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Mi Vecino Superdotado [07].

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Mi Vecino Superdotado [07].





Capítulo 07.

Nada Para Hacer.

Por culpa de la aparatosa mentira que tuvo que elaborar para no ser despedida, ahora Silvana debía enfrentarse a cinco largos días sin la estabilidad rutinaria del trabajo. 
Esto podría haber desestructurado emocionalmente a una persona como ella que necesita aferrarse a algo concreto día a día para no quedar boyando en la nada. Sin embargo Silvana encaró la situación con optimismo: “Miralo como una oportunidad, Silvi —se dijo a sí misma—. Aprovechá estos días para hacer esas cosas que siempre quisiste hacer y nunca pudiste, por falta de tiempo”. 
Este ingenuo optimismo no le duró ni dos horas. Rápidamente recordó lo que fueron aquellos tiempos de aislamiento obligatorio durante la pandemia del 2020 y lo mal que la pasó durante tantos días sola en su departamento. Sin siquiera poder recibir visitas de su novio; porque el muy pelotudo se había ido a pasar unos días a Arroyo Leyes, donde vive parte de su familia, y tuvo que quedarse allá cuando se prohibió circular por rutas. 
Ahora Silvana se sentía abrumada una vez más por el exceso de “horas libres” que tenía por delante. Los recuerdos de lo que hizo durante la pandemia comenzaron a invadirla. Lo que más le afecta no es volver a esos tiempos de incertidumbre en los que no sabía qué iba a pasar con el mundo, eso ya lo superó; lo que realmente la agobia es el fuerte sentimiento de vergüenza que quedó asociado a esos días.  
Cuando le informaron que ya no podría asistir a la oficina, no se preocupó demasiado. Los primeros días se mantuvo muy ocupada poniendo al día trabajo que había quedado pendiente, respondiendo e-mails, posponiendo reuniones, charlando con inversores por teléfono. Todo eso era genial. Sí, un caos laboral al que debían adaptarse; pero tenía cosas para hacer y a veces hasta terminaba trabajando más de las ocho horas reglamentarias. Silvana nunca tuvo miedo a las horas extra. Hizo cada tarea gustosa de poder ayudar. Sin embargo… una vez que cada reunión había quedado programada para “algún día, no sé… cuando termine todo este asunto de la cuarentena”, el trabajo comenzó a escasear. Su empresa se dedica, principalmente, a hacer trabajo de “lobby”. Sirve como nexo entre otras empresas y grupos inversores, compran deudas, acciones, propiedades y todo lo que pueda significar una ganancia a corto y largo plazo. Para la mayoría de estos negocios lo tradicional era reunirse en persona, con algunos cócteles de por medio (de ser necesario). 
Si bien el trabajo principal de Silvana no son las reuniones presenciales, necesitaba de ellas para que le dijeran cómo seguir con su trabajo. Información a archivar, contratos a analizar, e-mail para responder, y un largo etcétera. A veces, cuando el cliente era un hueso duro de roer, ahí sí entraba en escena Silvana, que, con sus atributos físicos era capaz de hipnotizar a cualquiera. Pero esto era algo que no podían hacer con mucha frecuencia porque la propia Silvana detestaba que su cuerpo se utilizara como método disuasorio. 
Ella suele mantener una actitud sumamente profesional durante estas reuniones y solo recurre al viejo truco de desprender un par de botones de su camisa cuando ve que el cliente en cuestión es demasiado difícil de “acaramelar”.
Durante las primeras semanas de aislamiento hubiera aceptado mostrar parte de su corpiño en un amplio escote a un cliente con tal de tener algo para hacer. 
Silvana pedía trabajos para realizar y esta actitud incluso llegó a cansar a algunos de sus jefes que ya no sabían qué tareas asignarle: “Silvana, estamos a la espera de que se abran las fronteras para poder hacer reuniones presenciales, ahora estamos haciendo algunas por internet; pero no son lo mismo, y eso nos retrasa mucho… no hay más tareas para vos, ya hiciste todo… tomate unos días de descanso… por tiempo indefinido”.
El problema no era el dinero, Silvana siguió recibiendo su salario todos los meses. Incluso llegó a sentirse culpable de su situación privilegiada. Mientras el mundo se estaba debatiendo en medio de una pandemia, ella solo podía quedarse en casa mirando el techo. Ya no sabía qué más mirar en Netflix, intentó leer algo pero le resultó imposible concentrarse, y descubrió que últimamente se estaba haciendo mucho la paja.
Eso también la preocupó. A Silvana nunca le gustó ceder ante los placeres de la carne. Ella siempre se esforzó por dosificar estas sesiones de “auto-placer”; pero al tener tantas horas libres era frecuente terminar en la cama, con el pantalón por las rodillas, mientras se frotaba la concha. Ni siquiera podía recordar cómo había llegado a esa situación, simplemente ocurría. Era un acto inconsciente. Más de una vez terminó haciéndose la paja en el sillón del living mientras miraba una serie o una película poco interesante. 
“Calmate, Silvana ¿qué te está pasando?”, se decía a sí misma cuando se descubría con los dedos dentro de su vagina. Una vez una de sus esporádicas amigas le dijo: “Yo me hago la paja cuando me aburro”. Eso a Silvana le pareció muy desagradable ¿qué clase de persona se masturba solo por aburrimiento? Ella no quería ser parte del gremio de mujeres que se pajean cuando están aburridas. “Yo tengo más autocontrol”, se decía… sin embargo, esa capacidad para controlar sus impulsos se fue debilitando con los días.
