Ramón, abatido por los acontecimientos recientes, encuentra un inesperado consuelo.
Me quedé tirado en la cama, reflexionando con amargura sobre aquella conversación. Pese a todo, mi hermana era demasiado madura y responsable como para cruzar esa línea, al menos con la cabeza fría. Acababa de cortar casi todas mis opciones y la frustración interior que sentía por eso me impedía pensar con claridad.
Debía haber alguna forma de empujarla a ir más allá, ¿no? Si conseguía calentarla hasta ese punto, sí, desde luego. El problema es que aquellas situaciones sexuales con ella habían ocurrido precisamente porque ella había dado su beneplácito… e incluso ella misma las había iniciado, aunque yo las llevara más allá. Pero ahora había puesto un enorme candado de PROHIBIDO que impedía cualquier jugueteo del estilo, y es más, me desanimaba mucho a cualquier intento posterior.
No conseguí sacar nada en claro. Furioso con ella, y conmigo mismo por haber echado aquella situación a perder de alguna forma, empecé a dar una vuelta sin rumbo por la casa. Hice algún viaje a la alacena y al frigorífico completamente ausente, a la tele, al ático, a la terraza… hoy era el día de correr y mi cuerpo necesitaba liberar energía, pero estaba demasiado disgustado con mi hermana y me sentiría solo y triste sin ella durante el trayecto.
Había resuelto descargar mi frustración con una sesión de tiros al ordenador, y quizás otra buena paja, cuando reparé en que la puerta de Tara estaba abierta. Mi hermana estaba frente a su espejo, en un vestido sin mangas ajustadísimo y medias negras. Llevaba el pelo recogido con varios pasadores manteniendo un atractivo flequillo hacia un lado, se había puesto rímel y se estaba pintando los labios de un color rojo oscuro. Además, tenía esos pendientes de argolla que realzaban su cuellito expuesto.
Estaba increíblemente sexy y pese a todo el resentimiento que sentía hacia ella, no pude evitar quedarme mirándola embobado otra vez con una mezcla de emociones conflictivas.
- ¿Vas a algún lado o algo? –pregunté, más que nada por seguir allí con alguna excusa creíble.
- Sí, voy a salir por ahí.
No se había distraído lo más mínimo de su tarea al responderme.
- Cuando sales con tus amigas no te arreglas tanto –comenté, sospechando el motivo y tanteándolo.
- He quedado con un chico –me contestó ambiguamente, aún sin mirarme.
- ¿Con Mario?
Sentí una punzada en el estómago. Pese a todo lo que habíamos hecho, recordaba que Tara tenía técnicamente un novio al que había visto alguna vez… Un musculitos con serrín en el cerebro que yo aborrecía.
- Mario es un inútil, lo dejamos hace mucho. Es otro tío. No preguntes, no le conoces.
- ¿Qué pasa? ¿Estás intentando ponerme celoso o algo? –le pregunté en voz baja, intentando contener mi amargura.
Lo cierto es que lo estaba consiguiendo. Se estaba acicalando como una buena putilla, y tenía el desparpajo de dejarme claro que era para que lo disfrutara otro tío. Mi hermana mayor se las arreglaba para hacerme sentir una mezcla de odio y lujuria como ninguna mujer hasta entonces.
Tara no me contestó, simplemente paró lo que estaba haciendo para mirarme a la cara con aquellos ojazos marrones y un semblante de total inexpresividad. Sus ojos podían haber sido grises como el hielo de la frialdad que exudaban en aquel momento. Luego volvió a lo que estaba haciendo y me ignoró, pero no sin antes soltar sin mirarme:
- Dile a mamá que no me espere levantada, seguramente llegaré tarde.
Aunque aquella actitud podía interpretarse de varias formas, supongo que era la retorcida manera de mi hermana de decirme que me fuera olvidando de cualquier complicidad con ella como hasta ahora. Bufé y me alejé en silencio como un animal herido.
Se me ocurrió no mucho después que, si bien aquello podía ser una elaborada maniobra para calentarme y dejarme con las ganas, no era lo más probable. Lo más probable era que… mi hermana estuviera cachonda y quisiera una buena ración de sexo. Algo absolutamente impensable, por motivos obvios, de realizar conmigo. Ella se había quedado con tantas ganas como yo hacía un par de días y ahora iba a desquitarse con otro tío, uno que no le hiciera sentirse culpable y con el que pudiera follar a gusto sin que le pillaran haciendo algo inmoral.
Maldita sea, mi hermana había ganado aquel asalto por goleada. Yo ya sólo podía hacerme unos cuantos pajotes a su salud, pero es que ni ganas de eso me habían quedado. Estaba dolido y tenía hasta ganas de llorar por aquel rechazo glacial, después de haber tenido la miel en los labios. Di un portazo y me encogí en mi cama hasta que me quedé dormido.
- ¿Hoy no sales a correr?
Anita había entrado en mi cuarto sin que me diera cuenta. Estaba descalza y llevaba una camiseta rosa que era demasiado pequeña para sus tetas por encima de su bikini azul. Le dejaba el ombligo al descubierto, así como la parte de abajo del bañador y sus piernas.
- No… –contesté intentando no darle mucha importancia–. Tara ha quedado y yo no me veía con ganas de salir solo. Es muy aburrido ir sin nadie.
- Quieres decir que es muy aburrido ir a correr sin que vaya Tara contigo para mirarle el culo, ¿eh? –me dijo con una sonrisa de autosuficiencia, poniendo los brazos en jarras.
Me había pillado. No tenía mucho sentido negarlo, así que chasqueé la lengua y me encogí de hombros.
- Me parece feo que habléis de mí entre vosotras –dije acordándome de lo del centro comercial.
- Veeenga, no te lo creas tanto –dijo Anita acercándose y dándome un empujón en el pecho. Pude ver como sus pechos se meneaban un poco de cerca con el movimiento–. No hace falta que ella me diga nada. Llevas el verano entero comiéndote a nuestra hermana con los ojos. Sales a correr con ella... Y de mí en cambio, pasas bastante.
Aquello no era del todo verdad, porque sí que había estado muy pendiente del cuerpazo de Anita y estaba seguro de que se había dado cuenta. Pero tenía razón en que había intentado pasar más tiempo con Tara que con ella en las últimas semanas, y quizá parte de la complicidad y el buen rollo que tenía con mi hermanita pequeña se había diluido. Sentí cierta punzada de culpabilidad de haberme volcado tan obsesivamente en el culo de mi otra hermana; quizás había ignorado demasiado a Anita.
