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Como siempre, podes escribirnos a dulces.placeres@live.com, te leemos
DEMASIADAS COINCIDENCIAS
El negocio del aserradero estaba muy arraigado en mi familia, un negocio que había pasado de generación en generación y que nos había permitido vivir con cierta holgura.
En la provincia de Misiones, donde todo es verde y se está pegado al sur de Brasil, lucrar con la madera es el negocio perfecto, y según los momentos monetarios de cada país, nos convenía trabajar para el mercado interno de Argentina o exportar al país vecino, y en el mejor de los casos, hacer un mix entre ambas posibilidades.
Pero los tiempos habían cambiado, el mundo había cambiado y en verdad yo no quería repetir la vida de mis padres, de mis abuelos y de mis bisabuelos, así que había empezado a estudiar algo de comercio y negocios empresariales, yo me veía a mi mismo haciendo algo distinto, quería dejar mi impronta, marcar mi huella.
Discutía mucho en el entorno familiar, con mi padre en especial, él no entendía mi punto de vista y decía algo así como 'donde estarás mejor que en este negocio familiar! el aserradero es nuestra vida! siempre lo ha sido!' y justamente, su fundamento es lo que yo quería cambiar.
Conocí en esos días de salidas a boliches con amigos a la que se convertiría en mi esposa. Matilde, una rubia de cabellos lacios y ojos claros, de piel blanca, muy bien formada, de raíces alemanas, muy normales en nuestra zona, ella es maestra de grados inferiores, le gustan los chicos y la docencia.
En nuestros primeros años de convivencia ella sabía todo de mi, de mis intenciones de cambiar de vida y yo sabía todo de ella, en especial su problemita de salud, el tema del asma la tenía de mal en peor y necesitaba tener siempre un puff a mano por cualquier emergencia, en la que un inoportuno ahogo ponía en riesgo su vida, y el clima de Misiones en exceso húmedo no ayudaba en nada a su bienestar.
Tomamos una decisión después de pensarlo mucho y en medio de marchas y contramarchas, optamos por escuchar los consejos médicos, Cordoba, las sierras, otro clima, donde pegaría un salto cualitativo su calidad de vida y por ende, yo podría hacer algo distinto a lo que hacía.
Y ahí fuimos con nuestras ilusiones bajo el brazo, un poco a ciegas, sin conocer, alquilamos un bonito departamento en forma provisoria hasta poder echar raíces.
En esos primeros años intenté sin éxito abrirme paso con mis gustos y mis emprendimientos, y hasta tuve que agachar la cabeza y pedirle a mi padre que me enviara monedas del aserradero para pasar el día a día.
Mejor suerte tuvo mi mujer, su salud mejoró ostensiblemente, se la veía muy contenta, con colores en su rostro, además había conseguido un par de cursos para dar clases y estaba muy bien remunerada.
Así llegaría a nuestras vidas Keira, al igual que mi mujer ella compartía la vocación de la enseñanza y primero fueron compañeras y luego amigas de trabajo.
Matilde me hablaba mucho de su amiga, era evidente que se llevaban muy bien, a veces solía imitarla en ese acento tan particular que tienen los cordobeses al hablar, un acento que nos sacaba muchas carcajadas, por su tono y por sus dichos tan ocurrentes como graciosos.
Yo sabía de ella solo por lo que mi mujer contaba, y también de Arturo, su marido.
Así, poco a poco, empezarían nuestras coincidencias, que ambas fueran maestras, que ambas compartieran curso, que ambas fueran compañeras y que ambas fueran amigas sería solo el comienzo.
Se nos terminaban los días de alquiler, y Keira le sugirió a Matilde un departamento que estaba disponible en el mismo complejo donde ellos vivían, varios departamentos internos en tres pisos, muy modernos, con todos los servicios, además, ella conocía a los dueños así que todo facilitó las cosas.
La conocí en esas primeras visitas a lo que sería nuestro nuevo hogar, Keira me impactó con su sonrisa natural, con su amabilidad y su desfachatez muy propia de todo cordobés.
Era muy alta, casi tan alta como yo, de largas piernas y largos brazos, estilizada, de pechos pequeños y planos, de piel cobriza, con una hermosa e interminable cabellera negra, que hacía resaltar sus cejas y sus ojos oscuros de mirar profundo.
Ese día, mientras hablaba codo a codo con mi mujer, y mientras estaban distraídas con su charla, me dediqué a observar con disimulo la forma en que se marcaban las costillas en su huesudo pecho y la escueta colita que se pintaba en un amplio pantalón gris de vestir.
En poco tiempo, nos acomodábamos en el nuevo lugar donde todo parecía ser perfecto, donde Matilde estaba cerca de su amiga, tal vez, el único ancla que teníamos a esa ciudad.
