Y si llegamos al fina.
- ¿Eh? Ah… uf, sí…no, yo que sé… dos o tres veces, a lo mejor…
- No sabe lo que dice –dijo Tara sin dejar de masturbarse–. Si es vaginal, un orgasmo puede durar bastante hasta no distinguir donde empieza uno y acaba otro.
- Cuánto sabes… –dije asombrado.
Me tomé aquello como palabras de ánimo, que parecían demostrar que había vuelto loca a Anita con mis embestidas. Me esforcé en taladrarla con tesón durante un buen rato, mientras ella empezaba directamente a gritar del placer. Qué gusto no tener que reprimirnos ya por nadie, ante nadie.
Yo, al haberme corrido dos veces aquel día, podía durar un buen rato. Cuando acabé cansándome, me desplomé sobre ella. Empecé a lamer y a darle besitos en su cuello, que con aquella gargantilla negra me parecía de pronto tremendamente atractivo.
Ella se percató, y cuando bajó de su nube, me levantó la cara entre sus manos. Vi sus ojos verdes. Nos miramos con un intenso amor, de hermanos, de amantes. Toda la habitación desapareció y solo estuvimos nosotros dos, viéndonos reflejados en el alma del otro… y nos fundimos en un tórrido y caliente beso. Los ojos cerrados, nuestras lenguas llegaban hasta donde podían mientras nos acariciábamos la cara. Mi polla seguía dentro de ella, pero era mucho más erótico el cómo nos estábamos devorando en aquellos instantes como si no existiera nada más en absoluto.
- Te quiero, Anita…
- Y yo te quiero a ti… Rami.
Seguimos chupándonos las bocas un buen rato, y aunque había dejado de empotrarla, mi polla seguía durísima. En medio de toda aquella vorágine sexual, percibí cierto movimiento sobre el colchón y unas manos en mi torso, que consiguieron despegarme de mi hermanita.
- Joder, menuda envidia me estáis dando…
Aún unido con Anita por la entrepierna, Tara consiguió separarme lo bastante como para reemplazar los labios de nuestra hermanita con los suyos. Con sus manos guiando mi cabeza, me besé con Tara con la misma pasión y energía. Como si mi hermana mayor fuera ahora una mera prolongación de la pequeña, y me diera igual cuál de las dos fuera.
Ella parecía que estaba desquitándose ahora por todo lo que no me había dejado besarla antes, acariciando mi cara como una posesa mientras su lengua batallaba con la mía. Buscaba el amor que había sentido entre Anita y yo, y se lo di sin ningún reparo. Se separó de mí, temblorosa, mirándome muy cerca con sus ojos castaños y exhalando el aliento sobre mi boca.
- Yo… también te quiero, Mamonceteh…
- Y yo a ti, Tarada…
Volvimos a juntarnos en aquel morreo húmedo. Mientras, noté como Anita undulaba un poco sus caderas en torno a mi polla, pidiéndome más. Incapaz de decidirme por una u otra, empecé a perforar lentamente a mi hermanita sin dejar de besarme con mi hermana mayor. Entre mis movimientos y los besos, aprovechaba para sobarle las tetas a Tara o agarrarle de aquel fantástico culo, que ella recibía gimiendo en mi boca agradecidamente.
Seguimos así un buen rato hasta que, deseando más y más, me separé de Tara para agarrar las piernas de Anita y flexionárselas, de forma que pudiera introducirle más todavía de mi barra de carne. Entonces ella empezó a chillar de placer, totalmente incoherente y perdida en el éxtasis. Tara aprovechó para abrazarme desde atrás, una mano en mi pecho y la otra guiando mi cadera en las embestidas. Notaba su pubis en mi culo y sus tetas aplastadas contra mi espalda: sus piercings me arañaban un poco, pero estaba disfrutando tanto de todo aquello que no me importó. Acercó su cabeza hasta tenerla al lado de la mía, sintiendo su aliento en el cuello.
- Anita –le llamé, relajando un momento mis embestidas–. Mira cómo nos ayuda tu hermana a que te folle.
Ella abrió los ojos y al posar su mirada en nosotros vi como algo se quebraba dentro de ella, siendo incapaz de reconciliar lo que veía con su placer de una forma racional. Yo sabía que parte de lo que le ponía era que humillara un poco a Tara follándomela como si fuera ella, usando mi polla cuando ella no tenía ninguna; así que quería divertirme enseñándole la situación inversa, con Tara acoplada a mí y a mis embestidas… como si fuera nuestra hermana mayor quien se estuviera follando a Anita con mi polla.
Ahora, en aquel mar de placer, tenía la mirada fija en un punto… pero no era en mi cara, así que tenía que ser la de Tara a mi lado. Miraba a su hermana mientras yo le metía mi nabo hasta lo más hondo de su vagina. Fue demasiado para la pobre, porque de pronto la vi poner los ojos en blanco y sus muslos empezaron literalmente a convulsionar violentamente, como si fuera una muñeca a pilas que no paraba de traquetear.
Asombrado por aquellas sacudidas, que no le había visto tener nunca, y bastante acojonado de que mi delicado miembro sufriera algún tipo de daño colateral, desenfundé de allí a tiempo de ver cómo su vagina expulsaba unos chorros de líquido transparente que salieron despedidos unos cuantos centímetros. Incluso llegaron a salpicarme bastante en todo mi paquete y en mis muslos.
En todos mis años de porno de medianoche en el canal local, jamás había visto algo así durante un polvo.
- ¿Te estás meando? –pregunté, algo preocupado.
- No, idiota –dijo Tara, acariciándome el manubrio, ahora libre–. Es una eyaculación femenina. Se llama squirting en inglés. No todas las chicas lo hacen, pero suele ser una señal de que están disfrutando mucho.
