Y ahora, Tara me estaba mirando por encima del hombro con sus grandes ojos marrones mientras alzaba los brazos para atarse en una coleta el largo pelo negro, que le llegaba hasta las costillas. Formó despacio una sonrisa torcida mientras me miraba. Su expresión me decía que disfrutaba al hallarse en control. Casi tenía… un toque sádico.
- Tú aquí haces lo que yo te diga, enano. Mando yo. ¿Lo captas, no? O cumples mis reglas o estás fuera.
Tragué saliva y asentí. Lo cierto es que me venía bien no enfrentarme demasiado con ella si quería que me ayudara.
Comenzamos calentando y haciendo algunos estiramientos. Me dio instrucciones de copiar sus movimientos mientras estiraba las piernas y las rotaba, igual que con el tronco y las caderas… empecé a darme cuenta, casi como me hubieran dado un golpe en la cabeza, del buen cuerpo que tenía mi hermana. Se me iban los ojos a sus piernas y a su culo, a la forma en que su pelvis formaba una curva pronunciada subiendo hasta su cintura y cómo ésta quedaba al descubierto, completamente lisa.
Ella no se daba cuenta porque por lo general pasaba de prestarme atención para decirme si lo hacía bien o mal, y estaba medio girada hacia el otro lado. Mientras me sentía incapaz de apartar mi mirada, que podía haberle abrasado aquella pompa perfecta que era su trasero, me empecé a notar que se me aceleraba el pulso y se me subía la sangre a la cara. ¿Desde cuándo tenía mi hermana aquel pedazo de pandero? Sí que había escuchado algún comentario de mis amigos de lo buena que estaba Tara, pero no le había dado importancia; yo mismo les decía algo similar de sus madres para tocarles los cojones, pero no era cierto. Pensé que veían algo en Tara que yo era incapaz de ver, siendo hermanos.
Pero ahora lo veía, vaya que si lo veía. La forma en que se movía y sus nalgas juntas y redondeadas pegaban un botecito casi imperceptible con cada cambio de postura y movimiento me estaban hipnotizando. De hecho, me estaba poniendo bastante malo. Joder, ¿qué cojones…? La Tarada ésta… ¡tenía un cuerpazo tremendo! ¡Me cago en la puta! ¡Mi hermana mayor…!
- Jajaja, serás gordo. No hemos ni empezado todavía y ya estás sudando, Mamoncete –se rio con fuerza mi hermana–. Bien empiezas…
Me giré rápidamente, muy preocupado porque me hubiera pillado comiéndomela con los ojos. Casi parece que no se había dado cuenta y atribuía mis jadeos al esfuerzo físico y no a mi problema en el piso de abajo. Estaba increíblemente empalmado, y con los pantalones ajustados de ciclista aquella erección tenía que ser bastante prominente y era imposible que pasara desapercibida. No me la miré directamente porque hubiera sido delatarme, pero giré de forma oblicua mi cuerpo para ocultársela de la visión y creo que lo conseguí. Cuando eché un vistazo de reojo se me cayó el alma al suelo: un pedazo de carne morcillona sobresalía de forma obscena en mi entrepierna, una polla aprisionada pugnando por liberarse. No había manera de que aquello se me fuera a bajar a tiempo como para poder empezar a correr.
- Bueno, ¿estás? Yo creo que podemos empezar ya…
- Espera, espera… creo que tengo que ir al baño antes –me excusé rápidamente.
- Joder, mocoso, mira que me vas a retrasar. Date prisa –me soltó con tono duro.
Me escabullí rápidamente hasta el baño de la planta baja y me bajé los pantalones con cierta dificultad. Aquello estaba duro como una barra de hierro. Mi hermana mayor me había puesto muy cachondo. Contemplé la posibilidad de hacerme una paja exprés, pero no sabía si tendría tiempo suficiente. Además, sabía que aquella paja se la iba a dedicar a Tara y quería tomarme mi tiempo para saborearla, no era el momento.
- Venga, coño, que es para hoy –noté que mi hermana aporreaba la puerta del baño con impaciencia–. Luego tengo cosas que hacer.
- ¡Déjame! ¡No puedo hacerlo si estás escuchando ahí fuera!