Y estando tan cerca, fue natural también que entrara en nuestra órbita Arturo, su esposo.
Arturo era carpintero de oficio, hacía amueblamientos para complejos habitacionales y era proveedor de un par de empresas constructoras, generalmente lo contrataban para hacer trabajos en serie, para esos edificios nuevos donde había que armar decenas de bajo mesadas y placares idénticos y en esas charlas del día a día salió el tema del aserradero familiar en Misiones, de mi falta de empleo, de posibilidades, tener un proveedor directo de madera, hicimos números, evaluamos conveniencias, hablé con mi padre y sin imaginarlo, sin quererlo, el destino me había colocado nuevamente en el punto de partida.
Éramos jóvenes y aventureros, recién pasábamos los treinta años promedio y solo todo se fue dando, pasaba mucho tiempo con mi socio de aventuras, lo acompañaba a las obras para tener mejor perspectiva de sus necesidades y poder ofrecerle alternativas, hicimos dinero, y las chicas eran inseparables, Arturo y Keira eran como nuestra familia, porque Córdoba estaba lejos de Misiones y no podíamos ver a nuestra familia de sangre con la asiduidad que hubiéramos querido hacerlo.
Y compartimos salidas, cenas, alguna noche de karaoke, o de boliches, hasta problemas, secretos y se hizo esa amistad tan cercana, tan intensa en la que todo empieza a mezclarse con todo. Alguna vez, en un baile cambiamos de parejas entre risas y tragos, alguna vez, Keira me confió algún secreto, alguna vez Matilde me dijo algo sobre mi socio de trabajo, alguna vez...
Y alguna vez habíamos ido al cine en pareja a ver alguna película de suspenso, el destino quiso que yo quedara entre mi esposa y ella, y en algún momento, en una escena de intriga, ella se aferró a mi mano apretándola con fuerza, la miré de reojo pero ella estaba con sus ojos enormes pegados a la pantalla con suma atención e intuí que no fue adrede, pero para mi fue suficiente para que latiera mi corazón con fuerza y sintiera vergüenza puesto que Matilde estaba al otro lado.
No sería mas que eso, incluso luego, cuando fuimos al patio de comidas, y comentamos como amigos las vivencias de la proyección que terminábamos de ver, pero sin dudas en esa inconciencia ella dejaba notar cosas que no diría públicamente.
Y siguieron esos juegos de miradas, de insinuaciones, de risas cómplices y alguna vez hablamos de sexualidad, de gustos, de permisos no concedidos y de infidelidades no realizadas, y algo que era notorio, en esas charlas, generalmente Keira y yo parecíamos estar de acuerdo en muchas cosas, y por el otro lado parecía suceder lo mismo con Arturo y mi esposa.
Esa noche empezaría como una reunión de negocios, teníamos que discutir una propuesta de expansión muy prometedora que tenía Arturo, y teníamos que ver si yo le podría proveer toda la materia prima en tiempo y forma a un costo razonable, y en caso de no ser posible evaluar alternativas.
Así que nos invitaron a comer a su departamento, nosotros vivíamos en segundo piso, ellos en planta baja y tenían la ventaja de contar con un pequeño jardín posterior con parrillero, además tenían un dos ambiente mucho mas grande que el nuestro.
Hicimos los que teníamos que hacer mientras las chicas no dejaba de parlotear en la cocina, ellas hablaban de su día a día en el colegio, de sus cosas, mientras preparaban un pollo al horno y mi mujer le ayudaba con todos los quehaceres.
Cenamos, charlamos, nos relajamos, bebimos una botella de vino, y otra mas, se respiraba seducción en el ambiente.
En algún punto Arturo sugirió brindar con un rico champagne, pero yo dije de preparar 'lemon champ', pero claro, no había helado de limón y tampoco una heladería cerca
Keira jamás bebía, era la única que había cenado con agua mineral, así que dijo de ir una escapada con el coche hasta la heladería mas cercana, y mi instinto de macho primitivo me hizo ofrecerme a acompañarla, con la excusa de que yo había sido el de la idea y que era demasiado tarde para que una chica anduviera sola dando vueltas.
Y así el destino me puso en el asiento de acompañantes de esa joven cordobesa, dejando a mi esposa y a mi socio en la soledad del apartamento.
Salimos en busca de ese helado de limón, recuerdo que Keira tenía un vestido negro negro profundo, tan negro y profundo como sus ojos, como sus cejas, como sus preciosos cabellos, ella conducía y yo la observaba llenándome de regocijo, sentada en el asiento el vestido se subía indiscretamente dejándome admirar sus bronceadas e interminables piernas, me llenaba con la excitación de su delgadez y me embriagaba con el aroma dulzón de su perfume, y estaba tan perdido en mi mismo que no pude notar que estaba siendo grosero con ella, hasta que la sentí recriminar
Por favor Carlos, deja de mirarme así... me estás poniendo nerviosa y no me puedo concentrar en el tránsito!
