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Mi Vecino Superdotado [01].

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Mi Vecino Superdotado [01].



Capítulo 01.

Mucho Ruido.


Silvana Da Costa dio inicio a su rutina como cada mañana. Debía comenzar el día tendiendo su cama, no era capaz de abandonar el cuarto hasta no ver las sábanas en su lugar. Luego se desnudó, como hacía calor esa noche había dormido solo con una bombacha blanca y una remera vieja. No se sentía cómoda usando pijama, ni siquiera en invierno.
Una ducha fresca la ayudó a despejar su mente, aún adormilada. Cuando procedió a lavarse los dientes insultó por lo bajo a Renzo, su novio, quien una vez más se había olvidado de tapar el dentífrico.
—Ahora está seco… claro, como este pelotudo no tiene que usarlo todos los días…
Le encanta que su novio se quede a dormir; pero le gustaría que fuera más considerado con esos detalles que para ella eran importantes. 
Luchó con la punta reseca del dentífrico y al fin pudo sacar un poco de pasta utilizable. Se lavó los dientes con más rapidez de lo habitual porque sentía que había perdido preciosos segundos. Aún tenía que vestirse para ir a trabajar. Al desayuno lo consumiría en su oficina, de esa forma no perdería el tiempo preparándolo. 
En cuatro años de trabajo aprendió a amigarse con la rutina, le brinda seguridad y estabilidad. La rutina es su amiga.  
Su uniforme de oficina consiste en una sencilla camisa blanca, una pollera gris ceñida al cuerpo y tacos. No le gusta la forma en que los tacos le levantan la cola, piensa que la hace parecer vulgar y atrae demasiadas miradas, más de las que a ella le gusta recibir; pero es “política de la empresa” que las mujeres usen tacos en la oficina… quién sabe por qué. A Silvana le parece una medida arcaica… y un tanto sexista. Aunque por lo buena que es la paga, ninguna empleada se queja, ni siquiera ella.
Al salir del edificio tuvo que aguantar las miradas inquisitivas del portero, un tipo regordete y pelado que era consciente de la belleza de Silvana. Una mujer de tez morena “Tengo un bronceado natural —solía decir ella—. No necesito tomar sol”; de impactantes ojos verdes “Herencia de mi abuela Brigitte”; antes de bajar por el ascensor tuvo que pasar varios minutos secando su melena negra, la cual se niega a cortar, porque le gusta sentirse como una leona, piensa que eso intimida a los hombres; además cuenta con unas curvas sutiles, pero llamativas “A veces demasiado llamativas”; y esas piernas… el portero acompañó con la mirada cada paso que dio Silvana. Tenía puestas medias de nylon y ella ya podía sentir que el pelado se estaba imaginando cómo se vería ella sin esa pollera.
—¿Pasa algo que mira tanto, Osvaldo? 
—Em… disculpe señorita Da Costa… —las mejillas del tipo se pusieron rojas—. Sus medias están rotas.
—¿Qué? —Miró su pantorrilla y efectivamente…—. La puta madre, se me corrieron las medias. La concha de mi hermana. Voy a llegar tarde.
Tuvo que subir otra vez por el ascensor, cambiarse las medias y someterse una vez más al escrutinio minucioso de Osvaldo. 
Sí, el portero le molesta; pero incluso él es parte de su rutina. Prefiere verlo ahí cada mañana antes que no verlo. Por extraño que parezca, si Osvaldo no está allí, ella sale a la calle con la incómoda sensación de que algo malo va a pasar. Y aunque nunca ocurra algo malo, la sensación la acompaña durante el resto del día.
A pesar de los pequeños imprevistos con el dentífrico y las medias, Silvana consiguió llegar a tiempo a su trabajo. Eso le brindó un poco de tranquilidad. En la oficina no suele haber sorpresas, el trabajo es el mismo todos los días… y eso está bien.

—----------

Luego de una larga y monótona jornada de trabajo, regresó a su casa. Con años de esfuerzo y el nuevo cargo en la oficina, Silvana había podido comprar un Fiat Cronos color gris, era uno de los modelos más económicos del mercado; pero ella estaba orgullosa de ese auto, porque había podido comprarlo cero kilómetro.
Estaba harta de hacer el trayecto desde Belgrano (donde estaba ubicada la oficina) hasta Caballito (donde vivía ella) usando el transporte público. Y sí, las calles de Buenos Aires son un infierno para conducir en hora pico, pero estar dentro de su auto ya la hacía sentir como en casa. 