Con mucho pesar Silvana descubrió que su rutina de cuarentena no bajaba de las cuatro pajas diarias… y eso eran los días en los que podía controlarse. Ella, que antes podía estar semanas sin tocarse la concha con lujuria, ahora no podía aguantar ni cuatro horas sin hacerlo. La situación empeoró cuando se dio cuenta de que sus dedos no eran suficiente. A veces, con el afán de desligarse rápido de esta incómoda y humillante práctica, Silvana se centraba en frotar muy rápido su clítoris y meter los dedos con fuerza, aunque le doliera un poco. Pero su vagina fue acostumbrándose a estas pequeñas dosis de castigo. Los dedos comenzaron a entrar con más facilidad y podía sentir a su sexo diciéndole: “Esto no me alcanza, dame más”.
Presa de la desesperación un día cometió una locura. Por e-mail le había llegado una publicidad sobre un nuevo “sex shop virtual”. Una tienda online donde podría comprar todos los juguetes necesarios para satisfacer sus deseos sexuales. Silvana siempre se había mantenido alejada de esa clase de objetos, no quería un dildo dando vueltas por su casa. Se moriría de vergüenza si algún conocido lo encontrara por casualidad. Ni siquiera quería pasar por la situación de explicarle a su novio por qué tenía un consolador. Pero la calentura era cada vez mayor y se convenció que comprar un dildo no era tan mala idea, dada la peculiar situación. Ingresó los datos de su tarjeta de crédito, su dirección y esperó. 
Al día siguiente le llegó un discreto paquete. Una caja envuelta en plástico negro, nadie podría sospechar de qué se trataba. Cuando volvió a la privacidad de su living, abrió el paquete y se llevó una gran sorpresa… una sorpresa de unos veinticinco centímetros de largo y casi cinco de ancho. 
“Uy, carajo… es muy grande. Esto no me va a entrar nunca”, pensó mientras lo miraba. 
Ella seleccionó el dildo en un catálogo sin mirar demasiado. En la foto parecía más pequeño y lo eligió porque tenía forma de pene real, no parecía tanto un juguete, sino más bien una prótesis peneana, con falsos testículos tiesos. Más adelante Silvana descubriría el fascinante uso que se podía dar a la ventosa que estaba en la base. También descubriría que además del error con el tamaño del dildo, había cometido otros dos. 
A pesar de que semejante aparato reproductor (aunque fuera falso), la intimidaba, Silvana estaba ansiosa por probarlo. Solo por tener algo para hacer que no fuera hacer fotosíntesis con la luz de la pantalla del televisor. 
Se desnudó por completo, cosa que solo hacía cuando estaba muy excitada, y comenzó a masturbarse allí mismo, en el sofá. El primer intento la desilusionó. Con bastante esfuerzo consiguió meter en su vagina la cabeza del consolador; pero le causaba mucho dolor presionar más. Definitivamente su concha no estaba hecha para penes de ese tamaño… por suerte la verga de su novio era mucho más pequeña. Y pensar en eso la preocupó ¿cómo le explicaría a Renzo que había comprado un dildo más grande que su propio pene? Lo vería como un insulto. Por eso Silvana decidió que guardaría el consolador en el último cajón de la cómoda de su dormitorio. Un cajón pequeño con llave y todo. Allí fue a parar el juguete luego del primer (y fallido) intento. 
Poco después descubrió su segundo error. Al revisar el ticket de compra se sintió incómoda al ver su nombre completo en el mismo; pero más le aterrorizó ver el nombre de la persona registrada como dueña del sex shop online: Vanina Marchetti. El corazón se le subió a la garganta. Conocía muy bien ese nombre. 
Unos meses antes de la pandemia Silvana había trabajado en las reuniones presenciales con Sandra Marchetti, y su hija… Vanina. Las recordaba muy bien. Sandra era una mujer de unos cincuenta años, empoderada, elegante, seria, siempre con anteojos negros, labios rojos y aires de superioridad. Le recordaba un poco a Cruella Deville, (la versión de Glenn Close) en especial por el peinado alocado que solía usar. También vestía conjuntos elegantes, similares a los de Meryl Streep en “El Diablo viste a la moda”. 
Vanina no era tan diferente a su madre, tenía unos veinticinco años y se parecía mucho más a la versión actual de Cruella, aquella interpretada por Emma Stone. Las dos eran delgadas y con delanteras prominentes, las cuales lucían con orgullo. Por eso le aconsejaron a Silvana que también usara escote durante las reuniones, a estas dos mujeres les gustaba ver mujeres seguras de sí misma. 
Silvana concretó un gran negocio con Sandra Marchietti, sirviendo de nexo con una empresa de telecomunicaciones. La señora Marchetti estaba muy interesada en formar parte del grupo inversor de dicha empresa. Durante todas las reuniones, Silvana se mostró absolutamente profesional y habló, principalmente, con Vanina, quien era la encargada de hacer las preguntas. Entablaron una buena relación profesional y Silvana supo que había logrado establecer un importante contacto, que seguramente le serviría en el futuro.
O al menos eso pensaba, hasta que vio el nombre de Vanina en el ticket de compra. No tenía idea de cómo Vanina Marchetti había terminado a cargo de un sex shop online, imaginó que era una de las tantas pequeñas o medianas empresas que ella poseía, y no estaba muy al tanto de las ventas. O quizás… la regentaba ella misma y sabía específicamente quién le había comprado cada producto. Esta fue la idea que se instaló en la mente de Silvana. Llegó a convencerse de que Vanina Marchetti estaba sonriendo en su casa mientras veía qué lindo juguetito había comprado la “absolutamente profesional” Silvana DaCosta.
Hasta podía imaginarla comentándole el asunto a Sandra. Casi podía escuchar los comentarios burlones de las dos: “Muy correcta y profesional; pero parece que le gusta meterse cosas por la concha”. 
