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Corriendo(me) con mis hermanas 9

Sí, tienes razón…

Empezó a tocarme el rabo por debajo del bañador mientras volvíamos a chuparnos la cara entre jadeos. Me excitaba más el hecho de que me tocara que el cómo lo hacía, porque el ángulo no era el mejor ni a ella parecía preocuparle tampoco el ritmo necesario para que yo llegara al clímax; más bien parecía disfrutar simplemente con el hecho de masturbar a su hermano.

Ambos sabíamos que en cualquier momento podría entrar nuestra madre a la cocina a hacer la cena, y no le sería muy difícil pillarnos si se asomaba un poco por aquel lado. Yo confiaba en ver la luz para parar nuestros magreos antes de que ella nos viera a nosotros, pero Anita estaba de espaldas a la ventana y la puerta y cerraba los ojos dejándose llevar por la locura de aquel momento. Creo que la posibilidad de que nos pudieran pillar la ponía más cachonda de lo habitual, algo que se traducía en lo urgente de sus movimientos.

- Ya sé que tienes a un montón de tíos detrás –le dije mientras introducía la mano bajo la tela y le acariciaba el pelo del chocho. Estaba mojada, y no de la piscina–, pero prométeme que este coñito es para mí solo.

¿Qué pasa? Me había puesto muy celoso con su actitud general de calientapollas.

- Bueno, Rami, si te hace tanta ilusión… –gimió cuando le metí un par de dedos, y tardó en coger aire para terminar la frase– …total, tengo más agujeros para los otros tíos, ¿no?

Pedazo de puta. Con una mano le separé bien una nalga mientras le metía tres dedos con la otra. Por cómo se retorcía, aquella esponjita que palpaba dentro de su vagina debía ser el punto G por lo menos.

- Me estás matando, Ana –le resoplé en el cuello y le arranqué otro beso antes de mirarla–. Te lo digo en serio.

Esperé que aquella mirada le calara algo más. Ella siguió mirándome con cara de niña traviesa mientras me cogía delicadamente la mano que estaba en su interior, asegurándose de agarrar el único dedo que estaba fuera aparte del pulgar y metérselo también. Cuatro dedos en su coño. Estaba empapadísima. Le dejé llevar la iniciativa, mientras empezaba a undular sus caderas para follarse con mis dedos al ritmo que le gustaba.

- Mira, sé lo grande que tienes la polla… me vuelve loca que vaya a ser la primera que me folle…

- ¿Es sólo eso, o que esa polla sea de tu hermano mayor? –señalé maliciosamente.

- Mmhmff… eso también… ah… oh…

Noté que mis palabras habían disparado algo en ella y había acelerado el ritmo, hasta que de pronto se quedó quieta. Me aferraba la mano mientras su pelvis tenía sacudidas espasmódicas, y repentinamente mi mano pasó de estar mojada a recibir un torrente de líquido. Me miró lánguidamente con los párpados entrecerrados y supe que se había corrido.

- … pero después de eso –continuó, menos agitada y mirándome en una ola de placer post-orgásmico–, no te puedo prometer que vaya a ser la única que me meta dentro. Tu amigo Roberto tiene pinta de que empotra bien…

Sin soltarle una mano de su culo, saqué la otra de su interior para abofetearla. No muy fuerte, pero lo bastante como para dejarle la cara pringosa de sus efluvios vaginales.

- Basta –le dije con firmeza, realmente preocupado de que aquello no fueran solo palabras para excitarse aún más a mi costa–. Nada de eso.

- Se te ha puesto más dura –contrarrestó ella pajeándome con la mano que no había despegado aún de mi miembro.

No estaba seguro de si tenía razón. Venía cachondo de la piscina y ahora lo estaba mucho más, y era un milagro que no me hubiera corrido encima. Tampoco pude reprimirme estando como estábamos y olí el almizcle que tenía en mis dedos, un perfume ácido inconfundiblemente erótico. Ella sabía cómo escalar la situación… así que, sin dejar de sonreír, sacó la lengua para lamerse la comisura de la boca, donde mi golpe le había plantado sus jugos viscosos.

- Ñam. Qué rico…

Con su mano libre, me agarró la que yo había usado para cruzarle la cara y que seguía embadurnada de su coño. Empezó a chuparme los dedos uno por uno, deleitándose visiblemente sin apartar sus ojos de los míos. Aquello me recordó a la tarde en que había hecho algo parecido mientras yo tenía mi polla entre sus tetas y no pude más: empecé a descargar leche a borbotones, ensuciando el bañador y empapando la otra mano de mi hermana, que no dejó de pajearme durante todo el proceso. Ella notó aquello y se apresuró a meterme la lengua en la boca otra vez, fundiendo sus gemidos con los míos.

En ese momento, apenas unos segundos después de que me entregara al placer, noté cómo se encendía la luz de la cocina. Aquello me empañó un poco aquel orgasmo. Anita sacó la mano de mi bañador y lanzó una mirada furtiva atenta a si alguna sombra se proyectaba por la puerta de la cocina hacia fuera. Se miró aquel desastre que le cubría los dedos y sin ningún remilgo, procedió a lamer mi semen y chuparse la mano hasta dejarla limpia. La visión de mi hermanita pequeña devorando mi leche impidió que se me desinflara la polla, y la guardé mentalmente para mi banco de pajas.

Ella me sonrió con picardía y aunque no emitió sonido para no delatarnos, pude leer sus labios: “Quiero más”. Y entonces, mientras empezaba a ser evidente que mi madre se acercaba a la puerta del patio, me hizo un rápido gesto: su lengua golpeando el interior de una mejilla mientras una mano formaba un puño desde el otro lado y ambas se movían en sincronía… representando una polla grande que se movía dentro de su boca.

Gruñí de frustración. Ojalá pudiera haber extendido aquel momento. Pero la puerta de la cocina se abrió y se asomó mi madre.

- Pero bueno, cada día volvéis más tarde. ¿Qué andáis haciendo aquí?