Subió por el ascensor, el trayecto de diecinueve pisos hasta su departamento ya no le resultaba tan tedioso como antes. Se dio una rápida ducha, se puso ropa deportiva y bajó otra vez. 
Parte de la rutina diaria de Silvana incluye salir a correr durante unos minutos todos los días al regresar del trabajo, y no tiene excusas para no hacerlo (a menos que esté lloviendo) porque vive a tan solo media cuadra del Parque Rivadavia. 
Al salir le resultó raro no ver a Osvaldo, él casi nunca se perdía el espectáculo que brindaba Silvana usando un escotado top deportivo y calzas tan ajustadas que parecían pintadas. 
“Al menos zafé esta vez —pensó—. Pero a la vuelta me lo voy a encontrar. Eso sí que no se lo pierde nunca”.
Silvana era consciente de que uno de los pasatiempos predilectos de Osvaldo era desnudarla con la mirada, algo a lo que, extrañamente, también se estaba acostumbrando. Le molestaba, sí… pero no tanto como antes. Ya se había resignado. No podía hacer nada para evitar que el portero del edificio se deleitara con su figura, al fin y al cabo el tipo siempre está ahí, en el hall de entrada. 
Tal y como ella se lo había imaginado, al regresar vio a Osvaldo de pie en la vereda del edificio y como de costumbre miró con mal disimulo cómo los redondos y macizos pechos de Silvana subían y bajaban al compás de la agitada respiración. Además por ellos corrían pequeñas perlitas de sudor, haciendo el espectáculo aún más llamativo. 
Sin embargo esta vez, junto a Osvaldo, se encontró con una escena poco habitual, pero no la alarmó demasiado. Un camión de mudanza no es algo tan extraño, la gente viene y se va del edificio con cierta frecuencia.
Como los muebles estaban entrando, supo que se trataba de algún nuevo inquilino.
—¿Gente nueva en el edificio? —Le preguntó a Osvaldo, que estaba barriendo la vereda como hacía, religiosamente, al mismo horario que Silvana, casualmente, volvía de correr. 
—Así es, señorita Da Costa. Va a tener un nuevo vecino —esto sí la puso en alerta.
—¿Yo?
—Sí. Es un nuevo inquilino del piso diecinueve. Va a ocupar el departamento junto al suyo. 
Ese departamento estuvo vacío durante meses y creyó que se quedaría así por lo menos un año más. 
—Espero que no sea una familia con perro y chicos molestos.
—Ah, no… este no es el caso —los ojos de Osvaldo recorrieron toda la silueta de Silvana, deteniéndose en sus pronunciadas caderas. Ella sabía que al pasar, el portero le miraría fijamente el culo durante una fracción de segundo. Nunca lo había sorprendido haciéndolo, pero estaba segura de que él lo hacía. Podía sentirlo. En esta ocasión Osvaldo la miró con más de descaro de lo habitual y hasta se permitió levantar las cejas mientras sonreía. Silvana se aguantó la bronca solo porque quería saber más sobre su nuevo vecino—. Por lo que escuché se trata de un hombre soltero, sin mascota. 
—Ah, bueno… eso me deja un poco más tranquila. 
En el ascensor se encontró con un pendejo retacón de espalda ancha que tenía un par de cajas. Ella se quejó diciéndole: “La mudanza se hace por el ascensor de servicio”, y el pibe se excusó diciendo que eran cosas frágiles y el otro ascensor ya estaba lleno, le dieron órdenes de subirlo por ahí.
A Silvana le molestó mucho que no se respetaran las normas del edificio pero lo que más le molestó es que este pendejo se paró detrás de ella y estuvo mirándole el culo durante todo el trayecto hasta el piso diecinueve. Ella pudo ver claramente, por los espejos laterales, que el pibe no le sacó los ojos de encima ni por un segundo. Se lamentó de tener puesta una calza tan ajustada.
Cuando esta incómoda situación terminó y por fin pudo volver a su departamento, se duchó, por tercera vez en el día. Se sentía sucia, sudada y pegajosa. Era algo que simplemente no podía soportar. 

—----------

Un par de días más tarde Silvana invitó a Renzo, su novio, a comer unas milanesas con puré caseras que ella había preparado con mucho entusiasmo. Esperaba una velada tranquila: cena, una copita de vino, una ducha en pareja y algo de sexo rápido antes de dormir. No pretendía acostarse muy tarde porque al otro día tenía que trabajar. Lo que no esperaba era tener que ir a la cama con mal humor. 