Silvana no tenía idea de cómo apaciguar estas voces que la atormentaban y el daño ya estaba hecho. No podía hacer nada para revertir la compra y para borrar su nombre de los clientes del sex shop. Y casi como si fuera un merecido castigo, volvió a tener una sesión con ese gran dildo. 
Se puso de rodillas en su cama, con el pene plástico entre las piernas y completamente desnuda. Se pajeó un rato hasta que su concha comenzó a humedecerse, había comprado un pequeño pote de lubricante junto con el dildo; pero creyó que no lo necesitaría. La lubricación nunca había sido un problema para ella. Con la vagina ya bien cubierta de flujos, comenzó a “sentarse” sobre la cabeza del consolador. Esta vez fue un poco más lejos, aguantó más el dolor (o mejor dicho, se castigó un poco más). Sintió cómo su concha se estiraba hacia límites que pocas veces había alcanzado, recordó a alguno de sus esporádicos amantes, esos que estaban mejor dotados que Renzo y volvió a invadirla esa incomodidad psicológica de estar siendo profanada. 
Consiguió meter la cuarta parte del dildo dentro de su sexo y allí fue cuando inició el proceso de dar saltitos sobre él. Intentó imaginar que estaba teniendo relaciones sexuales con su novio; pero no funcionó. Renzo no la tenía de ese tamaño… ni de casualidad. Hasta se sentía como engañarlo. 
Silvana comenzó a desesperarse, porque a pesar de la vergüenza que le causaba haber recurrido a un pene falso para calmar su calentura, lo que más le jodía era que ese maldito coso de plástico no entrara. Y no quería entrar, por más que ella siguiera intentando. 
En la siguiente sesión (tan solo al día siguiente) decidió poner en uso el lubricante que había comprado. “Quizás ayude un poco”. Y al verlo descubrió que había cometido un tercer error. 
Una vez más la invadió la culpa, la vergüenza y esa manía de insultarse a sí misma por ceder a sus instintos sexuales. Justo ella, que tan bien podía controlarlos. El pequeño pote que tenía en la mano decía: “Lubricante anal”. 
¿Cómo pudo ser tan estúpida? 
Ahora, además de tener que aguantar la humillación de que Vanina Marchetti supiera que ella había comprado un consolador, debía sumarle que pensara: “Uy… parece que lo compró para metérselo por el culo”. 
—La puta madre, Silvana… sos idiota! —se reprochó en voz alta, mientras le daba un puñetazo al colchón. 
En el fondo de su imaginación resonaban las risas agudas y estridentes de Vanina y Sandra Machetti. Las podía ver preguntándose:
“¿Sabrán en la empresa que a la señorita DaCosta le gusta meterse por el culo dildos de veinticinco centímetros?” 
“Tranquila, Silvi —se dijo a sí misma—. Eso es ridículo. Para empezar… es imposible que algo tan grande te entre por el culo”. Inmediatamente después de eso escuchó la respuesta: “Pero en internet ya viste videos de chicas metiéndose dildos tan grandes como este… por el culo… no es algo imposible de hacer”.
Se quedó mirando el dildo, arrodillada en la cama, con el cuerpo sudoroso por la intensa sesión que había tenido antes de recurrir al lubricante. ¿De verdad eso podría entrarle por el culo? ¿Completo? La sola idea le parecía una locura. Ni siquiera podía metérselo por la concha… ¿cómo haría para metérselo por el culo?
“Pero el culo no es igual que la concha”, le dijo esa intrusiva voz del inconsciente. 
—¿Y para qué carajo quiero meterme esto por el culo? —Se preguntó, en voz alta.
“Para hacer algo distinto… algo que no sea mirar el techo entre una paja y otra”.
Silvana no suele recurrir a la excusa “total nadie me ve” para portarse mal. No fue fácil para ella llegar a la conclusión de que no perdía nada con probar… al fin y al cabo llevaba más de dos meses completamente sola, sin ningún tipo de contacto humano (que no sea virtual). No habría ningún testigo de su comportamiento inapropiado.
(Excepto ese maldito ticket de compra: Lubricante anal).
Utilizó una buena cantidad del contenido del pote y lo distribuyó prolijamente sobre toda la superficie del dildo mientras lo miraba sin poder dejar de pensar: “Esto me va a doler, no me va a gustar y después me voy a sentir como una puta barata”. 
Silvana no era capaz de entender que pudiera haber placer en meterse cosas por el culo. Tenía la hipótesis de que las mujeres de los videos porno solo hacían sexo anal porque eso era muy solicitado entre la audiencia masculina. Creía que solo los hombres disfrutaban de esa práctica, por el morbo que les causaba metérsela por el culo a una linda chica. Pero de ahí a que la chica lo disfrutara, había un largo trecho.
¿Debería aprovechar la oportunidad de poner a prueba sus hipótesis sobre el sexo anal?
Silvana ya no quería recordar las cosas que hizo durante la pandemia con ese dildo. Muchas de sus acciones durante 2020 aún le causaban una vergüenza insoportable. Y tampoco quería quedarse todo el día haciéndose la paja. 
Miró el último cajón de la cómoda y se mordió los labios. Ahí estaba ese juguetito, encerrado desde 2021, aproximadamente. Llevaba más de un año sin usarlo y Renzo ni siquiera sabía que había un dildo en la casa, no se lo había mostrado nunca. El cajón estaba cerrado y Silvana ni siquiera recordaba dónde había puesto la pequeña llave. Sabía que la había escondido en algún lugar de su habitación. Como si su cerebro también quisiera evitar el vergonzoso reencuentro con el dildo, había decidido olvidar la locación de la llavecita.
“Quizás sea mejor así —pensó Silvana—, para no caer en la tentación”. 
