Luego del polvo que nos echamos en el vestuario del Club, con el Profesor de fútbol de mi hijo, nos pasamos los números de teléfono. Así que durante la última semana estuvimos chateando, enviándonos fotos, y diciéndonos todas esas cosas que le decís a la persona con la que tuviste un sexo alucinante, fuera de toda escala.
No es la primera ni la última vez que garcho con un desconocido. Podría decirse que el "choque y fuga" es mi religión, pero si bien con todos esos eventuales acompañantes no he vuelto a reincidir... por eso lo de fuga... con el tal Profe Jorge cómo que habíamos quedado vinculados de tal manera que no podíamos simplemente ignorarnos. Además le estaba agradecida porque el Ro había cambiado radicalmente su postura, ahora esperaba con ansias que llegara el día para ir al Club y hasta dormía con la camiseta del equipo como pijama.
La práctica siguiente al día que estuvimos juntos, el Ro llegó eufórico, ya que había sido titular todo el partido y hasta convirtió dos goles.
-Apenas me vió el Profe me dió la pechera de los titulares y no dejó de felicitarme durante todo el partido- me contaba con una felicidad incomparable, devorándose la merienda que le había preparado.
-Bien por el Profe, por fin de dió cuenta de lo bien que jugás- le digo.
Cuando termina y se va a hacer los deberes, acuesto a Romi, y le envío un mensaje de agradecimiento al Profe. Mensaje al cuál le adjunto una fotito de mi concha húmeda, abierta, ansiosa...
”¡Que ganas de chupártela, de comértela toda!", me responde bien vulgar, soez, como me gusta.
"Cuándo quieras...", lo incito.
"¿Ahora...?", pregunta.
Por más ganas que tuviera, estaba con mis hijos, no podía dejarlos solos e irme a coger. Por un momento se me pasó por la cabeza (¿o por la concha?) la idea de decirle que viniera y mientras ellos hacían la siesta, fifármelo en el más absoluto de los silencios, pero tampoco daba. Deseché esa idea incluso antes de darle forma, ya que era una de esas locuras que se nos ocurren cuándo estamos calientes.
Al otro día tenía un par de inspecciones, todas en Capital, si las hacía en la mañana, luego del mediodía ya estaría desocupada.
"Mañana tengo la tarde libre, podemos ir a un telo", le digo.
Aunque había sido algo fuera de lo común, no quería reincidir en el vestuario. Así que al día siguiente, tras terminar con todos mis compromisos, le envío un mensaje para avisarle que ya estoy libre, que lo paso a buscar por la esquina del Club.
Me responde con una foto del paquete de su entrepierna y el siguiente mensaje:
"Acá esperándote, con muchas ganas de cogerte".
"Ya te las vas a sacar...", le aseguro, acelerando y tocándoles bocina a los que me obstaculizaban el paso.
Está recién duchado cuando se sube al auto, oliendo a fragancia para después de afeitarse. Espero a alejarme unas cuántas cuadras y recién entonces me detengo para saludarlo con un beso de amantes.
Hacía unos pocos días que habíamos cogido, y ya estaba de nuevo con una calentura que no me dejaba respirar.
Me pongo de nuevo en marcha y entro al primer albergue transitorio que puedo encontrar, no me importa cuál sea, de media estrella o ninguna, lo único que quiero es estar con él en una cama.
Me cuelgo de su cuello y vuelvo a besarlo cuando estamos en la habitación, aislados de cualquier cosa que no sea nuestra excitación, nuestra calentura. Me pego a su cuerpo, sintiendo contra el mio ese abultamiento que más que prometer, amenaza. Me froto contra él, ávida, ansiosa, desesperada.
Quiero abrirle la bragueta, rescatarlo de su encierro y darle la mamada que se merece, pero él mismo me lo impide, arrojándome de un empujón a la cama.
