Aquí os paso otro capítulo, por si os gusta:
Todo el mundo cuando es adolescente tiene un referente, alguien en quien inspirarse. Desde un actor, un deportista, hasta incluso una figura icónica del pasado. E Isabel sabía que para su hija Laura era su tía Alba, a la que veía más como a la hermana mayor que nunca tuvo. Ambas habían convivido juntas solo unos años mientras Alba estudiaba la carrera de periodismo, pero para Laura esos habían sido los años más liberalizadores de su vida. La adolescente había creído sentirse a gusto entre sus compañeras de clase, pero fue compartir tiempo con su tía en los diferentes eventos, reuniones, y actividades en los que ella participaba, para sentirse verdaderamente ella misma. Verla como ahora iba a casarse, formar su propia familia, y asentarse, hacía que esa amiga y hermana se difuminara como un recuerdo lejano.
Laura no se sentía excluida entre las amigas de su tía, al contrario. Se había vuelto una chica muy introvertida, tímida en exceso, pero curiosamente se sentía mucho más libre y abierta entre mujeres de diez años más de edad. Incluso se sentía tan cómoda como cuando estaba con su novio. Lamentablemente, no ocurría lo mismo con los hombres de esas edades, parejas y amigos de su tía o de compañeras de ella. Se sentía muy niña entre ellos. Y es que a Laura, su aspecto, normal en una chica de dieciocho años, siempre la delataba y eso la hacía a veces sentirse desubicada con la compañía masculina de tanta edad. No solo era la delgadez de su cuerpo o que no fuera muy alta, sino que su bello rostro simétrico era bastante aniñado, pese a los esfuerzos de ella por impedirlo. Se teñía el pelo de un negro muy oscuro, se maquillaba tanto como le permitía su padre, y vestía siempre con ropa elegante. Nada de lo que solían ponerse sus amigas de misma edad.
-¿Entonces te ha salido bien la PAU? – le preguntó Andrea a Laura.
-Ha sido coser y cantar –manifestó ella entre risas.
Andrea era de las amigas más alegres y disparatadas de Alba. También se había licenciado en periodismo y eran amigas desde que esta última llegara a Madrid para estar con Diego. Con mirada hipnótica gracias a sus bonitos ojos verdes, joviales pecas que la hacían parecer varios años más joven, y cabello enmarañado y pelirrojo que atraía a los hombres con más aversión al compromiso, Laura podía haber conocido al menos a cinco de sus novios en los últimos años. Y aunque el actual parecía mucho más maduro lo cierto es que apenas llevaban seis meses juntos.
-¿Y ya sabes que vas a estudiar? –preguntó Elena, otra de las mejores amigas de Alba.
-Claro, periodismo –aseguró ella con una amplia sonrisa.
-Otra piraña al acuario –dijo Andrea con resignación.
-No le hagas caso –indicó Elena -. Creo que serás una fantástica periodista.
A diferencia de Andrea, Elena no había conocido a Alba en la universidad, sino que era actual compañera de trabajo de ella en una conocida cadena de televisión. Era incluso un par de años mayor que Alba y ya estaba felizmente casada. Ambas eran reporteras, pero eso era todo un sueño para la mayoría de personas que estudiaban periodismo. Elena era rubia de nacimiento, pero lo había ido perdiendo con la edad. Lejos de resignarse ella se lo teñía del más claro que se podía encontrar. Sus ojos eran azules y su piel blanca, lo que la hacía parecer extranjera, de uno de los países más nórdicos.
-Quiero poder llegar a ser reportera, como vosotras –las alabó Laura.
-Dirás como ella y tu tía –rectificó Andrea -. Yo sirvo cafés en una bonita editorial.
-No vayas de víctima –le reprochó Elena -. Tienes tu propia columna en el periódico.
-¿A escribir el horóscopo llamas tú columna?, y ni siquiera es de mi propia letra. Solo copio lo que me envían.
-Por algo se empieza –le consoló Laura realmente asombrada por su trabajo.
-Ah –gimió con desdén Andrea -. No me preocupa. Mi intención es dar el pelotazo como la Leticia. Y yo me conformo con un conde o un duque.
Isabel llegó en ese momento junto con Alba y una bandeja con bebidas frías. Limonada y refrescos mayormente. Como se encontraban en la sala de su casa tenía que servir los tentempiés antes de darles la buena noticia a la propia Alba y sus amigas. La sala de estar ya tenía una gran pantalla plana de televisor, de las más modernas, pero estaban puestos los documentales de animales. Isabel ya había aprendido que si se le ocurría poner las noticias o cualquier tertulia tanto su hermana como sus amigas convertirían la sala en la sede de la santa inquisición.
Aún era temprano y estaba previsto que vinieran más amigas de Alba, pero Isabel no podría aguantar más tiempo sin revelar su secreto.
-Tenía pensado contároslo cuando estuviéramos todas, pero tengo que salir en una hora y quiero que seáis las primeras en saberlo –comenzó diciendo ella para clavar sus ojos en el rostro de su hermana, dejando claro que la noticia estaba relacionada con ella -. ¡La semana que viene tendrás tu despedida de soltera en Tenerife!
Un torrente de murmullos y aullidos de júbilos resonaron en la sala. Alba saltó pletórica tan alto que casi toca el techo con la mano y finalmente Isabel se alegró de haberlo contado en ese momento. Si entre las cuatro habían hecho tal alboroto ni se imaginaba lo que habrían causado todas juntas. Elena fue la primera en pedir detalles.
-¿Por qué a Tenerife?
-Fui hace unos años de vacaciones y me encantó. Hay muchísimas despedidas de soltera allí, por lo que el precio era muy bueno también. Estoy convencida de que os gustará la isla –explicó Isabel eufórica.
-¿Y cuánto cuesta? –cuestionó Andrea que era la que siempre iba más pelada de dinero.
-Serán cuatro días en un tour de primera, que no solo incluye hotel sino discotecas exclusivas, una fiesta en un barco…
-¿Cuánto? –insistió Andrea.
-Unos ochocientos euros cada una, vuelo incluido –dijo enseñando los dientes a modo de sonrisa incómoda -. Alba por supuesto no paga.
Andrea se dejó caer en peso en el respaldo del sillón de cuero marrón.
-¿Pero por qué no la hacemos aquí en Madrid? –cuestionó ella cabreada con la cantidad.
-Isa, no me importa que sea una despedida más modesta aquí en Madrid –indicó Alba conciliadora.
Isabel se quedó paralizada por verse arrinconada por las mejores amigas de Alba. Temblaba solo de pensar en cómo recibirían el plan las otras que no eran amigas tan allegadas.
-Tonterías –respondió Elena en su lugar -. No solo será la mejor despedida de soltera para Alba, sino que serán las mejores vacaciones que podríamos echarnos este año.
-Yo ya tengo mis vacaciones de Agosto planeadas con mi novio. No tengo tanto ahorrado –se quejó Andrea.
-¡Cancélalas tía! –exclamó Elena -. ¿Vas a comparar irte con tu novio de vacaciones que con nosotras de despedida de soltera? A mi puedes apuntarme Isa.
-Pues ya tenemos a una –suspiró Isabel -. Lo que no sé si seremos demasiadas, ahora que escucho a Andrea quizás me haya pasado con el número de días.
-Pues mejor. Que vayan solo las que estén dispuestas a valorarlo –manifestó Elena para luego volver a aullar contenta -. ¡Van a ser unas vacaciones geniales!
-Seguro, pero si no se apuntan unas cuantas se cancela –indicó Alba algo más seria -. Prefiero una sola noche con todas mis amigas que cuatro por todo lo alto solo con un par.
-Conmigo ya seremos tres –indicó Laura haciendo referencia a que ya eran más de un par.
-No, no –negó su madre -. Necesito que tú te quedes para cuidar de Mateo.
Laura se quedó en shock por un segundo. Ni se le había pasado por la cabeza que se perdería la despedida de soltera de su tía.