Perdón! - respondí sorprendido - no fue mi intención inco...
Incomodarte era la palabra, pero ella no me dejó terminar y habló sobre mis palabras
No, no me incomodas, al contrario, me halagas, y tus ojos despiertan en mi sentimientos que no puedo controlar
Un profundo silencio hizo evidente que no tenía respuestas para una declaración tan frontal como sorpresiva. La llegada a la heladería puso en pausa la charla y al regreso solo tratamos de no volver al tema.
Llegamos de regreso, entramos desentendidos al departamento, charlando, dejé el helado sobre la mesa y ella acomodó las llaves del coche en el llavero, fue por copas a la cocina y me percaté que parecíamos estar solos, apenas estaban flotando las palabras de Keira y las mías en el ambiente, presté atención, algo no estaba bien, fui con sigila hasta la puerta del patio y ahí estaba ellos, Arturo y Matilde, jamás nos habían sentido llegar, ambos de espaldas, lado a lado, mirando las estrellas y hablando en voz baja, vaya a saber que hablaban, pero Arturo la tenía muy aferrada a su lado por la cintura, en una forma muy pecaminosa, con su mano apoyada en forma descarada sobre el nacimiento del glúteo derecho de mi mujer, como casual, pero no era nada casual.
Me quedé paralizado, sin poder articular palabra, y no me molestó, por el contrario, hasta me pareció natural y sexi, solo dejé correr los segundos.
Tendría una nueva sorpresa, no la sentí llegar, pero por mis espaldas Keira pasó sus brazos bajo los míos aferrando mi pecho, lo hizo con tanta fuerza que pude sentir su huesuda consistencia por detrás y su cálido aliento en mi nuca, y en susurro gélido me dijo
Te gusta lo que ves? es sexi cierto, mi hombre, tu mujer, juntos, puedes imaginarlo?
Sentí una fuerte picazón entre mis piernas, era cierto, la loca idea de ver a mi mujer con otro hombre me excitaba de la misma manera que ese deseo reprimido que se llamaba Keira, giré sobre mi eje, frente a frente, era casi tan alta como yo, corrí los cabellos de su frente para ver el brillo de su rostro, la besé, la besé con todas esas ganas contenidas y ella se deshizo en mi boca, reculó unos pasos llevándome sobre uno de los sillones del comedor y ahora si, atentos a nuestros movimientos Arturo y Matilde advirtieron nuestra presencia, y al ver lo que hacíamos solo les daba seguridad para liberar al mismo tiempo los deseos contenidos.
Vinieron a un sillón contiguo al nuestro y las dos parejas cruzadas comenzamos en un deseado juego erótico y sexual.
Le saqué el vestido, ella no usaba sostén, solo un culote muy sexi, olía bien, me gustaba y me gustaba su delgadez pronunciada, sus pechos eran pequeños pero bien ubicados, la puse sobre mi, frente a frente, y estar sentado en el sillón me daba un rol dominante en el juego, porque yo podía ver al otro lado, donde Arturo se había arrodillado y la comía la conchita a mi mujer, esa conchita que tantas veces yo había chupado, Matilde me miraba y yo la miraba a ella, era todo muy caliente, baje por el cuello de mi amante y me centre en sus tetas, entraban casi por completo en mi boca, mis manos se llenaban recorriendo su piel y ella jadeaba en mis oídos acariciándome los cabellos.
Nos tomamos unos segundos en desnudarnos por completo, Keira acarició mi miembro duro y lo masturbó entre sus dedos, al otro lado, ellos nos imitaban y la situación de ver a mi mujer con otro lejos de molestarme me daba placer y era obvio que cada uno de los participantes estaban pasando por la misma situación.
Como todas las flacas, Keira tenía una concha enorme, profunda, con unos bellos prolijamente recortados casi al ras de su piel, ella también quería ver lo que hacía su esposo, por lo que prefirió acomodarse sobre mi, ahora dándome la espalda, sentándose sobre mi verga para comérsela toda, sus hermosos cabellos quedaron pegados a mi rostro y su perfume hechicero inundó mis fosas nasales.
Al otro lado, mi mujer ahora estaba arrodillada entre las piernas de Arturo, y le lamía la pija con esmero, eran todas nuevas sensaciones, estar con otra mujer, que mi mujer estuviera con otro hombre, todos juntos, todos mezclados, permisos no solicitados, concesiones otorgadas, todo parecía estar bien de nuestro lado, pero algo no funcionaba al otro.
No supe el motivo en ese momento, pero no resultó la química entre mi mujer y nuestro amigo, Arturo prefería mirar a participar, y me sorprendió que mi esposa viniera a nuestro lado para improvisar un trío, dejando a mi socio a corta distancia, sentado y masturbándose.