Se vistió rápidamente, para alejar a los demonios internos que la llevaban a masturbarse (“por puro aburrimiento, dios… me odio”). Salió de su departamento y bajó por el ascensor en un intento desesperado de huir de su cuarto. Ni siquiera sabía muy bien lo que iba a hacer. Mientras bajaba decidió que pasaría por la pastelería a comprar algo rico. 
“Aflojá con los postres, Silvi, porque estos días no podés salir a correr”.
Esa molesta voz interna tenía razón. Si iba a quedarse con parte médico en casa, no podría darse el lujo de correr por Parque Rivadavia y exponerse a que un compañero de trabajo la viera. 
Pero por un día no pasaba nada.
Llegó a la planta baja y allí se encontró con Osvaldo.
—Qué tal Silvana… ¿hoy no fue a trabajar?
—No, me sentía un poco mal, decidí quedarme en casa.
No quería darle muchas explicaciones. Aunque su perspectiva sobre Osvaldo hubiera cambiado mucho, aún le seguía pareciendo un tipo molesto… y descubrió que aún le seguía incomodando que mirase su cuerpo sin ningún tipo de disimulo. 
—Bueno, espero que se mejore… ¿no le vendría bien abrigarse un poco?
Ella sabía que se refería a su prominente escote y al short ajustado que traía puesto.  
—Sí, sí… no es nada. Solo necesito un poco de reposo. Ah, por cierto Osvaldo. ¿Conoce algún buen plomero? —Le pareció buena idea llevar la charla hacia un tema que no tuviera que ver con su ropa, o con su cuerpo—. La canilla de la cocina está goteando mucho, me desespera. 
—Ah, habrá que cambiarle el cuerito. Si es solo eso, no hace falta que llame a un plomero, yo me puedo encargar.
—Mmm… —Silvana analizó rápidamente la situación. Era preferible tener a un conocido en casa (aunque fuera un poco molesto) antes que un completo desconocido—. ¿Usted puede hacerlo bien? Si es así, estoy dispuesta a pagarle por el arreglo.
—Sí, sí… quédese tranquila. Es algo muy sencillo. 
—Muy bien, cuando tenga tiempo pase por mi departamento. 
Salió rápido del edificio, para no estirar mucho el espectáculo que su culo le estaba dando al portero y caminó la cuadra que la separaba de la pastelería. Había llegado con la ilusión de quedarse charlando con Karina y Rocío… o quizás verlas en alguno de sus jueguitos sexuales. Eso sería interesante… mucho más interesante que quedarse en casa sin hacer nada.
Sin embargo, como si el universo le estuviera diciendo “hoy te vas a aburrir, querida”, se encontró con la pastelería llena de gente. Karina y Rocío hacían malabares para poder atender todos los clientes y era obvio de que no estaban en medio de un “jueguito picante”, debían trabajar. No había tiempo para divertirse con tonterías. 
Silvana las saludó con una sonrisa desde el fondo y le hizo señas a Rocío para pedirle un par de porciones de lemon pie. Rocío hizo un gran esfuerzo por prepararlas y envolverlas. Se las alcanzó diciendo “después me pagás”. Silvana entendió que ni siquiera tenía tiempo para usar la caja registradora y salió del local mientras algunos clientes protestaban porque ella había recibido un trato preferencial.
Esa misma tarde disfrutó de una de las porciones de lemon pie (que estaba excelente), junto con una generosa tasa de café. Entretanto se puso a hacer zapping en la televisión, una clara señal de que estaba llegando al límite de su aburrimiento. A ella ni siquiera le gusta mirar televisión. De casualidad terminó pasando por un partido de fútbol. Ferrocarril Oeste enfrentaba a Tristán Suárez. Y fue justo en ese preciso momento cuando la cámara enfocó a un tal Malik Diabaye… su vecino. A Silvana se le escapó una sonrisa. Se preguntó si las hinchas de Ferro que suspiraban por Malik sabrían que el señor tenía una verga bien generosa y dispuesta a satisfacer la curiosidad de cualquier mujer (bonita) que quisiera probarla. 
Ella lo había visto completamente desnudo. Era extrañamente divertido ver en televisión a una persona que habías visto sin ropa… y en actitud sexual. Si hasta tenía videos porno de Malik…
Y allí fue cuando recordó el material por el cual tuvo que pedir parte médico. No lo había vuelto a ver desde entonces. Revisó su teléfono. Había silenciado a Paulina por miedo a que ella le hiciera comentarios sobre lo que Silvana le había enviado justo antes de abandonar su oficina. 
Había nuevos mensajes, por suerte no hacían mucho hincapié en ese asunto. Paulina se había limitado a mandarle fotos suyas en ropa interior o directamente desnuda. Silvana sonrió de forma involuntaria al ver cómo Paulina se abría la concha frente a la cámara. Le encantaba tener una amiga que se abriera ante ella con tanta confianza. Pero lo que más llamó la atención de Silvana (y le hizo perder el interés por el partido de fútbol) fue una foto de Paulina con un dildo metido en el culo. La imágen tomaba en primer plano la concha de la chica y la mano que sostenía el dildo que, claramente, estaba bien hundido en su culo. A esta imagen la acompañaba un texto que decía: “Estoy practicando para que Malik me la meta por el culo”. 
Silvana se quedó boquiabierta mirando la pantalla de su celular. El dildo de Paulina estaba muy lejos de alcanzar las dimensiones de la verga de Malik. 
—Estás completamente loca, amiga… no te va a entrar nunca todo eso —le escribió. 
No recibió respuesta. Eso no importaba, Paulina debería estar ocupada con otra cosa. Aún así se quedó sorprendida mirando las varias fotos que recibió con el dildo metido en el culo de su amiga. 
