María era la representante de una marca independiente de ropa interior. Me habían visto en Instagram y al parecer mi perfil les había parecido lo suficientemente interesante como para ser modelo de su marca, o al menos para una sesión de fotos.
Yo nunca había hecho nada así antes, pero me entusiasmaba mucho, aunque, entre nosotros, tengo que confesar que la exposición que iba a recibir me daba un poco de miedo.
La cita fue el jueves por la tarde. Estuve toda la semana ansiosa, pero llegado el momento, la ansiedad se transformó en inseguridad. Fui sola al lugar de la entrevista, un error, lo sé, pero tengo que anticiparte que todo salió bien en esta historia.
Se presentó ante mí Ramiro, el fotógrafo.
— Podés mirar el estudio y curiosear lo que quieras — me dijo amablemente — la máquina de café es libre, no lleva ficha.
Dejé mi cartera y, con algo de timidez, empecé a mirar el estudio. Era una oficina muy grande, con muchas luces y cosas que yo no conocía, pero seguramente servían para mejorar la iluminación. Dejé mi cartera en una mesa y me puse a mirar fotos en la pared. Había de todo, aunque me llamó la atención ver ahí unas cuantas fotos de desnudos; todas muy cuidadas y artísticas, pero interesantes al punto de llegar a sonrojarme con algo que vi.
Una conversación acompañada de un café surgió entre los dos. Él tenía mucha experiencia, me contó sobre sus mejores sesiones, algunos premios que había ganado –y que tenía visibles en el estudio- y también un poco de su vida. Tenía cuarenta años y la fotografía no solo era su pasión, era su estilo de vida.
Me separé un poco de él para curiosear las cosas que María había dejado preparadas. Él fue quien me indicó que había una caja con productos de la marca para la sesión, y me terminó ganando el impulso por saber qué es lo que pretendían que me ponga. Realmente había de todo, desde conjuntos decentes y recatados, hasta algunos muy jugados y provocadores. Me sentía algo confidente con Ramiro en ese momento, por lo que no me ganó la timidez al momento de mostrarle una tanga negra, diminuta, acompañada de mi incrédula expresión como de «¿En serio tengo que posar con esto»
— Es linda — respondió, apartando la mirada de su cámara, limpiaba las lentes en ese momento —, el negro va bien con cualquier tipo de cuerpo o persona... Pero creo que tu color es otro.
Arqueé una ceja, aún más incrédula ¿Qué me estaba diciendo?
— ¿Eso que significa? — reproché en parte bromeando, en parte indignada — El negro es mi color favorito
— Y no digo que esté mal — me detuvo —, pero es ir a lo seguro.
Se acercó a mi ubicación y metió la mano en la caja para sacar la caja de un conjunto que evidentemente había visto antes.
— Este, en cambio, es un color que te sentaría divino.
— Rosa... — reproché otra vez, quitándole la caja de las manos.
— ¿No confiás en mi criterio?
Suspiré, mil motivos tenía para debatir por qué el negro era MI color, pero él también tenía muchos argumentos con qué refutarme y era bastante bueno con la palabra. Terminé zanjando la conversación con un impulso de idiotez.
Fui detrás de un biombo que tenía en el estudio y me probé el conjunto. Me pesa y duele admitir que tenía razón, y que no solo el color, sino el conjunto me quedaba mucho mejor de lo que esperaba; pero el orgullo no me dejaba perder el debate.
— ¿Ves? — salí y me mostré — Horrible
Ramiro se rio. Suspiré indignada, pero me duró muy poco en cuanto me di cuenta de que estaba prácticamente desnuda frente a él. Y dirán: «En la sesión lo ibas a hacer igualmente» ¡Pero no es lo mismo! Me sonrojé como un tomate y corrí otra vez al biombo, aunque la voz de Ramiro me trajo de vuelta al mundo.
— ¿Querés probar? — escuché.
Me asomé y estaba él acomodando unos cuantos focos hacia una zona donde había extendida una especie de lona blanca –que seguramente tiene un nombre-. Señaló una x en el suelo y me mostró la cámara en sus manos.
No sé por qué me sentía tan tímida en ese momento, yo no soy así, pero me acerqué a paso lento hasta donde me indicó y me quedé parada. Me invitó a posar y él se preparó para sacar algunas fotos. Había demasiada rigidez en mi cuerpo, y es algo que me remarcó unas cuantas veces, decía que las poses no eran naturales. Se acercó a mí después del décimo intento fallido y sin aviso ni permiso, tocó mi pierna para acomodarme, mis brazos y mi cintura. Me puso en una posición extraña, algo incómoda, pero me indicó tomar aire y relajarme; después de eso hizo la foto.
Una foto realmente increíble. El talento y experiencia del fotógrafo era evidente.
Me solté más después de eso. Foto a foto, mi recientemente descubierta timidez desaparecía y dejaba salir un lado más carismático en mí, o al menos eso sentía. Ramiro daba indicaciones, me pedía otras poses, y yo cumplía con todas ellas; incluso hice uso de la lencería que la marca había traído para la sesión y me cambié varias veces el conjunto.