Caigo de espalda, toda despatarrada, lo que aprovecha para sacarme los zapatos, el pantalón, la tanga de hilo dental que me puse para la ocasión, y zambulléndose por entre mis piernas, como un buzo de profundidades en busca del Corazón del Mar, me chupa la concha con las ganas que me dijo que tenía cuando recibió mi fotito de agradecimiento.
Mete la lengua y me hace sopapita con los labios, provocándome un sinfín de sensaciones, todas excelsas, sublimes, maravillosas. Cierro los ojos y me entrego a tan mágico deleite, sintiendo que todo se desvanece a mi alrededor.
No sé que siente un hombre cuándo le chupan la pija, nunca lo he preguntado, aunque por las caras que ponen y las exclamaciones que hacen cuando los chupo, me resulta evidente que lo disfrutan.
Cuando me retribuyen el favor y me hacen a mí sexo oral, la verdad es que no siempre me resulta placentero, a veces solo siento algo que se mueve ahí dentro, como hurgando, por eso trato de darme placer yo misma, acariciándome las tetas, pellizcándome los pezones.
Pero hay ocasiones... Cómo con el Profe, que es como si te hicieran el amor con la boca. No solo usa la lengua y los labios, sino también los dientes, los dedos y hasta las manos. Lo que me hace ahí abajo es un tratamiento intensivo de placer. Ni siquiera tengo que tocarme a mí misma, me quedo ahí tirada, con los brazos inertes a los lados de mi cuerpo, solo gozando, disfrutando de tan delicioso estímulo.
Cómo agradecimiento le chupo la pija con todas mis ganas... bueno, siempre chupo con todas mis ganas... jajaja... pero ustedes me entienden. Le hago una mamada con todos los chiches, besos, lamidas, escupidas, mordiditas, garganta profunda, tirabuzón. Cuándo termino se la dejo como si no se le fuera a bajar jamás de tan al palo que la tiene.
Le doy un beso en los huevos y me saco el resto de la ropa. Le desfilo desnuda, dando un par de vueltitas, al estilo top model.
-Y dígame Profesor, ¿Que parte de mi cuerpo le parece que tengo que tonificar más?- le pregunto, con voz de alumna sexy, mostrándome, exhibiéndome.
-¡Estás perfecta...!- me responde, con sus ojos devorando cada parte de mi cuerpo. -Aunque...- agrega al entender el juego que le propongo, y acercándose con una sonrisa, me desliza los dedos por la raya del culo -Quizás ésta parte, pero de eso me ocupo yo a puro pijazo-
-¿Y usted cree Profe que me va a entrar todo esto?- le pregunto con el mismo tono, agarrándole la poronga y apretándosela. -Es que tengo la cola muy apretadita-
-Haremos lo posible- me asegura, metiéndome un dedo y tanteando el interior.
Me tiro boca abajo sobre la cama y me entrego a él, la cola levantada, mis glúteos ansiosos y dispuestos.
-Toda suya, Profe...- le digo, relajando el esfinter, mi anillo interior, todo el conducto.
Cierro los ojos y me dejo hacer. Lo primero que siento es el frío del gel lubricante derramándose por entre mis nalgas, y luego los dedos del Profesor esparciéndolo en derredor y adentro. Obvio que enseguida se da cuenta de que no lo tengo ni virgen ni muy apretadito. Tampoco es que lo tenga desfonfado, pero como que los sucesivos y constantes pijazos abrieron un surco, al que cada tanto hay que labrar para que mantenga su elasticidad.
Me gusta sentir como me invade, con sus dedos engrasados en gel, hundiéndose hasta los nudillos, descubriendo mi cuerpo como un conquistador a un terreno inexplorado.
Me besa las nalgas, me las muerde, me las amasa, hunde la cara y me huele, deslizando la nariz por toda la zanja.
Se retira, dejándome un momento a solas con mis ganas, y entonces, lo próximo que siento es su verga punteándome, empujando, forzando la entrada, reclamando su bien ganado derecho a seguir rompiéndome el culo.
