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Hambrienta

Aquella mañana de Julio me declaré en huelga.

Llevábamos ya casi medio mes de vacaciones y yo seguía 
trabajando sin descanso mientras mis dos hijos y mi marido hacían lo que les 
daba la gana. Ellos disfrutaban de lo lindo, comían, bebían, ensuciaban, 
llenaban de mierda la autocaravana y se olvidaban de la que tenía que limpiar. 
Todos se lo pasaban divinamente, todos menos yo, mis hijos de porros con sus 
amigos y mi marido, como siempre, a pescar y a jugar a las cartas con sus 
amigotes. Estaba rabiosa, a mis 48 años sufría una dura crisis. Para colmo 
nuestras relaciones sexuales se habían reducido al uso de mi dedo. No, no estaba 
dispuesta a aguantarlo, mi cuerpo me pedía amor, sexo, aventuras, me negaba a 
convertirme de por vida en esposa amante y perfecta ama de casa. Así es que 
aquel día, me declaré en huelga y no volví a hacerles ni una sola tarea más. Me 
enfadé con todos y me dediqué a tomar el sol y a bañarme, no me merecía perderme 
las maravillas de aquel paraíso en el que habíamos ido a parar, cataratas, 
piscinas naturales, sol, aire puro... el lugar era de ensueño.


Curiosamente fue en plena crisis cuando más atractiva me 
sentía, mi cuerpo no pasaba desapercibido para muchos de los hombres que 
acampaban por allí con sus familias, incluso para los más jóvenes, cada vez que 
me cruzaba con alguno tenía la sensación de que mi bañador era transparente a 
sus ojos, notaba como saboreaban con la vista mis delgadas piernas, mi esbelta 
cintura, mis carnosos y grandes pechos, mi culo prieto, grande y redondo... 
Continuamente me piropeaban o me guiñaban un ojo, eso hacía que me sintiera aun 
más caliente, aquellas miradas lograban que me masturbara varias veces al día, 
pero no bastaba, no era suficiente, necesitaba más, necesitaba un cuerpo 
impetuoso horadando mis entrañas, anhelaba sentir la caricia inigualable de 
semen joven y caliente deslizándoseme piernas abajo, necesitaba comerme una 
buena verga pero... ¿Cómo, cómo iba a ser infiel a mi esposo?...


- Me voy a la cueva. -le grité a mi marido


- Vale -contestó el lánguidamente


La cueva es un lugar mágico, no hay palabras que lo 
describan. Está situado dentro de un pequeño circo de rocas al cual se accede a 
través de una grieta, es abierto al cielo pero para llegar hay que atravesar 
tramos que están dentro de cuevas, la primera vez que lo Vd. recuerdo que pensé 
algo así como que La Atlántida no debió ser más hermosa que aquel lugar. Allí no 
suele haber mucha gente y la mayoría son pescadores en busca de truchas, gente 
tranquila. Me disponía a pasar un día idílico, sin que nadie me molestara, 
releyendo a Julio Verne y escuchando a Luís Aute. Caminé bastante, me adentré lo 
más que pude entre los matorrales, así estaría lo más aislada posible y tal vez 
me animara a tomar el sol desnuda. Mis esperanzas se desvanecieron justo en el 
momento en que Vd. llegar a una pareja de pescadores con sus aparejos, eran dos 
tipejos normales, uno maduro, alto y con una barrigota grande, el otro más joven 
y atractivo. Se sentaron a unos veinte metros de mí, estuve tentada de 
marcharme, pero ¡qué coño! no tenía ganas de caminar más.