Me dejaba llevar, disfrutaba de hecho lo que estaba haciendo, aunque parte de mí me estaba llevando a tomar impulsos, y esos impulsos me hacían ser más jugada. Las poses eran cada vez más sugestivas, y Ramiro me incentivaba a seguir por ese camino. La adrenalina recorría mi cuerpo, mis pulmones llenos de aire me hacían marear y sentía como poco a poco el corazón bombeaba más fuerte ¿nervios? No, ya no era eso.
Veía a Ramiro tan estoico, tan profesional, él estaba en un punto completamente opuesto a mí, y en un momento eso llegó a molestarme ¿Cómo es posible que yo estuviese tan excitada y él siguiera como si nada? La experiencia que tenía en su trabajo era digna de admiración, pero entonces estaba dispuesta a romperlo.
Tenía puesto en ese momento un conjunto de encaje rojo. La tanga era muy delicada, los patrones en el encaje exquisitos, el rojo muy intenso y apasionado. Entre la delgada capa del corpiño podía verse incipiente parte de mi pezón. Miré con picardía a Ramiro, él seguía ensimismado en su trabajo. Repetidas veces intenté mirar su pantalón para ver si notaba algo, pero no podía distinguir, las luces apuntando hacia mí eran muy fuertes y de él solo veía una penumbra.
Arrodillada en el piso, recorrí mi vientre con la mano hasta posar el pulgar en el borde de la tanga. Mi otra mano fue inmediatamente a mis labios para jugar con ellos, miré distraída a otra parte mientras mordía mi dedo. El click de la cámara me avisaba cada vez que él me hacía una nueva foto, y entonces cambiaba de posición sin que me dijera nada. Bajé mi otra mano, las dos empujaban suavemente mi tanga, podía verse más mi piel, y provocaba con llegar hasta lo más bajo, aunque no lo hacía. Otra foto y entonces mis manos juntas recorrieron mi cintura, llegaron a la parte baja de mis pechos, se posaron en ellos, otra foto y entonces se agarraron, y otra foto. Subí lentamente, jugando con los índices sobre mis pezones, sentí el ansiado click, inesperado esta vez, y me aferré al borde del corpiño con los dedos índices. Lancé una mirada provocadora a la cámara.
Ramiro no decía nada, me quedé quieta esperando escuchar algo de él, con la mirada le pregunté «¿sigo?» aunque no hubo respuesta. Presioné con los índices y poco a poco bajé el corpiño, dejando asomar la areola, otra foto. Parecía comunicarse con la cámara, el click me daba el ok, me alentaba a seguir. Y es lo que hice, bajé por completo, dejando que mis pechos escaparan de la delicada tela roja que los recubría.
No escuché el click.
Alcé la mirada.
El fotógrafo había bajado su cámara. La penumbra mostraba tan solo una silueta parada ahí, con ambos brazos a los lados de su cuerpo con la cámara en una de sus manos. Noté nervios en él, los brazos le temblaban.
— Se me ocurrió que una foto así estaría linda — provoqué ante su silencio y me quité el corpiño por completo. Aun de rodillas, dejé que mis tetas cayeran por la gravedad las levanté con el antebrazo — ¿Qué opinas?
Lo vi levantar su cámara, aunque sus movimientos fueron lentos y temblorosos, como si su tan particular y llamativamente efectiva manera de comunicarse mediante “clicks”, empezase a tartamudear. Sonreí, y esta vez con más picardía, sentía muy en lo profundo el placer de haber logrado romperlo.
Click, otra foto.
Me senté en el piso, ambas manos hacia atrás, lentamente abrí las piernas. Me había empezado a mojar hacía ya un buen rato, pero él no se había dado cuenta hasta ese momento en que, seguramente, la lente de su cámara captó esa humedad en mis piernas.
Y otra foto...
Mi mano bajó lentamente recorriendo mi cuerpo, una serie de clicks me indicaba que había hecho fotos de mi acción, me posé sobre mi vagina, mis dedos se movían lentamente y se empapaban al acariciar con suavidad el delicado botón rosa bajo la suave tela de la tanga.
Y una vez más una foto.
— ¿Puedo ver esa última foto, Rami? — dije en voz suave, aguda, pero casi ronroneándole a mi fotógrafo.
Lo pude ver acercarse lentamente se veía algo nervioso al caminar. Me sorprendía ver como alguien con su portfolio, su experiencia y las fotos colgadas en su pared, llegaba a tener tal grado de timidez. Probablemente fuera su completo profesionalismo y lo recto que se veía al apegarse a las normas de su trabajo, lo que hacía que una situación como la actual lo descolocase.
Cambié mi postura, ya no estaba sentada, sino que me puse de rodillas frente a él cuando estuvo cerca. Bajó las manos para mostrarme la cámara. Posé mi mano derecha sobre su pierna y con la otra acaricié su mano al aferrarme de su cámara para ver la foto. Alcé la mirada mordiendo mi labio inferior y pude verlo completamente sonrojado.
— Sos muy bueno sacando fotos — volví a ronronear.
Me daba seguridad y confianza ver como los papeles se habían invertido. El como yo, tímida al principio, había podido sacar de mi interior a la Cami más primitiva y salvaje, y como él, seguro, profesional, estoico, se había roto por completo ante los deseos de, posiblemente, la modelo más puta que había posado frente a su cámara.
