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En la fiesta de la empresa

 Me llamo Isabel, soy de Madrid y vivo también en Madrid. Casada, 35 años y directiva de una empresa dedicada a la importación. Todo sucedió unos días antes de navidad, en la fiesta que organiza cada año la empresa en la que trabajo. Ese día al terminar la jornada se hace un brindis, o mejor dicho un cóctel y todos los compañeros y compañeras olvidamos por un día el stress diario de la oficina y los roces habituales entre cada uno para de una forma un tanto hipócrita, por qué no decirlo, reír y beber mientras saludamos a los compañeros y charlamos con nuestros jefes, a los que, por cierto, poco antes maldecimos. La verdad es que ese día es muy especial, pues pasamos de ser unos compañeros de trabajo a ser como una familia. Lástima que sólo sea ese día.

El cóctel estaba organizado en la planta baja del edificio de oficinas de la empresa, donde se encuentra el almacén y el personal de reparto. Una vez acabó la jornada laboral, el personal se dirigió a los ascensores y con bromas y risas nos dirigimos al lugar al que estábamos citados por la alta dirección. Recuerdo que en el ascensor bajamos varias compañeras y compañeros; Rita, Carlos, Nadine, Fran, Ana, etc. Yo en particular tenía pocas ganas, pues siempre pasaba lo mismo, bebíamos algunas copas y al final terminábamos en una disco hasta altas horas de la madrugada, lo que motivaba una resaca de campeonato y mi esposo haciendo preguntas como siempre, ya que es muy celoso. Esta vez no estaba por la labor de seguir la fiesta con los compañeros y sólo tomaría algunas copas antes de coger el metro. Llegamos al salón del sótano y la verdad allí había de todo, tanto para beber como para comer, amenizado con un fondo musical. Nos servían cuatro camareros contratados por la empresa y nada más llegar uno de los camareros me sirvió un cóctel exquisito del que únicamente supe que contenía algo de vodka. Allí bebí y charlé durante un par de horas, y para ser exacta, me entoné y se me pasó el tiempo sin apenas notarlo. Carlos, mi fornido compañero de oficina, estaba junto a mí y creo que había bebido tanto como yo, pues no dejaba de hablarme muy cerca del oído, llegué a notar su cálido aliento en mi mejilla más de una vez. Carlos era un chico de apenas 22 años, un tanto lanzado. De hecho su conversación era entre él y yo, pues me di cuenta que apenas participaba de la conversación del numeroso grupo que allí nos encontrábamos. Yo me encontraba eufórica, debo admitirlo, hasta el punto de que comencé a sentirme espléndidamente bien con su presencia. En un momento dado él empezó a subir el tono de la conversación, ya sólo me hablaba de mi bonita falda, de mis pechos pronunciados. Yo mientras tanto reía y le seguía el juego, pues no me molestaba su conversación ya que era propio del momento y las copas. Carlos se acercaba más y más a mi mejilla para piropearme y seducirme, aunque mis risas creo que lo frenaban un poco. En un momento de la conversación me dijo al oído.

-Me tienes completamente loco, estoy totalmente excitado, Isabel.-

-Ja, ja, ja, eso se lo dirás a todas- le dije mientras reía a carcajadas.

Él se acercó aún más a mi oído y me mordisqueó el lóbulo de la oreja.