- Estás hecha toda una experta en sexo –dije, volviendo a acariciar su espalda y restregándome contra sus tetas.
Anita, hecha una masa jadeante de carne humana, tragó saliva e intentó alzar la cabeza.
- A mí… esto… no me había pasado n-nunca…
Tara rio, mirándola con ternura, y se deslizó hacia abajo hasta que mi verga quedó a la altura de su boca. Empezó a mamármela con lentitud, saboreando cada centímetro como si fuera algo precioso.
- Te sabe distinta –dijo, clavándome sus ojos castaños y pasándolos furtivamente por nuestra hermanita–. Debe ser por el coñete de Anita…
- ¿No te gusta? –dije, gruñendo mientras le sujetaba la cabeza.
Ni siquiera se me había pasado por la cabeza que Tara estaba tragándose también los fluidos de su hermanita pequeña, que habían impregnado por completo mi polla.
- Qué va –dijo, volviendo al tema y cerrando los ojos con satisfacción–. Ehftá mhuy hrica…
Me dejé llevar por aquella genial mamada unos minutos, pero sabía que no llegaría a correrme así. Mi propio cuerpo me pedía la liberación del orgasmo, pero tampoco quería interrumpir a Tara si se lo estaba pasando tan bien. No obstante, cuando debió haber lamido cada recoveco de mi pene bañado en el néctar de nuestra hermanita, decidió que ya era suficiente.
Se incorporó y me dio la espalda, poniéndose a cuatro patas sobre la cama. La pequeñaja yacía a pocos centímetros a su izquierda, todavía recuperándose del mayor orgasmo de su vida. Tara se separó los labios de la vagina con una mano mientras con la otra giraba la cabeza para mirarme, juguetona.
- Porfa… ¿te importa ocuparte de mí? Yo no hago squirting, pero quién sabe… al fin y al cabo somos todos familia –dijo guiñándome un ojo.
- Me gusta cuando me pides las cosas por favor… –gruñí, posicionando mi glande en su enrojecida hendidura.
Le agarré por las caderas y la ensarté totalmente, con la misma brutalidad que había hecho antes con Anita. Sin embargo, esta vez Tara no se quejó en absoluto, y las sedosas paredes de su vagina envolvieron por completo a mi polla. Estaba muy mojada; debía llevar deseando esto desde que empezamos a comerle las tetas durante el desayuno, y la anticipación había hecho que se excitara tanto como para dilatarse por completo.
Yo nunca había follado con ellas en esta postura, pero descubrí que la novedad me gustaba bastante. Podía ver el cuerpazo de Tara desde atrás, con su largo pelo fluyendo sobre su larga espalda hasta la cintura, justo donde mis manos aferraban su maravilloso culito. Veía cómo mi pene erecto reaparecía y desaparecía dentro de su coño, nuestros genitales haciendo un ruido húmedo que subrayaba lo obsceno de todo aquello.
Empecé un mete-saca en toda regla, y a veces me inclinaba hacia delante para sobarle las tetas desde atrás. Tara gemía y mordía la almohada, los puños apretando unos pliegues de sábana con fuerza. Anita, lo bastante recuperada como para sentarse, se toqueteaba los pezones y el clítoris mientras nos miraba.
Fui a bajar una mano para hacer lo mismo con Tara y acariciarle el coñito por delante mientras yo se lo follaba, pero noté algo raro.
- ¿Qué es esto? –pregunté en voz alta, alzando la mano.
Tenía una espumilla blanca cubriéndomela. Tras una breve inspección comprobé que se extendía por toda la vagina de Tara y por mi polla por donde le estaba penetrando. No era semen; incluso aunque ya me había corrido allí hacía una hora o dos, mi hermana se había limpiado antes de ir a la cocina. Era más bien como el líquido de un champú. Pero me extrañaba ver aquello allí, porque juraría que al metérsela no estaba ahí.
- Mmmhm… eso es mi flujo vaginal, tonto –dijo mirándome con la cara roja, empujando su culo hacia mí para empalarse ella solita dado que yo estaba quieto como un pasmarote–. Se pone así cuando estoy muy cachonda… como cuando estoy ovulando. A veces se espesa un poco con la penetración y acaba adquiriendo esa consistencia…
- Haaala, hermana, sabes mucho –se asombró Anita–. ¿Todo eso lo has aprendido en Medicina?
- No… –gimió ella mientras yo volvía a retomar el control del ritmo–. Eso lo sé… porque me encanta follar…
Gruñí, súbitamente celoso de que mi hermana me recordara la experiencia que tenía. Tenía muchas ventajas, pero éste era nuestro momento íntimo y no quería pensar en otros tíos metiéndosela. A saber cuántos se había tirado. Empecé a descargar mi frustración pegándole azotes en el culo. Ella gemía más fuerte. Mis nalgadas fueron subiendo de intensidad y sus cachetes empezaron a ponerse rojos.
- Sí… así, dame fuerte… mmhm… me gusta verte bruto conmigo…
- Guau, Rami… –observó Anita, embobada–. Le estás dando pero bien… mucho más fuerte que a mí aquel día…
Aquellos comentarios de una y otra sólo me empujaban a pegarle con más intensidad y a follármela con más rapidez. Era una taladradora humana, y Tara empezó bastante pronto a chillar y a mojarme la entrepierna, mientras se desplomaba sobre la cama sin poder sostenerse más sobre las rodillas. Yo la seguí allí abajo sin separarme, perforándola como una máquina incansable.
Los muslos no se le sacudían, pero quizás estaba eyaculando como Anita; la verdad es que en este punto me daba igual si se corría o no. Yo seguía durísimo, pero el esfuerzo que me estaba costando aquel ritmo me restaba un poco del placer para poder eyacular. Fui disminuyendo las embestidas lentamente, lo bastante como para que Tara despegara la cara del colchón. Anita estaba muy cerca de ella, observando con detenimiento su cara de éxtasis.