Mientras esperaba que la comida estuviera lista, Renzo se puso a jugar al League of Legends en la computadora de escritorio que Silvana tiene en su living. Ella sabe que su novio aprovecha a usarla porque “tu compu es mucho mejor que la mía, Silvi”. Cómo detesta que su novio le diga “Silvi”. Renzo se la pasa diciendo que en la compu de Silvana el juego funciona a la perfección y “con una alta tasa de fps, amor”, lo que sea que eso signifique. 
El problema no fue que Renzo jugara con la compu, sino que lo hiciera en el preciso momento en que Silvana sirvió las milanesas con puré en la mesa.
—Ya voy, amor —le dijo él, sin apartar la mirada de la pantalla—, es que recién empiezo una nueva partida.
—Bueno, podés cerrarla…
—No, no puedo… es una partida clasificatoria. Si salgo ahora me van a penalizar.
—Pues qué mal… porque la comida ya está lista y no pienso recalentarla.
—Son unos minutos, nada más…
La susodicha partida se extendió durante cincuenta minutos. Silvana comió sola, masticando con bronca y malhumor, y el resto de la comida se enfrió. 
—Uf, ahora sí… a comer… —dijo Renzo, cuando se puso de pie—. Perdimos y lo único que me puede poner de buen humor son tus milanesas.
—Ok, muy bien. Las comerás en tu casa, porque yo me voy a dormir.
Le entregó a su novio un taper con la comida sobrante, solo porque se apiadó de él. Sabía que Renzo terminaría cenando galletitas dulces o algo así si ella no le daba las milanesas.
—Pero, amor… yo…
—Nada de amor ni de disculpas. Andá a tu casa Renzo, si no querés que terminemos discutiendo. Te invité a comer, trabajé todo el día y te hice milanesas caseras y vos te quedaste con ese puto jueguito todo el tiempo. Te vas a tu casa, porque yo mañana tengo que trabajar.
Renzo abrió la boca para iniciar su defensa, pero la mirada asesina de su novia lo disuadió. Sabía que discutir con ella solo empeoraba las cosas y de nada serviría explicarle por enésima vez las consecuencias negativas de abandonar una partida clasificatoria en League of Legends. Resignado agarró el taper con las milanesas y se fue a su casa.
Silvana se desnudó y se metió debajo de la ducha. No permitiría que una absurda discusión con su novio le arruinara el día… pero… “Qué bronca, la puta madre… ¿este pelotudo no sabe lo que tardé en hacer esas putas milanesas?”  
Luego de ducharse se puso una tanga color negro y una camiseta blanca que alguna vez perteneció a Renzo y le quedaba grande. Era muy cómoda para dormir.
Cerró los ojos e intentó conciliar el sueño. “Mañana será otro día”, se dijo a sí misma. Tenía que trabajar, pero eso no le molestaba. El trabajo era parte de su plan, y siempre y cuando las cosas no se complicaran en la oficina, podía lidiar con eso. Sus párpados se volvieron muy pesados, la temperatura era agradable, y el murmullo de los autos en la calle le llegaba de lejos, algo a lo que ya se había acostumbrado. Estaba cayendo en los brazos de Morfeo, y de ponto…
¡Paf! 
¡Paf! ¡Paf!
¡Ay, sí… así… así!
¡Paf! ¡Paf! ¡Paf! 
¡Fuerte… así! ¡Aahhh!
¡Paf! ¡Paf! ¡Paf! 
¿Pero qué carajo está pasando?”, Silvana se sentó en la cama y miró hacia la oscuridad. 
¡Paf! ¡Paf! ¡Ay, sí… así! ¡Paf! ¡Paf!
El golpeteo era constante y resonaba como si estuviera ocurriendo dentro de su habitación. Encendió el velador y salió de la cama rápidamente. Miró la pared en la que se apoyaba su cama.
¡Paf! ¡Paf! ¡Paf! 
Era como si alguien estuviera golpeando la pared con un mazo de madera…
¡Ay, sí… dame duro!
…y una mujer recibiera esos golpes, algo que parecía complacerla mucho.
Silvana estaba confundida, porque había estado muy cerca de quedarse dormida. Su cerebro tardó unos segundos en llegar a la única conclusión lógica: sus vecinos estaban cogiendo.