Matilde vino entre mis piernas, y en algún punto sacó mi pija de la concha de Keira y empezó a chupármela, lo hizo un buen rato para luego meterla nuevamente en el hueco de mi amante, vino mi lado y me besó profundamente en la boca.
Me perdí de lo que hacía Arturo a la distancia, no podía, no me interesaba, estaba con dos mujeres preciosas haciendo realidad una fantasía, fui por una, fui por otra, hicimos algunas locuras, cogí a una, a otra, y creo que lo mejor fue cuando me relajé y entre las dos compartieron mi verga, me la chuparon como nunca, una el tronco, la otra el glande, o las bolas, o lo pasaban de boca en boca, un rato cada una y en medio de tanta locura no pude retener demasiado mi eyaculación, llenando de semen el rostro de ambas, esposa y amiga, lo que provocó sendas carcajadas de ambas.
Con un nuevo amanecer había un cúmulo de sensaciones dando vueltas por el aire, seguía siendo mi esposa, seguía siendo su amiga, seguía siendo mi socio, pero ya no nos mirábamos de la misma manera, habíamos cruzado la línea, volvimos a repetirlo, y otra vez, y una mas.
Pero las cosas no funcionaban, al menos como yo imaginaba que debían funcionar, mis fantasías de que esas dos parejas cruzadas terminaran mezcladas en una cama en un todos contra todos, compartiendo todo, inventando poses y situaciones jamás sucederían. Tampoco se haría realidad mis deseos de ver a las chicas en situaciones lésbicas, muy propio de hombres, pero a pesar de sugerirlo a una y a otra, jamás pasaría, ni siquiera un beso de lenguas cruzado que me hubiera encantado ver.
Y lo peor vino por el lado de Arturo, casualmente él, empezó a incomodarse con el hecho de que yo me cogiera a su mujer y empezaron a aparecer roces, y ni siquiera nuestras charlas de hombre a hombre lo convencieron de seguir adelante, y lógicamente, Matilde se sumó a su lado, es que ella no obtenía nada a cambio en tríos improvisados y se sintió en desventaja, también empezaron los conflictos entre las chicas y tuvimos que suspender todo y dejarlo en recuerdos, antes que todo se nos volviera en contra.
Pero que pasaba con Keira, que pasaba conmigo?
La primera vez que lo hicimos en soledad, sin Arturo, sin Matilde, nos sentimos en la complicidad de esa primera infidelidad, ahora no debía enterarse su marido, no debía enterarse su mujer, y lo que había empezado como un juego de roles se había transformado en un amor paralelo, porque no lo habíamos buscado pero sentimos ese impulso inexplicable de seguir adelante, por nuestro lado, y cada vez que tocaba a Matilde pensaba en Keira, y cada vez que le hacía el amor a Matilde pensaba en Keira y Keira pasó a ser centro de mis pensamientos.
Hace poco tiempo atrás, ella me citó en un bar de medio pelo retirado de la ciudad, lejos de ojos indiscretos, Keira estaba hermosa, como siempre, con esos pantalones de vestir que tanto le dibujaban sus largas piernas, y sus impresionantes y renegridos cabellos que tanto me seducían, cubría su rostro con unos enormes anteojos de sol en color negro. Nos sentamos al fondo, disimulados, como tontos amantes, pedimos un par de gaseosas para pasar el tiempo
Ella se negaba a sacarse las gafas, era raro, insistí, y tras mi insistencia ella me dejó ver su rostro, tenía los ojos hinchados, me dijo que no podía más, el engaño a su esposo, la traición a su amiga, y el amor que sentía por mi.
Solo era demasiado, y teníamos que cortar nuestra relación, porque se había enamorado como nunca había pensado enamorarse pero ya no podía seguir adelante.
Sabía de que hablaba, podía ponerme en sus zapatos porque yo estaba en la misma situación, había perdido la cabeza por Keira y no podía mirar a los ojos a Matilde, ni a Arturo, y era correcto, terminar era lo más conveniente.
Teníamos que seguir adelante con los negocios, el aserradero, estaba entrando dinero como nunca antes, apreciaba a Arturo como a un amigo, ellos nos habían abierto las puertas, Keira y Matilde eran compañeras de trabajo, se veían la cara a cada momento, y solo no podíamos borrar todo por un amor imposible, no, no podíamos
Pague las bebidas, era el adiós, volveríamos a ser amigos, vecinos, casuales, distantes, ella estaba en colectivo, le dije si le pedía un taxi, o yo estaba en mi auto, podía alcanzarla donde quisiera, me dijo que la alcanzara unas cuadras...
