Mi vida era perfecta después de la primera vez que hice el amor con mi novio; seguíamos viéndonos martes y jueves por la tarde, yo llegaba temprano para vestirme y esperarlo, a veces me regalaba un chocolate, otras una flor y también ropa, principalmente lencería.
Noté algunos cambios a partir de que me conseguía uniformes, por ejemplo de azafata o secretaria; fue cuando comenzó a golpearme el trasero, primero suave y después incrementando la fuerza y lo mismo pasó con su tono de voz cuando me hablaba; a pesar de que no me gusta la violencia ni ser dominada, no decía nada porque me encantaba la forma en que me cogía.
Un martes yo ya estaba vestida y él llegó con un uniforme de enfermera, me dijo: "A ver, quítate lo que traes y pónte esto, te vas a ver como toda una putita" y, efectivamente, pues toda la lencería era blanca, de encaje e incluía medias y liguero; zapatos blancos de tacón alto; vestido muy ceñido y muy corto, apenas 5 cms. abajo de mis nalguitas. La verdad sí me veía muy puta y no me disgustaba, por el contrario, amé verme así.
Entré al cuarto de mi novio, que se levantó inmediatamente de la cama, caminó hacia mí y luego a mi alrededor, admirando el "panorama" y diciendo: "Caramba, eres una zorrita muy hermosa" y me propinó sonora nalgada; yo le pedí que no me dijera cosas vulgares ni me pegara, porque no me gustaba; como respuesta, se avalanzó sobre mí, abrazándome muy fuerte, besándome como si quisiera comerse mi lengua y apretando mi trasero.
Luego de unos segundos me soltó, se acostó en la cama e inició el juego:
– A ver, señorita enfermera, atiéndame, porque no me siento bien.
– Con gusto, joven, dígame qué tiene – respondí acercándome a la cama
– Es la entrepierna, tengo una inflamación y un dolor difícil de soportar – dijo tocándose sobre el pantalón
– En seguida lo reviso – contesté y procedí a bajar su pantalón y el boxer
– Mire cómo estoy inflamado – dijo apuntando con el dedo índice a su verga
– ¿Y dónde le duele? – pregunté
– Aquí – respondió tocando sus testículos
– Muy bien, lo que usted tiene es que está reteniendo esperma – diagnostiqué y agregué – el mejor tratamiento es la eyaculación y puede hacerlo usted mismo
– Preferiría que usted me ayude – replicó mientras su mano recorría mi pierna hasta subir al culito
Comencé a acariciar sus huevos con la mano derecha, muy suavemente, mientras la izquierda hacía bajar el prepucio para descubrir su glande inflamado y morado, muy apetitoso. Ahí estaba la enfermera masturbándolo y deseando con ansias mamar esa deliciosa verga.
Sin dejar de acariciar, me senté en la cama, mojando mis labios con la lengua una y otra vez, sabía que a Javier lo pone loco ver cuando me saboreo su pene; fui acercándome lentamente hasta tenerlo a la distancia adecuada, lo recorrí desde la cabeza hasta los huevos con besitos suaves; el paciente se limitaba a acariciar y golpear ocasionalmente mis nalgas; lo escuché decir: "Señorita, es usted toda una zorra experimentada, déjese de tonterías y comience a mamar de verdad", por supuesto, acompañó esta frase de una nalgada más fuerte.
Para evitar más golpes introduje la cabeza de su verga en mi boca, la chupé como niño que disfruta un dulce, lamiendo, succionando y besando; después la fui metiendo poco a poco, aprisionándola con mis labios, masajéandola con la lengua, hasta tenerla toda dentro, casi podría jurar que tocaba la campanilla.
Sentí como Javier bajó mi tanga y comenzó a lubricar mi ano como solo él sabe hacer y yo correspondí iniciando movimientos para sacar y meter toda su verga en mi boca, levantando la cabeza al sacar y bajándola al sacar, conocedora de los gustos exigentes de mi novio, aplicando presión con los labios, primero abajo, luego arriba.
– A ver, zorra – dijo Javier – pónme el condón y móntame
Le pusé el condón, ayudándome con la boca, me subí a la cama y lo iba a montar de frente, pero agregó:
– No, con tu culo apuntando hacia mi cara, quiero ver cómo te ensartas, puta.
Giré 180 grados, me acomodé sobre su verga palpitante y la dirigí con mis manos hasta la entrada de mi centro de placer; yo quería sentir cada milímetro que se introducía en mí, pero el paciente estaba muy impaciente, me tomó de la cadera y me forzó a sentarme, metiéndola toda de un jalón.
Dolía un poco, pero el placer era infinitamente mayor, sobre todo cuando mis movimientos pélvicos hacían entrar y salir su pene y yo disfrutaba de esta nueva forma de hacerlo, aunque también quería besarlo y decirle lo bueno que es cogiéndome o escucharlo decirme cuánto le gusto.
