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Como siempre, podes escribirnos a dulces.placeres@live.com, te leemos
TANGAS NEGRAS
No interesa quien escribe esta historia, es solo una historia…
María José hoy ve las cosas con otra perspectiva, aunque sea una joven de poco más de veinte, aun lleva a flor de piel la locura, la adrenalina y la vergüenza de haber pertenecido al ‘club de las chicas de tangas negras’.
Ella apenas tenía catorce años, llegando a los quince, vivía en la opulencia de una clase alta, colmada de dinero, rodeándose de chicas de su mismo nivel, era todo lo que su círculo de vida le permitía saber. No tenía de que preocuparse, los sirvientes de la casa lo hacían todo por ella, personas mayores que la trataban ‘como la señorita de la casa’ y a los que no se les permitía que la tutearan, por el contrario, ella en su mala crianza era quien solía burlarse de la humildad de las personas de su entorno.
Y en ese entorno de vida, donde todo sobraba, donde todo lo tenía con pedirlo, donde no sabía lo que era sufrir, padecer, o simplemente no tener algo, su vida comenzó a ser monótona y predecible, porque sin saberlo, por tenerlo todo, no tenía nada, su alma estaba vacía.
Sus padres costeaban un carísimo colegio inglés, top de top, donde convivía con niñas de su misma clase social, donde enseñaban buenas costumbres, varios idiomas, doble turno, donde la monotonía de sus uniformes de pollera y camisas color té con leche, con esas camperas coloradas solo la hacía una más entre muchas, nada especial, una entre tantas.
Había un denominador común en ese colegio, chicas, adolescentes hastiadas de la opulencia, hastiadas de ser encuadradas en un mundo perfecto, hastiadas de ser niñas modelos, robotizadas, estructuradas.
María José sabía de la rebelión, sabía que había chicas, compañeras que estaban en algo raro, no sabía bien de que se trataba, solo se comentaba por lo bajo que había una especie de club secreto, como una secta en la cual era muy difícil entrar, ser parte. Era un secreto a voces, cosas que se decían en voz baja en los recreos, cosas de niñas que querían cambiar su vida.
Si una virtud tenía la protagonista de esta historia era su persistencia, su obstinación, su terquedad cuando algo se le ponía entre ceja y ceja.
Así se movió con sigila como un experto detective hasta que al fin logró contactarse con una de las chicas que pertenecía a ese grupo secreto, al fin estableció una amistad que le permitió tener certeza de ese algo desconocido para ella.
Fue entonces cuando lo escuchó por primera vez de los labios de su nueva amiga, casi un susurro, EL CLUB DE LAS CHICAS DE TANGAS NEGRAS
Su ingreso no fue fácil, tuvo que pasar algunas pruebas, como ritos para ser digna de ingresar, algún aplazo en un examen, un desplante ante un profesor, amonestaciones por rebelde, y solo cuando fue digna, fue aceptada.
Sandra, la amiga que le daba las instrucciones para ingresar, la llevó al baño del colegio, levantó su pollera y le enseño la colaless negra que usaba, le dijo que debía conseguirse una pequeña parecida, también hizo mención a las iniciales de su nombre, deberían estar bordadas con hilo rosa tal cual ella la tenía, y que debería llevarla sin usar para la noche de su ingreso, solo eso.
María José fue personalmente a algunas casas de lencería y compró varios modelos, ella se excitó con todo eso, con esa previa, más por la intriga, por la emoción de pertenecer que por lo que era en sí, porque en eso momento no tenía idea de que se trataba, solo le sonaba muy sexi, muy loco, muy transgresor. Ella misma se encargó de bordar en el frente MJSA, María José Sanchez Avellaneda.
Cuando esa tarde se la mostró a Sandra y esta le dijo que tendría su noche de iniciación y la interiorizó de detalles, como el lugar, y la hora, María José no cabía en su cuerpo de la emoción que tenía.