Media hora después estábamos en un motel amándonos nuevamente
Al momento la historia sigue así, sin cerrar, sin resolver, entre tantas coincidencias conocí al amor verdadero
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El negocio del aserradero estaba muy arraigado en mi familia, un negocio que había pasado de generación en generación y que nos había permitido vivir con cierta holgura.
En la provincia de Misiones, donde todo es verde y se está pegado al sur de Brasil, lucrar con la madera es el negocio perfecto, y según los momentos monetarios de cada país, nos convenía trabajar para el mercado interno de Argentina o exportar al país vecino, y en el mejor de los casos, hacer un mix entre ambas posibilidades.
Pero los tiempos habían cambiado, el mundo había cambiado y en verdad yo no quería repetir la vida de mis padres, de mis abuelos y de mis bisabuelos, así que había empezado a estudiar algo de comercio y negocios empresariales, yo me veía a mi mismo haciendo algo distinto, quería dejar mi impronta, marcar mi huella.
Discutía mucho en el entorno familiar, con mi padre en especial, él no entendía mi punto de vista y decía algo así como 'donde estarás mejor que en este negocio familiar! el aserradero es nuestra vida! siempre lo ha sido!' y justamente, su fundamento es lo que yo quería cambiar.
Conocí en esos días de salidas a boliches con amigos a la que se convertiría en mi esposa. Matilde, una rubia de cabellos lacios y ojos claros, de piel blanca, muy bien formada, de raíces alemanas, muy normales en nuestra zona, ella es maestra de grados inferiores, le gustan los chicos y la docencia.
En nuestros primeros años de convivencia ella sabía todo de mi, de mis intenciones de cambiar de vida y yo sabía todo de ella, en especial su problemita de salud, el tema del asma la tenía de mal en peor y necesitaba tener siempre un puff a mano por cualquier emergencia, en la que un inoportuno ahogo ponía en riesgo su vida, y el clima de Misiones en exceso húmedo no ayudaba en nada a su bienestar.
Tomamos una decisión después de pensarlo mucho y en medio de marchas y contramarchas, optamos por escuchar los consejos médicos, Cordoba, las sierras, otro clima, donde pegaría un salto cualitativo su calidad de vida y por ende, yo podría hacer algo distinto a lo que hacía.
Y ahí fuimos con nuestras ilusiones bajo el brazo, un poco a ciegas, sin conocer, alquilamos un bonito departamento en forma provisoria hasta poder echar raíces.
En esos primeros años intenté sin éxito abrirme paso con mis gustos y mis emprendimientos, y hasta tuve que agachar la cabeza y pedirle a mi padre que me enviara monedas del aserradero para pasar el día a día.
Mejor suerte tuvo mi mujer, su salud mejoró ostensiblemente, se la veía muy contenta, con colores en su rostro, además había conseguido un par de cursos para dar clases y estaba muy bien remunerada.
Así llegaría a nuestras vidas Keira, al igual que mi mujer ella compartía la vocación de la enseñanza y primero fueron compañeras y luego amigas de trabajo.
Matilde me hablaba mucho de su amiga, era evidente que se llevaban muy bien, a veces solía imitarla en ese acento tan particular que tienen los cordobeses al hablar, un acento que nos sacaba muchas carcajadas, por su tono y por sus dichos tan ocurrentes como graciosos.
Yo sabía de ella solo por lo que mi mujer contaba, y también de Arturo, su marido.
Así, poco a poco, empezarían nuestras coincidencias, que ambas fueran maestras, que ambas compartieran curso, que ambas fueran compañeras y que ambas fueran amigas sería solo el comienzo.
Se nos terminaban los días de alquiler, y Keira le sugirió a Matilde un departamento que estaba disponible en el mismo complejo donde ellos vivían, varios departamentos internos en tres pisos, muy modernos, con todos los servicios, además, ella conocía a los dueños así que todo facilitó las cosas.
La conocí en esas primeras visitas a lo que sería nuestro nuevo hogar, Keira me impactó con su sonrisa natural, con su amabilidad y su desfachatez muy propia de todo cordobés.
Era muy alta, casi tan alta como yo, de largas piernas y largos brazos, estilizada, de pechos pequeños y planos, de piel cobriza, con una hermosa e interminable cabellera negra, que hacía resaltar sus cejas y sus ojos oscuros de mirar profundo.
Ese día, mientras hablaba codo a codo con mi mujer, y mientras estaban distraídas con su charla, me dediqué a observar con disimulo la forma en que se marcaban las costillas en su huesudo pecho y la escueta colita que se pintaba en un amplio pantalón gris de vestir.
En poco tiempo, nos acomodábamos en el nuevo lugar donde todo parecía ser perfecto, donde Matilde estaba cerca de su amiga, tal vez, el único ancla que teníamos a esa ciudad.
Y estando tan cerca, fue natural también que entrara en nuestra órbita Arturo, su esposo.