Que placer sentirlo entrar, abriéndome, estirándome, su carne arrasando mi interior, quemándome los intestinos. Aunque posee un tamaño bastante significativo... un terrible pijazo, bah... a medida que va entrando pareciera hacerse aún más grande. Cuando llega al fondo, cuándo toda su verga está clavada en mí, cuando sus huevos hacen tope, la deja estar, echado sobre mí, aplastándome con su fibroso cuerpo de deportista.
Empujo mis caderas hacía arriba, para sentirlo más nitidamente, para disfrutar su forma, su tamaño, su inmensidad. De a poco empieza a moverse. Sale sin sacármela del todo, volviendo a entrar, de nuevo hasta el fondo, hundiéndose en mí un poco más cada vez. Parece como si no hubiera alcanzado el final del túnel todavía y con cada nueva inserción me llegase un poco más adentro.
Nuestros jadeos se mezclan con los sonidos del sexo, componiendo un festín sonoro para los oídos.
Ahora me encula con más ritmo, fuerte, seguro, certero. La pija se le pone más dura todavía, con esa tensión que solo la calentura más extrema puede incitar.
-¡Sí... Sí... Así... Rompeme toda...!- le digo, sintiéndolo de una forma tan plena, tan íntima que nuestros cuerpos parecen fundirse en uno solo.
Me agarra de los brazos, me tira hacia atrás, haciéndome arquear la espalda, y me aniquila, me destroza, brutal, desenfrenado, cepillándome el culo en una forma que pareciera querer arrasar con todo.
No me da respiro, se hunde en mí hasta los pelos, haciendo de aquel surco, iniciado antes por tantos otros, el centro de todos sus ataques.
PLAP PLAP PLAP PLAP PLAP PLAP...
Su cuerpo rebota contra el mío, tonificando mis nalgas a puro pijazo, tal como me había prometido.
Me da hasta que no puede más y me suelta, dejándome caer hecha un amasijo, rota pero satisfecha. Él también se derrumba a mi lado, exhausto, empapado en sudor, como si hubiese jugado los 90 minutos de un partido de fútbol.
Los dos estamos agitados, convulsionados por el desgaste físico y emocional.
Me doy la vuelta, y echada de espalda, separo las piernas, haciéndole con las manos el gesto de que venga hacía mí.
Se cambia el preservativo, y se echa encima mío, deslizándome la pija por toda la concha. Me la frota arriba y abajo, haciéndome sentir su su dureza, su contundencia.
-¡Cogeme...!- le pido, agarrándosela y tratando de metérmela yo misma.
Y digo tratando porqué él me lo impide, haciéndomela desear cada vez más.
Ya no aguanto, me quema todo por dentro, tengo el corazón desbocado, latiendo a mil revoluciones por segundo. Me meto los dedos y los sacudo, intentando calmar esa ansiedad que me corroe las entrañas. Pero es inútil, no quiero dedos, quiero pija, SU pija, ESA pija.
Se apiada entonces de mí y me la mete. ¡Uffffffff...! De un solo envión me la manda a guardar hasta los pelos. Arqueo la espalda y exhalo un gustoso y agradecido suspiro. Me aferro a su cuerpo con brazos y piernas, y me muevo con él, ansiosa, desesperada, queriendo sentir sus clavadas en lo más profundo de mi ser.
-¡Sí... Que rico... Ahhhhhhhh... Que bien me coges... Ahhhhhhhh... Sí... Sí... Dale... No pares... Ahhhhhhhh... Más... Más... Más...!-
Me la empuja bien adentro, arrasando con todo lo que se le pone adelante. Mete y saca, mete y saca, retumbándome en las entrañas, dándome todo aquello que le pido y más también.
En un momento frena, se queda quieto, y dejando toda la carne en el asador, me mira a los ojos. Sonríe y me besa. Un beso cargado de morbo, de placer, de sentimiento.