-¿Eso crees?- Dijo

Sentí que iba en serio y no contesté. Ahora su cuerpo sudoroso y oliendo a alcohol estaba completamente pegado al mío. Eran ya las siete de la tarde y llevábamos más de dos horas en la fiesta. Pasado un rato comenzaron a despedirse algunos mientras otros se organizaban para quedar en la disco como otros años. Al final yo también me animé y me apunté al grupo de la disco. Decidí telefonear a mi esposo para decirle que iba a ir a la disco con el resto de los compañeros de la empresa, así que subí de nuevo a la cuarta planta, donde se encontraba mi oficina, para recoger mi bolso y de paso llamar a casa desde allí, además necesitaba ir al baño urgentemente, pues la ingesta de alcohol ya se estaba notando. Como pude le di una excusa a Carlos y me dirigí al ascensor para subir a la cuarta planta. Se respiraba una tranquilidad celestial, el ruido en la planta baja era horrible. Abrí la puerta de la oficina y me dirigí hasta el teléfono de mi mesa para marcar a Raúl, mi esposo. Marqué el número de su móvil y comunicaba, así que decidí llamar en unos minutos una vez hiciera una visita obligada al servicio de señoras. Como no había nadie apenas cerré la puerta, me coloqué de espalda y me bajé las bragas, no me sorprendió que estuvieran húmedas pues Carlos me había excitado, lo confieso. Estaba absorta con mis pensamientos cuando un sobresalto me hizo estremecer del susto, Carlos estaba en la entrada de la oficina mirándome fijamente. La verdad es que pensé en cerrar la puerta pero no lo hice, dejé que continuara mirando, eso me excitaba. Una vez terminé, me puse de pie muy lentamente, sin quitarle tampoco la mirada y me subí muy, muy despacio las bragas. Carlos estaba casi babeando, el pelo estrujado y la corbata desarreglada. Me miraba con libidinosa actitud y eso me excitaba aún más. Me dirigí de nuevo a la mesa de mi escritorio y descolgué el teléfono, todo eso sin quitarle la mirada. Él seguía en el umbral de la puerta mirándome persistentemente. Mientras marcaba el número de Raúl me senté en la mesa con las piernas ligeramente abiertas, quería provocarle. Al otro lado del aparato se oían los tonos de llamada. Carlos comenzó a acercarse hacía mí, con cierto aire de depredador. Me sentí tremendamente excitada.

-¡Dígame!- Contestó Raúl al otro lado.

-Raúl, soy yo cariño, te llamo para decirte que aún estoy en la fiesta de la empresa, a lo mejor me animo y acompaño a las chicas a la discoteca. Quizá venga un poco tarde.- Le comenté.

Mientras, Carlos había llegado hasta mí y me besaba el cuello. Su mano estaba pegada a mi muslo y recorría ya el camino de mi sexo.

-De acuerdo Isa, pero ten cuidado, ya sabes que me preocupa que estés sola hasta altas horas de la noche.- Me dijo resignado Raúl. Apenas pude oírle pues Raúl me había obligado con su mano a abrirme más de piernas y sus dedos intentaban zafar la tela de las bragas.

-No te preocupes cielo, me acompañarán las chicas como de costumbre.- Le respondí con suma dificultad, intentado que no se diera cuenta, ya que Carlos me había metido uno de sus dedos en mi sexo haciéndome dar un espasmo de excitación.

-De acuerdo Isa, un beso.- Me dijo Raúl justo al tiempo que Carlos me arrancaba las bragas de golpe, de hecho las dejó inservibles.

-Un beso Raúl, no me esperes despierto y cena algo antes de acostarte.- Le dije como pude, pues Carlos había metido literalmente la cabeza entre mis piernas hasta el punto de que tuve que abrirlas completamente para que él pudiera introducir su lengua en mi sexo, tal como pretendía desde hacia unos segundos.

Tuve que colgar a trompicones el teléfono ya que apenas podía resistir los lengüetazos de Carlos en mi húmedo sexo. Jugaba con su lengua como un verdadero experto. Incliné la cabeza hacía atrás mientras me aferraba a su cabellera, sentía un electrizante cosquilleo que me recorría todo el cuerpo, jadeaba y jadeaba mientras él jugaba con su voraz lengua.

