You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

Mi Vecino Superdotado [06].

Series de Relatos Publicados (Click en el link) 



Mi Vecino Superdotado [06].


Capítulo 06.

Las Fotos de Paulina.


Silvana estaba lista para una nueva jornada de rutina laboral. Entró al ascensor y a mitad de camino se encontró con Paulina. La chica estaba muy bonita, con el pelo suelto, maquillaje en la cara y un vestido de fiesta sencillo.
—Hola Paulina, qué raro verte tan temprano por acá. ¿Recién te levantás?
—No, no… —la chica soltó una risita—. Todavía no me acuesto. Anoche estuve de fiesta con mi amiga. Y se nos unió Malik, fue increíble.
—¿Malik? Qué raro, anoche no escuché nada.
—Es que no vinimos a casa, fuimos a un hotel.
—¿Tu amiga también? —Preguntó Silvana, con los ojos muy abiertos.
—Sí, ella también vino. Por eso fue todo tan increíble, la pasamos genial.
—Oh… me alegro por ustedes. Está bueno divertirse de vez en cuando. 
—¿Y vos? ¿Te estuviste divirtiendo últimamente? Con el vecino que tenés, deberías pasarla muy bien.
—Ya te dije que a mí Malik no me atrae… hasta me da un poco de miedo su… tamaño. 
—Sí, sí… ya sé. Es solo que…
—Y hablando de todo esto, nunca más me escribiste. Me habías prometido contarme los nuevos chismes… hasta dijiste que me mandarías fotos. Y no recibí nada de nada.
—Ay… ¿de verdad las querés? No te pasé nada porque creí que te iba a incomodar. Te hablé de las fotos en un momento de calentura y pensé que me habías dicho que sí para no hacerme quedar mal. No pensé que tuvieras genuino interés en verlas.
—Después de la charla que tuvimos, sí que me quedó interés por verlas. Además, creí que algún día nos íbamos a reunir para hacer algo juntas. Charlar, salir a tomar algo… lo que sea, siempre que no involucre “divertirse con Malik”, si sabés a lo que me refiero.
Paulina sonrió.
—Qué bueno que tengas interés real, porque me quedé un poquito mal por eso. Sentí que me había comportado como una pajera con vos. 
—Solo un poquito; pero eso ayudó a romper el hielo.
—Sí, sí que rompimos el hielo —las dos mujeres se rieron—. Muy bien, te prometo que hoy mismo te actualizo algunos chismes y te mando fotos. 
—Muy bien, mandalas cuando quieras, voy a mirarlas atentamente cuando vuelva del trabajo.
—Genial, y… solo para estar segura. ¿Puedo mandarte fotos de lo que sea? 
—Mandá lo que quieras. Depende de vos. Yo no te voy a exigir nada, tampoco me voy a escandalizar por nada —a Silvana le tembló un poco el labio al decir esto. No sabía si se estaba metiendo en un lío o no. En realidad no le interesaba ver las fotos porno de Paulina, solo quería tener una buena amiga con la que pudiera hablar de temas tan íntimos como el sexo—. Al contrario, me voy a poner contenta al saber que confiás en mí.
—Ay, genial. Muchas gracias, Silvana. Me va a hacer re bien compartir esto con alguien más —Paulina le dio un beso en la mejilla. Luego se despidieron cuando el ascensor se abrió.

—----------

El teléfono de Silvana estuvo mostrando notificaciones durante las primeras horas de la mañana. Ella las ignoró porque debía concentrarse en su trabajo. Los mensajes de Paulina podían esperar hasta el final de la jornada. Sin embargo, a eso de las diez de la mañana Silvana se encontró con una de esas “horas muertas” que tanto detestaba. 
Ella es muy eficiente en su trabajo y la jornada de ocho horas diarias por lo general le alcanza y sobra para realizar todas sus tareas. A veces la carga laboral no es muy alta y termina con más tiempo libre del que le gustaría tener durante su estadía en la oficina. Allí nunca encuentra nada divertido con qué matar los minutos, ni siquiera puede quedarse charlando con algún compañero cerca de la cocina mientras se toma un café, porque eso pone en alerta a sus superiores que no tardan en preguntar por qué está perdiendo el tiempo. Y avisar a alguien que ya no tiene trabajo para hacer es aún peor, porque empiezan a cargarla con el trabajo de los demás. 
