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Una mañana de verano en el estudio.

Buenas tardes. Este es mi primer relato, así que lo primero que voy a hacer es presentarme.
Me llamo Lucas, tengo 42 años y soy contador. Si bien mi profesión no tiene mucho que ver en la historia, mi oficina y mis horarios laborales son parte fundamental de lo que les voy a contar.
Esta historia es 100% real y sucedió hace unos 4 años. Por ese entonces, mi estado anímico no era de los mejores. Si bien no estaba deprimido, venía pasando por una meseta de las típicas de la edad. Entre el trabajo, la casa, los hijos y demás obligaciones cotidianas, me estaba constando encontrar el disfrute, hacerme un lugar para permitirme algo de diversión.
Dentro de todo el hermoso lío que tenía en casa, con mi esposa a veces contratábamos alguna niñera para que nos cuide a los peques y poder salir a tomar algo, cenar o lo que fuere. Y la opción era casi siempre Mariana, una chica de unos 20 años por ese entonces, que además era la hija de una conocida de ambos.
La verdad es que, por su edad -le llevaba fácil 15 años- y por conocerla "de familia", al principio nunca se me había pasado por la cabeza mirarla como la mujer que era. Pero con el tiempo, Instagram mediante, me fui dando cuenta que tenía un terrible lomazo. Era jugadora de hockey, así que ya se pueden imaginar... Piernas fuertes, culo duro, redondo. Y para coronar, tenía dos terribles tetas bien en su lugar.
De todas formas, como dije antes: nunca se me hubiera ocurrido tirarle una indirecta o mirarla demasiado... Hasta que un día ganó un concurso de lencería en Instagram y publicó una foto del conjunto que se había llevado como premio.
Ese día se me nubló la vista y sin pensarlo le tiré un comentario medio desubicado ("date una vueltita" o algo así), sintiéndome un viejo y un pelotudo fuera de onda. Pero, para mi sorpresa, el chat pasó a modo incógnito y, mientras la sangre se me helaba, pude leer que me ponía un "... vos decís?".
Casi me muero, literalmente. Me quedé helado. De calentura, de miedo, de incertidumbre.
Le contesté que sí, sin poder creer lo que estaba pasando. Al ratito me mandó una foto. Era un conjunto mínimo, negro, con transparencias. Le quedaba pintado. Obviamente, la foto era temporal, por lo que solamente pude disfrutarla durante algunos segundos.
Ya no recuerdo exactamente qué le respondí. Seguramente algunos piropos y el lógico pedido de que me mande más fotos. Pero medio que la onda se cortó. No sé si le dio verguenza o si le pareció que nos habíamos pasado de la raya.
Lo cierto es que se calmaron las aguas y, a partir de ese día, empezamos a escribirnos de vez en cuando, siempre en modo incógnito (en el que se borran los mensajes luego de leerlos). En realidad, siempre era yo el que le escribía. Ella a veces me contestaba con buena onda y otras no tanto, o eso me parecía a mí. Mientras tanto, mi cabeza se debatía entre la calentura, la culpa de estar haciendo algo mal, las ganas de llevar las charlas al plano de lo real y otras sensaciones encontradas.
El tiempo fue pasando hasta que, un día, se me ocurrió proponerle algo más "real". Más palpable. Usé como excusa alguna publicación que sobre ropa interior que había visto para pasársela. Era de un arnés, de esos con tiras finitas que agarran las piernas y remarcan bien el culo.
Se lo mandé y, con alguna excusa, le dije que se lo podía regalar. Ni lerda ni perezosa, Mariana aceptó el regalo y me dijo que si le transfería el dinero iba a comprárselo. Obvio, pedí mi "recompensa": fotos del conjunto puesto, sin filtro.
Estuve unos días meditándolo, hasta que me decidí y le mandé el dinero. Esa tarde, se fue a probar algunos conjuntos y me mandaba fotos desde el probador. La calentura mía, nuevamente, iba en ascenso constante, pero se chocaba siempre con la culpa y el miedo a mandarme una cagada de la que no pudiera volver atrás.
Cuando llegó a su casa, me mandó un set de varias fotos, sin censura, que miré y gocé cada segundo que duraron en el chat (recuerden que eran mensajes temporales). Al verlas, le fui tirando algunos comentarios subidos de tono para ver cómo reaccionaba ("qué ganas de acabarte en esas tetas" o "qué lindo pegar una buena nalgada en esa cola"), pero ni siquiera me los contestó.