En vez de eso, me daba nalgadas para hacerme acelerar el ritmo y me decía "Qué rica estás, putita", "Te encanta cabalgarme, ¿verdad, zorra?", "Eres una perra malparida" y otras linduras que no recuerdo porque estaba cerca de alcanzar mi orgasmo; aumenté el ritmo y fuerza de los movimientos de mi pelvis, nunca lo había hecho tan bruscamente y nunca pensé que lo disfrutaría tanto.
Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero no lloraba, así me pasa cuando recibo tanto placer anal, apenas podía respirar y sentía como si la verga de mi novio se hinchara dentro de mí para llenarme completamente; cada nuevo golpe, cada nuevo insulto era como bombear oxígeno dentro de mí, subiéndome la sangre a la cabeza y haciéndome sentir que iba a estallar y desparramar todo mi ser, alcanzando el cielo al tenerlo plenamente dentro y el infierno cuando lo sacaba.
Así fue como llegó la explosión final, eyaculé, depositando una cantidad sorprendente de semen en cada chisguete, enviándolo a distancias que nunca pensé que podía hacerlo llegar y vaciando todo, tanto cuerpo como alma en ese delicioso orgasmo. Quedé totalmente quieta, sin fuerza, sin aliento, casi sin vida, pero satisfecha como nunca antes.
Javier no había terminado aún; me tomó como si fuera muñeca de trapo, lanzándome por los aires y haciéndome caer boca arriba sobre la cama, mis tobillos en sus hombros y comenzó a ensartarme violentamente y sin dejar de proferir groserías. Yo estaba como drogada, en un paseo por las nubes, sentía su miembro penetrarme en una forma salvaje, pero fue como si lo viera en una película, estaba extasiada.
Mi novio se quitó el condón, se colocó sobre mí, haciéndome abrir la boca y masturbándose brutalmente hasta que por fin su leche espesa llenó mi boca, nariz, ojos, cabello; yo hice lo posible por tragarla toda, pero apenas podía moverme e hice lo mejor que pude para no desperdiciar ese manjar de los dioses.
Me quedé dormida y solo desperté cando Javier ya se había bañado y cambiado, volteé a verlo y escuché que me decía:
– Anda, puta, ya es hora de que te vayas a tu casa, no tardan en llegar mis papás… ¡Ah, no olvides limpiar todo y tender la cama antes de irte!
Dicho esto, desapareció tras la puerta y, junto con él, también se fue parte del amor que nos teníamos… ¿o que yo le tenía?, no supe convencerme de que él también me amaba… En fin, ya presentía que nuestra relación estaba llegando a su fin, pero eso lo contaré después.'
Noté algunos cambios a partir de que me conseguía uniformes, por ejemplo de azafata o secretaria; fue cuando comenzó a golpearme el trasero, primero suave y después incrementando la fuerza y lo mismo pasó con su tono de voz cuando me hablaba; a pesar de que no me gusta la violencia ni ser dominada, no decía nada porque me encantaba la forma en que me cogía.
Un martes yo ya estaba vestida y él llegó con un uniforme de enfermera, me dijo: "A ver, quítate lo que traes y pónte esto, te vas a ver como toda una putita" y, efectivamente, pues toda la lencería era blanca, de encaje e incluía medias y liguero; zapatos blancos de tacón alto; vestido muy ceñido y muy corto, apenas 5 cms. abajo de mis nalguitas. La verdad sí me veía muy puta y no me disgustaba, por el contrario, amé verme así.
Entré al cuarto de mi novio, que se levantó inmediatamente de la cama, caminó hacia mí y luego a mi alrededor, admirando el "panorama" y diciendo: "Caramba, eres una zorrita muy hermosa" y me propinó sonora nalgada; yo le pedí que no me dijera cosas vulgares ni me pegara, porque no me gustaba; como respuesta, se avalanzó sobre mí, abrazándome muy fuerte, besándome como si quisiera comerse mi lengua y apretando mi trasero.
Luego de unos segundos me soltó, se acostó en la cama e inició el juego:
– A ver, señorita enfermera, atiéndame, porque no me siento bien.
– Con gusto, joven, dígame qué tiene – respondí acercándome a la cama
– Es la entrepierna, tengo una inflamación y un dolor difícil de soportar – dijo tocándose sobre el pantalón
– En seguida lo reviso – contesté y procedí a bajar su pantalón y el boxer
– Mire cómo estoy inflamado – dijo apuntando con el dedo índice a su verga
– ¿Y dónde le duele? – pregunté
– Aquí – respondió tocando sus testículos
– Muy bien, lo que usted tiene es que está reteniendo esperma – diagnostiqué y agregué – el mejor tratamiento es la eyaculación y puede hacerlo usted mismo
– Preferiría que usted me ayude – replicó mientras su mano recorría mi pierna hasta subir al culito
Comencé a acariciar sus huevos con la mano derecha, muy suavemente, mientras la izquierda hacía bajar el prepucio para descubrir su glande inflamado y morado, muy apetitoso. Ahí estaba la enfermera masturbándolo y deseando con ansias mamar esa deliciosa verga.