Luego de pasar cinco largos minutos de puro aburrimiento, recordó los mensajes de Paulina. Decidió mirarlos, solo porque no tenía otra cosa para hacer. Sabía que encontraría contenido inapropiado para el trabajo; pero eso no la preocupó mucho. Estaba sola, en su oficina personal, un espacio pequeño pero acogedor. Allí podía hacer prácticamente lo que quisiera, siempre y cuando no entrara nadie. 
Las primeras imágenes la dejaron impresionada y algo confundida. Le había dicho a Paulina que podía enviarle lo que fuera, y temió que la chica hubiera malinterpretado ese mensaje. Silvana se refería a fotos que estuvieran relacionadas con el chisme de Norma y Malik, o incluso algunas fotos de la fiesta en la que estuvo la noche anterior. No imaginó que ese “lo que sea” también incluiría fotos muy eróticas de la propia Paulina. No eran fotos de ella con Malik, ni siquiera servían para representar las sesiones de fisting que tuvo con su amiga. Eran las típicas imágenes que una chica podría mandarle al tipo que le gusta, para mantenerlo caliente.
Paulina tiene un cuerpo privilegiado, más joven y más firme. Eso despertó un poco de envidia en Silvana, ella debe esforzarse mucho para mantener sus nalgas firmes, sin embargo Paulina puede pasar largo tiempo sin salir a correr, y su culo ni siquiera nota la diferencia. Se mantiene redondo, macizo, perfectamente formado, y en varias fotos le mostró lo bien que le quedan las tangas diminutas y cómo estas le marcan la concha. Se lo mostró de espalda y de frente. Vio varias fotos de Paulina mostrando su simpática sonrisa a la cámara y sus tetas completamente visibles. También se pudo “deleitar” con varias fotos de la concha de esta chica, algunas en primer plano, fotografiadas de frente; otras habían sido tomadas con el culo apuntando a un espejo y un hábil uso de la cámara del celular. La concha de Paulina le pareció espectacular, aquella noche que estuvo en su cama no había notado lo linda que era. 
Silvana no entendió por qué estas imágenes hicieron que su cuerpo comenzara a acalorarse. Sí, puede comprender que una mujer atractiva posea mucha sensualidad y que esto puede activar ciertas áreas de su cerebro. Lo que no le queda del todo claro es por qué se está mojando tanto al ver un video de Paulina masturbándose. Terminó por atribuir este inesperado efecto a dos factores: el primero era que estaba mirando porno en un lugar indebido, como su oficina. Eso puso en alerta su tenue sentido del morbo. “Ok, sí… puede ser divertido mirar estas imágenes en la oficina. Entiendo el morbo que causa el riesgo”. 
El segundo motivo era un poco más complicado para su mente heterosexual: Paulina parecía estar dedicándole la paja a ella. Como si dijera: “Mirá, Silvana, así me toco por vos”. Y sí, sabía que en realidad no se estaba tocando por ella. Ese video debió ser grabado muchos días atrás, con una finalidad totalmente distinta. Sin embargo su mente podía jugar con la idea de que esa chica le estuviera dedicando una paja. Y, para su sorpresa, encontró esta posibilidad más excitante de lo que había imaginado. “Soy un poquito egocéntrica, lo admito. Si alguien me dedica una paja, eso me alimenta el ego”. Y aunque no fuera cierto, estaba bueno pensar que sí podría serlo. Seguramente si Renzo, su novio, se masturbaba mirando porno en internet lo haría pensando que esas mujeres se tocaban por él. Una típica fantasía. Por eso no tiene nada de malo que ella haga lo mismo al mirar las fotos y los videos de Paulina. 
Tampoco le preocupó que a las poses eróticas también se sumara la amiga de Paulina, esa con la que había practicado fisting. Silvana no podía recordar su nombre, en ese momento le daba igual cómo se llamara esa chica, solo le bastaba con saber que tenía unas tetas pequeñas con unos pezones bien hinchados y rosados, una cintura como de avispa y unas piernas de jugadora de hockey, o volley. Sin duda esa chica practicaba algún deporte. De cara era sencilla, pero bonita, con rasgos más “comunes” que los de Paulina, si es que se le puede decir así. Pero bastaba verla de espalda a la cámara, abriéndose las nalgas, para reconocer que la pendeja estaba bien buena. 