Dio un paso atrás, pero volví a acercarme a él. Me quedé mirándolo y él intentaba verme, pero su mirada no sabía dónde posarse ¿Qué tenía que hacer en ese momento? ¿Lo provocaba con una burla y una ironía, o lo intentaba calmar para hacerlo sentir más cómodo?
— Ya que estamos cerca, sacame algunas fotos desde acá — pedí con voz aniñada, pero aun intentando sonar sensual para sus oídos.
Llevó la cámara hacia arriba y apuntó, yo de rodillas, seguramente en la foto podían verse sus piernas. Me mordí los labios, provoqué a la lente, claramente con la cámara en manos se sentía más confiado.
Acaricié sus piernas y me aferré fuerte a su pantalón mientras sentaba los glúteos en mis talones para darle otra toma. Había empezado a sacar fotos en ráfagas y me prendía el sonido y el leve temblor que sentía en sus piernas. Dejé escapar una risita y miré a un lado, después volví a intentar hacer contacto visual con él a través de la lente de su cámara y recorrí sus piernas hacia arriba hasta llegar al cierre de su pantalón.
No dijo nada, no se quejó, no se movió, no reaccionó; pero en mis manos podía sentir una evidente respuesta a todas las dudas que en mi mente se habían planteado desde hacía unos cuantos minutos. Había algo muy duro latiendo dentro de su pantalón, y mis manos, intrépidas y curiosas, se aventuraron a descubrirlo. Bajé el cierre lentamente, ante su falta de reacción seguí, aceptando el permiso que su silencio me otorgaba. Bajo el algodón de su bóxer se sentía aún más fuerte el contorno de su miembro.
— Tenés algo muy grande escondido acá — volví a hablarle a la lente de la cámara
Un último movimiento bastó para sacarla. Era la verga más grande que había visto en el mes. La tenía muy dura y caliente, y en mis manos podía sentir como palpitaba al momento de agarrarla. Una mano no bastaba, pude sujetarla con ambas, y sonreí a la cámara esperando la respuesta, el famoso “click” con el que había estado conversando hacía rato.
Y la foto no tardó en llegar.
Jugué con mis manos, empecé a masturbarlo, olvidándome ya de las fotos, aunque aún sentía de fondo el sonido cada vez que hacía una nueva. Acariciaba mi mejilla con la punta de su glande y me atrevía a dar las primeras lamidas a su tronco, provocándolo, aunque me daba cuenta de la sensibilidad que tenía en ese momento porque las piernas de él temblaban y sufrían ciertos espasmos cuando su glande, que empezaba a mojarse, rozaba mi piel.
— Tranquilo Rami. No queremos que esto termine tan rápido ¿no? — pregunté. Se lo veía agitado.
Bajé las manos y las puse en mis rodillas para impulsarme hacia arriba. Una vez de pie y junto a él, bajé su cámara, la hice a un lado y puse firme mi mano en su pecho, ansioso y tembloroso, con el fuerte latido de su corazón bombeando salvaje producto de la excitación.
Besé su cuello, lamí sobre el lugar que había besado y subí hasta llegar a su mejilla. Era tan alto que tenía que pararme en puntitas de pie para lograrlo. Intentaba controlar su respiración, hacer que se calmara. Mi otra mano bajó, esta vez desviando su atención del enorme pene que ansiaba por contacto. Me encargué de deshacerme de su cinturón y después desabroché el botón de su pantalón, que cayó hasta sus tobillos. Miré hacia abajo, había crecido.
— Tocame Rami — ordené con voz dulce
Di un paso hacia atrás y me expuse a él. Bajé las manos y entrelacé los dedos detrás de mi espalda. Mis pechos estaban a su merced. Se agachó a dejar la cámara en el piso y se acercó tímidamente. Con la mirada lo invité a sacarse esa timidez, mordí otra vez mis labios. No voy a mentir, yo también estaba nerviosa, agitada y mi corazón vomitaba adrenalina. Intentaba contener la respiración agitada, pero la calentura me podía.
Sentí su mano aferrarse suavemente a mi pecho, la otra acompañó el movimiento segundos más tarde. Empezaba a masajear mis tetas muy suavemente, falto de experiencia. Lo miraba fijo a los ojos mientras él se acercaba. Intentaba sacarle la timidez. Se acercó un poco más a mí, aunque no pude evitar reír al ver como lo hacía.
— ¿Y si te sacas el pantalón? Estás caminando como pingüino — bromeé.
Sonrojado, nervioso y avergonzado por mi comentario, intentó sacárselo, pero se tropezó y no llegó a caerse porque lo agarré de los brazos para evitarlo. Lo miré otra vez, volví a reír.
— ¿Te ayudo?