Esto no lo puedo permitir”, se dijo a sí misma. No le importaba en absoluto la vida sexual de sus vecinos; pero era imposible dormir con tanto ruido… y al otro día ella tenía que trabajar.
Silvana salió de su departamento dando fuertes talonazos al piso alfombrado. El pasillo estaba desierto, tan solo había cuatro puertas. La de su departamento, la de una amable señora que vivía sola (justo frente a Silvana) y a su lado vivía una pareja de recién casados. Frente a ellos estaba la puerta del nuevo y ruidoso vecino. Sí, justo al lado del departamento de Silvana. 
Tocó timbre, colérica, y aguardó mientras caminaba de un lado a otro, como un tigre enjaulado. Volvió a tocar el timbre y apenas unos segundos más tarde presionó el botón por tercera vez. Quería dejar bien en claro su molestia, por lo que se preparó para pulsarlo una cuarta vez; pero la puerta se abrió. 
Silvana se quedó anonadada, la mandíbula casi se le cayó al piso. Frente a ella apareció un gigante de piel tan oscura como el ébano. Debía medir un metro noventa, con toda facilidad. Ella debía levantar la cabeza para poder mirarlo a los ojos. El hombre tenía el pelo corto y rapado a los lados, le sonreía con simpatía. Estaba completamente desnudo y cubría sus vergüenzas con un toallón blanco. 
—Hola ¿En qué puedo ayudarla? —Preguntó el hombre en perfecto castellano, aunque había un acento extraño que evidenciaba que no estaba hablando su lengua natural.
—Em… hola… —la rabia efervescente de Silvana se vio disipada al instante. Hasta se sintió una imbécil por haberle tocado tantas veces el timbre a su nuevo vecino—. Yo soy Silvana, vivo en el departamento de al lado. Este… —ella no pudo dejar de notar los definidos pectorales de ese hombre, estaban cubiertos con sudor y brillaban con la luz del pasillo—. Disculpá que te moleste, pero… emm… estás haciendo un poco de ruido. Mi cama está justo del otro lado y escucho todo…
—Uy, te pido disculpas. No me di cuenta…
El hombre siguió excusándose pero Silvana no escuchó el resto de las palabras. Ella se quedó boquiabierta cuando bajó la mirada y se encontró con algo ancho que sobresalía por encima de la toalla. Al parecer el tipo no se dio cuenta de que esa toalla era demasiado pequeña para su corpulenta anatomía y eso que asomaba solo podía ser… ¿su pene? 
Si bien Silvana solo estaba viendo el comienzo de ese miembro, no podía dar crédito a sus ojos. ¿Qué tan grande debía de ser ese pene para que la base fuera así de ancha? Cuando levantó la mirada se encontró con que ese sujeto le estaba mirando las piernas. Se sintió una estúpida. Había salido de su casa en ropa interior. Por suerte la camiseta alcanzaba a cubrirle la tanga, pero de todas maneras estaba mostrando más de lo que le hubiera gustado. 
Detrás del tipo apareció una mujer rubia de grandes pechos y anchas caderas, estaba completamente desnuda y tenía el pubis depilado. Debía tener unos cuarenta años muy bien conservados, quizás un poco más.
—Malik ¿Vas a demorar mucho? —Preguntó la mujer—. ¿Quién es esta?
Por su forma de hablar y por el modo en que la señaló, Silvana dedujo que la mujer estaba alcoholizada. 
—Es Silvana, mi nueva vecina. Por cierto, yo soy Malik Diabaye. Encantado de conocerte. 
—Em… sí, claro… este… no quiero quitarte más tiempo, Malik. Disculpá que haya venido a esta hora a tocarte el timbre, pero… 
—Sí, entiendo. No te dejábamos dormir con tanto ruido. Lo voy a tener en cuenta.
—Perfecto. Perdón por interrumpir. Em… que descansen. 
Silvana volvió a su departamento con el corazón acelerado. No pretendía ver a su nuevo vecino prácticamente desnudo ni tampoco esperaba encontrarse con una mujer toda sudada, producto de un vigoroso acto sexual. De todas maneras ya había transmitido su mensaje, con suerte esta escena no volvería a repetirse.
Se acostó en su cama y esta vez sí pudo conciliar el sueño.       
¡Paf! 
¡Paf! ¡Paf!
Silvana abrió los ojos e instintivamente tomó su teléfono celular. Eran las tres de la madrugada. Los ruidos llegaban desde el departamento contiguo.