Ahora me estaba dirigiendo un puchero exagerado para manifestarme su desconsuelo y no pude evitar reírme.
- Bueno, vale… si quieres, podemos hacer algo juntos ahora. Tengo la tarde libre.
- ¡Genial! –dijo lanzándose a abrazarme con emoción. Me pareció que se demoraba un poco más de lo normal en el contacto, pero lo atribuí a imaginaciones mías–. Venga, ahora que se ha ido, me lo puedes contar. ¿Con quién ha quedado Tara?
- No lo sé –dije algo resquemado por el tema–. ¿Por qué iba a hablar de eso conmigo?
- Bueno, pero no es Mario, ¿no? –dijo tapándose la boca mientras intentaba no reírse muy fuerte–. Me dijo que no lo soportaba, era una patata en la cama.
- ¡Anita! –dije fingiendo sorpresa y dándole un papirotazo en el brazo para llamarle la atención.
Más o menos aquella revelación confirmaba que lo que estaba buscando Tara ahora era un buen polvo, y aquel recordatorio no me sentó muy bien. Pero me esforcé por apartarlo de la cabeza.
- ¿Qué? Me dijo que tenía una pilila muy pequeña y que no sabía cuánto lo aguantaría.
- ¿Pero vosotras habláis de eso? –dije cerrando los ojos y deseando cambiar de conversación–. Además, lo importante no es el tamaño… es el cómo se usa –remarqué.
- Claro, Rami… pero para ti es muy fácil decirlo, ¡que tienes una tranca enorme!
Anita se echó a reír histéricamente por los nervios, pero yo me quedé helado al acordarme del incidente de hace un par de días con mi puerta abierta. ¡Así que había sido ella quien me vigilaba al masturbarme!
- ¿Me has estado espiando? –pregunté entrecerrando los ojos y agarrándola de la muñeca–. No sé qué está pasando contigo últimamente, niña, cada vez te portas peor…
- Pues oye, ¡me lo habrás pegado tú! –dijo entre risas intentando liberarse de mi mano y retorciéndose deliciosamente como una voluptuosa anguila–. ¿Qué pasa? ¿Qué tú puedes mirarnos a nosotras todo el rato y yo no te puedo mirar a ti, o qué? Pfft…
- Joder, es que… vais por ahí las dos con cuatro trapos y… por dios, ¡mira lo que llevas puesto! –y aprovechando que la tenía sujeta de la mano, le di media vuelta hasta que su culo quedó a mi alcance y le di una buena cachetada en la nalga, lo que provocó un gritito de sorpresa.
- ¡Guarro! –dijo Anita sin poder contener la risa y meneando aquel apetecible pompis.
Yo ya me había empalmado con aquel contacto y acortamiento de distancias. La actitud juguetona de mi hermanita pequeña me estaba poniendo malísimo. El factor que más contribuía a mi calentón era que mi hermana parecía no poner ningún límite a aquellas transgresiones. Al contrario, las recibía con falso disgusto pero me seguía el juego encantada. Envalentonado por aquel contacto, decidí escalarlo y la atraje sobre mí de forma que quedó tendida boca abajo sobre mi regazo, con su culo en pompa cubierto por la braga bikini azul.
- Te estás volviendo una niña muy mala. Te mereces unos azotes –dije conteniendo a duras penas la lujuria en mi voz.
- ¡Noooo! –dijo ella sin parar de menearse y riéndose.
¡PLAF!
- ¡Ayyy! –dijo con evidente exageración.
¡PLAF!
- Aaaayyy –dijo girando su carita hasta mirarme con un pucherito implorante.
¡PLAF!
- Nooo, para, para ya porfiii que me porto bien, te lo prometo…
Mis cachetadas no habían sido en absoluto duras, meramente una excusa para el contacto con aquellas tentadoras carnes de su culo. Lo bastante como para resonaran, pero no mucho más. Ya me hubiera gustado azotarla salvajemente y dejarle aquellas dos nalgas rojas con la marca de mi mano, pero igual hubiera sido llevar aquel jueguecito demasiado lejos.
Pero el cambio progresivo de tono de voz de Anita, y su menor energía al protestar, me derritió y simplemente apoyé la mano para descansarla en su fabuloso culo.
- Está bien, pero espero que hayas aprendido a no espiarme. Soy tu hermano mayor y tienes que respetarme –mientras decía esto, mi mano comenzó ausentemente a acariciar los muslos expuestos de mi hermana.
Me decía que era una forma cariñosa de aliviar el posible dolor físico que le hubiera causado, pero la verdad es que me costaba físicamente despegar mi mano de aquella zona. También notaba la suavidad de sus tetas sobre mi rodilla izquierda, pero aquella en aquella postura no podía disfrutarlas mucho.
- Valeee –me sonrió ella antes de cerrar los ojos y ladear la cabeza con cierto placer–. Unf... sí, sigue así porfa, frótame por ahí que así me pica menos. Me has hecho un poco de dañito.
Me demoré bastante en aquella tarea ahora que tenía su permiso. Frotaba sus muslos y a veces bajaba un poco por sus piernas, pero sobre todo subía a frotarle el trasero por encima del bañador; al fin y al cabo, era por donde yo le había pegado. Pero era un poco complicado frotar aquello por encima de la tela, porque al ser elástica resbalaba sobre su piel y por tanto no surtía el efecto deseado. A la tercera o cuarta vez que lo intenté Anita me interrumpió.
- Tonto, por encima del bañador no funciona eso. Tienes que meter la mano por debajo. Date prisa, que me sigue doliendo bastante –dijo sin abrir los ojos y meneando el culete otra vez en mi regazo.
A aquellas alturas yo estaba como un hierro al rojo, y era imposible que mi hermana no se hubiera dado cuenta; imaginé que parte de su contoneo había sido una forma de zarandear mi tienda de campaña con su vientre para comprobar lo duro que estaba yo. Y debió de gustarle, porque emitió un poco discreto suspiro de satisfacción al hacerlo.
Casi temblando ante aquella oportunidad de infarto, metí las dos manos por debajo de su bikini, cada una por un lado, y toqué su piel desnuda. En apenas tres días había conseguido tocarles el culo a mis dos hermanas sin que protestaran en absoluto. Me acordé de lo lejos que había llegado con Tara y lamenté que se hubiera quedado ahí, pero este éxito con Anita era demasiado suculento como para que pudiera empañar mi excitación.