Ese sábado por la tarde estaba llena de dudas, de preguntas, fue caminando rapidito a la casa de Andrea, una chica de los cursos superiores, que la veía como muy bonita, ya con un envidiable cuerpo de mujer. Andrea la recibió, un tanto parca y fría y le dijo
- Vos sos la nueva… trajiste lo que tenías que traer?
María José asintió tímidamente con la cabeza, entonces fueron a la planta alta, a un altillo donde se enteraría que era el lugar de reuniones del club de las chicas de tangas negras. Ese lugar se le haría familiar, entendería en poco tiempo que Andrea era la mente de todo, quien lo había creado, la que daba las directivas, tenía un par de chicas que la secundaban, pero Andrea era la dueña de un mundo de locuras.
Rebelde por naturaleza, como una yegua indomable, lejos de la vigilia de sus padres, había tomado ese lugar de la casa como un bunker.
La joven niña se sintió excitada y asustada al mismo tiempo, pero hizo fuerzas, le había costado mucho ‘ser parte’ y no renunciaría por una simple incertidumbre.
Fue Andrea quien tomó la palabra, y le dio la bienvenida, le narró de qué se trataba el club secreto, tuvo que hacer unos juramentos de lealtad, silencio y fidelidad, y al fin se acomodó a un costado, a media sombra, tratando de pasar desapercibida.
Ese primer día ella solo pretendía escuchar sin imaginar que se convertiría en centro de atención, se entregó al rito de iniciación cuando Andrea le ordenó que se desnudara desde la cintura hacia abajo, sintió una terrible vergüenza, ella tenía demasiados complejos con sus piernas flacas como alambre, y más cuando la mayoría de las niñas ya empezaban a tener cuerpecitos de mujer, ella ni pechos tenía aun. Hizo caso, la hicieron recostar, la abrieron de piernas, sintió mucho temor, pensó que sería penetrada, pero solamente aplicaron agua y crema sobre su sexo para depilarla por completo. Luego le indicaron que se colocara la tanga negra con sus iniciales, y le explicaron que era obligación de los miembros del club vivir depiladas y usas esas tangas durante todo el día. Ella aceptó con gusto, al fin estaba dentro…
En el siguiente mes, María José asistió a cada reunión, siempre depilada y con su prenda íntima que la identificaba como parte del grupo, pronto descubrió que el club de las chicas de tangas negras era un secreto club sexual, sus compañeras debatían todo tema que estuviera relacionado con el sexo, miraban alguna película pornográfica, otras veces leían algún texto, o simplemente contaban anécdotas, luego se armaban debates que se hacían interminables.
Decían prepararse para un futuro, como ser las mejores putas con un hombre, trataban de entender que era lo que les gustaba a un hombre, las mayores, quienes ya habían chupado alguna pija, contaban la experiencia, María José solía quedarse son los ojos exorbitados, con la boca entre abierta solo imaginando la situación, tratando de saborear en su mente el sabor de un semen que desconocía.
Solían hacer juegos, las mayores enseñaban a las menores, estuvieron los días de besos, para aprender a besar, para María José sería la primera vez que alguien la besaría en la boca y no le molestó que fuera otra chica, ella estaba aprendiendo e imaginaba que era un chico y eso la excitó terriblemente, se sintió humedecerse, sintió otra lengua jugando con su lengua, probo otros labios y otros, y otros más hasta hastiarse.
Hablaban de penes, de tamaños, de amores, de frustraciones, de la primera vez, de menstruaciones y de hormonas.
Algunos días charlaban de cómo masturbarse, como tocarse, porque aunque pareciera ridículo muchas no se animaban a explorarse y María José aprendió mucho de esa situación.