Abrí el grifo de agua fría de la bañera en parte para hacer el paripé, y en parte para poner el nabo y las pelotas desnudas bajo el chorro. Aquella desagradable descarga sensorial en mi cuerpo consiguió reducir un poco mi pulsión lujuriosa, así que me sequé con rapidez y volví a embutirme en aquellos pantalones. Que como ya he mencionado, incluso sin una erección de por medio, eran bastante incómodos.
Volví a salir al porche, seguramente todavía sudando y acelerado, pero al menos sin aquel problema entre las piernas. Tara tenía una mueca de evidente desagrado, pero no hizo más comentarios. Creo que podía ver en mi cara que yo me sentía como un infraser patético a estas alturas.
Salimos de casa y comenzamos a correr a un ritmo medio. Me explicó, sin que le faltara el aliento en ningún momento, que le gustaba coger la larga calle que bajaba desde nuestra casa hasta una de las rotondas de entrada al pueblo. Era un trayecto agradable; aunque había casas adosadas a un lado, en el otro era mayormente campo abierto. Cuando llegaba a la rotonda de abajo se desviaba por un viejo sendero rural hasta llegar a un pozo abandonado, allí descansaba un par de minutos y luego hacía todo el camino a la inversa. En total, serían alrededor de unos 10 km ida y vuelta.
Yo me noté problemas desde el principio para seguirle el ritmo. Si ya estaba algo acalorado antes de empezar, al ponerme a correr me empecé a notar chorreones de sudor por la espalda, la frente, los sobacos y las ingles. Sentía que me faltaba el aire cada dos por tres y aunque Tara hacía el esfuerzo de bajar el ritmo y ponerse a mi altura, yo era incapaz de mantenerlo consistentemente. Así que con frecuencia, acababa teniéndola varios metros por delante sin que ella hubiera subido el ritmo en absoluto. Aunque estaba a todos los efectos muriéndome allí de agotamiento, no se me escapaba cada ocasión en la que esto pasaba dado que me permitía clavarle los ojos de nuevo en ese fantástico culo y como aquellas nalgas se rozaban unas con otras al flexionar las piernas. Claro que no podía dedicarle mucho tiempo, porque empezaba a notar como me empezaba a crecer algo en la entrepierna y aquella situación hubiera empeorado exponencialmente.
En resumen, aquello era un puto infierno. Estaba acalorado, me costaba respirar, los músculos me temblaban del esfuerzo y para colmo el descubrimiento del pedazo de culo de mi hermana era una tentación prohibida que ni siquiera podía disfrutar contemplando en toda su gloria.
Cuando llegamos
a la rotonda, apenas me tenía en pie.
Se ve que te he dado mucha caña, ¿eh? Mira, si quieres parar y volver a casa aún estás a tiempo –si no la conociera mejor, casi diría que había un atisbo de culpa en su voz.
- Esh… esh… eshpera –jadeé con dificultad. No podía rendirme ahora–. Nooo… Yoh… yoh sigo… hasta el final –le miré fijamente a los ojos. Como tenía un estado lamentable, esperaba que al menos aquel acto le transmitiera mi determinación.
- Como quieras. Pero oye, me estás retrasando bastante, así que si te parece voy a seguir yo sola a mi ritmo. Ya quedamos en el pozo cuando llegues, para volver. No tiene pérdida ninguna. Tú tómate tu tiempo, que no quiero broncas de mamá de que he sido yo quien te ha dejado hecho polvo, ¿vale?
Y dicho esto, desapareció por el camino rural, marcado entre la hierba alta. Yo estaba intentando no echar los higadillos por la boca, así que sólo pude observar con ligera decepción cómo mi hermana y su culito desaparecían en cuestión de segundos.
Me tomé el resto del camino con mayor filosofía, a un ritmo bastante más bajo del que imponía mi hermana. Fue también una experiencia desagradable, pero algo menos. Además, no me ponía cardíaco con pensamientos lascivos cada dos por tres.
Finalmente llegué al pozo, encontrando a mi hermana tirada boca arriba con los brazos en cruz sobre la tapia sellada de la estructura. Podía haber estado durmiendo, pero se incorporó lentamente en cuanto debió oírme resoplar y aplastar la gravilla con mis pasos.
- Por Dios, Ramón, has tardado la vida. ¿Sabes cuánto tiempo llevo aquí?
- Peh…pehrdona –conseguí decir.
