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Como siempre, podes escribirnos a dulces.placeres@live.com, te leemos
Johana
Antes que nada no quisiera que me juzguen sin ponerse en mis zapatos, solo vi la oportunidad y la tomé, no me enorgullece lo que hice, pero tampoco me arrepiento.
La vida nunca se portó bien conmigo, somos siete hermanos, yo soy el menor, por lo que ellos cuentan mi madre murió cuando nací, estuvo mal esterilizada y una infección rápidamente invadió su organismo, en el viejo hospitalito del pueblo no hay muchas garantías y cuando los médicos advirtieron lo que pasaba era tarde, no se pudo hacer mucho.
Mi padre cargó con todo el peso, y la carga fue muy pesada para sus hombros, a mis tres años se quitaba la vida colgándose en una viga del dormitorio.
Todos fuimos repartidos entre los familiares, a mí me tocó con una tía, hermana de mi padre, mis primeros recuerdos me llevan a una mujer regordeta y bonachona, que me trataba y quería como el hijo que nunca tuvo, cuando tenía unos diez años se casaría por primera vez y encontraría en este tío el afecto de un padre.
Pero bueno, mis padres no estaban, a mis hermanos los veía poco y nada y para colmo vivíamos en una pobreza terrible, éramos muy humildes, muchas veces me iba a dormir con un pedazo de pan duro en el estómago y los fines de semana el mejor menú era un buen guiso.
Mis juguetes eran latas oxidadas y autitos improvisados en ramitas talladas, se me agrandaban los ojos cuando veía las cosas que tenían otros niños de mi edad, recuerdo que pena y que bronca me daba cuando los rompían solo por diversión, por el hecho de tener otros disponibles.
No estudié, no pude, con mi padre postizo aprendí el oficio de zapatero y cuando otros estudiaban yo debía ayudarlo en el taller, apenas terminé la primaria. Pero no reniego de nada, a decir verdad dentro de lo malo no todo era tan malo, uno de mis hermanos mayores se había suicidado, un par se habían dedicado a la mala vida, ladrones, dinero fácil, uno estaba preso, el otro había sido abatido en un ajuste de cuentas, mi hermana, una de era prostituta y los demás no tenían mejor vida.
En mi adolescencia llegaría mi despertar sexual, empezaría a ver a las chicas como mujeres y descubriría lo que tal vez fuera el único regalo de la naturaleza, mi pene era enorme, cabezón y colgaba entre mis piernas en forma llamativa.
Tuve mis primeras experiencias sexuales, descubriría que para la mayoría de las mujeres el deseo de un pene enorme era más parte de su morbo que una necesidad, no se sentían cómodas con tanta pija y también pensé en algún momento que tener una verga grande era otra de todas las maldiciones que soportaría en mi vida.
El tiempo pasaba, mi tío había fallecido y yo seguí por un tiempo con el oficio de zapatero, pero los vaivenes económicos de mi país subdesarrollado me hicieron vivir años de una importación asesina, a la gente le salía más caro reparar zapatos que comprar nuevos. Para mí fue devastador, no pude subsistir y la única salida fue empezar a trabar bajo relación de dependencia, estaba demasiado crecidito para vivir con los pocos pesos que mi tía recibía por pensión.
Estaba llegando a mis treinta años cuando entré a trabajar en una pequeña fundición familiar, nada que ver con mi oficio, pero si algo me sobraba eran ganas de aprender.
Patricio, nuestro capataz era el hijo del dueño, un joven de piel blanca y de flojo carácter, parecía más uno de nosotros que alguien que fuera a tomar las riendas a futuro, su padre lo trataba con rudeza y generalmente lo ninguneaba ante nuestros ojos, por lo errores que cometía. Era triste, porque si su padre no lo respetaba que respeto podíamos tenerle nosotros? Faltaba disciplina y las cosas así no funcionaban.
Como dije, el parecía identificarse más con los obreros que con la patronal, de hecho al terminar la jornada él venía a ducharse con nosotros, como uno más del grupo.
Había rumores de que él era un tanto afeminado, tenía algunos gestos medios sospechosos, y más de una vez lo sorprendía bajo la ducha con su mirada perdida en mi verga, eso me ponía un tanto incómodo, más cuando mis compañeros lo notaban y empezaban los silbidos y gestos humillantes, en esos momentos su piel blanca se ponía roja de vergüenza.
