vagina. —Le irritaba que el tipo le hablara en ese tono tan neutro, tan artificial. Era como dialogar con una máquina—. Nadie en mi posición podría ponerlo en duda. Su anatomía está perfectamente delimitada y me queda claro que esto está aquí específicamente para ser penetrado —Hijo de puta, pensó Silvana—. Pero creí que la tela era más firme, que aguantaría mejor la presión. No creí que fuera a hundirse de esta manera. Para colmo, su ropa interior también parece haberse perdido aquí dentro. —Silvana se movió incómoda y fue un error, solo provocó que el dedo la hincara más hondo—. Con lo voluminosa que es su vagina, no me extraña que todo termine aquí dentro.
“Te voy a matar, hijo de puta… te juro que te voy a matar”; pero no podía enojarse con él. Simplemente no podía. La rabia se desvanecía en cuanto recordaba que la mente de este sujeto no funcionaba como la de los demás hombres. Sin embargo, Silvana estaba llegando peligrosamente a su límite. Estaba a un segundo de mandar todo a la mierda. Aún así, le resultaba imposible moverse, como si Osvaldo hubiera presionado un punto justo de su anatomía que le hacía perder todo el control de su motricidad.
—Bueno, creo que ya está —dijo Osvaldo, retirando el dedo del agujero.
—¿Quedó perfecto? —Preguntó Silvana, más que nada para asegurarse de que todo este suplicio había valido la pena.
—Mmm… veamos…
Osvaldo comenzó a acariciar sus nalgas, primero una, luego la otra. Lo hizo como si estuviera intentando sacar el polvillo acumulado. Después aprovechó para recorrer con sus rechonchos dedos cada rincón, cada curva, de la vagina de Silvana, ejerciendo presión en más de un punto. También se tomó otra gran libertad, puso su palma hacia arriba y con la punta de los dedos acarició otra vez el clítoris.
—Ah… ahhh… aahhh… —Silvana se sorprendió a sí misma gimiendo, con los ojos cerrados y la boca abierta. Tanto toqueteo le estaba haciendo perder la compostura. No reaccionó, porque eso solo la hubiera puesto aún más en evidencia, prefirió hacer de cuenta que nada había pasado—. No voy a hacer tiempo de ir al garaje a sacar el auto. ¿Puede pedirme un taxi?
—Sí, claro… por supuesto.
Osvaldo se puso de pie y descolgó el teléfono fijo que estaba sobre el escritorio, junto a Silvana. Marcó con la mano derecha y se llevó el auricular a la oreja sin dejar de tocar la concha con su mano izquierda.
Silvana no entendió por qué se quedó allí, quieta. Sus tetas ya estaban apretadas contra el escritorio y tenía la cabeza apoyada en un brazo. Estaba simplemente inmóvil, sin poder reaccionar. Aunque se lo hubieran preguntado bajo tortura, no hubiera sabido qué responder por qué se quedó tan quieta. Solo podría decir que no fue capaz de moverse, su cuerpo había perdido toda capacidad de reacción… y ese tipo la estaba tocando de una forma muy parecida a la que ella misma usaba cuando se masturbaba.
Osvaldo dio la dirección del edificio a la operaria de la central de taxis y luego colgó.
—Enseguida viene, en esta zona no suelen tardar mucho. A veces vienen al instante.
—Eso espero… uff… ah… aahhh…
—Pero en horario laboral es otra cosa… hay mucho tráfico. Podría demorar un poco.
—Eso sí que sería un problema… ahh… ay… ufff…
“Dejá de tocarme, hijo de mil putas”, esas palabras quedaron presas en su mente porque no fue capaz de decirlas en voz alta. “Me está pajeando… no puedo creer que el portero me esté pajeando”.
—Sé que solo es echar más leña al fuego, Silvana —dijo Osvaldo, mientras sus hábiles dedos recorrían la raya de la concha y uno de ellos hundía su primer falange en el agujero—, pero la imágen que da con este tipo de pantalones es… demasiado explícita. No deja nada a la imaginación. Para colmo la tanga ya se perdió toda aquí dentro —remarcó la raya de la concha—. Estoy intentando sacarla, pero es inútil. No puedo. —Silvana soltó una serie de cortos gemidos que fueron bastante más evidentes que los anteriores. Por la vergüenza (y para intentar ahogar el ruido) hundió más su cabeza en el hueco que formaba con su brazo—. ¿Me cree si le digo que hasta puedo sentir sus labios? Y no me refiero a los externos… sino a los internos… los que sobresalen de la vagina.
Para subrayar su explicación, pellizcó levemente uno de esos labios vaginales por encima de la tela.
—Sí, le creo… —Silvana sintió que sus defensas (tan férreas y sólidas) se estaban desmoronando. De alguna manera había logrado llevarla a un punto de letargo, donde su mente estaba obnubilada por el placer—. Creo haberle dicho que tengo esos labios un poquito más carnosos de lo habitual. Y la tanga siempre se me mete dentro de la concha, en especial cuando uso pantalones ajustados.
—Debe ser porque usa tangas muy pequeñas.
—Sí, eso puede ser, lo reconozco. Hoy me puse una bien chiquita… es que no quería que se marque demasiado con el pantalón.
—Y ya ve el resultado, Silvana… estos labios se la tragaron toda.
Silvana no pudo evitar reírse. La situación con Osvaldo estaba pasando de ser humillante e incómoda a absurdamente divertida. La excitación estaba haciendo estragos en su mente, como si se tratase de una droga que nubla el juicio.
—Y tangas no es lo único que tragan estos labios…
—¿A qué se refiere? Ah… ¿lo dice por mis dedos?
Presionó con más fuerza, Silvana notó como la primera falange se hundía en el agujero de su concha.
—Ay… no me refería solamente a eso, aunque en este caso aplica bien. Tenga cuidado, Osvaldo… no vaya muy adentro, o puede perder un dedo.
—No creo que eso ocurra, Silvana… ni que usted tuviera dientes en la vagina.
Una vez más soltó una risita incómoda, producto de la embriaguez sexual.
—Solo era una forma de decir, Osvaldo. No se lo tiene que tomar tan literal. Dígame, con total honestidad… ¿Puede ver alguna mancha de humedad?