Arturo era carpintero de oficio, hacía amueblamientos para complejos habitacionales y era proveedor de un par de empresas constructoras, generalmente lo contrataban para hacer trabajos en serie, para esos edificios nuevos donde había que armar decenas de bajo mesadas y placares idénticos y en esas charlas del día a día salió el tema del aserradero familiar en Misiones, de mi falta de empleo, de posibilidades, tener un proveedor directo de madera, hicimos números, evaluamos conveniencias, hablé con mi padre y sin imaginarlo, sin quererlo, el destino me había colocado nuevamente en el punto de partida.
Éramos jóvenes y aventureros, recién pasábamos los treinta años promedio y solo todo se fue dando, pasaba mucho tiempo con mi socio de aventuras, lo acompañaba a las obras para tener mejor perspectiva de sus necesidades y poder ofrecerle alternativas, hicimos dinero, y las chicas eran inseparables, Arturo y Keira eran como nuestra familia, porque Córdoba estaba lejos de Misiones y no podíamos ver a nuestra familia de sangre con la asiduidad que hubiéramos querido hacerlo.
Y compartimos salidas, cenas, alguna noche de karaoke, o de boliches, hasta problemas, secretos y se hizo esa amistad tan cercana, tan intensa en la que todo empieza a mezclarse con todo. Alguna vez, en un baile cambiamos de parejas entre risas y tragos, alguna vez, Keira me confió algún secreto, alguna vez Matilde me dijo algo sobre mi socio de trabajo, alguna vez...
Y alguna vez habíamos ido al cine en pareja a ver alguna película de suspenso, el destino quiso que yo quedara entre mi esposa y ella, y en algún momento, en una escena de intriga, ella se aferró a mi mano apretándola con fuerza, la miré de reojo pero ella estaba con sus ojos enormes pegados a la pantalla con suma atención e intuí que no fue adrede, pero para mi fue suficiente para que latiera mi corazón con fuerza y sintiera vergüenza puesto que Matilde estaba al otro lado.
No sería mas que eso, incluso luego, cuando fuimos al patio de comidas, y comentamos como amigos las vivencias de la proyección que terminábamos de ver, pero sin dudas en esa inconciencia ella dejaba notar cosas que no diría públicamente.
Y siguieron esos juegos de miradas, de insinuaciones, de risas cómplices y alguna vez hablamos de sexualidad, de gustos, de permisos no concedidos y de infidelidades no realizadas, y algo que era notorio, en esas charlas, generalmente Keira y yo parecíamos estar de acuerdo en muchas cosas, y por el otro lado parecía suceder lo mismo con Arturo y mi esposa.
Esa noche empezaría como una reunión de negocios, teníamos que discutir una propuesta de expansión muy prometedora que tenía Arturo, y teníamos que ver si yo le podría proveer toda la materia prima en tiempo y forma a un costo razonable, y en caso de no ser posible evaluar alternativas.
Así que nos invitaron a comer a su departamento, nosotros vivíamos en segundo piso, ellos en planta baja y tenían la ventaja de contar con un pequeño jardín posterior con parrillero, además tenían un dos ambiente mucho mas grande que el nuestro.
Hicimos los que teníamos que hacer mientras las chicas no dejaba de parlotear en la cocina, ellas hablaban de su día a día en el colegio, de sus cosas, mientras preparaban un pollo al horno y mi mujer le ayudaba con todos los quehaceres.
Cenamos, charlamos, nos relajamos, bebimos una botella de vino, y otra mas, se respiraba seducción en el ambiente.
En algún punto Arturo sugirió brindar con un rico champagne, pero yo dije de preparar 'lemon champ', pero claro, no había helado de limón y tampoco una heladería cerca
Keira jamás bebía, era la única que había cenado con agua mineral, así que dijo de ir una escapada con el coche hasta la heladería mas cercana, y mi instinto de macho primitivo me hizo ofrecerme a acompañarla, con la excusa de que yo había sido el de la idea y que era demasiado tarde para que una chica anduviera sola dando vueltas.
Y así el destino me puso en el asiento de acompañantes de esa joven cordobesa, dejando a mi esposa y a mi socio en la soledad del apartamento.
Salimos en busca de ese helado de limón, recuerdo que Keira tenía un vestido negro negro profundo, tan negro y profundo como sus ojos, como sus cejas, como sus preciosos cabellos, ella conducía y yo la observaba llenándome de regocijo, sentada en el asiento el vestido se subía indiscretamente dejándome admirar sus bronceadas e interminables piernas, me llenaba con la excitación de su delgadez y me embriagaba con el aroma dulzón de su perfume, y estaba tan perdido en mi mismo que no pude notar que estaba siendo grosero con ella, hasta que la sentí recriminar
Por favor Carlos, deja de mirarme así... me estás poniendo nerviosa y no me puedo concentrar en el tránsito!