En esos días yo estaba por demás apretado económicamente, tenía un crédito hipotecario que me estaba haciendo añicos, no tenía a quien recurrir, desesperado jugué mi última carta y pedí una reunión en privado con Patricio.
Pasé a su pequeño despacho, cerró la puerta tras mis pasos, nos sentamos, uno a cada lado del escritorio, le conté mis pesares y le supliqué por un pequeño aumento, por un préstamo interno por unos meses, como adelanto de mi sueldo, lo que fuera para sacarme la soga del cuello…
El me escuchaba atentamente mordisqueando el extremo de su birome, me explicó que todo lo que se refería a dinero en la empresa lo manejaba su padre, que él no podía hacer nada sin su consentimiento y además que con la situación del país la empresa apenas subsistía y hacía malabares para no despedir personal.
Me incorporé y le agradecí de todas maneras, giré para retirarme, cuando dijo:
- Sin embargo… tal vez yo podría ayudarte… claro, si tú quieres…
Giré nuevamente, había ahora demasiados billetes sobre el escritorio y la mirada de Patricio se perdía en mi bulto, como en el vestuario bajo la ducha.
Entendí el pedido, el fue hacia las ventanas y cerró los cortinados, volvió a mí, frente a frente y preguntó:
- Y? cerramos trato?
Me sentí humillado, me pegó en mi orgullo, no tenía nada contra ese debilucho, me gustaban las mujeres y no pensaría cogerme a ese afeminado, ni por todos los billetes del mundo, se lo hice saber, en el tono mas cordial posible, sin olvidar que el era mi jefe y que yo necesitaba desesperadamente el trabajo.
El tomó los billetes nuevamente y me dejó entrever que era una pena, que tal vez no habría otra oportunidad.
Pasaron los días, busqué salidas, golpeé cada puerta que pude golpear y descubrí que ninguna estaba abierta, y me empecé a sentir acorralado, que la soga se ajustaba a mi cuello, recordé a mi padre colgado en la viga y como la historia parecía repetirse. Era todo un incordio y cuando esa mañana recibí el telegrama certificado del correo, indicándome que era el último aviso de levantar la hipoteca antes de empezar los trámites legales para rematar mi propiedad, supe que solo me quedaba una carta por jugar.
Esa misma tarde le volví a pedir una reunión a Patricio, a solas, y otra vez terminamos en su modesto despacho, a puertas cerradas, le comenté mi situación sin pelos en la lengua, sin vueltas, y con notable desesperación pregunté si aun estaban disponibles esos billetes.
Mi jefe esbozó una sonrisa, consciente de lo que sucedía, era evidente que el tenía la sartén por el mango así que empezó a jugar conmigo, claro, si tiempo atrás me había rehusado, ahora estaba de rodillas ante él.
Nuevamente dio un rodeo asegurándose que el resto del personal estuviera ocupado en sus quehaceres si notar nuestra situación, lentamente cerró los cortinados, me preguntó de cuanto dinero hablábamos, contó los billetes, los puso a un lado y me preguntó si teníamos un trato
No respondí, solo abrí mi bragueta para bajar los pantalones…
Patricio se arrodilló ante mí, comenzó a acariciarla admirado por su tamaño, yo solo miraba el dinero sobre la mesa mientras sentía que sus caricias surtían efecto, más de veinte centímetros de carne comenzaban a elevarse, mi verga se rigidizó como una barra, el me masturbó con firmeza, lo notaba caliente y excitado a mis pies, me la pelaba toda dejando mi glande colorado desnudo ante él, sus labios comenzaron a besarlo, su húmeda lengua lo abordaba y lo circulaba, sus blancas manos apretaban mi carne y su respiración se entrecortaba.
Ya no prestaba atención al dinero, ahora miraba como mi jefe me chupaba la verga, se golpeaba el rostro con el trozo de carne, una y otra vez.
Me pegaba una succión maravillosa, abría la boca y la devoraba centímetro por centímetro, hasta atragantarse para luego aspirarla a medida que se retiraba, volvía a abrir grande para devorarla nuevamente, para volver a succionarla, me estaba matando…
A todo esto, a mis pies él había desnudado su propia verga y se masturbaba a medida que saboreaba la mía, su lengua volvía a deslizarse por mi glande, sentía deseos de acabar, le advertí que no demoraría mucho si seguía haciendo eso…
El tenía media verga en su boca cuando comencé a escupir leche, el gimoteaba y fruncía el rostro pero no dejaba de mantener el ritmo, por el contrario aumentaba su frenesí buscando sacar hasta la última gota.