Tara sonrió, y aprovechando un breve respiro en mi asalto a su coño, aprovechó para estirar un brazo y toquetear la gargantilla negra que nuestra hermanita tenía en el cuello.
- ¿Sabes? Esto que llevas es de putas…
- Sí, eso mismo le dije yo –gruñí sin parar de embestirla.
Aquella actitud educativa de mi hermana mayor me ponía muy cachondo.
- No, no es eso… me refiero a que esto lo llevaban las prostitutas hace tiempo, para anunciarse. Así los clientes sabían dónde podían pagar por follar…
- Cuánto sabes, Tarada… –repetí, dándole otro azote mientras me la follaba. Tara gimió otra vez.
- Bueno, me viene bien saberlo –replicó Anita, meneando sus tetazas enfrente de su hermana–. Si me pueden pagar por hacer esto, por mí genial.
- Par de… zorras… –gruñí.
Anita estaba acariciando la cara de Tara, y le veía en los ojos que quería hacer más todavía. Tara se dejaba acariciar, demasiado ocupada en disfrutar de cómo la ensartaba yo. Quise volver a excitarla como antes, cuando ella me cabalgaba por primera vez.
- Te encanta que te folle tu hermano pequeño, ¿verdad?
- Mhmm… mhm…
- Eres tan puta como tu otra hermana, ¿a que sí?
- Ah… mhmm…
Me incliné hacia delante para agarrarla del torso e incorporarla un poco otra vez. Pegando mi barriga a su espalda, la empalaba desde atrás mientras ella intentaba soportarse sobre sus propias rodillas. Estrujé sus tetas con las manos, pellizcando aquellos pezones con piercings mientras le daba besitos en el cuello. Ella se dejaba hacer, más interesada en botar su culo en mi polla para no perder el ritmo del polvo. Anita estaba muy cerca, aún acariciándole la cara.
- Eres tan guarra que te da igual follarte a tu hermano delante de tu hermana…
- ¡Mhhmm! Ah… Pues… igual sí… –respondió Tara débilmente.
- Serás cerda… hasta te dejas que tu toque tu hermanita si ella quiere…
Anita, leyéndome el pensamiento, procedió a sobarle las tetas a Tara, reemplazando también mis besitos previos en su cuello. Poco a poco, fue añadiendo lametones largos que bajaban desde su cuello hasta el canalillo y a sus pechos, para luego volver a subir dejando un rastro de saliva hasta su garganta.
La agarré del pelo castaño suelto, formando un manojo en mi puño para tener un punto de apoyo mientras me la follaba. Inhalé su esencia y su sudor, como un animal. Los tres pegábamos nuestras pieles en aquel acto depravado, haciendo un buen sándwich con mi hermana mayor en el medio. Yo estaba muy cerca de Anita, que no paraba de chupetear su cuello, y en cuanto nuestros ojos coincidieron no pudimos evitar acercarnos hasta empezar a comernos la boca. Nuestras lenguas empezaron a hacer sonidos húmedos y obscenos que se parecían al de mi polla penetrando el encharcado coño de mi hermana.
Tara jadeaba. La mirada vidriosa, era consciente de lo que ocurría a su lado, pero en lugar de decir nada prefería dedicar sus energías a recibir mis embestidas con igual entusiasmo. Anita me abrazaba sin dejar de besarme, envolviendo con sus brazos también a Tara y rozando sus tetas con las suyas.
- Par de cerdas… guarras… putas… malditas hermanitas cachondas… –mascullaba yo, perdido en una nube de lujuria incestuosa–. Eres una zorra, Tara…
Ella cogió aire para pedir, entre gemidos, lo que llevaba deseando hace tiempo:
- Llámame… Tarada…
Cachondísimo de repente, empecé a embestirla con una brutalidad implacable, tirándole del pelo con fuerza mientras con la otra mano le aferraba el culo.
- Puta Tarada…. Sí que eres guarra –jadeé, al límite–. Sabía que te gustaba que te lo dijera…
- Claro que me gustaba… Fóllame… Mmh… Mamoncete…
- Te follo, Tarada… como me chupa tu coño, Tarada….
Noté que con aquellas guarrerías mi hermana perdía cualquier atisbo de compostura y comenzaba a gemir como una auténtica guarra, enloquecida por aquel acto prohibido donde la polla de su hermanito la invadía sin piedad.
Anita vio su oportunidad. No se había desembarazado del todo de Tara y aprovechó ahora para plantar sus labios en los de su hermana mayor. Tara gimió de repente, sorprendida por la intrusión… pero aquello duró muy poco. Vi cómo mis hermanas se enzarzaban en un apasionado beso lésbico, dando rienda suelta a sus bajos instintos que llevaban demasiado tiempo reprimidos.
Mi hermanita le sujetaba la cara a Tara para no separarse de ella a medida que mis embestidas se hacían más violentas ante aquella estampa. Mi hermana mayor se movía demasiado al empotrarla como para que pudieran besarse bien, así que ambas se contentaban con estirar las lenguas y rozarlas caóticamente cuando lo permitía la cambiante distancia. Las babas les resbalaban a las dos por la barbilla.
Fue increíble contemplar en directo aquella pérdida total de inhibiciones. Tara por fin participaba con mi otra hermanita activamente, en lugar de dejarla hacer como si fuera una molestia menor. Las dos melenas, una rubia y otra castaña, se agitaban y enredaban a medida que la suave y redondeada carne fraternal se confundía con lujuria, las bocas unidas, las tetas aplastadas, agarrándose a las nalgas de la otra para no salir ambas despedidas de la cama a cada uno de mis pollazos. Todos habíamos caído de lleno en los peligros de nuestra excitación incestuosa. La visión de mis dos hermanas enrollándose mientras me follaba a una de ellas era demasiado tabú como para que ninguno pudiéramos volver atrás.
