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Corriendo(me) con mis hermanas

Pero bueno, ¿no querrás que me los pruebe contigo delante? –me quejé mientras ella echaba el pestillo de la puerta.

- Ah, ¿así que ahora nos hacemos los tímidos? –soltó con una sonrisa juguetona–. Venga, Mamoncete. No hay nada que no haya visto antes.

- Mpf –refunfuñé mientras me quitaba los zapatos y comenzaba a desvestirme–. Serás Tarada…

Mi hermana no mostró mucha reacción ante aquel comentario directo. Creo que la perspectiva le excitaba tanto como a mí. Pero también tenía mi orgullo y quería que aquella exposición fuera de voluntad propia, así que me di la espalda a mi hermana. Finalmente, me apropié del primer conjunto de la pila, un pantalón gris y una sudadera idéntica con una camiseta blanca.

Me giré con los brazos en cruz, y aproveché para echarle otro vistazo a mi hermana. No se había arreglado especialmente hoy para esta salida, pero aun así seguía encontrándola preciosa. Llevaba el pelo suelto cayéndole hasta algo más abajo del pecho, donde sus tetas quedaban enmarcadas por un ajustado top blanco que exponía gran parte de la carne de sus brazos. Por abajo llevaba una falda negra que apenas le tapaba las rodillas, y unas pequeñas botas con las que me la imaginaba aplastando a cualquier persona que encontrara insoportable. Ella era muy capaz.

- ¿Y bien? –preguntó, poniendo cara inquisitiva–. ¿Qué tal?

- Es… cómodo

No sabía muy bien qué decirle. Ya he dicho que la ropa no es lo mío.

- ¿Pero es… más cómodo que el otro?

Tardé unos segundos en contestar. Casi había olvidado el propósito original de nuestro viaje allí.

- Eh… –me miré hacia abajo–. Supongo. No sé.

- Eso no nos vale –suspiró con impaciencia.

- ¿Qué quieres que te diga? La situación no es la misma. Hasta que no llegue el momento, no…

No supe cómo continuar. Desesperado, señalé a mi entrepierna que en aquel momento no destacaba ningún bulto para ilustrárselo. Supongo que mi nabo había entendido que debía alcanzar algún tipo de compromiso con mi cerebro y no irse endureciendo a cada oportunidad que tenía de darle un buen repaso a mi hermana con la vista.

- Pues, ¡venga! Haz que se te ponga dura y así lo comprobamos.

- Ya… venga, Tarada, estás estudiando Medicina ¿no? Sabes que el cuerpo no funciona así.

Aunque a decir verdad, aquella exhortación tan directa de mi hermana comenzaba a hacer su efecto y notaba como algo se me desperezaba poco a poco.

Tara bufó con irritación, y acto seguido se dio la vuelta. Se quedó pegada al espejo que había en la puerta del probador, con la espalda hacia mí, y ni corta ni perezosa se agarró los bordes de la falda para subírsela hasta juntar aquel manojo de tela por encima de su cintura. Sus braguitas blancas de encaje quedaron a la vista de inmediato, así como el pedazo de culo que enmarcaban, y sus largas piernas. Quedaba muy claro lo que quería que hiciera.

- Bragas blancas… tres puntos, colega –murmuré inconscientemente recordando los dibujos de mi infancia.

- ¿Qué? –preguntó Tara con irritación. Pronunció más la curvatura de su cuerpo para sacar aún más el culo y ponerlo más a mi alcance. Aunque no la tenía girada del todo, veía su expresión de impaciencia en el espejo–. Venga, date prisa.

Antes de que hubiera terminado la frase mis manos ya habían salido disparadas hacia su culo por sí solas. Aquel despliegue exhibicionista había contribuido a mi erección y el contacto directo con su culo de nuevo la había completado en apenas segundos. Su culo que, a diferencia del día previo, no estaba embutido en unas incómodas y duras mallas, sino que estaba someramente cubierto por una fina tela de algodón esta vez. El contraste en negro y blanco que formaban su pelo y el top, su falda y las bragas, y su pálida piel bajo ella, conformaba una imagen casi poética.