Me arrodillé frente a él, le saqué las zapatillas y finalmente no solo el pantalón, sino también su bóxer, abandonaron la partida. Lo miré desde mi lugar y volví a agarrarla con una mano. Suspiré, la excitación, la adrenalina y el miedo por mi travesura se combinaban en una sensación hermosa que me hacía excitar y volar de placer sin aun haber hecho nada más que agarrársela.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo, pero no era algo malo. Me volví a morder el labio, esta vez no de manera voluntaria, no para provocarlo, más bien como un acto reflejo intentando calmarme. Abrí la boca y me acerqué, por fin mi lengua saboreaba su glande rosada, que entraba en comunión con mis labios, mi saliva, la humedad de mi lengua y el primer gemido de placer de Ramiro que sonó como música para mis oídos.
Era una situación muy irreal ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué estaba pasando? Ya todo me importaba muy poco. Las luces apuntando a mi posición, un chico atractivo con una pija tan grande y toda para mí, era el perfecto argumento para una porno, y ahora esa pija llenaba mi boca y yo hacía mi mejor esfuerzo por hacerlo durar tanto como pudiese. Había fantaseado algo así tantas veces, me había tocado bajo las sábanas imaginándolo, y ahora por algún extraño motivo, capricho del destino, se me estaba cumpliendo de una manera tan inesperada ¿Será que, inconscientemente, por eso acepté la sesión de fotos?
Su mano se acercó a mí. Sentí sus dedos entrelazarse, tímidos, entre mis rulos. Una caricia en mi mejilla con el dorso de su mano recorrió la piel y acomodó un mechón de pelo detrás de mi oreja. Su mirada hacia abajo se había posado en mí, algo más confidente, más seguro. Sus movimientos tenían más confianza ahora, pero seguían siendo suaves y cuidadosos, y eso me gustaba. Me excitaba la ternura en su actitud a pesar de tenerme de rodillas y con la boca llena por su enorme verga.
Me alejé un momento para tomar aire y le sonreí esta vez obviando la picardía, sino con sinceridad. Limpié la comisura de mis labios con mi mano y recosté la espalda en el piso, sobre la alfombra blanca donde me estaba haciendo el set de fotos. Abrí mis piernas para darle la bienvenida y extendí mis brazos hacia adelante, clamando su proximidad.
Se arrodilló, terminó de sacarse la ropa –solo quedaba la remera en él- y avanzó gateando hasta dejar mi cuerpo entre sus brazos y su cadera entre mis piernas. Flexionó los brazos para bajar y besó mis labios. Me abracé a su espalda y una de mis manos se aferró a su nuca para profundizar ese beso. Al alejarse pude ver el vapor manar de nuestras bocas. Me estremecí en otro delicioso escalofrío cuando sentí su pene rozar mis piernas y posarse sobre mi tanga.
— Por favor, Ramiro, metela de una vez — rogué.
Sentí su mano correr mi tanga para hacerse lugar, pero un movimiento torpe que le impedía encontrar el lugar. Bajé mi mano sin dejar de mirarlo a los ojos, la agarré por el tronco y ayudé a sus movimientos. Con una embestida muy suave recorrió mi vagina por completo hasta llenarla. Pude sentir entre mis dedos que no había entrado toda, y aun así la sentía tan adentro, tan profunda dentro de mí.
Moví mis caderas rogando por que empezara a moverse. Él intentaba controlar sus movimientos, lo hacía lento ¿nervios? No quería presionarlo, dejé que se sintiera cómodo. Abracé su cintura con mis piernas y lo acompañé en cada una de sus embestidas. Su espalda se tornó recta, se alejó de mí dejándome sentir el frío de la distancia, pero sus manos pronto se encontraron con mis tetas y empezaron a jugar con ellas. Se agarraba ahora más fuerte y acompañaba sus juegos con el movimiento de sus caderas que poco a poco me iban amoldando a él.
El chapoteo de su pene en la humedad de su vagina sonaba delicioso y me prendía al escucharlo. Rogué porque ese momento se volviera eterno, lo estaba gozando, y él lo hacía tan suave, pero a la vez tan rico.
— Ramiro... — ronroneé — me vengo
Gemí mordiendo mis palabras en un profundo placer. Dobló su espalda otra vez, cruzó su brazo detrás de mi espalda y su mano se posó en mi nuca. Pude sentir como mis pechos se aplastaban contra el pecho de él y su boca encontraba la mía una vez más. Sus caderas aceleraban, el ritmo suave y constante se volvía vertiginoso. Acompañaba mis gemidos y parecía guiarse por ellos. Me daba más fuerte, más profundo y el placer aumentaba hasta el punto tal que no pude contenerlo más.
Mis piernas se abrazaron con mucha fuerza a su cuerpo y mis brazos hicieron lo propio. Inconscientemente clavé las uñas en sus hombros al sentir la electricidad recorriendo cada parte de mi cuerpo. Gemí fuerte, muy fuerte y jadeé al momento de acabar. Temblé por un momento y perdí toda la fuerza de mi agarre, dejando caer mis brazos a los lados y soltando el abrazo de mis piernas que lo mantenían preso de mi cuerpo.
Él la sacó, agarró su pene entre sus manos y se dispuso a masturbarse para acabar, pero la excitación fue tal que no hizo falta que trabajase mucho en ello. Casi inmediatamente, su leche bañó la parte baja de mi vientre y mi pelvis por completo. Se dejó caer sobre mí y me regaló otro beso en los labios. Su semilla se sentía cálida sobre mi piel.