Queriendo agrandar todavía más aquella victoria, busqué el ojete de Tara con una mano y le metí un dedo otra vez justo cuando me llegaba el clímax. Me corrí entre espasmos dentro del coño de mi hermana mayor por segunda vez en el día, mientras ella se deshacía por completo en la boca de nuestra hermanita.
No sé si fue el orgasmo o lo lujurioso de aquella imagen, pero literalmente perdí la visión por unos segundos. Estaba totalmente mareado en la nube de mi éxtasis, y cuando volví en mí estaba desplomado sobre la espalda de Tara, escuchando todavía a las dos besarse con auténtico abandono.
Yo, queriendo no ser menos, me arrastré a un lado para abrazarlas y unir mi lengua a las de ellas dos, que me acogieron con ansia acumulada. Fue increíblemente sexy ver cómo pasaban de enrollarse con una intensidad peligrosa a buscar mi boca con la misma urgencia.
- No sabía que os gustaban también las tías –dije, fascinado por todo aquello.
- A mí me gusta todo –dijo Anita rápidamente, jadeando y con las babas de los tres reluciéndole en los labios–. Tíos, tías, jóvenes, viejos, negros, chinos… me gusta hasta el palo de la escoba. Coño, me follaría a un caballo si supiera cómo.
- Cerda…. –dije, anonadado ante aquella depravada confesión, y le metí los dedos en la boca para que saboreara el ano de su hermana–. No tienes ningún límite…
- Mhmm-mhmm –negó ella mirándome, su boca ocupada en limpiarme la mano.
- Yo no soy lesbiana, eh –se apresuró a corregir Tara, sin dejar de balancear sus tetas sobre las de Anita–. Pero no es lo mismo si es con mi hermana… ¿no?
- Claro, no cuenta –le concedí dejándola soñar, pero sin estar en absoluto de acuerdo–. Tampoco cuenta con tu hermano. Podemos hacerlo las veces que quieras, que no significa nada…
- ¿Nada? –dijo ella muy seria de repente, las mejillas ruborizadas–. Bueno… yo os quiero a los dos…
Se me partió el corazón al verla así. Había intentado darle un aire casual a lo nuestro, pero Tara estaba ahora mismo muy vulnerable después de dejarse llevar como nunca lo había hecho con nosotros. La besé en los labios con todo el cariño y la ternura que fui capaz, y ella me devolvió tímidamente el beso. No era lo mismo cuando no estábamos cegados por la lujuria, esto era más… inocente. Bonito. Me quedé mirándole los ojos castaños, embobado.
- Yo también os quiero a las dos.
Y me encontré acercándome para susurrárselo, aun sabiendo que Anita estaba lo bastante cerca como para oírnos:
- Y tú me gustas mucho, Tarada…
- Venga, y yo os quiero a los dos también, ¡vamos! ¡Venga, vamos a follar más! ¿Te apetece darme por el culo, Rami?
- Oye… quería dárselo yo primero. Tú le has quitado la virginidad, qué menos que me encule a mí antes… ¿no?
- Ya estamos con Doña Perfecta, siempre saliéndose con la suya. ¡Acaba de correrse dentro de ti! ¡Es mi turno!
- No os peleéis… Dadme un ratito, por favor –dije, totalmente agotado.
Pero aquellas obscenas imágenes seguían dándome vueltas en la cabeza. ¿De verdad se dejarían encular, o era una broma? Bueno, con Anita estaba claro que no. Y con aquella rivalidad fraternal, seguro que Tara también lo decía en serio. Gruñí. Aquellas dos súcubos de hermanas suponían una deliciosa tortura.
- Vengaaa –dijo Anita masturbando mi exhausto pene flácido–. ¿Cuándo nos puedes follar otra vez?
La cafeína había disparado la energía de mi hermanita, lo sabía.
- No lo sé… igual si os montáis el numerito lésbico otra vez me empalmo –respondí, rendido.
Anita sonrió, y se acercó a donde estaba Tara para hacerle un placaje y derribarla contra el colchón. Empezaron a morrearse de nuevo. La mayor le magreaba el culo, apretándola contra ella mientras se besaban. La pequeña llevaba una mano al conejito de su hermana e iba recogiendo pegotes de mi semen, que procedía a introducir en su boca o en la de Tara, alimentándose a las dos con mi semilla y mezclándola con sus salivas.
Tenían una coordinación terrible: estaban poniéndose las mejillas y la boca perdidas de babas y semen, pero aquello les daba igual.
- Tú cuando quieras, únete –me dijo mi hermanita meneando su culito seductoramente–. No me importa que entres sin avisar…
Gruñí de placer, notando como mi polla volvía a resucitar lentamente. Había abierto la caja de pandora, y mis hermanitas eran insaciables.
Perder peso en verano era lo mejor que había hecho en mi puta vida.
FIN
***********
Nota del autor: Me he debatido si incluir este post-mortem o no, pero lo diré para que no haya dudas. Sí, es un final abrupto, y bastante abierto, pero creo que mejor cerrar donde estoy cómodo. Intento pensar en esto como un relato muy largo más que una miniserie de tres partes, pero tenía miedo de que a la gente le estallara la cabeza si veía un relato de cinco o seis horas de lectura.
Escribí esta historia, como todo lo que hago, para mí, para sacármela de la cabeza. Me gusta disfrutar de la catarsis como a cualquiera, pero sin el impulso del juego y la seducción precediéndola, mucha de la exaltación posterior me parece devaluada mientras más la repito. Carezco de la imaginación necesaria para mantener mi propio interés más allá de este punto, pero lo menos que podía hacer era compartirla con una página que me ha dado tanto a cambio de nada. Espero al menos que la hayáis disfrutado.