Sin dejar de acariciar, me senté en la cama, mojando mis labios con la lengua una y otra vez, sabía que a Javier lo pone loco ver cuando me saboreo su pene; fui acercándome lentamente hasta tenerlo a la distancia adecuada, lo recorrí desde la cabeza hasta los huevos con besitos suaves; el paciente se limitaba a acariciar y golpear ocasionalmente mis nalgas; lo escuché decir: "Señorita, es usted toda una zorra experimentada, déjese de tonterías y comience a mamar de verdad", por supuesto, acompañó esta frase de una nalgada más fuerte.
Para evitar más golpes introduje la cabeza de su verga en mi boca, la chupé como niño que disfruta un dulce, lamiendo, succionando y besando; después la fui metiendo poco a poco, aprisionándola con mis labios, masajéandola con la lengua, hasta tenerla toda dentro, casi podría jurar que tocaba la campanilla.
Sentí como Javier bajó mi tanga y comenzó a lubricar mi ano como solo él sabe hacer y yo correspondí iniciando movimientos para sacar y meter toda su verga en mi boca, levantando la cabeza al sacar y bajándola al sacar, conocedora de los gustos exigentes de mi novio, aplicando presión con los labios, primero abajo, luego arriba.
– A ver, zorra – dijo Javier – pónme el condón y móntame
Le pusé el condón, ayudándome con la boca, me subí a la cama y lo iba a montar de frente, pero agregó:
– No, con tu culo apuntando hacia mi cara, quiero ver cómo te ensartas, puta.
Giré 180 grados, me acomodé sobre su verga palpitante y la dirigí con mis manos hasta la entrada de mi centro de placer; yo quería sentir cada milímetro que se introducía en mí, pero el paciente estaba muy impaciente, me tomó de la cadera y me forzó a sentarme, metiéndola toda de un jalón.
Dolía un poco, pero el placer era infinitamente mayor, sobre todo cuando mis movimientos pélvicos hacían entrar y salir su pene y yo disfrutaba de esta nueva forma de hacerlo, aunque también quería besarlo y decirle lo bueno que es cogiéndome o escucharlo decirme cuánto le gusto.
En vez de eso, me daba nalgadas para hacerme acelerar el ritmo y me decía "Qué rica estás, putita", "Te encanta cabalgarme, ¿verdad, zorra?", "Eres una perra malparida" y otras linduras que no recuerdo porque estaba cerca de alcanzar mi orgasmo; aumenté el ritmo y fuerza de los movimientos de mi pelvis, nunca lo había hecho tan bruscamente y nunca pensé que lo disfrutaría tanto.
Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero no lloraba, así me pasa cuando recibo tanto placer anal, apenas podía respirar y sentía como si la verga de mi novio se hinchara dentro de mí para llenarme completamente; cada nuevo golpe, cada nuevo insulto era como bombear oxígeno dentro de mí, subiéndome la sangre a la cabeza y haciéndome sentir que iba a estallar y desparramar todo mi ser, alcanzando el cielo al tenerlo plenamente dentro y el infierno cuando lo sacaba.
Así fue como llegó la explosión final, eyaculé, depositando una cantidad sorprendente de semen en cada chisguete, enviándolo a distancias que nunca pensé que podía hacerlo llegar y vaciando todo, tanto cuerpo como alma en ese delicioso orgasmo. Quedé totalmente quieta, sin fuerza, sin aliento, casi sin vida, pero satisfecha como nunca antes.
Javier no había terminado aún; me tomó como si fuera muñeca de trapo, lanzándome por los aires y haciéndome caer boca arriba sobre la cama, mis tobillos en sus hombros y comenzó a ensartarme violentamente y sin dejar de proferir groserías. Yo estaba como drogada, en un paseo por las nubes, sentía su miembro penetrarme en una forma salvaje, pero fue como si lo viera en una película, estaba extasiada.
Mi novio se quitó el condón, se colocó sobre mí, haciéndome abrir la boca y masturbándose brutalmente hasta que por fin su leche espesa llenó mi boca, nariz, ojos, cabello; yo hice lo posible por tragarla toda, pero apenas podía moverme e hice lo mejor que pude para no desperdiciar ese manjar de los dioses.
Me quedé dormida y solo desperté cando Javier ya se había bañado y cambiado, volteé a verlo y escuché que me decía:
– Anda, puta, ya es hora de que te vayas a tu casa, no tardan en llegar mis papás… ¡Ah, no olvides limpiar todo y tender la cama antes de irte!
Dicho esto, desapareció tras la puerta y, junto con él, también se fue parte del amor que nos teníamos… ¿o que yo le tenía?, no supe convencerme de que él también me amaba… En fin, ya presentía que nuestra relación estaba llegando a su fin, pero eso lo contaré después.'
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