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Angélica (resubido)

Primero, todas las entregas de los mejores post


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Como siempre, podes escribirnos a dulces.placeres@live.com, te leemos

ANGELICA

La Hortensia es un pequeño pueblito condenado al olvido, en medio de la nada, perdido en el mapa, alguna vez había sido paraje de colonos, ruta habitual entre el norte y el sur, pero con el correr de los años, las cosas fueron cambiando y lo que alguna vez había sido un pueblo pujante, en la actualidad era un cárcel sin rejas para sus ocupantes, no había mucho por hacer, y la mayoría de los jóvenes buscaban su futuro en las grandes ciudades, huyendo de ese sitio sin futuro, las generaciones de abuelos veían con nostalgia como lo que alguna vez vieron florecer, hoy marchitaba sin remedio, las generaciones de padres estaban en un punto intermedio, eran más realistas de la situación, con una mirada piadosa hacia sus padres, pero empujando a sus hijos al exilio.

Tenía diecisiete, casi dieciocho cuando terminé mis estudios secundarios, y como tantos, armé mi maleta y me lancé al abismo, siendo aún niña en mi cabeza, tuve que madurar de repente. Dejé atrás a mi madre, a mis hermanos menores, a mi noviecito de toda la vida, con la promesa de volver con los bolsillos llenos de dinero para sacarlos a todos de ese pozo donde la tierra se los tragaría tarde o temprano.

Recuerdo que lloré mucho, amaba a Mariano, quien había sido mi primer amigo, mi primer novio y mi primer hombre, también extrañaría las comidas exquisitas de mamá, la ropa aseada y perfumada, sus consejos y sus mates de cada mañana, y por supuesto, las locuras de mis pequeños hermanos, sus charlatanerías, sus peleas, sus berrinches.

Y también lloraba por la incertidumbre, el miedo a lo desconocido, no iba de vacaciones, sabía que iba a pelarme el traste para poder ser alguien, tenía pocas monedas en los bolsillos y una dirección donde parar, no era mucho, pero era todo…

María Emilia, mi amiga de confianza, me había conseguido donde parar provisoriamente, hasta que me acomodara, la casa de una tía solterona que tenía en la ciudad, quien me ayudaría a establecerme.

Bajé del tren y tomé uno de los tantos taxis que esperaban clientes en la estación, le di el papel con la dirección y me relajé en el asiento trasero, todo me parecía enorme, ruidoso, monstruoso, miraba atónita por la ventanilla del coche los imponentes edificios que parecían terminar en las nubes, solo los había visto en películas. Poco a poco el paisaje fue cambiando, desaparecieron las imponentes edificaciones dando lugar a casas viejas, de la década del cuarenta, el asfalto perfecto de las calles cambió a adoquines de principio de siglo y el auto de repente rechinaba por todos lados por las irregularidades de la calle.

Al fin llegamos, una casa enorme de dos plantas, vieja, con revoques desteñidos, llenos de musgos, con olor a humedad, fui a la puerta y toqué el timbre un par de veces.

Angélica, la tía solterona de mi amiga me recibió, y a primera vista me resultó intimidante, una mujer de unos cincuenta años, mucho más alta que yo, bueno, aclarar que yo soy diminuta, petisita, mis ojos estaban a la altura de dos tetas enormes que me apabullaban, ella era morena, visiblemente teñida en tono azabache, ojos del mismo color, delineados también en negro, su oreja izquierda estaba plagada de aros, y su quijada no esbozaba una sonrisa, nada, me observaba penetrándome con la mirada, noté un tatoo que arrancaba en su cuello y se perdía bajo sus prendas, un pantalón de cuero ajustado y zapatos en finos tacos, sin dudas, distante de una mujer de pueblo como el que yo venía.

- Hola, soy Betina, amiga de María Emilia – dije tratando de ser cortes, extendiendo mi mano
- Se perfectamente quien sos, seguime – respondió ella a secas, sin devolverme el saludo
Sus tacos retumbaron en los viejos pisos de madera, y fue el momento de recibir un duro sermón de bienvenida

- Ahora te llevo a tu cuarto, tu cuarto es tu cuarto y yo no meto las narices en él, y mi cuarto es mi cuarto, ni vos ni nadie mete la nariz en él, los demás espacios son comunes, pero esto no es un hotel, acá se limpia, se cocina, se hacen las compras, yo solo te arrendo un cuarto para dormir, en el podes hacer tu vida, yo no me meto y yo hago mi vida, vos no te metes, esto corre para vos y cualquier persona a la que le alquile una habitación, si te gusta bien, y si no, ahí tenes la puerta’.