Pero no todas fueron rosas en el camino de nuestra joven amiga, ella estaba muy feliz por el solo hecho de pertenecer, pero tomaba algunas cosas un poco a la ligera, sin darle importancia, jamás se había vuelto a rasurar desde esa primera vez y solo usaba la colaless negra para las reuniones, se le hacía un tanto molesta y había regresado a los tradicionales culotes que tan bien le calzaban.
Una tarde estando en el colegio en pleno recreo, fue al baño a orinar, cuando salió se encontró con cuatro de las chicas del club, notó que la estaban esperando y no solo era casualidad, la tomaron por la fuerza y en instantes levantaron su pollera para comprobar que ella no era fiel a lo jurado.
Fue suspendida por dos meses, con la advertencia que ante un nuevo fallo sería expulsada del club, María José imploró y hasta lloró pidiendo perdón, pero no tuvo suerte.
Aprendió la lección, nunca más tendría vellos en su vagina, nunca más usaría esos culotes que tanto adoraba…
Al regresar al club, encontró cosas nuevas, una de las chicas mayores había ido a un sex shop y había comprado unos penes de plástico, en varias formas y varios tamaños, sin dudas era lo más cercano que tenía a un hombre verdadero y empezaron con una nueva experiencia, aprender a lamerlos, aprender a comerlos.
Pasados los quince, María José se excitaba demasiado, le encantaba volar con su imaginación en locas historias platónicas, esos penes de fantasías la calentaban como a pocas, se hizo una experta en chuparlos, en practicar gargantas profundas e incluso fue ejemplo de sus amigas. Nunca se animó a meterse uno en su vagina frente a las chicas del club, como otras si lo hicieron, pero no dudó en llevarse algunos a su domicilio y para poder disfrutarlos entre sus piernas, para lograr los orgasmos más bonitos que pudiera imaginar.
Sin dudas el club de las chicas de las tangas negras había cambiado su vida, vivía pendiente de esas reuniones y se sentía cada día más confiada en sí misma, sabiendo cuan puta se estaba volviendo, cuan adicta al sexo, solo necesitaba un chico y se angustiaba por ello, no se sentía bonita ni mucho menos, en verdad no lo era y se resignaba a la autosatisfacción
El club entró en crisis, Andrea había crecido, tenía pareja, un muchacho con el que estaba noviando, de golpe todo lo que había creado se había puesto en su contra, ahora le parecía un tonto juego de chiquillas calientes, parecía avergonzarse de toda esa estupidez y empezaron las discusiones con el resto de las chicas. María José estaba desanimada, no podía entender en su loca cabecita que era lo que estaba pasando, no podía entender como Andrea había cambiado tanto, y día a día presenciaba los continuos enfrentamientos con Jorgelina, quien de alguna manera era la segunda al mando.
Todo terminó de la peor manera, las dos chicas a golpes de puños, Andrea la echó de su casa, a ella y a todas las estúpidas pendejas que formaban ese club de mierda, según sus propias palabras.
Jorgelina se erigió como la nueva líder natural del club, y ella tomó la posta que había dejado la fundadora, un departamento de los tantos que disponían sus padres se transformó en el nuevo lugar de reuniones.
Sin darse cuenta, poco a poco la heredera del mandato le dio una nueva fisonomía al club, Jorgelina era una chica sádica, dictatorial, que disfrutaba con el dolor y el castigo corporal, rápidamente se hizo de un par de laderas para mantener todo sobre control, María José, empezó a tener reales juegos lésbicos con las otras chicas, fue obligada a insertarse objetos delante do todas, y fue castigada a nalgadas cuando se negó a hacer algunas cosas.
Su situación, como la de muchas chicas se vio complicada, no podía hablar, solo debía obedecer y el terror que infundía Jorgelina era como una sombra que la perseguía donde fuera, el club de las chicas de las tangas negras, ese lugar al que había luchado tanto por pertenecer, se había vuelto la peor de sus pesadillas…
Jorgelina se alimentaba de su propio veneno, se enamoró de su poder, una chica que se asumía como lesbiana, que preparaba a las demás para ser como ella, María José fue obligada en más de una oportunidad a lamerle la concha, solo para darle placer, lo triste es que María José parecía ser una de las pocas que se animaba a desafiarla y una de las que más era castigada en consecuencia.
