Apenas llegó, le ordené que se quitara la falda.
Un feo calzoncillo color blanco apareció a la vista. Inquirí qué significaba eso.
La perra balbuceó, diciendo que a su novio le excitaba verla vestida así.
Tironeé de esa tela, hasta que estuvo a la altura de sus rodillas.
Le espeté que una perra no debía vestir ropas de un hombre; era algo feo.
Ella asintió y ya no dijo nada más.
La empujé al borde de la cama, haciendo que cayera de rodillas al suelo.
Me miró por encima de su hombro, pero eso no me conmovió.
Al contrario, la visión de sus glúteos, me excitó mucho más de la cuenta.
Comencé a sentir mi entrepierna húmeda, mientras la fusta silbaba en el aire.
Con varias caricias fuertes, la suave piel se tornó rosada y después colorada.
Ella volvió a mirarme por encima de su hombro, con lágrimas en sus mejillas.
Dijo que había entendido; nunca más cometería ese error.
Le dije que se llevaría puesta una tanga mía usada.
Así, su hombre podría aspirar el olor de una verdadera hembra…
Un feo calzoncillo color blanco apareció a la vista. Inquirí qué significaba eso.
La perra balbuceó, diciendo que a su novio le excitaba verla vestida así.
Tironeé de esa tela, hasta que estuvo a la altura de sus rodillas.
Le espeté que una perra no debía vestir ropas de un hombre; era algo feo.
Ella asintió y ya no dijo nada más.
La empujé al borde de la cama, haciendo que cayera de rodillas al suelo.
Me miró por encima de su hombro, pero eso no me conmovió.
Al contrario, la visión de sus glúteos, me excitó mucho más de la cuenta.
Comencé a sentir mi entrepierna húmeda, mientras la fusta silbaba en el aire.
Con varias caricias fuertes, la suave piel se tornó rosada y después colorada.
Ella volvió a mirarme por encima de su hombro, con lágrimas en sus mejillas.
Dijo que había entendido; nunca más cometería ese error.
Le dije que se llevaría puesta una tanga mía usada.
Así, su hombre podría aspirar el olor de una verdadera hembra…
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