Perdón! - respondí sorprendido - no fue mi intención inco...
Incomodarte era la palabra, pero ella no me dejó terminar y habló sobre mis palabras
No, no me incomodas, al contrario, me halagas, y tus ojos despiertan en mi sentimientos que no puedo controlar
Un profundo silencio hizo evidente que no tenía respuestas para una declaración tan frontal como sorpresiva. La llegada a la heladería puso en pausa la charla y al regreso solo tratamos de no volver al tema.
Llegamos de regreso, entramos desentendidos al departamento, charlando, dejé el helado sobre la mesa y ella acomodó las llaves del coche en el llavero, fue por copas a la cocina y me percaté que parecíamos estar solos, apenas estaban flotando las palabras de Keira y las mías en el ambiente, presté atención, algo no estaba bien, fui con sigila hasta la puerta del patio y ahí estaba ellos, Arturo y Matilde, jamás nos habían sentido llegar, ambos de espaldas, lado a lado, mirando las estrellas y hablando en voz baja, vaya a saber que hablaban, pero Arturo la tenía muy aferrada a su lado por la cintura, en una forma muy pecaminosa, con su mano apoyada en forma descarada sobre el nacimiento del glúteo derecho de mi mujer, como casual, pero no era nada casual.
Me quedé paralizado, sin poder articular palabra, y no me molestó, por el contrario, hasta me pareció natural y sexi, solo dejé correr los segundos.
Tendría una nueva sorpresa, no la sentí llegar, pero por mis espaldas Keira pasó sus brazos bajo los míos aferrando mi pecho, lo hizo con tanta fuerza que pude sentir su huesuda consistencia por detrás y su cálido aliento en mi nuca, y en susurro gélido me dijo
Te gusta lo que ves? es sexi cierto, mi hombre, tu mujer, juntos, puedes imaginarlo?
Sentí una fuerte picazón entre mis piernas, era cierto, la loca idea de ver a mi mujer con otro hombre me excitaba de la misma manera que ese deseo reprimido que se llamaba Keira, giré sobre mi eje, frente a frente, era casi tan alta como yo, corrí los cabellos de su frente para ver el brillo de su rostro, la besé, la besé con todas esas ganas contenidas y ella se deshizo en mi boca, reculó unos pasos llevándome sobre uno de los sillones del comedor y ahora si, atentos a nuestros movimientos Arturo y Matilde advirtieron nuestra presencia, y al ver lo que hacíamos solo les daba seguridad para liberar al mismo tiempo los deseos contenidos.
Vinieron a un sillón contiguo al nuestro y las dos parejas cruzadas comenzamos en un deseado juego erótico y sexual.
Le saqué el vestido, ella no usaba sostén, solo un culote muy sexi, olía bien, me gustaba y me gustaba su delgadez pronunciada, sus pechos eran pequeños pero bien ubicados, la puse sobre mi, frente a frente, y estar sentado en el sillón me daba un rol dominante en el juego, porque yo podía ver al otro lado, donde Arturo se había arrodillado y la comía la conchita a mi mujer, esa conchita que tantas veces yo había chupado, Matilde me miraba y yo la miraba a ella, era todo muy caliente, baje por el cuello de mi amante y me centre en sus tetas, entraban casi por completo en mi boca, mis manos se llenaban recorriendo su piel y ella jadeaba en mis oídos acariciándome los cabellos.
Nos tomamos unos segundos en desnudarnos por completo, Keira acarició mi miembro duro y lo masturbó entre sus dedos, al otro lado, ellos nos imitaban y la situación de ver a mi mujer con otro lejos de molestarme me daba placer y era obvio que cada uno de los participantes estaban pasando por la misma situación.
Como todas las flacas, Keira tenía una concha enorme, profunda, con unos bellos prolijamente recortados casi al ras de su piel, ella también quería ver lo que hacía su esposo, por lo que prefirió acomodarse sobre mi, ahora dándome la espalda, sentándose sobre mi verga para comérsela toda, sus hermosos cabellos quedaron pegados a mi rostro y su perfume hechicero inundó mis fosas nasales.
Al otro lado, mi mujer ahora estaba arrodillada entre las piernas de Arturo, y le lamía la pija con esmero, eran todas nuevas sensaciones, estar con otra mujer, que mi mujer estuviera con otro hombre, todos juntos, todos mezclados, permisos no solicitados, concesiones otorgadas, todo parecía estar bien de nuestro lado, pero algo no funcionaba al otro.
No supe el motivo en ese momento, pero no resultó la química entre mi mujer y nuestro amigo, Arturo prefería mirar a participar, y me sorprendió que mi esposa viniera a nuestro lado para improvisar un trío, dejando a mi socio a corta distancia, sentado y masturbándose.
