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Aislado Entre Mujeres [59].

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Aislado Entre Mujeres [59].
Capítulo 59.


Punto Límite.

Por fin mi abuela llegó a su punto límite, o al menos yo decidí que ya era el momento de pasar a la acción. Porque ya estaba harto de ver a mi madre letárgica en la cama. Necesitaba verla feliz otra vez. Aunque dentro de unos meses me odie por decir esto… extraño que se meta siempre en mi vida y en la de los demás; que abra puertas sin avisar; que esté pendiente de todo lo que ocurre en la casa. Si no hace ninguna de esas cosas, no es ella misma. 
Previamente Macarena ya me había avisado que Gisela estaba usando el plug anal, lo usaba por fragmentos de unos minutos todos los días, a la espera de que llegara el momento apropiado. Así yo podría penetrarla analmente lo más rápido posible cuando fuera necesario. Incluso Gise me hizo prometerle que yo no dudaría en hacerlo sin siquiera pedirle permiso. Si se ponía el plug, entonces aceptaba lo que pasaría después. Su mayor miedo era que el punto de quiebre de la abuela llegara cuando ella no estaba usando el plug. Le dije que no debía preocuparse por eso, ya que si eso ocurría, yo simplemente me alejaría de la abuela y listo. De hecho, tuve que hacerlo varias veces a lo largo de los últimos dos días. 
En esta ocasión todo se había alineado, Gise tenía puesto el plug y la abuela estaba más caliente que una olla a presión. Por eso me quedé esperándola en mi cuarto, con la puerta ligeramente abierta mientras me masturbaba mirando algunas de las últimas fotos que me había tomado con Tefi.
Al momento en que Fernanda apareció, yo ya tenía la pija bien dura. La puerta se abrió como si un tornado hubiera entrado en la casa. Ella tenía los ojos desencajados y estaba completamente desnuda, como si ya no le importara nada. Una vez más me sorprendió lo bien que mantiene su cuerpo, es una mujer que le pararía la pija a cualquier tipo. Estoy seguro de que si los pajeros de mis compañeros de fútbol la vieran, no dudarían en hacer comentarios como “Esa veterana está para romperle el orto toda la noche”.
—Vos y yo tenemos cuentas pendientes —me dijo mientras se adentraba a la habitación, cerró la puerta con tranca detrás de ella, no quería interrupciones—. Ahora no me podés poner excusas… te voy a ser honesta, Nahuel, porque se ve que no entendés las indirectas: Sé que te gustó coger conmigo, también sé que sos mi nieto… aunque eso ahora mismo no me importa demasiado. Quiero que me des por el culo. No aguanto más las ganas… y con el consolador no es lo mismo. Necesito una verga de verdad… una bien grande, como la tuya. 
—Si querías eso, solo tenías que pedirlo de forma sincera y directa.
—Entonces… ¿lo vas a hacer?
—Claro, ahora que me lo pedís bien, lo voy a hacer. —Se quedó de pie junto a la cama, mirándome confundida—. Quizás algún día aprendas que pedir las cosas de buena manera suele ser la mejor vía para conseguir algo. 
Guardó silencio. Su ego estaba herido. Además ya había conseguido lo que quería y sabía que no iba a pedir disculpas por su comportamiento. Simplemente se sentó a mi lado, me agarró la verga y comenzó a chuparla. Para demostrarle que esta vez sí me vería colaborar, dirigí mi mano derecha hacia su concha y comencé a masturbarla. 
No pasó mucho tiempo hasta que Fernanda estuvo en cuatro patas, con la cara apuntando hacia los pies de la cama. Se la metí por la concha, porque antes quería hacerla calentar un poco más… y suplicar.
—Ay, dale Nahuel… no perdamos tiempo… metemela por el culo de una vez por toda.
—¿No querés ni un poquito de juego previo? Mirá que te va a doler si te la meto sin que hayas dilatado bien.
—Ya te dije que estuve usando el dildo… mi culo está bien dilatado. Metemela de una, tan adentro como puedas… me gusta que duela. 
—¿Te hace acordar a cuando tus amantes te daban por el culo?
—Así es. 
—Nunca me imaginé que mi abuela fuera tan puta. Creo que es de familia, y todo empezó con vos.
—Ay, Nahuel, metemela y callate la boca. No me molestes con eso ahora.
