Después de aquella tarde en que Walter se había cogido a mi esposa con la ayuda de nuestro odioso vecino, las cosas comenzaron a ir de mal en peor. Anita definitivamente había cambiado, Oscar la estaba emputeciendo día a día. Mi esposa se entregaba a él cada vez que ese hijo de puta se lo exigía; todas las veces que la cogía terminaba sodomizándola, siempre en mi presencia, como para recordarme quién era el dueño de mi delicada mujercita.
También se dejaba coger por su antiguo rival en la oficina, pero siempre con el consentimiento de Oscar, su macho…
Pero lo peor de todo era la actitud de Anita hacia mí. Ella rechazaba cada uno de mis avances, no me permitía ni siquiera hacerle una caricia, diciendo que ahora ella era propiedad de Oscar y que ese vecino hijo de mil putas era decidía cuándo o quién podía encamarse con mi esposa…
En algunas ocasiones el turro no me permitía presenciar cómo disfrutaba de Ana. Se encerraba con ella en nuestro dormitorio y yo solamente podía escuchar detrás de la puerta los lastimeros aullidos y gemidos de Ana mientras era sodomizada brutalmente.
A veces mi vecino se llevaba a Ana a su departamento y dejaba abierta la ventana que daba a su terraza, para que yo pudiera oír desde abajo los gritos de placer y dolor de mi mujercita. Al día siguiente Ana reaparecía por casa realmente deshecha y dolorida, con sus ropas convertidas en jirones, siempre con el cuerpo repleto de moretones, marcas de mordidas y rasguños; sus tetas hinchadas y desbordando semen fresco por todos sus orificios.
Una tarde llegué a casa temprano y no encontré a Ana. Me asomé al balcón y pude comprobar que no estaba en el piso de arriba cogiendo con Oscar. Un rato después ambos llegaron de la calle.
Ana traía en sus manos algunas bolsas de una tienda de lencería femenina.
Mi degenerado vecino se rió al encontrarme allí. Le dio una buena palmada en el culo a mi esposa y le recordó a ella que debía mostrarme algo.
Ana entonces levantó su falda y me mostró su tanga roja de seda, manchada con un líquido viscoso blanquecino. Oscar se acercó a ella y le acarició los labios vaginales por encima de la tanga.
Me explicó entre risotadas que habían ido a comprar algo de lencería erótica y que Ana se había excitado mucho mientras modelaba probándose prendas para él y finalmente le había pedido que la cogiera dentro del probador de ropa.
Un joven vendedor los había sorprendido mientras Anita jadeaba bajo los embates de la gruesa verga de Oscar y entonces al hijo de puta de mi vecino, no se le había ocurrido mejor idea que entregarle mi esposa a ese desconocido, para que también se la cogiera.
Pero el joven estaba muy excitado y había acabado en segundos, apenas después de haber penetrado la húmeda concha de mi caliente mujercita.
Ana había quedado entonces más caliente que antes y le había suplicado al odioso vecino que la calmara a puro golpe de pija. Oscar le había hecho colocar esa fina tanga de seda roja y la había sodomizado brutalmente en los probadores, sabiendo que otros clientes podrían oír los alaridos y gemidos de Anita.
Luego volvió a reírse estruendosamente y le ordenó a Ana que se diera una ducha y se pusiera la lencería que le había comprado. Mientras ella estaba en el baño, Oscar me dijo que tenía un buen plan esa noche, para que yo pudiera disfrutar como un verdadero cornudo…
Mi esposa apareció en ese instante. Estaba increíblemente sexy. Su melena rubia enrulada recogida en una coleta, maquillaje muy discreto, una blusa blanca que trasparentaba un corpiño negro de encaje, una minifalda de color negro que dejaban a la vista sus hermosas largas piernas y unos zapatos de taco aguja bien altos.
Oscar se acercó a mi esposa, se puso detrás de ella y le pasó su sucia lengua por la nuca, tomando entre sus garras esas hermosas y firmes tetas.
El desgraciado me miró sonriendo y bajó una de sus sucias manos hasta el vientre de mi esposa, levantó la minifalda y apartó la breve tanga negra transparente que llevaba Anita, zambullendo sus dedos en el interior de esa sexy ropa interior…
“Así me gusta, bien depilada y mojada, como una verdadera puta…”
Anita gimió y le dijo que ella era su puta caliente y él era su macho…
Oscar le dio una palmada en las nalgas y empujó a mi mujercita hacia la puerta de calle. Saqué nuestro auto del garaje, porque debía oficiar como chofer… Me dispuse a conducir, mientras ellos subían al asiento de atrás.