Matilde vino entre mis piernas, y en algún punto sacó mi pija de la concha de Keira y empezó a chupármela, lo hizo un buen rato para luego meterla nuevamente en el hueco de mi amante, vino mi lado y me besó profundamente en la boca.
Me perdí de lo que hacía Arturo a la distancia, no podía, no me interesaba, estaba con dos mujeres preciosas haciendo realidad una fantasía, fui por una, fui por otra, hicimos algunas locuras, cogí a una, a otra, y creo que lo mejor fue cuando me relajé y entre las dos compartieron mi verga, me la chuparon como nunca, una el tronco, la otra el glande, o las bolas, o lo pasaban de boca en boca, un rato cada una y en medio de tanta locura no pude retener demasiado mi eyaculación, llenando de semen el rostro de ambas, esposa y amiga, lo que provocó sendas carcajadas de ambas.
Con un nuevo amanecer había un cúmulo de sensaciones dando vueltas por el aire, seguía siendo mi esposa, seguía siendo su amiga, seguía siendo mi socio, pero ya no nos mirábamos de la misma manera, habíamos cruzado la línea, volvimos a repetirlo, y otra vez, y una mas.
Pero las cosas no funcionaban, al menos como yo imaginaba que debían funcionar, mis fantasías de que esas dos parejas cruzadas terminaran mezcladas en una cama en un todos contra todos, compartiendo todo, inventando poses y situaciones jamás sucederían. Tampoco se haría realidad mis deseos de ver a las chicas en situaciones lésbicas, muy propio de hombres, pero a pesar de sugerirlo a una y a otra, jamás pasaría, ni siquiera un beso de lenguas cruzado que me hubiera encantado ver.
Y lo peor vino por el lado de Arturo, casualmente él, empezó a incomodarse con el hecho de que yo me cogiera a su mujer y empezaron a aparecer roces, y ni siquiera nuestras charlas de hombre a hombre lo convencieron de seguir adelante, y lógicamente, Matilde se sumó a su lado, es que ella no obtenía nada a cambio en tríos improvisados y se sintió en desventaja, también empezaron los conflictos entre las chicas y tuvimos que suspender todo y dejarlo en recuerdos, antes que todo se nos volviera en contra.
Pero que pasaba con Keira, que pasaba conmigo?
La primera vez que lo hicimos en soledad, sin Arturo, sin Matilde, nos sentimos en la complicidad de esa primera infidelidad, ahora no debía enterarse su marido, no debía enterarse su mujer, y lo que había empezado como un juego de roles se había transformado en un amor paralelo, porque no lo habíamos buscado pero sentimos ese impulso inexplicable de seguir adelante, por nuestro lado, y cada vez que tocaba a Matilde pensaba en Keira, y cada vez que le hacía el amor a Matilde pensaba en Keira y Keira pasó a ser centro de mis pensamientos.
Hace poco tiempo atrás, ella me citó en un bar de medio pelo retirado de la ciudad, lejos de ojos indiscretos, Keira estaba hermosa, como siempre, con esos pantalones de vestir que tanto le dibujaban sus largas piernas, y sus impresionantes y renegridos cabellos que tanto me seducían, cubría su rostro con unos enormes anteojos de sol en color negro. Nos sentamos al fondo, disimulados, como tontos amantes, pedimos un par de gaseosas para pasar el tiempo
Ella se negaba a sacarse las gafas, era raro, insistí, y tras mi insistencia ella me dejó ver su rostro, tenía los ojos hinchados, me dijo que no podía más, el engaño a su esposo, la traición a su amiga, y el amor que sentía por mi.
Solo era demasiado, y teníamos que cortar nuestra relación, porque se había enamorado como nunca había pensado enamorarse pero ya no podía seguir adelante.
Sabía de que hablaba, podía ponerme en sus zapatos porque yo estaba en la misma situación, había perdido la cabeza por Keira y no podía mirar a los ojos a Matilde, ni a Arturo, y era correcto, terminar era lo más conveniente.
Teníamos que seguir adelante con los negocios, el aserradero, estaba entrando dinero como nunca antes, apreciaba a Arturo como a un amigo, ellos nos habían abierto las puertas, Keira y Matilde eran compañeras de trabajo, se veían la cara a cada momento, y solo no podíamos borrar todo por un amor imposible, no, no podíamos
Pague las bebidas, era el adiós, volveríamos a ser amigos, vecinos, casuales, distantes, ella estaba en colectivo, le dije si le pedía un taxi, o yo estaba en mi auto, podía alcanzarla donde quisiera, me dijo que la alcanzara unas cuadras...
Media hora después estábamos en un motel amándonos nuevamente
Al momento la historia sigue así, sin cerrar, sin resolver, entre tantas coincidencias conocí al amor verdadero
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