-Pero ya terminé la PAU, y papá…
-Tu padre también tendrá su propia despedida de soltero, también en Tenerife. Y, sinceramente, una despedida no es el lugar para una jovencita con la mayoría de edad recién cumplida.
Laura contrajo el ceño profundamente impactada por el cubo de agua fría que le había soltado su madre. Estaba a punto de llorar por lo excluida que se sentía, e intentó aguantarse para no parecer una cría. Pero mientras más lo intentaba más llorosos se le ponían los ojos. Al final, por temor a que la vieran llorando se levantó y se marchó a toda prisa. Sin embargo, el llanto le delató a medio camino y solo empeoró la imagen que quería evitar.
-Iré a hablar con ella –dijo Alba en voz baja mientras se levantaba.
-No, déjala –le pidió su hermana mayor -. Se le pasará. Por cierto, Mari no viene.
-¿Qué? -cuestionó Alba al no creerse que su segunda hermana no fuera a venir a su despedida de soltera.
-Ya sabes que a ella no le gustan estas cosas, como a mamá -le recordó Isabel.
Alba asintió de acuerdo.
-Bueno, quizá sea mejor así. Sé que se aburriría y me haría sentir mal verla así los cuatro días.
Un silencio incómodo se formó en el ambiente, y nuevas dudas surgieron entre las amigas.
-¿Entonces los hombres también van? –preguntó Elena.
-Por separado claro –matizó Isabel -. Juntos solo en el avión, pero en la isla no nos encontraremos. Los itinerarios son completamente distintos.
-Pero también saldrá unos ochocientos euros, ¿no?, eso ya hace unos mil seiscientos entre mi marido y yo –dedujo ella más preocupada.
-Ah, no. Mi novio apenas conoce a Diego –negó categóricamente Andrea.
Las otras tres mujeres rieron alegres, a lo que Isabel comentó:
-¿Eso quiere decir que al final irás?
Andrea contrajo los labios un poco más seria antes de hablar.
-No lo sé. No me gustaría perderlo por nada del mundo. Quizás si cancelo el viaje con mi novio puede, pero tengo que hablarlo con él –indicó cabizbaja -. Además tendría que pedir días en el trabajo.
Isabel comenzó a comprender, de forma más notoria ahora, que quizás se hubiera extralimitado con su idea. Pensó que quizás debería haberlo organizado solo para un fin de semana. Entonces tocaron el timbre.
-Bueno. Ahora, cuando lleguen todas volvemos a retomar el asunto. Aún estamos a tiempo de cambiar de idea y organizarlo diferente –concluyó ella mientras se dirigía a la puerta -. No se ha pagado nada y la animadora de la despedida, que es quién lo ha organizado a su vez, vendrá a resolver dudas.
Isabel abrió la puerta y cuatro nuevas mujeres saludaron antes de entrar. Tras darles la bienvenida la toledana fue rápidamente a la cocina a por más bebidas y tentempiés.
Las diferentes amigas de Alba continuaron llegando, y tras el transcurso de media hora había ya más de una docena en la sala de estar. Pero Isabel seguía mirando hacia las escaleras que llevaban a la segunda planta. Empezaba a pensar que había sido demasiado dura con su hija. La conocía muy bien y sabía que odiaba sentirse como una cría frente a su tía y sus amigas. A pesar de ser una chica madura para muchas cosas seguía siendo muy sensible con las críticas, como la mayoría de adolescentes. Lo cierto era que para Isabel seguía siendo la niñita de sus ojos y le costaba verla como una mujer. Ella pensó que tendría que cambiar eso pronto si no quería alejarla demasiado. Finalmente, cuando esa lombriz llamada arrepentimiento empezó a roer de forma insoportable en su cabeza esta tomó la determinación de subir para hablar con ella, y fue justo entonces cuando Laura comenzó a bajar las escaleras.
Laura bajó con una agradable sonrisa en su rostro y saludó a las nuevas amigas de su tía que habían ido llegando, pero Isabel sabía que era una sonrisa incómoda. De entre todas las mujeres a Laura pareció extrañarle sobre todo ver a Marta, la hermana mayor de Diego. La farmacéutica de pelo rizado y rojizo oscuro no pegaba nada entre todas aquellas mujeres más jóvenes. Casada con un cirujano y madre de tres hijos parecía creerse de otra pasta. Lo cierto era que se encogía como una tortuga que se esconde en su caparazón ante las miradas del resto, y se las devolvía agazapada como una hiena a la espera de oler carroña. Con sus gafas de bibliotecaria era difícil seguir su astuta mirada, siempre crítica para los movimientos de la prometida de su hermano, a la cual nunca había conseguido tragar del todo. Laura la saludó con la cabeza y siguió caminando hasta su tía, aunque como estaba rodeada por las visitas se aparcó donde se encontraban Andrea y Elena. Isabel también se dirigió hasta ellas.
-Lau, amor. ¿Estás mejor? –le dijo Elena en tono piadoso.
Laura asintió enérgicamente para aparentar sobriedad emocional.
-Sí, perdonad por el espectáculo.
-No te preocupes –le consoló Andrea -. Es natural que te hayas enfadado.
-Siento si parecí brusca antes -se disculpó Isabel desde detrás de ellas, a lo que Andrea se mordió la lengua por su comentario anterior.
-No pasa nada mamá. Entiendo que alguien tiene que quedarse a cuidar de Mateo.
-Si. Me alegra que lo entiendas -convino ella intentando usar su tono más conciliador.
-Al final han venido muchas –dijo Laura para cambiar de tema.
-Claro. Comida gratis –apuntó Andrea de forma discreta.
Laura rio contenta por el comentario.
-Me ha extrañado que Marta haya venido –comentó la adolescente.
-Esa chismosa. Se ha apuntado a la despedida de cabeza –susurró Elena.
-¿En serio?
-Por supuesto. Tiene enfilada a Alba y si va es solo para tenerla vigilada.
Isabel asintió con la cabeza.
-Habrá que portarse bien -indicó ella para luego matizar -. Sin olvidarnos de divertirnos, claro.
-Pero… si parece poco probable que salga adelante –objetó con desdén Andrea -. Muy pocas parecen dispuestas a ir.
-Ahora que está esa aguafiestas apuntada claro que no –reprendió Elena.
-¿Por qué no hacemos recuento y salimos de dudas? -preguntó Andrea.
A Isabel le pareció buena la idea, pero negó con la cabeza.
-Estoy esperando a que llegue la animadora de la despedida. Para que intente…
El timbre volvió a sonar a mitad de la explicación de Isabel, y ella hizo un ademán con la mano indicando que volvería en cuanto abriera la puerta. Los diálogos de las invitadas se estaban elevando hasta un nivel bastante intenso, algo de lo que la toledana no se había dado cuenta hasta ahora. Rápidamente accionó la manilla y la gruesa entrada de madera se abrió con lentitud. Al otro lado había una mujer muy morena, que debía rondar ya los cincuenta años. Sus pantalones cortos dejaban ver unas piernas fuertes pero largas y sensuales. Tenía el pelo liso y oscuro, recogido con una trenza que le colgaba solo por un lado. Sus ojos negros y penetrantes traspasaron a Isabel en un instante.
-Hola, soy la animadora de la despedida de soltera. Me llamo Pilar.
-Encantada, yo me llamó Isabel -se presentó una vez repuesta -. Me alegra que hayas venido. Algunas están un poco desanimadas por el precio.
-¿En serio? -cuestionó ella con fingida sorpresa.
Isabel indicó a la animadora que pasara y observó que en la casa las voces se habían detenido. Todas miraban a la desconocida que se había presentado como animadora. No había ninguna de ellas que no tuviera dudas por la despedida programada.
-Bueno. Por fin ha llegado -empezó diciendo Isabel -. Esta señora es Pilar, y es quién resolverá todas vuestras dudas respecto al viaje de despedida de soltera de Alba. Itinerarios, normas, precios, todo.
Un silencio tenso se formó en el ambiente. La mayoría ya había decidido no ir, por lo que en base a su desinterés no sabían que preguntar. La animadora se dio cuenta de ello y a su parecer era de vital importancia que el viaje se produjera.