En uno de los tantos chateos que tuvimos, me dijo que era la primera vez que cogía con la madre de un alumno. ¡Y que madre!, agregó triunfal. Pero no le creí que no lo hubiera hecho antes. Está demasiado bueno, como para que ninguna otra mamá haya sucumbido a sus encantos.
Después del beso, vuelve a moverse, enfundándose con esa intensidad a la que ya me había acostumbrado. De a poco aumenta el ritmo, certero, implacable, haciéndome sentir en el vientre una sensación de vértigo que me trastorna.
Le tengo que pedir por favor que me deje un momento, porque de verdad me estoy meando. No es el squirt que me sale a veces, sino chorritos de pis lo que se me escapa.
Me suelta y corro al baño. Me siento en el inodoro y me echo una meada que parece no terminar nunca. No sé que me habrá tocado ahí en el fondo, pero tan violentos pijazos algo provocaron.
Me limpio y vuelvo a la habitación, pero antes de llegar a la cama, me agarra de la cintura, me levanta en el aire, y estampándome de espalda contra uno de los espejos, me abre toda y me penetra ahí mismo, de parado.
¡Uffffffffff...!
Sosteniéndome entre sus brazos, me garcha a lo bestia, haciéndome delirar de placer. Con cada combazo me levanta unos centímetros en el aire, deslizándome en torno a ese brutalísimo garrote que pareciera perderse en profundidades insondables.
Teniéndome ahí bien clavada, me escupe dentro de la boca y vuelve a besarme, con tanta pasión que seguramente va a dejarme los labios enrojecidos.
Es un placer animal el que compartimos, una lujuria atroz que nos pierde, que nos aniquila.
Siempre alzada, me traslada por la habitación, sin sacarme ni un pedazo de poronga, paseándome de un lado a otro, hasta que me deposita en el suelo y echándose encima mío, me vuelve a demoler a pijazos.
Estoy ahí tirada, de espalda sobre una alfombra, las piernas levantadas y abiertas que se sacuden cómicamente. Me miro en uno de los espejos y no resulta una escena muy sensual, pero sí placentera.
Ésta vez el Profe llega primero, me da un último empujón, y dejándomela toda adentro, acaba entre plácidos estertores. Yo lo acompaño poco después, envolviéndolo con brazos y piernas, reteniéndolo dentro de mí, sintiendo como el mundo, la vida misma, se desvanece a mi alrededor.
Cuándo vuelvo en mí, no sé si un segundo, un minuto, o una hora después, todavía sigue encima mío, respirando ya más acompasado. Ya no está tan duro, pero si algo morcillón. Al verme mirándolo, me la saca, se quita el preservativo y derrama su contenido, que no es poco, sobre mis pechos. Me estremezco al sentir el tibio contacto de su semen contra mi piel.
Sin dejar de mirarlo, unto una buena cantidad con mis dedos, y llevándolos a mi boca, me los chupo con suma delectación.
¡¡¡Mmmmmhhhhhhh...!!!
Nos levantamos del suelo y nos derrumbamos sobre la cama, agotados, saciados, aunque con ganas todavía de estar junto al otro. Nos besamos, nos acariciamos, y nos quedamos un buen rato charlando sobre nosotros, contándonos nuestras historias. Sobre él me contó que jugó en Banfield, en Lanús y que llegó a jugar una copa internacional. A los 30 tuvo una lesión en los meniscos de la que no se recuperó bien, por lo menos para jugar a nivel profesional. Intentó volver en otro club de una categoría menor, pero ya no fue lo mismo y entonces decidió colgar los botines. Se dedicó a otros trabajos por un tiempo, hasta que se dió cuenta que lo suyo era la enseñanza. Trabajó en las divisiones inferiores de un equipo de Primera por un tiempo, pero cuándo cambiaron las autoridades lo dejaron colgado, y ahí fue que llegó al Club de nuestro barrio para ser el Profesor del Ro. Ah, y sí, también es casado, y tiene tres hijos, el mayor de diez, el menor de apenas un año...