Fue un duro golpe de recepción, saqué los billetes para un mes y me advirtió, que al primer desvío estaría de patitas en la calle, solo fue el comienzo de mis días en la gran ciudad.

En los siguientes tres años comprobaría que mis ideas de pueblo estaban lejos de la realidad, más cerca del infierno que del paraíso, solo fue sobrevivir, terminar mi carrera y entonces tal vez, solo tal vez podría cambiar mi suerte, estaba estancada en mi monótono presente, volver a mi pueblo no era opción, solo podía remangarme y avanzar, como fuera, como diera lugar. Mi vida era trabajar por la mañana, estudiar por las tardes, y llegar a la casona solo para dormir.

En ese tiempo conocí a la dueña de casa, una mujer de fuerte carácter, jamás esbozaba una sonrisa, recia, dominante, esas personas que viven enojadas con el mundo, esas personas que jamás te piden nada, pero que tampoco nada puedes pedirle, esas personas con la política lo mío es mío, lo tuyo es tuyo, y tal como me había advertido cuando nos conocimos, ella jamás se metió en mi cuarto, en mis cosas, pero yo tampoco en el suyo.

La convivencia con Angélica podía llegar a ser frustrante, no había temas de conversación, jamás me preguntaba nada, ni siquiera preguntaba por María Emilia, su sobrina, así que muchas veces solo me hacía un emparedado y comía en mi cuarto mientras chateaba con amigas de la facultad, o tal vez con alguna otra chica a la que temporariamente le alquilaba otro cuarto, como lo hacía conmigo.

Solo había algo perverso en esa mujer, algo que luego de tres años de convivencia para mí ya era normal, algo que sabía a sexi y prohibido, a ella la frecuentaban otras mujeres, jamás un hombre, y sabía que tenían sexo, por las paredes de su cuarto una y otra vez escapaban sonidos de gatas maullando, y más de una vez me había masturbado en la oscuridad de mi cuarto, solo imaginando. Pero ella conmigo era inexpugnable, yo solo veía y oía lo que sucedía, mujeres llegaban, mujeres se iban.

Hasta que cometí el error, curiosidad femenina, estaba sola en el gran caserón, crucé la raya, la que no debía cruzar, me metí en su cuarto, su caja fuerte, y no tardé en sumergirme en su mundo, Angélica tenía un arsenal de juguetes, látigos, lencería, cueros, sado, lubricantes, su cuarto parecía un sex shop!

Había tantas cosas que con solo observar e imaginar lo que haría con ellas me habían dado ganas de tocarme, además, desde mi noviecito de mi pueblo, estaba necesitada de sexo, pero también la imagen sombría y parca de Angélica me atemorizaba, si tan solo ella me descubriera, mejor ni imaginar las consecuencias…

Pero no pude resistirme a robar algo, entre tantas cosas un diminuto plug anal brillaba en un rincón, esos inexpulsables, con una base de piedras rojas como rubí, pareció decirme ‘llévame contigo’, y no dudé en tomarlo, asumiendo que ella jamás lo notaría.

Después de unos días me decidí a probarlo, lo tenía en mi cartera, en mi trabajo, y no podía sacar mis pensamientos de ese perverso objeto, me notaba excitada solo imaginando, fui al baño, lo ensalivé lo suficiente y presioné en mi culito, un poquito, otro poquito, era pequeño así que apenas pasó la parte más gruesa mi esfínter se cerró naturalmente atrapando al intruso, con mis dedos noté que solo la base con piedras rojas había quedado expuesta, me subí la bombacha, el jean y seguí mi día. La experiencia no podría haber sido mejor, casi no lo sentía, pero sabía que ahí estaba, dialogaba con clientes, sacaba copias, atendía el teléfono, escuchaba las indicaciones de mi jefa, la rutina de cada día, solo con la pequeña diferencia de vivir con mi sexualidad al límite, en mi cabecita el plug anal me estaba enloqueciendo, y antes de volver a casa fuí al baño de la oficina solo para masturbarme. Por la tarde no resistí, lo llevé a la facultad y volví a masturbarme, pronto se convertiría en mi amuleto más preciado y tenerlo en el culito se haría parte de mi vida.