—¿Como de orina?
—No necesariamente… es que… con el proceso para quitar las manchas —no quería decir “toqueteos”—, puede que la vagina me haya jugado una mala pasada. ¿Me explico?
—Oh sí, entiendo perfectamente… déjeme ver… —Volvió a agacharse detrás de Silvana, acarició la concha dos o tres veces y luego dijo—. ¿Puede levantar un poco la pierna?
Silvana no solo levantó un poco su pierna izquierda, sino que puso la rodilla sobre el mostrador, quedando como si fuera una perrita a punto de orinar en un árbol.
—Em… no era necesario levantarla tanta, así es como que se le ve demasiado y no era mi intención…
—A esta altura ya no me importa —dijo Silvana, otro gran error que seguramente Osvaldo sabría aprovechar—. Solo fíjese si estoy mojada, porque… yo me siento mojada.
—Mmm… veamos… con esta luz artificial, y con el color de este jean es difícil saberlo —abrió la concha usando sus dos pulgares y se puso a analizar como si fuera un ginecólogo experto en análisis con la ropa puesta—. Puede que haya alguna manchita de humedad, pero es muy tenue…
—Uf… eso es un alivio…
—Sin embargo, si usted se siente húmeda, solo es cuestión de tiempo para que empiece a mojarse el pantalón. Aunque… eso lo podemos evitar.
—¿Cómo?
—¿Podría desabrocharse el pantalón? No digo que se lo baje, por supuesto. Solo que desprenda el botón por un minuto.
Silvana bajó la pierna al mismo tiempo que Osvaldo se ponía de pie. A esta altura su cerebro ya era una nebulosa mezcla de ira, vergüenza… y excitación. No le pareció tan grave desprender el botón, así que lo hizo.
Lo que no se imaginó fue que la estrategia de Osvaldo consistía en meter la mano dentro, justo por encima de su cola.
—Hey… ¿pero qué hace?
—No se asuste, solo intento acomodar su ropa interior, eso le va a brindar la protección que necesita.
Silvana estuvo a punto de decirle: “Eso podría haberlo hecho yo, degenerado hijo de puta”, pero en ese momento escuchó que el taxi comenzaba a tocar bocina.
—Apurese… apurese… acomodela de una vez.
Osvaldo luchaba para hundir más su mano dentro del pantalón.
—Es difícil —dijo el hombre—, aún está muy ajustado.
A Silvana no le quedó más alternativa que bajar el cierre… como vio que esto no era suficiente, tuvo que dejar caer un poco su pantalón, más o menos hasta la mitad de sus nalgas. Allí fue cuando la mano izquierda de Osvaldo consiguió llegar a destino. Silvana soltó otro gemido, combinado con un resoplido de angustia. Los dedos se deslizaron directamente sobre sus labios vaginales, por dentro de la tanga.
—Uy, sí que está húmedo —comentó Osvaldo—. Parece que el asunto es más grave de lo que imaginamos.
—Es que… me mojo muy fácil… y digamos que lubrico muy bien. Demasiado bien, para mi gusto.
“Dale, pelotuda… seguí dándole información sobre tu concha. ¿Por qué no le contás cómo te hacés la paja antes de dormir, ya que estás?”
—Eso es exactamente lo que le iba a decir, se nota que usted lubrica muy bien; pero créame, eso es algo positivo. Le permite disfrutar mejor de las penetraciones.
—Em.. sí, eso es muy cierto… —le dio un escalofrío escuchar hablar a Osvaldo de “disfrutar penetraciones”.
Silvana descubrió, para su completo asombro, que la incómoda charla que estaba manteniendo con el portero se parecía demasiado al tipo de conversación que quería tener con su novio… o quizás con Paulina. Y lo que más la confundió fue que… en cierto punto, hasta lo estaba disfrutando. Una vez más sus defensas quedaron destruidas.
—Osvaldo ¿La tanga está muy mojada? —Otro bocinazo del taxista, que seguramente ya se estaba impacientando. Le hubiera gustado tener una forma de avisarle que ya estaba casi lista, que la espere.
—Lamento decirle que sí —Silvana notó como los dedos intentaban estirar la tela de la tanga y al mismo tiempo le rozaban la concha directamente, los dedos de Osvaldo se estaban lubricando—. Para colmo no parece que la fuga vaya a parar —metió una falange dentro del agujero de la concha, esta vez no hubo tela que la detuviera—. Se podría decir que se le rompió el cuerito… ya sabe, está goteando como la canilla que arreglé en su casa.
Silvana soltó una risotada, quizás fue por puro delirio psicótico, ya que no podía creer que estuviera permitiendo que ese tipo le metiera los dedos de esa manera.
—Por experiencia, sé que no va a parar en un buen rato. Mire, usted ya no me parece tan malo como creía, me ayudó mucho en un momento difícil… y me solucionó el problema con la canilla. Voy a tener un acto de verdadera confianza, solo porque ya estoy desesperada… y no quiero tener una crisis de nervios. Es mejor tomárselo con calma… y con humor.
—Sí, esa es la mejor forma de encarar este tipo de situaciones. No hay que hacerse tanto drama, es solo un pequeño percance, podría pasarle a cualquiera.
—Totalmente de acuerdo —Silvana bajó más su pantalón, dejando expuestas sus nalgas al completo… con la concha incluída—. Coloqueme bien la tanga.
—Muy bien, aunque no será una tarea tan fácil… su vagina está mordiendo la tela como si fuera un pitbull rabioso.
Silvana volvió a soltar una carcajada. ¿Por qué de pronto todo esto le resultaba tan divertido y embriagador? ¿Acaso su cerebro había implosionado?
—¿Por lo de rabioso se refiere también al exceso de baba? —Bromeó Silvana, entre risas.
—¡Claro! —Osvaldo sonrió—. Hay baba a montones —se escuchó un sonido de un auto acelerando—. Creo que su taxi se fue… va a llegar tarde al trabajo.
—Eso parece… y no es bueno después de tantos días sin ir a trabajar. Van a pensar que soy una irresponsable. Pero bueno, intentaré dar una buena excusa. Nunca llego tarde. —Silvana se quedó con las manos apoyadas en el escritorio, las piernas tan separadas como el pantalón en las rodillas se lo permitió y la cola bien levantada. Miró su reflejo en el espejo y pudo ver cómo su concha estaba mordiendo la tanga… “como si fuera un pitbull rabioso”.