— Sos el mejor fotógrafo que conocí en mi vida, Rami — bromeé mirando el techo.
Yo nunca había hecho nada así antes, pero me entusiasmaba mucho, aunque, entre nosotros, tengo que confesar que la exposición que iba a recibir me daba un poco de miedo.
La cita fue el jueves por la tarde. Estuve toda la semana ansiosa, pero llegado el momento, la ansiedad se transformó en inseguridad. Fui sola al lugar de la entrevista, un error, lo sé, pero tengo que anticiparte que todo salió bien en esta historia.
Se presentó ante mí Ramiro, el fotógrafo.
— Podés mirar el estudio y curiosear lo que quieras — me dijo amablemente — la máquina de café es libre, no lleva ficha.
Dejé mi cartera y, con algo de timidez, empecé a mirar el estudio. Era una oficina muy grande, con muchas luces y cosas que yo no conocía, pero seguramente servían para mejorar la iluminación. Dejé mi cartera en una mesa y me puse a mirar fotos en la pared. Había de todo, aunque me llamó la atención ver ahí unas cuantas fotos de desnudos; todas muy cuidadas y artísticas, pero interesantes al punto de llegar a sonrojarme con algo que vi.
Una conversación acompañada de un café surgió entre los dos. Él tenía mucha experiencia, me contó sobre sus mejores sesiones, algunos premios que había ganado –y que tenía visibles en el estudio- y también un poco de su vida. Tenía cuarenta años y la fotografía no solo era su pasión, era su estilo de vida.
Me separé un poco de él para curiosear las cosas que María había dejado preparadas. Él fue quien me indicó que había una caja con productos de la marca para la sesión, y me terminó ganando el impulso por saber qué es lo que pretendían que me ponga. Realmente había de todo, desde conjuntos decentes y recatados, hasta algunos muy jugados y provocadores. Me sentía algo confidente con Ramiro en ese momento, por lo que no me ganó la timidez al momento de mostrarle una tanga negra, diminuta, acompañada de mi incrédula expresión como de «¿En serio tengo que posar con esto»
— Es linda — respondió, apartando la mirada de su cámara, limpiaba las lentes en ese momento —, el negro va bien con cualquier tipo de cuerpo o persona... Pero creo que tu color es otro.
Arqueé una ceja, aún más incrédula ¿Qué me estaba diciendo?
— ¿Eso que significa? — reproché en parte bromeando, en parte indignada — El negro es mi color favorito
— Y no digo que esté mal — me detuvo —, pero es ir a lo seguro.
Se acercó a mi ubicación y metió la mano en la caja para sacar la caja de un conjunto que evidentemente había visto antes.
— Este, en cambio, es un color que te sentaría divino.
— Rosa... — reproché otra vez, quitándole la caja de las manos.
— ¿No confiás en mi criterio?
Suspiré, mil motivos tenía para debatir por qué el negro era MI color, pero él también tenía muchos argumentos con qué refutarme y era bastante bueno con la palabra. Terminé zanjando la conversación con un impulso de idiotez.
Fui detrás de un biombo que tenía en el estudio y me probé el conjunto. Me pesa y duele admitir que tenía razón, y que no solo el color, sino el conjunto me quedaba mucho mejor de lo que esperaba; pero el orgullo no me dejaba perder el debate.
— ¿Ves? — salí y me mostré — Horrible
Ramiro se rio. Suspiré indignada, pero me duró muy poco en cuanto me di cuenta de que estaba prácticamente desnuda frente a él. Y dirán: «En la sesión lo ibas a hacer igualmente» ¡Pero no es lo mismo! Me sonrojé como un tomate y corrí otra vez al biombo, aunque la voz de Ramiro me trajo de vuelta al mundo.
— ¿Querés probar? — escuché.
Me asomé y estaba él acomodando unos cuantos focos hacia una zona donde había extendida una especie de lona blanca –que seguramente tiene un nombre-. Señaló una x en el suelo y me mostró la cámara en sus manos.
No sé por qué me sentía tan tímida en ese momento, yo no soy así, pero me acerqué a paso lento hasta donde me indicó y me quedé parada. Me invitó a posar y él se preparó para sacar algunas fotos. Había demasiada rigidez en mi cuerpo, y es algo que me remarcó unas cuantas veces, decía que las poses no eran naturales. Se acercó a mí después del décimo intento fallido y sin aviso ni permiso, tocó mi pierna para acomodarme, mis brazos y mi cintura. Me puso en una posición extraña, algo incómoda, pero me indicó tomar aire y relajarme; después de eso hizo la foto.
Una foto realmente increíble. El talento y experiencia del fotógrafo era evidente.
Me solté más después de eso. Foto a foto, mi recientemente descubierta timidez desaparecía y dejaba salir un lado más carismático en mí, o al menos eso sentía. Ramiro daba indicaciones, me pedía otras poses, y yo cumplía con todas ellas; incluso hice uso de la lencería que la marca había traído para la sesión y me cambié varias veces el conjunto.