Aquella suspicaz pregunta disparó mi paranoia, aunque seguramente mi madre no podría adivinar las guarradas en las que estaban envueltos sus hijos.

- Queríamos poner a lavar los bañadores, ya les va tocando –intervino con rapidez mi hermana.

- Pero hija, daros una ducha y vestíos antes, ¿no? ¿O es que vais a ir en bolas por la casa?

Tragué saliva, imaginando la escena y sabiendo que Anita también lo estaría haciendo.

Si mi madre supiera.

- Da igual mamá, nos envolvemos en la toalla de piscina y así lo dejamos ya hecho. Anda, date prisa Rami.

Mi hermana me empujó en dirección al lavadero. Chica lista, había que esconder la mancha de mi bañador de mamá y aunque allí en la penumbra no se notaba mucho, si entraba en la cocina iluminada se daría cuenta.

Atravesé el umbral del lavadero encorvado, pero no pude evitar un gritito de dolor. Aquel cuartito no tenía puerta, así que mis padres habían instalado una espantosa mosquitera de cortina compuesta de varias cuentas de cristal que formaban un dibujo complejo cuando estaban en reposo. El tema era que si uno no tenía cuidado al apartarlas (y era muy difícil, porque apenas había espacio), el cómo estaban dispuestas hacía que uno se pegara un buen pellizco en la piel desnuda; y yo, sin camiseta, sufrí las consecuencias con múltiples picaduras.

- ¡Coño!

- Esa boca, Ramoncete –me reprendió mi madre antes de desaparecer entrando en la cocina.

Me quité el bañador empapado, y en aquel pequeño habitáculo ocupado por la lavadora, la secadora, el tendedero y los cestos de ropa sucia y otros bártulos imposibles, lo solté en el lavabo mientras abría el grifo.

Al girarme para coger la toalla, mi hermanita desnuda se abalanzó sobre mí. Me lanzó sus brazos alrededor del cuello y empezó a comerme la boca mientras yo, acorralado contra el mármol, me sujetaba a su fantástico culo para no caerme. Mi cimbrel, otra vez erecto, le serraba el hueco entre sus muslos y los pelitos de su coño me lo rozaban por la parte arriba. La cabeza empezó a darme vueltas. Tomando seguramente la decisión más difícil de mi vida, desplacé mis manos hasta su cintura para apartarla de mí.

- ¡Estás loca! –le susurré–. ¡Mamá ni siquiera ha cerrado la puerta!

Sin dirigirme palabra, ella se apartó lo bastante como para arrodillarse, agarrar mi nabo y meterse el glande en la boca. Cerró los ojos mientras noté como su lengua trazaba espirales alrededor de mi punta, intentando rescatar las últimas gotas de mi corrida para disfrutarlas. Jadeando por el placer, apoyé mi mano en su cabeza, intentando empujarla más abajo para que se la metiera toda entera. Ella no me hizo caso.

- Venga ya, niños –escuché decir a mamá–. ¡Daos prisa, que se hace tarde!

Se separó de mí, dejándome con ganas de más. Si no hubiera sido así, seguro que me hubiera follado su boca hasta correrme otra vez, aunque nos hubieran pillado. Pero al menos uno de nosotros tenía aún cierto autocontrol.

Pude verle aquellas tetazas al aire otra vez antes de que se envolviera en su toalla; al descubrir mi mirada, me las volvió a enseñar fugazmente mientras me guiñaba un ojo… y desapareció, dejándome allí con la polla echando humo.

¿Cuánto tiempo más duraría aquella tortura?


El verano se acababa y eso significaba algunos cambios: por una parte, Anita y yo teníamos que volver al instituto. Nada de tiempo libre por las mañanas, y ninguna oportunidad para hacer algo juntos. Eso me decepcionaba porque sentía que se nos había escapado una oportunidad, aunque con mis padres y Tara en casa, había sido realmente imposible hacer nada. Además, cada vez anochecía antes y los días de piscina los teníamos contados.

Por otra parte, significaba que nuestra hermana mayor volvería a la universidad. Esto era quizás bueno en parte, porque nos daba más tiempo solos a mi hermanita y a mí. Durante el curso Tara se había buscado un piso compartido con otra chica en la ciudad para perder menos tiempo yendo a clase (era una media hora para llegar a la facultad desde el pueblo, todos los días). Y claro, por las mieles de la independencia que aquello le suponía. Mis padres no se engañaban respecto a eso, pero confiaban en mi hermana mayor porque les parecía madura y responsable, y tenían bastante dinero para permitirse mantenerla de ese modo mientras estudiara.

Seguramente tenían la idea de que suponía un ejemplo para nosotros, y que, si queríamos disfrutar como ella de unos dieciocho años libres de padres en su mayor parte, tendríamos que portarnos bien para ganárnoslo. Si el invento les funcionaba, ellos se libraban pronto de las cargas domésticas que suponíamos a cambio de un desembolso económico y ganaban tiempo libre para ellos.

Y conmigo funcionaba. Soñaba con convertir mi vida en una de esas películas americanas de la universidad donde no había ningún límite. Así que desde que se planteó aquella propuesta, me había esforzado por estar en mi mejor comportamiento y en traer buenas notas a casa en los últimos cursos.

Seguro que no pensarían eso si hubieran descubierto mis escarceos sexuales con mis dos hermanas. Pero hasta ahora ninguno de nosotros íbamos a contarles nada, así que me consideraba a salvo mientras tuviera cuidado.

Aún quería avanzar las cosas con Tara, que seguían en un limbo, pero no terminaba de ver la manera. Además, estaba distraído. El último incidente con Anita me había dejado temblando de excitación, y no veía la hora de quedarnos ella y yo solos de una puta vez. Seguíamos sonriéndonos y rozándonos “accidentalmente” tanto como podíamos sin llamar la atención, y más de una vez ella me hizo aquel gesto de la mamada a poco que mi madre o Tara no le prestaran atención.

