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Mi Vecino Superdotado [05].

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Mi Vecino Superdotado [05].



Capítulo 05.

Las Reposteras.


La pastelería se llamaba Vesubio, y a pesar de tratarse de un local pequeño, había sido decorado con mucho amor y buen gusto. Eso fue lo primero que atrajo a Silvana la primera vez que entró. Le transmitió la sensación de que sus dueñas le habían puesto mucho empeño a este emprendimiento. Y lo mejor fue descubrir que Vesubio no era solo una buena presentación, realmente había cosas muy ricas para probar. A Silvana no le gustaba abusar de las comidas dulces o con tanto valor calórico, pero estaba antojada de probar Chajá, un postre típico de Uruguay que estaba ganando mucha popularidad en Argentina, y que su vecina Sonia se lo había recomendado. 
Al entrar al local le sorprendió que estuviera completamente vacío, y no… no se trataba solo de la ausencia de clientes. Ni siquiera las propietarias estaban allí. Esperó un par de minutos, mientras admiraba todos los postres y tortas que había en las vitrinas, pensando que le gustaría probarlos todos. Como nadie vino a atenderla, hizo sonar sus palmas; pero no hubo respuesta. Extrañada se acercó a la puerta que se encontraba detrás del mostrador. Estaba entreabierta y al asomarse entendió por qué las propietarias no la atendieron. 
La más alta de las dos, rubia de ojos claros y pelo lacio, y piel bien bronceada, estaba sentada en un sillón, desnuda de la cintura para abajo y con las piernas abiertas. Recordaba que ésta era la que se había presentado como Karina el día que las conoció. A la otra la conocía como Rocío, de pelo negro y revelde y unos preciosos ojos grises y carita angelical. Esa misma estaba de rodillas en el piso propinándole una intensa chupada de concha a su esposa. 
La casualidad quiso que Silvana entrara justo en el momento en que la concha de Karina explotó. Una serie de chorros de líquido transparente saltaron contra la cara de Rocío y ésta se entusiasmó mucho con este regalo y empezó a chupar más fuerte y con más ganas, sin siquiera apartarse. Toda su cara quedó cubierta con este líquido vaginal. 
Karina gemía y su cuerpo se sacudía con fuerza. Silvana supuso que estaba teniendo un intenso orgasmo. Fue a mitad de este proceso cuando la rubia giró su cabeza y la vio.
—Ay! —Gritó y se puso inmediatamente—. Ay… ay… perdón, ah… uhmmm ya te atendemos. Te pido mil disculpas.
Rocío también pareció asustarse, pero se mantuvo muda, mirando a la recién llegada con los ojos bien abiertos.
—No, no… la que tiene que pedir perdón soy yo —dijo Silvana—. No debí entrometerme de esa manera. Es que… como nadie me atendía… creí que les había pasado algo malo. Me asusté.
—Agradezco tu preocupación —dijo Karina, con una gran sonrisa, ni siquiera se molestó en cubrir su desnudez. Silvana notó que tenía una concha muy bien formada, completamente depilada… y sin marcas de bronceado—. Danos un minuto y te atendemos. No te vayas, por favor… 
—Okis. Las espero en el local. 
Silvana siguió revisando las vidrieras sin poder borrar de su mente la impactante imagen erótica con la que se había encontrado. Se sentía mal por haberse metido en la intimidad de esas dos mujeres y si bien prefería volver a su casa y hacer de cuenta que nada había pasado, sabía que huír en ese momento solo haría que Karina y Rocío se sintieran muy mal. No quería que eso ocurra. 
La pareja de lesbianas salió del cuarto del fondo, Rocío aún se estaba secando la cara con una toalla y Karina tenía el pantalón desabrochado, podía ver su ropa interior. 
—Vuelvo a pedirte disculpas por lo que ocurrió —dijo Karina, definitivamente era la más habladora de las dos—. Aprovechamos un ratito en el que no entró nadie y… bueno, perdimos la noción del tiempo. 
—Está bien, no pasa nada… me parece muy lindo que disfruten así de su matrimonio. Hay gente que cuando se casa pierde la chispa, pero se ve que eso no le ocurre a ustedes.
—Ah, no… para nada. Cogemos un montón —dijo Karina, al mismo tiempo que soltaba una risita. Rocío también se rió, pero ella se cubrió la cara con la toalla.
—¿En qué podemos servirte? —Preguntó Rocío, cuando recuperó la compostura—. ¿Estás buscando otra porción de cheesecake?
—Me encantaría volver a probarlo —dijo Silvana, haciendo un esfuerzo para que la situación fuera lo más casual posible—. Pero esta vez vine por el chajá, me lo recomendaron mucho y me encantaría probarlo. 
Le sirvieron todo lo que pidió, añadió algunas porciones extras porque quería que Renzo también lo probara. Se despidió de la pareja lésbica diciéndoles una vez más que no se sintieran mal por lo ocurrido, que tenían que estar contentas de poder disfrutar del sexo de esa manera con alguien a quien quieren mucho.   