Jorgelina sabía que María José era casi la única que osaba discutir sus directivas, por eso a nadie le extrañó cuando ella la eligió como conejillo de indias para su nueva locura.
En una de las reuniones ella trajo una caja de madera, la abrió y dentro había siete consoladores ordenados de menor a mayor, los cuales se iban engrosando hasta llegar a uno de temibles dimensiones. Entonces se lo dio a María José, y le dijo que sería la primera que los metería en su culo, uno por día de menor a mayor, no importaba como, no importaba el dolor, solo debía estirar pacientemente su esfínter, día a día, empezando por el más pequeño, en la próxima reunión, ella debería mostrar su culo desfigurado y enseñar al resto, como una buena perra como se comía todo el de mayor tamaño.
Sandra, aquella amiga que la hizo entrar al club y que también parecía prisionera de la situación le sugirió que no lo hiciera, esto iba demasiado lejos, pero María José y su terquedad no le permitían dar el brazo a torcer y rendirse.
Esa fue la peor semana de su vida, cada día al llegar del colegio, solo se encerraba en su cuarto, con un poco de lubricante, sacando el primer juguete para colocárselo en su culito, al principio fue fácil, pero con el correr de los días el trabajo pareció complicarse.
Faustino Sanchez Avellaneda era un prestigioso médico del pueblo, hacía tiempo que venía observando raras conductas en su hija, estaba cambiada y para mal, siempre contrariada, siempre de mal carácter, cada vez más encerrada en su mundo, más introvertida, incluso notó algunas marcas de daño físico que asumió que ella misma se provocaba. Siempre había sido una excelente alumna, pero últimamente las casas no andaban bien, aprobaba con lo justo y había recibido quejas del colegio. Su esposa decía que eran cosas de la edad, pero para Faustino había algo más que berrinches de la adolescencia.
Y la última semana había sido peor que de costumbre, pasando demasiado tiempo en su cuarto, él le daba todas las libertades y jamás se metía en su habitación pero la historia iba demasiado lejos.
Cuando el doctor decidido atropelló en el cuarto de su hija jamás había imaginado encontrarse con lo que se encontró, a su querida hija en cuclillas, mete y saca un enorme consolador de su culo, María José estaba tan concentrada que no notó la presencia de su padre y no supo si fueron segundos, minutos, horas, días o años que él la estuvo observando, solo supo que un segundo era suficiente para quererse morir…
La situación se salió de control, esa casa pareció una guerra campal y los sirvientes solo escucharon sin saber qué hacer, María José lloró como chiquilla por la situación más vergonzante que le tocaba atravesar…
Todo salió a la luz, no fue de inmediato, pero el club de las chicas de las tangas negras salió de su ostracismo, Jorgelina, Sandra, Andrea y todas las chicas fueron cayendo una a una, el revuelo en el colegio entre padres y autoridades fue infernal, acusaciones, responsabilidades, cada uno tratando de llevar agua para su molino, la podredumbre de una sociedad aristocrática perfecta salió a la superficie.
La situación tomó tal dimensión que la prensa amarillista del lugar pronto se hizo eco de lo que ocurría y fue noticia de primera plana, casi nadie quería dar la cara y el que hablaba era para echar nafta al fuego.
Al poco tiempo, todo quedó en el recuerdo, la noticia pronto fue tapada por nuevas noticias y la historia pasó a ser una chismosa anécdota más entre tantas.