Al mismo tiempo el también se acababa expulsando un gran chorro entre mis piernas.
Patricio se había tragado toda mi leche, me acomodé la ropa mientras el limpiaba el piso y ponía todo en orden, cuando terminamos me miró y dijo:
- Qué hermosa verga que tenés! Y ya sabés, si necesitas dinero podemos hablar…
Voy confesar una cosa, muchas mujeres me chuparon la verga, antes y después de Patricio, pero tengo que admitir que nadie me lo hizo tan bien como el…
Así de rápido y sencillo resultó, así como lo leyeron, las miles de vueltas que di terminaron pasando en un abrir y cerrar de ojos, por un rápida mamada lograba salir a flote.
Como era previsible, al poco tiempo la soga estaba nuevamente en mi cuello y ya sabía donde conseguir dinero, fácil y rápidamente…
La segunda vez, Patricio me citó en el galpón, para no levantar sospechas, galpón llamábamos a un depósito donde estaban todas las cosas abandonadas, chatarra que nadie usaba y que el viejo se negaba a tirar, ahí nadie iba, además Patricio siempre tenía las llaves en su poder…
Al encontrarnos me dijo:
- Hoy hay paga doble, pero quiero un poco más… además me gustaría que me llames Johana…
El se desnudó y se tiró sobre una vieja colchoneta que había por ahí, se puso en cuatro patas y lubricó su esfínter con gel que había llevado premeditadamente, entendí de inmediato que es lo que deseaba…
Tomé unos instantes acariciando mi verga para que se parara y fui sobre él, Patricio abrió sus nalgas con sus manos, apoyé y empecé a empujar, su culito parecía no querer ceder, pero yo tenía que ganarme esos pesos
Mi verga comenzaba a penetrarlo, entonces sentí a patricio lloriquear como un chiquillo a medida que sacudía sus talones…
- Pará! Pará! Ay! me duele! me duele!
El suplicaba y por primera vez me sentía poderoso, no cesaba en el empuje y le respondía
- Aguantate Johana, querías pija? ahora aguántate…
Me resultaba raro llamarlo así, pero si era su gusto… Al fin su blanco culo cedió, mi verga lo atravesaba, la mitad quedaba afuera y el empezaba a gemir mientras metía y sacaba, una y otra vez, rompiéndole ese orto afeminado.
Patricio gozaba con mi pija, le gustaba que lo rompa todo y yo hacía mi mejor esfuerzo por complacerlo, el me pidió cambiar de posición, se recostó boca arriba levantando sus piernas por sobre mis hombros, lo penetré bien profundo, su verga estaba dura, hinchada y el empezaba a masturbarse a medida que lo penetraba.
Le di un golpe en su mano y le ordené:
- Johana! dejá de tocarte! te prohíbo masturbarte!
El me miró con los ojos grandes mientras yo continuaba dándosela por el culo, comenzó a suplicarme que lo dejara hacer, que su verga no aguantaba más, pero yo no lo dejaba tocarse, alcancé a divisar un leve líquido transparente goteando de la punta de su miembro, estaba a punto caramelo, era hora, me concentré y en unos segundos le llené todo el culo con leche caliente, bien profundo mientras él se retorcía de placer.
Cuando terminé, dejé su esfínter agrandado y chorreando leche, fui sobre su boca y le ordené:
- Ahora sí, mientras limpias bien mi verga podés masturbarte…
Patricio obedeció, lamiendo mi verga que ya había perdido erección, unos segundos después su leche saltó con tanta fuerza que llegó hasta mi pierna, lo había dejado bien caliente…
Por unos meses más siguieron estos encuentros clandestinos donde Patricio y yo intercambiábamos sexo por dinero, hasta que varias cosas cambiaron, el padre del joven tuvo que despedir a varios empleados, entre los cuales estaba yo, también, casi al mismo tiempo había conocido a una chica con la que había empezado una relación, con el dinero que recibí de la indemnización y otra parte que puso ella abrimos un local, una zapatería.
No supe mucho más de la vida de Patricio, llegaron rumores a mis oídos que se había alejado del padre, que era otra persona, que su cuerpo había cambiado de manera considerable, ahora tenía cabello rubio y largo, ahora el cobraba por sexo y hasta se había puesto implantes de silicona, incluso su nombre había cambiado, ahora era Johana.