¡Paf! ¡Paf! ¡Paf!
No eran tan potentes como antes, pero estaban allí. Giró en la cama y se tapó la cabeza con la almohada. El golpeteo sordo continuó y pudo escuchar los gemidos de la rubia. Sonaban apagados, como si ella intentara contenerlos. Aún así podía oírlos. 
Una vez más dejó la comodidad de su cama para tocar el timbre del tal Malik. Tuvo que insistir tres veces. Antes del cuarto timbrazo, la puerta se abrió y ese hombre que parecía estar tallado en ébano se personó frente a ella. 
—Hola, Silvana… —saludó con una simpática sonrisa—. ¿En qué puedo ayudarte ahora?
—Emm… este… disculpá que te moleste otra vez —ella habló en voz baja, manteniendo un tono comprensivo, no quería parecer enojada—. Lo que pasa es que sigo escuchando ruidos… y son las tres de la madrugada… 
La mirada de Silvana bajó automáticamente hasta la toalla que cubría la parte inferior de Malik, esta vez la tenía más arriba. Creyó que eso le ahorraría el incómodo momento de ver el miembro de ese hombre asomándose; pero no fue así. Sus ojos se abrieron como platos al ver algo que asomaba… por debajo. ¿Cómo puede ser esto posible? La toalla no es tan pequeña. Cubría casi hasta las rodillas de Malik. Y sin embargo, allí estaba la punta de lo que claramente era un glande. Oscuro y brillante, como si lo hubieran lustrado recientemente. 
—...por eso no me di cuenta que estábamos haciendo tanto ruido… ¿Estás bien?
Silvana volvió a la realidad. Se dio cuenta de que no había estado prestando atención a las palabras de Malik. Se había quedado petrificada mirándole la punta del pene asomando debajo de la toalla con el corazón en la boca. ¿Pero de qué tamaño la tiene este tipo? Es un animal. Había escuchado que los afrodescendientes estaban muy bien dotados, pero no recordaba haber visto uno desnudo para comprobar si este mito era cierto. 
—Sí, sí… estoy bien… solo un poco dormida…
—Perdón por haberte despertado. No estoy acostumbrado a tener vecinas. Un gusto conocerte —él le tendió una mano, era gigantesca. Ella la estrechó y esos enormes dedos envolvieron los suyos hasta hacerlos desaparecer por completo—. Espero que este incidente no afecte la buena convivencia. 
—No, no… quedate tranquilo. Una vez más, disculpame por… —Silvana se quedó muda al ver a la rubia apareciendo un par de metros detrás de Malik, la vio apenas por un segundo y le pareció que esa mujer tenía la cara cubierta de un líquido blanco y espeso… pero no, tuvo que ser su imaginación. O quizás ella estaba usando alguna clase de crema facial nocturna. No podía tratarse de… ¿o si?—. Em… no te interrumpo más, no quiero molestar a tu novia. 
—No es mi novia.
—Ah, ¿están casados?
Malik comenzó a reírse, sus dientes parecían perlas. 
—¿Yo? ¿casado? Se nota que no me conocés —respondió—. Ah… ya que estás acá, Silvana… —dijo con su extraño pero encantador acento—. ¿Podrías hacerme un favor enorme? Te prometo que no hago más ruido.
—¿Qué favor? 
—¿Podrías preguntarle cómo se llama?
Silvana volvió a quedarse muda con la boca abierta. Reaccionó porque pensó “Este tipo va a creer que soy idiota”.
—¿Ni siquiera sabés cómo se llama?
—No. Sé que me dijo su nombre, pero no me lo acuerdo. Y… me cae bien, quizás vuelva a llamarla. Pero no puedo hacerlo si no sé cómo se llama. Ahí vuelve del baño… —susurró—. Hey, rubia, la vecina quiere conocerte.
Malik se hizo a un lado y dejó ver a esa mujer que irradiaba sexo por cada poro. Sus pezones estaban duros, el cuerpo cubierto de sudor, su vagina claramente húmeda. Cualquier cosa que haya tenido en la cara, ya había sido lavada.
—Ah, hola de nuevo —se apresuró a decir Silvana, sin saber cómo había hecho para meterse en esta situación incómoda—. Un gusto… ¿cómo te llamás?
— ¿Y para qué querés saberlo? —Respondió la rubia, con tono desafiante—. No te conozco y vos no me conocés a mí. Prefiero que las cosas sigan siendo así. 