Me dejaba llevar, disfrutaba de hecho lo que estaba haciendo, aunque parte de mí me estaba llevando a tomar impulsos, y esos impulsos me hacían ser más jugada. Las poses eran cada vez más sugestivas, y Ramiro me incentivaba a seguir por ese camino. La adrenalina recorría mi cuerpo, mis pulmones llenos de aire me hacían marear y sentía como poco a poco el corazón bombeaba más fuerte ¿nervios? No, ya no era eso.
Veía a Ramiro tan estoico, tan profesional, él estaba en un punto completamente opuesto a mí, y en un momento eso llegó a molestarme ¿Cómo es posible que yo estuviese tan excitada y él siguiera como si nada? La experiencia que tenía en su trabajo era digna de admiración, pero entonces estaba dispuesta a romperlo.
Tenía puesto en ese momento un conjunto de encaje rojo. La tanga era muy delicada, los patrones en el encaje exquisitos, el rojo muy intenso y apasionado. Entre la delgada capa del corpiño podía verse incipiente parte de mi pezón. Miré con picardía a Ramiro, él seguía ensimismado en su trabajo. Repetidas veces intenté mirar su pantalón para ver si notaba algo, pero no podía distinguir, las luces apuntando hacia mí eran muy fuertes y de él solo veía una penumbra.
Arrodillada en el piso, recorrí mi vientre con la mano hasta posar el pulgar en el borde de la tanga. Mi otra mano fue inmediatamente a mis labios para jugar con ellos, miré distraída a otra parte mientras mordía mi dedo. El click de la cámara me avisaba cada vez que él me hacía una nueva foto, y entonces cambiaba de posición sin que me dijera nada. Bajé mi otra mano, las dos empujaban suavemente mi tanga, podía verse más mi piel, y provocaba con llegar hasta lo más bajo, aunque no lo hacía. Otra foto y entonces mis manos juntas recorrieron mi cintura, llegaron a la parte baja de mis pechos, se posaron en ellos, otra foto y entonces se agarraron, y otra foto. Subí lentamente, jugando con los índices sobre mis pezones, sentí el ansiado click, inesperado esta vez, y me aferré al borde del corpiño con los dedos índices. Lancé una mirada provocadora a la cámara.
Ramiro no decía nada, me quedé quieta esperando escuchar algo de él, con la mirada le pregunté «¿sigo?» aunque no hubo respuesta. Presioné con los índices y poco a poco bajé el corpiño, dejando asomar la areola, otra foto. Parecía comunicarse con la cámara, el click me daba el ok, me alentaba a seguir. Y es lo que hice, bajé por completo, dejando que mis pechos escaparan de la delicada tela roja que los recubría.
No escuché el click.
Alcé la mirada.
El fotógrafo había bajado su cámara. La penumbra mostraba tan solo una silueta parada ahí, con ambos brazos a los lados de su cuerpo con la cámara en una de sus manos. Noté nervios en él, los brazos le temblaban.
— Se me ocurrió que una foto así estaría linda — provoqué ante su silencio y me quité el corpiño por completo. Aun de rodillas, dejé que mis tetas cayeran por la gravedad las levanté con el antebrazo — ¿Qué opinas?
Lo vi levantar su cámara, aunque sus movimientos fueron lentos y temblorosos, como si su tan particular y llamativamente efectiva manera de comunicarse mediante “clicks”, empezase a tartamudear. Sonreí, y esta vez con más picardía, sentía muy en lo profundo el placer de haber logrado romperlo.
Click, otra foto.
Me senté en el piso, ambas manos hacia atrás, lentamente abrí las piernas. Me había empezado a mojar hacía ya un buen rato, pero él no se había dado cuenta hasta ese momento en que, seguramente, la lente de su cámara captó esa humedad en mis piernas.
Y otra foto...
Mi mano bajó lentamente recorriendo mi cuerpo, una serie de clicks me indicaba que había hecho fotos de mi acción, me posé sobre mi vagina, mis dedos se movían lentamente y se empapaban al acariciar con suavidad el delicado botón rosa bajo la suave tela de la tanga.
Y una vez más una foto.
— ¿Puedo ver esa última foto, Rami? — dije en voz suave, aguda, pero casi ronroneándole a mi fotógrafo.
Lo pude ver acercarse lentamente se veía algo nervioso al caminar. Me sorprendía ver como alguien con su portfolio, su experiencia y las fotos colgadas en su pared, llegaba a tener tal grado de timidez. Probablemente fuera su completo profesionalismo y lo recto que se veía al apegarse a las normas de su trabajo, lo que hacía que una situación como la actual lo descolocase.
Cambié mi postura, ya no estaba sentada, sino que me puse de rodillas frente a él cuando estuvo cerca. Bajó las manos para mostrarme la cámara. Posé mi mano derecha sobre su pierna y con la otra acaricié su mano al aferrarme de su cámara para ver la foto. Alcé la mirada mordiendo mi labio inferior y pude verlo completamente sonrojado.
— Sos muy bueno sacando fotos — volví a ronronear.
Me daba seguridad y confianza ver como los papeles se habían invertido. El como yo, tímida al principio, había podido sacar de mi interior a la Cami más primitiva y salvaje, y como él, seguro, profesional, estoico, se había roto por completo ante los deseos de, posiblemente, la modelo más puta que había posado frente a su cámara.