—--------

El chajá había estado espectacular, y a pesar de lo grandes que eran las porciones, se comió dos, solo por golosa. Después de comer tanto dulce, definitivamente no podría saltearse la rutina diaria de ejercicios. Por eso unas horas más tardes se preparó para ir a la plaza. 
Lista para salir a correr, Silvana se dirigió hacia el ascensor, justo antes de que se cerrara la puerta de éste, vio a Sonia saliendo de su departamento. Silvana detuvo la puerta y dejó a su vecina entrar.
—Ay, gracias… cómo odio esperar el ascensor. 
—Sí, yo también —dijo Silvana, mientras comenzaban el descenso—. ¿Cómo anda hoy Sonia? Ah, por cierto… ya probé el Chajá que me dijo.
—¿Y qué te pareció?
—Riquísimo. Me comí dos porciones, de lo bueno que estaba. Eso sí, es algo empalagoso, pero es de esperar que un postre con tanta crema y dulce de leche sea así. Viene muy bien para acompañar el café. Si quiere un día te invito a casa a tomar café y a comer chajá.
—Muy bien, te acepto la invitación, pero al postre lo compro yo, vos pone el café y la casa. Che, Silvi… —no recordaba que otra persona además de Sonia le dijera “Silvi”—. ¿Vos estás segura de que querés salir a la calle así? ¿No te da miedo?
Silvana tenía puesta una calza blanca muy ajustada que marcaba muy bien sus nalgas, y además un top, del mismo color, que le sujetaba los pechos dejando un prominente escote en el centro. Su pelo estaba atado en una ajustada cola de caballo, lo que le dejaba el cuello al descubierto, aumentando la sensación de desnudez en la parte superior de su cuerpo.
—Sí, no hay ningún problema, Sonia. Voy a correr al parque Rivadavia, es acá en la esquina. No se preocupe. El único problema lo tengo con el portero.
—¿Qué pasa con Osvaldo?  Y por cierto, no es portero, técnicamente es el encargado del edificio.
—Portero, encargado… es lo mismo. El tipo me mira mucho cada vez que paso delante de él, es realmente incómodo. Y lo peor es que, hace unos días, hasta se puso algo atrevido con las manos… 
—Ah… ¿te tocó la cola? Te voy a contar una cosa Silvana, para ahorrarte problemas en el futuro. Hace un poco más de dos años yo tuve un incidente parecido con Osvaldo. Yo tenía puesto un pantalón bastante ajustado…
—¿De verdad? 
Silvana miró cómo estaba vestida Sonia, tenía puesta un pantalón elastizado negro, pero su cola estaba muy bien tapada con la blusa, que era larga y se ataba a la altura de la cintura. La blusa era roja y floreada. Era un atuendo bastante discreto. No podía imaginar a Sonia vistiendo pantalones tan ajustados como los que usaba ella, sin embargo… si lo hiciera… Silvana se dio cuenta de que su vecina en realidad estaba disimulando su buena figura. Sabía que tenía unos cincuenta y cinco años, era bajita y regordeta, de piernas anchas, caderona… nalgas muy grandes (quizás por eso las tenía tapadas). Sus pechos eran más grandes que los de Silvana, aunque no presentaban nada de escote. Pero a pesar de mostrar algunos kilitos de más, debajo de esa ropa de “señora”, se escondía un cuerpo con prominentes curvas. Estaba teñida de rubia y el pelo le llegaba hasta los hombros, eso le quitaba unos años. Aún así, Silvana no podía imaginar que esa mujer saliera a la calle con pantalones ajustados. 
—Sí, ya no uso más esa clase de pantalón, no me parecen apropiados… —vio de reojo a Silvana y se puso nerviosa—. Em… me refiero a que no son apropiados para una mujer de mi edad.
—No veo por qué no, pero bueno… es su cuerpo. ¿Y qué pasó con Osvaldo?
—Al parecer él vio un hilito suelto en mi pantalón, justo ahí… en la zona sensible. Ya me entiende. Y en lugar de simplemente avisarme, intentó retirarlo con sus manos. Claro, yo sentí esos dedos moviéndose por ahí y me asusté. Además me enojé mucho con él, tanto que le di un cachetazo.
—Creo que hiciste bien, yo tendría que haber hecho lo mismo cuando me tocó de esa manera.
—Ahí es donde está el problema, Silvana… fue un grave error pegarle. Hasta el día de hoy me arrepiento de haberlo hecho. Después me enteré que el señor Osvaldo es autista…
—¿Qué? ¿Osvaldo? ¿Autista? Eso no me lo… —se quedó en silencio a mitad de la frase, de pronto comenzó a recordar todas las extrañas actitudes del portero, en especial cómo la miraba sin ningún tipo de disimulo. 