No es la primera ni la última vez que garcho con un desconocido. Podría decirse que el "choque y fuga" es mi religión, pero si bien con todos esos eventuales acompañantes no he vuelto a reincidir... por eso lo de fuga... con el tal Profe Jorge cómo que habíamos quedado vinculados de tal manera que no podíamos simplemente ignorarnos. Además le estaba agradecida porque el Ro había cambiado radicalmente su postura, ahora esperaba con ansias que llegara el día para ir al Club y hasta dormía con la camiseta del equipo como pijama.
La práctica siguiente al día que estuvimos juntos, el Ro llegó eufórico, ya que había sido titular todo el partido y hasta convirtió dos goles.
-Apenas me vió el Profe me dió la pechera de los titulares y no dejó de felicitarme durante todo el partido- me contaba con una felicidad incomparable, devorándose la merienda que le había preparado.
-Bien por el Profe, por fin de dió cuenta de lo bien que jugás- le digo.
Cuando termina y se va a hacer los deberes, acuesto a Romi, y le envío un mensaje de agradecimiento al Profe. Mensaje al cuál le adjunto una fotito de mi concha húmeda, abierta, ansiosa...
”¡Que ganas de chupártela, de comértela toda!", me responde bien vulgar, soez, como me gusta.
"Cuándo quieras...", lo incito.
"¿Ahora...?", pregunta.
Por más ganas que tuviera, estaba con mis hijos, no podía dejarlos solos e irme a coger. Por un momento se me pasó por la cabeza (¿o por la concha?) la idea de decirle que viniera y mientras ellos hacían la siesta, fifármelo en el más absoluto de los silencios, pero tampoco daba. Deseché esa idea incluso antes de darle forma, ya que era una de esas locuras que se nos ocurren cuándo estamos calientes.
Al otro día tenía un par de inspecciones, todas en Capital, si las hacía en la mañana, luego del mediodía ya estaría desocupada.
"Mañana tengo la tarde libre, podemos ir a un telo", le digo.
Aunque había sido algo fuera de lo común, no quería reincidir en el vestuario. Así que al día siguiente, tras terminar con todos mis compromisos, le envío un mensaje para avisarle que ya estoy libre, que lo paso a buscar por la esquina del Club.
Me responde con una foto del paquete de su entrepierna y el siguiente mensaje:
"Acá esperándote, con muchas ganas de cogerte".
"Ya te las vas a sacar...", le aseguro, acelerando y tocándoles bocina a los que me obstaculizaban el paso.
Está recién duchado cuando se sube al auto, oliendo a fragancia para después de afeitarse. Espero a alejarme unas cuántas cuadras y recién entonces me detengo para saludarlo con un beso de amantes.
Hacía unos pocos días que habíamos cogido, y ya estaba de nuevo con una calentura que no me dejaba respirar.
Me pongo de nuevo en marcha y entro al primer albergue transitorio que puedo encontrar, no me importa cuál sea, de media estrella o ninguna, lo único que quiero es estar con él en una cama.
Me cuelgo de su cuello y vuelvo a besarlo cuando estamos en la habitación, aislados de cualquier cosa que no sea nuestra excitación, nuestra calentura. Me pego a su cuerpo, sintiendo contra el mio ese abultamiento que más que prometer, amenaza. Me froto contra él, ávida, ansiosa, desesperada.
Quiero abrirle la bragueta, rescatarlo de su encierro y darle la mamada que se merece, pero él mismo me lo impide, arrojándome de un empujón a la cama.
Caigo de espalda, toda despatarrada, lo que aprovecha para sacarme los zapatos, el pantalón, la tanga de hilo dental que me puse para la ocasión, y zambulléndose por entre mis piernas, como un buzo de profundidades en busca del Corazón del Mar, me chupa la concha con las ganas que me dijo que tenía cuando recibió mi fotito de agradecimiento.