Mi madre tenía demasiadas cosas en la cabeza, pero alguna vez reparé en alguna mirada rara de mi otra hermana hacia nosotros. La cabrona no era tonta, sabía que yo estaba más salido que la punta de un paraguas y que si había hecho cosas con ella a lo mejor no me detenía ahí. Pero no llegó a decirnos nada.

Por fin, el sábado anterior a que comenzaran las clases se planteó una inesperada ocasión. Me desperté de un sueño con brusquedad, desorientado e intentando averiguar qué era ese tumulto a mi alrededor que hacía botar mi cama como si fuera un navío a la deriva.

En cuanto me di cuenta que me costaba moverme, reparé en el peso que me aplastaba contra la cama: mi hermanita pequeña, tan desnuda como Dios la trajo al mundo y sonriéndome con travesura. La melena rubia enmarcaba sus pechotes desnudos y, ahora sí, pude deleitarme observando su mata de vello púbico claro que se restregaba contra mi erección matutina por encima de las sábanas.

Casi sufriendo un infarto, la agarré con fuerza de los glúteos que se aplastaban contra mis muslos.

- ¡Qué coño! –le dije en un murmullo–. ¡Que te va a ver alguien, Anita!

- Nooooo… –jadeó, remarcando sus sílabas con frotamientos a lo largo de mi rabo con su propia rajita–. Papá y mamá han salido a comprar, y Tara acaba de salir a correr…

Mi mente se forzó a analizar aquella improbabilidad estadística, aterrorizada de que aquello fuera un error que nos costara nuestra diversión: mi madre casi siempre salía a comprar sola, salvo que hiciera falta en fin de semana… era verdad que le había comentado algo a mi padre ayer. Y Tara solía salir a correr más temprano, pero con el acortamiento de la luz había ido retrasando un poco más la hora cada vez. Computados los datos: aquello tenía sentido.

- ¡Aaaahhh! –gritó mi hermanita mientras yo la derribaba sin aviso, hasta colocarme encima de ella.

Había tanto sorpresa como placer en aquel grito. Le aferré las manos y las puse a cada lado de su cabeza para que no me estorbaran; luego enterré la cara en aquellas suculentas tetas que no paraban de llamarme una y otra vez con mi nombre. Las lamía en toda su extensión, le chupaba los pezoncillos y a veces sacudía mi cabeza entre ellas, atontado con el gustito de sentir aquella carne suave aplastarse contra mi cara. Al principio se resistió intentando liberarse de mis manos, seguramente asustada por mi violencia al atacarla, pero cuando se relajó la solté para añadir a todas aquellas caricias un buen y cariñoso amasado manual de sus melones.

Ella suspiró y comenzó a acariciarme el pelo con las dos manos, lanzando gemiditos de placer. Cuando me metía sus pezones en la boca, me aplastaba la cabeza contra ella. Supongo que aquella forma de sujetarme era por miedo a que si me retiraba bruscamente le arrancara del cuerpo una zona muy sensible.

Pero yo jamás le hubiera hecho daño. Cuando reparé en eso, me alcé de las gloriosas tetas de mi hermanita y me quedé mirándola a la cara. Era un poema, una mirada neblinosa y perdida de sensualidad mientras su boca entreabierta exhalaba con rapidez al ritmo que su pecho subía y bajaba. Anita se dio cuenta de que la estaba mirando y procedí a acariciarle la cara y el cuello mientras ella hacía lo mismo con mi pelo.

- Te quiero mucho, enana –le dije con el corazón latiéndome a mil.

Vi como las mejillas se le encendían todavía más. Seguro que no esperaba un momento de ternura en aquel desenfreno incestuoso.

- Y yo a ti, Rami.

Nos fundimos en un beso. Piquitos pequeños, al principio… porque ninguno éramos capaz de dejarnos de mirar a los ojos. Los labios de Anita se abrieron y yo le mordí el de abajo, cosa que ella aprovechó para culebrear su lengua hasta encontrar la mía. Fue lento, intenso, apasionado.

Qué pasada. No era el primer beso que me daba con mi hermana, pero quizás aquel fuera el mejor hasta el momento. No sólo estaba cargado de lujuria sino de genuino amor fraternal. Pensé que quizás con Tara jamás me hubiera podido dar un morreo igual.

En todo aquel trajín, nos habíamos tocado nuestras caras casi todo el rato, pero al final las manos se me fueron a sus tetas otra vez. Iban a reposar allí como si estuvieran atraídas por un imán, sólo que aquellas mamas eran mucho más suaves y mis manos mucho más inquietas cuando ambos elementos entraban en contacto.

Ella aprovechó para bajarme el pantalón del pijama y el bóxer con habilidad, y mi desatendida verga saltó a la acción. Sin poder contenerme mucho, empecé a embestirla restregando mi polla por su vientre y su ombligo, estimulándome gracias al roce de su cuerpo.

Sin perder de vista lo adorable que seguía siendo Anita, me invadió una lujuria animal. Me acaloraba el hecho de que la puta de mi hermana se hubiera despelotado entera para despertarme y seducirme a una sesión de sexo tórrido con ella, como una auténtica viciosa.

- Para, Rami… Así no… –jadeó en mi oído, sin reprimir un gemido– …te vas a correr muy pronto…

Estaba tan ciego de pasión por lo que íbamos a hacer con aquellas embestidas de calentamiento, que de pronto sonó un “CRACK” y la parte de los pies de la cama, donde estaban ahora nuestras cabezas, se vino abajo.

Anita empezó a reírse de lo absurdo que era aquello, mientras que yo empecé a rallarme. ¿Me habría cargado la cama? ¿Qué puta excusa les ponía ahora a mis padres? “Perdona, estaba a punto de follarme a Anita en la cama y no aguantó nuestro peso”.

Me desembaracé de la sudorosa piel de Anita y le eché un vistazo por debajo, librándome de toda la ropa hasta quedarme desnudo para no enredarme. Gracias a dios, no había sido una pata. Era el somier, se le había salido una tabla y el colchón se había escurrido un poco. Cuando saltaba de pequeño en la cama me lo había cargado así millones de veces, pero sabía que no era muy complicado recolocarlo.