—Es que su condición progresó bastante, ya no se le nota tanto… aunque sigue siendo autista. Y a veces tiene episodios un tanto incómodos.
—¿Como tocar a mujeres sin su permiso?
—No, no… me refiero a cómo reaccionó después del cachetazo que le di. Se puso a chillar como un loco, salió corriendo hasta un rincón, ahí se tiró al piso, y se hizo una bolita y empezó a llorar.
—Ay, por dios… 
—Fue una de las situaciones más incómodas de mi vida. El hall empezó a llenarse de gente intentando calmarlo, y yo no sabía dónde meterme. Para colmo, la señora del octavo piso empezó a insultarme. Me dijo que cómo se me ocurría darle un cachetazo a una persona autista. Y yo le juré que no tenía ni idea. 
El ascensor llegó a destino, las dos mujeres salieron y caminaron por el hall de entrada. 
—Ahora va a ver cómo me mira —dijo Silvana.
—No lo creo, desde lo que pasó, Osvaldo evita a toda costa mirarme.
En este caso Sonia tuvo razón, el portero, que siempre acompañaba a Silvana con la mirada, dio la vuelta y comenzó a limpiar un ventanal con un trapito. No había nada que limpiar, era obvio que estaba intentando evitarlas. 
—Uy… se ve que lo que ocurrió le afectó mucho.
—Caminemos hasta la plaza así le cuento el resto. El episodio que tuvo Osvaldo fue horrible y hasta el día de hoy no me puedo sacar de la cabeza a un hombre adulto llorando en un rincón, desconsoladamente, como si fuera un niño temeroso.
—Pero… a ver, que él la tocó de forma inapropiada.
—Claro, eso es lo que yo creí. Después conocí al psicólogo que lo atiende cuando sufre estas recaídas y me explicó que Osvaldo no entiende muy bien las indirectas, a veces sí… otras veces se confunde. Vive metido en su mundo. Por ejemplo, todas las mañanas yo le decía “Las plantas de la entrada tienen las hojas amarillas”. Era porque les faltaba riego; pero él no entendió que yo le estaba pidiendo que regara las plantas. Pensé que me estaba tomando el pelo, hasta que su psicólogo me explicó que esa frase, en la mente de Osvaldo, era una mera observación. Que yo veía las hojas amarillas, no entendía el subtexto que había detrás. Por eso, desde ese día, cuando necesito algo intento hablarle de la forma más directa posible. Hay que decirle las cosas sin vueltas.
—Oh… ya veo…
—Y en cuanto al temita de tocar a las mujeres… él nunca hace eso, a no ser que sea una circunstancia especial. Si estuviera manoseando a todas las mujeres del edificio, hace rato se hubiera comido una denuncia. Decime ¿cómo fue exactamente que te tocó?
—Em… Osvaldo intentaba explicarme que un pantalón de jean me quedaba demasiado ajustado y que eso hacía que se me marque mucho la cola. Ahí me pasó la mano por una nalga… y después me señaló que… disculpe que se lo diga así, Sonia, señaló que la concha se marcaba mucho en el pantalón y que hasta se podía ver la raya que la dividía al medio… y zas, me pasó los dedos por la raya.
—Ay… debió ser un momento muy incómodo.
—Lo fue.
—Pero sepa que Osvaldo no lo hizo por degenerado. Es más, su psicólogo me explicó que hasta tiene problemas para entender los conceptos del sexo. Si él te mira, o te toca… en su mente eso no tiene una intención sexual. 
—Es difícil de comprenderlo.
—Sí, a mí me costó mucho. Pero su psicólogo fue muy amable y me lo explicó detenidamente. Osvaldo no se relaciona sexualmente con nadie, los conceptos y las intenciones sexuales se le escapan en la mayoría de los casos. Obvio, es un hombre adulto y alguna noción debe tener. Sin embargo, te puedo asegurar que si te tocó, lo hizo sin ningún tipo de intensión sexual. Si Osvalo te pasó los dedos por la raya de la vagina, es que, en su cabeza, eso servía solo para señalar el problema. Como quien agarra una tuerca para demostrar que está floja. ¿Me explico?
—Sí, ahora entiendo mejor. Y si realmente no lo hace con malicia ni con intenciones sexuales, entonces no sería justo darle un cachetazo por eso. En especial teniendo en cuenta su condición.
—Exacto. Si vuelve a hacerlo intentá manejar la situación mejor que yo. No le grites… y por nada del mundo se te ocurra pegarle. Lo mejor es tener paciencia, aguantar y pedirle de forma directa, pero educada, que deje de hacerlo.
—Ya veo. Muchas gracias por contarme esto, Sonia. Te juro que yo le hubiera dado vuelta la cara de un cachetazo si volvía a tocarme de esa forma. Ahora intentaré tener más tacto.
—Muy bien, aunque probablemente una situación así no vuelva a repetirse. Ya le digo, él no anda buscando tocar a las mujeres, eso ni le interesa. Si lo hizo fue por un motivo muy específico.