-Respecto al precio ha habido cambio de planes -comenzó diciendo Pilar inmediatamente -. Me han comunicado justo mientras venía que habrá un descuento del cincuenta por ciento si os apuntáis las suficientes.
Un nuevo murmullo, esta vez de exaltación, tronó en la sala de estar.
-¿Cuatrocientos euros por cuatro días en Canarias? -preguntó Andrea para confirmar que no se equivocaba con las cuentas.
-¿Con el billete de avión de ida y vuelta incluido? -cuestionó otra.
-¿Y todas las actividades? -añadió otra.
-Así es -confirmó Pilar con completa seguridad.
Las invitadas se miraron entre sí. Incluso Isabel las imitó sorprendida. El precio inicial de ochocientos podía parecer mucho, pero a ella ya le parecía barato cuando se lo propusieron teniendo en cuenta todo lo que ofrecía. Ahora no es que pareciera una ganga, directamente parecía irreal.
-Parece una estafa -dijo una de ellas en bajo, pero lo suficientemente alto como para que lo escucharan todas allí.
-No es ningún engaño -se adelantó Pilar -. Solo cobramos una señal del veinte por ciento por adelantado, el resto se paga una vez concluido el servicio, aquí en Madrid.
Más de la mitad de las invitadas alzó la mano para apuntarse, y la otra mitad no lo hizo bajo profundos remordimientos. Era evidente que por poco que pareciera no todo el mundo disponía de dinero para gastar. Andrea se alzaba por encima del resto con los enormes saltos que daba, como si creyera que el descuento fuera solo para las primeras en apuntarse.
-¿Ahora sí que te gusta la idea? -comentó Elena entre risas.
-Que le den al viaje con mi novio. ¡Yo me voy a Tenerife!
Isabel rio ante el interés que había generado el viaje en esos momentos. Miró a su hermana Alba y, cuando esta le devolvió la mirada, le enseño el dedo pulgar apuntando hacia arriba en señal de victoria. Acto seguido fue hasta donde se encontraba su hija y puso la mano sobre su hombro.
-No puedo quedarme al resto de la reunión. Ya sabes que no puedo faltar a las citas con la nutricionista -empezó diciendo Isabel -. Después de que la animadora resuelva todas las dudas sobre el itinerario Alba y las demás querrán pasar la tarde de compras. Puedes acompañarlas, no hace falta que recojas nada. Ya lo haré yo cuando vuelva.
Laura sonrió a su madre agradecida.
-Gracias mamá.
Isabel le dio un beso a su hija y se dirigió a la salida. Justo antes de cruzar la puerta sintió como la mano de Pilar se posó sobre su hombro. La toledana se dio la vuelta confusa.
-¿Ya te vas? -preguntó la animadora con más confusión todavía que Isabel.
-Tengo que irme, sí.
-Pensé que te quedarías y así podríamos hablar de los detalles las dos -insistió.
-Lo hablamos por teléfono más tarde mejor, ahora no puedo quedarme.
Pilar tenía el rostro contraído por la decepción y parecía debatir diferentes argumentos que hicieran cambiar de parecer a la anfitriona. Isabel no se quedó a escucharlos. Se marchó ante la atónita mirada de la enigmática animadora.
Dos mundiales de fútbol, dos gobiernos del partido de turno, ocho años. Eso era todo cuanto Isabel había podido mantener su promesa. Y es que desde hacía un año se veía a escondidas con Juan. Su horripilante amante jadeaba como un perro mientras le clavaba su largo y delgado miembro apestoso.
La habitación del albergue estaba desordenada y numerosas manchas de moho se podían ver en el techo y las paredes. Las sábanas tenían un olor a sudor reseco, como el queso grasiento cuando, estando ya podrido, se funde al sol. Parecía que ellos no hubieran sido los primeros en usar la cama de picadero y se les hubieran olvidado lavar las sábanas. Juan cada vez gastaba menos en hospedaje cuando quedaba con Isabel.
Las ventanas estaban cerradas por lo que el calor se condensaba en la habitación y los cuerpos completamente sudados de ambos se deslizaban con facilidad. La cama rechinaba como si estuviera a punto de romperse y Juan gemía sin ningún pudor o reservas. El larguirucho de cabeza oblonga como una berenjena empezó a meterla con más fuerza, a la vez que se elevaba varios centímetros para ayudarse con su peso en las embestidas.
Isabel estaba completamente desnuda y tanto su corto vestido como su ropa interior yacían en el suelo de la habitación. Su pelo suelto estaba alborotado y empapado de sudor, y jadeaba en silencio con tímidas exhalaciones. Pero los gemidos de Juan eran cada vez más altos y serían pocos en el albergue los que no se hubieran dado cuenta de lo que hacían.
-Más bajo -dijo finalmente ella.
-¿Qué? -le preguntó Juan sin parar en ningún momento.
-Más…
Juan escupió un enorme lapo a Isabel en la cara justo cuando abría la boca para repetir lo que había dicho. La saliva le impactó en el rostro y parte de ella entró en la boca, como el jarabe que introduce una madre a su hijo por sorpresa cuando tiene fiebre. Isabel giró la cara hacia un lado y estornudó de forma estridente. Una vez recuperada azotó a su amante fuertemente en la cara con la palma de su mano. Un ruidoso tortazo resonó en la habitación, pero el corneador rio en lugar de quejarse.
-Me encanta la sensación de metértela a pelo cuando tienes el chocho tan mojado.
-Cállate -le espetó ella dejando salir un gemido lascivo después de terminar la palabra.
-¿Quieres que toque al vecino para que nos acompañe? Como la última vez.
-No.
-Vamos, lo mismo esta vez el tío viene con un buen paquete -insistió él.
-He dicho que no.
Juan se puso de rodillas sobre la cama y le levantó la pierna derecha a Isabel para, desde una posición semi levantada, comenzar a metérsela más hondo.
-Creo que nos están escuchado en la habitación de al lado. Grita y diles que vengan a follarte -le propuso Juan con sonrisa traviesa.
-Ni hablar -negó ella lanzando un fuerte gemido entre medias que desmentía la firmeza de sus palabras.
-Vamos. Seguro que se la están machacando al otro lado escuchando lo puta que eres. Invítalos a venir. Lo estás deseando -le incitó él. Isabel no dijo nada, pero comenzó a gemir tan alto como lo estaba haciendo Juan. Su coño chorreaba de goce y ella se desinhibía por momentos. Entonces Juan insistió -. Llámalos, puta.
-Folladme. Venid a follarme.
-¡No te oyen! -exclamó él en alto.
-¡Venid a follarme todos!
Juan comenzó a lanzar estridentes risotadas.
-Chocho gratis, dilo.
-¡Chocho gratis! -gritó ella de forma encolerizada -. ¡A pelo! ¡Tocad en la puerta de la habitación y dejo que me llenéis el coño!
Un fuerte orgasmo sacudió a Isabel de arriba abajo y detuvo sus palabras de inmediato. Su cuerpo se convulsionó y enérgicos calambres orgásmicos la recorrieron desde la punta de los pies hasta el contorno de las orejas. La toledana jadeó con respiraciones cortas mientras Juan seguía metiéndola a un ritmo más sosegado.
-Joder, te has puesto perdida. Ya apenas noto fricción.
-Es culpa tuya. Me has puesto demasiado cachonda -le recordó ella.
-¿Qué le has dicho al cornudo esta vez? -preguntó él con un tono de burla.
-Lo de siempre.
-¿Yoga y nutricionista?
-Sí.
-Pues dile al cornudo que hoy se alarga la clase -le espetó él justo antes de reírse de forma contenida.
Isabel vio cómo su propio móvil cayó al lado de su cabeza con una llamada saliente a José en marcha. Por un momento la toledana pensó que Juan había llamado a su marido desde hacía rato, pero pronto escuchó los tonos, por lo que la llamada se estaba reproduciendo en ese momento.
-Pero… ¿qué…?
Isabel no tuvo tiempo de decir nada más. La llamada conectó y la voz de José se pudo escuchar al otro lado.