No me gusta que me de órdenes, sin embargo hice lo que me pedía, porque ya estaba decidido a poner en acción la última parte del plan. Apunté mi verga hacia su culo y empujé el glande hacia adentro. En efecto, ese agujero ya había sido trabajado apropiadamente…
—Ay… sí… qué rico entró… dame más… más adentro.
Comencé a menear mi pelvis, provocando embestidas contra su culo. Lo hice de forma enérgica, aunque sin disfrutarlo mucho. Sí, sé que suena ridículo, tenía frente a mí a esa hermosa mujer desesperada por recibir mi verga dentro de su culo, debería estar gozándolo mucho. Sin embargo, actué como un soldado que va a la guerra. Cumplí con mi deber. Solo quería que esto funcionara. La idea de que todo el esfuerzo haya sido en vano y el plan no funcione no me deja dormir bien. Me di cuenta que no solo Fernanda había llegado a su punto límite. Yo también. Estoy harto de ver sufrir a mi madre.     
No me entretuve mucho tiempo con esta tarea, me bastaba con que mi abuela entrara en clima y que su culo estuviera bien dilatado. Después de unos pocos minutos le dije:
—Tengo que hacer pis… ya vengo.
—¿Ahora? 
—Sí, es urgente… 
—Ay, Nahuel… me parece que me lo estás haciendo a propósito.
— ¿Por qué haría eso?
—No sé… últimamente te estás comportando muy raro.
—Será porque mi abuela me está pidiendo que le meta la verga. —Ella no dijo nada—. No te preocupes, es solo un minuto. Ya vuelvo. 
—Está bien… 
Salí tan rápido como pude, crucé el living-comedor desnudo y con la chota dura. Llegué al cuarto de Macarena, donde debían llevarse a cabo los últimos preparativos. 
—Llegó el momento —le dije, agitado—. Andá a buscar a Gisela.
—¡Genial! Ya era hora.    
Maca saltó de su cama, estaba en ropa interior mirando su celular para pasar el tiempo, antes parecía aburrida, pero ahora estaba enérgica, revitalizada. Volvió con Gisela y Brenda en pocos segundos y luego volvió a marcharse mientras decía “Ya vuelvo”. 
No tenía tiempo para preguntarle dónde iba. Gise también entendió que teníamos que pasar a la acción lo antes posible, por lo que se puso en cuatro sobre la cama sin siquiera decir una palabra. Estaba desnuda de la cintura para abajo y Brenda se encargó de quitarle la remera negra que tenía puesta. Yo me posicioné detrás de Gise y saqué el plug. Me encantó la forma en la que su culo se dilató para que ese peculiar juguetito pudiera salir. Usé el lubricante que, estratégicamente Macarena había dejado en su mesita de luz (Bah, en realidad siempre está ahí, porque Maca es muy pajera). Brenda se quitó toda la ropa rápidamente y se colocó con las piernas bien abiertas frente a Gise, quien empezó a comerle la concha de inmediato. Que mi hermana se mostrara tan dispuesta de entrada me incentivó. Aún me parece sorprendente que su psiquis pueda cambiar tanto con la motivación apropiada. La mente humana sigue siendo un gran misterio para mí.  
No me costó nada meterla en el culo de Gisela, el plug había hecho su trabajo a la perfección. Le di tan fuerte como pude, sabía que ella podía resistirlo. Admito que metérsela a Gise fue mucho más divertido que hacerlo con Fernanda. Me hubiera encantado quedarme más tiempo disfrutando de esto. Sin embargo, no podíamos hacerlo. Debíamos actuar con celeridad. 
Gise también lo sabía, por eso se masturbó mientras yo le daba con fuerza. Mis bolas rebotaron contra su culo y Brenda le frotó la concha contra la cara.
Miré hacia la puerta y vi a Macarena. 
—¿Adónde fuiste? —Le preguntó Brenda a Macarena en cuanto la vio entrar. 
—Estaba encerrando a Ayelén, para que no moleste.
—Qué raro que no la escuchamos gritar —comenté.
—Es porque está durmiendo en la pieza de mamá, todavía no sabe que cerré la puerta con llave… con suerte ni se va a enterar. 
No me detuve ni un segundo, en parte porque lo estaba disfrutando. Que todo sea parte de un plan para poner a mi abuela en su lugar no significa que no lo pueda disfrutar. 
—Creo que ya está lista —dijo Brenda. 
—¿Cómo sabés? —Le pregunté.