Desplacé mis manos por su piel con lentitud, poniendo genuina ternura en mis movimientos. Mi cuerpo rogaba que diera rienda suelta a mis fantasías, pero no quería asustarla. Le acaricié sus dos nalgas con verdadero amor y cariño de hermano, suave y delicado.
- Unf… sí, así, justo… –exhalaba de vez en cuando mi hermanita con satisfacción.
Aquellos comentarios animándome pudieron conmigo y no me pude aguantar. Mis caricias fueron transformándose sin mucho disimulo en un sobeteo descarado de su culo. Agarraba sus cachetes y los aplastaba, los estiraba. Los separaba y los volvía a juntar. Estiraba mis toqueteos por arriba hacia su zona lumbar y por abajo hacia sus muslos, pero al final volvía a aquella imponente masa carnosa que era el soberbio culo de mi hermana pequeña. Ella suspiraba, la cabeza colgando a un lado. De vez en cuando frotaba sus muslos entre sí, seguramente para estimular su chochito.
- Ah… mmm… sí, qué gustito… –decía de vez en cuando.
Yo no sabía cuándo parar, y nada de lo que hacía me satisfacía lo suficiente. Al final le agarré la tela del bañador y la arrugué en un hilo estrecho de tal forma que las imponentes nalgas de Anita quedaban completamente al descubierto, parecido a un tanga. Como un auténtico depravado, acerqué mi cara al culo de mi hermana para contemplar más de cerca mis manos amasando aquella maravilla. Estaba encorvado sobre ella, tan cerca que seguro que notaba cómo mi aliento de baboso le tocaba su piel desnuda.
Pero yo no tenía bastante. No tenía el suficiente ángulo para darle besitos a aquel culete o lamerlo, que era lo que me moría de ganas de hacer. Mi polla clamaba algún tipo de liberación y aquellos manoseos de hermano salido no bastaban para aliviarla; ni siquiera los irregulares movimientos de mi hermana, que se restregaba contra mi entrepierna sin pudor, conseguían aplacarme.
No creo que estuviéramos más de dos o tres minutos así. Podríamos haber seguido una eternidad si hubiera sido por mí, pero sonó un crujido en los escalones que nos sobresaltó a los dos y nos dejó petrificados. Pasaron segundos de verdadero terror: miré con desesperación la puerta de mi cuarto, que seguía abierta. Anita fue la primera en reaccionar y se desligó de mi abrazo con lentitud y suavidad, casi con reticencia. Llevó lentamente su mano a la tela arrugada de su bikini y la estiró de nuevo con un golpe del elástico sobre la carne, mientras su cara acalorada se perdía en una expresión de concentración. Trataba de adivinar si aquellos pasos se acercaban o alejaban de aquella inapropiada escena que acabábamos de protagonizar.
Finalmente, los pasos en la escalera se fueron apagando mientras la persona en cuestión bajaba de piso y en aquel silencio sepulcral incluso le escuchamos activar un interruptor.
- Es mamá, va a ponerse a hacer la cena –me dijo Anita susurrando.
Mientras mantenía aquella postura de alerta que resultaba tan sexy sin pretenderlo, me miró y puso cara de picarona. Tanto su comentario como su actitud traicionaban que era muy consciente de que lo que estábamos haciendo estaba muy mal, y eso le gustaba. Me dio la sensación de que el breve pero terrorífico recordatorio de que nuestros padres podrían pillarnos in fraganti le excitaba aún más.
Quise lanzarme sobre ella en aquel momento y devorarla entera. Yo temblaba de la emoción, pero tenía que contenerme. Una cosa era un jugueteo claramente sexual con cierta negación plausible si mi hermana lo terciaba, y otra un ataque frontal que no sabía si Anita toleraría. Presentía que las cosas iban mejor si por ahora le dejaba tomar a ella la iniciativa.
- Todavía le queda un buen rato, así que nosotros podemos seguir a lo nuestro –dijo mientras se frotaba los muslos entre sí distraídamente.
Ahora que el susto había pasado, sus ojos se posaron en la inconfundible tienda de campaña que tenía en mi pantalón y sus ojos se abrieron mucho, dando a su cara un aire de inocencia angelical adorable. Seguro que sabía lo que estaba haciendo conmigo, ¿no?
- Haaalaaa, chaval –se mordió el labio inferior sonriéndome con cara de niña traviesa–. Perdona por quererte ver el pito ayer, pero es que hablé con Tara y tenía curiosidad.
No tuve tiempo de pensar en qué quería decir aquello, porque mi hermana se removió sinuosamente en el sitio y cerró los ojos, como si un escalofrío de excitación le hubiera recorrido el cuerpo.
- En el fondo… creo que tienes razón. No es justo que yo te haya visto a ti y tú a mí no, ¿sabes?
Anita empezó a juguetear con el borde inferior de su camiseta, nerviosa. Paró un momento y echó un vistazo fuera de mi cuarto. Comprobando que no había moros en la costa, dobló su torso y su culo se desplazó lo bastante hacia atrás para empujar la puerta, que se cerró aislándonos del resto de la casa.
- Si quieres te puedo enseñar las tetas. Me han crecido mucho desde que hablamos a principios de verano.
Y para ilustrarlo desplazó sus manos por encima de la camiseta hasta sostener sus dos pechos desde abajo, y los hizo pegar un buen bote.
Tragué saliva. Me costaba conciliar aquel despliegue tan descarado con el hecho de que su autora era mi hermana pequeña. Siempre había sido bastante traviesa y revoltosa con las normas, pero no pensaba que aquello se aplicara también a lo sexual, incluso si se trataba de hacer cosas con su hermano. Supongo que era ingenuo de mí el subestimar su ávida curiosidad por todo, incluso si eso implicaba darme un buen espectáculo.
Tanto me costaba creer racionalmente aquella fantástica oferta que me estaba haciendo Anita que supongo que apenas pude descolgar la mandíbula como un salido y quedarme embobado. Ni siquiera pude asentir como un autómata, pero no hizo falta.
- Jo, Rami, se te ha comido la lengua el gato –dijo llevando las manos al cuello y deshaciéndose el nudo del sujetador del bikini, que le cayó a los pies desde debajo de la camiseta–. Bueno, igual no hace falta que digas nada –dijo mirando con intensidad mi paquete, que había crecido aún más si cabe de tamaño.
