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Mi hija me odiaba ahora es mi amante

Mi hija me odiaba ahora es mi amante

Sucedió hace cinco años y en ese entonces yo ya andaba por mis cuarenta, poco antes de llegar a los cincuenta.
Estaba felizmente casado los primeros años, pero todo se fue a la mierda cuando mi esposa me embargó y me quitó más de la mitad de mi sueldo.
Hasta ese entonces, yo tenía tres hijos con ella. Dos mujeres y un hombre. Todos ellos empezaron a odiarme cuando esa desgraciada empezó a meterlas cosas en la cabeza de lo pésimo padre que era.
Admito que sí le fui infiel un par de veces, pero también se mamaba dejándome sin nada de sexo durante meses.
¡Siete malditos meses!
¿Qué maldito hombre sería capaz de aguantar siete putos meses sin coger sabiendo que está casado?
Los más veteranos, saben a lo que me refiero con eso, pero eso ya es otra historia.
Vamos a lo que vinieron, la historia de mi hija y yo.
Mi hija se llama Lucia.

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Era una dulzura y créeme que no podía ser más feliz cuando me admiraba como padre, pero como les digo, mi maldita ex se encargó de ponerla contra mí.
Después ya no me hablaba y siempre me andaba jodiendo con todas las rameras que tenía y que le era infiel a su mamá.
Pues sí hija, si tu mamá no daba nada, qué más iba a poder hacer. El punto es que era lo peor de lo peor y me odiaba.
Yo creí que en ese entonces ya se había ido a la mierda mi relación con mis hijos e iba a acabar solo y viejo.
Pero fue entonces, que un día en la casa que rentaba que estaba pequeña a más no poder, pero si no tenía mi sueldo completo no había nada que hacer.
Me tocaron la puerta y cuando abrí allí vi a mi hija Lucia enfrente de mi casa. En ese entonces ella ya estaba bastante crecidita. Yo tenía 46 años y ella 25.

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Tenía puesto un uniforme de su trabajo como secretaria de un despacho cerca de la ciudad. Debo decir que ese uniforme le quedaba bastante ajustado y hacia resultar muchos sus pechos, piernas y trasero.
Me sorprendía que hubiera venido a un barrio tan jodido como este aquí. Con eso puesto, era demasiado peligroso.

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Me entraron los celos y la dejé pasar a mi casa.
Ella me veía con unos ojos de profundo odio, que la verdad no sabía ni qué hacer. No sé a qué maldita razón había venido. Y ahora les voy a contar la conversación.
Ella me dijo:
He venido para vigilar que no traigas a tus putas aquí.
Coño, pues qué huevos que tenía para venir a mi casa y reclamarme así. Yo le dije que si había venido solo a hablar estupideces.
Ya con eso finalmente me dijo la razón:
Sabemos que estás pronto a jubilarte y lo de tus embargos se te va a regresar la mayoría a ti.
Pensar que mi hija había venido solo por maldito dinero, no era muy diferente de esas zorras de calle que te dejaban hacer de todo solo por plata.
Ella siguió diciendo:
Hasta ahora quiero pensar que no has dejado embarazada a ninguna de tus putas y por eso he venido para que no la vengas a joder con algo así. Ese dinero es de mi madre y ella no tiene que compartir con otras de tus rameras que quieran preñarse de ti.
Les repito, qué cabrona me había salido. Si yo quería gastar mi dinero en lo que se me diera la gana, lo podía hacer. Habían sido muchos pinches años trabajando como burro para andar con estas cosas.
Al final ella se sentó en la cama que estaba apenas cerca de la puerta, les digo, era un maldito cubo de casa.
Sacó un jugo de su bolsa y me dijo que me lo daba para pagar su estancia esta noche. Lo hizo de mala gana, pero yo acepté.
Ella cruzó sus piernas y no les voy a mentir, se veía bastante buena con esas calcetas negras subidas hasta sus muslos. Tremendas piernas que tenía.
Me sentía bien emputado en ese momento, pero su cuerpo era muy sexy en todo sentido. No pude controlar mi erección y se notó en mis pantalones.
Para mí mala suerte Lucia se dio cuenta y empezó con sus cosas de nuevo:
Eres un maldito enfermo. Cómo te puedes poner así con tu hija?
Me lo dijo muy indignada y yo la invité a salir por la puerta si tanto le daba asco. Ella puso sus trabas y solo me dio la noticia que se iba a quedar esta noche porque estando así de excitado, era capaz de hablarle a una ramera para venir a que me quitara las ganas.

Yo no la entendía por qué siempre sacaba tanto a las putas y rameras, parecía que tenía una obsesión con ellas. Pero ya mejor que hiciera lo que quisiera. Bien enojado me tomé todo el pinche jugo porque no había tomado nada desde que había llegado y sabía horrible.

Para no hacérselas más largas, ella me dijo que se iba a bañar para quedarse esta noche. El baño estaba a menos de un metro de la cama.