—Por la forma en la que me está chupando la concha. Cuando está bien caliente me da muchos chupones en el clítoris, como si quisiera arrancármelo.
—¿Y te duele?
—Un poquito… pero esa es la gracia. Se siente rico.
—Muy bien, Nahuel… volvé con la abuela, antes de que comience a impacientarse —dijo Macarena—. Nosotras nos encargamos de todo lo demás. Danos unos minutos.
—Perfecto, las espero.   
Volví a mi cuarto, mi abuela estaba masturbándose copiosamente y sonrió al verme entrar.
—Pensé que ya no ibas a volver.
—Perdón, es que me crucé con una de mis hermanas en el camino, y no dejaba de hablarme; pero ya está… podemos seguir.
Cerré la puerta (sin poner la traba). Regresé a mi posición anterior en cuanto ella volvió a ponerse en cuatro. Se la metí rápido para que viera que ya podíamos coger en paz.
—Uf… sí, así… pensé que me ibas a dejar con las ganas otra vez —dijo mientras se masturbaba.
—Nunca tuve intenciones de dejarte con las ganas. Es solo que a veces me pedías las cosas de mala manera.
—Está bien, tenés razón. Prometo pedir las cosas de mejor manera. Pero vos tenés que prometerme que no vas a decir cosas que me hagan sentir mal.
— ¿Como cuáles?
—Mmm… dioss… qué fuerza tenés… 
No respondió a mi pregunta porque empecé a darle tan fuerte como era posible. Su culo ya estaba recibiendo muy bien mi verga y yo estaba comenzando a disfrutarlo, porque estaba ansioso por lo que va a ocurrir. 
La puerta se abrió y me encontré con una de las imágenes más impactantes que vi en mi vida. Primero vi a mi madre, que dio dos pasos hacia adentro. Llevaba puestos tacos negros y unas cintas de cuero negro con tachas cruzaban su cuerpo, formaban una “V” que nacía desde su vagina y llegaba hasta la cintura, donde una tira horizontal unía las dos puntas de esa “V”. Este segmento se conectaba mediante otras dos tiras a la parte superior, compuesta por una especie de corpiño formado por cinturones de cuero. Las imponentes tetas de mi madre estaban completamente a la vista, las cintas solo hacían que sus pechos se mantuvieran más firmes. Lo que más me llamó la atención fue que tenía puesto un bozal… una especie de pelotita dentro de su boca sujeta por una gruesa cinta de cuero que cruzaba todo el ancho de su cara. Luego noté el collar, al principio pensé que era solo un adorno más, otra tira de cuero con tachas que completaba ese peculiar atuendo; pero luego vi que una soga salía de la nuca de mi madre y Gisela la sostenía en su mano, como si se tratase de una correa de perro. 
Tragué saliva al fijarme en mi hermana. Aunque parezca imposible, su apariencia era aún más impresionante que la de su madre. Su atuendo también era todo negro, estaba conformado por unas largas botas de cuero con tacos aguja, un portaligas y un corsé que se ajustaba perfectamente a su cintura. También tenía una tanga y un corpiño, ambas cosas tenían oportunas aberturas, podía ver claramente su concha y sus pezones sobresalían casi con violencia, y como si esto no fuera suficiente, en su otra mano llevaba una fusta con la que dio un rápido golpe a las nalgas de Alicia. Fue su forma de ordenarle que siguiera caminando. Me quedé anonadado al ver como mi madre obedecía sin chistar, parecía una autómata que solo podía entrar en acción si su dueña se lo ordenaba. 
Detrás de estas dos impresionantes mujeres entraron Pilar, Cristela, Macarena, Brenda y Tefi, en ese orden. Todas iban con poca o nada de ropa. Tefi tenía una remera que solo le cubría la parte superior, debajo iba desnuda. Pilar y Cristela tenían tanga y corpiño, nada más. Brenda y Macarena ya se habían desnudado por completo. 
—¿Se puede saber qué es todo esto? —Preguntó Fernanda, evidentemente enojada por la interrupción. 
—Callate, abuela —dijo Gisela, con un vozarrón muy firme—. Tenés la pija de tu nieto bien enterrada en el orto, no tenés derecho a hacernos ningún planteo. Puta.  
Ese “Puta” sonó con un desprecio tan seco que hasta a mí me dolió. Me recordó a la peculiar forma en la que Severus Snape decía “Potter”, en las películas de Harry Potter, como si el solo hecho de pronunciar la palabra le diera asco. 