La parte rica de la historia, ese martes, al regresar del trabajo recibiría una sorpresa, Angélica estaba en una de las sillas del comedor, cosa que era habitual, noté que estaba con una de sus tantas amigas, Lorena, una rubia platinada de cabellos cortados a la nuca, llamativamente musculosa, con unos bíceps marcados que hubieran dado envidia a más de un hombre, pero también me resultó habitual, solo la voz cortante de Angélica se interpuso en el camino


Angélica (resubido)




- Un momento chiquita… no tanta prisa… tenemos un problema
Detuve mi andar, ella prosiguió

- Sabes, Lorena es una de mis mejores amigas, hace un tiempo ella me hizo un regalo íntimo, y ha desaparecido misteriosamente, ya buscamos por todos lados, y solo tal vez, alguien se hubiera metido en mis cosas, digo…
A medida que ella hablaba, mis pómulos blancos se tornaban rojos por la vergüenza

- Se nos ocurre que alguna que otra ladronzuela se haya entrometido, y eso sería muy malo para esa supuesta mujer, pobre de ella si la descubrimos, asumo que vos no tenés idea de lo que estamos hablando cierto?
Era una mierda, me tenían, negué nerviosamente con la cabeza, pero sabiendo que mis gestos me delataban, tontamente traté de seguir camino a mi cuarto, debía sacarme ese plug y desasearme de él cuanto antes, pero rápidamente ella se interpuso en mi camino, por segunda vez

- Espera… espera… cual es la prisa?
Imaginen la situación, yo no llego al metro sesenta, Angélica medía más de un metro ochenta, y era una mujer mucho más corpulenta que yo, además, Lorena, era aún más alta y más robusta, ella me había cortado la retirada y me encontré al medio de las dos, supe que estaba perdida.

La rubia me tomó por la fuerza, me llevó a la mesa y me inmovilizó, traté de zafarme, pero era una lucha perdida, Angélica de un tirón me arrancó la pollera y no tuvo demasiados inconvenientes en bajarme la ropa interior, me abrió las nalgas y confirmaron lo que sospechaban

- Mirá la putita, robando cosas, te gusta lo que se siente? Nosotras te vamos a enseñar…
Sus palabras sonaron a amenaza, Lorena me tomó de los cabellos y casi a la rastra me hizo seguirla al cuarto, al cuarto prohibido, fui trastabillando puesto que mi bombacha estaba a la altura de mis rodillas, me empujó con fuerzas haciéndome caer al piso.

Angélica que tenía una postura más pasiva fue a buscar entre sus cosas, sacó entonces un bate de béisbol, me apuntó y me advirtió

- Si no haces caso, te parto la cabeza con el bate, entendiste?
Qué podía decir? Lorena volvió a tomarme de los cabellos he hizo que la siguiera en cuatro patas, como una fiel mascota, sobre un lado habían amurado un gran consolador con forma de pene, que colgaba plácidamente, me pidió que lo chupara y así lo hice, empecé a lamerlo y meterlo en mi boca, estaba calculado, en cuatro como estaba quedaba justo a la altura de mi boca, pero Lorena me forzaba a metérmelo más y mas

- Chupá puta, chupa!
Sentía la rugosidad de ese juguete invadir mi boca, hasta mi garganta, no había opciones, Angélica me daba sutiles golpecitos con el bate en las nalgas como para intimidarme y hacerme recordar que ella estaba ahí controlando todo, y chupé esa verga con la misma devoción que se la chupaba a mi noviecito de La Hortensia, y trataba de meterla más y más adentro, me sentí excitada por la situación, y ellas lo notaron, se suponía que era un castigo ejemplar, no una ronda de perversos juegos.

La rubia me tomó entonces entre sus brazos y me alzó por los aires sin ninguna dificultad para arrojarme sobre el colchón de la cama, caí inerte, esperando el nuevo castigo, Lorena tomó una gruesas cuerdas y anudándolas a mis tobillos y a los parantes de la cama hizo que inevitablemente mis piernas quedaran abiertas y mi sexo desnudo expuesto a sus más bajos instintos, vino sobre mis pechos y empezó a recorrerlos con su afilada lengua, no me quitaba los ojos de encima, me sentía inundada en placer y deseo, y cada tanto venía a mi encuentro para besarme dulcemente metiendo su lengua bien profundo, buscando cruzarla con la mía, tal vez lo único molesto era su sabor y su aliento agrio tabaco, algo que me desagradaba sobremanera.