Gran parte de su carne estaba expuesta y accesible. Agarré aquellos cachetes por fuera de sus bragas con ambas manos y los amasé con violencia, explayándome con la carne que sobresalía por fuera y que terminaba en sus muslos. Pegué mi espalda a la suya y vi en el espejo cómo mi hermana dejaba caer los párpados y entreabría ligeramente la boca en una inconfundible expresión de placer. Apoyé mi frente en su cabeza y comencé a respirar fuerte contra su nuca, dándole a entender lo cachondo que me ponía. Tara se seguía sujetando la falda por arriba, aunque de vez en cuando las manos aflojaban su presa y tenía que levantarla de nuevo para que no me estorbara en mi cometido.

- ¿Te molesta… el pantalón… ahora? –jadeó mi hermana dejando un vaho de aire contra el espejo.

Ni siquiera fui capaz de registrar aquello, así que no contesté. Mis manos no habían parado de apretar la carne de sus nalgas ni un solo segundo y el magreo que le estaba pegando a su culo y sus piernas era un castigo de intensa brutalidad. Estaba embobado por aquella redondez.

El ángulo en el que estábamos y el espacio limitado del probador me impedía agacharme a besuquear aquel fantástico culo al que ahora tenía tan fácil acceso, pero tenía otras opciones. Metí los dedos por debajo de la tela de las bragas, sosteniendo y agarrando los cachetes desnudos de mi hermana por las aberturas de cada pierna. Notaba su piel muy caliente, y me daba la sensación que mientras más avanzaba hacia dentro y hacia abajo, más caliente estaba todavía.

En ningún momento escuché quejas por su parte, aunque no sé si me hubieran detenido. Me sentía como poseído por un espíritu animal y lujurioso que sólo quería meterle mano a mi hermana como el trozo de carne que era, y cuando desplacé la palma de mi mano para aplastar aquella zona caliente y húmeda que debía ser su coño, escuché cómo se le escapaba un pequeño gemido.

Noté cómo las rodillas le temblaban. La falda se le resbaló de las manos y renunció a sujetarla, apoyando las dos manos contra el cristal.

- El pantalón… Mamoncete –volvió a insistir haciendo una pausa para coger aire.

Aquella ocasión las palabras de Tara sí penetraron mi obnubilado y cachondo cerebro adolescente, aunque no llegué nunca a despegar las manos de su culo ni parar en mis agarres y apretones.

- No me molesta –sentencié, muy consciente de la evidente tienda de campaña que se había formado en mi entrepierna–. No como el otro. Es más elástico. Me sirve.

- Bien –dijo Tara, despegándose renuentemente del espejo e incorporándose.

Se movía de forma lenta, sinuosa y calculada, lo que hacía que yo me bebiera cada uno de sus movimientos con morbosa fascinación. Era elegante y muy sexy. Antes de darse la vuelta, agarró con delicadeza una de mis manos primero, y luego la otra, para separarlas tranquilamente de su culo, algo que me resultó francamente decepcionante pero que acepté a regañadientes. Me di cuenta de que la mano que había aplastado contra su entrepierna estaba mojada y tenía un olor muy intenso.

- Pero tenemos que estar seguros –dijo una vez vuelta hacia mí, y mirándome con una expresión impenetrable que podía ser malicia, o quizá lujuria contenida. A decir verdad, ambas opciones me ponían muy cachondo.

Me dio un empujón hasta que me senté en el banquillo de la otra pared, que se usaba para dejar la ropa a probarse y sentarse mientras uno se cambiaba los zapatos. Acto seguido, se colocó con tranquilidad encima de mí con una pierna a cada lado, montándome a horcajadas. La falda se le había subido lo bastante de forma que sus bragas estaban en contacto directo con mi pantalón de chándal. Su coño, separado apenas por aquellos tejidos, contactaba directamente con mi erección ejerciendo una deliciosa y calentita presión sobre ella.

Se acomodó bien sobre mí hasta asegurarse que la mayoría del peso de su cuerpo descansaba sobre mi entrepierna, antes de inclinarse para susurrar:

- ¿Y ahora… estás… cómodo?

