Encontré a mis hermosas sobrinas mellizas en la puerta de entrada al vestuario de damas, en el club.
Ambas estaban excitadas, tal parecía ser su estado natural.
Se alegraron de verme y elogiaron mi bikini. Ambas coincidieron en que era un modelo muy atrevido… para mi edad…
Sentí deseos de matarlas allí mismo por semejante comentario, pero me contuve, viendo que estaban tan lindas.
Les pregunté en qué andaban y ambas respondieron: a pie.
Les dije que ese era un chiste que ya me contaba mi abuelo.
No andaban en nada raro, aclararon a dúo; ni siquiera tenían un novio. Tampoco novia, dijeron, sabiendo que yo tenía una.
Las miré de arriba abajo. Además de sus juveniles y espectaculares curvas, ambas llevaban puesto el mismo modelo de malla enteriza, aunque me pareció algo muy sexy, más apropiado para usar en la cama con un amante, que en la piscina del club.
Dijeron que sus cuerpos olían demasiado a cloro y que irían a ducharse antes de ir a su casa. Dije que yo haría lo mismo.
Nos desnudamos bajo las regaderas y abrimos el agua tibia.
Cuando quise acordarme, ya tenía cuatro delicadas manos recorriendo mi piel desnuda, una boca juvenil en cada uno de mis pezones y algunos dedos curiosos tratando de invadir mi sonrisa vertical. Cerré los ojos y me dejé llevar por la locura de esas mocosas, era algo casi inevitable...
No podía hacer otra cosa; después de todo, éramos familia…
Ambas estaban excitadas, tal parecía ser su estado natural.
Se alegraron de verme y elogiaron mi bikini. Ambas coincidieron en que era un modelo muy atrevido… para mi edad…
Sentí deseos de matarlas allí mismo por semejante comentario, pero me contuve, viendo que estaban tan lindas.
Les pregunté en qué andaban y ambas respondieron: a pie.
Les dije que ese era un chiste que ya me contaba mi abuelo.
No andaban en nada raro, aclararon a dúo; ni siquiera tenían un novio. Tampoco novia, dijeron, sabiendo que yo tenía una.
Las miré de arriba abajo. Además de sus juveniles y espectaculares curvas, ambas llevaban puesto el mismo modelo de malla enteriza, aunque me pareció algo muy sexy, más apropiado para usar en la cama con un amante, que en la piscina del club.
Dijeron que sus cuerpos olían demasiado a cloro y que irían a ducharse antes de ir a su casa. Dije que yo haría lo mismo.
Nos desnudamos bajo las regaderas y abrimos el agua tibia.
Cuando quise acordarme, ya tenía cuatro delicadas manos recorriendo mi piel desnuda, una boca juvenil en cada uno de mis pezones y algunos dedos curiosos tratando de invadir mi sonrisa vertical. Cerré los ojos y me dejé llevar por la locura de esas mocosas, era algo casi inevitable...
No podía hacer otra cosa; después de todo, éramos familia…
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