Uno de los motivos por el cual nos tomamos tanto trabajo en llevar a Fernanda a su punto de quiebre fue para exponer sus actitudes frente a toda la familia. Ahora ella no puede cuestionarnos por nada de lo que hayamos hecho. Nosotros mantuvimos prácticas incestuosas; pero ella también… y lo hizo por voluntad propia. Nadie la obligó. 
Todas las mujeres se pararon alrededor de mi cama, Gisela y Alicia tomaron lugar frente a mí. En ese momento noté que Brenda tenía algo en la mano. Se trataba de un gran dildo blanco con una serie de correas en la base. Como si fuera la asistente de un ilusionista, se acercó a Gisela y le colocó eso, a modo de strap-on. Así fue que mi hermana mayor pasó a tener una verga, casi del mismo tamaño que la mía. 
Con un sutil gesto de la mano le ordenó a Alicia que se pusiera en cuatro sobre la cama, y ella obedeció. La que se encargó de usar un lubricante en todo el largo del dildo fue Macarena. 
—¿Acaso se volvieron locas? —Preguntó Fernanda.
—Más loca estás vos, abuela —respondió Macarena, sin interrumpir su tarea—. Y fue tu locura lo que dañó a mi mamá. 
—Alicia está enferma —dijo la abuela, mientras intentaba resistir la dura cogida que yo le estaba dando por el culo. Se notaba que le costaba hablar un poco entre tantos gemidos y resoplidos involuntarios—. Siempre estuvo enferma.
—Puede ser —dijo Maca—, pero vos no hiciste nada para ayudarla. De hecho, solo empeoraste las cosas. 
Vi que el dildo se perdía tras las nalgas de mi madre  y no necesité ver la acción para entender que se iba a meter dentro de su culo. Por un minuto me pregunté cómo habían logrado convencerla de vestirse así, salir de la pieza y ponerse en cuatro justo frente a su madre. Luego entendí que todo se debía a los increíbles poderes de dominación de Gisela. Alicia ni siquiera estaba pensando. Solo actuaba, de la misma forma en que lo hacía Brenda cuando era sometida por Gise. Ese estado, casi de trance, les hacía las cosas mucho más fáciles. Su mirada era distante, como si su cuerpo estuviera allí; pero su mente no. Alicia emitió un quejido cuando el dildo de Gisela entró en su culo, su cara se puso roja, aún así no protestó. Aunque con ese bosal en forma de pelotita le debe resultar imposible hablar. 
—Muy bien, abuela. Vamos a empezar.
Macarena es la encargada de dirigir este proceso. Mi rol consiste en seguir dándole por el culo a Fernanda, para mantenerla caliente. Nos dimos cuentas de que las mujeres de mi familia suelen volverse muy sinceras (con temas sexuales) cuando están muy excitadas. Por ese mismo motivo Gise está metiéndole el dildo a Alicia. Además Macarena sugirió que sería mejor hacerlo con las dos en igualdad de condiciones, mirándose cara a cara. Y así estaban recibiendo duras penetraciones anales, con sus ojos a pocos centímetros de distancia.
—¿Empezar con qué? Yo no tengo nada que hablar con ustedes.
—Sí tenés que hablar con nosotros, vas a tener que dar muchas explicaciones —Macarena se mantuvo tranquila, luciendo su cuerpo desnudo con orgullo—. Queremos saber por qué nuestra madre sufrió tanto por tu culpa, porque todo esto nos afectó de forma directa a nosotros. En especial a Gisela. Y sabemos que la culpa de todos estos daños la tenés vos. Todo empezó con vos. 
—¿De qué estás hablando? —Protestó Fernanda—. Yo no hice nada malo. Si hay alguien que tiene la culpa de toda esta enfermiza situación es Alicia.
Mi madre emitió un ruido similar al gruiñido de un perro, hasta se lanzó un poco hacia adelante, como si quisiera morder a Fernanda. Ahora entiendo por qué le pusieron un bozal. 
Me molestó mucho que mi abuela se desentendiera de su responsabilidad con tanta facilidad, por eso me aferré a su cintura con ambas manos y empecé a darle por el culo tan rápido y fuerte como me fue posible. Puse toda mi energía en cada bombeo, en cada penetración. Sus nalgas comenzaron a sacudirse, ella se aferró a la sábana y agachó la cabeza.
—Ay… ay… ay… Nahuel, despacito… ay… me vas a romper el culo.