- ¿Eh? Ah… uf, sí…no, yo que sé… dos o tres veces, a lo mejor…
- No sabe lo que dice –dijo Tara sin dejar de masturbarse–. Si es vaginal, un orgasmo puede durar bastante hasta no distinguir donde empieza uno y acaba otro.
- Cuánto sabes… –dije asombrado.
Me tomé aquello como palabras de ánimo, que parecían demostrar que había vuelto loca a Anita con mis embestidas. Me esforcé en taladrarla con tesón durante un buen rato, mientras ella empezaba directamente a gritar del placer. Qué gusto no tener que reprimirnos ya por nadie, ante nadie.
Yo, al haberme corrido dos veces aquel día, podía durar un buen rato. Cuando acabé cansándome, me desplomé sobre ella. Empecé a lamer y a darle besitos en su cuello, que con aquella gargantilla negra me parecía de pronto tremendamente atractivo.
Ella se percató, y cuando bajó de su nube, me levantó la cara entre sus manos. Vi sus ojos verdes. Nos miramos con un intenso amor, de hermanos, de amantes. Toda la habitación desapareció y solo estuvimos nosotros dos, viéndonos reflejados en el alma del otro… y nos fundimos en un tórrido y caliente beso. Los ojos cerrados, nuestras lenguas llegaban hasta donde podían mientras nos acariciábamos la cara. Mi polla seguía dentro de ella, pero era mucho más erótico el cómo nos estábamos devorando en aquellos instantes como si no existiera nada más en absoluto.
- Te quiero, Anita…
- Y yo te quiero a ti… Rami.
Seguimos chupándonos las bocas un buen rato, y aunque había dejado de empotrarla, mi polla seguía durísima. En medio de toda aquella vorágine sexual, percibí cierto movimiento sobre el colchón y unas manos en mi torso, que consiguieron despegarme de mi hermanita.
- Joder, menuda envidia me estáis dando…
Aún unido con Anita por la entrepierna, Tara consiguió separarme lo bastante como para reemplazar los labios de nuestra hermanita con los suyos. Con sus manos guiando mi cabeza, me besé con Tara con la misma pasión y energía. Como si mi hermana mayor fuera ahora una mera prolongación de la pequeña, y me diera igual cuál de las dos fuera.
Ella parecía que estaba desquitándose ahora por todo lo que no me había dejado besarla antes, acariciando mi cara como una posesa mientras su lengua batallaba con la mía. Buscaba el amor que había sentido entre Anita y yo, y se lo di sin ningún reparo. Se separó de mí, temblorosa, mirándome muy cerca con sus ojos castaños y exhalando el aliento sobre mi boca.
- Yo… también te quiero, Mamonceteh…
- Y yo a ti, Tarada…
Volvimos a juntarnos en aquel morreo húmedo. Mientras, noté como Anita undulaba un poco sus caderas en torno a mi polla, pidiéndome más. Incapaz de decidirme por una u otra, empecé a perforar lentamente a mi hermanita sin dejar de besarme con mi hermana mayor. Entre mis movimientos y los besos, aprovechaba para sobarle las tetas a Tara o agarrarle de aquel fantástico culo, que ella recibía gimiendo en mi boca agradecidamente.
Seguimos así un buen rato hasta que, deseando más y más, me separé de Tara para agarrar las piernas de Anita y flexionárselas, de forma que pudiera introducirle más todavía de mi barra de carne. Entonces ella empezó a chillar de placer, totalmente incoherente y perdida en el éxtasis. Tara aprovechó para abrazarme desde atrás, una mano en mi pecho y la otra guiando mi cadera en las embestidas. Notaba su pubis en mi culo y sus tetas aplastadas contra mi espalda: sus piercings me arañaban un poco, pero estaba disfrutando tanto de todo aquello que no me importó. Acercó su cabeza hasta tenerla al lado de la mía, sintiendo su aliento en el cuello.
- Anita –le llamé, relajando un momento mis embestidas–. Mira cómo nos ayuda tu hermana a que te folle.
Ella abrió los ojos y al posar su mirada en nosotros vi como algo se quebraba dentro de ella, siendo incapaz de reconciliar lo que veía con su placer de una forma racional. Yo sabía que parte de lo que le ponía era que humillara un poco a Tara follándomela como si fuera ella, usando mi polla cuando ella no tenía ninguna; así que quería divertirme enseñándole la situación inversa, con Tara acoplada a mí y a mis embestidas… como si fuera nuestra hermana mayor quien se estuviera follando a Anita con mi polla.
Ahora, en aquel mar de placer, tenía la mirada fija en un punto… pero no era en mi cara, así que tenía que ser la de Tara a mi lado. Miraba a su hermana mientras yo le metía mi nabo hasta lo más hondo de su vagina. Fue demasiado para la pobre, porque de pronto la vi poner los ojos en blanco y sus muslos empezaron literalmente a convulsionar violentamente, como si fuera una muñeca a pilas que no paraba de traquetear.
Asombrado por aquellas sacudidas, que no le había visto tener nunca, y bastante acojonado de que mi delicado miembro sufriera algún tipo de daño colateral, desenfundé de allí a tiempo de ver cómo su vagina expulsaba unos chorros de líquido transparente que salieron despedidos unos cuantos centímetros. Incluso llegaron a salpicarme bastante en todo mi paquete y en mis muslos.
En todos mis años de porno de medianoche en el canal local, jamás había visto algo así durante un polvo.
- ¿Te estás meando? –pregunté, algo preocupado.
- No, idiota –dijo Tara, acariciándome el manubrio, ahora libre–. Es una eyaculación femenina. Se llama squirting en inglés. No todas las chicas lo hacen, pero suele ser una señal de que están disfrutando mucho.
- Estás hecha toda una experta en sexo –dije, volviendo a acariciar su espalda y restregándome contra sus tetas.