Y acto seguido cruzó las manos sobre el reborde inferior de su camiseta y se la levantó, quedándose sólo con la parte de abajo del bañador.
No puedo hacer justicia a las tetas de mi hermanita con palabras. Aunque no había visto las de Tara al desnudo, saltaba a la vista que eran claramente más grandes que las de nuestra hermana mayor. Y de alguna forma, estaban perfectamente encajadas en la figura de Anita; resaltaban todavía más al verlas en aquel menudo cuerpecito de adolescente que no presagiaba tamaño desarrollo.
Tenía los pezones rosas y duros como una piedra, y unas areolas pequeñas. La gravedad las curvaba ligeramente, algo inevitable dado su tamaño, pero aquella enorme carne núbil al descubierto sería el material de muchas de mis futuras pajas.
Anita me miró con picardía y se estiró juntando las muñecas a la altura del pubis. Aquello tuvo el efecto de que sus pechos se juntaron el uno contra el otro, meciéndose en sincronía suavemente arriba y abajo con el movimiento. Debía estar cayéndoseme la baba ante aquella visión divina.
- ¿Con la boca tan abierta y no me dices nada todavía, Rami? ¿Qué te parecen? –dijo girando a un lado y a otro, posando para mí mientras me miraba con atención.
- Sí… sí que te han crecido, sí –atiné a pronunciar.
Aquella tórrida escena con mi voluptuosa hermana pequeña era mucho más liberal que cualquier cosa que hubiera hecho con Tara, casi salida directamente de una de mis fantasías. Anita era consciente de lo que estaba haciendo y no podía excusar sus acciones con un calentón pasajero, como había hecho mi hermana mayor. Recé por no despertarme de aquel sueño.
- Algunos chicos me han enseñado a hacer cosas chulas con ellas –soltó casualmente, dando un saltito hacia mi escritorio y cogiendo un subrayador fosforito, bastante grueso y largo–. Mira esto.
Procedió a sujetarse su busto por debajo con una mano y con la otra introducir el rotulador por el canalillo que formaban sus pechos. Cuando lo tuvo bien sujeto entre sus carnes, desplazó sus dos manos a los laterales y comenzó a estirar sus tetazas arriba y abajo en movimientos alternantes. Eso provocó que el subrayador fuera engullido por aquellos melones para volver aparecer poco después, y acto seguido volviera a sumergirse entre sus tetas.
Casi desafiaba la física, no sabía que tal maniobra fuera posible. Deseé que aquel afortunado objeto fuera mi polla, que palpitaba de ansia. Y entonces, caí en la cuenta de lo que había dicho mi hermana con exactitud.
- Un, momento, ¿qué es eso de que unos chicos te han enseñado a hacer eso?
Ella paró aquel fabuloso vaivén, y dejó aquel accesorio en mi mesa con cuidado.
- Bueno, con ellos no usaba precisamente un rotulador –me dijo con timidez mientras se le encendían las mejillas.
Me invadió una oleada de auténtica envidia por aquellos niñatos con suerte. ¡No! ¡Mi hermanita no podía ser tan guarra! ¿Verdad? Pero lo cierto es que aquel obsceno despliegue y sus implicaciones sobre la experiencia sexual de mi hermana, no tan verde como imaginé en principio, me estaban calentando todavía más.
Me acerqué a ella de sopetón y le agarré bruscamente la muñeca otra vez, retorciéndosela con más fuerza de la que pretendía hasta que ella dio un gritito de dolor y cayó de rodillas ante mí, sus apetecibles tetas a la altura de mi entrepierna.
- Pero bueno… ¿desde cuándo… cuándo… haces esas cosas? –conseguí terminar, con una mezcla de rabia y excitación.
- Ayyy Rami, paraaa. Desde que me salieron tetas todos los tíos van detrás de mí… y me mola bastante.
- ¿¡Qué!? –rugí.
- A ver si te crees que voy tanto a la piscina sólo para darme chapuzones…
- ¿Cuántos? ¿Con cuántos tíos has hecho eso que me has enseñado? –dije entre dientes, saboreando mi dominación física sobre aquel frágil y tentador cuerpecito.
- Cinco… ¡Ayyy! Seis, si cuentas al socorrista –barbotó–. Pero ése es mucho mayor que yo… Te prometo que no he hecho nada más con ellos –dijo implorante, acortando la distancia entre nosotros para reducir el dolor que le producía mi agarre.
Aquella confesión extorsionada me estaba afectando en muchos sentidos. Sobre todo, la idea de mi hermanita pequeña comportándose como una putita con varios niñatos y con un tío que le sacaría diez o quince años me hacía revolverme de celos. Mi hermana disfrutaba de su sexualidad sin complejos, a diferencia de casi todas las chicas de su edad, y me parecía muy injusto que yo no pudiera aprovecharme de ello sólo porque fuéramos familia.
- Anita, esto es importante. No puedes hacer esas cosas con cualquiera. El pueblo es muy pequeño y van a empezar a señalarte como una guarra.
- Bueno, ¿y qué? A lo mejor me gusta ser una guarra… ¡y a ti también, por lo que se ve! –dijo dándole un manotazo a mi tienda de campaña con su extremidad libre.
Seguro que había sido una excusa tonta para tocarme ahí. Mi polla estaba tan increíblemente dura que apenas se zarandeó un milímetro, algo de lo que mi hermana se dio cuenta y le hizo abrir los ojos y la boca con incredulidad al comprobarlo. Silenciosamente, intenté sobreponerme a aquel acto deseando, como ella misma seguramente, que hubiera dejado la mano sobre mi barra de carne un buen rato más.
- Si te portas así los chicos solo querrán meterse en tus pantalones y nada más, y las chicas te cogerán envidia y te darán de lado.
- Me da igual que me tengan envidia. Yo tengo envidia de que tú salgas a correr con Tara, y a ella bien que se la suda –mientras decía esto, su torso desnudo se inclinó hacia adelante hasta que sus tetas tocaron mis rodillas, y apoyó su adorable carita en mi muslo izquierdo, muy cerca de mi entrepierna. Suspiró con tristeza mientras ojeaba mi paquete y luego me miró–. Si te sirve de consuelo, ninguno tiene una polla tan grande como la tuya.
No sabía qué me ponía más cachondo, escuchar a mi hermanita pequeña diciendo “polla” o que alabara la mía en concreto. Con la emoción del momento, la susodicha pegó un buen respingo involuntario.