Sin embargo, mi hermana se había levantado de la cama y se estaba estirando gloriosamente, mientras me miraba de reojo como una gatita en celo. Agarró mi erección, que apenas había perdido vigor con el susto, como si fuera un cordel que estaba unido a su juguete favorito y comenzó a arrastrarme hacia el pasillo mientras meneaba sus apetecibles caderas.

- Tu cama no está hecha para aguantar tanta juerga. Mira, mejor follamos en la de papá y mamá…

El oírla decirlo mientras me arrastraba de la polla, los dos desnudos, me hizo estremecerme. Estábamos a punto de profanar aquel sagrado tabú en la misma cama donde, posiblemente, ambos habíamos sido concebidos en su día. También vi que ella se sobreponía a un escalofrío y sus deliciosas tetas se bamboleaban un poco. Si mi hermana Tara era una diosa sexy y cruel, Anita era otra diosa, pero una mucho más benévola: una de amor y comprensión, de entendimiento sin prejuicios… de placer y goce sin tapujos ni culpabilidades.

Justo antes de llegar, le agarré de la mano que tenía sobre mi polla y le di una vuelta, tirándola sobre aquella cama aún desecha. Estaba temblando, tan excitado que no sabía por dónde empezar. Olí el aroma de su coño, y me di cuenta de que su vello púbico brillaba un poco: estaba mojado. Me lancé sin pensar hacia allí y empecé a lamer y a chupar aquella deliciosa rajita prohibida. Mi hermana agarraba las sábanas en un nudo y retorcía las piernas. Yo no tenía mucha experiencia, y desde luego esto era distinto del arrebato con Tara, pero creo que a mi falta de conocimiento la sustituía mucho entusiasmo.

Sabía que era importante estimular con la lengua su clítoris y aunque tardé en encontrar aquel botoncito escondido, mis horas de porno me habían enseñado donde buscar. Empecé un agresivo ataque que se prolongó en el tiempo. Anita no me agarraba del pelo como Tara, pero intentaba mover su pelvis para recibir mis acometidas orales en la medida de lo posible. Sin embargo, aquello resultaba caótico y no muy preciso; nuestra falta de experiencia en este tema parecía dolorosamente obvia.

Intentando evitar ser una fuente de frustración, me incorporé y golpeé su chocho con la punta de mi polla. Era un auténtico mástil, e incluso manipularme el pene para aquel latigazo me resultó complicado dada su rigidez.

- Ah… venga ya, tonto –se retorció mi hermanita–. Déjate de juegos…

Admiré lo increíblemente bonito que era el coñito virgen de mi hermana. ¿Cuántas veces se habría tocado pensando en cómo una barra de carne le abría en canal? Sabiendo lo salida que estaba, imaginaba que cientos, pero seguro que hasta hace muy poco no había fantaseado con que sería la mía.

Le agarré las piernas para que me estorbaran lo menos posible y le separé los muslos. Apoyé el glande en aquel pliegue húmedo y solté un hilillo de babas sobre nuestros genitales.

- Qué asco –dijo ella mirando embobada cómo mi nabo descansaba sobre su entrada, nuestros genitales macerados en una mezcla de fluidos.

- Tú me lo hiciste primero y a ti no te dio asco ninguno –dije guiñándole un ojo.

Ella se mordió el labio y se apretó las tetas, recordando seguramente la primera vez en que me había hecho correrme. Se empezó a pellizcar los pezones y a gemir de anticipación mientras echaba la cabeza atrás.

No necesitaba ninguna señal realmente, pero aquella era tan buena como cualquier otra. Empecé a empujar y mi glande desapareció dentro de mi hermana pequeña. Notando una inmediata sensación cálida y suave, incomparable a cualquier paja que me hubiera hecho antes, seguí empujando más.

Mi hermana gemía. Yo estaba levemente preocupado, porque con lo estrecho que notaba aquello y lo delicioso que era irlo abriendo poco a poco sentía que igual me corría pronto. Era un disfrute al que me resistía a abandonarme, porque me parecía tan maravilloso como siempre lo había imaginado y me daba miedo que se acabara.

- Despacio, tío, despacio… agh… uuuungh…que la tienes gorda, me estás… partiendo… mmmff…

- Ya… voy todo lo… despacio… que puedo… ¡UNGH!

Caí en pensar que mi hermanita no había follado nunca y que quizás íbamos a hacer un estropicio en las sábanas de mis padres. Claro que aquello me recordaba que yo también estaba perdiendo la virginidad con ella, lo que me empalmaba más y me hacía disfrutar más aquel sedoso chochito.

Empujando, llegué hasta donde no entraba más. Tenía el rabo entero enterrado en Anita hasta los huevos. Su cuerpazo desnudo jadeaba frente a mí, perlado de sudor desde sus tetas a su ombligo. Saboreé unos momentos aquella esperada sensación, inmóvil, bebiéndome con deleite la visión ante mis ojos.

- Oye –atiné a decirle, temblando por la mezcla de sensaciones–. ¿Y si manchas la cama de sangre? Anda que lo has pensado bien, hermanita…

- Puff… no te flipes –jadeó, sonriéndome triunfal–. Perdí el himen hace tiempo…

- ¿Eh? ¿Cuándo ha sido eso? –dije pellizcándole una nalga que tenía a mano, con una punzada de envidia. Sentí sus contracciones de dolor y placer en mi pene.

- Como nadie me metía la polla… me empecé a follar botes de desodorante…

Me reí ante aquella confesión, que me hacía con evidente vergüenza, y empecé a embestirla. Hasta mi hermana, por salida que estuviese, sabía que haber hecho aquello era de auténtica ninfómana. Pero de alguna forma, me hacía quererla más.

Aquel mete-saca era sublime. No podía creerme lo que estaba pasando, así que de vez en cuando le decía:

- Mira, Anita. Mira lo fácil que te entra –y le señalaba a mi miembro, que desaparecía a la velocidad de la luz en su vagina para reaparecer poco después–. Me cuesta creer que sea la primera, pedazo de puta.