—¿Quiere que la ayude con eso? —Preguntó Osvaldo.
Podría haberlo hecho ella misma; pero consideró que sería poco cordial rechazar la propuesta del portero después de que la ayudó tanto… o quizás solo porque la situación ya le parecía divertida.
—Muy bien, ayudeme…
Osvaldo consideró que era mejor agacharse, ella vio en el espejo cómo la cara del tipo quedaba a muy pocos centímetros de su culo. Al maniobrar con la tela de la tanga pudo dar un buen vistazo a toda la concha.
“Ahora el portero me conoce toda la intimidad”, pensó Silvana, mientras luchaba por no moverse. Los roces de los dedos no parecían intencionales, sin embargo estaban tocando una zona muy sensible de su cuerpo.
—Bueno, creo que ya quedó —dijo Osvaldo—. Aunque esto no le va a solucionar el problema de la humedad.
—Por eso no se preocupe. Trabajo sentada detrás de un escritorio, no creo que alguien vaya a notarlo. Muchas gracias por todo, Osvaldo. Fue muy bueno conmigo. Y espero que no le cuente a nadie el pequeño problemita que tuve.
—Quédese tranquila, Silvana… como le comenté, los secretos del edificio se quedan conmigo.
—Bueno, así me gusta —volvió a subirse el pantalón y prendió el botón—. Si no le molesta, me voy ya mismo. No quiero demorar más de la cuenta.
—Entiendo perfectamente… y le recomiendo que use su auto. No importa lo que tarde en sacarlo del garaje, seguramente será menos tiempo que esperar un taxi.
—Sí, tiene razón… gracias por el consejo.
Silvana salió a paso rápido, aún podía sentir el eco de los roces contra su concha. Tendría que estar enojada, sin embargo se sentía bien. Contenta… divertida. La situación fue algo ridícula; pero la dejó muy caliente… y eso es algo que no puede negar.
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Capítulo 10.
Pantalón Ajustado.
A tan solo un día de reincorporarse al trabajo, Silvana regresó a su casa después de una enérgica rutina de ejercicios. No quería tener problemas para dormir, por eso quemó el excedente de energía trotando por el parque Rivadavia.
Al abrir la puerta, se encontró con la catástrofe.
Silvana no podía creer lo que veía. Su departamento, que siempre estaba impecable y ordenado, parecía una zona de guerra. Había ropa tirada por el suelo, libros y revistas apilados en el sofá, platos sucios en la cocina y hasta una maceta rota en el balcón. ¿Qué había pasado? ¿Acaso habían entrado a robar? No, la respuesta era más simple y frustrante: Renzo, su novio.
Esa sucia rata había desordenado todo y ni siquiera había lavado los platos, tal y como prometió. No podía dejarlo solo ni dos horas que le dejaba la casa hecha un desastre.
Para colmo, el muy cobarde había huido, dejando todo el quilombo atrás.
Silvana sintió una mezcla de enojo y decepción. ¿Cómo podía ser tan irrespetuoso y descuidado? ¿No entiende lo que cuesta mantener el lugar limpio y agradable? Silvana tomó su celular y le escribió un mensaje cargado de rabia a Renzo, exigiéndole una explicación y una disculpa. Cerró el texto con la frase: “¿Qué estabas buscando, pelotudo?”
Estaba harta de sus desastres.
Antes de recibir una respuesta, los sentidos de Silvana se pusieron en alerta.
“El cajón con el dildo”, pensó.
Entró corriendo a su cuarto y descubrió, horrorizada, que el maldito cajón estaba abierto y, lo peor de todo, el dildo y el vibrador estaba allí. Respiró aliviada. En cuanto supo que su secreto seguía a salvo, la invadió una furia asesina. Agarró su celular y llamó a Renzo:
—¿Por qué están todas mis cosas tiradas, pelotudo? —le gritó.
—Ay, amor… no te enojes, es que…
—¿Qué mierda estabas buscando?
—Jabón… para lavar la ropa.
—¿Y por eso tuviste que darme vuelta toda la casa?
—Es que no sabía dónde lo guardabas… y como siempre te quejás de que no lavo bien mi ropa…
—¿Pero por qué no lo compraste en el supermercado?
—Perdón, me olvidé… y no podía esperar hasta mañana. Ya ni tengo ropa limpia para ponerme.
—Ay, Renzo… sos un desastre… y justo yo venía pensando en lavar un pantalón para usar mañana en el trabajo.
—¿Ese tan ajustado que me comentaste?
Silvana recordó la conversación que habían tenido unos minutos antes de que ella saliera a correr. Hablaron sobre lo bien que le quedaba un pantalón blanco y bien ajustado a Dalina, que los saludó en el pasillo. Silvana comentó que ella tenía un pantalón parecido, pero en azul claro. Le aseguró que el de ella era incluso más ajustado que el de Dalina. No lo usaba porque no quería que su novio se pusiera celoso. Pero como ya habían hablado de ese tema, lo podía usar.
Cuando Renzo le dijo: “No creo que te animes a usar eso en tu trabajo”, ella lo tomó como un desafío. “Lo voy a lavar hoy mismo, y mañana lo uso”, le respondió.
—Sí, ese tan ajustado…
—¿De verdad lo vas a usar? —Preguntó Renzo, desde el otro lado de la línea telefónica.
La ira de Silvana aumentó. Tenía la fuerte sospecha de que su novio le había robado el jabón en polvo en un intento desesperado (e infantil) para que ella no usara ese pantalón.
—Sí, ya mismo salgo a comprar otro jabón, lo voy a lavar y lo voy a tener listo para mañana a primera hora.
Y le cortó sin darle tiempo a hacer una réplica.
—--------
La puerta del ascensor se abrió en la planta baja del edificio y Silvana caminó por el hall con paso firme, seguro y elegante. Estaba lista para encarar un nuevo día de trabajo. Osvaldo estaba barriendo cerca de la mesa de recepción y la saludó con un gesto de la cabeza, y luego la acompañó con la mirada. Silvana notó esto, los ojos del portero estaban clavados directamente en su culo, sin ningún tipo de disimulo. Ella sabía el efecto que causaba con ese pantalón tan ajustado, y dependiendo de la ocasión podía disfrutarlo, aún así no le gustó que ese hombre se tomara semejante atrevimiento.