Anita, hecha una masa jadeante de carne humana, tragó saliva e intentó alzar la cabeza.
- A mí… esto… no me había pasado n-nunca…
Tara rio, mirándola con ternura, y se deslizó hacia abajo hasta que mi verga quedó a la altura de su boca. Empezó a mamármela con lentitud, saboreando cada centímetro como si fuera algo precioso.
- Te sabe distinta –dijo, clavándome sus ojos castaños y pasándolos furtivamente por nuestra hermanita–. Debe ser por el coñete de Anita…
- ¿No te gusta? –dije, gruñendo mientras le sujetaba la cabeza.
Ni siquiera se me había pasado por la cabeza que Tara estaba tragándose también los fluidos de su hermanita pequeña, que habían impregnado por completo mi polla.
- Qué va –dijo, volviendo al tema y cerrando los ojos con satisfacción–. Ehftá mhuy hrica…
Me dejé llevar por aquella genial mamada unos minutos, pero sabía que no llegaría a correrme así. Mi propio cuerpo me pedía la liberación del orgasmo, pero tampoco quería interrumpir a Tara si se lo estaba pasando tan bien. No obstante, cuando debió haber lamido cada recoveco de mi pene bañado en el néctar de nuestra hermanita, decidió que ya era suficiente.
Se incorporó y me dio la espalda, poniéndose a cuatro patas sobre la cama. La pequeñaja yacía a pocos centímetros a su izquierda, todavía recuperándose del mayor orgasmo de su vida. Tara se separó los labios de la vagina con una mano mientras con la otra giraba la cabeza para mirarme, juguetona.
- Porfa… ¿te importa ocuparte de mí? Yo no hago squirting, pero quién sabe… al fin y al cabo somos todos familia –dijo guiñándome un ojo.
- Me gusta cuando me pides las cosas por favor… –gruñí, posicionando mi glande en su enrojecida hendidura.
Le agarré por las caderas y la ensarté totalmente, con la misma brutalidad que había hecho antes con Anita. Sin embargo, esta vez Tara no se quejó en absoluto, y las sedosas paredes de su vagina envolvieron por completo a mi polla. Estaba muy mojada; debía llevar deseando esto desde que empezamos a comerle las tetas durante el desayuno, y la anticipación había hecho que se excitara tanto como para dilatarse por completo.
Yo nunca había follado con ellas en esta postura, pero descubrí que la novedad me gustaba bastante. Podía ver el cuerpazo de Tara desde atrás, con su largo pelo fluyendo sobre su larga espalda hasta la cintura, justo donde mis manos aferraban su maravilloso culito. Veía cómo mi pene erecto reaparecía y desaparecía dentro de su coño, nuestros genitales haciendo un ruido húmedo que subrayaba lo obsceno de todo aquello.
Empecé un mete-saca en toda regla, y a veces me inclinaba hacia delante para sobarle las tetas desde atrás. Tara gemía y mordía la almohada, los puños apretando unos pliegues de sábana con fuerza. Anita, lo bastante recuperada como para sentarse, se toqueteaba los pezones y el clítoris mientras nos miraba.
Fui a bajar una mano para hacer lo mismo con Tara y acariciarle el coñito por delante mientras yo se lo follaba, pero noté algo raro.
- ¿Qué es esto? –pregunté en voz alta, alzando la mano.
Tenía una espumilla blanca cubriéndomela. Tras una breve inspección comprobé que se extendía por toda la vagina de Tara y por mi polla por donde le estaba penetrando. No era semen; incluso aunque ya me había corrido allí hacía una hora o dos, mi hermana se había limpiado antes de ir a la cocina. Era más bien como el líquido de un champú. Pero me extrañaba ver aquello allí, porque juraría que al metérsela no estaba ahí.
- Mmmhm… eso es mi flujo vaginal, tonto –dijo mirándome con la cara roja, empujando su culo hacia mí para empalarse ella solita dado que yo estaba quieto como un pasmarote–. Se pone así cuando estoy muy cachonda… como cuando estoy ovulando. A veces se espesa un poco con la penetración y acaba adquiriendo esa consistencia…
- Haaala, hermana, sabes mucho –se asombró Anita–. ¿Todo eso lo has aprendido en Medicina?
- No… –gimió ella mientras yo volvía a retomar el control del ritmo–. Eso lo sé… porque me encanta follar…
Gruñí, súbitamente celoso de que mi hermana me recordara la experiencia que tenía. Tenía muchas ventajas, pero éste era nuestro momento íntimo y no quería pensar en otros tíos metiéndosela. A saber cuántos se había tirado. Empecé a descargar mi frustración pegándole azotes en el culo. Ella gemía más fuerte. Mis nalgadas fueron subiendo de intensidad y sus cachetes empezaron a ponerse rojos.
- Sí… así, dame fuerte… mmhm… me gusta verte bruto conmigo…
- Guau, Rami… –observó Anita, embobada–. Le estás dando pero bien… mucho más fuerte que a mí aquel día…
Aquellos comentarios de una y otra sólo me empujaban a pegarle con más intensidad y a follármela con más rapidez. Era una taladradora humana, y Tara empezó bastante pronto a chillar y a mojarme la entrepierna, mientras se desplomaba sobre la cama sin poder sostenerse más sobre las rodillas. Yo la seguí allí abajo sin separarme, perforándola como una máquina incansable.
Los muslos no se le sacudían, pero quizás estaba eyaculando como Anita; la verdad es que en este punto me daba igual si se corría o no. Yo seguía durísimo, pero el esfuerzo que me estaba costando aquel ritmo me restaba un poco del placer para poder eyacular. Fui disminuyendo las embestidas lentamente, lo bastante como para que Tara despegara la cara del colchón. Anita estaba muy cerca de ella, observando con detenimiento su cara de éxtasis.