Ella lo miraba con incredulidad, sujetándose la cara sonrojada con las manos; luego se derrumbaba hacia atrás entre una oleada de gimoteos.

Contemplando el cuerpazo de Anita bajo el mío mientras la bombeaba, sabía que no duraría mucho más. Aquellas tetas enormes se bamboleaban caóticamente en su cuerpecito juvenil con cada sacudida. En pleno éxtasis, lamí uno de sus pies que colgaba al lado de mi cara, y ella volvió a gemir de la sorpresa y el placer. Quería más de ella, quería a toda mi hermana, quería meterme debajo de su piel y poseerla por completo hasta reventarla entera.

Me incliné hacia delante para agarrarle bien el culo y embestirla más hondo, pero no era el mejor agarre. Subí las manos a su cintura. Era mejor, pero aun así no podía follármela a un ritmo frenético; el ángulo tan separado de mi polla hacía que resbalara hacia arriba al sacarla.

Ella se dejaba hacer como un maniquí cuando manipulaba su cuerpo y su expresión estaba como ida, poseída por un intenso placer que le impedía pensar racionalmente. De vez en cuando se mordía el labio e intentaba mirarme como diciendo “Más, dame más”. Tan solo con el poder de mi polla penetrándole las entrañas, había transformado a mi hermanita en un amasijo de carne cachonda y sin ninguna voluntad racional salvo la mía.

Finalmente, me tendí sobre ella y apoyé mi pecho velludo en aquellas gloriosas tetas mientras la agarraba por los hombros, pasando mis manos por detrás de su espalda. Dios, ahí sí que empecé a embestirla. Ella chillaba sin ningún control. Ufff, qué caliente estaba mi hermanita.

- ¿Tienes… condones…? –me jadeó ella en la oreja débilmente.

- Un poco tarde para eso –le gruñí, notando como la subida de ritmo me estaba llevando al punto de no retorno.

- Papá te mata…

No sé si iba a decir algo más porque dejó la frase en el aire y empezó a chillar, acompasando los sonidos con cada uno de mis empujes. Pero en el último momento, el miedo de preñar a mi hermana pequeña me cayó como un jarro de agua fría. ¡Qué coño! Bastante lejos habíamos ido ya.

Me costó muchísimo interrumpir aquel disfrute, pero me forcé a hacerlo. Desenfundé mi miembro mientras ella me arañaba la espalda y se retorcía “no, no, métela, métemela”. Sintiendo que aquello iba a estallar de forma inevitable, me subí encima de ella poniéndome a horcajadas sobre sus tetas y apoyando la punta de mi glande en su labio inferior. Me di una sacudida con la mano, pero seguro que no hacía ni falta. Empecé a disparar chorros de lefa y ella, que pese a su frustración había entendido perfectamente lo que yo quería, cubrió con su boca mi polla y dejó que me descargara allí a gusto, mientras me pasaba la lengua por todo el prepucio.

Se apretaba las tetas por fuera, y mis huevos se erizaron al quedar aprisionados entre tan deliciosos montes. Creo que Anita intentó tragarse bastante, pero era demasiado para ella; al final, empezó a toser para evitar atragantarse y unos cuantos hilos cremosos de semen se le cayeron de la boca.

Yo simplemente me centraba en disfrutar aquello, y en observar la diligencia de mi hermana al ordeñarme hasta la última gota. Que Anita actuara tan desesperadamente para recibir mi leche como si fuera un néctar celestial me resultaba lo más erótico del mundo. Al final, con mi miembro ya vencido, se apresuró a recoger con las manos los cachos más espesos y metérselos en la boca.

- Vaya ansia, Anita. Que nadie te lo va a quitar…

Ella simplemente contestó abriendo la boca y sacando la lengua: me enseñaba que estaba limpia y se lo había tragado todo como una buena chica. Me acosté junto a ella y la abracé de espaldas, masajeando distraídamente sus tetas. Incluso una vez sobrepuesto a mi lujuria incestuosa, no me cansaba de tocárselas.

- Al final me has dejado al borde, cabronazo –me dijo dándome un puñetazo en el brazo.

- ¿Qué pasa, que querías que me corriera dentro? –silencio por su parte, así que añadí–: ¿No eres un poquito pequeña para quedarte embarazada?

- Es que se sentía tan bien…

Se había vuelto un poco para acurrucar la cabeza contra mi pecho, y dijo aquello con los ojos cerrados, los sonidos un poco tapados por su boca contra mi piel. Ambos estábamos muy relajados y me daba la sensación de que tras todo este ejercicio le estaba entrando sueño.

- Bueno, siempre te la puedo meter por el culo y correrme allí –le dije bromeando y agarrándole otra vez de un cachete.

- Claro… Yo he pensado lo mismo, pero tampoco quería decírtelo por si pensabas que era una guarrada…

Noté como mi pene empezaba a desenroscarse e hincharse otra vez. ¡Menuda tía, ella lo decía totalmente en serio! ¿Cómo iba a imaginar que mi hermanita estaba tan salida que parecía sacada de una peli porno?

Estaba buscando la forma más apropiada de contestarle a eso (desde luego que me interesaba catar su culito adolescente), pero el eyacular de aquella forma también me había dejado algo cansado, así que no dije nada.

No sé cuánto tiempo estuvimos así, pero juraría que no fueron más de cinco minutos. Sin embargo, de pronto reparé en que había alguien en el umbral de la habitación. Me quedé absolutamente helado, incapaz de mover un músculo: era Tara, sudada y descalza, recién llegada de su ejercicio matutino. Y que se acababa de encontrar a su hermano y hermana pequeña abrazados desnudos y sudorosos en la cama de sus padres.

Nos miraba horrorizada y tapándose la boca con la mano, pero no había hecho un solo sonido. ¿Cómo no la había escuchado entrar? La puerta principal era bastante pesada, se oían las llaves rascar la cerradura en cualquier parte de la casa.