Pero para María José sería una marca de por vida, ir del cielo al infierno, haber pertenecido a EL CLUB DE LAS CHICAS DE TANGAS NEGRAS
Si eres mayor de edad y quieres hacerme comentarios por este relato, puedes escribirme con título ‘TANGAS NEGRAS’ a DULCES.PLACERES@LIVE.COM
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TANGAS NEGRAS
No interesa quien escribe esta historia, es solo una historia…
María José hoy ve las cosas con otra perspectiva, aunque sea una joven de poco más de veinte, aun lleva a flor de piel la locura, la adrenalina y la vergüenza de haber pertenecido al ‘club de las chicas de tangas negras’.
Ella apenas tenía catorce años, llegando a los quince, vivía en la opulencia de una clase alta, colmada de dinero, rodeándose de chicas de su mismo nivel, era todo lo que su círculo de vida le permitía saber. No tenía de que preocuparse, los sirvientes de la casa lo hacían todo por ella, personas mayores que la trataban ‘como la señorita de la casa’ y a los que no se les permitía que la tutearan, por el contrario, ella en su mala crianza era quien solía burlarse de la humildad de las personas de su entorno.
Y en ese entorno de vida, donde todo sobraba, donde todo lo tenía con pedirlo, donde no sabía lo que era sufrir, padecer, o simplemente no tener algo, su vida comenzó a ser monótona y predecible, porque sin saberlo, por tenerlo todo, no tenía nada, su alma estaba vacía.
Sus padres costeaban un carísimo colegio inglés, top de top, donde convivía con niñas de su misma clase social, donde enseñaban buenas costumbres, varios idiomas, doble turno, donde la monotonía de sus uniformes de pollera y camisas color té con leche, con esas camperas coloradas solo la hacía una más entre muchas, nada especial, una entre tantas.
Había un denominador común en ese colegio, chicas, adolescentes hastiadas de la opulencia, hastiadas de ser encuadradas en un mundo perfecto, hastiadas de ser niñas modelos, robotizadas, estructuradas.
María José sabía de la rebelión, sabía que había chicas, compañeras que estaban en algo raro, no sabía bien de que se trataba, solo se comentaba por lo bajo que había una especie de club secreto, como una secta en la cual era muy difícil entrar, ser parte. Era un secreto a voces, cosas que se decían en voz baja en los recreos, cosas de niñas que querían cambiar su vida.
Si una virtud tenía la protagonista de esta historia era su persistencia, su obstinación, su terquedad cuando algo se le ponía entre ceja y ceja.
Así se movió con sigila como un experto detective hasta que al fin logró contactarse con una de las chicas que pertenecía a ese grupo secreto, al fin estableció una amistad que le permitió tener certeza de ese algo desconocido para ella.
Fue entonces cuando lo escuchó por primera vez de los labios de su nueva amiga, casi un susurro, EL CLUB DE LAS CHICAS DE TANGAS NEGRAS
Su ingreso no fue fácil, tuvo que pasar algunas pruebas, como ritos para ser digna de ingresar, algún aplazo en un examen, un desplante ante un profesor, amonestaciones por rebelde, y solo cuando fue digna, fue aceptada.
Sandra, la amiga que le daba las instrucciones para ingresar, la llevó al baño del colegio, levantó su pollera y le enseño la colaless negra que usaba, le dijo que debía conseguirse una pequeña parecida, también hizo mención a las iniciales de su nombre, deberían estar bordadas con hilo rosa tal cual ella la tenía, y que debería llevarla sin usar para la noche de su ingreso, solo eso.
María José fue personalmente a algunas casas de lencería y compró varios modelos, ella se excitó con todo eso, con esa previa, más por la intriga, por la emoción de pertenecer que por lo que era en sí, porque en eso momento no tenía idea de que se trataba, solo le sonaba muy sexi, muy loco, muy transgresor. Ella misma se encargó de bordar en el frente MJSA, María José Sanchez Avellaneda.
Cuando esa tarde se la mostró a Sandra y esta le dijo que tendría su noche de iniciación y la interiorizó de detalles, como el lugar, y la hora, María José no cabía en su cuerpo de la emoción que tenía.