-Sí, dime cariño.
La toledana se quedó muda por un instante. La llamada le había cogido por sorpresa y no sabía que decir. Juan, al mismo tiempo, cogió ambas piernas de Isabel y se las llevó hacia delante de manera que las rodillas de ella se acercaron hasta sus senos. El movimiento perjudicó el habla y dejó su vagina, completamente mojada, expuesta y abierta. Juan la metió sin miramientos ni reprimirse.
-José… -siguió ella, parándose un segundo después sin saber que decir.
-Sí, ¿ha pasado algo?
-Nada… solo te llamaba para decirte que ya estoy en las clases de yoga y nutrición -la toledana intentó hablar con normalidad sin que se le notara que la estaban follando.
-Sí, ya lo sé Isa. Me lo dijiste esta mañana -le recordó José con algo de insistencia en la voz por haber pausado su trabajo.
-Ah, sí –confirmó ella -. Te llamaba porque puede que la reunión se alargue…
Isabel tuvo que detener su frase al sentir como Juan se la clavaba con saña. La toledana abrió la boca en un grito mudo por el dolor.
-Lo entiendo. No pasa nada. Yo saldré a la hora de siempre.
-Sí –dijo ella, un par de segundos tarde y alargando la vocal más de la cuenta -. Hemos tenido la reunión con la animadora por lo de la despedida, y le he dicho a Laura que se fuera con las chicas de compras cuando terminasen. Así que te lo encontrarás todo desordenado cuando llegues tras recoger a Mateo. Por eso te llamaba.
Juan sonrió al ver como su amante había logrado salir al paso con una excusa decente que motivara la llamada. Isabel, sin embargo, lo miró como se mira a una cucaracha que surge en mitad de la noche.
-Ah entiendo. Entre Mateo y yo lo recogeremos todo en cuanto lleguemos.
-No, no. Yo me encargo. Solo te avisaba para que lo supieras.
Juan, poco conforme con la dificultad de la prueba comenzó a meter sacudidas salvajemente y, aunque ella intentó detenerlo con su mano como pudo, no se detuvo hasta que Isabel se vio obligada a gemir. En mitad de esos gemidos Juan se corrió y la leche inundó la vagina de la toledana, como un surco en una granja el día de riego. El semen se desbordó y se mezcló con los abundantes fluidos vaginales de ella. Isabel percibió la corrida por los movimientos característicos de Juan y volvió a gemir ligeramente sin darse cuenta.
-¿Isa? ¿Estás bien? –preguntó José confuso.
-Sí –afirmó ella de inmediato, mientras rechinaba los dientes de furia -. Es que ya he empezado de nuevo con el yoga y me estoy forzando demasiado.
-Bien. Entonces hablemos luego, cuando llegue a casa. Yo estoy un poco liado ahora.
-De acuerdo. Te quiero, cariño –inmediatamente Isabel colgó sin ni siquiera pararse a escuchar las palabras de despedida de su marido.
Juan estalló en carcajadas por la morbosa situación, pero la toledana miró con desprecio a su amante y, tras posar la palma de ambos pies sobre el pecho de Juan, empujó con todas sus fuerzas. El hombre salió despedido y su risa se amortiguó en el aire para cambiar a un gesto de pánico. Un largo chingo de semen se formó en el aire cuando el pene salió bruscamente de la vagina, y manchó en su recorrido la cama y el suelo. Juan cayó bruscamente al piso de la sucia habitación y se escuchó un grito de dolor.
-Ya te dije que no volvieras a hacer eso –le recordó Isabel entre jadeos -. Odio cuando llamas a José para burlarte de él.
La toledana jadeó desnuda sobre la cama. Su piel estaba encharcada en sudor y su vagina no se podía ver porque lo tapaba un pegote grueso de semen blancuzco.
Juan se arrastró por el suelo y volvió a subir a la cama sin dejar de quejarse por el dolor. Avanzó hasta donde se encontraba Isabel y volvió a colocarse encima de ella. Buscó sus labios y se fundió en un beso con ella. Su lengua la penetró y la toledana la recibió en un abrazo de saliva y lujuria. Isabel le comió la boca a su amante con mayor intensidad a cada segundo, y con su mano izquierda le acarició la nuca con dulzura. El beso, sin embargo, no tenía nada de delicado ni refinado. Parecían dos cerdos devorando restos de fruta con frenesí, y por un momento parecía que se fueran a ahogar juntos. Isabel separó finalmente su boca de la de él generando un chasquido morboso que los incitó a apurar un segundo y, más corto, morreo intenso. Cuando la toledana retiró de nuevo su lengua lo hizo relamiéndole el labio inferior a Juan y no pudo impedir hacerlo mientras lo miraba con deseo.
La pareja de amantes se separó y se quedaron boca arriba mientras recobraban el aliento, satisfechos. Los minutos pasaron en silencio y, finalmente, Juan se volvió a reclinar y posó su mano sobre el seno derecho de ella. Acarició el pezón con delicadeza y luego se metió buena parte de la teta en la boca. Isabel bajó la vista y vio al lascivo pendenciero chupar como si le fuera la vida en ello.
-La semana que viene me iré a Tenerife para la despedida de soltera de mi hermana. Y estaré muy liada ayudando con lo de la boda hasta entonces -le informó ella en tono neutro -. Así que tardaremos un tiempo en volver a vernos.
Juan retiró la boca de la teta de ella antes de hablar.
-¿Vas a Tenerife a comerte buenos plátanos canarios? El cornudo va a ver muy aumentada su cornamenta -comentó él entre risas para luego volver a chupetear la teta.
-No voy a acostarme con nadie en Tenerife -aseguró ella. Juan volvió a retirar la boca, pero esta vez para poder reírse a moco tendido. Las estridentes carcajadas sonaban sarcásticas e hirientes, algo que molestó a Isabel -. ¡Cállate! No voy a darle a mi hermana esa imagen, ni a crearme esa reputación entre sus amigas.
Juan dejó de reírse entonces, aunque no abandonó el tono burlón.
-Pues este que está aquí necesita sexo. Así que si tardas en llamarme no te aseguro que no me vaya a ir con cualquiera.
Isabel lanzó un gemido de completa indiferencia.
-Me importa un rábano con quién te acuestes -aclaró para luego matizar -. Eso sí. Si no usas preservativo con las putas que visites no dejaré que me vuelvas a follar a pelo.
-Lo mismo digo.
-Yo no voy a eso a Tenerife -insistió ella.
-Sí, claro -espetó él con sarcasmo -. Eres más golfa que una perra en celo suelta en una carrera de galgos.
-Vete a la mierda -respondió la toledana con una mueca de asco.
Isabel se levantó de la cama como un resorte y Juan estiró el brazo para intentar evitar que se marchara. Sus dedos solo rozaron las sudadas nalgas de ella.
-Eh, espera -la llamó él -. Ya has dicho a tu marido que ibas a tardar más y si no nos vamos a ver en mucho tiempo quiero echar un par de polvos extra.
La toledana se metió en el baño sin contestar y cerró la puerta bruscamente de un portazo. No tardó demasiado tiempo en mirarse en el espejo, desnuda y con la teta derecha completamente babada, y preguntarse por qué seguía quedando con el idiota de Juan. Llegó a separar por completo el entorno laboral de su marido de su vida personal durante muchos años. Logró, con denotado esfuerzo, no volver a quedar con Patricio, el jefe de su marido. Y a pesar de sus repetidas insistencias, que duraron meses, se mantuvo firme en todas las ocasiones. Decidida a ser un buen ejemplo de esposa, madre y mujer a sus hijos. Entonces, puso la mano sobre su vientre y se la acarició con dulzura. Y encontró su respuesta.
Isabel escuchó los llantos inconsolables de Juan, que buscaban victimizarse con esa retorcida forma suya que tenía de disculparse. Ella sonrió sin poder evitarlo y se giró hacia la puerta moviendo las caderas con aire sensual. Y pensó que su amante tenía razón. Si iba a estar tanto tiempo sin verle le apetecía al menos dejarlo sin una gota en los huevos.