Después se separó y me besó en la boca, su embadurnada boca llenó la mía de su saliva y mis jugos, su lengua era una verdadera experta en las artes amatorias. Mientras me besaba, su mano derecha desabrochó con violencia mi blusa y dejó el sujetador al descubierto, para tras un breve instante meter la mano entre mis pechos y con igual violencia sacar mis tetas fuera del sujetador. Yo intentaba desanudar su corbata también a trompicones y tras conseguirlo me empleé de lleno en quitarle su camisa. Debo indicar que Carlos poseía un cuerpo de gimnasio. Sin separar nuestras bocas conseguí quitar su camisa y tras un breve instante en que me manoseó las tetas, dejé de besarle para intentar desabrochar su pantalón. Me subí sobre el escritorio y sin excesivo esfuerzo quité el botón principal del pantalón y desabroché su bragueta, después bajé un poco su pantalón, que por cierto carecía de ropa interior, y saqué su descomunal miembro. No pude evitar lanzarme a por él y tras agarrarlo fuertemente me lo llevé a la boca. Fue un placer inmenso tragarme aquella estaca carnosa, me daba un cierto aire de sumisión que me excitaba. Jugué con él, lo ensalivé, me lo tragué, lo escupí, lo engullí. Carlos estaba completamente extasiado. Inclinó su cabeza para atrás y se dejó hacer. Ahora era yo quien dominaba, quien tenía el cetro del poder en mis manos.



Así estuvimos un rato hasta que casi se corre en mi boca, necesitaba tener ese aparato dentro de mí, no iba a desperdiciar una oportunidad así por mi glotonería insensata, así que me detuve y me coloqué en posición para que Carlos me penetrara a cuatro patas sobre mi escritorio. Él entendió evidentemente el mensaje y se colocó detrás de mí, pero desgraciadamente la mesa era muy alta para que Carlos alcanzara así que me agarró por el pelo con ímpetu y me arrastró hasta una mesita situada junto a la puerta de la terraza que había en mi oficina. Carlos abrió las cortinas de para en par para que me vieran desde el edificio de enfrente, supongo, y volvió a colocarse detrás de mí explorando la zona, me obligó a mantenerme quieta con el culo levantado mientras examinaba mi trasero.

-¿Cuántos te han dado por el culo?- Me espetó con lascivia.

-¿Tú que crees?- Le respondí bastante ofendida.

-Creo que nadie- Me gritó.



La ofensa fue mayor que la excitación, así que me incorporé y tras coger mi bolso me dirigí hacia el ascensor sin mediar palabra. Él se quedó atónito, quizá sorprendido por mi reacción, pero no podía tolerar un interrogatorio en pleno acto sexual. Si quería follarme que lo hiciera, pero las monsergas no venían a cuento. Confieso que cuando bajaba en el ascensor y mientras me arreglaba un poco las ropas, sentí rabia, estaba encolerizada con este capullo, que además era mi subalterno en la empresa ya que era un simple auxiliar que apenas llevaba seis meses con nosotros.

Cuando llegué nuevamente al bullicio del salón se notaban ya algunas ausencias, Rita, mi compañera de oficina estaba esperándome.

-¿Dónde te habías metido, tía? Me soltó como si tuviera mucha prisa.

-Tuve que ir al servicio.- Le respondí haciendo un esfuerzo para que no se me notara mi enfado.

-Vamos a coger un taxi para ir al Tropical Disco.- Me dijo mientras me cogía de la mano para acelerar el paso.

-¡Vale, vale! Le dije intentando seguirla. Eran ya más de las nueve de la noche.

Llegamos a la Discoteca en una media hora y por el camino le insinué a Rita mi escarceo con Carlos, se sorprendió bastante pero no pudo contener su risa por mi aventura frustrada, aunque intentó darme ánimos durante todo el trayecto. Rita y yo éramos, además de amigas íntimas, confidentes. Era una amistad de más de quince años.

Entramos en el recinto discotequero pasando entre una multitud que se agolpaba a las puertas del local. Era una discoteca de mucho éxito y siempre podías mantener el anonimato, ya que muy rara vez veías a gente conocida ahí.

Estuvimos unas cuantas horas bailando y tomando, conocimos a un par de tíos que intentaban ligar y mantuvimos una buena charla con ellos durante bastante rato. Yo perdí la noción del tiempo, la verdad sea dicha, debían ser como la una de la madrugada cuando nuestros amigos nos propusieron ir a un bar a tomar una copas, lejos del bullicio. Rita y yo nos miramos y con una carcajada al unísono, le dijimos que por qué no.