Ese sábado por la tarde estaba llena de dudas, de preguntas, fue caminando rapidito a la casa de Andrea, una chica de los cursos superiores, que la veía como muy bonita, ya con un envidiable cuerpo de mujer. Andrea la recibió, un tanto parca y fría y le dijo
- Vos sos la nueva… trajiste lo que tenías que traer?
María José asintió tímidamente con la cabeza, entonces fueron a la planta alta, a un altillo donde se enteraría que era el lugar de reuniones del club de las chicas de tangas negras. Ese lugar se le haría familiar, entendería en poco tiempo que Andrea era la mente de todo, quien lo había creado, la que daba las directivas, tenía un par de chicas que la secundaban, pero Andrea era la dueña de un mundo de locuras.
Rebelde por naturaleza, como una yegua indomable, lejos de la vigilia de sus padres, había tomado ese lugar de la casa como un bunker.
La joven niña se sintió excitada y asustada al mismo tiempo, pero hizo fuerzas, le había costado mucho ‘ser parte’ y no renunciaría por una simple incertidumbre.
Fue Andrea quien tomó la palabra, y le dio la bienvenida, le narró de qué se trataba el club secreto, tuvo que hacer unos juramentos de lealtad, silencio y fidelidad, y al fin se acomodó a un costado, a media sombra, tratando de pasar desapercibida.
Ese primer día ella solo pretendía escuchar sin imaginar que se convertiría en centro de atención, se entregó al rito de iniciación cuando Andrea le ordenó que se desnudara desde la cintura hacia abajo, sintió una terrible vergüenza, ella tenía demasiados complejos con sus piernas flacas como alambre, y más cuando la mayoría de las niñas ya empezaban a tener cuerpecitos de mujer, ella ni pechos tenía aun. Hizo caso, la hicieron recostar, la abrieron de piernas, sintió mucho temor, pensó que sería penetrada, pero solamente aplicaron agua y crema sobre su sexo para depilarla por completo. Luego le indicaron que se colocara la tanga negra con sus iniciales, y le explicaron que era obligación de los miembros del club vivir depiladas y usas esas tangas durante todo el día. Ella aceptó con gusto, al fin estaba dentro…
En el siguiente mes, María José asistió a cada reunión, siempre depilada y con su prenda íntima que la identificaba como parte del grupo, pronto descubrió que el club de las chicas de tangas negras era un secreto club sexual, sus compañeras debatían todo tema que estuviera relacionado con el sexo, miraban alguna película pornográfica, otras veces leían algún texto, o simplemente contaban anécdotas, luego se armaban debates que se hacían interminables.
Decían prepararse para un futuro, como ser las mejores putas con un hombre, trataban de entender que era lo que les gustaba a un hombre, las mayores, quienes ya habían chupado alguna pija, contaban la experiencia, María José solía quedarse son los ojos exorbitados, con la boca entre abierta solo imaginando la situación, tratando de saborear en su mente el sabor de un semen que desconocía.
Solían hacer juegos, las mayores enseñaban a las menores, estuvieron los días de besos, para aprender a besar, para María José sería la primera vez que alguien la besaría en la boca y no le molestó que fuera otra chica, ella estaba aprendiendo e imaginaba que era un chico y eso la excitó terriblemente, se sintió humedecerse, sintió otra lengua jugando con su lengua, probo otros labios y otros, y otros más hasta hastiarse.
Hablaban de penes, de tamaños, de amores, de frustraciones, de la primera vez, de menstruaciones y de hormonas.
Algunos días charlaban de cómo masturbarse, como tocarse, porque aunque pareciera ridículo muchas no se animaban a explorarse y María José aprendió mucho de esa situación.