Sin darse cuenta Silvana había comenzado a acariciar su entrepierna por encima del ajustado pantalón de jean que había decidido usar el día de hoy. Y a medida que las imágenes se fueron volviendo más interesantes, esos toqueteos aumentaron su intensidad. Pudo ver como Paulina y su amiga se besaban, completamente desnudas y cómo se tocaban en distintas poses. Hasta que llegó el momento del primer video. Allí la propia Paulina se zambullía entre las piernas de su amiga y se deleitaba chupando una concha bien cargada de jugos sexuales.
“Uy, se animó… no lo puedo creer”, pensó Silvana mientras se desprendía el pantalón. Por alguna razón que no alcanzaba a comprender del todo, ese video la puso a mil y la llevó a meter la mano dentro del pantalón. No tardó mucho en encontrar su propia vagina y notar que la humedad ya se había hecho presente. 
Hasta ese momento nunca había cometido la locura de pajearse en el trabajo, y tampoco la de mirar porno. Pero lo estaba haciendo, sin siquiera pensarlo. Esta paja se volvió más intensa, con más penetración de dedos, cuando vio a Paulina y a su amiga chupando una enorme verga negra, que solo podía ser la de Malik. A las dos chicas les parecía muy divertido luchar por tragar, y solo conseguían meterse el glande dentro de la boca, el resto quedaba afuera. Hubo un par de ocasiones en las que Paulina consiguió tragar un poco más, Silvana atribuyó esto a que ya tenía más experiencia con esa pija. No le pareció raro que las dos hubieran cedido a los encantos de Malik, porque cuando le contó lo del fisting ya imaginó que era cuestión de tiempo hasta que su amiga también quisiera probar esa enorme verga.
Silvana estaba muy bien instalada, con el celular en el soporte que usaba especialmente en su trabajo y una mano en una teta y la otra en la concha. Casi como si lo hubiera planeado para esta acción específica.
De pronto la puerta de la oficina se abrió y a Silvana por poco le da un infarto. Todo su mundo se paralizó en cuanto vio entrar a José Nahuelpán, su jefe. 
En un fallido acto reflejo Silvana intentó sacar la mano de su pantalón; pero estaba demasiado apretada. Sí consiguió alejar la que tenía sobre su pecho, aunque dejó el escote de su camisa demasiado abierto. Para poder tocarse con mayor libertad había desabrochado los primeros botones y no necesitó mirar hacia abajo para saber que una parte de su corpiño de encaje blanco había quedado a la vista. De hecho, estaba segura (por el último vistazo que llegó a dar) que la camisa había quedado abierta hasta el límite de sus pezones. Éstos podrían verse si la camisa bajaba un poco más ya que el corpiño era prácticamente transparente. Estaba jugando al límite. 
Su jefe sonrió al verle, como hacía con todos sus empleados… aunque esa sonrisa se borró en cuanto notó que había algo raro en Silvana. No era solo el imponente escote, ya que no era la primera vez que esta chica llegaba a trabajar luciendo sus grandes tetas. No sabía qué pasaba exactamente; pero había algo más que no cuadraba.
Por suerte para Silvana, el escritorio la protegía. Su jefe no podía ver lo que ocurría desde las tetas hacia abajo. 
—Hola, Silvana… ¿Estás bien?
—Hola José… sí, estoy bien. ¿Por qué lo preguntás? 
Ella habló con una forzada sonrisa en los labios mientras intentaba quitar su mano prisionera dentro del pantalón. Lo peor de todo era que dos de sus dedos aún estaban bien metidos dentro de su concha. Literalmente le estaba hablando a su jefe mientras se colaba los dedos. Pero sabía que cualquier movimiento brusco la delataría, lo mejor era mantener la calma y rogar que José Nahuelpán no descubriera lo que ella estaba haciendo. 
—Estás algo transpirada… y te noto agitada como si —como si se hubiera estado haciendo una paja, pensó la propia Silvana—, como si hubiera salido a correr.
—Será porque subí la escalera más rápido de la cuenta después de buscar una carpeta en el piso de abajo. A veces puedo sobreestimar mi propio estado físico.