—¿No me habías dicho que te gusta que te den fuerte? Así cómo te cogían por el culo esos tipos de los que me hablaste… ¿así te la metían?
Seguí con ese ritmo duro y parejo, mi verga colaboró, poniéndose bien dura.
—A mí me parece que se queja solo porque le gusta quejarse —comentó Pilar—; pero lo que más le gusta es que se la metan por el culo. ¿No es así, abuela?
—Ay… ¿Por qué ahora todos me tratan mal?
—Ya te lo dijimos —intervino Tefi—, vos jodiste a nuestra madre. Ahora queremos saber por qué. ¿Qué hizo ella para merecer tanto maltrato de tu parte durante tantos años?
—A mí también me gustaría saberlo —dijo Cristela—. No soy tonta, mamá. Siempre supe que hacías mucha diferencia entre nosotras. A mí me tratabas como si yo fuera la princesa de la casa, en cambio a Alicia siempre la trataste como un perro. No entiendo por qué. 
—Vos siempre te portaste bien, en cambio Alicia… hacía cosas innombrables con los tipos del taller… y con otros más.
—Si ese es tu problema con Alicia —continuó Cristela—, te comunico que yo soy tremenda puta. Me encanta coger… me cogieron entre varios un montón de veces y yo también tuve algunos jueguitos con los tipos del taller. A mí también me agarraron de putita…
—Mentira… —dijo Fernanda—. No mientas, Cristela… no intentes defender a tu hermana diciendo mentiras.
—No es ninguna mentira, mamá. ¿Acaso creés que a mí nunca me agarraron en patota los del taller? Le chupé la pija a todos, sin excepciones. Todos me garcharon… y no hubo ni uno que no me diera varias veces por el orto. 
—No es cierto!
—Es muy cierto, mamá. Y no entiendo cómo no te diste cuenta, si yo también salía a la calle con shorcitos muy cortos, con las tetas casi al aire, y volvía a casa a altas horas de la noche, toda despeinada, con el aliento oliendo a semen… y con el culo bien roto. Sin embargo, a mí ni siquiera me revisabas… todo eso lo hacías con Alicia. Me acuerdo muy bien de cómo la sometías a extensas inspecciones para ver si tenía el culo dilatado. Ahora entiendo que te gustaba meterle los dedos por el orto, por eso lo hacías. Y Alicia tenía que soportar todo eso, porque sabía que negarse era mucho peor. 
—¿Así que te gustaba revisarle el culo a mi mamá? —Preguntó Macarena—. ¿Lo hacías seguido?
—No, claro que no. Es algo que pasó muy pocas veces. 
Alicia volvió a emitir una queja gutural, dando a entender que Fernanda no estaba siendo del todo honesta.
—Lo que sí pasó muchas veces, y no lo podés negar —dijo Cristela—, fue lo de revisarle la concha. Casi todas las noches querías comprobar si ella la tenía húmeda. A veces lo hacías a escondidas de mí, para que yo no me entere. Aunque me las ingeniaba para espiar. También hubo veces en las que no te importó mucho que yo estuviera ahí, viendo todo lo que hacías.   
—A ver, abuela. Contanos cómo era ese proceso —pidió Macarena, mientras se ponía de rodillas en la cama, su concha quedó a pocos centímetros de Fernanda—. ¿Por qué empezaste a revisarle la concha a mi mamá y cómo lo hacías?
—Eso ya no importa —dijo la abuela—. Pasó hace mucho.
—Más te vale que empieces a hablar, sino va a ser mucho peor —le dijo Gisela, mostrándole la fusta que traía en mano.
Si bien no podría haberle ocasionado un daño a nadie con esa fusta que parecía un pequeño matamoscas con el mango demasiado largo, sirvió para que Fernanda se sintiera intimidada. Aunque quizás lo intimidante fue el tono de voz que utilizó Gisela. Parecía un sargento dando órdenes a un soldado raso. 
—Yo actué como una madre que quiere cuidar de sus hijas… y a toda su familia —comenzó diciendo Fernanda—. Empecé a escuchar rumores de que Alicia andaba “jugueteando” con los tipos del taller. Algunas personas del barrio ya decían que era “una putita muy servicial”. —Penetré más lento a mi abuela, quise darle una tregua para que pudiera hablar mejor. Gisela hizo lo mismo con mamá—. Creí que el mundo se me venía abajo cuando escuché eso. Al principio creí que se trataba de un error; pero los rumores se hicieron cada vez más fuertes. Incluso una vecina me contó que había visto a Alicia chupándole la pija a uno de los ayudantes del taller. 