Mientras tanto, con el rabillo de mis ojos observaba como Angélica se dedicaba a untar con un lubricante el extremo más grueso del bate que blandía en sus manos, luego se acercó a mi lado como si se tratara de una consulta ginecológica y sentí el frío del metal acariciar mi clítoris, cerré los ojos, ya no podía resistirlo, era grande, demasiado, pude notarlo con la dilatación de mi vagina, ella lo metió en mi hueco muy lentamente hasta sentir que yo me había acostumbrado el grosor y empezó a cogerme, mierda, había olvidado lo que se sentía, empecé a gemir, Lorena fue por mi clítoris, a masajearlo como yo lo hacía y mis gemidos se transformaron en ronroneos, en gritos contenidos, me sentí explotar, una, dos, tres veces, perdí la cuenta no podía distinguir cuando terminaba un orgasmo y cuando comenzaba el siguiente, como eternas olas de mar que se suceden una tras otras.

Ellas tenían el control, ellas decidían cuando empezaban, como seguían, cuando terminaban, mi culito fue el siguiente en recibir el grueso bate, creí que moriría en el intento, pero Angélica tomaba todo su tiempo lubricando, dilatando, lubricando, dilatando, colando sus dedos, al tiempo que Lorena me retenía, aunque honestamente, yo no hacía nada por evadir la situación, ni siquiera me interesaba hacerlo.

Me dieron una buena sección de sexo anal, y si antes gemía, ahora gritaba mordiéndome los labios tratando de acallar mis expresiones de placer.

Cuando me sacaron el bate del culo me sentía toda dilatada, y una sucia y perversa puta, quedé recostada sobre la cama, a la espera de lo que harían esas mujeres, y no me hicieron esperar, se calzaron un par de arneses, con sendas vergas intimidantes, demasiado gruesas, demasiado, largas, Lorena volvió a levantarme en el aire como una hoja de papel, rodeándome con sus musculosos brazos, tomándome por las nalgas, tuve que rodearla con mis brazos y piernas para no perder el equilibrio, solo me dejó bajar asegurando que ese juguete penetrara lentamente mi conchita, hasta el fondo, en un abrir y cerrar de ojos Angélica me había abordado por la retaguardia y había metido su juguete en mi culo, empezaron a moverme al medio de ambas en una orquestada doble penetración entre tres mujeres, estaba tan excitada que creí que mi corazón explotaría entre besos, caricias y abrazos, entre gemidos me dedicaba a besar a una mujer, luego a la otra, hasta perder noción de tiempo y espacio.

Aún faltaba algo sucio y perverso, luego de un rato me tiraron al piso, nuevamente en el rol de mascota sumisa, ellas paradas pasaron una pierna a cada lado, desde abajo podía ver sus regordetas conchas desnudas, adivinen, empezaron a orinarme, ambas, riendo jocosamente, humillándome y disfruté que lo hicieran, una doble lluvia dorada para mi mente enferma, el líquido llegó a mi cuerpo, a mi sexo, a mi rostro...

Cuando ambas terminaron se besaron profundamente y me dejaron saber que mi turno había terminado, ya no encajaba en el juego y había llegado el momento de retirarme, para que ellas disfrutaran de su intimidad.

Las cosas cambiaron a partir de ese momento, jamás volvimos a hablar del plug anal, aun lo conservo, y si bien el trato parco de Angélica nuca cambió, empecé a ser su sumisa y obediente compañera, era casi normal que después de cenar ella abriera las piernas sentada en una de las sillas del comedor y mientras fumaba algún que otro cigarro, yo me colara al medio solo para darle sexo oral, me podía pasar hasta un par de horas solo chupándole la concha, aunque se acalambrara mi lengua, aunque se lastimaran mis rodillas...

Me llevó cinco años más terminar la facultad y dos más poder establecerme por mi cuenta, en esos tiempos conocí a Pamela, una chica lesbiana que pegamos buena onda y nos terminamos enamorando, mi pareja en la actualidad, no sé qué fue de la vida de Angélica, ella me despidió esa tarde con la misma sequedad que alguna vez me había recibido, tal vez para ella fui solo una más en su vida, pero yo siempre la recordaré como la mujer que cambió mi percepción de la vida...

Si eres mayor de edad y tienes comentarios, puedes escribirme con título ANGELICA, a dulces.placeres@live.com

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