Ana comenzó a gemir enseguida y por el espejo retrovisor pude ver que mi odioso vecino le estaba metiendo sus sucios dedos a través de esa tanga negra transparente…
Mientras masturbaba a mi esposa, Oscar fue indicándome direcciones hasta que llegamos a una esquina en el Bajo Flores. Hizo descender a mi mujercita y le dijo que ya sabía lo que debía hacer. Ana se alejó taconeando, moviendo sus redondas caderas entre varios hombres que la desnudaban con la mirada.
Entonces Oscar y yo bajamos del auto y entramos a un galpón oscuro lleno de pasadizos. Finalmente entramos a una habitación amplia, donde había varias sillas y un par de cámaras de video que enfocaban a una habitación vecina, la cual podía contemplarse a través de un espejo de doble faz.
Me quedé sorprendido, en la otra habitación había solamente una cama de dos plazas, perfectamente tendida con sábanas blancas.
De repente una puerta se abrió, entrando un hombre muy parecido a mi despreciable vecino. Me fue presentado como Jorge, el primo de Oscar.
Jorge se burló de mí, diciendo que yo era un cornudo que disfrutaba de ver a mi mujer cogida por otros hombres… Le dije que se metiera en sus propios asuntos, pero Oscar volvió a amenazarme con publicar las fotos de Ana…
En ese instante la puerta de la habitación contigua se abrió y Anita entró, acompañada por un tipo fornido, mal entrazado y con aspecto muy rudo.
Enseguida el tipo comenzó a desnudarse. Entonces entendí todo: el hijo de puta de Oscar había obligado a mi esposa a elegir un tipo cualquiera en la calle posando como prostituta, para luego llevarlo a esa habitación y hacerse coger por él. La filmaría y entonces tendría otro argumento más para chantajearnos.
Lo miré con ganas de querer estrangularlo, pero el muy turro adivinó mis pensamientos:
“Tranquilo, cornudo, no es el primer cliente que trae tu mujercita aquí…”
“Es verdad, éste ya es el sexto… y alguna vez me va a tocar a mí disfrutar de ese culo…” Agregó su primo, mientras miraba a mi esposa con el rostro desencajado de lujuria a través del espejo…
“Vas a dejarme coger a tu puta mujercita, cornudo?” Preguntó Jorge.
No le contesté, solo miraba a Ana a través de ese vidrio.
“No seas maleducado, Víctor, mi primo espera tu respuesta” Dijo Oscar.
Giré hacia Jorge y esta vez en lugar de responderle, le propiné un buen puñetazo en plena cara, que lo derribó al suelo. El tipo se levantó tomándose la nariz entre sus manos.
“Pedazo de cornudo, le voy a romper el culo a la puta de tu mujercita…”
Luego se retiró de la habitación y ya no volvió a aparecer.
Mientras tanto, en le habitación contigua, Ana se había subido a la cama sin desvestirse y se encontraba sobre sus manos y rodillas, esperando que el hombre que había levantado en la calle terminara de desnudarse.
En cuanto lo hizo, pude ver que ese tipo cargaba una verga descomunal.
Se le tomó con ambas manos y apuntó directamente a los labios vaginales de Anita, que se había corrido la tanga transparente a un costado, para facilitarle el acceso a su húmeda concha.
A través de los parlantes pude oír el rugido de mi esposa cuando el hombre la penetró en una sola estocada, hasta que sus bolas chocaron contra los firmes cachetes de Ana. Luego la tomó con firmeza por las suaves caderas y comenzó a bombearla con un ritmo infernal de mete y saca, mientras ella aullaba y deliraba de placer.
Después de hacer que Ana acabara al menos dos veces, el hombre se relajó y volteó a mi esposa boca arriba. Entonces abrió sus piernas, colocó los tobillos de Ana sobre sus anchos hombros y nuevamente, en una sola embestida brutal, se hundió en ella mientras gruñía salvajemente.
Ana abrió la boca pero no emitió ningún sonido. Pude ver que algunas lágrimas corrían por sus mejillas, mientras ese bruto la cogía sin piedad…
Luego ella comenzó a jadear y gemir, mientras el tipo gruñía como un oso.
Finalmente después de una última y violenta embestida, el hombre se quedó quieto con su verga enterrada hasta el fondo en Ana y por fin se arqueó, vaciándose dentro del delicado cuerpo de mi mujercita.
