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Una esclava (1ra parte)

No quería ir. ¿Qué clase de quinceañera acompaña a su padre en un aburrido viaje de negocios? Ninguna.
Quería estar con sus amigas para salir de fiesta y hablar de chicos, y no en una mansión perdida en mitad de ninguna parte.
— Ya llegamos. Y recuerda portarte bien. Son clientes muy importantes.
— Sí, papá.
Lo primero que la sorprendió fue el tamaño del jardín delantero. Era enorme, parecía que eran propietarios de un bosque completo.
— Todavía falta un rato, así que tienes tiempo de limpiarte la baba antes de que te vean.
Fue un comentario molesto, pero no dijo ni una palabra. Lo siguiente que se encontraron fue a un hombre sentado en el borde de la mansión. Su padre torció el gesto cuando lo vio.
— Buenos días. Veo que has venido acompañado.
— Te presentó, mi querida hija Marta. Y él es Carlos, el único hijo de mi socio.
— Un placer.
La primera impresión que tuvo Marta de su futuro amo fue simplemente abrumadora. Era un hombre alto, fuerte y guapo, con una sonrisa encantadora.
— Mi padre te está esperando en su despacho.
— Bien. Oh…
— Tu hija puede quedarse conmigo, y mientras tú estás reunido con mi padre, yo puedo enseñarle todo esto.
— Sí, claro. Yo…
— ¿No querrás llevar a tu hija a la reunión, verdad?
— No, claro que no. Volveré cuando terminé todo.
Marta no sabía que tenía su padre en contra del hombre con el que la estaba dejando.
— Simplemente no le caigo bien. Según él no soy más que un simple vividor.
— ¿Uno qué se gasta el dinero en placeres?
— En mujeres, coches y alcohol. El resto te aseguró que lo derrocho. ¿Quieres venir conmigo a la piscina?
— No tengo bañador.
— No importa, yo tampoco.
Le ofreció la mano y ella aceptó. Era la primera vez que agarraba la mano de un hombre que no era de su familia, así que su corazón comenzó a latir como loco mientras entraba con él en la profundidad del bosque.
La piscina era en realidad un lago privado. Cuando llegaron al mismo, ella se sentó en el césped mientras que Carlos comenzó a desnudarse.
Tenía un cuerpazo. El tío sería un vividor, pero al menos se cuidaba.
— Tranquila, no pasará nada que no quieras que pase.
Marta en realidad no sabía qué era lo que no quería que pasase.
Carlos sonrió y se acercó a ella.
— Te toca.
Miró primero en dirección a la mansión. Sabía que su padre estaba ahí, y que iba a estar un buen rato…
Luego volvió a mirar al hombre, o a su paquete más bien. Lo tenía casi encima de la cara.
— Esto no está bien.
— Las cosas más divertidas de esta vida no suelen estar bien.
¿Qué deseaba? ¿Qué se quitará el vestido que cubría su cuerpo?
Comenzó a arrepentirse de haber venido tan lejos. Era como si de un sueño hubiera saltado a una pesadilla.
— Quiero volver.
Comentó haciéndose un ovillo.
— Cría aburrida.
Carlos se quitó los pantalones y los calzoncillos quedándose completamente desnudo.
— Abre la boca y chupa.
Marta no pudo dar crédito a lo que había escuchado.
— Si quieres que los negocios de tu padre salgan bien, será mejor que te dejes de mierdas y lo hagas.
— ¿De… de que estás hablando?
— Que hagas de una puta vez lo que tienes que hacer.
Seguía sin poder creer lo que estaba escuchando. ¿Su padre la había traído hasta aquí para prostituirla con este imbécil?
— Estáis muy jodidos — siguió presionando el hombre — al borde de quedaros en la puta calle, pero si no quieres, no te voy a obligar.
Marta entendió muchas cosas: Porque su padre le había obligado a acompañarla, porque se había puesto guapa y porque le había dicho que se portara bien.
¿De verdad tenía que…?
— No lo he hecho nunca — dijo ella entre susurros.
— Sí, bueno, no espero la mamada de mi vida, solo que lo hagas.
Sí, había terminado por ceder…
Había cerrado los ojos y tenía las palmas de las manos plantadas en el suelo.
Abrió la boca.
— Esto ya me gusta más.
Carlos ni corto ni perezoso le empujó la polla hasta el fondo de la garganta.