—Sí, esas escaleras son un infierno —dijo mientras tomaba asiento frente a ella. La sonrisa de José era radiante, encantadora, seductora. Una sonrisa que parecía haber sido ensayada mil veces frente al espejo. 
A Silvana le molestaba que muchas de sus compañeras de trabajo estuvieran idiotizadas por este tipo. Sí, podía entender que tenía buen cuerpo, bien ejercitado, espalda ancha, brazos firmes, pecho siempre inflado, como un gallo de pelea y pelo negro, peinado con estudiada desprolijidad, para parecer menos formal. El tipo tenía cincuenta años y de no ser por las tenues canas a los lados de su cabeza, hubiera parecido de treinta y cinco. Tenía cierto atractivo; pero Silvana no quería ser una de esas babosas que suspiraban por él. Sentía que rebajarse a eso la hacía formar parte de un rebaño de pelotudas. Es su jefe y siempre lo vio como tal. 
El tipo comenzó a hacerle preguntas sobre la tarea que Silvana había estado realizando momentos antes de la paja. Ella las respondió haciendo un enorme esfuerzo por no jadear, con los dedos que se estaban llenando de flujos vaginales y ese maldito pulgar que no dejaba de moverse sobre su clítoris. “Quieta, Silvana… quieta”, se decía a sí misma una y otra vez. La culpa de este comportamiento tan inapropiado como peligroso la tenía ese maldito celular. La pantalla había quedado encendida y estaba pasando en loop un video en el que Malik se cogía a esas dos putas. Las dos posaban en cuatro patas frente a él, en lo que parecía ser un gran sillón, y recibían toda la pija dentro de sus conchas. Primero una, luego la otra. Silvana no podía creer que semejante pedazo de carne les entrara tan al fondo. Era impresionante. 
Mientras su jefe seguía con la verborrea laboral, Silvana se limitaba a asentir con la cabeza, intentando controlar el ritmo de su respiración. Era obvio que el tipo se estaba fijando en su escote; pero esto era algo positivo. “Eso, así. Mirame las tetas, mirame las tetas…”, se decía Silvana mentalmente. La ponía incómoda saber que estaba mostrando tanto; pero mientras su jefe estuviera hipnotizado mirándole los pechos, no notaría lo que Silvana estaba haciendo debajo del escritorio. 
Para mantener los ojos de su jefe fijos en las tetas, Silvana inflaba el pecho como una vedette en un escenario, sabiendo que con esto provocaba un efecto imposible de ignorar. Sus pezones quedaban dibujados en la fina tela de la camisa blanca. 
—Muy bien, Silvana… mándeme por mail el informe que le pedí y no le hago perder más tiempo —José se puso de pie, dio un último vistazo a esos pechos que asomaban de forma escandalosa, y luego sonrió—. Se nota que subir la escalera te dejó acalorada, estás transpirando. En fin, hablamos más tarde. 
En cuanto se quedó sola Silvana miró hacia sus tetas, estaban cubiertas por pequeñas perlitas de sudor, realmente preciosa. Sintió orgullo de sus tetas, aunque le molestaba que hubieran sido un espectáculo para su jefe.
Quiso pausar el video de su celular y sin querer deslizó el dedo por la pantalla y eso provocó que comenzara a reproducirse el siguiente video que le había mandado Paulina. Eso fue un gran error. 
Las nuevas imágenes le mostraban a la amiga de Paulina acostada boca arriba, con las piernas bien abiertas, recibiendo toda la pija de Malik en su concha, y lo que le resultó fascinante a Silvana fue que la misma Paulina le estaba lamiendo el clítoris. Eso la llevó a preguntarse qué se sentiría que alguien te chupe el clítoris mientras te meten una verga. Debía ser una sensación realmente potente. Había disfrutado de esas cosas por separado; pero nunca a la vez. 
Sus dedos siguieron moviéndose dentro del pantalón, como si ella fuera una autómata programada para masturbarse mientras miraba una pantalla. Simplemente no estaba pensando.