Me di cuenta de que Tara había empezado un balanceo sutil y comenzaba a restregarse contra mí. El empalme que tenía se veía aún más estimulado por aquel magreo “en seco” por encima de nuestra ropa.

- Eh… no sé yo si “cómodo”… es la palabra correcta –atiné a responder.

Aquello era una locura. ¡Mi hermana mayor me estaba montando por encima de la ropa como una perra en celo! Y encima en un sitio público, ¡en un probador de ropa! La sensación era tan increíble que apenas tenía tiempo para preguntarme por qué estaba haciendo todo aquello.

Tara agarró mis manos con las suyas y me las colocó en su cintura, en el reborde bajo donde su top se juntaba con su falda. Cuando vio que las dejaba ahí como un pasmarote, me las movió impaciente más abajo, hasta colocarlas de nuevo en su culo. Concretamente, por debajo de la falda y por encima de sus bragas. Sin perder más el tiempo retomé otra vez mi magreo y mi exploración metiendo mis dedos bajo la tela por entre las aperturas de los muslos, estrujando aquella redondez cárnica como si no hubiera un mañana.

El frotamiento de mi hermana contra mi entrepierna subió de velocidad, aprovechando que había cruzado sus manos tras mi cuello y tenía un punto de apoyo. Al ponerme más cachondo, mis dedos comenzaron a explorar frenéticamente su culamen, arrugando sus bragas en el centro para dejar aquellas fantásticas nalgas más expuestas a un sobeteo sin obstáculos. Esta vez, los jadeos de Tara me llegaban altos y claros y no pensaba que estuviera haciendo ningún esfuerzo por reprimirse. Mientras mis manos separaban aquellos glúteos con violencia e intentaba ver el aspecto que tenía la raja de su culo en el espejo de enfrente, empecé a preocuparme ligeramente porque alguien nos pudiera oír.

Y precisamente, unos insistentes golpes en la puerta dieron forma a mis peores miedos.

- ¡Eh! ¡Hay más gente esperando!

Aquella advertencia pareció volver loca a mi hermana, que redobló la intensidad de su frotamiento con un efecto delicioso en mi polla. Tuvo cuidado de morderse el labio para acallar sus suspiros de placer. Apoyó su frente en la mía y me dirigió un pequeño puchero silencioso con su boca, como implorándome que les contestara a los que llamaban a la puerta para que nos dejasen en paz. Ella parecía incapaz, se le veía demasiado ocupada gozando.

- Está… ¡está ocupado! ¡Ya casi termino! –alcancé a gritar, tembloroso.

Estaba muy cachondo, pero sentía que aquella situación se me iba de las manos. Fui repasando con las manos la raja de su culo donde había arrugado sus bragas blancas, buscando el agujero de su ano. Podía ver en el espejo sus nalgas expuestas con aquella tira de tela; tenían una pinta fantástica, una especie de tanga casero. Cuando encontré una pequeña depresión en aquel valle creí haber encontrado su esfínter anal. Presioné con algunos dedos por encima de la tela en aquel punto, y Tara pegó otro gemido muy audible, temblando sobre mí mientras se frotaba frenéticamente contra mi polla.

Aquel despliegue tan desinhibido por su parte me tenía abrumado. La estampa de mi hermana cabalgándome por encima de la ropa como una posesa era demasiado para mí y ya no pude aguantarme más. Aferrándome a los cachetes desnudos de su culo como si me fuera la vida en ello, me corrí profiriendo unos cuantos gruñidos guturales. Noté como varios chorros de lefa atravesaban mis calzoncillos y el pantalón que aún no habíamos pagado.

Tara siguió a lo suyo, frotando su coñito un buen rato a través de las bragas contra mi tienda de campaña sin bajar de un ritmo endiablado. Fue quizás cuando hizo una pausa para contemplar mi rostro que debió reparar en mi concentrada expresión, que intentaba disfrutar de aquel momento y al mismo tiempo no dejarme llevar del todo por el éxtasis para que no nos pillaran. O tal vez, notó que la humedad que manchaba entrepierna procedía esta vez de una fuente externa que con cada vaivén de sus caderas esparcía una espuma blanca por la tela. O a lo mejor simplemente se percató de que mi rabo había perdido perpendicularidad y ya no le servía para estimularse.