Me giré rápidamente para mirar a Anita y comprobar si ella también había reparado en Tara, pero tenía los ojos cerrados y la cara enterrada en mi pecho, así que no se había enterado en absoluto. Cuando alcé los ojos otra vez, con demasiado pánico para pensar, mi hermana mayor ya no estaba.

Bueno, aquello suponía una gran cagada a varios niveles. Era bastante malo, aunque no tanto como si hubieran sido mis padres. Preferí intentar evaluar los daños por mi cuenta antes de que perder todo el control.

- Anda, vete a ducharte –le dije a mi hermana, que se separó con un sonido de protesta– No sabemos cuándo van a volver papá y mamá y mejor que no nos encuentren aquí.

- Lo más seguro es que venga doña Perfecta antes, ella es más rápida…

Se volvió a estirar. Nunca dejaba de parecerme sexy. Incluso con mi hermana mayor rondando por allí, no pude evitar chuparle un poco más aquellas tetas mientras Anita reía divertida. Le di un buen azote en el culo antes de que desapareciera en el baño.

Mientras escuchaba el agua correr, yo me puse a toda prisa los calzoncillos que había dejado en mi cama medio rota y bajé al piso de abajo, intuyendo que era allí donde había ido Tara. No me equivoqué: estaba en la cocina, aún con el pelo recogido en una coleta y abriendo y cerrando los estantes ausentemente. Me daba la sensación de que intentaba prepararse un desayuno de forma automática, pero había algo cruzándose en ese proceso cerebral que le impedía organizar lo suficiente sus movimientos.

- Hola –dije tentativamente para anunciar mi presencia–. No te he oído entrar.

Ella se volvió, me miró, y volvió a lo suyo. Parecía tensa.

- Había un gato en el porche y he entrado por detrás. Me quité los zapatos para no que no me oyera –contestó mecánicamente.

Pero seguía nerviosa. Parpadeaba rápidamente, la boca abierta y negando con la cabeza, como si quisiera encontrar las p
alabras sin éxito.

- Tú y Anita…

Esperé a que dijera algo más. A los pocos segundos, lo hizo:

- Tú y Anita... ¡Tú y Anita! –me miró, con una cara entre la incredulidad y el dolor– ¡¿Tú y Anita!?

- Usa tus palabras –le recordé.

Extrañamente, me sentía más calmado de lo que pensaba. Quizás era porque aquel desarrollo imprevisto había descolocado a mi hermana mayor y ahora sentía que yo tenía cierta ventaja para encajar lo que tuviera que decirme.

Se giró, ahora con una expresión algo más coherente de rabia y enfado. Me dio un manotazo en el hombro.

-          ¿Qué pasa, que te quedaste con las ganas y no te podías aguantar, no?

-          Tú me dejaste con las ganas –le señalé–. ¿Qué creías que iba a pasar?

-          ¿Y qué habéis…? ¡No! –chilló, interrumpiéndose y haciendo aspavientes con las manos–. No quiero saberlo…

Pero su nerviosismo y acaloramiento dejaba claro que eso era precisamente lo que quería. Le costaba articular cada frase, pero al final dijo:

-          Si yo ya me olía algo raro. Siempre te has llevado bien con ella, pero últimamente ya era exagerado.

-          Bueno, al menos con ella resulta fácil llevarse bien –volví a acusar indirectamente.

-          ¿Desde cuándo? –me dijo, aferrándome de un hombro y conteniéndose para no explotar de frustración–. ¿Cuánto tiempo?

-          ¿Y a ti… qué te importa? –la provoqué, seguramente más cruel de lo que debería–. ¿Qué pasa, estás celosa?

-          ¡Ja! ¿Por eso lo has hecho, por eso te has follado a Anita? ¿Para darme celos?

-          No hemos follado –mentí, sin saber muy bien por qué–. Pero si he hecho algo con ella, ha sido porque está buenísima.

Ella bufó, como intentando mostrar su desacuerdo con aquella afirmación. Pero en el fondo yo la conocía, había una sombra de duda e inseguridad en sus ojos. Sabía que Anita se había convertido en un pibón y temía de alguna forma que eso ya no le hiciera tan especial ni le diera tanto poder sobre mí.

-          Si también te pone celosa, Tarada… pues eso que me llevo, porque te lo mereces. Tanto restregarme que sales con tíos por ahí... Pues mira, yo también me lo paso bien.

-          Sí, ¡con tu hermanita pequeña! ¿Qué pasa, que no entiendes que no se entera de nada y se va con cualquiera que le eche cuenta? ¡Tú eres el mayor de los dos! ¡Te estás aprovechando de ella!

Por alguna razón, aquello hizo que se me empezara a poner dura. Sabía que Tara no tenía razón; Anita era joven pero perfectamente madura para poder tomar decisiones respecto a su cuerpo y a lo que hacía con él, y había elegido disfrutarlo conmigo. En parte, como me recordaba, porque le había obsesionado mi polla, y en parte seguramente porque la mezcla de amor fraternal y tabú prohibido la excitaban muchísimo.

Pero aquella versión de los hechos ponía de manifiesto lo increíblemente inapropiado que eran todas aquellas situaciones con mis hermanas, lo mal que estaba todo… y que yo había hecho esas cosas con ellas a pesar de ello, simplemente porque podía y quería.

-          No es verdad –le dije, estrujándome la polla por encima del calzoncillo. Sabía que estaba lo bastante grande para marcarse a través de la tela–. Además, mejor conmigo que con los capullos esos que se junta, ¿no?

Tara había observado cómo me había crecido aquella arma en el bóxer, incrédula. Cuando empecé a tocarme emitió una bocanada de aire, anonadada de que estuviera haciendo aquello.

-          ¿Qué coño haces? Sabes que esto está mal y… en fin, como se entere alguien más… papá y mamá…

No se me escapaba el hecho de que mi polla le estaba sirviendo de importante distracción para su discurso. Las últimas frases ni siquiera las había terminado, porque tenía la atención en otra parte. Decidí acercarme a ella, que estaba apoyada contra la encimera. Sin dejar de estrujarme la polla, con la otra mano pasé el dorso de mis dedos por su cuello, clavícula y el contorno de su sujetador deportivo. No se apartó.