Se salió de ella, se vistió y dejó la habitación, después de arrojar unos billetes entre los muslos abiertos de mi esposa, que quedó abatida sobre la cama, acostada en un charco de semen que rebalsaba de su maltratada concha…
Oscar se volvió hacia mí, riéndose a carcajadas:
“Es suficiente por hoy, cornudo, ahora vas a esperar a tu mujercita en casa… ella todavía tiene que hacer alguna otra cosa para mi…”
Con la mente un poco confundida abandoné ese oscuro lugar, pensando que no terminaba de entender cómo mi dulce esposa se había degradado tanto como para estar oficiando como una vulgar puta callejera…
Regresé a mi casa decidido a esperar por ella, pensando que esa espera iba a ser interminable…
También se dejaba coger por su antiguo rival en la oficina, pero siempre con el consentimiento de Oscar, su macho…
Pero lo peor de todo era la actitud de Anita hacia mí. Ella rechazaba cada uno de mis avances, no me permitía ni siquiera hacerle una caricia, diciendo que ahora ella era propiedad de Oscar y que ese vecino hijo de mil putas era decidía cuándo o quién podía encamarse con mi esposa…
En algunas ocasiones el turro no me permitía presenciar cómo disfrutaba de Ana. Se encerraba con ella en nuestro dormitorio y yo solamente podía escuchar detrás de la puerta los lastimeros aullidos y gemidos de Ana mientras era sodomizada brutalmente.
A veces mi vecino se llevaba a Ana a su departamento y dejaba abierta la ventana que daba a su terraza, para que yo pudiera oír desde abajo los gritos de placer y dolor de mi mujercita. Al día siguiente Ana reaparecía por casa realmente deshecha y dolorida, con sus ropas convertidas en jirones, siempre con el cuerpo repleto de moretones, marcas de mordidas y rasguños; sus tetas hinchadas y desbordando semen fresco por todos sus orificios.
Una tarde llegué a casa temprano y no encontré a Ana. Me asomé al balcón y pude comprobar que no estaba en el piso de arriba cogiendo con Oscar. Un rato después ambos llegaron de la calle.
Ana traía en sus manos algunas bolsas de una tienda de lencería femenina.
Mi degenerado vecino se rió al encontrarme allí. Le dio una buena palmada en el culo a mi esposa y le recordó a ella que debía mostrarme algo.
Ana entonces levantó su falda y me mostró su tanga roja de seda, manchada con un líquido viscoso blanquecino. Oscar se acercó a ella y le acarició los labios vaginales por encima de la tanga.
Me explicó entre risotadas que habían ido a comprar algo de lencería erótica y que Ana se había excitado mucho mientras modelaba probándose prendas para él y finalmente le había pedido que la cogiera dentro del probador de ropa.
Un joven vendedor los había sorprendido mientras Anita jadeaba bajo los embates de la gruesa verga de Oscar y entonces al hijo de puta de mi vecino, no se le había ocurrido mejor idea que entregarle mi esposa a ese desconocido, para que también se la cogiera.
Pero el joven estaba muy excitado y había acabado en segundos, apenas después de haber penetrado la húmeda concha de mi caliente mujercita.
Ana había quedado entonces más caliente que antes y le había suplicado al odioso vecino que la calmara a puro golpe de pija. Oscar le había hecho colocar esa fina tanga de seda roja y la había sodomizado brutalmente en los probadores, sabiendo que otros clientes podrían oír los alaridos y gemidos de Anita.
Luego volvió a reírse estruendosamente y le ordenó a Ana que se diera una ducha y se pusiera la lencería que le había comprado. Mientras ella estaba en el baño, Oscar me dijo que tenía un buen plan esa noche, para que yo pudiera disfrutar como un verdadero cornudo…
Mi esposa apareció en ese instante. Estaba increíblemente sexy. Su melena rubia enrulada recogida en una coleta, maquillaje muy discreto, una blusa blanca que trasparentaba un corpiño negro de encaje, una minifalda de color negro que dejaban a la vista sus hermosas largas piernas y unos zapatos de taco aguja bien altos.
Oscar se acercó a mi esposa, se puso detrás de ella y le pasó su sucia lengua por la nuca, tomando entre sus garras esas hermosas y firmes tetas.
El desgraciado me miró sonriendo y bajó una de sus sucias manos hasta el vientre de mi esposa, levantó la minifalda y apartó la breve tanga negra transparente que llevaba Anita, zambullendo sus dedos en el interior de esa sexy ropa interior…
“Así me gusta, bien depilada y mojada, como una verdadera puta…”
Anita gimió y le dijo que ella era su puta caliente y él era su macho…
Oscar le dio una palmada en las nalgas y empujó a mi mujercita hacia la puerta de calle. Saqué nuestro auto del garaje, porque debía oficiar como chofer… Me dispuse a conducir, mientras ellos subían al asiento de atrás.
Ana comenzó a gemir enseguida y por el espejo retrovisor pude ver que mi odioso vecino le estaba metiendo sus sucios dedos a través de esa tanga negra transparente…
Mientras masturbaba a mi esposa, Oscar fue indicándome direcciones hasta que llegamos a una esquina en el Bajo Flores. Hizo descender a mi mujercita y le dijo que ya sabía lo que debía hacer. Ana se alejó taconeando, moviendo sus redondas caderas entre varios hombres que la desnudaban con la mirada.