En cualquier caso, debió darse cuenta cuando su movimiento se detuvo poco a poco y su cara, enmarcada por mechones de pelo que se le habían adherido sudorosos, quedó a pocos centímetros de la mía. Aunque la lujuria se había disipado en su mayor parte con el orgasmo, no me sentía culpable por lo que habíamos hecho. Todo lo contrario, estaba extático de que hubiera sucedido. Tara tenía unos labios carnosos y apetecibles muy cerca de los míos, y tuve muchas ganas de besarla. La deseaba muchísimo.

Fue entonces cuando su cara compuso claramente una expresión de incredulidad, y acto seguido de auténtico desprecio.

- ¿Pero ya te has corrido? Qué asco... ¡Serás guarro, tío!

Y sin comerlo ni beberlo, ¡PLAF!, me soltó una hostia en plena cara. La bofetada en sí no me dolió tanto como lo inesperado del acto, en aquel momento en que me notaba tan vulnerable y necesitado de una conexión emocional con ella. Me quedé con cara de gilipollas mientras Tara me descabalgaba con aires de superioridad. Empezó a alisarse la falda sobre las piernas, escondiendo bien cualquier resto de aquel encuentro en su persona.

¡PUM, PUM, PUM! Los golpes en la puerta volvieron a resonar.

- ¡Es para hoy, eh!

Empecé a ponerme nervioso intentando pensar qué hacer a continuación. Tara simplemente se humedeció los labios mientras se retocaba el pelo despeinado en el espejo, dirigiéndome la palabra sin mirarme siquiera.

- Menudo aguante tienes, Mamoncete. De risa. A ver si te estás emocionando mucho conmigo, campeón.

Me sentí pequeño, completamente intimidado por aquella mujer que era mi hermana mayor y se había convertido en una diosa inalcanzable para mí; poderosa, sexy y cruel. Hacía unos segundos ambos nos retorcíamos de gusto y ahora destilaba frialdad. Me veía incapaz de maniobrar al mismo nivel con ella que cuando nos lanzábamos pullas el uno al otro y nos hacíamos rabiar.

Era una auténtica puta. Una hermosísima y magnífica puta. Había logrado que me corriera con poquísimo y ahora me descartaba como un pañuelo de usar y tirar tras juguetear conmigo.

Cuando ella salió por la puerta, pude ver la cara de extrañeza del tipo con pinta de pijo insufrible que esperaba fuera, que sólo aumentó al abrirla por completo y encontrarme a mí de aquella guisa y con una gigantesca mancha oscura en la entrepierna. Me abalancé a cerrársela en las narices de un portazo.

- ¡Que te busques otro probador, coño! –le espeté nervioso.

Como no dudaba que aquel subnormal iba a quejarse a la encargada, decidí deshacerme de aquel pantalón y esconderlo en medio del montón que tenía acumulado. Me volví a vestir con mi ropa a toda leche, seleccioné uno de los limpios que parecía similar al que había manchado y salí escopetado con él al mostrador para pagarlo antes de que pudieran meterme en un lío.

Un rato después, divisé a Tara y Anita que salían de los probadores de chicas, riéndose a carcajadas y dándose palmadas cómplices una a la otra. Se ve que la situación había dado un giro de 180 grados y ahora se trataban como si fueran amigas íntimas. Desgraciadamente, la volatilidad de la relación entre ellas dos era algo a lo que estaba acostumbrado. Anita se identificaba más conmigo cuando había que hacer causa común contra nuestra hermana mayor, pero en el fondo la admiraba muchísimo. Y Tara tenía a veces ramalazos con ella de actitud protectora y maternal. Esto daba como resultado que sí que conectaran a mis espaldas, lo que me ponía algo nervioso por lo impredecible que resultaba. Tara podía ser muy cruel y solía tener un efecto corruptor en la gente inocente y buena de corazón como Anita.

Vi que en cuanto repararon en mí, Tara le susurró algo al oído a mi hermana pequeña, que puso una cara de gran sorpresa y empezó a reírse enérgicamente. Mientras las dos me seguían mirando, Anita le devolvió el susurro al oído de mi hermana mayor, y ésta fue incapaz de contener una risa floja que les contagió hasta que se reunieron conmigo.