Si eres mayor de edad me gustaría saber tu opinión sobre este relato, escríbeme con título ‘JOHANA’ a dulces.placeres@live.com
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Johana
Antes que nada no quisiera que me juzguen sin ponerse en mis zapatos, solo vi la oportunidad y la tomé, no me enorgullece lo que hice, pero tampoco me arrepiento.
La vida nunca se portó bien conmigo, somos siete hermanos, yo soy el menor, por lo que ellos cuentan mi madre murió cuando nací, estuvo mal esterilizada y una infección rápidamente invadió su organismo, en el viejo hospitalito del pueblo no hay muchas garantías y cuando los médicos advirtieron lo que pasaba era tarde, no se pudo hacer mucho.
Mi padre cargó con todo el peso, y la carga fue muy pesada para sus hombros, a mis tres años se quitaba la vida colgándose en una viga del dormitorio.
Todos fuimos repartidos entre los familiares, a mí me tocó con una tía, hermana de mi padre, mis primeros recuerdos me llevan a una mujer regordeta y bonachona, que me trataba y quería como el hijo que nunca tuvo, cuando tenía unos diez años se casaría por primera vez y encontraría en este tío el afecto de un padre.
Pero bueno, mis padres no estaban, a mis hermanos los veía poco y nada y para colmo vivíamos en una pobreza terrible, éramos muy humildes, muchas veces me iba a dormir con un pedazo de pan duro en el estómago y los fines de semana el mejor menú era un buen guiso.
Mis juguetes eran latas oxidadas y autitos improvisados en ramitas talladas, se me agrandaban los ojos cuando veía las cosas que tenían otros niños de mi edad, recuerdo que pena y que bronca me daba cuando los rompían solo por diversión, por el hecho de tener otros disponibles.
No estudié, no pude, con mi padre postizo aprendí el oficio de zapatero y cuando otros estudiaban yo debía ayudarlo en el taller, apenas terminé la primaria. Pero no reniego de nada, a decir verdad dentro de lo malo no todo era tan malo, uno de mis hermanos mayores se había suicidado, un par se habían dedicado a la mala vida, ladrones, dinero fácil, uno estaba preso, el otro había sido abatido en un ajuste de cuentas, mi hermana, una de era prostituta y los demás no tenían mejor vida.
En mi adolescencia llegaría mi despertar sexual, empezaría a ver a las chicas como mujeres y descubriría lo que tal vez fuera el único regalo de la naturaleza, mi pene era enorme, cabezón y colgaba entre mis piernas en forma llamativa.
Tuve mis primeras experiencias sexuales, descubriría que para la mayoría de las mujeres el deseo de un pene enorme era más parte de su morbo que una necesidad, no se sentían cómodas con tanta pija y también pensé en algún momento que tener una verga grande era otra de todas las maldiciones que soportaría en mi vida.
El tiempo pasaba, mi tío había fallecido y yo seguí por un tiempo con el oficio de zapatero, pero los vaivenes económicos de mi país subdesarrollado me hicieron vivir años de una importación asesina, a la gente le salía más caro reparar zapatos que comprar nuevos. Para mí fue devastador, no pude subsistir y la única salida fue empezar a trabar bajo relación de dependencia, estaba demasiado crecidito para vivir con los pocos pesos que mi tía recibía por pensión.
Estaba llegando a mis treinta años cuando entré a trabajar en una pequeña fundición familiar, nada que ver con mi oficio, pero si algo me sobraba eran ganas de aprender.
Patricio, nuestro capataz era el hijo del dueño, un joven de piel blanca y de flojo carácter, parecía más uno de nosotros que alguien que fuera a tomar las riendas a futuro, su padre lo trataba con rudeza y generalmente lo ninguneaba ante nuestros ojos, por lo errores que cometía. Era triste, porque si su padre no lo respetaba que respeto podíamos tenerle nosotros? Faltaba disciplina y las cosas así no funcionaban.
Como dije, el parecía identificarse más con los obreros que con la patronal, de hecho al terminar la jornada él venía a ducharse con nosotros, como uno más del grupo.
Había rumores de que él era un tanto afeminado, tenía algunos gestos medios sospechosos, y más de una vez lo sorprendía bajo la ducha con su mirada perdida en mi verga, eso me ponía un tanto incómodo, más cuando mis compañeros lo notaban y empezaban los silbidos y gestos humillantes, en esos momentos su piel blanca se ponía roja de vergüenza.