- Bueno, es que se me ha hecho tardísimo. Mira, yo voy a tirar para casa ya. Total, ya te sabes cuál es la ruta. Tómate tu tiempo para descansar, y ya nos vemos para cen
ar. Hasta luego.
P
- Tú aquí haces lo que yo te diga, enano. Mando yo. ¿Lo captas, no? O cumples mis reglas o estás fuera.
Tragué saliva y asentí. Lo cierto es que me venía bien no enfrentarme demasiado con ella si quería que me ayudara.
Comenzamos calentando y haciendo algunos estiramientos. Me dio instrucciones de copiar sus movimientos mientras estiraba las piernas y las rotaba, igual que con el tronco y las caderas… empecé a darme cuenta, casi como me hubieran dado un golpe en la cabeza, del buen cuerpo que tenía mi hermana. Se me iban los ojos a sus piernas y a su culo, a la forma en que su pelvis formaba una curva pronunciada subiendo hasta su cintura y cómo ésta quedaba al descubierto, completamente lisa.
Ella no se daba cuenta porque por lo general pasaba de prestarme atención para decirme si lo hacía bien o mal, y estaba medio girada hacia el otro lado. Mientras me sentía incapaz de apartar mi mirada, que podía haberle abrasado aquella pompa perfecta que era su trasero, me empecé a notar que se me aceleraba el pulso y se me subía la sangre a la cara. ¿Desde cuándo tenía mi hermana aquel pedazo de pandero? Sí que había escuchado algún comentario de mis amigos de lo buena que estaba Tara, pero no le había dado importancia; yo mismo les decía algo similar de sus madres para tocarles los cojones, pero no era cierto. Pensé que veían algo en Tara que yo era incapaz de ver, siendo hermanos.
Pero ahora lo veía, vaya que si lo veía. La forma en que se movía y sus nalgas juntas y redondeadas pegaban un botecito casi imperceptible con cada cambio de postura y movimiento me estaban hipnotizando. De hecho, me estaba poniendo bastante malo. Joder, ¿qué cojones…? La Tarada ésta… ¡tenía un cuerpazo tremendo! ¡Me cago en la puta! ¡Mi hermana mayor…!
- Jajaja, serás gordo. No hemos ni empezado todavía y ya estás sudando, Mamoncete –se rio con fuerza mi hermana–. Bien empiezas…
Me giré rápidamente, muy preocupado porque me hubiera pillado comiéndomela con los ojos. Casi parece que no se había dado cuenta y atribuía mis jadeos al esfuerzo físico y no a mi problema en el piso de abajo. Estaba increíblemente empalmado, y con los pantalones ajustados de ciclista aquella erección tenía que ser bastante prominente y era imposible que pasara desapercibida. No me la miré directamente porque hubiera sido delatarme, pero giré de forma oblicua mi cuerpo para ocultársela de la visión y creo que lo conseguí. Cuando eché un vistazo de reojo se me cayó el alma al suelo: un pedazo de carne morcillona sobresalía de forma obscena en mi entrepierna, una polla aprisionada pugnando por liberarse. No había manera de que aquello se me fuera a bajar a tiempo como para poder empezar a correr.
- Bueno, ¿estás? Yo creo que podemos empezar ya…
- Espera, espera… creo que tengo que ir al baño antes –me excusé rápidamente.
- Joder, mocoso, mira que me vas a retrasar. Date prisa –me soltó con tono duro.
Me escabullí rápidamente hasta el baño de la planta baja y me bajé los pantalones con cierta dificultad. Aquello estaba duro como una barra de hierro. Mi hermana mayor me había puesto muy cachondo. Contemplé la posibilidad de hacerme una paja exprés, pero no sabía si tendría tiempo suficiente. Además, sabía que aquella paja se la iba a dedicar a Tara y quería tomarme mi tiempo para saborearla, no era el momento.
- Venga, coño, que es para hoy –noté que mi hermana aporreaba la puerta del baño con impaciencia–. Luego tengo cosas que hacer.
- ¡Déjame! ¡No puedo hacerlo si estás escuchando ahí fuera!
Abrí el grifo de agua fría de la bañera en parte para hacer el paripé, y en parte para poner el nabo y las pelotas desnudas bajo el chorro. Aquella desagradable descarga sensorial en mi cuerpo consiguió reducir un poco mi pulsión lujuriosa, así que me sequé con rapidez y volví a embutirme en aquellos pantalones. Que como ya he mencionado, incluso sin una erección de por medio, eran bastante incómodos.