- ¿Qué os pasa? ¿Qué es tan gracioso? ¿Eh? –les solté bruscamente, algo paranoico y con la piel muy fina después de lo que había pasado con Tara.

- Pero bueno, hermanito, ¡qué rápido eres! –me soltó ella con sorna, ignorando mi pregunta y jugando con el doble sentido–. ¡Has tardado poquísimo en venirte!

- No sabía dónde os habíais metido –contesté, esquivando sus pullas como podía.

- Pues haciendo cosas de chicas –interrumpió Anita, intentando parecer misteriosa–. Pero ya hemos terminado. ¿Has ido al baño? Tara me ha dicho que se te derramó algo de leche –agregó con una gran sonrisa.

Sentí como si en mi cabeza se hubiera activado un sentido arácnido. ¡PELIGRO! ¡PELIGRO! Exactamente, ¿qué era lo que le había contado Tara a nuestra hermanita? Seguramente no que se había comportado como una auténtica calientapollas con su hermano… ¿verdad? Ella tenía tanto que perder como yo. Además, Anita podía vacilarme un poco, pero nunca era cruel. Lo más probable es que le hubiera contado que me había corrido en los pantalones, pero mintiendo respecto al por qué. Ahora yo tenía que ir con cuidado, siguiéndole el juego con bastante ambigüedad como para no delatarme a mí (ni a Tara) y sin embargo sufriendo en silencio la evidente humillación que me tenían preparada con sus chistecitos.

Si no fuera porque el incidente del probador me había parecido espontáneo e improvisado, casi habría pensado que era una elaborada tortura de mi hermana mayor. Pero había sido muy morboso y excitante, e incluso cuando se burlaban de mí no podía dejar de pensar en lo fantástico que había sido y cómo me hubiera gustado disfrutarlo todavía más. Si Tara quería hacerme la puñeta, no tenía por costumbre dejar que me lo pasara tan bien.

Sin embargo, seguía bastante resentido con ella por reírse de mí y hacer que nuestra hermana pequeña se le sumara también. Tuve que aguantar sus bromitas veladas sobre mis capacidades de aguante, mis problemas de fontanería y mis “telarañas de Spiderman” (este sí que me pareció ingenioso) durante lo que tardaron en pagar y conducir de vuelta a casa. Yo permanecí algo callado y gruñón, aunque por fortuna aprecié que la conversación no viró a la ropa que dejaba manchada de semen o mis calcetines acartonados en la ropa sucia.

Pero aquello era un triste consuelo. Durante la cena continuaron las miraditas y las risitas de mis hermanas, que por lo general se reprimieron con sus dobles sentidos para no llamar más la atención ante las miradas interrogantes de nuestros padres. Comí a toda velocidad y me encerré en mi habitación. Me hice una paja lenta y melosa saboreando el recuerdo de mi hermana mayor frotándose contra mí como no había podido disfrutar en su momento. Al menos no podían quitarme aquello. Una ola de calma me envolvió al correrme, y me dormí relajado y en paz.


Tara quiso hablar conmigo la mañana siguiente. Vino a buscarme mientras yo mataba el tiempo en mi habitación jugando un Total War. Cuando entró y cerró la puerta de mi habitación, pausé la batalla de germanos y romanos, y la miré de mala gana. Iba con las manos tras la espalda y la cabeza algo gacha intentando adoptar una actitud de arrepentimiento.

- Quería hablar contigo de lo que pasó ayer.

- Pues habla –le repliqué con sequedad.

Seguía algo molesto con ella y no estaba muy seguro de que me apeteciera retomar la rutina de correr juntos … pero por otro lado, mi hermana estaba buenísima y no podía dejar de pensar en su cuerpo, y en cómo se había sentido junto al mío. Sabía que en el fondo el morbo de lo que hacíamos, y lo terriblemente mal que estaba aquello, le excitaba tanto como a mí. Pero ella tenía remordimientos, y esas cosas… Así podía disculparse conmigo por tratarme mal y recular cuando creía haber dado un paso arriesgado. Adiviné lo que venía a continuación y acerté.