La mañana transcurrió placidamente. Después de comer, decidí 
dar un pequeño paseo, media hora para hacer la digestión. Al regresar, justo 
cuando iba a subir por la pequeña cuesta rodeada de árboles me detuve pues me 
percaté de que uno de los pescadores, se disponía a orinar justo por donde yo 
debía subir, de modo que me quedé quieta, oculta entre los arbustos. Aquel 
tipejo se bajó el bañador, sacó la polla y se puso a mear. Supongo que movida 
por mi calentura, trepé un poco con cuidado de no ser vista, hasta que logré 
observar bien cual de los dos era. Pero... un momento, ¿qué estaba haciendo? 
porque, yo que se supone que tenía un matrimonio feliz y estable, con unas 
relaciones sexuales más o menos normales (con sus altibajos) y que se supone que 
era honrada y fiel, porqué yo estaba tratando de espiar a un hombre cualquiera?. 
Entonces no tuve respuesta, lo único que quería era ver a ese hombre y así lo 
hice. El caso es que el que estaba meando era el gordito, se veía que le estaba 
costando echar la meadita, pues tenía cara de circunstancias. Yo, como una 
adolescente, quise ver que tal era el calibre de mi amigo, así es que me agarré 
como pude a un pequeño arbusto, subí un poco más y levanté la mirada... mi pulsó 
se aceleró al comprobar como aquel tío tenía entre sus manos el mayor ejemplar 
que yo haya visto nunca. La verga era enorme, muy larga y muy gorda, de color 
oscuro. La sostenía entre sus manos aupada sobre dos huevazos de un tamaño 
descomunal. Aquel gordito tenía en su poder la polla más apetecible que yo jamás 
hubiera podido soñar. Aunque bien pensado, claro que alguna vez soñé con una 
verga así, es más, durante muchos años soñé la verga de... mi abuelo, soñé con 
mamársela, si, si, como leéis, cuando tenía trece años en una ocasión le Vd. la 
polla a mi abuelo y desde ese día fueron incontables las veces que le espié en 
la casa del campo y también fueron incontables las veces que me hice un dedo 
imaginando que mi abuelo entraba por la noche en mi cuarto y ponía su enorme 
cipote en mi boca.


Pero volviendo al relato, viendo aquella picha gigante me 
excité de forma descontrolada, no era dueña de mis actos, se la miraba una y 
otra vez mientras la orina se escapaba de aquel gigantesco capullo, empecé a no 
dominarme, todo me daba vueltas, pero no, el tipo estaba terminando de orinar, 
seguro que se marcharía entonces y me quedaría allí como una idiota sin probar 
su miel. Casi sin querer, sin poseer mi propia voluntad, di un paso adelante, 
caminé temblorosa en dirección a él, el hombre al verme, se dio la vuelta 
apurado, sin poder dejar de orinar:


- Perdone señora.


- No se preocupe - le contesté - siga usted, yo venía a hacer 
lo mismo.


Mi voz era temblorosa, mi respiración entrecortada, pero sin 
pensármelo dos veces giré alrededor de aquel hombre grandote, y quitándome la 
braguita del bikini me puse a orinar delante de él.


El hombre no dio crédito a lo que veían sus ojos. Yo no daba 
crédito a lo que estaba haciendo, una madre ejemplar y cándida esposa, 
exhibiéndome delante de un desconocido, comportándome como una Sohar, en 
cuclillas, abierta de piernas enseñándole mi raja, hmmmmm que placer 
indescriptible.


No estaba en mis cabales pero estaba disfrutando de mi 
excitación. Él permanecía inmóvil delante de mi, sacudiéndose las últimas gotas 
de orina mientras que de forma nerviosa movía la cabeza, estaba aturdido por 
aquella situación inesperada, seguía sacudiendo su enorme cipote mientras yo le 
miraba fijamente terminando de hacer lo mío. Seguí decidida a actuar, me levanté 
y di un par de pasos hacia él desprendiéndome del top, mis grandes pechos 
saltaron bamboleándose. El seguía petrificado cuando le llevé sus manos a mis 
tetas. Después, con menos dudas se animó a probarlas. Lamía mis pezones con el 
mismo afán que un niño lame un caramelo. Respiraba ruidosamente mientras me los 
comía


Dejé que disfrutara un rato de ellos mientras yo le masajeaba 
con dificultad los bajos, era realmente difícil sujetar sus enormes huevazos.

Por fin me arrodillé, y observé con placer y con tranquilidad 
la dimensión que había tomado aquella verga de color moreno. La sujeté con ambas 
manos y aun sobresalía un tercio de carne. Lamí con pasión, oliendo, chupando, 
recorriendo con mi lengua y con mis manos aquel glorioso cipote y sus cojones 
que parecían estar apunto de reventar. Mi amigo estaba extasiado. Yo me 
comportaba como una zorra, jugueteaba con su polla mientras le decía:


- Seguro que tu mujer no te la ha chupado así en tu vida.


De repente fui consciente de que mi amigo se correría 
enseguida, además aquella cosa no entraría dentro de mí por más que lo 
intentara. Lamí una vez más y mirando hacia arriba le dije:


- Llama a tu amigo.


- ¿A mi sobrino?


- Si. Llámalo.


No podía creer lo que acaba de de decir, si mis amigas me 
hubieran visto entonces...


Él dio un grito:

- ¡Jorgeee!

Mientras yo seguía lamiendo, apareció Jorge. Os podéis 
imaginar su cara cuando vio aquel cuadro, mujer desnuda con verga en boca.