Mete la lengua y me hace sopapita con los labios, provocándome un sinfín de sensaciones, todas excelsas, sublimes, maravillosas. Cierro los ojos y me entrego a tan mágico deleite, sintiendo que todo se desvanece a mi alrededor.
No sé que siente un hombre cuándo le chupan la pija, nunca lo he preguntado, aunque por las caras que ponen y las exclamaciones que hacen cuando los chupo, me resulta evidente que lo disfrutan.
Cuando me retribuyen el favor y me hacen a mí sexo oral, la verdad es que no siempre me resulta placentero, a veces solo siento algo que se mueve ahí dentro, como hurgando, por eso trato de darme placer yo misma, acariciándome las tetas, pellizcándome los pezones.
Pero hay ocasiones... Cómo con el Profe, que es como si te hicieran el amor con la boca. No solo usa la lengua y los labios, sino también los dientes, los dedos y hasta las manos. Lo que me hace ahí abajo es un tratamiento intensivo de placer. Ni siquiera tengo que tocarme a mí misma, me quedo ahí tirada, con los brazos inertes a los lados de mi cuerpo, solo gozando, disfrutando de tan delicioso estímulo.
Cómo agradecimiento le chupo la pija con todas mis ganas... bueno, siempre chupo con todas mis ganas... jajaja... pero ustedes me entienden. Le hago una mamada con todos los chiches, besos, lamidas, escupidas, mordiditas, garganta profunda, tirabuzón. Cuándo termino se la dejo como si no se le fuera a bajar jamás de tan al palo que la tiene.
Le doy un beso en los huevos y me saco el resto de la ropa. Le desfilo desnuda, dando un par de vueltitas, al estilo top model.
-Y dígame Profesor, ¿Que parte de mi cuerpo le parece que tengo que tonificar más?- le pregunto, con voz de alumna sexy, mostrándome, exhibiéndome.
-¡Estás perfecta...!- me responde, con sus ojos devorando cada parte de mi cuerpo. -Aunque...- agrega al entender el juego que le propongo, y acercándose con una sonrisa, me desliza los dedos por la raya del culo -Quizás ésta parte, pero de eso me ocupo yo a puro pijazo-
-¿Y usted cree Profe que me va a entrar todo esto?- le pregunto con el mismo tono, agarrándole la poronga y apretándosela. -Es que tengo la cola muy apretadita-
-Haremos lo posible- me asegura, metiéndome un dedo y tanteando el interior.
Me tiro boca abajo sobre la cama y me entrego a él, la cola levantada, mis glúteos ansiosos y dispuestos.
-Toda suya, Profe...- le digo, relajando el esfinter, mi anillo interior, todo el conducto.
Cierro los ojos y me dejo hacer. Lo primero que siento es el frío del gel lubricante derramándose por entre mis nalgas, y luego los dedos del Profesor esparciéndolo en derredor y adentro. Obvio que enseguida se da cuenta de que no lo tengo ni virgen ni muy apretadito. Tampoco es que lo tenga desfonfado, pero como que los sucesivos y constantes pijazos abrieron un surco, al que cada tanto hay que labrar para que mantenga su elasticidad.
Me gusta sentir como me invade, con sus dedos engrasados en gel, hundiéndose hasta los nudillos, descubriendo mi cuerpo como un conquistador a un terreno inexplorado.
Me besa las nalgas, me las muerde, me las amasa, hunde la cara y me huele, deslizando la nariz por toda la zanja.
Se retira, dejándome un momento a solas con mis ganas, y entonces, lo próximo que siento es su verga punteándome, empujando, forzando la entrada, reclamando su bien ganado derecho a seguir rompiéndome el culo.
Que placer sentirlo entrar, abriéndome, estirándome, su carne arrasando mi interior, quemándome los intestinos. Aunque posee un tamaño bastante significativo... un terrible pijazo, bah... a medida que va entrando pareciera hacerse aún más grande. Cuando llega al fondo, cuándo toda su verga está clavada en mí, cuando sus huevos hacen tope, la deja estar, echado sobre mí, aplastándome con su fibroso cuerpo de deportista.