Marta jamás en su vida se había sentido ni tan sucia ni tan usada. La violación de su garganta fue violenta y terriblemente cruel. La punta de la polla golpeaba una y otra vez su campanilla, produciéndola arcadas que tenía que contener.
El hombre incluso le había agarrado fuertemente del cabello mientras se corría dentro de ella.
El sabor de semen derramado dentro de su boca la asqueó. Y aún así Marta se lo tragó intuyendo que si no lo hacía las consecuencias podían ser muy graves para ella.
— Iré a bañarme. Tú puedes hacer lo que te dé la puta gana.
No le hizo nada más en todo el tiempo que estuvieron juntos…
Regresaron juntos de nuevo a la entrada de la mansión agarrados de la mano. Marta no había levantado la vista del suelo en todo el camino y se montó en el coche de su padre sin ninguna ceremonia.
Padre e hija solo hablaron cuando estuvieron lejos de la mansión.
— No tenía ninguna otra alternativa.
Marta no contestó. ¿Qué iba a decir? ¿Preguntarle sí había merecido la pena prostituir a su propia hija? ¿O preguntarle cómo creía que se sentía ella?
No, nada de eso. Lo peor es que lo había hecho, como una niña obediente. Eso era en realidad lo que más le dolía.
Los siguientes días Marta intentó olvidar todo lo que le había pasado. Ahora que gozaba de una mayor libertad, trató de llevar una vida como cualquier chica de su edad. Eso se tradujo en salir más e incluso comenzar a tontear con un chico, pero sin llegar ni siquiera a cogerse de la mano. Por algún extraño motivo, cada vez que lo intentaba le repugnaba.
— Nos han vuelto a llamar.
No quería ir, no quería volver a pasar por nada de eso de nuevo.
— No me veo capaz de volverlo a hacer, papá.
— Tienes que hacerlo.
Nunca unas palabras tan duras habían salido de la boca de su padre.
Marta pensó en escaparse, incluso en mandar todo a la mierda y terminar de una vez con todo.
No hizo nada de eso.
Cuando su padre fue a recogerla por la mañana estaba perfectamente arreglada, maquillada, con tacones, medias, uno de sus mejores vestidos y un bolso a juego.
Está vez no se dirigían a la mansión. Su padre condujo el coche hasta detenerse en un motel de carretera.
— Ahora sí que me siento como una puta de verdad.
Cuando salió del coche, tuvo ganas de hacer algo tremendo. Se metió las manos por debajo de la falda, se quitó las bragas y se las arrojó a su padre.
— Hoy no creo que las necesité.
Habitación 15, la última de una larga fila.
Llamó a la puerta.
— Adelante.
Carlos estaba dentro, en albornoz, con una copa en la mano.
— Veo que no te hace ninguna gracia volver a verme.
— ¿Qué quieres?
— Follarte.
— Seguro que tienes a muchas otras mujeres dispuestas a hacerlo contigo. ¿Por qué yo?
— Porque me perteneces. Eres mía más allá de todas estos juegos.
Había comenzado a acariciarle la mejilla mientras le hablaba. Por más que intentará fingir, sabía que la chica se derretía simplemente con tocarla.
— ¿Has estado con algún otro hombre?
Intentó abofetearlo.
El lo impidió agarrandole la mano.
Y la beso.
Un beso robado, con lengua.
La arrojó a la cama y le subió el vestido tapando su cara, sonriendo al ver como había venido la chica.
Delante de él solo tenía un coño y un par de piernas.
Desde el primer momento se la folló duro. Siempre había querido experimentar el sexo duro e incluso la violación con una virgen.
Disfrutó de ese agujero tan dulce y tan tierno como si solo fuera un trozo de carne.
Fue violento, brutal, cruel.
La arañó, la chupó y la mordió. Para entonces el vestido ya se había roto y Carlos disfrutaba del joven cuerpo que tenía delante sin ataduras de ningún tipo.
La peor parte fue cuando ya hacía el final, Carlos la colocó a cuatro patas y comenzó a acompañar las penetraciones con fuertes tirones del pelo.
Marta no se atrevió a levantarse de la cama hasta que creyó que todo había terminado.
Le ardía el coño como nunca antes.
Carlos mientras estaba bebiendo algo en la habitación.
Le daba vergüenza estar así, apestando a sexo, solo con tacones y medias delante de un hombre.