—Ah, ya veo… sos casada. 
—¿Y a vos qué mierda te importa, flaquita? ¿O sos una de las putas que se coge Malik?
—No soy ninguna puta —Silvana frunció el ceño y levantó la voz. 
—No se peleen, chicas —intervino Malik—. Silvana solo preguntó para ser amable, no intenta meterse en tu vida. Solo quiere ser amiga. 
Silvana no podía dejar de mirar cada centímetro de la desnudez de esa mujer, en especial los pezones y su vagina. No estaba acostumbrada a hablar frente a personas desnudas, ni siquiera mujeres. El solo hecho de tener a alguien sin ropa frente a ella la ponía nerviosa. 
—Ah, ya entendí. Bueno, está bien… pido disculpas —dijo la rubia. Cerró los ojos, tomó aire, exhaló y de pronto sonrió, como si fuera otra persona—. Empecemos otra vez, como si recién nos conociéramos. Encantada, mi nombre es Gladis. ¿Y? ¿Qué te parece lo que ves? —Gladis posó con altanería y sensualidad, acarició sus pechos, bajó por su vientre hasta llegar al pubis, abrió dos dedos para enmarcar su concha y luego siguió viaje por sus piernas.
—Em… sos muy bonita —respondió Silvana, por pura cortesía. 
—Vos también lo sos. Si querés entrar a coger con nosotros, te aseguro que la vas a pasar bomba. Malik no se cansa nunca y yo seré casada, pero comer conchas es mi segundo pasatiempo favorito —la mujer se le acercó, con pasos fogosos, metió la mano debajo de la camiseta de Silvana y acarició con gran destreza justo en la línea que divide su vagina en dos—. Me encantaría que te sientes en mi cara y me acabes en la boca, bombón.
Silvana dio un salto y retrocedió cómo si le hubieran dado una descarga eléctrica. 
—Hey… no, no… no te confundas, Gladis… yo no vine para eso… yo… a mí no me gusta… es decir, sos una mujer muy hermosa; pero yo… no hago esas cosas. —El cuerpo todavía le estaba vibrando por la forma en que la tocó Gladis. Esa mujer había conseguido acertar en una zona hiper sensible de su sexo, y no sabía cómo lo había conseguido sin siquiera mirar—. Solo vine a pedir que hicieran menos ruido.
—¿Segura? Por cómo estás vestida, a mí me parece que viniste buscando guerra —dijo la rubia—. Pasá, flaquita, no seas tímida. —Gladis salió al pasillo, se le acercó y volvió a acariciarle la concha. Esta vez lo hizo con dos dedos. Primero la frotó con intensidad, de atrás hacia adelante, y luego le hizo cosquillas en la zona del clítoris. Silvana apoyó la espalda contra la pared, abrió mucho la boca y se puso en puntas de pie, como si quisiera alejarse aún más de la rubia—. Sé cómo tratar a una chica, y cuando veas lo grande que es la pija de Malik, te vas a enamorar. 
—No te confundas conmigo —Sí que Gladis sabía cómo tratar a una chica. Silvana no podía entender por qué esos dedos indiscretos estaban teniendo un efecto tan potente en ella. Junto con una intensa oleada de vergüenza pudo sentir cómo su sexo se humedecía ante las insesantes caricias—. No soy esa clase de mujeres.
—¿Y de qué clase de mujeres estamos hablando?
—Emm… no soy de las que buscan una pareja por el tamaño de su pene… y tengo novio.
—Eso significa que el novio la tiene chiquita —le dijo Gladis a Malik, soltando una risita burlona. Él no hizo ningún gesto.
Silvana se puso roja de rabia.
—Mi novio es un chico muy bueno y con él soy muy feliz. No te voy a permitir que te rías de él. Tenías razón, yo no te conozco y vos no me concés, así que no me toques.
—Está bien, flaquita, no te enojes —Gladis apartó la mano y luego le susurró al oído—. Cuando te hagas la paja, pensá en mí. 
Silvana no tuvo tiempo a responder. La rubia giró sobre sus talones y se metió en el departamento. Malik se asomó y lo único que dijo fue:
—Perdón por el ruido. Intentaré tener más cuidado. Que descanses.
La puerta se cerró y Silvana se quedó en blanco, con el pulso acelerado. “¿Qué carajos acaba de pasar?”, pensó. 