—Eso me deja más tranquila. 
Las dos mujeres se despidieron, Sonia siguió por su camino y Silvana comenzó a trotar a paso ligero para calentar sus músculos, luego aceleraría el ritmo. 
Una hora más tarde regresó al edificio. Venía pensando en que quizás no tendría otro incómodo encuentro con Osvaldo en mucho tiempo, pero mientras avanzaba hacia el ascensor escuchó la voz del portero diciéndole:
—Silvana ¿Puedo hablar con usted un momento? 
Ella giró sobre sus talones y descubrió que el tipo estaba más cerca de ella de lo que había imaginado. No sabía en qué momento se había acercado tanto.  
—Sí, claro… ¿qué pasa Osvaldo? —De pronto se sintió mal por las veces que le habló de forma brusca.
—Me gustaría comentarle una cosita; pero es mejor no hacerlo acá, en el hall. ¿Puede acompañarme?
—Ah… ok…
Caminaron por uno de los pasillos que daban a la oficina de administración y otros cuartos que Silvana nunca había visto. Llegaron hasta el fondo del pasillo y allí Osvaldo abrió la puerta.
—Adelante…
Se trataba de un cuarto pequeño con algunos trastos, un escritorio viejo, y sobre ella había una pava y un mate. Frente al escritorio había un televisor pantalla plana colgado en la pared y junto a éste se veía un gran espejo que ocupaba desde el techo hasta el piso. 
A Silvana no le resultó muy agradable la idea de entrar en ese pequeño cuarto con Osvaldo; pero luego recordó que él es inofensivo y se sintió una estúpida. Además el cuartito estaba muy limpio y bien iluminado, no era tétrico en absoluto, solo sencillo y pequeño.  
Entró porque no quería hacerlo sentir mal. Ella aún estaba agitada por haber corrido durante una hora, sus pechos subían y bajaban con la respiración y estaban cubiertos de pequeñas perlas de sudor. Osvaldo se quedó mirando esto fijamente, en silencio.
—¿Me puede decir por qué me trajo hasta acá?
—Ah, sí… es que… le quería hablar sobre su pantalón.
—¿Otra vez con eso? —Antes esa pregunta hubiera sido formulada en un tono más agresivo y desafiante. Ahora sonaba casi condescendiente—. ¿Eso no me lo podría haber dicho en el hall? Y es una calza, no es un pantalón cualquiera. 
—Disculpe que insista con esto. Si no fuera por lo peculiar que es esta calza, le aseguro que no la hubiera traído hasta acá. 
—¿Y qué es lo que tiene de peculiar? Es una calza… no es muy distinta a otras que usé antes. Usted simplemente se queja cada vez que uso un pantalón medio ajustado.
—Es que esta calza no es “medio ajustada”. Es ajustada del todo…
—¿Y cuál es el problema con eso? Si yo la quiero usar así, la uso así… —a Silvana le ponía algo nerviosa la forma en la que el tipo le miraba fijamente las tetas; pero prefirió no decir nada al respecto.
—Sí, sí… lo sé. De todas formas, yo no le recomendaría volver a usar esta calza en particular. No da buena imágen de usted. Es demasiado vulgar.
Las mejillas de Silvana se pusieron muy rojas. ¿Acaso ese tipo que se dedicaba a barrer la vereda del edificio la estaba llamando vulgar?        
—¿Se puede saber qué es lo que tiene de vulgar? —Esta vez sí sonó algo agresiva, eso hizo recular a Osvaldo.
—Bueno, em… este… lo que pasa es que…
Ella recordó la condición del portero y se dio cuenta de que había sido demasiado dura con él. También recordó el consejo que le había dado Sonia, de ser más directa al hablar con Osvaldo… y más tolerante con su forma de comunicarse. Tomó aire y se mentalizó de que ese hombre no tenía la culpa al actuar de forma tan extraña.
—Disculpe, no quise ser grosera —dijo Silvana, ya más calmada—. A ver, hagamos una cosa… explíqueme exactamente todo lo que considera vulgar en esta calza, lo escucho atentamente y prometo no enojarme. 
—Muy bien —el hombre también pareció relajarse con esta propuesta—. Para empezar hay que decir que la calza le marca mucho las nalgas —Osvaldo se le acercó y pasó una mano por la cola de Silvana, ella se puso tensa y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no enojarse—. Para colmo usted tiene nalgas muy grandes. Si hasta parece que al pantalón lo tuviera pintado directamente sobre la piel. Y sus… proporciones anatómicas no ayudan precisamente.
—¿A qué se refiere con eso? —Preguntó Silvana, irritada. 
—Ah, perdón… hablé sin pensar… no era mi intención ofenderla.
—Me ofende que piense que yo me voy a ofender si me dice la verdad. Si lo que dice es sincero, entonces lo acepto y ya.