En esos días yo estaba por demás apretado económicamente, tenía un crédito hipotecario que me estaba haciendo añicos, no tenía a quien recurrir, desesperado jugué mi última carta y pedí una reunión en privado con Patricio.
Pasé a su pequeño despacho, cerró la puerta tras mis pasos, nos sentamos, uno a cada lado del escritorio, le conté mis pesares y le supliqué por un pequeño aumento, por un préstamo interno por unos meses, como adelanto de mi sueldo, lo que fuera para sacarme la soga del cuello…
El me escuchaba atentamente mordisqueando el extremo de su birome, me explicó que todo lo que se refería a dinero en la empresa lo manejaba su padre, que él no podía hacer nada sin su consentimiento y además que con la situación del país la empresa apenas subsistía y hacía malabares para no despedir personal.
Me incorporé y le agradecí de todas maneras, giré para retirarme, cuando dijo:
- Sin embargo… tal vez yo podría ayudarte… claro, si tú quieres…
Giré nuevamente, había ahora demasiados billetes sobre el escritorio y la mirada de Patricio se perdía en mi bulto, como en el vestuario bajo la ducha.
Entendí el pedido, el fue hacia las ventanas y cerró los cortinados, volvió a mí, frente a frente y preguntó:
- Y? cerramos trato?
Me sentí humillado, me pegó en mi orgullo, no tenía nada contra ese debilucho, me gustaban las mujeres y no pensaría cogerme a ese afeminado, ni por todos los billetes del mundo, se lo hice saber, en el tono mas cordial posible, sin olvidar que el era mi jefe y que yo necesitaba desesperadamente el trabajo.
El tomó los billetes nuevamente y me dejó entrever que era una pena, que tal vez no habría otra oportunidad.
Pasaron los días, busqué salidas, golpeé cada puerta que pude golpear y descubrí que ninguna estaba abierta, y me empecé a sentir acorralado, que la soga se ajustaba a mi cuello, recordé a mi padre colgado en la viga y como la historia parecía repetirse. Era todo un incordio y cuando esa mañana recibí el telegrama certificado del correo, indicándome que era el último aviso de levantar la hipoteca antes de empezar los trámites legales para rematar mi propiedad, supe que solo me quedaba una carta por jugar.
Esa misma tarde le volví a pedir una reunión a Patricio, a solas, y otra vez terminamos en su modesto despacho, a puertas cerradas, le comenté mi situación sin pelos en la lengua, sin vueltas, y con notable desesperación pregunté si aun estaban disponibles esos billetes.
Mi jefe esbozó una sonrisa, consciente de lo que sucedía, era evidente que el tenía la sartén por el mango así que empezó a jugar conmigo, claro, si tiempo atrás me había rehusado, ahora estaba de rodillas ante él.
Nuevamente dio un rodeo asegurándose que el resto del personal estuviera ocupado en sus quehaceres si notar nuestra situación, lentamente cerró los cortinados, me preguntó de cuanto dinero hablábamos, contó los billetes, los puso a un lado y me preguntó si teníamos un trato
No respondí, solo abrí mi bragueta para bajar los pantalones…
Patricio se arrodilló ante mí, comenzó a acariciarla admirado por su tamaño, yo solo miraba el dinero sobre la mesa mientras sentía que sus caricias surtían efecto, más de veinte centímetros de carne comenzaban a elevarse, mi verga se rigidizó como una barra, el me masturbó con firmeza, lo notaba caliente y excitado a mis pies, me la pelaba toda dejando mi glande colorado desnudo ante él, sus labios comenzaron a besarlo, su húmeda lengua lo abordaba y lo circulaba, sus blancas manos apretaban mi carne y su respiración se entrecortaba.
Ya no prestaba atención al dinero, ahora miraba como mi jefe me chupaba la verga, se golpeaba el rostro con el trozo de carne, una y otra vez.
Me pegaba una succión maravillosa, abría la boca y la devoraba centímetro por centímetro, hasta atragantarse para luego aspirarla a medida que se retiraba, volvía a abrir grande para devorarla nuevamente, para volver a succionarla, me estaba matando…
A todo esto, a mis pies él había desnudado su propia verga y se masturbaba a medida que saboreaba la mía, su lengua volvía a deslizarse por mi glande, sentía deseos de acabar, le advertí que no demoraría mucho si seguía haciendo eso…
El tenía media verga en su boca cuando comencé a escupir leche, el gimoteaba y fruncía el rostro pero no dejaba de mantener el ritmo, por el contrario aumentaba su frenesí buscando sacar hasta la última gota.