—Disculpe, Osvaldo ¿se le perdió algo? —Preguntó irritada.
Se arrepintió al instante de haber hablado en ese tono tan agresivo. Durante años le habló al portero de forma tajante y es una costumbre que le cuesta quitarse. Ahora que sabe que el pobre hombre no tiene la culpa de ser tan… extraño, debe esforzarse por mantener un diálogo más amigable.
—Ah… no, señorita Da Costa. Lo que pasa es que… tiene sucio el pantalón.
—¿Qué? —Silvana sintió que su mundo tambaleaba. Si hay algo que no puede soportar es que alguien la sorprenda con la ropa sucia—. ¿Pero cómo puede ser posible? Si lo lavé ayer…
—Le aseguro que está sucio… mire, venga a mi oficina, ahí tengo un espejo, así lo comprueba usted misma.
Ya tenía una mala experiencia con esa “oficina” y ese bendito espejo, no tenía ganas de ir. Pero no podía salir a la calle con el pantalón sucio; necesitaba asegurarse. Siguió a Osvaldo hasta ese pequeño cuartito rogando que nadie la viera entrar.
—Ahí tiene, fíjese…
Silvana giró su cadera, para mirar el reflejo de su cola. Su primer pensamiento fue “Quizás tendría que haber elegido otro pantalón, este es demasiado ajustado”. Y sí que lo era, sus nalgas (más firmes y mejor formadas que las de Dalina, según Renzo) lucían impactantes apretadas en esa fina tela azul claro. Como si estuvieran gritando: “Miren el tremendo culo que tengo”. Lo peor era que sus gajos vaginales también se marcaban un poco… más de lo que a ella le gustaría. Y allí estaba Osvaldo, mirándole el orto directamente.
—¿Ve lo que le digo? Está sucio.
Silvana tuvo que reconocer que el tipo tenía razón. Parte de sus piernas y, en especial la zona de la cola, estaban llena de pequeñas manchitas blancas que contrastaban muy bien con el tono azul pálido de la tela.
—Es cierto… no sé qué podrá ser eso. Me quiero morir, no tengo tiempo para cambiarme el pantalón, voy a llegar tarde al trabajo. —No tenía tiempo ni ganas. Había decidido usar ese pantalón ese mismo día, y cumpliría. Era una cuestión de orgullo—. No entiendo cómo puede estar tan manchado, si lo lavé ayer… y el lavarropas es nuevo.
—Mmm… ¿por casualidad no cambió el jabón en polvo? Sé por experiencia que usar jabones de mala calidad suele dejar la ropa con manchas como ésta.
De pronto Silvana entendió todo.
—El pelotudo de mi novio se llevó mi jabón en polvo, tuve que salir a última hora a comprar uno. Los supermercados estaban cerrados, tuve que ir a un almacén donde me ofrecieron uno de una marca muy genérica. No pensé que sería tan problemático.
—En la vida aprendí que ahorrar en productos de limpieza siempre cuesta caro, por eso uso productos de buena calidad en el edificio.
Silvana pensó que con lo que pagaban de expensas, como mínimo debían usar las marcas premium de productos de limpieza. Ese comentario se lo hubiera hecho en el pasado, pero esta vez decidió guardárselo.
Mentalmente insultó a su novio, por ponerla en esta situación. Silvana se planteó dejar el inicio del experimento para otro día… sin embargo ella no es de las que se rinden tan fácil. Necesitaba lavar el pantalón antes de que anochezca, así se secaba para el día siguiente. Lo solucionó comprando un jabón en polvo genérico en un almacén de la zona, luego Odiaba comprar cosas a último momento, y mucho menos cuando ya las tenía en su casa. Antes de acostarse le mandó un mensaje a Renzo diciéndole que debería compensarla por esto. Él ni siquiera respondió, no porque no supiera qué decir, sino por estratégica cobardía. Y eso irritó aún más a Silvana.
—Ay… ¿y ahora qué voy a hacer? Entre que suba y baje otra vez por el ascensor voy a perder un montón de tiempo… y ya es tarde.
Sabía que no era solo una cuestión de tiempo. No quería darle el gusto a Renzo de arruinarle sus planes de usar este pantalón.
—No importa, las manchas son de jabón seco, se pueden sacar fácilmente. Si quiere podemos probar con un trapito húmedo.
—No, ni se le ocurra. No quiero salir a la calle con el pantalón lleno de manchas de humedad.
—Bueno, en ese caso… habrá que raspar un poco, con eso va a ser suficiente.
Antes de que Silvana pudiera tomar una decisión, Osvaldo comenzó a rascarle la parte posterior de la pierna derecha. Ella incluso vio toda la escena a través del espejo. Estuvo a punto de insultarlo, por atrevido (y porque para ella era un acto reflejo reaccionar así con el portero), cuando vio que la manchita que había raspado desapareció completamente. Entonces fue la misma Silvana quien se encargó de raspar algunas de estas manchas mientras hacía un gran esfuerzo para girar su cuerpo. Tuvo que apoyar su mano libre sobre la mesa de la oficina. Esta incómoda pose la llevó a levantar mucho el culo, lo cual acentuó la imagen de sus carnes apretadas bajo la tela.
—En un par de minutos lo dejamos como nuevo —dijo Osvaldo, quien ya se había hecho cargo de tres o cuatro manchas.
A Silvana no le gustó ni un poquito que el portero tuviera una excusa tan buena para mirarle el orto de forma descarada y peor aún, también la estaba tocando. Sin embargo, no tenía otra opción. Si quería deshacerse de las manchas en corto tiempo, no podría hacerlo sola.
“Tranquila, Silvana… acordate que el tipo es asexual. Pensá en eso y todo va a estar bien”.
Aún así, no le resultaba nada fácil mantener la calma.