Ni siquiera estaba segura de sus propias palabras. En el fondo sabía que esa actitud desafiante era como levantar una coraza blindada que le permitía mantener su orgullo intacto (más o menos).  
—Muy bien, muy bien… no se enoje conmigo, solo intento ayudar. Con lo de las proporciones anatómicas me refiero a que toda esta parte de acá —deslizó dos dedos sobre el sexo de Silvana, delimitando uno de los gajos vaginales— es bastante abultada. Quizás más de lo normal. 
Dos de los dedos de Osvaldo recorrieron uno de los labios de la concha de Silvana. Si no hubiera temido que el tipo quedara en un rincón, llorando como un niño, lo hubiera apartado de un codazo… por atrevido. Era realmente difícil mentalizarse de que no había ninguna intención sexual en esa acción, el tipo simplemente se estaba comunicando con su peculiar forma de hacerlo. 
—Sí, lo sé… tengo labios vaginales grandes… hinchados, como diría mi novio. Lo tengo asumido —hablar de su propia concha con este sujeto hacía que se le revolviera el estómago—. Como bien dijo usted, así es mi anatomía. No puedo cambiarla. 
—Entiendo, pero además está la cuestión de la imagen. Como la calza es tan ajustada, se le marca mucho la división de los labios —un dedo se deslizó por toda la raya de la vagina, desde abajo hacia arriba, Silvana se estremeció. Todo su cuerpo recibió una potente descarga eléctrica—. Esto hace que se forme un… ¿cómo es que le dicen? Ah, sí… un “cameltoe”. Le dicen así porque…
—Sí, Osvaldo, sé perfectamente lo que es un “cameltoe”. Es cuando la concha se marca en el pantalón. —No le gustaba tener que usar términos tan explícitos. Si el tipo no tuviera tantos problemas para entender las indirectas, hubiera sido más sutil. Lo único que le brindaba cierta paz y le hacía más tolerable esta incómoda sensación, era saber que Osvaldo tenía cierta incapacidad para los conceptos sexuales, eran prácticamente ajenos a él. Una vez más Silvana tuvo que hacer un gran esfuerzo para separar la acción de la intención—. Le aseguro que eso ocurre solo porque estuve corriendo mucho y no me di cuenta. Normalmente no se me marca tanto. Luego yo me acomodo bien la calza y problema solucionado. No es motivo para armar tanto escándalo.
Fue casi como si le dijera: “Deje mi concha expresarse en paz”. El hombre estaba casi apoyado de lado contra ella, inclinado hacia adelante, como si quisiera acercarse para ver más de cerca, su cabeza había quedado a la altura del estómago de Silvana, y los dedos seguían deslizándose sobre distintas áreas de la vagina.  Sin previo aviso, le acarició directamente la zona del…
—Mmm… el clítoris.
—¿Cómo dijo, Osvaldo? 
Silvana era un volcán a punto de hacer erupción, un poco por la ira contenida y otro poco por la vergüenza. Por más que ese tipo la estuviera tocando sin ninguna pretensión sexual, era humillante someterse a un escrutinio tan directo.  
—Nada… es que… me sorprende lo delgada que es la tela de esta calza… tanto que se puede sentir su clítoris con gran facilidad, cosa que no debería ocurrir.
—¿Por qué no? —Dijo, presa de la ira y con la misión de defender su orgullo femenino—. No puedo sacarme el clítoris antes de ponerme la calza. Es parte de mi cuerpo, viene conmigo donde quiera que voy. 
Era realmente difícil hablar mientras debía tolerar las caricias de este tipo justo en esa zona tan sensible. Podía sentir uno de los toscos dedos de Osvaldo moviéndose en círculos justo sobre su botoncito sexual.
“Tranquila, Silvana —pensó—. Acordate que Osvaldo no es una persona normal. Él solo intenta mostrarte algo que a él le resulta obvio. Quizás ni siquiera sepa lo que sienten las mujeres cuando les tocan el clítoris. Puede que para él sea lo mismo que tocar un codo o una rodilla”.
Con esto en mente, se convenció de que lo mejor era hablarle de forma directa, sin darle tanta importancia al asunto. 
—¿Sabe, Osvaldo? Hubo un tiempo en el que me sentía mal por mi clítoris…
—¿Por qué? 
—Por la forma en la que sobresale de mi vagina. Me sentía incómoda si alguien me lo veía.
—Ah, entiendo. Bueno, quizás no debería marcarse así en una calza; pero no creo que su clítoris tenga nada de malo, Silvana. Si hasta parece simpático…
“Simpático”, no usó un término como “erótico” o “morboso”. Dijo simpático como quien describe un personaje de dibujos animados. Silvana sonrió, entendiendo cómo piensa ese hombre, hasta se lo podía tomar como un halago inocente.