Ellos eran dos chicos bastante fuertes y altos, militares americanos de la base aérea. Randolf y Jeremías eran sus nombres, Jeremías era un chico negro bastante educado, Randolf era rubio de ojos azules. Vestían como los punkys con chaquetas de cuero negro y unas muñequeras de igual colorido llenas de puntas de metal. Cogimos un taxi y durante el viaje Randy, (así quería Randolf que lo llamáramos) deslizó su mano bajo mi falda y al notar que no llevaba nada debajo, se detuvo un instante, yo apenas tenía fuerzas para decirle que no, pues me encontraba bastante mareada por la bebida. Randy sobó con fuerza mi sexo durante la media hora que duró el viaje. No me apetecía mucho por la brusquedad de este militar, pero aún así el joven insistió durante todo el trayecto. Dado mi estado, metía sus dedos con total impunidad dentro de mi codiciada cavidad. Al poco rato llegamos al bar mencionado por nuestros particulares amigos, que para decir verdad era un tanto extraño, pues apenas había gente, quizá por la hora. Entramos y vimos unas cuatro o cinco parejas en la barra y dos señores de mediana edad en una mesa larga con muchas sillas. Yo me encontraba verdaderamente borracha y apenas podía mantener el equilibrio. Nada más llegar tuve que ir directamente al servicio a vomitar, estuve unos quince minutos y aunque salí algo más calmada, todavía estaba eufórica por los efectos del alcohol. Rita se preocupó por mí y tras tranquilizarla me incorporé a la juerga de nuevo. Volví a beber y a besarme con mi bruto americano, el pobre no sabía por dónde meterme mano. Lo extraño es que la gente en cierto modo parecía como si no estuviera allí, yo carecía de pudor alguno. Randy me besaba y manoseaba sin que yo apenas opusiera resistencia, intenté aguantar un poco pero no pude, el americano era bastante fuerte, me cogió por la cintura y me tumbó sobre la mesa mientras me agarraba por mis muñecas con fuerza, acto seguido se abalanzó sobre mí con violencia sin dejar de besarme. Por primera vez esa noche empezaba a encontrarme temerosa. El resistirme motivó que Randy se pusiera más serio y tras dar una orden a los del bar, de lo que deduje que ya se conocían, estos cerraron las puertas. Randy me cogió de nuevo por la cintura y esta vez me tiró de bruces sobre la mesa, supuse lo que me iba a pasar así que no hice demasiado por resistirme. El americano me remangó mi falda y se colocó en posición. No debió costarle mucho pues de un solemne golpe hundió su viril miembro en mis entrañas. La fuerza de este militar era brutal pues tuve que agarrarme a la mesa para que no me lastimara en el vientre con el filo de la mesa. No niego que aunque no me gustó el comienzo, dada su brutalidad, este chico me empalaba con una pasión de cuento de hadas. Los asistentes al bar comenzaron a aglomerarse alrededor nuestro, incluyendo algunas mujeres. Randy cabalgaba y cabalgaba en mis profundidades como si de una yegua se tratara. Rita me cogía las manos, inconsciente quizá de mi inicial resistencia, participaba con sonoras carcajadas de la profanación de mis cavidades. Mientras, Jeremías, el negro, se había colocado detrás de Randy y tras agacharse por debajo de su cintura me mantenía los tobillos fuertemente apretados con sus manos y completamente abiertas las piernas. De esta manera facilitaba las embestidas de su compañero. El panorama debía de ser un espectáculo bastante excitante para los clientes del bar pues alguno comenzó a meter mano a su pareja, intentando copiar al hombre que me follaba con tanta firmeza. Ya me había acostumbrado a los empujes de mi brutal compañero acoplado tras de mí, pues entraba con total facilidad, mi sexo rezumaba babeante ante las embestidas interminables de mi contumaz violador. Ahora me tenía agarrada por el pelo lo que me obligaba a arquear la espalda. En esta posición se diría que sentía en mi bajo vientre las empaladas del bruto americano.