Paulina, además de chupar la vagina de su amiga, también le daba lamidas a la pija de Malik, y cuando ésta salia de la concha, aprovechaba para darle unas buenas chupadas. Fue justamente en una de estas ocasionales chupadas cuando Silvana se llevó otra gran sorpresa. Vio como un potente chorro de líquido blanco salió despedido de la verga y fue a dar justo dentro de la boca de Paulina. Ella recibió todo el regalo con alegría. Por supuesto, no fue capaz de retener esos potentes chorros de leche dentro de su boca, por lo que gran cantidad saltó sobre la vagina de su amiga, la cual Paulina luego comenzó a limpiar con la lengua.
Silvana no hubiera podido explicar por qué esta imagen la excitó tanto. Ella ni siquiera disfruta del semen de esa manera y además le dan miedo las vergas tan grandes. Sin embargo, había algo en la actitud de Paulina que le resultaba sumamente agradable. No podía creer que una de sus vecinas del edificio se hubiera sometido a este tratamiento de semen. Silvana pensaba que estas cosas sólo ocurrían en películas pornográficas, y de hecho, toda la secuencia que estaba viendo parecía sacada de una; pero… no había ninguna productora detrás de todo esto. Solo tres personas con muchas ganas de coger. 
Impulsada por una calentura que pocas veces había experimentado, Silvana cometió otra locura. En lugar de quitar su mano de allí, se bajó el pantalón junto con la tanga… hasta los tobillos. Abrió las piernas, apoyó la espalda en el respaldo de la silla y comenzó a dedearse la concha con mayor intensidad. En la pantalla de su celular se repetían una y otra vez todos los videos que le había mandado Paulina, incluso aquel donde le chupaba la concha a su amiga, sin la presencia de Malik. De ahí llegaba hasta el final con semen que acababa de ver. Estaba descontrolada. Simplemente no podía dejar de tocarse, a pesar de que sabía claramente que ésto era un riesgo. También se manoseó las tetas y dejó que la izquierda asomara un poco más, hasta liberar el pezón de la opresión del corpiño. La otra quedó ahí, al límite. 
Disfrutó de unos buenos minutos de paja ininterrumpida e intensa. Podía sentir cómo la temperatura del ambiente aumentaba y su concha se humedecía cada vez más, tanto que ya estaba pensando que luego debería limpiar la cuerina de la silla, porque quedaría toda mojada. “Soy un asco”, se dijo a sí misma, entre risas. Toda esta peligrosa situación le resultaba demasiado divertida. Se estaba pajeando en el trabajo sin ningún tipo de disimulo, la concha al aire, las piernas bien abiertas y los dedos entrando y saliendo de su sexo a toda velocidad. También su clítoris recibía mucho castigo. 
La excesiva confianza de Silvana se debía a la (absurda) seguridad de que ya nadie la interrumpiría. Por un rato tenía la oficina para ella sola, un pequeño refugio personal en el ambiente laboral. 
Y era maravilloso, su pecho subía y bajaba al ritmo de la agitada respiración, inflando sus tetas al máximo. El sudor recorría su frente, rodaba por su mejilla, su cuello e iba a morir justo por el canal que se formaba entre los pechos. Su concha estaba sufriendo fuertes espasmos, sus dedos se movían aún más rápido, forzando a su sexo a llegar a ese momento de clímax tan dulce. Y lo estaba consiguiendo, cada vez estaba más cerca, su concha ya estaba expulsando gotitas transparentes, anunciando lo que sería un orgasmo increíble.
Justo en ese momento la puerta de la oficina volvió a abrirse. A Silvana se le subieron los ovarios a la garganta, creyó que los iba a escupir por el tremendo susto que se había llevado. También creyó que esta vez no tendría escapatoria. Había sido sorprendida en plena paja y ya no tenía salvación. 
José Nahuelpán había vuelto y esta vez venía acompañado por Rogelio DiLorenzo, el jefe del departamento contable. Un contador gris, con sonrisa bonachona, mejillas sonrosadas y pelo gris corto y muy prolijo, la miraba por detrás de sus anteojos, los cuales parecían estar empañándose. 
—Como le decía, Rogelio, las ganancias del próximo semestre dependen de…
La sonrisa de ambos hombres se borró en cuanto cayeron en la cuenta de que Silvana, además de estar transpirada, tenía una teta prácticamente fuera de su corpiño, y la otra parecía que la acompañaría en cualquier momento. Tenía las mejillas muy rojas y una expresión de dolor en la cara.