—Muchas gracias, Osvaldo. —Le resultaba difícil hablar con naturalidad porque podía sentir cómo uno de los dedos se deslizaba por todo el largo de la raya de su concha, deteniéndose especialmente en su clítoris. Se preguntó si tocar una vagina de esta manera era una experiencia nueva para él, quizás eso explicara por qué estaba tan curioso—. Aunque ese tiempo de sentirme mal por mi clítoris ya pasó. Ahora estoy orgullosa de él. Lo acepto tal cual es.
—Me parece muy bien. Hay que aceptarse como uno es. 
—Muy cierto. Bueno, gracias por comentarme todo esto, Osvaldo. Lo tendré en cuenta. Ahora me retiro, porque quiero darme una ducha.
—Antes de que se vaya, dejeme mostrarle otra cosa. Venga, párese de espaldas frente al espejo.
Silvana no entendía por qué esa pequeña habitación tenía un espejo tan grande; pero no era momento de preguntarlo. Se paró donde Osvaldo le indicó y el tipo se arrodilló junto a ella. De pronto sintió como esos toscos dedos le atenazaban uno de los gajos vaginales. 
—La traje hasta acá para mostrarle que se le rompió el pantalón. Mire, se le puede ver casi media concha.
Silvana casi se muere de la impresión. Efectivamente, había un gran agujero en la calza que dejaba bien visible uno de sus labios, al completo.
—Ay, no… me quiero morir. Ni siquiera me di cuenta de que se había roto ¿Y si me vio alguien en la plaza? 
—Por eso le recomiendo que no use este tipo de calzas, son muy frágiles.
—Sí, sí… aunque ésta es un poquito vieja. Quizás deba comprar algunas nuevas. 
Los dedos de Osvaldo seguían estrujando la parte de su vagina que asomaba por fuera de la tela. Esto la hizo estremecer, por más que el tipo no tuviera ninguna intención sexual, el manoseo contra la concha era real, y ella no era inmune a tanto toqueteo.   
—Está muy suavecito ¿Usted se depila?
Un dedo acarició la parte más abultada del labio vaginal, lo que hizo poner aún más tensa a Silvana.
—Am… este… sí, Osvaldo. Me depilo…
“Calma, calma… no lo hace por pajero, solo porque es medio rarito y no entiende estas cosas”. Silvana debía machacar su mente para permanecer calmada, de lo contrario ya hubiera mandado a la mierda al portero. Volvió a usar la táctica de respirar hondo, calmarse y tomarse todo con gracia, sin darle demasiada importancia. 
—Soy muy pulcra y prefiero tenerla siempre bien depilada. Me gusta que quede así de suavecita.
Giró la cabeza para ver a través del espejo como ese tipo le estaba acariciando la concha por el agujero de la calza y se sintió tan ridícula como avergonzada. Seguramente alguien en la plaza había notado este pequeño accidente y se había llevado a casa una imagen muy interesante, y una anécdota divertida que contar. Varias personas le miraron el culo mientras corría; pero Silvana ya estaba acostumbrada a que esto ocurriera. Ahora temía que la mayoría de esas miradas se hayan debido a ese maldito agujero. 
—Bueno, Osvaldo… una vez más le agradezco mucho su ayuda. Voy a subir a darme un baño y a tirar este pantalón a la basura. 
Se apartó del tipo y por fin sintió algo de paz. Aunque Osvaldo no tuviera malas intenciones, no le gustaba recibir toqueteos de nadie que no fuera su novio. 
—Muy bien, y procure no usar tanto ese tipo de calzas. Además así se ahorraría muchas de las quejas que hacen los demás inquilinos. Eso me facilitaría mucho el trabajo, porque el que tiene que dar la cara soy yo.
—Lo sé, y lo siento mucho. Sin embargo, no voy a cambiar mi forma de vestir. Comuníqueselo a los demás inquilinos, y si quieren decirme algo, que lo hagan de frente y que no lo usen a usted como intermediario. Son unos cobardes.
—Muy bien, les voy a comunicar eso.
Silvana entendió que el mensaje sería transmitido palabra por palabra, eso le incomodó un poco. Luego lo pensó y se dio cuenta de que si tuviera a esos inquilinos frente a ella, les diría exactamente lo mismo.
Salió del pequeño cuarto y corrió al ascensor después de que Osvaldo lo hubiera llamado por ella y se hubiera asegurado de que estaba vacío. Gracias a eso consiguió llegar a su departamento sin que nadie la viera.   

—----------

Silvana volvió a la repostería al día siguiente, sintió que si no regresaba lo antes posible, creerían que ya no volvería más, y eso fue justamente lo que dijo Rocío cuando la vio entrar.
—Ay, hola Silvana… qué gusto verte otra vez. Después de lo que pasó ayer pensamos que ya no te íbamos a ver por acá. 
Justo en ese momento Karina salió del cuarto del fondo con una gran bandeja llena de pastelitos. 