Pero Jorge resultó ser mucho más decidido, pues no dudó ni un 
solo instante en acercarse a nosotros con la espada desenvainada. Jorge heredaba 
los genes de su tío, aunque gracias a Dios en menor proporción, además era mucho 
más pícaro y parlanchín, me levantó por la cintura y mientras me metía mano me 
decía: ¡Qué buena estas!, ¡Joder qué tetas tienes!, ¿Dónde está tu marido? no 
sabe lo que se pierde... Sus palabras me encendían.


La cuestión es que en medio de aquel paraje estaba yo, con 
dos pollas descomunales a ambos lados de mi cara, yo que había llegado virgen al 
matrimonio.


Le propuse a Jorge que me la metiera sin miedo desde atrás, 
para que así yo pudiera seguir la mamada a su tío. Él obediente, me sujetó por 
la cintura y me penetró (no sin dificultad) desde atrás, me follaba con furia, 
con maestría, jugando perfectamente con los tiempos, con el ritmo de las 
embestidas. ¡Qué placer que te hundan una buena verga y tener dentro de tu boca 
otra aún más hermosa!


No recuerdo cuantas fueron las veces que me corrí, pero juro 
que mi cuerpo entero se estremecía entre escalofríos. Juro que estuve a punto de 
desmayarme varias veces, pero aguanté, aguanté hasta que mi faena estuvo acabada 
y mi amigo escupió dentro de mi boca llamaradas de leche caliente, sabroso, 
delicioso, como nunca antes lo había probado y en una cantidad que jamás imaginé 
que ningún hombre pudiera contener. Aquel hombre maduro y gordito me entregó con 
mucho amor toda su deliciosa miel. Mi amigo quedó sentado delante de mí mientras 
yo terminaba de limpiarle los restos de leche con mi lengua. Miré hacia atrás y 
entre jadeos le dije a Jorge:

- Dame por el culo, por favor.


De nuevo obediente sacó su polla de mi raja, y me palpó con 
ella el agujero, tras un intento fallido, prefirió meterme un par de dedos, 
despacio, poco a poco, haciéndolos girar para que mi culo se acostumbrara a lo 
que iba a recibir, después me dijo:


- Chúpamela para que esté húmeda.

Así lo hice, le llené de saliva la verga y cuando la tuvo 
lista de nuevo apoyó su capullo en la entrada de mi culo.


Era la segunda vez que me daban por el culo, pero la primera 
que con ello me correría, gracias a la verga de Jorge entrando y saliendo de mi 
culo, tuve un orgasmo bestial, el mayor que he tenido nunca, mi ano entero se 
contrajo aprisionándole la polla, justo en ese momento descargó su leche a 
borbotones dentro de mí.


Nos quedamos así un instante, en silencio, jadeando, como dos 
animales.


Después me incorporé y fue justo en ese instante cuando tuve 
la sensación de haber hecho algo terrible. El arrepentimiento me invadió, casi 
sin despedirme de mis amigos fui a por mis cosas y me marché de allí.


Supongo que a ellos les sorprendió todo tanto como a mí.

Mientras caminaba hacia la caravana iba pensando en lo que 
había pasado, poco a poco me fui calmando y poco a poco fui consciente de porqué 
había ocurrido lo que había ocurrido... en mi vida sólo había tenido relaciones 
con un hombre y yo no era mujer de un solo hombre, era evidente, yo era una 
hembra caliente y hermosa dispuesta, a partir de aquellas vacaciones a disfrutar 
de todo el sexo que pudiera tener a mi alcance, incluyera o no incluyera a mi 
marido. Justo cuando llegué a la caravana ya me había calmado, no se si fue 
autoconvencimiento, no se si fue el hecho de ser consciente de una verdad, el 
caso es que a pesar de que acababa de ser infiel a mi marido por primera vez, no 
me sentía en absoluto culpable.


Besé a mi marido, saludé a los chicos y juntos nos pusimos a 
preparar la cena. Mientras era consciente de que aun seguía caliente, si hubiera 
podido en ese mismo instante me habría comido dos o tres polla más. Disfrutaba 
de mi cena familiar mientras recordaba lo ocurrido con gran placer.


De repente noté un cosquilleo que procedía de mi nalga, algo 
que se deslizaba piernas abajo, alargué la mano para descubrir que era y fui 
consciente de que como ni siquiera me había duchado al llegar, aun tenía restos 
de la leche de Jorge que brotaban de mi culo. Tomé un poco de esa leche con mis 
dedos y mirando a mi marido le dije:

- Hmmmmm, esto está riquísimo.

- ¿El qué? -preguntó él

- La cena -contesté yo con cinismo-, tengo que hacerlo más 
veces.

Y por supuesto que lo hice más veces, a partir de entonces lo 
hice cuantas veces pude.

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