Yo estaba verdaderamente extasiada de placer, sentía correr mis propios fluidos por la cara interna de mis muslos. Este chico acoplado a mi sexo me estaba haciendo sentir una mujer. No recuerdo nada parecido en mi vida y eso que confieso ser algo promiscua en esto del sexo. Me estaba imaginando a mi esposo viendo la televisión tranquilamente en casa mientras este animal en celo me follaba por detrás, ese pensamiento aumentaba, lo confieso, mi excitación. Randy continuaba entrando y saliendo de mi sexo, parecía que no se agotaba el muy cabrón, mis jadeos eran ya indisimulables y sus bramidos de macho dominante eran inconfundibles. Mis piernas abiertas de para en par facilitaban la profanación de Randy en mi sexo, a estas alturas prácticamente no necesitaba la ayuda de Jeremías. Estaba a punto de caer, mis gemidos retumbaban en el recinto, los ojos estaban vueltos del revés y mis babas caían sobre la mesa al compás de las embestidas de Randy. Se acercaba el cenit de nuestra pasión y mientras me follaba pude notar que mi compañero de juerga nocturna estaba a punto de correrse. Él lo notó también pues de repente paró en seco y me dio la vuelta para obligarme a que me pusiera de cuclillas, lo que hice en el acto. Su descomunal miembro lo tenía ahora justo ante mi cara y tras engullirlo por completo, pues intuí que eso era lo que quería este avispado americano, jugué con él todo lo que pude hasta que supuse que era inminente que Randy me dejara un recuerdo de su virilidad en mi boca, por eso esperé con paciencia ese líquido blanquecino mientras él se convulsionaba en la plenitud del orgasmo. Se corrió como nunca había hecho nadie hasta ahora, pues soy muy recatada a la hora de tragarme el semen de un desconocido. Su esperma invadió por completo mi garganta y a punto estuve de vomitarlo todo, ya que mi estado no era precisamente el más idóneo para estas cosas.