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Todo el mundo cuando es adolescente tiene un referente, alguien en quien inspirarse. Desde un actor, un deportista, hasta incluso una figura icónica del pasado. E Isabel sabía que para su hija Laura era su tía Alba, a la que veía más como a la hermana mayor que nunca tuvo. Ambas habían convivido juntas solo unos años mientras Alba estudiaba la carrera de periodismo, pero para Laura esos habían sido los años más liberalizadores de su vida. La adolescente había creído sentirse a gusto entre sus compañeras de clase, pero fue compartir tiempo con su tía en los diferentes eventos, reuniones, y actividades en los que ella participaba, para sentirse verdaderamente ella misma. Verla como ahora iba a casarse, formar su propia familia, y asentarse, hacía que esa amiga y hermana se difuminara como un recuerdo lejano.
Laura no se sentía excluida entre las amigas de su tía, al contrario. Se había vuelto una chica muy introvertida, tímida en exceso, pero curiosamente se sentía mucho más libre y abierta entre mujeres de diez años más de edad. Incluso se sentía tan cómoda como cuando estaba con su novio. Lamentablemente, no ocurría lo mismo con los hombres de esas edades, parejas y amigos de su tía o de compañeras de ella. Se sentía muy niña entre ellos. Y es que a Laura, su aspecto, normal en una chica de dieciocho años, siempre la delataba y eso la hacía a veces sentirse desubicada con la compañía masculina de tanta edad. No solo era la delgadez de su cuerpo o que no fuera muy alta, sino que su bello rostro simétrico era bastante aniñado, pese a los esfuerzos de ella por impedirlo. Se teñía el pelo de un negro muy oscuro, se maquillaba tanto como le permitía su padre, y vestía siempre con ropa elegante. Nada de lo que solían ponerse sus amigas de misma edad.
-¿Entonces te ha salido bien la PAU? – le preguntó Andrea a Laura.
-Ha sido coser y cantar –manifestó ella entre risas.
Andrea era de las amigas más alegres y disparatadas de Alba. También se había licenciado en periodismo y eran amigas desde que esta última llegara a Madrid para estar con Diego. Con mirada hipnótica gracias a sus bonitos ojos verdes, joviales pecas que la hacían parecer varios años más joven, y cabello enmarañado y pelirrojo que atraía a los hombres con más aversión al compromiso, Laura podía haber conocido al menos a cinco de sus novios en los últimos años. Y aunque el actual parecía mucho más maduro lo cierto es que apenas llevaban seis meses juntos.
-¿Y ya sabes que vas a estudiar? –preguntó Elena, otra de las mejores amigas de Alba.
-Claro, periodismo –aseguró ella con una amplia sonrisa.
-Otra piraña al acuario –dijo Andrea con resignación.
-No le hagas caso –indicó Elena -. Creo que serás una fantástica periodista.
A diferencia de Andrea, Elena no había conocido a Alba en la universidad, sino que era actual compañera de trabajo de ella en una conocida cadena de televisión. Era incluso un par de años mayor que Alba y ya estaba felizmente casada. Ambas eran reporteras, pero eso era todo un sueño para la mayoría de personas que estudiaban periodismo. Elena era rubia de nacimiento, pero lo había ido perdiendo con la edad. Lejos de resignarse ella se lo teñía del más claro que se podía encontrar. Sus ojos eran azules y su piel blanca, lo que la hacía parecer extranjera, de uno de los países más nórdicos.
-Quiero poder llegar a ser reportera, como vosotras –las alabó Laura.
-Dirás como ella y tu tía –rectificó Andrea -. Yo sirvo cafés en una bonita editorial.
-No vayas de víctima –le reprochó Elena -. Tienes tu propia columna en el periódico.
-¿A escribir el horóscopo llamas tú columna?, y ni siquiera es de mi propia letra. Solo copio lo que me envían.
-Por algo se empieza –le consoló Laura realmente asombrada por su trabajo.
-Ah –gimió con desdén Andrea -. No me preocupa. Mi intención es dar el pelotazo como la Leticia. Y yo me conformo con un conde o un duque.
Isabel llegó en ese momento junto con Alba y una bandeja con bebidas frías. Limonada y refrescos mayormente. Como se encontraban en la sala de su casa tenía que servir los tentempiés antes de darles la buena noticia a la propia Alba y sus amigas. La sala de estar ya tenía una gran pantalla plana de televisor, de las más modernas, pero estaban puestos los documentales de animales. Isabel ya había aprendido que si se le ocurría poner las noticias o cualquier tertulia tanto su hermana como sus amigas convertirían la sala en la sede de la santa inquisición.
Aún era temprano y estaba previsto que vinieran más amigas de Alba, pero Isabel no podría aguantar más tiempo sin revelar su secreto.
-Tenía pensado contároslo cuando estuviéramos todas, pero tengo que salir en una hora y quiero que seáis las primeras en saberlo –comenzó diciendo ella para clavar sus ojos en el rostro de su hermana, dejando claro que la noticia estaba relacionada con ella -. ¡La semana que viene tendrás tu despedida de soltera en Tenerife!
Un torrente de murmullos y aullidos de júbilos resonaron en la sala. Alba saltó pletórica tan alto que casi toca el techo con la mano y finalmente Isabel se alegró de haberlo contado en ese momento. Si entre las cuatro habían hecho tal alboroto ni se imaginaba lo que habrían causado todas juntas. Elena fue la primera en pedir detalles.
-¿Por qué a Tenerife?
-Fui hace unos años de vacaciones y me encantó. Hay muchísimas despedidas de soltera allí, por lo que el precio era muy bueno también. Estoy convencida de que os gustará la isla –explicó Isabel eufórica.
-¿Y cuánto cuesta? –cuestionó Andrea que era la que siempre iba más pelada de dinero.
-Serán cuatro días en un tour de primera, que no solo incluye hotel sino discotecas exclusivas, una fiesta en un barco…
-¿Cuánto? –insistió Andrea.
-Unos ochocientos euros cada una, vuelo incluido –dijo enseñando los dientes a modo de sonrisa incómoda -. Alba por supuesto no paga.
Andrea se dejó caer en peso en el respaldo del sillón de cuero marrón.
-¿Pero por qué no la hacemos aquí en Madrid? –cuestionó ella cabreada con la cantidad.
-Isa, no me importa que sea una despedida más modesta aquí en Madrid –indicó Alba conciliadora.
Isabel se quedó paralizada por verse arrinconada por las mejores amigas de Alba. Temblaba solo de pensar en cómo recibirían el plan las otras que no eran amigas tan allegadas.
-Tonterías –respondió Elena en su lugar -. No solo será la mejor despedida de soltera para Alba, sino que serán las mejores vacaciones que podríamos echarnos este año.
-Yo ya tengo mis vacaciones de Agosto planeadas con mi novio. No tengo tanto ahorrado –se quejó Andrea.
-¡Cancélalas tía! –exclamó Elena -. ¿Vas a comparar irte con tu novio de vacaciones que con nosotras de despedida de soltera? A mi puedes apuntarme Isa.
-Pues ya tenemos a una –suspiró Isabel -. Lo que no sé si seremos demasiadas, ahora que escucho a Andrea quizás me haya pasado con el número de días.
-Pues mejor. Que vayan solo las que estén dispuestas a valorarlo –manifestó Elena para luego volver a aullar contenta -. ¡Van a ser unas vacaciones geniales!
-Seguro, pero si no se apuntan unas cuantas se cancela –indicó Alba algo más seria -. Prefiero una sola noche con todas mis amigas que cuatro por todo lo alto solo con un par.
-Conmigo ya seremos tres –indicó Laura haciendo referencia a que ya eran más de un par.
-No, no –negó su madre -. Necesito que tú te quedes para cuidar de Mateo.
Laura se quedó en shock por un segundo. Ni se le había pasado por la cabeza que se perdería la despedida de soltera de su tía.
-Pero ya terminé la PAU, y papá…
-Tu padre también tendrá su propia despedida de soltero, también en Tenerife. Y, sinceramente, una despedida no es el lugar para una jovencita con la mayoría de edad recién cumplida.