Empujo mis caderas hacía arriba, para sentirlo más nitidamente, para disfrutar su forma, su tamaño, su inmensidad. De a poco empieza a moverse. Sale sin sacármela del todo, volviendo a entrar, de nuevo hasta el fondo, hundiéndose en mí un poco más cada vez. Parece como si no hubiera alcanzado el final del túnel todavía y con cada nueva inserción me llegase un poco más adentro.
Nuestros jadeos se mezclan con los sonidos del sexo, componiendo un festín sonoro para los oídos.
Ahora me encula con más ritmo, fuerte, seguro, certero. La pija se le pone más dura todavía, con esa tensión que solo la calentura más extrema puede incitar.
-¡Sí... Sí... Así... Rompeme toda...!- le digo, sintiéndolo de una forma tan plena, tan íntima que nuestros cuerpos parecen fundirse en uno solo.
Me agarra de los brazos, me tira hacia atrás, haciéndome arquear la espalda, y me aniquila, me destroza, brutal, desenfrenado, cepillándome el culo en una forma que pareciera querer arrasar con todo.
No me da respiro, se hunde en mí hasta los pelos, haciendo de aquel surco, iniciado antes por tantos otros, el centro de todos sus ataques.
PLAP PLAP PLAP PLAP PLAP PLAP...
Su cuerpo rebota contra el mío, tonificando mis nalgas a puro pijazo, tal como me había prometido.
Me da hasta que no puede más y me suelta, dejándome caer hecha un amasijo, rota pero satisfecha. Él también se derrumba a mi lado, exhausto, empapado en sudor, como si hubiese jugado los 90 minutos de un partido de fútbol.
Los dos estamos agitados, convulsionados por el desgaste físico y emocional.
Me doy la vuelta, y echada de espalda, separo las piernas, haciéndole con las manos el gesto de que venga hacía mí.
Se cambia el preservativo, y se echa encima mío, deslizándome la pija por toda la concha. Me la frota arriba y abajo, haciéndome sentir su su dureza, su contundencia.
-¡Cogeme...!- le pido, agarrándosela y tratando de metérmela yo misma.
Y digo tratando porqué él me lo impide, haciéndomela desear cada vez más.
Ya no aguanto, me quema todo por dentro, tengo el corazón desbocado, latiendo a mil revoluciones por segundo. Me meto los dedos y los sacudo, intentando calmar esa ansiedad que me corroe las entrañas. Pero es inútil, no quiero dedos, quiero pija, SU pija, ESA pija.
Se apiada entonces de mí y me la mete. ¡Uffffffff...! De un solo envión me la manda a guardar hasta los pelos. Arqueo la espalda y exhalo un gustoso y agradecido suspiro. Me aferro a su cuerpo con brazos y piernas, y me muevo con él, ansiosa, desesperada, queriendo sentir sus clavadas en lo más profundo de mi ser.
-¡Sí... Que rico... Ahhhhhhhh... Que bien me coges... Ahhhhhhhh... Sí... Sí... Dale... No pares... Ahhhhhhhh... Más... Más... Más...!-
Me la empuja bien adentro, arrasando con todo lo que se le pone adelante. Mete y saca, mete y saca, retumbándome en las entrañas, dándome todo aquello que le pido y más también.
En un momento frena, se queda quieto, y dejando toda la carne en el asador, me mira a los ojos. Sonríe y me besa. Un beso cargado de morbo, de placer, de sentimiento.
En uno de los tantos chateos que tuvimos, me dijo que era la primera vez que cogía con la madre de un alumno. ¡Y que madre!, agregó triunfal. Pero no le creí que no lo hubiera hecho antes. Está demasiado bueno, como para que ninguna otra mamá haya sucumbido a sus encantos.