- Vaya, parece que me ha oído, ¿eh?
Me quedé tirado en la cama, reflexionando con amargura sobre aquella conversación. Pese a todo, mi hermana era demasiado madura y responsable como para cruzar esa línea, al menos con la cabeza fría. Acababa de cortar casi todas mis opciones y la frustración interior que sentía por eso me impedía pensar con claridad.
Debía haber alguna forma de empujarla a ir más allá, ¿no? Si conseguía calentarla hasta ese punto, sí, desde luego. El problema es que aquellas situaciones sexuales con ella habían ocurrido precisamente porque ella había dado su beneplácito… e incluso ella misma las había iniciado, aunque yo las llevara más allá. Pero ahora había puesto un enorme candado de PROHIBIDO que impedía cualquier jugueteo del estilo, y es más, me desanimaba mucho a cualquier intento posterior.
No conseguí sacar nada en claro. Furioso con ella, y conmigo mismo por haber echado aquella situación a perder de alguna forma, empecé a dar una vuelta sin rumbo por la casa. Hice algún viaje a la alacena y al frigorífico completamente ausente, a la tele, al ático, a la terraza… hoy era el día de correr y mi cuerpo necesitaba liberar energía, pero estaba demasiado disgustado con mi hermana y me sentiría solo y triste sin ella durante el trayecto.
Había resuelto descargar mi frustración con una sesión de tiros al ordenador, y quizás otra buena paja, cuando reparé en que la puerta de Tara estaba abierta. Mi hermana estaba frente a su espejo, en un vestido sin mangas ajustadísimo y medias negras. Llevaba el pelo recogido con varios pasadores manteniendo un atractivo flequillo hacia un lado, se había puesto rímel y se estaba pintando los labios de un color rojo oscuro. Además, tenía esos pendientes de argolla que realzaban su cuellito expuesto.
Estaba increíblemente sexy y pese a todo el resentimiento que sentía hacia ella, no pude evitar quedarme mirándola embobado otra vez con una mezcla de emociones conflictivas.
- ¿Vas a algún lado o algo? –pregunté, más que nada por seguir allí con alguna excusa creíble.
- Sí, voy a salir por ahí.
No se había distraído lo más mínimo de su tarea al responderme.
- Cuando sales con tus amigas no te arreglas tanto –comenté, sospechando el motivo y tanteándolo.
- He quedado con un chico –me contestó ambiguamente, aún sin mirarme.
- ¿Con Mario?
Sentí una punzada en el estómago. Pese a todo lo que habíamos hecho, recordaba que Tara tenía técnicamente un novio al que había visto alguna vez… Un musculitos con serrín en el cerebro que yo aborrecía.
- Mario es un inútil, lo dejamos hace mucho. Es otro tío. No preguntes, no le conoces.
- ¿Qué pasa? ¿Estás intentando ponerme celoso o algo? –le pregunté en voz baja, intentando contener mi amargura.
Lo cierto es que lo estaba consiguiendo. Se estaba acicalando como una buena putilla, y tenía el desparpajo de dejarme claro que era para que lo disfrutara otro tío. Mi hermana mayor se las arreglaba para hacerme sentir una mezcla de odio y lujuria como ninguna mujer hasta entonces.
Tara no me contestó, simplemente paró lo que estaba haciendo para mirarme a la cara con aquellos ojazos marrones y un semblante de total inexpresividad. Sus ojos podían haber sido grises como el hielo de la frialdad que exudaban en aquel momento. Luego volvió a lo que estaba haciendo y me ignoró, pero no sin antes soltar sin mirarme:
- Dile a mamá que no me espere levantada, seguramente llegaré tarde.
Aunque aquella actitud podía interpretarse de varias formas, supongo que era la retorcida manera de mi hermana de decirme que me fuera olvidando de cualquier complicidad con ella como hasta ahora. Bufé y me alejé en silencio como un animal herido.
Se me ocurrió no mucho después que, si bien aquello podía ser una elaborada maniobra para calentarme y dejarme con las ganas, no era lo más probable. Lo más probable era que… mi hermana estuviera cachonda y quisiera una buena ración de sexo. Algo absolutamente impensable, por motivos obvios, de realizar conmigo. Ella se había quedado con tantas ganas como yo hacía un par de días y ahora iba a desquitarse con otro tío, uno que no le hiciera sentirse culpable y con el que pudiera follar a gusto sin que le pillaran haciendo algo inmoral.
Maldita sea, mi hermana había ganado aquel asalto por goleada. Yo ya sólo podía hacerme unos cuantos pajotes a su salud, pero es que ni ganas de eso me habían quedado. Estaba dolido y tenía hasta ganas de llorar por aquel rechazo glacial, después de haber tenido la miel en los labios. Di un portazo y me encogí en mi cama hasta que me quedé dormido.
- ¿Hoy no sales a correr?
Anita había entrado en mi cuarto sin que me diera cuenta. Estaba descalza y llevaba una camiseta rosa que era demasiado pequeña para sus tetas por encima de su bikini azul. Le dejaba el ombligo al descubierto, así como la parte de abajo del bañador y sus piernas.
- No… –contesté intentando no darle mucha importancia–. Tara ha quedado y yo no me veía con ganas de salir solo. Es muy aburrido ir sin nadie.
- Quieres decir que es muy aburrido ir a correr sin que vaya Tara contigo para mirarle el culo, ¿eh? –me dijo con una sonrisa de autosuficiencia, poniendo los brazos en jarras.
Me había pillado. No tenía mucho sentido negarlo, así que chasqueé la lengua y me encogí de hombros.
- Me parece feo que habléis de mí entre vosotras –dije acordándome de lo del centro comercial.
- Veeenga, no te lo creas tanto –dijo Anita acercándose y dándome un empujón en el pecho. Pude ver como sus pechos se meneaban un poco de cerca con el movimiento–. No hace falta que ella me diga nada. Llevas el verano entero comiéndote a nuestra hermana con los ojos. Sales a correr con ella... Y de mí en cambio, pasas bastante.
Aquello no era del todo verdad, porque sí que había estado muy pendiente del cuerpazo de Anita y estaba seguro de que se había dado cuenta. Pero tenía razón en que había intentado pasar más tiempo con Tara que con ella en las últimas semanas, y quizá parte de la complicidad y el buen rollo que tenía con mi hermanita pequeña se había diluido. Sentí cierta punzada de culpabilidad de haberme volcado tan obsesivamente en el culo de mi otra hermana; quizás había ignorado demasiado a Anita.