— ¿Te ha gustado? ¿Lo qué te he hecho, te ha gustado?
— Como podría, me has…
— Dime la verdad.
Se tomó su tiempo para contestar.
— Sí. — Pronunció en un susurro.
— He conocido a unas cuantas sumisas masoquistas como tú, pero nunca he tenido la oportunidad de entrenar a ninguna.
— Yo no soy eso.
— ¿No? ¿Entonces qué eres, una simple puta? Lo que te acabo de hacer no se lo deja hacer ninguna.
— Soy… — en realidad Marta no tenía ni puta idea de lo que era. — Hago esto por mi padre, por mi familia.
— No. Ven.
Marta tardó un momento en seguirle al cuarto de baño.
La colocó delante del espejo que había en el mismo.
— ¿Qué ves?
Marta apenas pudo reconocer a la chica del reflejo.
— Haz esto. Sal ahí fuera, tal y como estás, y dirígete hasta la recepción. Allí verás a un viejo. Que se pajee y deja que se corra en tu cara. Luego, vuelve a mí.
— Eso no es parte del trato.
— No tenía ni puta idea de que teníamos uno. ¿Y qué dice ese trato?
— Que…
“¿Qué puedes follarme como y cuanto quieras pero no puedes ordenarme nada?”
— No quiero hacerlo. — Terminó diciendo.
— ¿No? ¿Entonces quieres que te folle otra vez?
— Quiero…
“¿Irse a su casa, con su padre que la había vendido?”
— Haz lo que te han dicho de una puta vez. Y ni se te ocurra limpiarte.
Respiró hondo y salió de la habitación tal y como estaba. Era de madrugada y había poca luz, así que se creyó a salvo de miradas indiscretas. De todas formas colocó las manos cruzadas por encima de su vientre.
No tenía móvil ni dinero alguno. No veía posibilidad alguna de escapar, solo de obedecer.
Caminar medio desnuda por un parking era algo que no pensaba que iba a hacer en toda su vida.
Recordaba donde estaba la recepción, al inició de todo. Carlos debía haber pensado todo este juego desde el principio.
Como lo odiaba.
No hubo ningún incidente hasta llegar a la puerta de la recepción. Ahora solo debía tocar el timbre.
Y dejarse ver desnuda por un desconocido.
El coño la palpitaba.
Nunca se había considerado sumisa. Había tenido fantasías de que un hombre hacía con ella lo que le daba la gana, ¿Pero qué chica no? Eran solo eso, fantasías de una adolescente, nada serio.
Con el corazón a mil, tocó el timbre una sola vez.
Agarró sus manos por detrás de la espalda. Tenía ganas de cubrirse, pero tenía aún más ganas de que la vieran.
Apareció un hombre mayor de unos 70 años con un cubo de fregar y un gran perro al lado. Se la comió con la mirada. Podía sentir una enorme lujuria emanando de él.
— Vaya. ¿Qué puedo hacer por ti, preciosa?
— Mi amo… que se corra en mi cara.
— Perdona, pero no lo he entendido.
— Mi amo quiere que se corra en mi cara, señor.
— ¿Y no pensará pagar la habitación solo con eso, verdad?
— Yo… no lo sé.
En realidad la habitación se pagaba por adelantado, pero Marta no lo sabía.
— Pues le dices luego que en esta casa no se admiten descuentos por dejarnos usar a las esclavas. Y ahora pasa.
Le abrió la puerta de la garita y Marta se arrodilló delante de él. Aún tenía las manos agarradas entre sí.
El hombre se sacó la polla, comenzó a pajearse y no se detuvo hasta soltar todo el semen de sus huevos encima de esa carita tan linda y adorable que tenía delante.
Con la cara chorreando semen y las manos aún agarradas en su espalda para controlar el impulso de limpiarse , Marta desando el camino para volver a la habitación de su amo.
Carlos sonrió al verla. Estaba seguro de que lo haría, incluso la veía capaz de tirarse al viejo y a su perro si se lo hubiera pedido.
— Ven
Marta le siguió hasta el cuarto de baño. Allí un espejo la estaba esperando.
— ¿Qué ves?
No era la misma chica de antes, y no era solo por llevar la cara embarrada de semen de un desconocido. También había cambiado su postura.
— Un esclava — terminó diciendo.

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