Al mismo tiempo el también se acababa expulsando un gran chorro entre mis piernas.
Patricio se había tragado toda mi leche, me acomodé la ropa mientras el limpiaba el piso y ponía todo en orden, cuando terminamos me miró y dijo:
- Qué hermosa verga que tenés! Y ya sabés, si necesitas dinero podemos hablar…
Voy confesar una cosa, muchas mujeres me chuparon la verga, antes y después de Patricio, pero tengo que admitir que nadie me lo hizo tan bien como el…
Así de rápido y sencillo resultó, así como lo leyeron, las miles de vueltas que di terminaron pasando en un abrir y cerrar de ojos, por un rápida mamada lograba salir a flote.
Como era previsible, al poco tiempo la soga estaba nuevamente en mi cuello y ya sabía donde conseguir dinero, fácil y rápidamente…
La segunda vez, Patricio me citó en el galpón, para no levantar sospechas, galpón llamábamos a un depósito donde estaban todas las cosas abandonadas, chatarra que nadie usaba y que el viejo se negaba a tirar, ahí nadie iba, además Patricio siempre tenía las llaves en su poder…
Al encontrarnos me dijo:
- Hoy hay paga doble, pero quiero un poco más… además me gustaría que me llames Johana…
El se desnudó y se tiró sobre una vieja colchoneta que había por ahí, se puso en cuatro patas y lubricó su esfínter con gel que había llevado premeditadamente, entendí de inmediato que es lo que deseaba…
Tomé unos instantes acariciando mi verga para que se parara y fui sobre él, Patricio abrió sus nalgas con sus manos, apoyé y empecé a empujar, su culito parecía no querer ceder, pero yo tenía que ganarme esos pesos
Mi verga comenzaba a penetrarlo, entonces sentí a patricio lloriquear como un chiquillo a medida que sacudía sus talones…
- Pará! Pará! Ay! me duele! me duele!
El suplicaba y por primera vez me sentía poderoso, no cesaba en el empuje y le respondía
- Aguantate Johana, querías pija? ahora aguántate…
Me resultaba raro llamarlo así, pero si era su gusto… Al fin su blanco culo cedió, mi verga lo atravesaba, la mitad quedaba afuera y el empezaba a gemir mientras metía y sacaba, una y otra vez, rompiéndole ese orto afeminado.
Patricio gozaba con mi pija, le gustaba que lo rompa todo y yo hacía mi mejor esfuerzo por complacerlo, el me pidió cambiar de posición, se recostó boca arriba levantando sus piernas por sobre mis hombros, lo penetré bien profundo, su verga estaba dura, hinchada y el empezaba a masturbarse a medida que lo penetraba.
Le di un golpe en su mano y le ordené:
- Johana! dejá de tocarte! te prohíbo masturbarte!
El me miró con los ojos grandes mientras yo continuaba dándosela por el culo, comenzó a suplicarme que lo dejara hacer, que su verga no aguantaba más, pero yo no lo dejaba tocarse, alcancé a divisar un leve líquido transparente goteando de la punta de su miembro, estaba a punto caramelo, era hora, me concentré y en unos segundos le llené todo el culo con leche caliente, bien profundo mientras él se retorcía de placer.
Cuando terminé, dejé su esfínter agrandado y chorreando leche, fui sobre su boca y le ordené:
- Ahora sí, mientras limpias bien mi verga podés masturbarte…
Patricio obedeció, lamiendo mi verga que ya había perdido erección, unos segundos después su leche saltó con tanta fuerza que llegó hasta mi pierna, lo había dejado bien caliente…
Por unos meses más siguieron estos encuentros clandestinos donde Patricio y yo intercambiábamos sexo por dinero, hasta que varias cosas cambiaron, el padre del joven tuvo que despedir a varios empleados, entre los cuales estaba yo, también, casi al mismo tiempo había conocido a una chica con la que había empezado una relación, con el dinero que recibí de la indemnización y otra parte que puso ella abrimos un local, una zapatería.
No supe mucho más de la vida de Patricio, llegaron rumores a mis oídos que se había alejado del padre, que era otra persona, que su cuerpo había cambiado de manera considerable, ahora tenía cabello rubio y largo, ahora el cobraba por sexo y hasta se había puesto implantes de silicona, incluso su nombre había cambiado, ahora era Johana.
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