El resultado fue, nuevamente, el enfriamiento de todo. Yo seguía con mis dudas, pensando además que ella estaría igual. O, quizás, ni siquiera estaba realmente interesada en que pase nada, sino que se había aprovechado de mi calentura para comprarse un lindo conjunto y listo, a otra cosa.
Sea como fuere, de vez en cuando seguíamos chateando, siempre a instancias mías. Y de a poco íbamos también subiendo el tono de los chats. Habíamos entrado en confianza, y no se muy bien cómo pero yo ya sabía que le interesaba la movida sado. Ataduras, nalgadas, nada muy extremo. Pero era obvio que le gustaba -o le gustaría- que la traten como una putita, la agarren del pelo y la hagan sentir dominada.
Entonces, siguiendo ese camino, alguna que otra vez le decía que algún día tendría que pasar por la oficina para recibir su merecido y otras frases idiotas como esa. Algunas veces se reía, otras me preguntaba cómo haríamos eso si yo solamente estaba ahí a la mañana en horario de trabajo, etc.
Todo siguió más o menos así hasta que llegó enero. En la ciudad donde vivimos suele hacer mucho calor en verano (cerca de 40 grados), y esa semana había sido particularmente calurosa. Yo seguía yendo al estudio aunque no tuviera mucho para hacer, porque mi esposa se había ido con los chicos a pasar unos días a la casa de su hermana, que vivía en un pueblito cercano. Casi sin trabajo real, me la pasaba leyendo el diario (y algún que otro relato de Poringa) y aburriéndome.
Hasta que un martes, a eso de las 9 de la mañana, sonó el timbre. No esperaba a nadie, así que atendí medio embolado de tener que lidiar con gente a esa hora. Cuando por el portero escuché "Soy Mariana" casi me caigo sentado. Hacía por lo menos 3 semanas que no chateábamos, así que no tenía idea de en qué andaba. Mi primera reacción fue, para qué negarlo, de miedo. No entendía por qué había aparecido sin avisar, hasta que me di cuenta que -claramente- sabía que yo estaba sólo (recuerden que era conocida de la familia).
Cuando le abrí la puerta, la saludé con la boca seca y diciendo cualquier pelotudez. Ella también estaba súper nerviosa, porque se puso roja y no se le fue el color hasta un rato después. Tenía puesto un vestidito floreado, de falda amplia y escote apenas pronuciado. Muy sobria.
La hice pasar hasta mi oficina mientras decía pavadas sobre el calor y la vida del laburante. El espacio que alquilo está al final de un corredor, y -además de ser bastante amplio- tiene un desván al que se sube por una escalerita interna. Cuando llegamos al despacho, cerré la puerta y la miré. Ya no había lugar para esquivar el tema. La miré a los ojos y le dije "Viniste...". Parecíamos dos idiotas. Me dijo que sí y se quedó mirando para abajo, hasta que -por suerte- pude reaccionar.
Le agarré la punta del vestido y empecé a tirar despacito para subírselo. De a poco fui subiendo hasta que aparecieron las primeras tiras del arnés que le había regalado.
A partir de ahí, todo fluyó mejor. En mi cabeza se hizo un click y los miedos quedaron atrás. La agarré de una de las tiras del arnés y la di vuelta para agarrarle el culo con la otra mano. Se sorprendió pero apenas gimió, y seguía mirando hacia el piso. Mientras le amasaba la cola con una mano, con la otra la agarré del mentón y le levanté la cara para que me mire. Mirándola a los ojos le dije:
- "Viniste porque sos una putita".
- "Siii", me dijo con un hilo de voz.
- "Y ahora vas a hacer todo lo que yo quiera, porque sos MI putita, entendiste?", le dije ya totalmente sacado.
Su voz se quebró en un "ay siii por favor" que me sirvió para perder la poca timidez que me quedaba.
La llevé de la mano hasta la escalera que subía al desván y la apoyé contra un escalón. Ahí, inclinada hacia adelante, le seguí acariciando el culo mientras terminaba de sacarle el vestido.
Cuando estuvo en tanga y corpiño, la di vuelta y la arrodillé. Le abrí la boca con mis manos y me abrí lentamente la bragueta. Ella -ahora- me miraba a los ojos con la cara medio sofocada por el calor. De a poco, tomándome mi tiempo, saqué la pija y la presenté frente a su boca. Ella atinó a metérsela pero la frené. "Vos hacés lo que yo diga, cuando yo lo diga", le dije. "Cerrá los ojos".