Laura contrajo el ceño profundamente impactada por el cubo de agua fría que le había soltado su madre. Estaba a punto de llorar por lo excluida que se sentía, e intentó aguantarse para no parecer una cría. Pero mientras más lo intentaba más llorosos se le ponían los ojos. Al final, por temor a que la vieran llorando se levantó y se marchó a toda prisa. Sin embargo, el llanto le delató a medio camino y solo empeoró la imagen que quería evitar.
-Iré a hablar con ella –dijo Alba en voz baja mientras se levantaba.
-No, déjala –le pidió su hermana mayor -. Se le pasará. Por cierto, Mari no viene.
-¿Qué? -cuestionó Alba al no creerse que su segunda hermana no fuera a venir a su despedida de soltera.
-Ya sabes que a ella no le gustan estas cosas, como a mamá -le recordó Isabel.
Alba asintió de acuerdo.
-Bueno, quizá sea mejor así. Sé que se aburriría y me haría sentir mal verla así los cuatro días.
Un silencio incómodo se formó en el ambiente, y nuevas dudas surgieron entre las amigas.
-¿Entonces los hombres también van? –preguntó Elena.
-Por separado claro –matizó Isabel -. Juntos solo en el avión, pero en la isla no nos encontraremos. Los itinerarios son completamente distintos.
-Pero también saldrá unos ochocientos euros, ¿no?, eso ya hace unos mil seiscientos entre mi marido y yo –dedujo ella más preocupada.
-Ah, no. Mi novio apenas conoce a Diego –negó categóricamente Andrea.
Las otras tres mujeres rieron alegres, a lo que Isabel comentó:
-¿Eso quiere decir que al final irás?
Andrea contrajo los labios un poco más seria antes de hablar.
-No lo sé. No me gustaría perderlo por nada del mundo. Quizás si cancelo el viaje con mi novio puede, pero tengo que hablarlo con él –indicó cabizbaja -. Además tendría que pedir días en el trabajo.
Isabel comenzó a comprender, de forma más notoria ahora, que quizás se hubiera extralimitado con su idea. Pensó que quizás debería haberlo organizado solo para un fin de semana. Entonces tocaron el timbre.
-Bueno. Ahora, cuando lleguen todas volvemos a retomar el asunto. Aún estamos a tiempo de cambiar de idea y organizarlo diferente –concluyó ella mientras se dirigía a la puerta -. No se ha pagado nada y la animadora de la despedida, que es quién lo ha organizado a su vez, vendrá a resolver dudas.
Isabel abrió la puerta y cuatro nuevas mujeres saludaron antes de entrar. Tras darles la bienvenida la toledana fue rápidamente a la cocina a por más bebidas y tentempiés.
Las diferentes amigas de Alba continuaron llegando, y tras el transcurso de media hora había ya más de una docena en la sala de estar. Pero Isabel seguía mirando hacia las escaleras que llevaban a la segunda planta. Empezaba a pensar que había sido demasiado dura con su hija. La conocía muy bien y sabía que odiaba sentirse como una cría frente a su tía y sus amigas. A pesar de ser una chica madura para muchas cosas seguía siendo muy sensible con las críticas, como la mayoría de adolescentes. Lo cierto era que para Isabel seguía siendo la niñita de sus ojos y le costaba verla como una mujer. Ella pensó que tendría que cambiar eso pronto si no quería alejarla demasiado. Finalmente, cuando esa lombriz llamada arrepentimiento empezó a roer de forma insoportable en su cabeza esta tomó la determinación de subir para hablar con ella, y fue justo entonces cuando Laura comenzó a bajar las escaleras.
Laura bajó con una agradable sonrisa en su rostro y saludó a las nuevas amigas de su tía que habían ido llegando, pero Isabel sabía que era una sonrisa incómoda. De entre todas las mujeres a Laura pareció extrañarle sobre todo ver a Marta, la hermana mayor de Diego. La farmacéutica de pelo rizado y rojizo oscuro no pegaba nada entre todas aquellas mujeres más jóvenes. Casada con un cirujano y madre de tres hijos parecía creerse de otra pasta. Lo cierto era que se encogía como una tortuga que se esconde en su caparazón ante las miradas del resto, y se las devolvía agazapada como una hiena a la espera de oler carroña. Con sus gafas de bibliotecaria era difícil seguir su astuta mirada, siempre crítica para los movimientos de la prometida de su hermano, a la cual nunca había conseguido tragar del todo. Laura la saludó con la cabeza y siguió caminando hasta su tía, aunque como estaba rodeada por las visitas se aparcó donde se encontraban Andrea y Elena. Isabel también se dirigió hasta ellas.
-Lau, amor. ¿Estás mejor? –le dijo Elena en tono piadoso.
Laura asintió enérgicamente para aparentar sobriedad emocional.
-Sí, perdonad por el espectáculo.
-No te preocupes –le consoló Andrea -. Es natural que te hayas enfadado.
-Siento si parecí brusca antes -se disculpó Isabel desde detrás de ellas, a lo que Andrea se mordió la lengua por su comentario anterior.
-No pasa nada mamá. Entiendo que alguien tiene que quedarse a cuidar de Mateo.
-Si. Me alegra que lo entiendas -convino ella intentando usar su tono más conciliador.
-Al final han venido muchas –dijo Laura para cambiar de tema.
-Claro. Comida gratis –apuntó Andrea de forma discreta.
Laura rio contenta por el comentario.
-Me ha extrañado que Marta haya venido –comentó la adolescente.
-Esa chismosa. Se ha apuntado a la despedida de cabeza –susurró Elena.
-¿En serio?
-Por supuesto. Tiene enfilada a Alba y si va es solo para tenerla vigilada.
Isabel asintió con la cabeza.
-Habrá que portarse bien -indicó ella para luego matizar -. Sin olvidarnos de divertirnos, claro.
-Pero… si parece poco probable que salga adelante –objetó con desdén Andrea -. Muy pocas parecen dispuestas a ir.
-Ahora que está esa aguafiestas apuntada claro que no –reprendió Elena.
-¿Por qué no hacemos recuento y salimos de dudas? -preguntó Andrea.
A Isabel le pareció buena la idea, pero negó con la cabeza.
-Estoy esperando a que llegue la animadora de la despedida. Para que intente…
El timbre volvió a sonar a mitad de la explicación de Isabel, y ella hizo un ademán con la mano indicando que volvería en cuanto abriera la puerta. Los diálogos de las invitadas se estaban elevando hasta un nivel bastante intenso, algo de lo que la toledana no se había dado cuenta hasta ahora. Rápidamente accionó la manilla y la gruesa entrada de madera se abrió con lentitud. Al otro lado había una mujer muy morena, que debía rondar ya los cincuenta años. Sus pantalones cortos dejaban ver unas piernas fuertes pero largas y sensuales. Tenía el pelo liso y oscuro, recogido con una trenza que le colgaba solo por un lado. Sus ojos negros y penetrantes traspasaron a Isabel en un instante.
-Hola, soy la animadora de la despedida de soltera. Me llamo Pilar.
-Encantada, yo me llamó Isabel -se presentó una vez repuesta -. Me alegra que hayas venido. Algunas están un poco desanimadas por el precio.
-¿En serio? -cuestionó ella con fingida sorpresa.
Isabel indicó a la animadora que pasara y observó que en la casa las voces se habían detenido. Todas miraban a la desconocida que se había presentado como animadora. No había ninguna de ellas que no tuviera dudas por la despedida programada.
-Bueno. Por fin ha llegado -empezó diciendo Isabel -. Esta señora es Pilar, y es quién resolverá todas vuestras dudas respecto al viaje de despedida de soltera de Alba. Itinerarios, normas, precios, todo.
Un silencio tenso se formó en el ambiente. La mayoría ya había decidido no ir, por lo que en base a su desinterés no sabían que preguntar. La animadora se dio cuenta de ello y a su parecer era de vital importancia que el viaje se produjera.