Volví a salir al porche, seguramente todavía sudando y acelerado, pero al menos sin aquel problema entre las piernas. Tara tenía una mueca de evidente desagrado, pero no hizo más comentarios. Creo que podía ver en mi cara que yo me sentía como un infraser patético a estas alturas.
Salimos de casa y comenzamos a correr a un ritmo medio. Me explicó, sin que le faltara el aliento en ningún momento, que le gustaba coger la larga calle que bajaba desde nuestra casa hasta una de las rotondas de entrada al pueblo. Era un trayecto agradable; aunque había casas adosadas a un lado, en el otro era mayormente campo abierto. Cuando llegaba a la rotonda de abajo se desviaba por un viejo sendero rural hasta llegar a un pozo abandonado, allí descansaba un par de minutos y luego hacía todo el camino a la inversa. En total, serían alrededor de unos 10 km ida y vuelta.
Yo me noté problemas desde el principio para seguirle el ritmo. Si ya estaba algo acalorado antes de empezar, al ponerme a correr me empecé a notar chorreones de sudor por la espalda, la frente, los sobacos y las ingles. Sentía que me faltaba el aire cada dos por tres y aunque Tara hacía el esfuerzo de bajar el ritmo y ponerse a mi altura, yo era incapaz de mantenerlo consistentemente. Así que con frecuencia, acababa teniéndola varios metros por delante sin que ella hubiera subido el ritmo en absoluto. Aunque estaba a todos los efectos muriéndome allí de agotamiento, no se me escapaba cada ocasión en la que esto pasaba dado que me permitía clavarle los ojos de nuevo en ese fantástico culo y como aquellas nalgas se rozaban unas con otras al flexionar las piernas. Claro que no podía dedicarle mucho tiempo, porque empezaba a notar como me empezaba a crecer algo en la entrepierna y aquella situación hubiera empeorado exponencialmente.
En resumen, aquello era un puto infierno. Estaba acalorado, me costaba respirar, los músculos me temblaban del esfuerzo y para colmo el descubrimiento del pedazo de culo de mi hermana era una tentación prohibida que ni siquiera podía disfrutar contemplando en toda su gloria.
Cuando llegamos
a la rotonda, apenas me tenía en pie.
Se ve que te he dado mucha caña, ¿eh? Mira, si quieres parar y volver a casa aún estás a tiempo –si no la conociera mejor, casi diría que había un atisbo de culpa en su voz.
- Esh… esh… eshpera –jadeé con dificultad. No podía rendirme ahora–. Nooo… Yoh… yoh sigo… hasta el final –le miré fijamente a los ojos. Como tenía un estado lamentable, esperaba que al menos aquel acto le transmitiera mi determinación.
- Como quieras. Pero oye, me estás retrasando bastante, así que si te parece voy a seguir yo sola a mi ritmo. Ya quedamos en el pozo cuando llegues, para volver. No tiene pérdida ninguna. Tú tómate tu tiempo, que no quiero broncas de mamá de que he sido yo quien te ha dejado hecho polvo, ¿vale?
Y dicho esto, desapareció por el camino rural, marcado entre la hierba alta. Yo estaba intentando no echar los higadillos por la boca, así que sólo pude observar con ligera decepción cómo mi hermana y su culito desaparecían en cuestión de segundos.
Me tomé el resto del camino con mayor filosofía, a un ritmo bastante más bajo del que imponía mi hermana. Fue también una experiencia desagradable, pero algo menos. Además, no me ponía cardíaco con pensamientos lascivos cada dos por tres.
Finalmente llegué al pozo, encontrando a mi hermana tirada boca arriba con los brazos en cruz sobre la tapia sellada de la estructura. Podía haber estado durmiendo, pero se incorporó lentamente en cuanto debió oírme resoplar y aplastar la gravilla con mis pasos.
- Por Dios, Ramón, has tardado la vida. ¿Sabes cuánto tiempo llevo aquí?
- Peh…pehrdona –conseguí decir.
- Bueno, es que se me ha hecho tardísimo. Mira, yo voy a tirar para casa ya. Total, ya te sabes cuál es la ruta. Tómate tu tiempo para descansar, y ya nos vemos para cen
ar. Hasta luego.
P
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