—¿Se encuentra bien, señorita DaCosta? —Preguntó el contador—. Parece… ejem… enferma. —Mientras se acomodaba los anteojos aprovechó para echar un buen vistazo a esa teta que asomaba.
—Está muy transpirada, Silvana —dijo José Nahuelpán—. Y no creo que esto se deba a las escaleras. ¿Le pasa algo?
La mente de Silvana trabajó rápido. Esos hombres no podían ver lo que ocurría debajo del escritorio, no sabían que ella tenía la concha al aire ni que se estaba dedeando, tampoco sospechaban lo increíblemente cerca que estaba del orgasmo. Si era astuta, podía zafar de esta incómoda situación.
—Perdón, José… antes no dije nada porque no quería que me mandaran a casa, a hacer reposo; pero… me siento muy mal. Creo que tengo fiebre y… uff… —sus dedos se movieron un milímetro dentro de su concha y esto fue suficiente para llevarla un paso más cerca del explosivo orgasmo, podía sentir cómo los jugos vaginales llenaban sus dedos—. Me duelen mucho los ovarios… no sé qué será. 
—¿Quiere que llamemos a un doctor, Silvana? —Preguntó Rogelio DiLorenzo mientras daba un paso con la clara intención de rodear el escritorio.
—¡No se acerquen! —Exclamó Silvana. Los dos tipos se quedaron paralizados, mirándola fijamente—. Miren si tengo algo contagioso. Hasta… podría ser covid. Igual estoy vacunada, así que solo necesitaría hacer un poco de… ah… mmf… ahh… de reposo —esos gemidos eran claramente sexuales; sin embargo, si los tipos realmente creían que estaba enferma los interpretarían como quejidos de dolor.  
—Entonces, definitivamente tiene que ir a su casa a descansar —dijo José—. Creo que se encuentra peor de lo que usted cree, así que no descarte la visita al médico.
— ¿Peor? —Preguntó Silvana. Luego cayó en la cuenta de que José se refería a esa teta que estaba saliendo de su corpiño. “La pobrecita está tan mal que ni se da cuenta de que se le ven las tetas”—. Puede ser… estoy algo, mareada.. ahh..
Acarició el sudor de su cuello y bajó por la teta que tenía libre mientras cerraba los ojos. Esto le dio el aspecto de una persona que está sufriendo de un ataque de fiebre tan alta que ni es consciente de lo que está ocurriendo. 
—Ay… uf… cómo me duele —tuvo que decir eso porque sus malditos dedos no dejaban de moverse en su concha… y era porque su concha pedía más y más… la maldita viciosa—. Sí, prometo que iré al médico, porque esto… uf… no es… ah… —un chorro de jugo sexual salió despedido y ella no tuvo más remedio que abrir su concha con dos dedos y dejarlo salir. Esta descarga de placer la hizo sufrir un fuerte espasmo—. Auch… ahuuu…. mmmm… esto no es normal. Dios… ah… 
Infló su pecho para que la visión de los tipos se concentrara en sus tetas, volvió a acariciar la que tenía libre y pudo notar cómo sus jefes acompañaban el movimiento con la mirada. Otro chorro salió despedido de su concha y fue a impactar contra el escritorio, sabía que estaba haciendo un enchastre, por eso metió sus pies bien abajo de la silla, para evitar que su ropa se mojara. Esta pose la obligó a abrir más las piernas, su concha estaba escupiendo, toda abierta, de forma obscena. Pegó más su respaldo contra el respaldo e infló su pecho, esto provocó que uno de los botones de su camisa cediera, el pobre ya no daba más de aguantar tanta presión. Los tipos retrocedieron, asustados, como si estuvieran presenciando una posesión demoníaca.
Sus tetas rebotaron, la que estaba más a la vista quedó totalmente libre, al completo, y la otra les mostró lo transparente que era la tela del corpiño, trasluciendo el pezón debajo de ella. Parecía que en cualquier momento los ojos de esos dos tipos saltaría fuera de sus cuencas. Silvana gemía, se sacudía y acababa, movió su mano de forma tan disimulada como pudo. La que no fue capaz de disimular ni un poquito fue su maldita concha, que siguió escupiendo, como si celebrara uno de los orgasmos más potentes de su vida. 