Tara sonrió, y aprovechando un breve respiro en mi asalto a su coño, aprovechó para estirar un brazo y toquetear la gargantilla negra que nuestra hermanita tenía en el cuello.
- ¿Sabes? Esto que llevas es de putas…
- Sí, eso mismo le dije yo –gruñí sin parar de embestirla.
Aquella actitud educativa de mi hermana mayor me ponía muy cachondo.
- No, no es eso… me refiero a que esto lo llevaban las prostitutas hace tiempo, para anunciarse. Así los clientes sabían dónde podían pagar por follar…
- Cuánto sabes, Tarada… –repetí, dándole otro azote mientras me la follaba. Tara gimió otra vez.
- Bueno, me viene bien saberlo –replicó Anita, meneando sus tetazas enfrente de su hermana–. Si me pueden pagar por hacer esto, por mí genial.
- Par de… zorras… –gruñí.
Anita estaba acariciando la cara de Tara, y le veía en los ojos que quería hacer más todavía. Tara se dejaba acariciar, demasiado ocupada en disfrutar de cómo la ensartaba yo. Quise volver a excitarla como antes, cuando ella me cabalgaba por primera vez.
- Te encanta que te folle tu hermano pequeño, ¿verdad?
- Mhmm… mhm…
- Eres tan puta como tu otra hermana, ¿a que sí?
- Ah… mhmm…
Me incliné hacia delante para agarrarla del torso e incorporarla un poco otra vez. Pegando mi barriga a su espalda, la empalaba desde atrás mientras ella intentaba soportarse sobre sus propias rodillas. Estrujé sus tetas con las manos, pellizcando aquellos pezones con piercings mientras le daba besitos en el cuello. Ella se dejaba hacer, más interesada en botar su culo en mi polla para no perder el ritmo del polvo. Anita estaba muy cerca, aún acariciándole la cara.
- Eres tan guarra que te da igual follarte a tu hermano delante de tu hermana…
- ¡Mhhmm! Ah… Pues… igual sí… –respondió Tara débilmente.
- Serás cerda… hasta te dejas que tu toque tu hermanita si ella quiere…
Anita, leyéndome el pensamiento, procedió a sobarle las tetas a Tara, reemplazando también mis besitos previos en su cuello. Poco a poco, fue añadiendo lametones largos que bajaban desde su cuello hasta el canalillo y a sus pechos, para luego volver a subir dejando un rastro de saliva hasta su garganta.
La agarré del pelo castaño suelto, formando un manojo en mi puño para tener un punto de apoyo mientras me la follaba. Inhalé su esencia y su sudor, como un animal. Los tres pegábamos nuestras pieles en aquel acto depravado, haciendo un buen sándwich con mi hermana mayor en el medio. Yo estaba muy cerca de Anita, que no paraba de chupetear su cuello, y en cuanto nuestros ojos coincidieron no pudimos evitar acercarnos hasta empezar a comernos la boca. Nuestras lenguas empezaron a hacer sonidos húmedos y obscenos que se parecían al de mi polla penetrando el encharcado coño de mi hermana.
Tara jadeaba. La mirada vidriosa, era consciente de lo que ocurría a su lado, pero en lugar de decir nada prefería dedicar sus energías a recibir mis embestidas con igual entusiasmo. Anita me abrazaba sin dejar de besarme, envolviendo con sus brazos también a Tara y rozando sus tetas con las suyas.
- Par de cerdas… guarras… putas… malditas hermanitas cachondas… –mascullaba yo, perdido en una nube de lujuria incestuosa–. Eres una zorra, Tara…
Ella cogió aire para pedir, entre gemidos, lo que llevaba deseando hace tiempo:
- Llámame… Tarada…
Cachondísimo de repente, empecé a embestirla con una brutalidad implacable, tirándole del pelo con fuerza mientras con la otra mano le aferraba el culo.
- Puta Tarada…. Sí que eres guarra –jadeé, al límite–. Sabía que te gustaba que te lo dijera…
- Claro que me gustaba… Fóllame… Mmh… Mamoncete…
- Te follo, Tarada… como me chupa tu coño, Tarada….
Noté que con aquellas guarrerías mi hermana perdía cualquier atisbo de compostura y comenzaba a gemir como una auténtica guarra, enloquecida por aquel acto prohibido donde la polla de su hermanito la invadía sin piedad.
Anita vio su oportunidad. No se había desembarazado del todo de Tara y aprovechó ahora para plantar sus labios en los de su hermana mayor. Tara gimió de repente, sorprendida por la intrusión… pero aquello duró muy poco. Vi cómo mis hermanas se enzarzaban en un apasionado beso lésbico, dando rienda suelta a sus bajos instintos que llevaban demasiado tiempo reprimidos.
Mi hermanita le sujetaba la cara a Tara para no separarse de ella a medida que mis embestidas se hacían más violentas ante aquella estampa. Mi hermana mayor se movía demasiado al empotrarla como para que pudieran besarse bien, así que ambas se contentaban con estirar las lenguas y rozarlas caóticamente cuando lo permitía la cambiante distancia. Las babas les resbalaban a las dos por la barbilla.
Fue increíble contemplar en directo aquella pérdida total de inhibiciones. Tara por fin participaba con mi otra hermanita activamente, en lugar de dejarla hacer como si fuera una molestia menor. Las dos melenas, una rubia y otra castaña, se agitaban y enredaban a medida que la suave y redondeada carne fraternal se confundía con lujuria, las bocas unidas, las tetas aplastadas, agarrándose a las nalgas de la otra para no salir ambas despedidas de la cama a cada uno de mis pollazos. Todos habíamos caído de lleno en los peligros de nuestra excitación incestuosa. La visión de mis dos hermanas enrollándose mientras me follaba a una de ellas era demasiado tabú como para que ninguno pudiéramos volver atrás.