-          Si tú dices algo, te caes con nosotros, créeme –le advertí–. Pero anda, ya nos hemos peleado bastante tú y yo, ¿no?

-          ¿Qué haces? –repitió menos enfadada. Respiraba muy fuerte y miraba a dónde iba mi mano sin ningún intento de apartarla.

-          Has tenido muchas semanas para pasártelo bien conmigo, y en cambio has querido hacerte la madura y responsable. Hasta ahora, que nos ves a Anita y a mí en bolas y abrazados…

-          A saber qué marranada estabais haciendo –dijo altanera, pero detecté una nota de envidia en su voz.

Mi mano se detuvo en su ombligo, acariciándolo con ternura mientras ambos nos mirábamos a los ojos. Ella estaba seria, pero parecía que se le había quitado el enfado y lo estaba reemplazando otra cosa. Mi mano se deslizó hasta su cintura expuesta, y apoyé la otra en su otro costado de manera que la tenía sujeta por allí. Sosteniéndola de aquella manera, arrimé mi inflamado paquete a su cuerpo.

-          Va a ser verdad que te has puesto celosa –le dije con suavidad.

Ella frunció los labios en un gesto de frustración. Era evidente que yo tenía razón, porque la forma en que me dejaba tocarla me lo revelaba, pero ella no podía admitir tal cosa en voz alta. Hubiera sido demasiado para su orgullo.

-          Anita es una niñata –me dijo, llevando tentativamente una de sus manos a mi vientre, acariciándolo–. No tiene ni idea de follar.

“Pues a mí me ha parecido un polvazo”, pensé, pero no lo dije. Lo que más sentido tenía era estimular un poco de sana competición entre hermanas.

-          Bueno… ¿Y qué vas a hacer tú entonces para que me corra? Con ella ya lo he hecho tres veces.

-          Serás guarro, hermanito… –dijo, bajando su mano a mi calzoncillo y recorriendo la silueta de mi erección–. Pues eso… depende.

-          ¿De qué? –dije, disfrutando de aquel contacto cercano entre los dos.

Empecé a deslizar mis manos a sus caderas y por debajo de su pantalón, hasta rodear su culo por encima de las bragas.

-          ¿Le has dicho que os he pillado? –me preguntó ella a su vez, mirando hacia la puerta.

-          No. ¿De qué depende? –volví a inquirir.

-          De lo que hayas hecho con ella. ¿Tres veces? –preguntó, la lascivia y la envidia derramándose de su voz

Me introdujo la mano por debajo del calzoncillo hasta agarrarme el miembro, y empezó a masturbarme con lentitud. Era justo, teniendo en cuenta que yo acababa de apartarle las bragas y le frotaba la vulva desde atrás con la palma de la mano.

-          Tres que me haya corrido yo… pero hemos hecho muchas cosas –sonreí.

Hubo una pausa en nuestra conversación mientras Tara respiraba fuerte y fruncía los labios en un puchero, algo que empezaba a darme cuenta señalizaba su placer cuando estaba cachonda.

-          A lo mejor… puede que haya echado de menos nuestros descansos… en el pozo –admitió, desviando la vista de mí con azoramiento.

-          ¿Puede que los hayas echado de menos? –presioné, acariciando la piel de su pubis.

-          Puede que… Un poquito –volvió a mirarme, con esfuerzo. Y aunque estábamos allí solos, me susurró–: Con la adrenalina del ejercicio, disfruto más del sexo.

-           Creí que no querías que hiciéramos más eso. Fuiste tú quien me prohibiste salir contigo –y para castigarla, le metí un dedo dentro.

Desde atrás el ángulo era algo raro, pero Tara lo había estado esperando porque no tardó en jadear con aquella invasión.

-          Bueno… soy tu hermana mayor, pero a veces… me equivoco –me dijo entrecortadamente, mordiéndose el labio con preocupación. Me bajó el calzoncillo entero y mi cipote pegó un salto salvaje al ser liberado, que ella aprovechó para apretarse más todavía contra mí aprisionándolo con su entrepierna–. Mírame… estoy aquí ahora, ¿no?

No sabía cuánto la había echado de menos. Me acerqué a ella sin dejar de mirarnos a los ojos y rocé sus labios. Ella los abrió, receptiva, y dejó que la besara. Invadí su boca con mi lengua y ella la recibió con la suya. Me separé lentamente de ella, dejando un hilo de babas conectando nuestras bocas.

-          Pero ahora no es buen momento. Anita saldrá de la ducha en cualquier momento, y papá y mamá están al llegar.

-          Mañana me voy al piso con Carlota –dijo, poniendo sus brazos en torno a mi cuello. Sentí su aliento caliente sobre mi cara–. Puedes venir a verme, allí podemos estar más a nuestro aire.

Gruñí, notando mi polla palpitar contra su piel. Me gustaba que Tara se hubiera dejado de jueguecitos y admitiera abiertamente que yo le ponía cachonda. Pero aún me sabía a poco.

-           No has contestado mi pregunta –dije mientras retiraba las manos de donde las tenía metidas, para volver a introducirlas bajo sus bragas desde delante. Explorando su pubis, procedí a agarrarle los labios del chocho con ambas palmas.

-          ¿Qué pregunta? –gimió mientras notaba sus brazos estremecerse en torno a mi cuello.

-          La de qué estás dispuesta a hacer para que me corra.

Por toda respuesta, hizo presión con sus brazos para acercarse a mí y besarme otra vez. Olía su sudor y su boca, y me recordaba poderosamente al olor de su coño que aún no había olvidado desde aquel día.

Tara me separó con suavidad y me agarró de nuevo el rabo, mirándome a los ojos.

-          ¿Anita ha llegado a chupártela?

-          Mmm… no exactamente… –dije tras pensarlo un poco.