Ahora me estaba dirigiendo un puchero exagerado para manifestarme su desconsuelo y no pude evitar reírme.
- Bueno, vale… si quieres, podemos hacer algo juntos ahora. Tengo la tarde libre.
- ¡Genial! –dijo lanzándose a abrazarme con emoción. Me pareció que se demoraba un poco más de lo normal en el contacto, pero lo atribuí a imaginaciones mías–. Venga, ahora que se ha ido, me lo puedes contar. ¿Con quién ha quedado Tara?
- No lo sé –dije algo resquemado por el tema–. ¿Por qué iba a hablar de eso conmigo?
- Bueno, pero no es Mario, ¿no? –dijo tapándose la boca mientras intentaba no reírse muy fuerte–. Me dijo que no lo soportaba, era una patata en la cama.
- ¡Anita! –dije fingiendo sorpresa y dándole un papirotazo en el brazo para llamarle la atención.
Más o menos aquella revelación confirmaba que lo que estaba buscando Tara ahora era un buen polvo, y aquel recordatorio no me sentó muy bien. Pero me esforcé por apartarlo de la cabeza.
- ¿Qué? Me dijo que tenía una pilila muy pequeña y que no sabía cuánto lo aguantaría.
- ¿Pero vosotras habláis de eso? –dije cerrando los ojos y deseando cambiar de conversación–. Además, lo importante no es el tamaño… es el cómo se usa –remarqué.
- Claro, Rami… pero para ti es muy fácil decirlo, ¡que tienes una tranca enorme!
Anita se echó a reír histéricamente por los nervios, pero yo me quedé helado al acordarme del incidente de hace un par de días con mi puerta abierta. ¡Así que había sido ella quien me vigilaba al masturbarme!
- ¿Me has estado espiando? –pregunté entrecerrando los ojos y agarrándola de la muñeca–. No sé qué está pasando contigo últimamente, niña, cada vez te portas peor…
- Pues oye, ¡me lo habrás pegado tú! –dijo entre risas intentando liberarse de mi mano y retorciéndose deliciosamente como una voluptuosa anguila–. ¿Qué pasa? ¿Qué tú puedes mirarnos a nosotras todo el rato y yo no te puedo mirar a ti, o qué? Pfft…
- Joder, es que… vais por ahí las dos con cuatro trapos y… por dios, ¡mira lo que llevas puesto! –y aprovechando que la tenía sujeta de la mano, le di media vuelta hasta que su culo quedó a mi alcance y le di una buena cachetada en la nalga, lo que provocó un gritito de sorpresa.
- ¡Guarro! –dijo Anita sin poder contener la risa y meneando aquel apetecible pompis.
Yo ya me había empalmado con aquel contacto y acortamiento de distancias. La actitud juguetona de mi hermanita pequeña me estaba poniendo malísimo. El factor que más contribuía a mi calentón era que mi hermana parecía no poner ningún límite a aquellas transgresiones. Al contrario, las recibía con falso disgusto pero me seguía el juego encantada. Envalentonado por aquel contacto, decidí escalarlo y la atraje sobre mí de forma que quedó tendida boca abajo sobre mi regazo, con su culo en pompa cubierto por la braga bikini azul.
- Te estás volviendo una niña muy mala. Te mereces unos azotes –dije conteniendo a duras penas la lujuria en mi voz.
- ¡Noooo! –dijo ella sin parar de menearse y riéndose.
¡PLAF!
- ¡Ayyy! –dijo con evidente exageración.
¡PLAF!
- Aaaayyy –dijo girando su carita hasta mirarme con un pucherito implorante.
¡PLAF!
- Nooo, para, para ya porfiii que me porto bien, te lo prometo…
Mis cachetadas no habían sido en absoluto duras, meramente una excusa para el contacto con aquellas tentadoras carnes de su culo. Lo bastante como para resonaran, pero no mucho más. Ya me hubiera gustado azotarla salvajemente y dejarle aquellas dos nalgas rojas con la marca de mi mano, pero igual hubiera sido llevar aquel jueguecito demasiado lejos.
Pero el cambio progresivo de tono de voz de Anita, y su menor energía al protestar, me derritió y simplemente apoyé la mano para descansarla en su fabuloso culo.
- Está bien, pero espero que hayas aprendido a no espiarme. Soy tu hermano mayor y tienes que respetarme –mientras decía esto, mi mano comenzó ausentemente a acariciar los muslos expuestos de mi hermana.
Me decía que era una forma cariñosa de aliviar el posible dolor físico que le hubiera causado, pero la verdad es que me costaba físicamente despegar mi mano de aquella zona. También notaba la suavidad de sus tetas sobre mi rodilla izquierda, pero aquella en aquella postura no podía disfrutarlas mucho.
- Valeee –me sonrió ella antes de cerrar los ojos y ladear la cabeza con cierto placer–. Unf... sí, sigue así porfa, frótame por ahí que así me pica menos. Me has hecho un poco de dañito.
Me demoré bastante en aquella tarea ahora que tenía su permiso. Frotaba sus muslos y a veces bajaba un poco por sus piernas, pero sobre todo subía a frotarle el trasero por encima del bañador; al fin y al cabo, era por donde yo le había pegado. Pero era un poco complicado frotar aquello por encima de la tela, porque al ser elástica resbalaba sobre su piel y por tanto no surtía el efecto deseado. A la tercera o cuarta vez que lo intenté Anita me interrumpió.
- Tonto, por encima del bañador no funciona eso. Tienes que meter la mano por debajo. Date prisa, que me sigue doliendo bastante –dijo sin abrir los ojos y meneando el culete otra vez en mi regazo.
A aquellas alturas yo estaba como un hierro al rojo, y era imposible que mi hermana no se hubiera dado cuenta; imaginé que parte de su contoneo había sido una forma de zarandear mi tienda de campaña con su vientre para comprobar lo duro que estaba yo. Y debió de gustarle, porque emitió un poco discreto suspiro de satisfacción al hacerlo.
Casi temblando ante aquella oportunidad de infarto, metí las dos manos por debajo de su bikini, cada una por un lado, y toqué su piel desnuda. En apenas tres días había conseguido tocarles el culo a mis dos hermanas sin que protestaran en absoluto. Me acordé de lo lejos que había llegado con Tara y lamenté que se hubiera quedado ahí, pero este éxito con Anita era demasiado suculento como para que pudiera empañar mi excitación.