Pero no todas fueron rosas en el camino de nuestra joven amiga, ella estaba muy feliz por el solo hecho de pertenecer, pero tomaba algunas cosas un poco a la ligera, sin darle importancia, jamás se había vuelto a rasurar desde esa primera vez y solo usaba la colaless negra para las reuniones, se le hacía un tanto molesta y había regresado a los tradicionales culotes que tan bien le calzaban.
Una tarde estando en el colegio en pleno recreo, fue al baño a orinar, cuando salió se encontró con cuatro de las chicas del club, notó que la estaban esperando y no solo era casualidad, la tomaron por la fuerza y en instantes levantaron su pollera para comprobar que ella no era fiel a lo jurado.
Fue suspendida por dos meses, con la advertencia que ante un nuevo fallo sería expulsada del club, María José imploró y hasta lloró pidiendo perdón, pero no tuvo suerte.
Aprendió la lección, nunca más tendría vellos en su vagina, nunca más usaría esos culotes que tanto adoraba…
Al regresar al club, encontró cosas nuevas, una de las chicas mayores había ido a un sex shop y había comprado unos penes de plástico, en varias formas y varios tamaños, sin dudas era lo más cercano que tenía a un hombre verdadero y empezaron con una nueva experiencia, aprender a lamerlos, aprender a comerlos.
Pasados los quince, María José se excitaba demasiado, le encantaba volar con su imaginación en locas historias platónicas, esos penes de fantasías la calentaban como a pocas, se hizo una experta en chuparlos, en practicar gargantas profundas e incluso fue ejemplo de sus amigas. Nunca se animó a meterse uno en su vagina frente a las chicas del club, como otras si lo hicieron, pero no dudó en llevarse algunos a su domicilio y para poder disfrutarlos entre sus piernas, para lograr los orgasmos más bonitos que pudiera imaginar.
Sin dudas el club de las chicas de las tangas negras había cambiado su vida, vivía pendiente de esas reuniones y se sentía cada día más confiada en sí misma, sabiendo cuan puta se estaba volviendo, cuan adicta al sexo, solo necesitaba un chico y se angustiaba por ello, no se sentía bonita ni mucho menos, en verdad no lo era y se resignaba a la autosatisfacción
El club entró en crisis, Andrea había crecido, tenía pareja, un muchacho con el que estaba noviando, de golpe todo lo que había creado se había puesto en su contra, ahora le parecía un tonto juego de chiquillas calientes, parecía avergonzarse de toda esa estupidez y empezaron las discusiones con el resto de las chicas. María José estaba desanimada, no podía entender en su loca cabecita que era lo que estaba pasando, no podía entender como Andrea había cambiado tanto, y día a día presenciaba los continuos enfrentamientos con Jorgelina, quien de alguna manera era la segunda al mando.
Todo terminó de la peor manera, las dos chicas a golpes de puños, Andrea la echó de su casa, a ella y a todas las estúpidas pendejas que formaban ese club de mierda, según sus propias palabras.
Jorgelina se erigió como la nueva líder natural del club, y ella tomó la posta que había dejado la fundadora, un departamento de los tantos que disponían sus padres se transformó en el nuevo lugar de reuniones.
Sin darse cuenta, poco a poco la heredera del mandato le dio una nueva fisonomía al club, Jorgelina era una chica sádica, dictatorial, que disfrutaba con el dolor y el castigo corporal, rápidamente se hizo de un par de laderas para mantener todo sobre control, María José, empezó a tener reales juegos lésbicos con las otras chicas, fue obligada a insertarse objetos delante do todas, y fue castigada a nalgadas cuando se negó a hacer algunas cosas.
Su situación, como la de muchas chicas se vio complicada, no podía hablar, solo debía obedecer y el terror que infundía Jorgelina era como una sombra que la perseguía donde fuera, el club de las chicas de las tangas negras, ese lugar al que había luchado tanto por pertenecer, se había vuelto la peor de sus pesadillas…
Jorgelina se alimentaba de su propio veneno, se enamoró de su poder, una chica que se asumía como lesbiana, que preparaba a las demás para ser como ella, María José fue obligada en más de una oportunidad a lamerle la concha, solo para darle placer, lo triste es que María José parecía ser una de las pocas que se animaba a desafiarla y una de las que más era castigada en consecuencia.