Entonces Oscar y yo bajamos del auto y entramos a un galpón oscuro lleno de pasadizos. Finalmente entramos a una habitación amplia, donde había varias sillas y un par de cámaras de video que enfocaban a una habitación vecina, la cual podía contemplarse a través de un espejo de doble faz.
Me quedé sorprendido, en la otra habitación había solamente una cama de dos plazas, perfectamente tendida con sábanas blancas.
De repente una puerta se abrió, entrando un hombre muy parecido a mi despreciable vecino. Me fue presentado como Jorge, el primo de Oscar.
Jorge se burló de mí, diciendo que yo era un cornudo que disfrutaba de ver a mi mujer cogida por otros hombres… Le dije que se metiera en sus propios asuntos, pero Oscar volvió a amenazarme con publicar las fotos de Ana…
En ese instante la puerta de la habitación contigua se abrió y Anita entró, acompañada por un tipo fornido, mal entrazado y con aspecto muy rudo.
Enseguida el tipo comenzó a desnudarse. Entonces entendí todo: el hijo de puta de Oscar había obligado a mi esposa a elegir un tipo cualquiera en la calle posando como prostituta, para luego llevarlo a esa habitación y hacerse coger por él. La filmaría y entonces tendría otro argumento más para chantajearnos.
Lo miré con ganas de querer estrangularlo, pero el muy turro adivinó mis pensamientos:
“Tranquilo, cornudo, no es el primer cliente que trae tu mujercita aquí…”
“Es verdad, éste ya es el sexto… y alguna vez me va a tocar a mí disfrutar de ese culo…” Agregó su primo, mientras miraba a mi esposa con el rostro desencajado de lujuria a través del espejo…
“Vas a dejarme coger a tu puta mujercita, cornudo?” Preguntó Jorge.
No le contesté, solo miraba a Ana a través de ese vidrio.
“No seas maleducado, Víctor, mi primo espera tu respuesta” Dijo Oscar.
Giré hacia Jorge y esta vez en lugar de responderle, le propiné un buen puñetazo en plena cara, que lo derribó al suelo. El tipo se levantó tomándose la nariz entre sus manos.
“Pedazo de cornudo, le voy a romper el culo a la puta de tu mujercita…”
Luego se retiró de la habitación y ya no volvió a aparecer.
Mientras tanto, en le habitación contigua, Ana se había subido a la cama sin desvestirse y se encontraba sobre sus manos y rodillas, esperando que el hombre que había levantado en la calle terminara de desnudarse.
En cuanto lo hizo, pude ver que ese tipo cargaba una verga descomunal.
Se le tomó con ambas manos y apuntó directamente a los labios vaginales de Anita, que se había corrido la tanga transparente a un costado, para facilitarle el acceso a su húmeda concha.
A través de los parlantes pude oír el rugido de mi esposa cuando el hombre la penetró en una sola estocada, hasta que sus bolas chocaron contra los firmes cachetes de Ana. Luego la tomó con firmeza por las suaves caderas y comenzó a bombearla con un ritmo infernal de mete y saca, mientras ella aullaba y deliraba de placer.
Después de hacer que Ana acabara al menos dos veces, el hombre se relajó y volteó a mi esposa boca arriba. Entonces abrió sus piernas, colocó los tobillos de Ana sobre sus anchos hombros y nuevamente, en una sola embestida brutal, se hundió en ella mientras gruñía salvajemente.
Ana abrió la boca pero no emitió ningún sonido. Pude ver que algunas lágrimas corrían por sus mejillas, mientras ese bruto la cogía sin piedad…
Luego ella comenzó a jadear y gemir, mientras el tipo gruñía como un oso.
Finalmente después de una última y violenta embestida, el hombre se quedó quieto con su verga enterrada hasta el fondo en Ana y por fin se arqueó, vaciándose dentro del delicado cuerpo de mi mujercita.
Se salió de ella, se vistió y dejó la habitación, después de arrojar unos billetes entre los muslos abiertos de mi esposa, que quedó abatida sobre la cama, acostada en un charco de semen que rebalsaba de su maltratada concha…
Oscar se volvió hacia mí, riéndose a carcajadas:
“Es suficiente por hoy, cornudo, ahora vas a esperar a tu mujercita en casa… ella todavía tiene que hacer alguna otra cosa para mi…”
Con la mente un poco confundida abandoné ese oscuro lugar, pensando que no terminaba de entender cómo mi dulce esposa se había degradado tanto como para estar oficiando como una vulgar puta callejera…
Regresé a mi casa decidido a esperar por ella, pensando que esa espera iba a ser interminable…
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