No había quedado ninguna silla libre.
Pero él, en lugar de comportarse como un caballero y cederme la suya, me ofreció sentarme sobre sus rodillas.
No lo conocía, pero era el tipo más apuesto en toda esa reunión.
Mis amigos me miraron extrañados, aunque enseguida recordaron que yo era capaz de hacer cualquier cosa, especialmente, si era con un chico lindo.
Los tragos fueron pasando y mi resistencia etílica fue menguando.
En un momento, el chico susurró a mi oído que abriera las piernas.
Le dije que no, aunque sentía su dureza presionando contra mis glúteos.
Insistió, pero yo seguí sin ceder. El alcohol ya me había derrotado mal.
Entonces, sentí que sus fuertes manos atenazaban mis muslos, separándolos.
Una de mis manos pasó por el espacio que había quedado libre.
Esos dedos pronto encontraron el cierre de una bragueta y la abrieron.
Mis inquietos dedos siguieron su camino, encontrando esa dureza interesante.
Lo miré de reojo y él susurró a mi oído otra vez, ordenándome que siguiera.
Le obedecí y comencé a subir y a bajar mi mano a lo largo de todo el tallo.
Una de mis amigas más perras, Tammy, vio todo y comenzó a sonreír.
Yo seguí haciendo lo mío, mientras le sonreía a ella.
Al final, mi galán gruñó, exhaló un suspiro y ensució toda mi mano.
“¿Te pasa algo, Willy?” Preguntó Tammy, con una sonrisa irónica y divertida.
“Nada, nada” suspiró el pobre Willy, haciéndome cerrar los muslos.
Me levanté para ir al baño, a lavarme las manos.
Unos segundos después, Willy apareció a mis espaldas.
Preguntó si iba a abrir mis muslos otra vez…
Pero él, en lugar de comportarse como un caballero y cederme la suya, me ofreció sentarme sobre sus rodillas.
No lo conocía, pero era el tipo más apuesto en toda esa reunión.
Mis amigos me miraron extrañados, aunque enseguida recordaron que yo era capaz de hacer cualquier cosa, especialmente, si era con un chico lindo.
Los tragos fueron pasando y mi resistencia etílica fue menguando.
En un momento, el chico susurró a mi oído que abriera las piernas.
Le dije que no, aunque sentía su dureza presionando contra mis glúteos.
Insistió, pero yo seguí sin ceder. El alcohol ya me había derrotado mal.
Entonces, sentí que sus fuertes manos atenazaban mis muslos, separándolos.
Una de mis manos pasó por el espacio que había quedado libre.
Esos dedos pronto encontraron el cierre de una bragueta y la abrieron.
Mis inquietos dedos siguieron su camino, encontrando esa dureza interesante.
Lo miré de reojo y él susurró a mi oído otra vez, ordenándome que siguiera.
Le obedecí y comencé a subir y a bajar mi mano a lo largo de todo el tallo.
Una de mis amigas más perras, Tammy, vio todo y comenzó a sonreír.
Yo seguí haciendo lo mío, mientras le sonreía a ella.
Al final, mi galán gruñó, exhaló un suspiro y ensució toda mi mano.
“¿Te pasa algo, Willy?” Preguntó Tammy, con una sonrisa irónica y divertida.
“Nada, nada” suspiró el pobre Willy, haciéndome cerrar los muslos.
Me levanté para ir al baño, a lavarme las manos.
Unos segundos después, Willy apareció a mis espaldas.
Preguntó si iba a abrir mis muslos otra vez…
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