Esto le trajo recuerdos tan vergonzosos como erotizantes. Silvana metió la mano dentro de su pequeño y ajustado short blanco y comenzó a masturbarse mientras recordaba sus primeros intentos con el dildo bien lleno de “lubricante anal”. 
Lo hizo en su cama, en la misma posición que algunas fotos de Paulina, acostada de lado y sosteniendo el pene plástico con una mano. Intentó hundirlo, así sin más, dentro de su culo, y fue imposible. Lo único que recibió a cambio fue un dolor agudo y un incómodo ardor. 
Silvana se encontró con que Paulina le había mandado un nuevo video: “Mirá, esta fue mi primera experiencia con el dildo”. Esto hizo que los filtros que hacían que Silvana se comportara “como una dama” se cayeran. Se bajó el short junto con la tanga y empezó a colarse los dedos mientras veía cómo ella y Paulina habían luchado de la misma manera por introducir la punta del dildo en sus culos.
—Vamos que ya entra… ya entra —susurró Silvana sin dejar de pajearse. 
Al mismo tiempo recordaba cómo en un segundo intento (un día después del primero) había conseguido introducir el glande de ese pene de plástico dentro de su culo. Sufrió mucho, apretó los dientes, chilló pero no se detuvo…
—Ya entra… —siguió diciendo.
Y cuando por fin la punta del dildo consiguió entrar en el culo de Paulina, soltó un pequeño grito de júbilo, el mismo que dio cuando ella logró meterlo. Y también la invadió el recuerdo del dolor… eso había dolido mucho; pero era un triunfo. Se había puesto un objetivo de pandemia y lo había cumplido. Paulina lo había logrado de la misma manera y seguramente a ella también le dolió.  
El timbre sonó y Silvana dio un salto, porque ese timbre especial (más estridente que el normal) le indicaba que había una persona al otro lado de la puerta. 
Casi se cae al piso en el intento de subir su tanga, su short y caminar, todo al mismo tiempo. De haber caído hubiera sufrido un feo accidente contra la mesa ratona de vidrio. Se reprochó a sí misma por este comportamiento tan idiota. Debía tener más cuidado.
—Ya va… ya va… —dijo terminando de acomodar su ropa.  
Con el corazón acelerado y la vergüenza de haber sido interrumpida en plena paja, Silvana abrió la puerta.
—Ah, Osvaldo… es usted. ¿Qué necesita?
—Vine por el arreglo que usted solicitó —el portero le mostró su caja de herramientas.
—¿Hoy? Ah… yo pensé que lo dejaríamos para otro día.
—Quise venir lo antes posible porque dijo que el goteo de la canilla la estaba desesperando.
—Sí, es cierto… —y era verdad. Cuando el departamento estaba en silencio, el goteo de la canilla sobre la superficie metálica del lavaplatos la volvía loca—. Está bien, pase… aunque… yo no compré el repuesto.
—No se preocupe por eso, siempre tengo cueritos de canilla en la caja de herramientas. Es la reparación más común en todo el edificio.
—Ah ya veo… muy bien, ahí tiene la canilla y dígame si necesita algo.
Osvaldo pasó junto a ella y se fijó cómo las grandes tetas de Silvana parecían a punto de saltar fuera del escote de la remera blanca sin mangas… y lo peor es que ella se había quitado el corpiño ni bien regresó de la pastelería. Sus pezones gritaban “miren, aquí estamos” desde abajo de la fina tela. Por culpa de la delgada capa de sudor que cubría su cuerpo, la remera se había pegado a sus tetas y eso hacía más evidente la transparencia de los pezones. 
—No debería abrir la puerta sin corpiño, Silvana —dijo Osvaldo, con absoluta calma—. Solo le daría más motivos a los otros inquilinos para quejarse de su forma de vestir.
—¿A usted le molesta?
—No, en absoluto. Solo lo digo para que usted se ahorre problemas, nada más. Es su casa, mientras esté dentro, usted se puede vestir como le dé la regalada gana. Además hace calor, en días como éste yo ni siquiera traería puesta la remera.
Si se hubiera tratado de una persona “normal”, Silvana hubiera tomado ese comentario como una doble intención: “No estaría mal verle un poquito más las tetas”; pero no notó ninguna segunda intención en Osvaldo. Él simplemente había hecho una observación. 
Silvana empezó a notar que este tipo de comentarios eran habituales y que no traían malas intenciones consigo. Aún le irritan un poco, (al igual que la forma en que la mira); pero en parte también los encuentra divertidos.
Sonrió mientras se acercaban al lavaplatos y dijo:
—No saldría así a la calle, Osvaldo. No se preocupe. Me gusta estar cómoda en mi casa, en especial cuando hace calor. 
—Me parece muy bien —comenzó a trabajar en la canilla—. No debe ser fácil usar ropa cómoda con atributos tan voluptuosos. Pero me imagino que usted ya es consciente de que en cualquier momento se le puede escapar una teta… no es que allí estén muy resguardadas —señaló el prominente escote.
Silvana soltó una risita. “¿Este tipo está loco?” Y no, no está loco… solo es raro y dice cosas que el común de la gente no diría. 
—Sí, lo sé muy bien. Si en mi casa se me escapa una teta, no me preocupo, es algo que ocurre con mucha frecuencia. Por eso mismo no usaría esta ropa en la calle.
—Pero al shortcito sí lo usó, y se le ve todo el culo…
—¿Le parece? ¿Se ve mucho? 
—Silvana admiró el ajustado short blanco y se sintió imponente, hermosa, deseable. Era cierto, la mitad de sus nalgas estaba a la vista. Era atrevido, casi desafiante. Como si quisiera decirle a su novio: “Mirá, vos querías que use pantalones ajustados… acá tenés”.