El último espasmo fue tan fuerte que la obligó a doblarse sobre sí misma. Se inclinó hacia adelante y apoyó las tetas en el escritorio. Estuvo a punto de tirar el teléfono… y esto hizo que se fijara en él. Pudo ver la enorme pija de Malik entrando en la concha de Paulina… ella en cuatro, recibiendo todo sin miedo a que la partieran en dos. 
—¿Podrían dejarme sola un rato? —Preguntó Silvana, en un intento desesperado. Ya no podía disimular más, en cualquier momento sus verdaderas acciones quedarían expuestas.
—¿Estás segura? Parece que necesitás atención médica —dijo el contador.
—Voy a estar bien, solo necesito… em… arreglarme un poco. Estoy hecha un desastre —debajo del escritorio sus dedos seguían masturbando una vagina que ya no soltaba chorros de líquido, pero sí lo dejaba salir fuera, como si fuera baba. La baba de alguien que quedó muy satisfecho. 
—Vamos, Rogelio, creo que la señorita DaCosta necesita un poco de privacidad.  
—¿Eh? Ah… sí, sí… claro, lo entiendo. —El tipo tenía una fuerte erección, la cual intentaba esconder con su carpeta. Silvana se sorprendió de que hubiera ocasionado eso solo con sus tetas.
—La dejamos sola, Silvana…
—Gracias… gracias —dijo ella entre jadeos, con una sonrisa forzada. No podía dejar de pajearse.
—Vamos a darle unos minutos para que se arregle, si no sale de la oficina, vamos a asumir que se desmayó o algo así…
—Lo entiendo… sí… uff… —Sus dedos seguían haciendo maravillas dentro y fuera de su concha, sus tetas parecían a punto de reventar, por la presión que ejercía el peso de su cuerpo contra el escritorio.
—Si no sale en diez minutos, vamos a entrar y llamaremos una ambulancia. No se negocia. ¿Quedó claro?
—Sí, sí… clarísimo. Ajá… —Aprovechaba que su brazo ya no podía verse por encima del escritorio para poder pajearse a toda velocidad. Las secuelas del orgasmo ya se estaban haciendo sentir.
—Muy bien…
—Pero… si todo sale bien —Ay, Silvana, no retrases más esta tortura, se dijo mentalmente—. Si puedo salir por mis propios medios… iré directamente a mi casa. Me voy a tomar un taxi. Creo que solo necesito… uff… descansar un poco.
—Le recomiendo que se dé una ducha bien fría —dijo Rogelio, con los anteojos completamente empañados y con una erección muy difícil de ocultar—. Tiene la cara muy roja y tanto sudor solo puede indicar una fiebre muy alta —El tipo no dejaba de mirarle las tetas. Silvana sabía que era mejor tolerar la humillación de que le miren las tetas antes de soportar la humillación de ser descubierta masturbándose, por eso volvió a apoyar la espalda contra el respaldo de la silla, separó las piernas como si estuviera tranquila en su casa y comenzó a abanicarse con una mano mientras su tetas subían y bajaban al ritmo de la respiración—. Se nota que le duele mucho ahí abajo…
—Sí, puede que sea uno de esos problemas femeninos —dijo Silvana—. Los hombres tienen mucha suerte de no tener que lidiar con dolores de ovarios. —Por extraño que parezca, había conseguido relajarse, ahora se masturbaba a un ritmo más tranquilo, con más soltura. Sabía que había logrado engatusar a esos hombres y los tenía hipnotizados con sus tetas. Le gustó esta probadita de poder femenino y se permitió disfrutarla—. Ahh… mmmm… —jadeó mientras se frotaba el clítoris, desde el otro lado del escritorio esto podría interpretarse como acariciar el vientre—. Estoy toda hinchada, debo estar hecha un desastre, les pido disculpas. —Volvió a acariciar su teta, la que estaba libre, y actuó como si no se hubiera enterado de ese detalle particular—. ¿Me sirven un poco de agua fría? Creo que la necesito… estoy mareada.
—Sí, sí… claro.
José se apresuró a llenar un pequeño vaso plástico con el dispenser de agua que estaba dentro de la oficina. Un privilegio que Silvana había pedido cuando le ahorró una buena suma de dinero a la empresa. 