Pude escuchar cómo se metió y me amenazó con que sí la llegaba a espiar, me iba a acusar con su madre.
Escuché la llave abrirse y sabía que mi hija se encontraba completamente desnuda en mi casa.
La tentación era demasiado grande. Verla en su uniforme tan ajustado ya era una bendición, no quería imaginarme cómo se iba a ver como dios la había traído al mundo.
Por un momento pensé en abrir un poco la puerta así lento para que no me escuchara, pero entonces me doy cuenta que la puerta ya estaba abierta, aunque un poco.
Me pregunté si se le había olvidado cerrarla por completo, pero no me importaba. Había sido su culpa por dejarla así.
Me acerqué y quedé jodidamente impresionado.
Bombonazo, delgada pero con un cuerpo bien equilibrado en proporciones. Con unos pechos naturales y un culito tan rico que brillaba cuando se quitaba el jabón con el agua.
Yo no voy a andar de mentiroso, de mis testículos se había formado un prototipo de ramera tan perfecta que mi verga se puso tan dura como un fierro.

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Me saqué el pene y empecé a masturbarme mientras ella no se daba cuenta. La forma en que masajeaba sus pechos, cuando se agachaba para limpiar sus piernas se le notaba un coñito rasurado tan rico.
Parecía que hasta estaba haciendo un espectáculo para mí. Mi hija estaba bien buena.
Y aunque la masturbada se estaba poniendo buena, noté que ella cerró la llave. Me fui a mi cama rápidamente haciendo como si nada hubiera pasado.
Ella salió con su cara de odio todavía ya con su blusa y un short que le quedaba apretado. Me dijo:
Ni creas que voy a dormir en tu cama con ropa interior, enfermo.
Me preguntó si me iba a bañar y yo le dije que no, estaba cansado de haber regresado del trabajo y ella me dijo:
Aparte de enfermo, un sucio. El lado bueno es que ninguna zorra te la va a mamar estando así.
Eso decía y me enojada, pero era mi hija ante todo. Pero la verdad no dejaba a nada para la imaginación con esa ropa. En serio iba a dormir conmigo, su padre que tanto odiaba, en la misma cama.
Apagué la luz y ambos nos acostamos. Ella según quería que mantuviera mi distancia.
Pero después de varios minutos ella me dio la espalda y ponía su culo cerca de dónde yo estaba. No sé si así era como dormía, pero lo único que hacía era tentarme más.
Lo siento, hijita, pero tus nalgas de marcaban tanto que ya no podía aguantar más.
Con mucho cuidado puse mi mano en ellas y empecé a manosearlas poco a poco para no despertarla. Eran tan suaves y grandes, mucho más deliciosas que las de cualquier prostituta en la ciudad.
Mi pene se ponía tan duro de recordar ver ese enorme culazo en todo su esplendor mientras se bañaba.
Comencé a apretar con ganas y como ya estaba desesperado, le bajé sus shorts y le vi puesta su ropa interior rosada. De verdad amigos, su ropa interior estaba hundida entre sus nalgas, así de grande era.
Pero después de pensar en ese caliente coñito que había visto, metí mi mano entre su ropa interior y empecé a tocarla.
Maldición, estaban masturbando a mi hija que tanto me llamaba enfermo, y quizá tenía razón.
Pero ella había tenido la culpa por dejar la puerta del baño abierto. Pude sentir cómo se mojaba poco a poco y escuchaba los sonidos de satisfacción que ella hacía aun estando dormida.
Se despertó, pero no le presté atención. Estaba decidido a hacerme dueño de esa panocha tan rica que tenía. Ella me dijo;
Qué demonios haces maldito viejo. Deja de andarme tocando.
Por primera vez escuché un tono muy sumiso. Aunque ella decía que no, no se resistía. Entonces yo seguía tocándola hasta dejarla todavía más mojada.
Ella solo gemía de placer y yo me saqué el pene para masturbarme un poco. Se le quedó observando con una mirada de zorra que, cuando menos me di cuenta, ya se había puesto casi en medio de mis piernas.
Después ella me dijo: El pene de papá, justo como lo recordaba.
Ese comentario me sorprendió, no sabía a lo que ella se refería, pero todo eso valió madre cuando empezó a lamer mi pene.
Se lo estaba devorando, casi como si fuera una paleta de helado y me masturbaba con su mano derecha.
Pensaba que me odiaba y que le daba asco, pero ahora tenía a mi hija succionando ese pene que había dicho que ninguna puta se iba a atrever a darle una mamada.
Entonces, mientras le daba unas buenas lamidotas a la cabeza de mi pene, ella me empezó a contar.
Hace años, después de que me fui de la casa, ella me buscó y terminó yendo hasta esta misma casa. Lo que se encontró primero fue a una ramera que había contratado dándome una buena mamada.
Ella terminó espiándonos desde la ventana mientras se masturbaba y terminar. Yo nunca me había enterado de eso. Después me dijo:
Creíste que se me había olvidado cerrar la puerta del baño? Y tampoco hablemos del jugo, porque ya sé que como adulto luego tienes problemas, así que como buena hija, te metí una pastillita azul triturado.
Con razón me había dado una erección tan descomunal y me dieron unas tremendas ganas. Lo había hecho todo a propósito. Me miraba con esos ojos llenos de lujuria y yo me ponía más duro. Terminó diciendo:
Mi papá es solo mío y no de esas putas. Así que, papito, déjame meter esa verga tan grande y abusa de mi boquita.
Sin perder tiempo, se metió todo mi pene en la boca y lo envolvió con su lengua mientras lo tenía adentro. Era demasiado buena, quizá no tenía la experiencia de una ramera, pero sin duda tenía un gran potencial.
Podía ver y sentir cómo se llevaba toda mi pinga hasta adentro e incluso hubo ocasiones en las que se ahogaba, pero ella seguía, exclamando con mi pene. Incluso frotaba su cara contra mi verga, como si fuera un tesoro.