—Hola Silvana, qué lindo verte otra vez, pensé que…
—Chicas, en serio —dijo Silvana, para restarle importancia al asunto—. Si creen que yo me voy a escandalizar porque vi a dos personas teniendo sexo, es que no me conocen. 
—Bueno, es que como somos dos mujeres, hay personas que encuentran eso un tanto chocante —comentó Rocío.
—Yo no soy lesbiana, pero no me resulta para nada chocante que dos mujeres tengan sexo… de hecho, considero que es un espectáculo digno de ver. Hasta debería sentirme afortunada por haber podido espiar un poquito.
Ese comentario provocó las risas de la pareja, Karina tuvo que dejar la bandeja con pastelitos sobre el mostrador, para no tirarla. 
—¿De verdad pensás eso? —Preguntó Rocío.  
—Sí, las mujeres son los seres más sensuales del mundo. Ver dos lindas mujeres en un acto erótico, siempre se disfruta.
—Ay, muchas gracias —dijo Rocío, poniéndose colorada. Silvana ya había notado la gran timidez de esta chica y supuso que la había pasado mal al ser sorprendida en pleno acto.
—Lo que no entiendo es por qué ustedes no se enojaron conmigo —dijo Silvana—. Porque a mí no me gustaría que me sorprendieran en un momento tan íntimo… y tan explícito. Me sentiría muy avergonzada si un desconocido hubiera visto cómo me acaban en la cara… debió ser muy humillante para vos, Rocío.
—Sí que lo fue, pero no importa.
—Uy, por eso ni te preocupes —le aseguró Karina—. Te cuento un pequeño secreto: ¿Ves esta hermoso y tímido bomboncito? —Le agarró las mejillas a su esposa y las estrujo de forma muy cómica—. Así como la vez, con esa carita de inocente… disfruta mucho de la humillación. Cuando te fuiste tuvimos que volver al cuartito del fondo porque la muy putita se quedó re caliente —Rocío comenzó a reírse y cubrió su rostro con ambas manos—. Por eso no te mortifiques tanto, Silvana. Al final, sin quererlo, nos regalaste una linda experiencia. 
—Ah… bueno, me alegra que así sea. Aunque se me hace raro que una persona disfrute con la humillación. No estoy juzgando ni nada, solo que a mí eso no me pasa, y me cuesta entenderlo.
—Sí, mucha gente no entiende cómo funciona esto —dijo Karina—, basta con que sepas que a Rocío le gustó que la sorprendieras justo en el momento en que le acabé en toda la cara. Mientras más humillante sea la situación, más se calienta. 
Silvana se sintió vigorizada, se dio cuenta de que con esas mujeres podía hablar de temas sexuales de forma muy directa, porque ya se había roto el hielo. Tan solo a la segunda vez que se vieron ya las sorprendió en pleno acto sexual, eso ayudó mucho a establecer un rápido vínculo de confianza y complicidad.
—Vení, Silvana, sentate de este lado del mostrador —la invitó Karina—. Así charlamos un ratito, hoy te vamos a regalar una buena porción de lo que elijas.
—Ay, les acepto la invitación; pero no hace falta que me regalen nada. Yo puedo pagarlo. 
—La próxima la pagás —dijo Rocío—, esta es cortesía de la casa. 
—Mmm… bueno, está bien. Sería descortés rechazarlo. Muchas gracias.
Silvana se sentó en una silla que estaba justo detrás de la caja registradora. En ese preciso momento entró una persona a la pastelería, una chica con un caniche toy en brazos, y un segundo después entró un flaco alto medio hippie. Karina y Rocío atendieron a sus clientes y Silvana aguardó en silencio. No tardó ni dos parpadeos en notar que Rocío no tenía puesto el pantalón. Su redondo y perfecto culo estaba cubierto solo por una pequeña tanga blanca, que se le había metido casi toda entre las nalgas. 
Silvana se quedó boquiabierta, supuso que esto era alguna clase de juego de parejas muy arriesgado. No sabía exactamente cómo funcionaba ese temita de la humillación, pero podía imaginar que Karina le propuso esta idea a su esposa, para que las dos se divirtieran un rato.
Para colmo, luego de atender a la chica del caniche toy, Rocío le cobró al flaco hippie y se paró justo delante de Silvana, a muy poco centímetros de ella. Silvana pudo analizar todo el culo de esa mujer desde un primerísimo primer plano. Si hasta vio cómo se le marcaba la concha debajo de la tanga. Karina se acercó a su esposa disimuladamente y comenzó a acariciar la zona de la vagina por encima de la ropa interior. 
Silvana se preguntó si el flaco hippie podría adivinar lo que estaba ocurriendo del otro lado del mostrado; pero lo vio poco probable. De este lado del mostrador se veía que estaba todo tapado y además Rocío llevaba puesto un delantal que le llegaba casi hasta las rodillas. Solo su culo sobresalía por detrás, de una forma bastante cómica… y erótica. 