Queriendo agrandar todavía más aquella victoria, busqué el ojete de Tara con una mano y le metí un dedo otra vez justo cuando me llegaba el clímax. Me corrí entre espasmos dentro del coño de mi hermana mayor por segunda vez en el día, mientras ella se deshacía por completo en la boca de nuestra hermanita.
No sé si fue el orgasmo o lo lujurioso de aquella imagen, pero literalmente perdí la visión por unos segundos. Estaba totalmente mareado en la nube de mi éxtasis, y cuando volví en mí estaba desplomado sobre la espalda de Tara, escuchando todavía a las dos besarse con auténtico abandono.
Yo, queriendo no ser menos, me arrastré a un lado para abrazarlas y unir mi lengua a las de ellas dos, que me acogieron con ansia acumulada. Fue increíblemente sexy ver cómo pasaban de enrollarse con una intensidad peligrosa a buscar mi boca con la misma urgencia.
- No sabía que os gustaban también las tías –dije, fascinado por todo aquello.
- A mí me gusta todo –dijo Anita rápidamente, jadeando y con las babas de los tres reluciéndole en los labios–. Tíos, tías, jóvenes, viejos, negros, chinos… me gusta hasta el palo de la escoba. Coño, me follaría a un caballo si supiera cómo.
- Cerda…. –dije, anonadado ante aquella depravada confesión, y le metí los dedos en la boca para que saboreara el ano de su hermana–. No tienes ningún límite…
- Mhmm-mhmm –negó ella mirándome, su boca ocupada en limpiarme la mano.
- Yo no soy lesbiana, eh –se apresuró a corregir Tara, sin dejar de balancear sus tetas sobre las de Anita–. Pero no es lo mismo si es con mi hermana… ¿no?
- Claro, no cuenta –le concedí dejándola soñar, pero sin estar en absoluto de acuerdo–. Tampoco cuenta con tu hermano. Podemos hacerlo las veces que quieras, que no significa nada…
- ¿Nada? –dijo ella muy seria de repente, las mejillas ruborizadas–. Bueno… yo os quiero a los dos…
Se me partió el corazón al verla así. Había intentado darle un aire casual a lo nuestro, pero Tara estaba ahora mismo muy vulnerable después de dejarse llevar como nunca lo había hecho con nosotros. La besé en los labios con todo el cariño y la ternura que fui capaz, y ella me devolvió tímidamente el beso. No era lo mismo cuando no estábamos cegados por la lujuria, esto era más… inocente. Bonito. Me quedé mirándole los ojos castaños, embobado.
- Yo también os quiero a las dos.
Y me encontré acercándome para susurrárselo, aun sabiendo que Anita estaba lo bastante cerca como para oírnos:
- Y tú me gustas mucho, Tarada…
- Venga, y yo os quiero a los dos también, ¡vamos! ¡Venga, vamos a follar más! ¿Te apetece darme por el culo, Rami?
- Oye… quería dárselo yo primero. Tú le has quitado la virginidad, qué menos que me encule a mí antes… ¿no?
- Ya estamos con Doña Perfecta, siempre saliéndose con la suya. ¡Acaba de correrse dentro de ti! ¡Es mi turno!
- No os peleéis… Dadme un ratito, por favor –dije, totalmente agotado.
Pero aquellas obscenas imágenes seguían dándome vueltas en la cabeza. ¿De verdad se dejarían encular, o era una broma? Bueno, con Anita estaba claro que no. Y con aquella rivalidad fraternal, seguro que Tara también lo decía en serio. Gruñí. Aquellas dos súcubos de hermanas suponían una deliciosa tortura.
- Vengaaa –dijo Anita masturbando mi exhausto pene flácido–. ¿Cuándo nos puedes follar otra vez?
La cafeína había disparado la energía de mi hermanita, lo sabía.
- No lo sé… igual si os montáis el numerito lésbico otra vez me empalmo –respondí, rendido.
Anita sonrió, y se acercó a donde estaba Tara para hacerle un placaje y derribarla contra el colchón. Empezaron a morrearse de nuevo. La mayor le magreaba el culo, apretándola contra ella mientras se besaban. La pequeña llevaba una mano al conejito de su hermana e iba recogiendo pegotes de mi semen, que procedía a introducir en su boca o en la de Tara, alimentándose a las dos con mi semilla y mezclándola con sus salivas.
Tenían una coordinación terrible: estaban poniéndose las mejillas y la boca perdidas de babas y semen, pero aquello les daba igual.
- Tú cuando quieras, únete –me dijo mi hermanita meneando su culito seductoramente–. No me importa que entres sin avisar…
Gruñí de placer, notando como mi polla volvía a resucitar lentamente. Había abierto la caja de pandora, y mis hermanitas eran insaciables.
Perder peso en verano era lo mejor que había hecho en mi puta vida.
FIN
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Nota del autor: Me he debatido si incluir este post-mortem o no, pero lo diré para que no haya dudas. Sí, es un final abrupto, y bastante abierto, pero creo que mejor cerrar donde estoy cómodo. Intento pensar en esto como un relato muy largo más que una miniserie de tres partes, pero tenía miedo de que a la gente le estallara la cabeza si veía un relato de cinco o seis horas de lectura.
Escribí esta historia, como todo lo que hago, para mí, para sacármela de la cabeza. Me gusta disfrutar de la catarsis como a cualquiera, pero sin el impulso del juego y la seducción precediéndola, mucha de la exaltación posterior me parece devaluada mientras más la repito. Carezco de la imaginación necesaria para mantener mi propio interés más allá de este punto, pero lo menos que podía hacer era compartirla con una página que me ha dado tanto a cambio de nada. Espero al menos que la hayáis disfrutado.
5 comentarios - Corriendo(me) con mis hermana final