—La verdad es que me sorprendió verla salir con eso a la calle. Aunque las chicas en la playa andan con bikinis que muestran mucho más —se encogió de hombros, como si el tema le resultara poco interesante—. Ah, y disculpe que no haya venido antes. Me quedé mirando el partido de Ferro.
—Ah sí…. vi que Malik estaba jugando. Aunque no me quedé mirando ¿cómo salió?
—Ganó Ferro, Malik metió dos goles.
—Uy… eso significa que esta noche habrá festejos. Debería hablar con Malik, Osvaldo. A mí me critican por mi forma de vestirme; pero él hace mucho ruido durante la noche. Es un buen tipo, no quiero problemas con él… ni con nadie; pero a veces me cuesta dormir por culpa del ruido que hace.
—Muy bien, se lo diré en cuanto lo vea.  
En ese instante Silvana sintió un frío chorro de agua en toda la espalda y al darse vuelta el agua le mojó la remera de frente, justo en las tetas. Inútilmente se cubrió con las manos. 
—Ay, Osvaldo… la puta madre…
—Perdón, Silvana… perdón. Creí que usted ya había cerrado la llave de paso. 
—No, no… yo no toqué nada —Silvana se lanzó para cerrar la bendita llave de paso y así el agua dejó de saltar. Notó que Osvaldo la miraba con las mejillas enrojecidas. Ahora sus tetas eran perfectamente visibles bajo la tela mojada.
—Le pido mil disculpas, Silvana… 
—Está bien. No se preocupe, ya pasó… voy… em… voy a cambiarme. Usted termine de arreglar esto. 
Dejó al portero solo con la canilla y ella se metió en su cuarto. Una vez más la invadió esa extraña sensación de haber sido humillada frente a otra persona. Osvaldo le había visto todas las tetas y ella no podía dejar de pensar en el video de Paulina y en que, quizás, si encontrara la llave del cajón de la cómoda, ella también podría hacer lo mismo.
Se quitó la remera mojada y, en piloto automático, comenzó a buscar la pequeña llave por todos lados. Revolvió el cajoncito de la mesa de luz, el ropero, y se le ocurrió buscar debajo del colchón, entre los elásticos de la cama. Creía recordar que había puesto la llave ahí.
Estaba de rodillas mirando debajo de su cama cuando una voz dijo:
—Ya terminé con la canilla, quedó perfecta. No pierde más. Ah… Silvana, y si sale a la calle con ese short, le recomiendo que no se agache de esa manera. Se le marca mucho…
—Ay… Osvaldo, le dije que me estaba cambiando. —Silvana cubrió sus pechos con las manos, instintivamente. 
—La puerta del cuarto está abierta, creí que ya había terminado de vestirse. Además… ¿me va a decir que guarda su ropa debajo de la cama?
—Es que… estaba buscando la llave que abre el cajón de la cómoda. 
Señaló el mueble y sin querer dejó libre una de sus tetas. Volvió a cubrirla rápidamente y se sintió ridícula. Ya no tenía mucho sentido cubrirse. Ya había quedado expuesta ante Osvaldo y taparse de esa manera solo la hacía sentir más vulnerable. Ella no tenía por qué avergonzarse de sus tetas. 
—Ah, ya veo… pero no hace falta usar una llave. Esos cajoncitos tienen cerraduras de fantasía. Son muy fáciles de abrir —sacó un destornillador de su bolsillo y se agachó junto a la cómoda.
—No hace falta, Osvaldo, ya lo abriré yo… —dijo Silvana, con desesperación. Se acercó al hombre ya sin cubrirse los pechos.
—No se preocupe, Silvana. Es cuestión de un segundo, miré… —clic—. Ya está. Abrió. 
Silvana estuvo a punto de gritarle que no se le ocurriera abrir el cajón, pero su reacción fue demasiado lenta. Vio aparecer, como en cámara lenta, ese dildo de un tono beige claro, con sus veinticinco centímetros de pura presencia.
—Ah, ya veo por qué quería abrir el cajón. Le había quedado esto dentro.
—Deje eso ahí, Osvaldo. No es de su incumbencia —se apresuró a decir, con las mejillas enrojecidas. 
Por más que el tipo fuera autista, en este momento quería darle una patada en la cara por haberse metido con sus cosas sin pedir permiso. Pero… obviamente no lo hizo. No podía enojarse con él, que solo intentaba ayudarla. 
—No se preocupe, Silvana… —si escuchaba una vez más el “no se preocupe, Silvana” iba a estallar—. A mí no me importa qué haga usted con estos artículos. Tampoco diré nada a nadie. Entiendo que estas son cosas privadas. Pero… ¿qué es esto? 
Osvaldo sacó del cajón un objeto negro de forma extraña, con curvas, partes angostas y otras más anchas. Era más o menos del largo de una mano. Lo miraba como si se tratase de un objeto alienígena.
La mente de Silvana se llenó de recuerdos de pandemia. Probar el dildo en su culo había sido un gran error, porque eso la convenció de que, con esfuerzo y constancia lograría meterlo. El culo no parecía poner tanta resistencia como su concha. ¿Y por qué quería metérselo? Solo para tener algo que hacer… un objetivo… y para sentir algo que no fuera una simple paja. Al fin y al cabo, para eso había comprado el dildo. 
El problema era que había gastado todo el lubricante anal en los primeros intentos, ya no le quedaba más. El pote era demasiado chico. Revisando el sex shop online descubrió que venían potes mucho más grandes. Mordiéndose los labios frente a la pantalla se preguntó si sería buena idea volver a comprar ese producto. Y no, no lo era. Era una pésima idea, sabiendo que del otro lado había una persona que sabía quién era ella, dónde vivía y dónde trabajaba. Una persona con la que había tenido charlas de negocios. 