Después del beso, vuelve a moverse, enfundándose con esa intensidad a la que ya me había acostumbrado. De a poco aumenta el ritmo, certero, implacable, haciéndome sentir en el vientre una sensación de vértigo que me trastorna.
Le tengo que pedir por favor que me deje un momento, porque de verdad me estoy meando. No es el squirt que me sale a veces, sino chorritos de pis lo que se me escapa.
Me suelta y corro al baño. Me siento en el inodoro y me echo una meada que parece no terminar nunca. No sé que me habrá tocado ahí en el fondo, pero tan violentos pijazos algo provocaron.
Me limpio y vuelvo a la habitación, pero antes de llegar a la cama, me agarra de la cintura, me levanta en el aire, y estampándome de espalda contra uno de los espejos, me abre toda y me penetra ahí mismo, de parado.
¡Uffffffffff...!
Sosteniéndome entre sus brazos, me garcha a lo bestia, haciéndome delirar de placer. Con cada combazo me levanta unos centímetros en el aire, deslizándome en torno a ese brutalísimo garrote que pareciera perderse en profundidades insondables.
Teniéndome ahí bien clavada, me escupe dentro de la boca y vuelve a besarme, con tanta pasión que seguramente va a dejarme los labios enrojecidos.
Es un placer animal el que compartimos, una lujuria atroz que nos pierde, que nos aniquila.
Siempre alzada, me traslada por la habitación, sin sacarme ni un pedazo de poronga, paseándome de un lado a otro, hasta que me deposita en el suelo y echándose encima mío, me vuelve a demoler a pijazos.
Estoy ahí tirada, de espalda sobre una alfombra, las piernas levantadas y abiertas que se sacuden cómicamente. Me miro en uno de los espejos y no resulta una escena muy sensual, pero sí placentera.
Ésta vez el Profe llega primero, me da un último empujón, y dejándomela toda adentro, acaba entre plácidos estertores. Yo lo acompaño poco después, envolviéndolo con brazos y piernas, reteniéndolo dentro de mí, sintiendo como el mundo, la vida misma, se desvanece a mi alrededor.
Cuándo vuelvo en mí, no sé si un segundo, un minuto, o una hora después, todavía sigue encima mío, respirando ya más acompasado. Ya no está tan duro, pero si algo morcillón. Al verme mirándolo, me la saca, se quita el preservativo y derrama su contenido, que no es poco, sobre mis pechos. Me estremezco al sentir el tibio contacto de su semen contra mi piel.
Sin dejar de mirarlo, unto una buena cantidad con mis dedos, y llevándolos a mi boca, me los chupo con suma delectación.
¡¡¡Mmmmmhhhhhhh...!!!
Nos levantamos del suelo y nos derrumbamos sobre la cama, agotados, saciados, aunque con ganas todavía de estar junto al otro. Nos besamos, nos acariciamos, y nos quedamos un buen rato charlando sobre nosotros, contándonos nuestras historias. Sobre él me contó que jugó en Banfield, en Lanús y que llegó a jugar una copa internacional. A los 30 tuvo una lesión en los meniscos de la que no se recuperó bien, por lo menos para jugar a nivel profesional. Intentó volver en otro club de una categoría menor, pero ya no fue lo mismo y entonces decidió colgar los botines. Se dedicó a otros trabajos por un tiempo, hasta que se dió cuenta que lo suyo era la enseñanza. Trabajó en las divisiones inferiores de un equipo de Primera por un tiempo, pero cuándo cambiaron las autoridades lo dejaron colgado, y ahí fue que llegó al Club de nuestro barrio para ser el Profesor del Ro. Ah, y sí, también es casado, y tiene tres hijos, el mayor de diez, el menor de apenas un año...
12 comentarios - El Profe (segundo tiempo)...
Espero que el próximo relato no tarde mucho (aclaro que no es queja, si no un deseo 🙃 ).
Saludos!
Se extrañaban tus andanzas jejej
Y para coronar que hermosa foto.
Van puntos. 10...