-Respecto al precio ha habido cambio de planes -comenzó diciendo Pilar inmediatamente -. Me han comunicado justo mientras venía que habrá un descuento del cincuenta por ciento si os apuntáis las suficientes.
Un nuevo murmullo, esta vez de exaltación, tronó en la sala de estar.
-¿Cuatrocientos euros por cuatro días en Canarias? -preguntó Andrea para confirmar que no se equivocaba con las cuentas.
-¿Con el billete de avión de ida y vuelta incluido? -cuestionó otra.
-¿Y todas las actividades? -añadió otra.
-Así es -confirmó Pilar con completa seguridad.
Las invitadas se miraron entre sí. Incluso Isabel las imitó sorprendida. El precio inicial de ochocientos podía parecer mucho, pero a ella ya le parecía barato cuando se lo propusieron teniendo en cuenta todo lo que ofrecía. Ahora no es que pareciera una ganga, directamente parecía irreal.
-Parece una estafa -dijo una de ellas en bajo, pero lo suficientemente alto como para que lo escucharan todas allí.
-No es ningún engaño -se adelantó Pilar -. Solo cobramos una señal del veinte por ciento por adelantado, el resto se paga una vez concluido el servicio, aquí en Madrid.
Más de la mitad de las invitadas alzó la mano para apuntarse, y la otra mitad no lo hizo bajo profundos remordimientos. Era evidente que por poco que pareciera no todo el mundo disponía de dinero para gastar. Andrea se alzaba por encima del resto con los enormes saltos que daba, como si creyera que el descuento fuera solo para las primeras en apuntarse.
-¿Ahora sí que te gusta la idea? -comentó Elena entre risas.
-Que le den al viaje con mi novio. ¡Yo me voy a Tenerife!
Isabel rio ante el interés que había generado el viaje en esos momentos. Miró a su hermana Alba y, cuando esta le devolvió la mirada, le enseño el dedo pulgar apuntando hacia arriba en señal de victoria. Acto seguido fue hasta donde se encontraba su hija y puso la mano sobre su hombro.
-No puedo quedarme al resto de la reunión. Ya sabes que no puedo faltar a las citas con la nutricionista -empezó diciendo Isabel -. Después de que la animadora resuelva todas las dudas sobre el itinerario Alba y las demás querrán pasar la tarde de compras. Puedes acompañarlas, no hace falta que recojas nada. Ya lo haré yo cuando vuelva.
Laura sonrió a su madre agradecida.
-Gracias mamá.
Isabel le dio un beso a su hija y se dirigió a la salida. Justo antes de cruzar la puerta sintió como la mano de Pilar se posó sobre su hombro. La toledana se dio la vuelta confusa.
-¿Ya te vas? -preguntó la animadora con más confusión todavía que Isabel.
-Tengo que irme, sí.
-Pensé que te quedarías y así podríamos hablar de los detalles las dos -insistió.
-Lo hablamos por teléfono más tarde mejor, ahora no puedo quedarme.
Pilar tenía el rostro contraído por la decepción y parecía debatir diferentes argumentos que hicieran cambiar de parecer a la anfitriona. Isabel no se quedó a escucharlos. Se marchó ante la atónita mirada de la enigmática animadora.
Dos mundiales de fútbol, dos gobiernos del partido de turno, ocho años. Eso era todo cuanto Isabel había podido mantener su promesa. Y es que desde hacía un año se veía a escondidas con Juan. Su horripilante amante jadeaba como un perro mientras le clavaba su largo y delgado miembro apestoso.
La habitación del albergue estaba desordenada y numerosas manchas de moho se podían ver en el techo y las paredes. Las sábanas tenían un olor a sudor reseco, como el queso grasiento cuando, estando ya podrido, se funde al sol. Parecía que ellos no hubieran sido los primeros en usar la cama de picadero y se les hubieran olvidado lavar las sábanas. Juan cada vez gastaba menos en hospedaje cuando quedaba con Isabel.
Las ventanas estaban cerradas por lo que el calor se condensaba en la habitación y los cuerpos completamente sudados de ambos se deslizaban con facilidad. La cama rechinaba como si estuviera a punto de romperse y Juan gemía sin ningún pudor o reservas. El larguirucho de cabeza oblonga como una berenjena empezó a meterla con más fuerza, a la vez que se elevaba varios centímetros para ayudarse con su peso en las embestidas.
Isabel estaba completamente desnuda y tanto su corto vestido como su ropa interior yacían en el suelo de la habitación. Su pelo suelto estaba alborotado y empapado de sudor, y jadeaba en silencio con tímidas exhalaciones. Pero los gemidos de Juan eran cada vez más altos y serían pocos en el albergue los que no se hubieran dado cuenta de lo que hacían.
-Más bajo -dijo finalmente ella.
-¿Qué? -le preguntó Juan sin parar en ningún momento.
-Más…
Juan escupió un enorme lapo a Isabel en la cara justo cuando abría la boca para repetir lo que había dicho. La saliva le impactó en el rostro y parte de ella entró en la boca, como el jarabe que introduce una madre a su hijo por sorpresa cuando tiene fiebre. Isabel giró la cara hacia un lado y estornudó de forma estridente. Una vez recuperada azotó a su amante fuertemente en la cara con la palma de su mano. Un ruidoso tortazo resonó en la habitación, pero el corneador rio en lugar de quejarse.
-Me encanta la sensación de metértela a pelo cuando tienes el chocho tan mojado.
-Cállate -le espetó ella dejando salir un gemido lascivo después de terminar la palabra.
-¿Quieres que toque al vecino para que nos acompañe? Como la última vez.
-No.
-Vamos, lo mismo esta vez el tío viene con un buen paquete -insistió él.
-He dicho que no.
Juan se puso de rodillas sobre la cama y le levantó la pierna derecha a Isabel para, desde una posición semi levantada, comenzar a metérsela más hondo.
-Creo que nos están escuchado en la habitación de al lado. Grita y diles que vengan a follarte -le propuso Juan con sonrisa traviesa.
-Ni hablar -negó ella lanzando un fuerte gemido entre medias que desmentía la firmeza de sus palabras.
-Vamos. Seguro que se la están machacando al otro lado escuchando lo puta que eres. Invítalos a venir. Lo estás deseando -le incitó él. Isabel no dijo nada, pero comenzó a gemir tan alto como lo estaba haciendo Juan. Su coño chorreaba de goce y ella se desinhibía por momentos. Entonces Juan insistió -. Llámalos, puta.
-Folladme. Venid a follarme.
-¡No te oyen! -exclamó él en alto.
-¡Venid a follarme todos!
Juan comenzó a lanzar estridentes risotadas.
-Chocho gratis, dilo.
-¡Chocho gratis! -gritó ella de forma encolerizada -. ¡A pelo! ¡Tocad en la puerta de la habitación y dejo que me llenéis el coño!
Un fuerte orgasmo sacudió a Isabel de arriba abajo y detuvo sus palabras de inmediato. Su cuerpo se convulsionó y enérgicos calambres orgásmicos la recorrieron desde la punta de los pies hasta el contorno de las orejas. La toledana jadeó con respiraciones cortas mientras Juan seguía metiéndola a un ritmo más sosegado.
-Joder, te has puesto perdida. Ya apenas noto fricción.
-Es culpa tuya. Me has puesto demasiado cachonda -le recordó ella.
-¿Qué le has dicho al cornudo esta vez? -preguntó él con un tono de burla.
-Lo de siempre.
-¿Yoga y nutricionista?
-Sí.
-Pues dile al cornudo que hoy se alarga la clase -le espetó él justo antes de reírse de forma contenida.
Isabel vio cómo su propio móvil cayó al lado de su cabeza con una llamada saliente a José en marcha. Por un momento la toledana pensó que Juan había llamado a su marido desde hacía rato, pero pronto escuchó los tonos, por lo que la llamada se estaba reproduciendo en ese momento.
-Pero… ¿qué…?
Isabel no tuvo tiempo de decir nada más. La llamada conectó y la voz de José se pudo escuchar al otro lado.
-Sí, dime cariño.