El atrevimiento (o falta de sutileza) de Osvalo lo llevó a raspar algunas manchas ubicadas directamente en las nalgas de Silvana y para colmo acompañó esta acción con un comentario inoportuno:
—¿No tenía un pantalón más ajustado? Este parece que va a explotar en cualquier momento. Se le marca mucho emmmm… las nalgas. ¿Se olvidó de lo que le dije? Sobre las quejas de los demás inquilinos.
—Mire, Osvaldo, ya hablamos de esto. Me visto como se me dé la gana. Si quiero un pantalón tan ajustado que me marque bien las nalgas, lo voy a usar. Y si algún inquilino tiene problemas con esto, que venga y me lo diga en la cara. Y en cuanto a usted… no me gusta que se haga el críptico conmigo. ¿Por qué no me dice quiénes son esos vecinos que se quejan tanto? Así voy y los hablo directamente.
—Lo siento, señorita Da Costa, eso va contra las reglas del edificio. No puedo darle esa información.
—Muy bien, entonces ayúdeme a sacar estas manchas, que eso sí lo puede hacer… y dígame Silvana. Lo de “Señorita Da Costa” suena demasiado formal, y me pone incómoda.
—Usted se incomoda con cosas extrañas.
“Sí, tan extrañas como vos”, pensó Silvana.
—¿Me va a ayudar, sí o no?
—Sí, claro… aunque déjeme decirle que las manchas no son el único problema. Este pantalón le marca mucho los labios de la vagina.
Silvana sintió cómo su corazón daba un salto mortal. Por alguna extraña razón esas palabras activaron una sensación similar a la que vivió con Paulina, la de la franqueza absoluta… aunque al mismo tiempo le molestó que el comentario viniera de un sujeto que le resulta tan desagradable. Aunque, desde que se enteró de su “peculiar condición”, ya no le cae tan mal. Es como tratar con un robot que vino con un programa muy básico y obsoleto. En cierto sentido, hasta puede resultar adorable.
—Sí, se me marcan, lo sé muy bien… y no me impo… ay… che…
Los rápidos y atrevidos dedos de Osvalo ya estaban rascando manchitas justo sobre la zona de la vulva. Para colmo el pantalón de jean era de una tela tan finita que podía sentir cómo las uñas le rascaban los laterales de la vagina.
—Perdón, solo intento ayudar… en esta zona quedan manchas… es cuestión de un minuto…
Silvana tuvo que morderse la lengua, aguantó las ganas de mandarlo a mierda. Osvaldo realmente la estaba ayudando… a su manera. Por nada del mundo quería salir a la calle con manchitas blancas en el pantalón… mucho menos en la zona de la vagina. Le bastaba con imaginar la conclusión a la que llegaría la gente que viera eso.
—Ok —dijo Silvana, tragándose una buena parte de su orgullo—. Fíjese que quede bien limpio, por favor…
—¿Le molestaría si miro de cerca?
—Sí… sí me molestaría —hizo una pausa para respirar “Calma, Silvana… calma”—. Normalmente lo sentiría como una invasión a mi privacidad… pero no me queda otra alternativa. Hágalo.
—Muy bien… y recuerde que esto no es mi culpa.
Silvana apretó los dientes, tenía ganas de gritar. Le desesperaba que Osvaldo tuviera razón, él no tenía la culpa de nada.
Levantó más las nalgas y arqueó la espalda, brindando una pose sumamente erótica, como si estuviera posando para una revista porno. Osvaldo se arrodilló detrás de ella y sin pedir permiso agarró una de sus nalgas y la separó de la otra. La irritación de Silvana no hizo más que crecer, tenía a ese tipo que (claramente) estaba muy lejos de su liga, tocándole el culo y mirándole la concha a cinco centímetros de distancia. Debía de estar brindándole el mejor espectáculo de su vida.
“Pero a él no le interesa el cuerpo feminino de la misma forma que al resto de los hombres”, pensó Silvana, para tranquilizarse.
El cosquilleo era insoportable, esas uñas no se detenían ni por un segundo, como si no les importara estar rasgando una zona tan sensible. Para colmo ella debía quedarse muy quieta, inclinada hacia adelante, con las piernas separadas y con la cola levantada, como si estuviera invitando a un amante a que la penetrara.
Sus rodillas se estremecieron ante el incesante rasguido de las uñas de Osvaldo que primero se centraron, de forma muy minuciosa, en su labio derecho. Luego de haber recorrido hasta el último milímetro, pasó al izquierdo, donde repitió la operación con la misma dedicación. Supuso que Osvaldo estaba ganando confianza de a poco, al ver que ella no le daba un manotazo para apartarlo de allí. Por eso se tomó el atrevimiento de pasar el pulgar contra este gajo vaginal, haciendo que las rodillas de Silvana temblaran. Ella entendió que él solo estaba “repasando” la zona, como si estuviera quitando el polvillo restante del jabón reseco; pero aún así era sumamente incómodo, humillante… e invasivo.
Volvió a pasar el dedo por el medio de la concha… y luego otra vez… y otra.
—Ay, Osvaldo… deje de pasarme el dedo por ahí.
—Disculpe Silvana… lo hice porque era necesario. No tomé en cuenta lo sensible que puede ser esta zona. —Osvaldo volvió a rascar y a frotar con la yema de su pulgar. Ante cada contacto, Silvana se puso en puntas de pie… las sensaciones que le estaban provocando este indiscreto toqueteo eran mucho más fuertes de lo que a ella le hubiera gustado admitir—. Ok… creo que ya quedó más o menos bien, si quiere ya se puede retirar.
—No, un “más o menos bien” no me sirve. —Dijo Silvana, sabiendo que lamentaría esas palabras—. Tiene que quedar perfecto.
—Ok… entonces sigo… solo no quería molestarla aún más.
—Ya es tarde para eso, simplemente siga.
“Por favor, que esta tortura se termine de una maldita vez”, pensó Silvana mientras otra parte de su mente rezaba para que nadie apareciera por la oficina del portero.
Osvaldo retomó el rasgueo con la uña y esta vez lo hizo justo sobre la raya de la concha, ahí… exactamente la parte en que la concha se abre, para dividirse en dos. Silvana supo que la situación había llegado demasiado lejos, aunque ya era tarde para interrumpirla. Debía confiar en que Osvaldo no hacía esto para obtener alguna recompensa sexual. “A él ni siquiera le interesan esas cosas. ¿Cierto?”