—Había muchas viejas chismosas en el barrio —dijo Cristela—. Viejas con telarañas en la concha, que no hacían más que meterse en la vida de los demás. Como ellas no cogían, no querían que nadie coja.
—Seguí, abuela —ordenó Macarena.
—Em… ay, chicas… no me hagan contar estas cosas. Prefiero olvidarlas… Ay!! —Aumenté el ritmo al instante. Una vez más mi verga comenzó a hundirse en su culo con fuerza—. Está bien, está bien… ya entendí —fui disminuyendo el ritmo—. Una vez Alicia llegó a casa muy tarde, tenía marcas en los pechos, como si alguien se los hubiera arañado. Usaba escotes muy prominentes y shorcitos muy ajustados. Tenía puesto uno de esos, de jean. Le pregunté dónde había estado y solo me dijo “con unos amigos”. Le pregunté qué clase de amigos y no me dijo nada. Me enojé mucho, por la forma agitada en la que respiraba y por cómo se marcaban sus pezones, supe que había estado cogiendo con alguien. Le desprendí el short y bueno, corroboré que estuviera mojada —Alicia la miraba muy seria.
—Es decir, le tocaste la concha —dijo Macarena.
—Sí, pero…
—¿Cómo se la tocaste? A ver… mostranos. Usá mi concha como ejemplo.
Fernanda dudó unos segundos, pero no hubo necesidad de insistir. Ella solita llevó su mano hasta la vagina de Macarena y empezó a acariciarla con dos dedos. Poco después vimos como esos dedos se introducían por el agujero.
—Ah… le metiste los dedos —dijo Pilar.
—Lo hice para verificar si la tenía muy dilatada. Y sí que estaba bien dilatada… más de lo que está Macarena ahora mismo.
El pulgar de mi abuela comenzó a moverse por el clítoris, masajeándolo.   
—¿Esto también lo hiciste con mi mamá? —Preguntó Maca. Fernanda asintió con la cabeza—. ¿Y por qué? 
—Porque sé que después de tener sexo, una concha lubrica mucho más rápido de lo normal. Quería saber si Alicia lubricaba rápido.
—Mmm… no me convence —dijo Macarena.
—Una vez vi que mi mamá se lamía los dedos durante la revisión —comentó Cristela—. Siempre me pregunté por qué lo hacía.
—Eso, abuela… ¿por qué lo hacías? —La pregunta vino de Tefi, parecía más enojada que las demás.
—Me parece que es porque le gusta chupar conchas —comenté.
—No, no… nada que ver. Lo hacía para saber si tenía semen en la concha… y para que lo sepan, más de una vez me encontré con que estaba llena de leche. Fue horrible, ella volvió a casa medio alcoholizada. Se estaba tambaleando. Tenía una pollera muy cortita y cuando metí la mano por debajo me di cuenta que ni siquiera tenía ropa interior. Cuando introduje dos dedos, entraron con suma facilidad, la tenía muy abierta. Como ya había hecho antes, me llevé los dedos a la boca sin darme cuenta de que los tenía cubiertos de semen.
—¿Y vos te tomaste esa lechita? —Preguntó Macarena, soltando una risita picarona.
—Sí, lamentablemente sí. Lo peor fue cuando me agaché a mirar su vagina, aún chorreaba semen. Ella se reía como una loca. Entendí que alguien se la había metido hacía muy poco tiempo. Supuse que había sido alguno de los tipos del taller, porque entre nuestra casa y el taller no hay más que unos pocos pasos. La muy desgraciada ni siquiera tenía la decencia de limpiarse. Hubo otras noches donde, al llevarme los dedos a la boca, descubrí que aún había semen dentro de su concha.
—¿Y no te daba asco? —Preguntó Tefi. 
—No, asco no… el semen nunca me causó repulsión en sí mismo. Lo que sí me daba era bronca, porque en ese momento pensaba que tragar semen es de putas. Que mi hija era una puta y que, por su culpa, yo también terminaba tragando semen. Pero nunca sentí asco al chuparme los dedos, por eso lo hacía sin miedo. 
—Algo me dice que hubo veces en la que le metiste los dedos después de haberlos lamido, sabiendo que ahí dentro había semen, y que después los volviste a lamer. —Macarena miraba a la abuela desde arriba con una actitud imponente—. ¿O me equivoco?