La toledana se quedó muda por un instante. La llamada le había cogido por sorpresa y no sabía que decir. Juan, al mismo tiempo, cogió ambas piernas de Isabel y se las llevó hacia delante de manera que las rodillas de ella se acercaron hasta sus senos. El movimiento perjudicó el habla y dejó su vagina, completamente mojada, expuesta y abierta. Juan la metió sin miramientos ni reprimirse.
-José… -siguió ella, parándose un segundo después sin saber que decir.
-Sí, ¿ha pasado algo?
-Nada… solo te llamaba para decirte que ya estoy en las clases de yoga y nutrición -la toledana intentó hablar con normalidad sin que se le notara que la estaban follando.
-Sí, ya lo sé Isa. Me lo dijiste esta mañana -le recordó José con algo de insistencia en la voz por haber pausado su trabajo.
-Ah, sí –confirmó ella -. Te llamaba porque puede que la reunión se alargue…
Isabel tuvo que detener su frase al sentir como Juan se la clavaba con saña. La toledana abrió la boca en un grito mudo por el dolor.
-Lo entiendo. No pasa nada. Yo saldré a la hora de siempre.
-Sí –dijo ella, un par de segundos tarde y alargando la vocal más de la cuenta -. Hemos tenido la reunión con la animadora por lo de la despedida, y le he dicho a Laura que se fuera con las chicas de compras cuando terminasen. Así que te lo encontrarás todo desordenado cuando llegues tras recoger a Mateo. Por eso te llamaba.
Juan sonrió al ver como su amante había logrado salir al paso con una excusa decente que motivara la llamada. Isabel, sin embargo, lo miró como se mira a una cucaracha que surge en mitad de la noche.
-Ah entiendo. Entre Mateo y yo lo recogeremos todo en cuanto lleguemos.
-No, no. Yo me encargo. Solo te avisaba para que lo supieras.
Juan, poco conforme con la dificultad de la prueba comenzó a meter sacudidas salvajemente y, aunque ella intentó detenerlo con su mano como pudo, no se detuvo hasta que Isabel se vio obligada a gemir. En mitad de esos gemidos Juan se corrió y la leche inundó la vagina de la toledana, como un surco en una granja el día de riego. El semen se desbordó y se mezcló con los abundantes fluidos vaginales de ella. Isabel percibió la corrida por los movimientos característicos de Juan y volvió a gemir ligeramente sin darse cuenta.
-¿Isa? ¿Estás bien? –preguntó José confuso.
-Sí –afirmó ella de inmediato, mientras rechinaba los dientes de furia -. Es que ya he empezado de nuevo con el yoga y me estoy forzando demasiado.
-Bien. Entonces hablemos luego, cuando llegue a casa. Yo estoy un poco liado ahora.
-De acuerdo. Te quiero, cariño –inmediatamente Isabel colgó sin ni siquiera pararse a escuchar las palabras de despedida de su marido.
Juan estalló en carcajadas por la morbosa situación, pero la toledana miró con desprecio a su amante y, tras posar la palma de ambos pies sobre el pecho de Juan, empujó con todas sus fuerzas. El hombre salió despedido y su risa se amortiguó en el aire para cambiar a un gesto de pánico. Un largo chingo de semen se formó en el aire cuando el pene salió bruscamente de la vagina, y manchó en su recorrido la cama y el suelo. Juan cayó bruscamente al piso de la sucia habitación y se escuchó un grito de dolor.
-Ya te dije que no volvieras a hacer eso –le recordó Isabel entre jadeos -. Odio cuando llamas a José para burlarte de él.
La toledana jadeó desnuda sobre la cama. Su piel estaba encharcada en sudor y su vagina no se podía ver porque lo tapaba un pegote grueso de semen blancuzco.
Juan se arrastró por el suelo y volvió a subir a la cama sin dejar de quejarse por el dolor. Avanzó hasta donde se encontraba Isabel y volvió a colocarse encima de ella. Buscó sus labios y se fundió en un beso con ella. Su lengua la penetró y la toledana la recibió en un abrazo de saliva y lujuria. Isabel le comió la boca a su amante con mayor intensidad a cada segundo, y con su mano izquierda le acarició la nuca con dulzura. El beso, sin embargo, no tenía nada de delicado ni refinado. Parecían dos cerdos devorando restos de fruta con frenesí, y por un momento parecía que se fueran a ahogar juntos. Isabel separó finalmente su boca de la de él generando un chasquido morboso que los incitó a apurar un segundo y, más corto, morreo intenso. Cuando la toledana retiró de nuevo su lengua lo hizo relamiéndole el labio inferior a Juan y no pudo impedir hacerlo mientras lo miraba con deseo.
La pareja de amantes se separó y se quedaron boca arriba mientras recobraban el aliento, satisfechos. Los minutos pasaron en silencio y, finalmente, Juan se volvió a reclinar y posó su mano sobre el seno derecho de ella. Acarició el pezón con delicadeza y luego se metió buena parte de la teta en la boca. Isabel bajó la vista y vio al lascivo pendenciero chupar como si le fuera la vida en ello.
-La semana que viene me iré a Tenerife para la despedida de soltera de mi hermana. Y estaré muy liada ayudando con lo de la boda hasta entonces -le informó ella en tono neutro -. Así que tardaremos un tiempo en volver a vernos.
Juan retiró la boca de la teta de ella antes de hablar.
-¿Vas a Tenerife a comerte buenos plátanos canarios? El cornudo va a ver muy aumentada su cornamenta -comentó él entre risas para luego volver a chupetear la teta.
-No voy a acostarme con nadie en Tenerife -aseguró ella. Juan volvió a retirar la boca, pero esta vez para poder reírse a moco tendido. Las estridentes carcajadas sonaban sarcásticas e hirientes, algo que molestó a Isabel -. ¡Cállate! No voy a darle a mi hermana esa imagen, ni a crearme esa reputación entre sus amigas.
Juan dejó de reírse entonces, aunque no abandonó el tono burlón.
-Pues este que está aquí necesita sexo. Así que si tardas en llamarme no te aseguro que no me vaya a ir con cualquiera.
Isabel lanzó un gemido de completa indiferencia.
-Me importa un rábano con quién te acuestes -aclaró para luego matizar -. Eso sí. Si no usas preservativo con las putas que visites no dejaré que me vuelvas a follar a pelo.
-Lo mismo digo.
-Yo no voy a eso a Tenerife -insistió ella.
-Sí, claro -espetó él con sarcasmo -. Eres más golfa que una perra en celo suelta en una carrera de galgos.
-Vete a la mierda -respondió la toledana con una mueca de asco.
Isabel se levantó de la cama como un resorte y Juan estiró el brazo para intentar evitar que se marchara. Sus dedos solo rozaron las sudadas nalgas de ella.
-Eh, espera -la llamó él -. Ya has dicho a tu marido que ibas a tardar más y si no nos vamos a ver en mucho tiempo quiero echar un par de polvos extra.
La toledana se metió en el baño sin contestar y cerró la puerta bruscamente de un portazo. No tardó demasiado tiempo en mirarse en el espejo, desnuda y con la teta derecha completamente babada, y preguntarse por qué seguía quedando con el idiota de Juan. Llegó a separar por completo el entorno laboral de su marido de su vida personal durante muchos años. Logró, con denotado esfuerzo, no volver a quedar con Patricio, el jefe de su marido. Y a pesar de sus repetidas insistencias, que duraron meses, se mantuvo firme en todas las ocasiones. Decidida a ser un buen ejemplo de esposa, madre y mujer a sus hijos. Entonces, puso la mano sobre su vientre y se la acarició con dulzura. Y encontró su respuesta.
Isabel escuchó los llantos inconsolables de Juan, que buscaban victimizarse con esa retorcida forma suya que tenía de disculparse. Ella sonrió sin poder evitarlo y se giró hacia la puerta moviendo las caderas con aire sensual. Y pensó que su amante tenía razón. Si iba a estar tanto tiempo sin verle le apetecía al menos dejarlo sin una gota en los huevos.
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