Recibió el vasito con la mano bien izquierda bien estirada, no quería que José intentara rodear el escritorio. Bebió un poco de esa agua bien fría y el resto la volcó sobre su cuello, brindando una imagen sumamente erótica. El agua rodó por sus pechos y le mojó la camisa. Luego ella acarició dos o tres veces toda la zona mojada, sin dejar de pajearse, mientras suspiraba con los ojos entreabiertos. No se animó a cerrarlos del todo porque aún necesitaba vigilar los movimientos de esos dos. Pero de momento todo iba bien, la miraban boquiabiertos e inmóviles. La erección de Rogelio ya era indisimulable, su pantalón parecía una carpa.    
—Muchas gracias por todo, ya pueden retirarse —pidió la mujer convaleciente. 
—Eh, sí… sí, claro. Vamos Rogelio. Démosle un poco de privacidad.
—Sí, por supuesto. Está claro que la necesita.
—Recuerde, Silvana… diez minutos.
Los dos abandonaron la oficina y por fin quedó sola. Quería aprovechar los minutos que tenía a favor. Liberó sus pies del pantalón y la tanga y, en un acto absolutamente descarado, los subió al escritorio. Esta vez no podría disimular si la puerta se abría. Quien quiera que entrara la vería con toda la concha abierta, mojada y llena de dedos. Se estaba haciendo una de las mejores pajas de su vida. Liberó sus dos tetas y las masajeó con ganas. Se dio el gusto de jadear y gemir, sabía que no la escucharían con el bullicio de la oficina. Volvió a acabar, esta vez los chorros que saltaron de su concha no fueron tan potentes; pero tuvieron el mismo efecto agradable. Siguió tocándose sin parar hasta que su vagina por fin se rindió y le dijo: “Ok… ok… ya tuve suficiente, no doy más”. Allí se detuvo en seco. 
Se permitió unos segundos para recobrar el aliento y para que su vagina acalorada tomara aire. Luego se puso de pie de un salto. Debía actuar rápido. Había perdido más de cinco minutos con esa última acción masturbatoria. Usó pañuelos descartables para secar el escritorio y la silla. Con la alfombra no pudo hacer mucho… y eso la alteró. Pero de pronto se le ocurrió la excusa perfecta. 
Se puso la tanga, acomodó su corpiño, prendió la camisa y por último se puso el pantalón. Acomodó sus pertenencias lo mejor que pudo, metió el celular en su bolso y salió despedida de la oficina, antes de que su jefe pudiera abalanzarse dentro. José la esperaba justo fuera, con cara de preocupación. De paso echó un vistazo a las tetas de Silvana, que aún seguían transparentando porque ella se había hechado una segunda dosis de agua en la cara, justo antes de salir. 
—Creo que dejé mojada la alfombra, lo siento mucho —se disculpó—. Necesitaba refrescarme un poco.
—No se preocupe por eso, Silvana. Me parece muy bien que lo haya hecho, es obvio que tiene fiebre —la mano de José se acercó, como para tocar su frente con el dorso. Silvana lo esquivó justo a tiempo.
—Sí, mejor vuelvo a mi casa cuanto antes, para darme una ducha fría. Estoy muy caliente… —ese “caliente” fue totalmente con doble sentido y a ella le resultó divertido.
—¿Le pido un taxi?
—No hace falta, ya lo pedí yo.
Eso era mentira, lo único que quería Silvana era llegar al estacionamiento, subirse al auto y volver a su casa… y así lo hizo.
Se sintió muy mal por todo lo ocurrido, se había comportado como una pajera que no mide las consecuencias, todo por culpa de Paulina… y Malik. Y para colmo había dejado sin terminar la jornada laboral, cosa que detestaba hacer. Y eso no era lo peor, para mantener su mentira debería pedirse el resto de la semana. Muchas personas se sentirían felices de tener cinco días de completo descanso; pero Silvana no. Ella detestaba tener tiempo libre, no sabía qué hacer con él. 
La esperaba un largo fin de semana cargado de culpa.      
           

  Todos mis links:

https://magic.ly/Nokomi        

2 comentarios - Mi Vecino Superdotado [06].

sleepmaster
uufff!!!que caliente !!!! muy bueno!!!