Desplacé mis manos por su piel con lentitud, poniendo genuina ternura en mis movimientos. Mi cuerpo rogaba que diera rienda suelta a mis fantasías, pero no quería asustarla. Le acaricié sus dos nalgas con verdadero amor y cariño de hermano, suave y delicado.
- Unf… sí, así, justo… –exhalaba de vez en cuando mi hermanita con satisfacción.
Aquellos comentarios animándome pudieron conmigo y no me pude aguantar. Mis caricias fueron transformándose sin mucho disimulo en un sobeteo descarado de su culo. Agarraba sus cachetes y los aplastaba, los estiraba. Los separaba y los volvía a juntar. Estiraba mis toqueteos por arriba hacia su zona lumbar y por abajo hacia sus muslos, pero al final volvía a aquella imponente masa carnosa que era el soberbio culo de mi hermana pequeña. Ella suspiraba, la cabeza colgando a un lado. De vez en cuando frotaba sus muslos entre sí, seguramente para estimular su chochito.
- Ah… mmm… sí, qué gustito… –decía de vez en cuando.
Yo no sabía cuándo parar, y nada de lo que hacía me satisfacía lo suficiente. Al final le agarré la tela del bañador y la arrugué en un hilo estrecho de tal forma que las imponentes nalgas de Anita quedaban completamente al descubierto, parecido a un tanga. Como un auténtico depravado, acerqué mi cara al culo de mi hermana para contemplar más de cerca mis manos amasando aquella maravilla. Estaba encorvado sobre ella, tan cerca que seguro que notaba cómo mi aliento de baboso le tocaba su piel desnuda.
Pero yo no tenía bastante. No tenía el suficiente ángulo para darle besitos a aquel culete o lamerlo, que era lo que me moría de ganas de hacer. Mi polla clamaba algún tipo de liberación y aquellos manoseos de hermano salido no bastaban para aliviarla; ni siquiera los irregulares movimientos de mi hermana, que se restregaba contra mi entrepierna sin pudor, conseguían aplacarme.
No creo que estuviéramos más de dos o tres minutos así. Podríamos haber seguido una eternidad si hubiera sido por mí, pero sonó un crujido en los escalones que nos sobresaltó a los dos y nos dejó petrificados. Pasaron segundos de verdadero terror: miré con desesperación la puerta de mi cuarto, que seguía abierta. Anita fue la primera en reaccionar y se desligó de mi abrazo con lentitud y suavidad, casi con reticencia. Llevó lentamente su mano a la tela arrugada de su bikini y la estiró de nuevo con un golpe del elástico sobre la carne, mientras su cara acalorada se perdía en una expresión de concentración. Trataba de adivinar si aquellos pasos se acercaban o alejaban de aquella inapropiada escena que acabábamos de protagonizar.
Finalmente, los pasos en la escalera se fueron apagando mientras la persona en cuestión bajaba de piso y en aquel silencio sepulcral incluso le escuchamos activar un interruptor.
- Es mamá, va a ponerse a hacer la cena –me dijo Anita susurrando.
Mientras mantenía aquella postura de alerta que resultaba tan sexy sin pretenderlo, me miró y puso cara de picarona. Tanto su comentario como su actitud traicionaban que era muy consciente de que lo que estábamos haciendo estaba muy mal, y eso le gustaba. Me dio la sensación de que el breve pero terrorífico recordatorio de que nuestros padres podrían pillarnos in fraganti le excitaba aún más.
Quise lanzarme sobre ella en aquel momento y devorarla entera. Yo temblaba de la emoción, pero tenía que contenerme. Una cosa era un jugueteo claramente sexual con cierta negación plausible si mi hermana lo terciaba, y otra un ataque frontal que no sabía si Anita toleraría. Presentía que las cosas iban mejor si por ahora le dejaba tomar a ella la iniciativa.
- Todavía le queda un buen rato, así que nosotros podemos seguir a lo nuestro –dijo mientras se frotaba los muslos entre sí distraídamente.
Ahora que el susto había pasado, sus ojos se posaron en la inconfundible tienda de campaña que tenía en mi pantalón y sus ojos se abrieron mucho, dando a su cara un aire de inocencia angelical adorable. Seguro que sabía lo que estaba haciendo conmigo, ¿no?
- Haaalaaa, chaval –se mordió el labio inferior sonriéndome con cara de niña traviesa–. Perdona por quererte ver el pito ayer, pero es que hablé con Tara y tenía curiosidad.
No tuve tiempo de pensar en qué quería decir aquello, porque mi hermana se removió sinuosamente en el sitio y cerró los ojos, como si un escalofrío de excitación le hubiera recorrido el cuerpo.
- En el fondo… creo que tienes razón. No es justo que yo te haya visto a ti y tú a mí no, ¿sabes?
Anita empezó a juguetear con el borde inferior de su camiseta, nerviosa. Paró un momento y echó un vistazo fuera de mi cuarto. Comprobando que no había moros en la costa, dobló su torso y su culo se desplazó lo bastante hacia atrás para empujar la puerta, que se cerró aislándonos del resto de la casa.
- Si quieres te puedo enseñar las tetas. Me han crecido mucho desde que hablamos a principios de verano.
Y para ilustrarlo desplazó sus manos por encima de la camiseta hasta sostener sus dos pechos desde abajo, y los hizo pegar un buen bote.
Tragué saliva. Me costaba conciliar aquel despliegue tan descarado con el hecho de que su autora era mi hermana pequeña. Siempre había sido bastante traviesa y revoltosa con las normas, pero no pensaba que aquello se aplicara también a lo sexual, incluso si se trataba de hacer cosas con su hermano. Supongo que era ingenuo de mí el subestimar su ávida curiosidad por todo, incluso si eso implicaba darme un buen espectáculo.
Tanto me costaba creer racionalmente aquella fantástica oferta que me estaba haciendo Anita que supongo que apenas pude descolgar la mandíbula como un salido y quedarme embobado. Ni siquiera pude asentir como un autómata, pero no hizo falta.
- Jo, Rami, se te ha comido la lengua el gato –dijo llevando las manos al cuello y deshaciéndose el nudo del sujetador del bikini, que le cayó a los pies desde debajo de la camiseta–. Bueno, igual no hace falta que digas nada –dijo mirando con intensidad mi paquete, que había crecido aún más si cabe de tamaño.