Cuando el último cliente se fue, Rocío y Karina se sentaron en las otras dos sillas que había disponible en ese estrecho espacio.
—Disculpá —dijo Karina—. Me imagino que habrás notado cómo va vestida Rocío, queríamos explicarte eso; pero justo entró gente.
—No hace falta que expliquen nada —dijo Silvana, con una gran sonrisa en los labios—, ya saqué mis propias conclusiones. Imagino que esto es parte de un jueguito entre ustedes.
—Así es —dijo Karina, mientras Rocío se reía nerviosa—. A veces le pido que atienda sin pantalón por un ratito, solo para que sienta el miedo de ser descubierta. 
—Me encanta cómo juegan entre ustedes —aseguró Silvana—. Forman una pareja muy buena.
—Somos muy juguetonas —dijo Karina, con una sonrisa picarona, lo que volvió a despertar la risa de Rocío—. Ah, por cierto… quería agradecerte por recomendarnos. Hace poco vino un muchacho llamado Malik, había quedado encantado con una torta que le regalaste y vino a comprar más.
—Nos conseguiste un nuevo cliente.
—Ah, ya conocieron a Malik… es un tipo bastante peculiar. 
— ¿Y de dónde lo conocés?
—Es jugador de fútbol, de Ferro Carril Oeste. Se mudó hace poco y fue mi forma de darle la bienvenida al barrio.
—Mmm… ¿no estarás pensarlo comprarlo de otra manera?
—Ay, no, Karina… yo tengo novio. Lo que pasa es que Malik lleva un estilo de vida muy peculiar. Es bastante picaflor, así que ojito… bah, ustedes no van a tener drama con eso, están casadas y ya sabe que son lesbianas. De todas maneras ya conquistó a varias chicas de la zona… y digamos que yo me entero de esas actividades porque su cuarto da justo contra el mío… y se escuchan los ruidos por la noche. Me quejé algunas veces porque no me dejaba dormir; pero después descubrí que es un buen tipo, se disculpó y me dijo que solo quiere que nos llevemos bien. Por eso le compré la torta.
—Ah… bueno, si tenés novio puede que el tipo no te interese —dijo Karina—. Pero una de nuestras clientas lo vio y se quedó encantada, nos preguntó si sabíamos dónde vivía, lo quería conocer de forma más íntima.
—Vivimos en un edificio acá a la vuelta, a mitad de cuadra. Aunque no le recomiendo a la chica que vaya a visitarlo a menos que sepa a qué se enfrenta.
— ¿Por qué lo decís? —Preguntó Rocío.
—Es que… em… a ver… cuando le llevé la torta, Malik estaba desnudo. La culpa es mía, porque me metí en la casa sin esperar a que él me diera permiso. Igual no le molestó mucho, dice que está acostumbrado a andar así.
—Uy… ya veo por dónde viene esto —dijo Karina—. ¿Acaso Malik cumple con ese rumor de que los negros están bien dotados?
—Uf… sí que lo cumple —esta vez la que se rió fue Silvana—. Esa cosa es descomunal —se sintió cómoda hablando del tema, porque ya había visto a estas dos mujeres en pleno acto sexual.
—Uy… qué miedo —dijo Rocío, mientras soltaba una de sus típicas risitas nerviosas. 
—Sí, la verdad es que da mucho miedo. Por eso yo no estoy interesada en él de ninguna manera. No me genera nada ver un pene tan grande, porque sé que esa cosa jamás me entraría. Soy bastante estrecha. 
—Claro, entiendo. Como te da miedo, te mata todo el morbo —comentó Karina.
—Así es. Además… soy feliz con mi novio.
Siguieron hablando de temas triviales, como el movimiento de gente en el barrio, los sitios más bonitos para visitar y demás cuestiones por el estilo, hasta que Silvana anunció que se retiraba. 
—Antes de que te vayas —dijo Karina—, te vamos a dar el cheesecake que te prometimos.
—Sí, dos porciones —dijo Rocío, mientras las servía en una bandeja.
—Hey, dijeron una. No quiero que me regalen tanto.
—Te llevás dos porque además tuviste que aguantar ver a Rocío en culo.   
—Uy, si me van a pagar con tortas cada vez que las veo en algún jueguito sexual, voy a tener que venir más seguido. Además de ver un lindo espectáculo, me llevo una torta de regalo.
Las dos chicas se rieron. Luego le entregaron el cheesecake ya envuelto y en bandeja. 
—Volvé cuando quieras —le dijo Karina—, y si buscás tortas, ya sabés dónde encontrarlas.
—Gracias, hasta luego.
Silvana dio dos pasos fuera del negocio y se detuvo en seco. Se preguntó si ese último comentario tenía doble sentido o no. 


        
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2 comentarios - Mi Vecino Superdotado [05].

mca19000 +1
Excelente relato ! Espero subas pronto la próxima parte.
ari68
muy buen relato ya quiero leer elotro