Tomé un pequeño descanso en el cual fue Rita quien retomó la actividad. Se abalanzó sobre Jeremías entre besos y abrazos, lo cual motivó que casi perdieran el equilibrio. Jeremías la sobó durante un rato y después, incomprensiblemente se dirigió hacia a mí sin dejar de besar a Rita agarrándome por la mano. Era evidente que quería que participase también yo en la refriega erótica que iba a comenzar. Me incliné y saqué su erguido falo para llevármelo a mi boca mientras Rita seguía pegada como una lapa a la boca del negro americano. Jeremías había metido la mano bajo la falda de mi compañera y estaba trabajándosela para deleite de Rita. Yo tenía por primera vez en mi vida la polla de un negro en mi boca, y quiero decirles que este tío hacía honor a las leyendas que cuentan por ahí, creo que medía por lo menos el doble de la de mi marido. A estas alturas Randy se había reincorporado de nuevo y participaba de los besos y caricias a Rita. Jeremías se terminó de quitar los pantalones de cuero y volvió sobre mí haciendo señas de que me colocara en el suelo. Alguien trajo una especie de cortina y la extendió sobre el piso, donde me recosté de espaldas para recibir el cálido cuerpo de Jeremías, pero este muchacho se arrodilló ante mí y levantándome las piernas como un saco, se las colocó sobre sus hombros ubicando su enorme y ennegrecida polla frente al orificio de mi culo. Aunque apenas podía ofrecer resistencia, le hice ver que no quería que me enculara, pero él hizo caso omiso a mis súplicas, simplemente colocó su polla en la entrada de mi culo y lentamente pero con firmeza fue introduciendo su miembro en él. Podía notar el escozor que me producía y el tremendo dolor que sentía, aunque yo no era virgen analmente todavía no estaba preparada para que me follara por el culo. Retrocedió y pidió mantequilla, que le trajeron en el acto. Sus enormes manos cogieron un pegote de mantequilla y me la pasó por el culo con muy poca delicadeza, se diría que tenía mucha prisa. Metió también algunos dedos en mi ano para que la mantequilla lubricara de la misma manera mis esfínteres. Cuando hubo acabado alejó el tarro con el producto y se colocó de nuevo en posición. Otra vez cogió mis piernas y las pasó sobre sus hombros, colocó su enorme polla negra en la entrada de mi culo y de un empuje certero y violento la hundió por completo en mis entrañas, lancé un aullido mezcla de dolor y placer, acto seguido sólo pude expresar jadeos entrecortados al ritmo de las embestidas del negro. Ahora no oponía resistencia alguna, pues mi dilatado culo se abría por completo a la polla de este muchacho. Se que fue un espectáculo de primera fila ya que se hizo un corro a mi alrededor para deleite de los clientes del local. Jeremías se ensartaba de tal manera en mi culo que hacía que me deslizara unos centímetros cada vez que él me empalaba con su peculiar fuerza. Pasado un rato se detuvo y tras desacoplarse se incorporó y ayudó a levantarme para obligarme a ponerme a cuatro patas. Era evidente que este chico quería culminar su faena a la manera ortodoxa. Una vez colocada a cuatro patas y abiertas, muy abiertas, las piernas a exigencia de él, se colocó nuevamente en posición y me penetró hasta la base de su polla. Grité de placer, lo admito, sentí su cálida polla en las entrañas de mi vientre, comenzó entonces un ritmo frenético de entrar y salir de mi culo que apenas lo recuerdo me pongo aún húmeda. Era como si estuviera metiendo el brazo completo dentro de mis profundidades. ¡Dios mío! ¡Qué placer! Las piernas apenas aguantaban ya el ritmo de las empaladas del negrito. Los continuos orgasmos producidos por este macho provocaban una serie de entrecortados jadeos, bramidos, gritos y chillidos. Me estaba haciendo subir a la luna. Él comenzó a proferir palabrotas y bramidos mientras me agarraba por el pelo con fuerza, hasta que noté que se iba a correr dentro, y así ocurrió, derramó la semilla viril y blanquecina en mi dilatado culo. Lástima de Carlos, si hubiera estado allí se hubiera dado cuenta del error que cometió. Jeremías se mantuvo durante un rato profiriendo insultos y gritos mientras se corría, aunque me llamaba puta una y otra vez, no me molestaba. Después fue retirando poco a poco su polla hasta dejarla escurrida por completo. Mi culo ofrecía, imagino, un espectáculo gratuito a la vista de las caras que ponían algunas de las damas presentes.



Mi compañera, aunque un poco más recatada que yo, bien por simple pudor o porque no había bebido tanto como yo, sólo se limitó a dejarse follar por ambos jóvenes, nada espectacular, parecía que no era la preferida de lo que me da un poco de vergüenza admitir que me gustó ser la distinguida esa noche. En fin, bastante tarde y con el cuerpo molido como si de una batalla real se hubiera tratado, nos despedimos de nuestros peculiares partenaire y tras tomar un taxi nos dirigimos hacia la zona de Madrid donde ambas vivíamos, Rita se bajó antes que yo, nos despedimos como de costumbre aunque con una pícara sonrisa en los labios por parte de las dos. El taxi arrancó de nuevo para dejarme en el portal de mi edificio. Le pagué al somnoliento taxista y le di tres euros de propina además de una ligera abertura de piernas para que pudiera el hombre tener un buen recuerdo esa noche, a la vista de sus ojos pude comprobar que el susodicho conductor pudo pescar algo de lo que había bajo mi corta falda.

Mientras subía en el ascensor intenté arreglarme un poco para que no pudiera despertar sospechas en mi marido. Raúl estaba dormido, plácidamente dormido, así que me desvestí y tras darme una merecida ducha, me acurruqué en la cama lo mejor que pude para poder conciliar el sueño, aunque tardé bastante en lograrlo, no sólo por los ronquidos de mi inocente marido sino por los recuerdos de la aventura de esa noche.

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