Y acto seguido cruzó las manos sobre el reborde inferior de su camiseta y se la levantó, quedándose sólo con la parte de abajo del bañador.
No puedo hacer justicia a las tetas de mi hermanita con palabras. Aunque no había visto las de Tara al desnudo, saltaba a la vista que eran claramente más grandes que las de nuestra hermana mayor. Y de alguna forma, estaban perfectamente encajadas en la figura de Anita; resaltaban todavía más al verlas en aquel menudo cuerpecito de adolescente que no presagiaba tamaño desarrollo.
Tenía los pezones rosas y duros como una piedra, y unas areolas pequeñas. La gravedad las curvaba ligeramente, algo inevitable dado su tamaño, pero aquella enorme carne núbil al descubierto sería el material de muchas de mis futuras pajas.
Anita me miró con picardía y se estiró juntando las muñecas a la altura del pubis. Aquello tuvo el efecto de que sus pechos se juntaron el uno contra el otro, meciéndose en sincronía suavemente arriba y abajo con el movimiento. Debía estar cayéndoseme la baba ante aquella visión divina.
- ¿Con la boca tan abierta y no me dices nada todavía, Rami? ¿Qué te parecen? –dijo girando a un lado y a otro, posando para mí mientras me miraba con atención.
- Sí… sí que te han crecido, sí –atiné a pronunciar.
Aquella tórrida escena con mi voluptuosa hermana pequeña era mucho más liberal que cualquier cosa que hubiera hecho con Tara, casi salida directamente de una de mis fantasías. Anita era consciente de lo que estaba haciendo y no podía excusar sus acciones con un calentón pasajero, como había hecho mi hermana mayor. Recé por no despertarme de aquel sueño.
- Algunos chicos me han enseñado a hacer cosas chulas con ellas –soltó casualmente, dando un saltito hacia mi escritorio y cogiendo un subrayador fosforito, bastante grueso y largo–. Mira esto.
Procedió a sujetarse su busto por debajo con una mano y con la otra introducir el rotulador por el canalillo que formaban sus pechos. Cuando lo tuvo bien sujeto entre sus carnes, desplazó sus dos manos a los laterales y comenzó a estirar sus tetazas arriba y abajo en movimientos alternantes. Eso provocó que el subrayador fuera engullido por aquellos melones para volver aparecer poco después, y acto seguido volviera a sumergirse entre sus tetas.
Casi desafiaba la física, no sabía que tal maniobra fuera posible. Deseé que aquel afortunado objeto fuera mi polla, que palpitaba de ansia. Y entonces, caí en la cuenta de lo que había dicho mi hermana con exactitud.
- Un, momento, ¿qué es eso de que unos chicos te han enseñado a hacer eso?
Ella paró aquel fabuloso vaivén, y dejó aquel accesorio en mi mesa con cuidado.
- Bueno, con ellos no usaba precisamente un rotulador –me dijo con timidez mientras se le encendían las mejillas.
Me invadió una oleada de auténtica envidia por aquellos niñatos con suerte. ¡No! ¡Mi hermanita no podía ser tan guarra! ¿Verdad? Pero lo cierto es que aquel obsceno despliegue y sus implicaciones sobre la experiencia sexual de mi hermana, no tan verde como imaginé en principio, me estaban calentando todavía más.
Me acerqué a ella de sopetón y le agarré bruscamente la muñeca otra vez, retorciéndosela con más fuerza de la que pretendía hasta que ella dio un gritito de dolor y cayó de rodillas ante mí, sus apetecibles tetas a la altura de mi entrepierna.
- Pero bueno… ¿desde cuándo… cuándo… haces esas cosas? –conseguí terminar, con una mezcla de rabia y excitación.
- Ayyy Rami, paraaa. Desde que me salieron tetas todos los tíos van detrás de mí… y me mola bastante.
- ¿¡Qué!? –rugí.
- A ver si te crees que voy tanto a la piscina sólo para darme chapuzones…
- ¿Cuántos? ¿Con cuántos tíos has hecho eso que me has enseñado? –dije entre dientes, saboreando mi dominación física sobre aquel frágil y tentador cuerpecito.
- Cinco… ¡Ayyy! Seis, si cuentas al socorrista –barbotó–. Pero ése es mucho mayor que yo… Te prometo que no he hecho nada más con ellos –dijo implorante, acortando la distancia entre nosotros para reducir el dolor que le producía mi agarre.
Aquella confesión extorsionada me estaba afectando en muchos sentidos. Sobre todo, la idea de mi hermanita pequeña comportándose como una putita con varios niñatos y con un tío que le sacaría diez o quince años me hacía revolverme de celos. Mi hermana disfrutaba de su sexualidad sin complejos, a diferencia de casi todas las chicas de su edad, y me parecía muy injusto que yo no pudiera aprovecharme de ello sólo porque fuéramos familia.
- Anita, esto es importante. No puedes hacer esas cosas con cualquiera. El pueblo es muy pequeño y van a empezar a señalarte como una guarra.
- Bueno, ¿y qué? A lo mejor me gusta ser una guarra… ¡y a ti también, por lo que se ve! –dijo dándole un manotazo a mi tienda de campaña con su extremidad libre.
Seguro que había sido una excusa tonta para tocarme ahí. Mi polla estaba tan increíblemente dura que apenas se zarandeó un milímetro, algo de lo que mi hermana se dio cuenta y le hizo abrir los ojos y la boca con incredulidad al comprobarlo. Silenciosamente, intenté sobreponerme a aquel acto deseando, como ella misma seguramente, que hubiera dejado la mano sobre mi barra de carne un buen rato más.
- Si te portas así los chicos solo querrán meterse en tus pantalones y nada más, y las chicas te cogerán envidia y te darán de lado.
- Me da igual que me tengan envidia. Yo tengo envidia de que tú salgas a correr con Tara, y a ella bien que se la suda –mientras decía esto, su torso desnudo se inclinó hacia adelante hasta que sus tetas tocaron mis rodillas, y apoyó su adorable carita en mi muslo izquierdo, muy cerca de mi entrepierna. Suspiró con tristeza mientras ojeaba mi paquete y luego me miró–. Si te sirve de consuelo, ninguno tiene una polla tan grande como la tuya.
No sabía qué me ponía más cachondo, escuchar a mi hermanita pequeña diciendo “polla” o que alabara la mía en concreto. Con la emoción del momento, la susodicha pegó un buen respingo involuntario.
- Vaya, parece que me ha oído, ¿eh?
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