—Es cierto, y antes de que me preguntes, te digo que yo tenía una buena razón para hacerlo.
—¿Ah sí? —Preguntó Pilar, incrédula—. ¿Y qué buena razón tenías para estar juntando leche directo de la concha de tu hija, para después chuparte los dedos? 
—Lo hacía para averiguar cuánto semen le habían metido en la concha. Si le metía los dedos varias veces, me los chupaba, y luego volvían a salir llenos de semen, entonces podía sospechar que más de un hombre había acabado dentro de ella. 
— ¿Y no era más fácil limpiarse los dedos con un trapo? —Preguntó Brenda. Me encantó que ella también se sumara al interrogatorio. 
—Puede ser —mi abuela se encogió de hombros—. Pero esto era algo no planificado, surgía de imprevisto, cuando Alicia irrumpía en la casa a altas horas de la noche. No me daba tiempo de buscar un trapo. Además, dije que el semen nunca me dio asco. Me daba igual llevármelo a la boca, porque yo no era la puta que se había dejado coger para que me llenen de leche. Y hubo veces donde pude confirmar que más de un hombre había eyaculado dentro de ella, porque le salió una cantidad de semen importante. Incluso podía ver cómo le chorreaba por las piernas.     
—¿Y vos te tomabas la leche de tipos que ni sabías quiénes eran? —Preguntó Pilar. 
—Admito que sí… aunque… no fue agradable hacerlo. Pero tampoco me molestó tanto. Más me molestaba saber que era mi hija la que habían usado como muñeca sexual. Y que ella se los permitía, una y otra vez. 
—Ok, muy bien, abuela… supongamos que entiendo todo lo que dijiste, por más absurdo que sea. —Macarana miró hacia abajo, los dedos seguían entrando en su concha—. Todas estas acciones (claramente cuestionables) eran para averiguar si tu hija había tenido sexo. Lo que no entiendo es… ¿por qué mierda te molestaba tanto que ella cogiera?
—Porque hacía quedar muy mal a la familia. Era la puta del barrio. Además, yo no crié hijas para que sean putas. 
—Es curioso que digas eso después de lo que nos contaste a Nahuel y a mí —dijo Pilar—. Había tipos que se turnaban para que les chupes la pija… y después te la metían por el orto. ¿Acaso eso no es de puta? ¿Acaso eso no hace quedar mal a la familia?
—Sí, sí… es cierto —admitió Fernanda—; pero todo eso también fue culpa de Alicia. Ella provocó esas situaciones.
—Pero si Alicia ni siquiera estaba —dijo Pilar—. Nunca mencionaste que ella formara parte de esas rondas de chupadas de pija que hacías. 
—Es cierto, ella no estuvo en ese momento. Aún así, es culpa de ella. 
Una vez más mi mamá quizo ladrar y morder a la abuela. Estaba realmente enojada, y eso me gustó. Al menos ya no se la veía débil, desvalida… estaba acumulando bronca y en cualquier momento iba a explotar. Supongo que en el momento apropiado, Gisela va a retirarle el bozal. Y ahí sí que va a morder… en forma metafórica, digo. 
—Si Alicia tiene la culpa de algo o no, lo vamos a decidir nosotros —dijo Macarena—. Vos solo tenés que contarnos todo. En especial las cosas que vos hacías con ella. 
—Yo les cuento todo, pero les advierto que van a escuchar cosas sobre su madre que no van a poder aceptar. 
—Queremos saber la verdad —dijo Pilar—, y si lo que decís es verdad, lo vamos a aceptar. Lo que no vamos a tolerar es que nos mientas… o que nos ocultes información. 
—Muy bien, preparense, porque las cosas que van a escuchar a continuación, no les van a gustar. Ahora van a entender qué clase de mujer es ella.
—Lo que yo quiero entender —dije—, es qué clase de mujer sos vos. Así que contanos todo, sin omitir nada. 
Todo el cuerpo se me puso tenso, una descarga eléctrica me cruzó la espalda. Quería que la abuela contara todo lo que sabe, pero al mismo tiempo me daba miedo pensar qué podría haber hecho mi madre en su pasado para que se convirtiera en un secreto familiar que debe ser guardado con la más absoluta vergüenza… y cómo es que eso terminó generando tanto daño en mi familia años después. 

             
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