Ya había aguantado tanta humillación que suspender todo ahora mismo haría que lo sufrido no valiera la pena… y además se iría al trabajo con manchas sospechosamente blancas. No le quedaba más alternativa que aguantar… y rogar para que su vagina no se entusiasmara demasiado con los toqueteos. Porque una puede tener mucho autocontrol… pero no es de madera.
—Le aviso que hay algunas manchas algo difíciles de quitar… quizás tenga que hacer más presión.
—Está bien, está bien. No me lo diga, simplemente hágalo… y rápido, que ya estoy llegando tarde.
El intenso rasguido comenzó justo donde estaba su clítoris. Pudo sentirlo como si un amante la estuviera tocando de forma directa, calentándola para el acto sexual. “La puta madre… uf… tranquila, Silvana… pensá en otra cosa”.
Entre ese dedo que presionaba fuerte y se movía sin parar, y su clítoris, solo se estaba la fina tela de jean y la (aún más fina) tela de la tanga. Si hasta podía sentir ese botoncito sexual moviéndose de un lado a otro ante la creciente presión de los dedos de Osvaldo. Silvana llegó a pensar que el muy hijo de puta estaba aprovechando la situación, pero este comportamiento no parecía encajar con el Osvaldo autista que le describió Sonia. De todas maneras, ninguna de las dos era una experta en el tema y realmente no tenían idea de lo que podría haber dentro de la mente del portero.
Aguantó esa “estimulación clitoriana” estoicamente, moviéndose un poco con cierta incomodidad, causada por reacciones involuntarias de su cuerpo; pequeños espasmos de placer. Es que su concha no parecía entender quién la estaba tocando y en qué contexto, reaccionaba ante estos toqueteos como si los estuviera haciendo un amante hábil. Se le estaba acalorando toda la zona vaginal y temía que los jugos sexuales comenzaran a fluir, eso sí que le traería problemas. ¿Podría humedecer la tela de su pantalón? ¿La tanga sería suficiente para contener ese líquido viscoso y traicionero? Rogó para que así fuera, porque aunque le doliera admitirlo, podía sentir la humedad de su sexo en aumento.
Esto sí que era una tortura, y peor aún fue el momento en que uno de los gruesos dedos de Osvaldo fue a parar precisamente al agujero de su concha. Se hundió en ella como si estuviera decidido a agujerear la tela y mandarse hasta el fondo.
—Ay… por dios… Osvaldo!!
De forma involuntaria Silvana se puso en puntas de pie, se inclinó más sobre el escritorio y levantó su cola, arqueando la espalda, en una postura netamente sexual. Ahora sí era como si le estuviera diciendo a un amante imaginario: “Vení, clavame toda”.
—Uy, disculpe, no fue mi intención…
—Ay… pero… ¿qué hace?
—Perdón, es que… presioné acá, para limpiar una mancha, y el dedo se hundió. No pensé que pasaría eso.
Llena de rabia, Silvana sintió la necesidad de explicar lo sucedido, como si se tratase de darle información a un robot que no entendía de sutilezas.
—¿Acaso se olvidó de la función específica que cumple esa parte de mi cuerpo? —El cuerpo le ardió, el corazón se le aceleró. Aún no entendía por qué se ponía así cuando hablaba de temas tan íntimos y humillantes… y no solo le pasaba con Paula o Sonia—. O sea… es un agujero, Osvaldo, literalmente está ahí para recibir penetraciones, y la tela del pantalón es muy finita. Es obvio que el dedo iba a entrar.
El enojo y la confusión la llevaron a decir cosas de las que se arrepintió al instante. No tendría que haberse puesto tan explícita con las funciones anatómicas de su vagina. Tendría que haberse mordido la lengua… pero ya era tarde, lo había dicho y Osvaldo actuaría en consecuencia.
—Sí, sé que acá hay un agujero. Créame que lo sé perfectamente —la primera falange de su dedo se había hundido por completo y se movía como si estuviera rascando—. Se nota a simple vista que usted es mujer, porque tiene vagina. —Le irritaba que el tipo le hablara en ese tono tan neutro, tan artificial. Era como dialogar con una máquina—. Nadie en mi posición podría ponerlo en duda. Su anatomía está perfectamente delimitada y me queda claro que esto está aquí específicamente para ser penetrado —Hijo de puta, pensó Silvana—. Pero creí que la tela era más firme, que aguantaría mejor la presión. No creí que fuera a hundirse de esta manera. Para colmo, su ropa interior también parece haberse perdido aquí dentro. —Silvana se movió incómoda y fue un error, solo provocó que el dedo la hincara más hondo—. Con lo voluminosa que es su vagina, no me extraña que todo termine aquí dentro.
“Te voy a matar, hijo de puta… te juro que te voy a matar”; pero no podía enojarse con él. Simplemente no podía. La rabia se desvanecía en cuanto recordaba que la mente de este sujeto no funcionaba como la de los demás hombres. Sin embargo, Silvana estaba llegando peligrosamente a su límite. Estaba a un segundo de mandar todo a la mierda. Aún así, le resultaba imposible moverse, como si Osvaldo hubiera presionado un punto justo de su anatomía que le hacía perder todo el control de su motricidad.
—Bueno, creo que ya está —dijo Osvaldo, retirando el dedo del agujero.
—¿Quedó perfecto? —Preguntó Silvana, más que nada para asegurarse de que todo este suplicio había valido la pena.
—Mmm… veamos…
Osvaldo comenzó a acariciar sus nalgas, primero una, luego la otra. Lo hizo como si estuviera intentando sacar el polvillo acumulado. Después aprovechó para recorrer con sus rechonchos dedos cada rincón, cada curva, de la vagina de Silvana, ejerciendo presión en más de un punto. También se tomó otra gran libertad, puso su palma hacia arriba y con la punta de los dedos acarició otra vez el clítoris.
—Ah… ahhh… aahhh… —Silvana se sorprendió a sí misma gimiendo, con los ojos cerrados y la boca abierta. Tanto toqueteo le estaba haciendo perder la compostura. No reaccionó, porque eso solo la hubiera puesto aún más en evidencia, prefirió hacer de cuenta que nada había pasado—. No voy a hacer tiempo de ir al garaje a sacar el auto. ¿Puede pedirme un taxi?