Cerró los ojos y sonrió apenas. Ahí sí, sin prisa pero sin pausa, le fui metiendo la pija despacio. Primero la cabeza y después el tronco, hasta que hizo tope con la garganta y ella no pudo contener una tos medio atragantada. Pero no se quejó, así que empecé a cogerle la boca tocando fondo en cada embestida.
No voy a negarlo: con la calentura previa que tenía, y por cómo se estaban dando las cosas, yo estaba que explotaba desde el minuto uno. Pero como era mi putita, no me importó. Le cogí la boca hasta que sentí que me empezaba a explotar la pija. Justo antes de acabar, me dio miedo que el juego fuera demasiado lejos para ella, así que -en lugar de acabarle como venía- apoyé la pija en su lengua y le dije "Tomá...", dándole la posibilidad de que decida ella.
Para mi sorpresa (o no tanta sorpresa), me agarró la pija y puso la boca de forma tal que la leche le diera de lleno en la lengua, sin perder una sola gota. Así fue el primer polvo. Terminó de tragar y me siguió chupando la pija hasta que quedó limpia limpia.
Después de acabar, me quedé unos segundos regulando, pensando cómo seguir con todo ese quilombo divino que se había armado. La duda me duró muy poco. Ella se levantó y empezó a chaparme con unas ganas y una calentura que puso de nuevo a mil.
Al toque retomé mi papel de dominante. Me acordé que tenía una soguita que usamos a veces para atar pilas de documentación y le dije que ya venía. Corté un pedazo y volví. La di vuelta y, poniéndole las manos contra la baranda, le dije que ahora le tocaba su castigo por haberse portado mal.
Le até las manos como pude mientras ella -la muy puta- sacaba cola y me la hacía difícil. Cuando terminé de atarla, la agarré del pelo y tirándola hacia atrás le pregunté: "Querés que te coja ahora??". "Siii, cogeme por favor", me decía Mariana medio susurrando de la calentura. Entonces le corrí la tanga pero, antes de metérsela, le pegué una nalgada suave (no alcanzó a dejarle rojo el cachete). Para mi sorpresa, Mariana se estremeció y lanzó un gritito como si la hubieran penetrado. Viendo eso, me animé a darle otra, esta vez mucho más fuerte. Eso la desató por completo. Empezó a pedirme que se la meta, diciéndome que era una puta, que era mi puta y cosas por el estilo. Yo no podía creer lo que estaba viviendo. Otra vez al palo por la situación, acerqué la pija a su conchita depilada -que brillaba de mojada- y, mientras empujaba despacito, seguía pegando rítmicamente palmadas en cada uno de los cachetes de Mariana. Les recuerdo que tenía un culo redondo y durísimo, por lo que sonaban como aplausos e iban dejando un colorcito rojo divino.
Creo que estuvimos así no más de 5 o 10 minutos. Mis manos, después de varias palmadas, se habían concentrado en las tetas de Mariana, y las amasaban en círculos, pellizacando a veces los pezones. A todo esto, Mariana ya había dejado de decir cosas y simplemente gemía y gemía. Al final terminamos estallando los dos juntos, mientras yo le tiraba del pelo con una mano y con la otra le apretaba las dos tetas juntas.
Cuando terminamos, nos quedamos unos segundos quietos y justo empezó a sonar el timbre de la oficina. Y, la verdad, nos vino bárbaro. Creo que ninguno de los dos sabía cómo salir de esa situación, ni cómo mirar al otro a la cara. Pero con el timbre se rompió el clima y eso nos permitió volver a la realidad. La desaté, nos reímos mientras cada uno se vestía y, como si nada, Mariana terminó de ponerse el vestido y salió. Mientras me decía "Chau, nos estamos viendo", yo la saludaba con la mano y recibía ya no recuerdo a quién, que venía a traerme unos papeles. Y así fue como empezó la historia con Mariana, que tiene algunos capítulos más.

3 comentarios - Una mañana de verano en el estudio.

JOSEGALEGO +1
van 10 , espero mas
Charly1984
Gracias por tu comentario! Ya vendrán otros 😈
raulob71 +1
H¡Felicitaciones!!! sabroso comienzo....
hrenek
Muy bueno. Tranqui y caliente.