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Una relación entre padre e hija, de la misma sangre, se sentía tan erróneo y prohibido, pero por lo mismo, se sentía exageradamente bien.
Veía cómo me daba mis mamadas y levantaba su trasero. Estaban bien formadas y no pude evitar darle una nalgada de lo bueno que estaban. Ella se excitaba y me decía.
Así, así. Nalguéame así. Castiga a la puta de tu hija por ser tan mala contigo todos estos años.
Su trasero se movía y rebotaba con cada nalgada que le daba. En su piel se notaba lo roja que estaba.
Entonces, ella se detuvo y se hizo para atrás. Tenía la verga bien dura y ella lo sabía, así que se retiró su blusa y su ropa interior.
Otra vez pude verla desnuda y con eso, la lujuria me dominó, y ella sabía lo que hacía. Me dijo:
Todavía estás a tiempo de detenerte. Recuerda que soy tu hija, me criaste desde pequeña.
Era verdad, pero con ese cuerpo tan jodidamente bueno, luego se me olvidaba eso. Ella me preguntó:
Así que, qué vas a hacer? Vas a comportarte como un padre ejemplar, o quizás…
Ella abrió sus piernas, mostrándome prácticamente todo y con sus dedos abrió y enseñó por completo su coño. Después terminó de decir la oración con:
Vas a mandar todo a la mierda y usar tu verga tan grande y duro para cogerte la panochita de tu hija?
No me tomó ni un segundo y me puse arriba de ella. Me daba igual no tener condón, después podía comprar una pastilla.
Restregaba mi pene en su coño y le chupaba las enormes tetas que tenía. Ella gemía de placer y yo también ya necesitaba quitarme esta calentura de encima.
Metí mi pene y la penetré muy profundo. El coño de mi hija estaba tan mojada que se sentía muy rico. No recuerdo cómo pasó, pero solo lo metía y sacaba mientras seguía lamiéndole los pechos sin detenerme.
Estaba tan emocionado, que me dieron ganas de venirme y quería sacarlo, pero ella me abrazó con sus piernas y no me dio la oportunidad.
No te limites papá, desde ahora podrás llenar mi panochita de tu semen todo lo que quieras.
Y así lo hice, terminé llenado de semen la vagina de mi hija y ambos estamos agitados. Estábamos muy sudorosos, pero en la forma que me miraba todavía no tenía suficiente.
Ella se dio la vuelta y me dejó ver todo su trasero. Se puso en la de perrito y ella me dijo:
Este trasero todavía tiene ganas de que se lo metas. Lo he estado cuidando mucho para ti.
Se veía tan increíblemente sexy. Literalmente me estaba entregando sus nalgas y yo no perdí tiempo tampoco.
Estaba realmente estrecho y ambos gemíamos de placer, padre e hija.
Mi hija, la que siempre habías sido una estudiante ejemplar y siempre me andaba jodiendo con las infidelidades a su madre, ahora me estaba entregando su culito tan bueno que estaba.
Quizás me había equivocado, y en realidad mi hija era más puta de lo que creía. Todo este tiempo que se enojaba, eran celos porque su papá se cogía a otras mujeres y no a ella.
Yo le dije que para ser mi hija era una tremenda zorra caliente y eso la excitaba todavía más. Me decía cosas como:
Sí, papi. Soy tu puta y la única putita que te vas a coger cada día.
Le daba unas tremendas nalgadas y sus gemidos eran tan ruidosos que incluso los vecinos podían escuchar. Yo le dije que guardara silencio para que no la escucharan, pero no me hizo caso.
Así, papi. Sígueme cogiendo así de rico para que todos sepan que tu bebé es tu única puta.
No se equivocaba. Mi hija se había convertida en mi puta y ya le había penetrado sus tres orificios más importantes.
Me terminé viniendo y la llené de semen de nuevo. Ahora sí había quedado satisfecha. De su trasero salía toda esa lechita que había dejado dentro de ella.
Solo me sonrió y desde ese momento fui por ella todas las noches que salía del trabajo y dábamos una santa cogida de padre e hija.

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