-          ¿”No exactamente”? –me repitió sonriendo.

Entonces se arrodilló, con mi verga aún entre las manos. Me pajeaba distraídamente, como si no estuviera poniendo toda su atención en ello. Pero sin dejar de mirarme, acercó la cara a mi miembro y empezó a restregarse la punta por los labios, primero el de arriba y luego el de abajo. Bajo el peso de mi herramienta, el inferior se le estiraba grotescamente, así que de vez en cuando sacaba la lengua para humedecer el prepucio y soportar su masa.

Suspiré, dejándome llevar. Y yo que creía que estaría enfadada conmigo por lo de Anita.

Cuando llevaba un poquito haciendo aquello, procedió a usar la lengua para recorrer mi falo por abajo, desde mis cojones peludos a la punta del glande. En ningún momento sus ojos dejaron los míos. Cada vez que llegaba arriba, me sonreía como orgullosa de una gran y complicada hazaña.

Aquella provocación estaba pudiendo conmigo porque notaba cómo me palpitaban las venas del pene. Le agarré del pelo donde lo tenía recogido en una coleta, impaciente porque me diera más. Ella se dio cuenta: cubrió el glande con sus labios, y lenta pero firmemente mi hermana mayor procedió a engullir mi polla.

Cuando llegó hasta donde podía, me miró a los ojos y yo, sin soltarle la coleta, hice amago de insistir. Entonces observé algo que ni siquiera pensé que fuera posible. Ella abrió más la boca y consumió más de mi pene erecto. Vi cómo se le saltaban las lágrimas y estornudaba o tosía, porque debía tener mi punta alojada en alguna parte de la garganta. Pero aquello era increíblemente erótico, y cuando sus labios se posaron en los pelos de mi pubis y mis huevos, sentí un cosquilleo allí que jamás había sentido antes.

Imaginé que quería impresionarme con cuánto podía entrarle, y lo consiguió. Sin embargo, eso era solo el principio. Tara procedió a subir y bajar por mi manubrio manejándolo de forma experta mientras se acompañaba de su mano. Mi hermana estaba desplegando una habilidad sobrenatural para chupar pollas que, de no haberme visto con ella en esta situación, jamás habría conocido.

Era capaz de aplicar la presión perfecta con su mano y su boca, manejar el ritmo que yo necesitaba y añadir giros circulares con la lengua en las zonas más sensibles. ¿Cómo sabía que había que dedicarle tanta atención a mi cicatriz de circuncisión? Me acariciaba los huevos con la otra mano cuando el instante lo requería, y otros los estrujaba amablemente para sincronizarlos con las pulsaciones sanguíneas de mi pene.

Yo veía la parte de arriba de sus tetas que no contenía el sujetador, aún sudadas por el ejercicio o por la excitación. Si no hubiera sido uno de esos sujetadores de deportes, también habría podido ver lo duros que tenía los pezones.

Sin soltarle la coleta, me aferré a la encimera con la otra mano. Aquel mamazo sensacional hacía que me fallaran las rodillas.

-          ¿Te gusta, eh? Lo hago mucho mejor que la enana… ¿a que sí? –me preguntó Tara, consiguiendo de alguna forma mirarme a los ojos y no despegar su lengua de mi falo mientras hablaba.

-          Ss-s-sí… –conseguí decir.

Tara se sacó mi polla de la boca con un “plop” audible.

-          Pues dímelo –ordenó muy seria.

-          ¿El… qué?

Procedió a volver a pajearme y chupármela casi medio minuto antes de salir a respirar.

-          Ya lo sabes –dijo, sin perder el tono mandón, y volvió a engullirme.

Dios. Iba a ser mi segundo orgasmo esa mañana, pero es que no podía más. Por imposible que pareciera, aquella mamada de mi hermana mayor era casi mejor que el polvazo que había echado con Anita. Me costaba pensar, pero solo me vino a la mente una cosa… porque para mí era entonces una verdad indiscutible.

-          Eres… la mejor hermana del mundo –jadeé.

Tara sonrió alrededor de mi erección, sin soltarla en ningún momento. Dijo algo que reverberó por mi entrepierna, aunque con la boca llena me costó entenderla. Pero me sonó algo así como “buen chico”. Y entonces se empleó a fondo de verdad: parecía que todo lo anterior sólo había sido una pequeña muestra de lo que podía hacer. La velocidad que alcanzó con sus dos manos, la humedad con que aplicó sus recorridos sobre mi dura y bulbosa polla y la absoluta entrega y devoción de aquel acto… todo aquello me sobrepasó, porque en ningún momento despegó sus ojos castaños de los míos, ni dio muestras de detenerse cuando mi mano se crispaba sobre su pelo. Parecía una dominatrix empeñada en conseguir que eyaculara como si fuera una misión personal para tenerla contenta a ella.

Y me corrí, de forma tan repentina y violenta que ni siquiera me dio tiempo a avisarla. Un torrente de esperma fluyó hacia la boca de mi hermana mientras yo aplastaba su cogote contra mi entrepierna con fuerza, intentando enterrarme al máximo en su boca. Aquel orgasmo fue un éxtasis absoluto, con Tara de rodillas chupando con vehemencia y esa cara desafiante que parecía decirme “puedo con todo lo que me eches, y más”. Antes de terminar tuve que romper el contacto visual, porque la imagen de Tara chupándome la polla como un súcubo que extrae el aliento vital de su víctima amenazaba con destruirme. Mis piernas temblaban de placer al lado de su cara y aun no sé cómo no me desmayé del gusto en aquel momento.

Supuse que Tara se había tragado la mayoría de mi lefa porque no se le había escapado ni una sola gota, y seguro que hubiera seguido así un buen rato. Pero entonces escuchamos el inconfundible sonido de unas llaves rascar la cerradura de la puerta principal.


Corriendo(me) con mis hermanas 9

5 comentarios - Corriendo(me) con mis hermanas 9

Pevwusndke +1
Parece imposible pero cada dia está mejor
ohhohhohh
Esperando la parte 10 con ansias