Había pasado mucho tiempo desde que nos habíamos prometido volver a vernos, y finalmente aquí estamos, frente a frente, comiendo de la más rica carne del mundo, cocida a punto, y te aprovechás de la situación.
-¡Cómo extrañaba comer un buen pedazo de carne argentina!- decís, sin dejar de clavarme la mirada.
Yo la dejo pasar, porque espero mi momento, que llegará un poco más tarde, para los postres.
Por ahora, un almuerzo sabroso, un vino dulce, y una conversación liviana, que siempre está al borde de la provocación directa. Las miradas no dicen lo que dicen las palabras. Las palabras solo ocultan otras capas mucho más profundas, hasta que ordenamos el postre.
-Ahora vas a hacer algo que te voy a pedir- le digo con picardía
-Lo que vos me digas- me respondes inmediata, en un tono que aparente ser de apariencia, pero que en realidad es desafiante.
-Quiero que vayas al baño, te quites la tanga, y me la dejes acá, arriba de la mesa.
No me respondiste, o mejor dicho, no me respondiste con palabras. Porque saltaste como un resorte de tu silla en dirección al baño, y te diste vuelta para confirmar que te estaba mirando como contoneabas el culo al caminar.
No te demoraste demasiado cuando me dejaste una diminuta tanga negra entre la panera y la copa de vino. La atrapé en la mano y me la puse en el bolsillo, y te vi moviendote inquieta en tu silla, probablemente sintiendo el roce del cuero en tu piel.
Dejé caer la servilleta para mirar si no habías hecho trampa, y vos, descarada, me mostraste que eras leal al juego.
En ese preciso momento, llegó el mozo trayendo el pedido de postres que habíamos ordenando, y antes de que los apoyara en la mesa dije
-la cuenta, por favor-
Ese pedido, lejos de ser una orden, o un por favor cordial, sonó a un ruego, y vos rompiste a carcajadas, pero replicaste un "sí, por favor". Los dos queríamos estar en otro lugar.
Pagamos y dejamos los postres por la mitad, y al subir el auto, lo hiciste adrede... levantaste la pollera para sentir en el culo el cuero del tapizado, y mi mano rozó tu pierna.
Nunca lo había imaginado así, pero jamás salí del estacionamiento. Mis dedos se hundieron entre tus piernas, y tu boca se pegó en mi cuello cuando me dijiste
-no pares, por favor
Y yo que soy muy obediente, me gané tu primer orgasmo en mis dedos, en el estacionamiento.
Y la tarde recién empezaba.
-¡Cómo extrañaba comer un buen pedazo de carne argentina!- decís, sin dejar de clavarme la mirada.
Yo la dejo pasar, porque espero mi momento, que llegará un poco más tarde, para los postres.
Por ahora, un almuerzo sabroso, un vino dulce, y una conversación liviana, que siempre está al borde de la provocación directa. Las miradas no dicen lo que dicen las palabras. Las palabras solo ocultan otras capas mucho más profundas, hasta que ordenamos el postre.
-Ahora vas a hacer algo que te voy a pedir- le digo con picardía
-Lo que vos me digas- me respondes inmediata, en un tono que aparente ser de apariencia, pero que en realidad es desafiante.
-Quiero que vayas al baño, te quites la tanga, y me la dejes acá, arriba de la mesa.
No me respondiste, o mejor dicho, no me respondiste con palabras. Porque saltaste como un resorte de tu silla en dirección al baño, y te diste vuelta para confirmar que te estaba mirando como contoneabas el culo al caminar.
No te demoraste demasiado cuando me dejaste una diminuta tanga negra entre la panera y la copa de vino. La atrapé en la mano y me la puse en el bolsillo, y te vi moviendote inquieta en tu silla, probablemente sintiendo el roce del cuero en tu piel.
Dejé caer la servilleta para mirar si no habías hecho trampa, y vos, descarada, me mostraste que eras leal al juego.
En ese preciso momento, llegó el mozo trayendo el pedido de postres que habíamos ordenando, y antes de que los apoyara en la mesa dije
-la cuenta, por favor-
Ese pedido, lejos de ser una orden, o un por favor cordial, sonó a un ruego, y vos rompiste a carcajadas, pero replicaste un "sí, por favor". Los dos queríamos estar en otro lugar.
Pagamos y dejamos los postres por la mitad, y al subir el auto, lo hiciste adrede... levantaste la pollera para sentir en el culo el cuero del tapizado, y mi mano rozó tu pierna.
Nunca lo había imaginado así, pero jamás salí del estacionamiento. Mis dedos se hundieron entre tus piernas, y tu boca se pegó en mi cuello cuando me dijiste
-no pares, por favor
Y yo que soy muy obediente, me gané tu primer orgasmo en mis dedos, en el estacionamiento.
Y la tarde recién empezaba.
4 comentarios - Juegos en el almuerzo
-no me deja algún puntito? sirve de aliciente para otros relatos..