Fue hasta su cocina y mientras intentaba quitarse de la cabeza las imágenes de lo vivido en el pasillo, se preparó una taza de leche tibia y la tomó. Eso casi siempre la ayudaba a dormir, en especial cuando se desvelaba.
Regresó a su cama y ocurrió lo que tanto temía. Los ruidos comenzaron otra vez, primero suaves y de a poco se fueron intensificando. 
“Ay, sí… sí… dame duro. No pares”. 
¡Paf! ¡Paf! ¡Paf!
¿Acaso este tipo no se cansa nunca?”, pensó Silvana. 
“Cogeme… sii… así… cogeme toda la noche”.
Silvana comenzó a sospechar que Malik sería capaz de cumplir con las peticiones de Gladis. 
No lograría conciliar el sueño con tanto ruido, por eso se vio obligada a recurrir a la humillante “táctica secreta”.  
Se quitó la tanga y acarició sus carnosos labios vaginales, los cuales estaban muy húmedos. Silvana detestaba tener que masturbarse, lo consideraba una práctica absurda, de pendeja en celo que no puede controlar sus hormonas. Y más le molestaba tener que hacerlo sabiendo que tenía novio. El sexo con su novio debería ser más que suficiente para aplacar su magro deseo sexual. Se consoló diciendo que no lo estaba haciendo en busca de placer. Su intención era relajar su cuerpo. Sólo hacía esto en caso de emergencias, si la táctica de la leche tibia había fracasado. Masturbarse era su última alternativa. 
Sacudió rápido los dedos, frotándolos contra su clítoris, como si quisiera terminar con este absurdo trámite lo antes posible.
Cuando te hagas la paja, pensá en mí”. 
—No estoy pensando en vos, puta —dijo en voz alta, con los dientes apretados.
Aún así, no pudo evitar recordar a la despampanante rubia desnuda. Esa imagen se coló en su cerebro solo porque era impactante, ya que no estaba acostumbrada a ver gente desnuda. 
Se metió dos dedos en la concha y comenzó a sacudirse en la cama. Sus pajas eran breves, pero intensas. “Cuanto antes acabe, mejor”. Silvana veía la masturbación como un proceso molesto para activar un mecanismo físico que la ayudaba a cansarse. 
“Sí, sí… ay… sí… rompeme toda”.
¡Paf! ¡Paf! ¡Paf! ¡Paf! ¡Paf! ¡Paf!
Los dedos entraban en la concha de Silvana al mismo tiempo que los golpes contra su pared. No podía evitar seguir el ritmo. 
Posó los pies en la cama y levantó sus rodillas, hasta que su cola dejó de tocar el colchón. “Esto es bueno”, pensó. Adoptar esta posición era clara señal de que ya se estaba acercando al orgasmo. Aceleró el proceso de masturbación y, curiosamente, Malik y la rubia hicieron lo mismo, por pura casualidad. Silvana no se detuvo ni por un segundo. De su concha saltaban gotitas de flujos para todos lados. Hasta que de pronto explotó en un potente chorro de flujo que solo duró una fracción de segundo. Esta vez fueron sus propios gemidos los que llenaron la habitación. 
Una cosa que detestaba era que su cama siempre quedara con una mancha de humedad que le obligaba a cambiar las sábanas. Pero al mismo tiempo esto iba en contra de su “táctica secreta” para dormir.
“Las cambiaré mañana”, se dijo. 
Se cambió de lado, donde estaba seco, y esperó a que el sueño se apoderase de ella. Se sintió sucia, el flujo sexual tibio aún corría entre sus piernas.
Me encantaría que te sientes en mi cara y me acabes en la boca, bombón”.
—Te hubiera llenado la boca de jugos, puta —dijo en voz alta—. ¿Acaso eso te hubiera gustado? ¿Eh?
Y al instante la invadió una ola de asco e incomodidad. La respuesta a esa pregunta sería “Sí”. A esa puta le hubiera encantado verla acabar de esa manera en su boca, y podía apostar lo que fuera a que también se hubiera tragado todo el jugo que salió de su concha.
—Puta asquerosa —susurró.
Y se quedó dormida.   


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3 comentarios - Mi Vecino Superdotado [01].

josecarloscuk13 +1
Yo tengo la fantasía con mi chica de ir a un club swinger y le proponga coger sin condón con un negro bien dotado y que acabe dentro de ella. Me identifique con el relato, yo tambien juego Lol.