- Es que… a ver –se sentó sobre mi cama, algo nerviosa y mirando en derredor. Llevaba una camiseta de tirantes naranja que se ajustaba contra su pecho–. Ayer… me dejé llevar. No estuvo bien que lo hiciera. Y entonces, me… –frunció el ceño, intentando buscar las palabras adecuadas– …me resultó frustrante no poder aliviarme –puso los ojos en blanco, avergonzada, como si fuera consciente de que decía una tontería–. Y me cabreé contigo. Pero hoy veo que no era culpa tuya, en realidad. Era mía, estaba frustrada conmigo misma.

Dejó de hablar. No se explicaba muy bien, pero yo estaba dispuesto a permitir que se manejara en aquellos eufemismos. Sin embargo, tenía la sensación de le que faltaba algo por añadir.

- ¿Y…? –presioné.

- Y… lo siento. Sé que puedo vacilarte y no te lo vas a tomar mal, no me arrepiento de ello –me sonrió, como queriendo asegurarme que aquello no cambiaba las cosas entre nosotros–. Pero estuvo feo que hablara de ti con Anita.

- Eso estuvo muy feo –asentí–. ¿Qué le dijiste?

Tara se puso algo roja antes de contestarme.

- Bueno, algo no muy lejos de la realidad. Que con todo esto de salir correr no te debes hacer muchas pajas, porque te corriste de repente en cuanto me viste inclinarme un poquito más de la cuenta.

Pensé en las veces que Anita me había pillado mirando embobado el culo de nuestra hermana mayor. Parecía lo bastante embarazoso como para ser cierto, y en realidad casi lo era, así que no creía que Anita sospechara nada fuera de lo habitual. Sólo que su hermano era un pervertido sin remedio, pero eso no era nuevo para ella.

- Hay algo más. También estuvo mal que yo… cruzara esa línea contigo antes. Quiero que me perdones.


Sentía deseos terribles de preguntarle la verdad. “¿Es que no te gustó?” Quería que me lo admitiera. Pero daba igual. Yo sabía la respuesta, y sabía que ella sólo me daría evasivas por mucho que la confrontar. Para asegurarme que aquel jueguecito entre nosotros no era un GAME OVER, tenía que ignorar los límites que ella fijaba y simplemente… seguir jugando. Ya habría tiempo de sobra para que Tara se arrepintiese luego.

- Pero entonces… ¿tú y yo seguiremos yendo a correr? ¿Me dejarás… que te lo siga tocando? –bajé la voz al final.

- Eso… bueno, todo eso puede seguir tal como está –dijo evitando mirarme y con un atisbo de rubor en las mejillas–. No hay nada de malo en que yo te motive un poquito para correr. Mírate, no llevas tanto y estás bastante más en forma.

Vi como al decir eso sí me lanzaba un buen repaso de reojo. Sentí algo cálido en el pecho que debía ser satisfacción por lo conseguido. Pero al entender las implicaciones de esa frase para mi hermana, esa sensación bajó sin perder la temperatura hasta anidarse cálidamente en mis huevos y mi nabo, que empezó a coger tamaño. No recordaba nunca que Tara me hubiera lanzado un cumplido, y menos uno relativo a mi físico. Pero ella tenía más que decir:

- De hecho… bueno, yo también estuve con Anita comprando ropa ayer. Y he pensado que debería compensártelo de alguna forma cuando salgamos esta tarde… –se encogió de hombros y se balanceó adelante y atrás, nerviosa–. Bueno, da igual. Ya lo verás.

Y sin esperar a que le contestara, aún intentando comprender lo que había insinuado, se fue de mi habitación.


- Madre mía –dije tragando saliva e interrumpiendo mi calentamiento–. No me e
speraba… esto.


Continuará....... Dependiendo de ustedes

6 comentarios - Corriendo(me) con mis hermanas

erazodh
Se pone bueno cada capitulo
Van 10
reefdc
https://movil.todorelatos.com/relato/200154/
fla2017
No puedo poner más q 10
PepeluRui
Sumo puntos y mañana sigo leyendo!