—Sí, claro… por supuesto.
Osvaldo se puso de pie y descolgó el teléfono fijo que estaba sobre el escritorio, junto a Silvana. Marcó con la mano derecha y se llevó el auricular a la oreja sin dejar de tocar la concha con su mano izquierda.
Silvana no entendió por qué se quedó allí, quieta. Sus tetas ya estaban apretadas contra el escritorio y tenía la cabeza apoyada en un brazo. Estaba simplemente inmóvil, sin poder reaccionar. Aunque se lo hubieran preguntado bajo tortura, no hubiera sabido qué responder por qué se quedó tan quieta. Solo podría decir que no fue capaz de moverse, su cuerpo había perdido toda capacidad de reacción… y ese tipo la estaba tocando de una forma muy parecida a la que ella misma usaba cuando se masturbaba.
Osvaldo dio la dirección del edificio a la operaria de la central de taxis y luego colgó.
—Enseguida viene, en esta zona no suelen tardar mucho. A veces vienen al instante.
—Eso espero… uff… ah… aahhh…
—Pero en horario laboral es otra cosa… hay mucho tráfico. Podría demorar un poco.
—Eso sí que sería un problema… ahh… ay… ufff…
“Dejá de tocarme, hijo de mil putas”, esas palabras quedaron presas en su mente porque no fue capaz de decirlas en voz alta. “Me está pajeando… no puedo creer que el portero me esté pajeando”.
—Sé que solo es echar más leña al fuego, Silvana —dijo Osvaldo, mientras sus hábiles dedos recorrían la raya de la concha y uno de ellos hundía su primer falange en el agujero—, pero la imágen que da con este tipo de pantalones es… demasiado explícita. No deja nada a la imaginación. Para colmo la tanga ya se perdió toda aquí dentro —remarcó la raya de la concha—. Estoy intentando sacarla, pero es inútil. No puedo. —Silvana soltó una serie de cortos gemidos que fueron bastante más evidentes que los anteriores. Por la vergüenza (y para intentar ahogar el ruido) hundió más su cabeza en el hueco que formaba con su brazo—. ¿Me cree si le digo que hasta puedo sentir sus labios? Y no me refiero a los externos… sino a los internos… los que sobresalen de la vagina.
Para subrayar su explicación, pellizcó levemente uno de esos labios vaginales por encima de la tela.
—Sí, le creo… —Silvana sintió que sus defensas (tan férreas y sólidas) se estaban desmoronando. De alguna manera había logrado llevarla a un punto de letargo, donde su mente estaba obnubilada por el placer—. Creo haberle dicho que tengo esos labios un poquito más carnosos de lo habitual. Y la tanga siempre se me mete dentro de la concha, en especial cuando uso pantalones ajustados.
—Debe ser porque usa tangas muy pequeñas.
—Sí, eso puede ser, lo reconozco. Hoy me puse una bien chiquita… es que no quería que se marque demasiado con el pantalón.
—Y ya ve el resultado, Silvana… estos labios se la tragaron toda.
Silvana no pudo evitar reírse. La situación con Osvaldo estaba pasando de ser humillante e incómoda a absurdamente divertida. La excitación estaba haciendo estragos en su mente, como si se tratase de una droga que nubla el juicio.
—Y tangas no es lo único que tragan estos labios…
—¿A qué se refiere? Ah… ¿lo dice por mis dedos?
Presionó con más fuerza, Silvana notó como la primera falange se hundía en el agujero de su concha.
—Ay… no me refería solamente a eso, aunque en este caso aplica bien. Tenga cuidado, Osvaldo… no vaya muy adentro, o puede perder un dedo.
—No creo que eso ocurra, Silvana… ni que usted tuviera dientes en la vagina.
Una vez más soltó una risita incómoda, producto de la embriaguez sexual.
—Solo era una forma de decir, Osvaldo. No se lo tiene que tomar tan literal. Dígame, con total honestidad… ¿Puede ver alguna mancha de humedad?
—¿Como de orina?
—No necesariamente… es que… con el proceso para quitar las manchas —no quería decir “toqueteos”—, puede que la vagina me haya jugado una mala pasada. ¿Me explico?
—Oh sí, entiendo perfectamente… déjeme ver… —Volvió a agacharse detrás de Silvana, acarició la concha dos o tres veces y luego dijo—. ¿Puede levantar un poco la pierna?
Silvana no solo levantó un poco su pierna izquierda, sino que puso la rodilla sobre el mostrador, quedando como si fuera una perrita a punto de orinar en un árbol.
—Em… no era necesario levantarla tanta, así es como que se le ve demasiado y no era mi intención…
—A esta altura ya no me importa —dijo Silvana, otro gran error que seguramente Osvaldo sabría aprovechar—. Solo fíjese si estoy mojada, porque… yo me siento mojada.
—Mmm… veamos… con esta luz artificial, y con el color de este jean es difícil saberlo —abrió la concha usando sus dos pulgares y se puso a analizar como si fuera un ginecólogo experto en análisis con la ropa puesta—. Puede que haya alguna manchita de humedad, pero es muy tenue…
—Uf… eso es un alivio…
—Sin embargo, si usted se siente húmeda, solo es cuestión de tiempo para que empiece a mojarse el pantalón. Aunque… eso lo podemos evitar.
—¿Cómo?
—¿Podría desabrocharse el pantalón? No digo que se lo baje, por supuesto. Solo que desprenda el botón por un minuto.
Silvana bajó la pierna al mismo tiempo que Osvaldo se ponía de pie. A esta altura su cerebro ya era una nebulosa mezcla de ira, vergüenza… y excitación. No le pareció tan grave desprender el botón, así que lo hizo.
Lo que no se imaginó fue que la estrategia de Osvaldo consistía en meter la mano dentro, justo por encima de su cola.
—Hey… ¿pero qué hace?
—No se asuste, solo intento acomodar su ropa interior, eso le va a brindar la protección que necesita.
Silvana estuvo a punto de decirle: “Eso podría haberlo hecho yo, degenerado hijo de puta”, pero en ese momento escuchó que el taxi comenzaba a tocar bocina.