Dio un paso atrás, pero volví a acercarme a él. Me quedé mirándolo y él intentaba verme, pero su mirada no sabía dónde posarse ¿Qué tenía que hacer en ese momento? ¿Lo provocaba con una burla y una ironía, o lo intentaba calmar para hacerlo sentir más cómodo?
— Ya que estamos cerca, sacame algunas fotos desde acá — pedí con voz aniñada, pero aun intentando sonar sensual para sus oídos.
Llevó la cámara hacia arriba y apuntó, yo de rodillas, seguramente en la foto podían verse sus piernas. Me mordí los labios, provoqué a la lente, claramente con la cámara en manos se sentía más confiado.
Acaricié sus piernas y me aferré fuerte a su pantalón mientras sentaba los glúteos en mis talones para darle otra toma. Había empezado a sacar fotos en ráfagas y me prendía el sonido y el leve temblor que sentía en sus piernas. Dejé escapar una risita y miré a un lado, después volví a intentar hacer contacto visual con él a través de la lente de su cámara y recorrí sus piernas hacia arriba hasta llegar al cierre de su pantalón.
No dijo nada, no se quejó, no se movió, no reaccionó; pero en mis manos podía sentir una evidente respuesta a todas las dudas que en mi mente se habían planteado desde hacía unos cuantos minutos. Había algo muy duro latiendo dentro de su pantalón, y mis manos, intrépidas y curiosas, se aventuraron a descubrirlo. Bajé el cierre lentamente, ante su falta de reacción seguí, aceptando el permiso que su silencio me otorgaba. Bajo el algodón de su bóxer se sentía aún más fuerte el contorno de su miembro.
— Tenés algo muy grande escondido acá — volví a hablarle a la lente de la cámara
Un último movimiento bastó para sacarla. Era la verga más grande que había visto en el mes. La tenía muy dura y caliente, y en mis manos podía sentir como palpitaba al momento de agarrarla. Una mano no bastaba, pude sujetarla con ambas, y sonreí a la cámara esperando la respuesta, el famoso “click” con el que había estado conversando hacía rato.
Y la foto no tardó en llegar.
Jugué con mis manos, empecé a masturbarlo, olvidándome ya de las fotos, aunque aún sentía de fondo el sonido cada vez que hacía una nueva. Acariciaba mi mejilla con la punta de su glande y me atrevía a dar las primeras lamidas a su tronco, provocándolo, aunque me daba cuenta de la sensibilidad que tenía en ese momento porque las piernas de él temblaban y sufrían ciertos espasmos cuando su glande, que empezaba a mojarse, rozaba mi piel.
— Tranquilo Rami. No queremos que esto termine tan rápido ¿no? — pregunté. Se lo veía agitado.
Bajé las manos y las puse en mis rodillas para impulsarme hacia arriba. Una vez de pie y junto a él, bajé su cámara, la hice a un lado y puse firme mi mano en su pecho, ansioso y tembloroso, con el fuerte latido de su corazón bombeando salvaje producto de la excitación.
Besé su cuello, lamí sobre el lugar que había besado y subí hasta llegar a su mejilla. Era tan alto que tenía que pararme en puntitas de pie para lograrlo. Intentaba controlar su respiración, hacer que se calmara. Mi otra mano bajó, esta vez desviando su atención del enorme pene que ansiaba por contacto. Me encargué de deshacerme de su cinturón y después desabroché el botón de su pantalón, que cayó hasta sus tobillos. Miré hacia abajo, había crecido.
— Tocame Rami — ordené con voz dulce
Di un paso hacia atrás y me expuse a él. Bajé las manos y entrelacé los dedos detrás de mi espalda. Mis pechos estaban a su merced. Se agachó a dejar la cámara en el piso y se acercó tímidamente. Con la mirada lo invité a sacarse esa timidez, mordí otra vez mis labios. No voy a mentir, yo también estaba nerviosa, agitada y mi corazón vomitaba adrenalina. Intentaba contener la respiración agitada, pero la calentura me podía.
Sentí su mano aferrarse suavemente a mi pecho, la otra acompañó el movimiento segundos más tarde. Empezaba a masajear mis tetas muy suavemente, falto de experiencia. Lo miraba fijo a los ojos mientras él se acercaba. Intentaba sacarle la timidez. Se acercó un poco más a mí, aunque no pude evitar reír al ver como lo hacía.
— ¿Y si te sacas el pantalón? Estás caminando como pingüino — bromeé.
Sonrojado, nervioso y avergonzado por mi comentario, intentó sacárselo, pero se tropezó y no llegó a caerse porque lo agarré de los brazos para evitarlo. Lo miré otra vez, volví a reír.
— ¿Te ayudo?
Me arrodillé frente a él, le saqué las zapatillas y finalmente no solo el pantalón, sino también su bóxer, abandonaron la partida. Lo miré desde mi lugar y volví a agarrarla con una mano. Suspiré, la excitación, la adrenalina y el miedo por mi travesura se combinaban en una sensación hermosa que me hacía excitar y volar de placer sin aun haber hecho nada más que agarrársela.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo, pero no era algo malo. Me volví a morder el labio, esta vez no de manera voluntaria, no para provocarlo, más bien como un acto reflejo intentando calmarme. Abrí la boca y me acerqué, por fin mi lengua saboreaba su glande rosada, que entraba en comunión con mis labios, mi saliva, la humedad de mi lengua y el primer gemido de placer de Ramiro que sonó como música para mis oídos.