A pesar de esto lo compró igual. 
Simplemente no pudo resistirse a la tentación. No sabía de otro sex shop que le mandara a su casa los artículos tan rápido. Hizo clic en la pantalla y adquirió el producto sin debatirse más.
Al día siguiente le llegó una nueva caja, con una presentación tan discreta como la anterior. La abrió y descubrió el horror. Junto con el pote de “Lubricante Anal” en letras grandes, había otro exactamente igual. Y a esto se le sumaba ese extraño objeto en forma de rama futurista, con nudos y curvas y dobleces. “Yo no pedí nada de esto”, fue el primer pensamiento de Silvana. Pero junto a los objetos había un papelito blanco. Lo sacó y lo leyó:
“Te mando un regalito, Silvi. Cortesía de la casa. Espero que lo disfrutes. Kisses”.
Lo firmaba la mismísima Vanina Marchetti.
Silvana pensó que quizás lo mejor era saltar por el balcón, para ahorrarse la humillación. Pero eso hubiera sido una reacción sumamente exagerada. Aún así, su gran pesadilla se había vuelto realidad. Vanina sabía (ya sin ningún lugar a dudas) que ella, Silvana DaCosta… la correctisima Silvana DaCosta, había comprado un dildo de veinticinco centímetros para metérselo por el culo.
—Noooo… la puta madre. Me quiero matar —se lamentó Silvana, mientras se dejaba caer en el sillón. Se cubrió la cara con las manos—. No puedo tener tanta mala suerte, la concha de su madre. ¿Quién me manda a ser tan pajera?
Si hasta podía imaginar cómo iniciaría la próxima reunión de negocios, con Vanina preguntando.
—¿Y, qué tal, Silvana? ¿Pudiste meterte el dildo por el culo? ¿Lograste meterlo todo? ¿Hasta el fondo? Igual… no sé para qué pregunto. Ya me imagino la respuesta… ya debés ser una experta en meterte dildos por el culo.  
—Silvana, la concha de tu madre —se insultó a sí misma. 
Y una voz la arrancó de sus recuerdos, era Osvaldo, devolviéndola a un presente tan incómodo como aquellos días de cuarentena.
—¿Usted se mete esto por el culo, Silvana? Creo que sirve para eso.
—Está haciendo demasiadas preguntas, Osvaldo. Y muy inapropiadas. Deme eso… no le incumbe saber si yo me metí esto por el culo o no. 
—Está bien, tiene razón. No fue mi intención incomodarla, es que… me sorprendió que usted tenga esta clase de juguetes. No el dildo, ese no me sorprende tanto, muchas mujeres tienen uno. Solo se me hizo raro que a usted le guste eso de meterse cosas por el culo.
—Ay, basta Osvaldo. Deje de decir esas cosas… —lo miró con bronca y con los brazos en jarra. El hombre dejó el juguete dentro del cajón, y se puso de pie con la cabeza gacha, como un cachorro que acaba de ser regañado. Sus ojos se clavaron en las tetas de Silvana—. Si ya terminó con el arreglo, dejeme pagarle. Tengo cosas que hacer. 
—Sí, ya me imagino qué cosas tiene para hacer.
Silvana apretó los dientes. Osvaldo no tenía malas intenciones, eso lo sabía… lo sabía tan bien que le dolía tener que aguantarse las ganas de mandarlo a la mismísima mierda.
—Lo que tenga que hacer no le incumbe. Ni lo que me meto por el culo.
“Ay, Silvana… callada te defendés mejor”, dijo una vocecita en su cabeza.
Sin siquiera cubrirse las tetas, buscó en su billetera unos billetes y le dio una generosa paga a Osvaldo, por los servicios prestados.
—Espero que no hable con nadie de lo que ocurrió hoy acá.
—No se preocupe, Silvana —dioss… otra vez esa frase automática y condescendiente—. No le contaré nada a nadie. Si a usted le gusta meterse cosas por el culo, es asunto suyo.
Silvana estaba a punto de llorar de la rabia. Quería que ese hombre dejara de hacer comentarios tan humillantes… pero no era su culpa. No entiende los códigos de la conversación como cualquier persona y debía mantener eso siempre presente. 
—Hasta luego, Osvaldo… y recuerde que yo nunca admití que me haya metido eso por el culo. ¿Está claro? Que tenga el juguete no significa que lo haya usado. Es más, fue un regalo. Yo ni siquiera lo pedí.
—Ah, ya veo… bueno, tendrá que decirle a su novio que consulte con usted antes de hacerle regalos.
—No, no… ni se le ocurra mencionarle esto a Renzo. Él no sabe nada de ese… juguetito. Él no fue quien me lo regaló.
—Ah… —esto pareció confundir a la frágil mente de Osvaldo. Silvana pensó que su forma simple de entender el mundo no podía encontrar otra explicación. Si no fue su novio ¿entonces quién pudo haber sido?—. De todas maneras… el pote de lubricante está por la mitad… y leí que decía: “Lubricante anal”. Así que… es obvio que se lo metió por el culo, Silvana.
El mundo de Silvana pareció congelarse en ese instante de humillación extrema. Osvaldo podrá ser autista; pero no es ningún tonto. Y se fija mucho en los detalles. Demasiado. 
No hay que ser Sherlock Holmes para deducir que si ella tenía un juguete que servía exclusivamente para metérselo en el culo, y además un pote usado de lubricante anal, era porque… efectivamente… se lo había metido bien por el orto.