—Apurese… apurese… acomodela de una vez.
Osvaldo luchaba para hundir más su mano dentro del pantalón.
—Es difícil —dijo el hombre—, aún está muy ajustado.
A Silvana no le quedó más alternativa que bajar el cierre… como vio que esto no era suficiente, tuvo que dejar caer un poco su pantalón, más o menos hasta la mitad de sus nalgas. Allí fue cuando la mano izquierda de Osvaldo consiguió llegar a destino. Silvana soltó otro gemido, combinado con un resoplido de angustia. Los dedos se deslizaron directamente sobre sus labios vaginales, por dentro de la tanga.
—Uy, sí que está húmedo —comentó Osvaldo—. Parece que el asunto es más grave de lo que imaginamos.
—Es que… me mojo muy fácil… y digamos que lubrico muy bien. Demasiado bien, para mi gusto.
“Dale, pelotuda… seguí dándole información sobre tu concha. ¿Por qué no le contás cómo te hacés la paja antes de dormir, ya que estás?”
—Eso es exactamente lo que le iba a decir, se nota que usted lubrica muy bien; pero créame, eso es algo positivo. Le permite disfrutar mejor de las penetraciones.
—Em.. sí, eso es muy cierto… —le dio un escalofrío escuchar hablar a Osvaldo de “disfrutar penetraciones”.
Silvana descubrió, para su completo asombro, que la incómoda charla que estaba manteniendo con el portero se parecía demasiado al tipo de conversación que quería tener con su novio… o quizás con Paulina. Y lo que más la confundió fue que… en cierto punto, hasta lo estaba disfrutando. Una vez más sus defensas quedaron destruidas.
—Osvaldo ¿La tanga está muy mojada? —Otro bocinazo del taxista, que seguramente ya se estaba impacientando. Le hubiera gustado tener una forma de avisarle que ya estaba casi lista, que la espere.
—Lamento decirle que sí —Silvana notó como los dedos intentaban estirar la tela de la tanga y al mismo tiempo le rozaban la concha directamente, los dedos de Osvaldo se estaban lubricando—. Para colmo no parece que la fuga vaya a parar —metió una falange dentro del agujero de la concha, esta vez no hubo tela que la detuviera—. Se podría decir que se le rompió el cuerito… ya sabe, está goteando como la canilla que arreglé en su casa.
Silvana soltó una risotada, quizás fue por puro delirio psicótico, ya que no podía creer que estuviera permitiendo que ese tipo le metiera los dedos de esa manera.
—Por experiencia, sé que no va a parar en un buen rato. Mire, usted ya no me parece tan malo como creía, me ayudó mucho en un momento difícil… y me solucionó el problema con la canilla. Voy a tener un acto de verdadera confianza, solo porque ya estoy desesperada… y no quiero tener una crisis de nervios. Es mejor tomárselo con calma… y con humor.
—Sí, esa es la mejor forma de encarar este tipo de situaciones. No hay que hacerse tanto drama, es solo un pequeño percance, podría pasarle a cualquiera.
—Totalmente de acuerdo —Silvana bajó más su pantalón, dejando expuestas sus nalgas al completo… con la concha incluída—. Coloqueme bien la tanga.
—Muy bien, aunque no será una tarea tan fácil… su vagina está mordiendo la tela como si fuera un pitbull rabioso.
Silvana volvió a soltar una carcajada. ¿Por qué de pronto todo esto le resultaba tan divertido y embriagador? ¿Acaso su cerebro había implosionado?
—¿Por lo de rabioso se refiere también al exceso de baba? —Bromeó Silvana, entre risas.
—¡Claro! —Osvaldo sonrió—. Hay baba a montones —se escuchó un sonido de un auto acelerando—. Creo que su taxi se fue… va a llegar tarde al trabajo.
—Eso parece… y no es bueno después de tantos días sin ir a trabajar. Van a pensar que soy una irresponsable. Pero bueno, intentaré dar una buena excusa. Nunca llego tarde. —Silvana se quedó con las manos apoyadas en el escritorio, las piernas tan separadas como el pantalón en las rodillas se lo permitió y la cola bien levantada. Miró su reflejo en el espejo y pudo ver cómo su concha estaba mordiendo la tanga… “como si fuera un pitbull rabioso”.
—¿Quiere que la ayude con eso? —Preguntó Osvaldo.
Podría haberlo hecho ella misma; pero consideró que sería poco cordial rechazar la propuesta del portero después de que la ayudó tanto… o quizás solo porque la situación ya le parecía divertida.
—Muy bien, ayudeme…
Osvaldo consideró que era mejor agacharse, ella vio en el espejo cómo la cara del tipo quedaba a muy pocos centímetros de su culo. Al maniobrar con la tela de la tanga pudo dar un buen vistazo a toda la concha.
“Ahora el portero me conoce toda la intimidad”, pensó Silvana, mientras luchaba por no moverse. Los roces de los dedos no parecían intencionales, sin embargo estaban tocando una zona muy sensible de su cuerpo.
—Bueno, creo que ya quedó —dijo Osvaldo—. Aunque esto no le va a solucionar el problema de la humedad.
—Por eso no se preocupe. Trabajo sentada detrás de un escritorio, no creo que alguien vaya a notarlo. Muchas gracias por todo, Osvaldo. Fue muy bueno conmigo. Y espero que no le cuente a nadie el pequeño problemita que tuve.
—Quédese tranquila, Silvana… como le comenté, los secretos del edificio se quedan conmigo.
—Bueno, así me gusta —volvió a subirse el pantalón y prendió el botón—. Si no le molesta, me voy ya mismo. No quiero demorar más de la cuenta.
—Entiendo perfectamente… y le recomiendo que use su auto. No importa lo que tarde en sacarlo del garaje, seguramente será menos tiempo que esperar un taxi.
—Sí, tiene razón… gracias por el consejo.
Silvana salió a paso rápido, aún podía sentir el eco de los roces contra su concha. Tendría que estar enojada, sin embargo se sentía bien. Contenta… divertida. La situación fue algo ridícula; pero la dejó muy caliente… y eso es algo que no puede negar.
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2 comentarios - Mi Vecino Superdotado [10].
Saludos!