Jorgelina sabía que María José era casi la única que osaba discutir sus directivas, por eso a nadie le extrañó cuando ella la eligió como conejillo de indias para su nueva locura.
En una de las reuniones ella trajo una caja de madera, la abrió y dentro había siete consoladores ordenados de menor a mayor, los cuales se iban engrosando hasta llegar a uno de temibles dimensiones. Entonces se lo dio a María José, y le dijo que sería la primera que los metería en su culo, uno por día de menor a mayor, no importaba como, no importaba el dolor, solo debía estirar pacientemente su esfínter, día a día, empezando por el más pequeño, en la próxima reunión, ella debería mostrar su culo desfigurado y enseñar al resto, como una buena perra como se comía todo el de mayor tamaño.
Sandra, aquella amiga que la hizo entrar al club y que también parecía prisionera de la situación le sugirió que no lo hiciera, esto iba demasiado lejos, pero María José y su terquedad no le permitían dar el brazo a torcer y rendirse.
Esa fue la peor semana de su vida, cada día al llegar del colegio, solo se encerraba en su cuarto, con un poco de lubricante, sacando el primer juguete para colocárselo en su culito, al principio fue fácil, pero con el correr de los días el trabajo pareció complicarse.
Faustino Sanchez Avellaneda era un prestigioso médico del pueblo, hacía tiempo que venía observando raras conductas en su hija, estaba cambiada y para mal, siempre contrariada, siempre de mal carácter, cada vez más encerrada en su mundo, más introvertida, incluso notó algunas marcas de daño físico que asumió que ella misma se provocaba. Siempre había sido una excelente alumna, pero últimamente las casas no andaban bien, aprobaba con lo justo y había recibido quejas del colegio. Su esposa decía que eran cosas de la edad, pero para Faustino había algo más que berrinches de la adolescencia.
Y la última semana había sido peor que de costumbre, pasando demasiado tiempo en su cuarto, él le daba todas las libertades y jamás se metía en su habitación pero la historia iba demasiado lejos.
Cuando el doctor decidido atropelló en el cuarto de su hija jamás había imaginado encontrarse con lo que se encontró, a su querida hija en cuclillas, mete y saca un enorme consolador de su culo, María José estaba tan concentrada que no notó la presencia de su padre y no supo si fueron segundos, minutos, horas, días o años que él la estuvo observando, solo supo que un segundo era suficiente para quererse morir…
La situación se salió de control, esa casa pareció una guerra campal y los sirvientes solo escucharon sin saber qué hacer, María José lloró como chiquilla por la situación más vergonzante que le tocaba atravesar…
Todo salió a la luz, no fue de inmediato, pero el club de las chicas de las tangas negras salió de su ostracismo, Jorgelina, Sandra, Andrea y todas las chicas fueron cayendo una a una, el revuelo en el colegio entre padres y autoridades fue infernal, acusaciones, responsabilidades, cada uno tratando de llevar agua para su molino, la podredumbre de una sociedad aristocrática perfecta salió a la superficie.
La situación tomó tal dimensión que la prensa amarillista del lugar pronto se hizo eco de lo que ocurría y fue noticia de primera plana, casi nadie quería dar la cara y el que hablaba era para echar nafta al fuego.
Al poco tiempo, todo quedó en el recuerdo, la noticia pronto fue tapada por nuevas noticias y la historia pasó a ser una chismosa anécdota más entre tantas.
Pero para María José sería una marca de por vida, ir del cielo al infierno, haber pertenecido a EL CLUB DE LAS CHICAS DE TANGAS NEGRAS
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