El culo de Silvana se frunció al recordar la sensación que le produjo usar ese juguete por primera vez. Lo hizo en su cama, toda desnuda, con mucho lubricante anal y dijo: “Ya está, ya lo tengo… si me lo mandaron, lo voy a usar. El daño ya está hecho. No gano nada con no usarlo”. Consideró que ese juguetito haría más fácil la tarea de preparar su culo para el inmenso consolador de veinticinco centímetros. 
La primera parte entró fácil, fue como meter una falange de su propio dedo. Luego costó más, había partes anchas que requerían que ella empujara con fuerza y su culo sentía la intrusión. La primera parte ancha entró, la segunda costó un poco más y con la tercera se pasó unos buenos minutos luchando. Tuvo que sacar el juguete dos o tres veces para lubricarlo otra vez… y al final, con perseverancia y mucha presión… zaz! La tercera parte ancha logró entrar. 
Presionó la base del juguetito anal sin saber que eso activaría la función de vibración. Silvana soltó un grito por la sorpresa y luego comenzó a reírse como una tarada. Nunca se imaginó que tendría metido en su culo un vibrador. 
Al principio las risas fueron por lo ridícula que se sintió y porque el juguetito vibraba tan rápido que le hacía cosquillas. Apretó el botón, intentando apagarlo, y descubrió que esto cambiaba la función de vibración por otra que era más lenta… pero potente. Esta le produjo sensaciones mucho más interesantes.
—Epa… —dijo mientras se frotaba la concha—. No está nada mal.
Silvana se pasó un largo rato metiéndose los dedos y probando los distintos programas del vibrador. Algunos más rápidos, otros más lentos. Suaves y potentes. Había muchos y parecían haber sido diseñados específicamente para generar placer. Mucho placer.
—Dios… qué bueno está esto… —dijo mientras se ponía en cuatro y se frotaba el clítoris. 
Esa noche Silvana tuvo algunos de los orgasmos más divertidos de su vida y, por fin, luego de tantos días de monotonía, estaba sintiendo algo diferente. 
—Y se nota que le gustó usarlo —dijo Osvaldo, volviendo a traerla al presente de golpe, sin previo aviso—. Por lo grande que es el pote de lubricante, se nota que lo usó muchas veces. 
Estaba viviendo en carne y hueso la pesadilla que tanto temió cuando recibió ese juguete anal. Que alguien descubriera su humillante secreto: sí, se lo había metido por el culo… y en varias ocasiones. De hecho, se pasó gran parte de la pandemia con ese bendito juguete metido en el culo. Lo usó tanto que gastó por completo el primer pote de lubricante anal (el grande), y la mitad del segundo.
—Sí, Osvaldo —dijo con una mezcla de bronca, orgullo y resignación—. Me lo meto por el culo… y puede que esta noche también lo haga. Por eso estaba buscando la llave. Tengo ganas de metérmelo por el culo otra vez. 
—No me imagino cómo eso pueda ser una práctica agradable —dijo Osvaldo, rascando su prominente calva—. Pero bueno, es su culo. Sus motivos tendrá. 
—Y esos motivos no le incumben —ya no le importaba que el tipo le mirara las tetas, tenía otros motivos para estar más preocupada—. Y además…
—Por eso demoró en atenderme —dijo Osvaldo, ignorándola por completo—. Se estaba masturbando. Ahora entiendo… y eso se explica con sus pezones —uno de los pezones de Silvana fue atenazado por dos de los dedos del portero.
—¡Auch! Osvaldo, ¿qué hace?
—Los tiene muy duros —dijo, como si no la hubiera escuchado—. A las mujeres se le ponen duro los pezones cuando tienen relaciones sexuales… o cuando se masturban —lo dijo con un tono tan neutro que parecieron frases leídas de la misma Wikipedia.
Lo peor para Silvana no era soportar que ese tipo le apretara los pezones y le hiciera doler… no, no, eso estaba lejos de ser lo peor. Lo más humillante era que su concha había reaccionado de forma directa ante este estímulo. Pudo sentir cómo se le mojaba y se le ponía caliente de golpe, como si hubieran activado el interruptor junto al cartel “Presione para que la concha de Silvana abra sus compuertas e inicie la lubricación natural”.
Funcionó tan bien que tuvo que reprimir un gemido que le subió hasta la garganta cuando Osvaldo volvió a atenazar el pezón con sus robustos dedos.
—Ay… basta, Osvaldo. Por favor, váyase. Necesito estar sola. 
El tipo la soltó de inmediato, como si se hubiera quemado los dedos con la temperatura de los pezones de Silvana.
—Muy bien, lo siento mucho. No era mi intención irritarla. Qué tenga un buen día. Hasta luego.    
Cuando Osvaldo se marchó (por fin), metió los juguetes sexuales dentro del cajón, esperando olvidarse de ellos. Había sido un error buscar la llave. Era mejor tener esos instrumentos de la lujuria fuera de su alcance. 
Pudo mantener su mente ocupada hasta la hora de ir a descansar. Más que nada gracias a que la humillación sufrida con Osvaldo había sido lo suficientemente grande como para que ella ya no tuviera ganas de pajearse.
Se acostó completamente desnuda, la noche estaba especial para dormir sin ropa. Cerró los ojos esperando conciliar el sueño… y ocurrió eso que tanto temía.
El traqueteo comenzó lento y de a poco fue acelerando, luego gemidos femeninos empezaron a hacerle coro a este ritmo tan sexual. 
Silvana hubiera preferido estar en un restaurante, con su novio; pero tuvo que conformarse con quedarse escuchando cómo Malik le metía toda la pija a una de sus putas, seguramente para celebrar el triunfo de Ferro, mientras ella se hacía la paja, sola en su dormitorio, mirando de reojo el último cajón de la cómoda. 


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