Era una situación muy irreal ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué estaba pasando? Ya todo me importaba muy poco. Las luces apuntando a mi posición, un chico atractivo con una pija tan grande y toda para mí, era el perfecto argumento para una porno, y ahora esa pija llenaba mi boca y yo hacía mi mejor esfuerzo por hacerlo durar tanto como pudiese. Había fantaseado algo así tantas veces, me había tocado bajo las sábanas imaginándolo, y ahora por algún extraño motivo, capricho del destino, se me estaba cumpliendo de una manera tan inesperada ¿Será que, inconscientemente, por eso acepté la sesión de fotos?
Su mano se acercó a mí. Sentí sus dedos entrelazarse, tímidos, entre mis rulos. Una caricia en mi mejilla con el dorso de su mano recorrió la piel y acomodó un mechón de pelo detrás de mi oreja. Su mirada hacia abajo se había posado en mí, algo más confidente, más seguro. Sus movimientos tenían más confianza ahora, pero seguían siendo suaves y cuidadosos, y eso me gustaba. Me excitaba la ternura en su actitud a pesar de tenerme de rodillas y con la boca llena por su enorme verga.
Me alejé un momento para tomar aire y le sonreí esta vez obviando la picardía, sino con sinceridad. Limpié la comisura de mis labios con mi mano y recosté la espalda en el piso, sobre la alfombra blanca donde me estaba haciendo el set de fotos. Abrí mis piernas para darle la bienvenida y extendí mis brazos hacia adelante, clamando su proximidad.
Se arrodilló, terminó de sacarse la ropa –solo quedaba la remera en él- y avanzó gateando hasta dejar mi cuerpo entre sus brazos y su cadera entre mis piernas. Flexionó los brazos para bajar y besó mis labios. Me abracé a su espalda y una de mis manos se aferró a su nuca para profundizar ese beso. Al alejarse pude ver el vapor manar de nuestras bocas. Me estremecí en otro delicioso escalofrío cuando sentí su pene rozar mis piernas y posarse sobre mi tanga.
— Por favor, Ramiro, metela de una vez — rogué.
Sentí su mano correr mi tanga para hacerse lugar, pero un movimiento torpe que le impedía encontrar el lugar. Bajé mi mano sin dejar de mirarlo a los ojos, la agarré por el tronco y ayudé a sus movimientos. Con una embestida muy suave recorrió mi vagina por completo hasta llenarla. Pude sentir entre mis dedos que no había entrado toda, y aun así la sentía tan adentro, tan profunda dentro de mí.
Moví mis caderas rogando por que empezara a moverse. Él intentaba controlar sus movimientos, lo hacía lento ¿nervios? No quería presionarlo, dejé que se sintiera cómodo. Abracé su cintura con mis piernas y lo acompañé en cada una de sus embestidas. Su espalda se tornó recta, se alejó de mí dejándome sentir el frío de la distancia, pero sus manos pronto se encontraron con mis tetas y empezaron a jugar con ellas. Se agarraba ahora más fuerte y acompañaba sus juegos con el movimiento de sus caderas que poco a poco me iban amoldando a él.
El chapoteo de su pene en la humedad de su vagina sonaba delicioso y me prendía al escucharlo. Rogué porque ese momento se volviera eterno, lo estaba gozando, y él lo hacía tan suave, pero a la vez tan rico.
— Ramiro... — ronroneé — me vengo
Gemí mordiendo mis palabras en un profundo placer. Dobló su espalda otra vez, cruzó su brazo detrás de mi espalda y su mano se posó en mi nuca. Pude sentir como mis pechos se aplastaban contra el pecho de él y su boca encontraba la mía una vez más. Sus caderas aceleraban, el ritmo suave y constante se volvía vertiginoso. Acompañaba mis gemidos y parecía guiarse por ellos. Me daba más fuerte, más profundo y el placer aumentaba hasta el punto tal que no pude contenerlo más.
Mis piernas se abrazaron con mucha fuerza a su cuerpo y mis brazos hicieron lo propio. Inconscientemente clavé las uñas en sus hombros al sentir la electricidad recorriendo cada parte de mi cuerpo. Gemí fuerte, muy fuerte y jadeé al momento de acabar. Temblé por un momento y perdí toda la fuerza de mi agarre, dejando caer mis brazos a los lados y soltando el abrazo de mis piernas que lo mantenían preso de mi cuerpo.
Él la sacó, agarró su pene entre sus manos y se dispuso a masturbarse para acabar, pero la excitación fue tal que no hizo falta que trabajase mucho en ello. Casi inmediatamente, su leche bañó la parte baja de mi vientre y mi pelvis por completo. Se dejó caer sobre mí y me regaló otro beso en los labios. Su semilla se sentía cálida sobre mi piel.
— Sos el mejor fotógrafo que conocí en mi vida, Rami — bromeé mirando el techo.
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