Cuándo cumplí los seis meses de embarazo, empecé a asistir a las clases de preparto. Habían pasado ya varios años desde que tuve al Ro, por lo que creía que no me vendría mal refrescar algunas nociones al respecto, sobre todo teniendo en cuenta que ya había cumplido los 40 y a ésta edad los cuidados deben ser mayores.
A las dos primeras clases fuí con mi marido, pero me abandonó rápido, ya que la bodega le dejaba poco tiempo libre.
Esa fue una de las primeras señales de la crisis que se aproximaba. Cada vez estaba menos tiempo en casa, en la semana apenas nos veíamos, ni hablar de hacer el amor. No podía entender que no pudiera delegar ciertas funciones y así tener más tiempo, no solo para mí, sino también para su futura hija (ya sabíamos que sería una nena).
Se lo dije. Ya saben, las mujeres cuándo estamos embarazadas nos ponemos especialmente sensibles. Fue una tarde de domingo lluviosa, de esas que te invitan a reflexionar. Le dije que no me sentía acompañada, que no lo veía involucrado con éste embarazo, que yo no solo debía lidiar con una panza que cada día crecía más, sino también con el Ro, que sentía que su mamá ya no iba a ser toda para él, y que dentro de poco tiempo más tendría que compartirla. Todo esto se lo dije llorando, con lágrimas que parecían acompañar la lluvia que arreciaba afuera.
Me prometió que iba a cambiar, que iba a estar más presente, le creí, pero para la siguiente clase, volvía a estar sola. Seguí yendo igual, después de todo mi bebé seguía siendo lo más importante. Más allá de la tristeza, de esa sensación de abandono, de sentirme sola cuándo más necesitaba estar acompañada, debía seguir adelante.
En una de las clases, debíamos hacer ejercicios de respiración y relajación, acompañadas de nuestras parejas. Yo estaba sola, claro, pero se dió el caso que una de las futuras mamás tuvo que ser internada de urgencia, ya que tenía un embarazo de alto riesgo. El marido siguió asistiendo al curso, para tomar notas y compartirlas luego con su esposa. Así que la profesora nos puso a los dos juntos para hacer los ejercicios.
Luego de la clase, tras despedirme de todas las mamás, le propongo a Lucho, el futuro papá, ir a tomar algo, ya que quería repasar algunas de las notas que él había tomado.
Todavía falta para que visite a su esposa, por lo que me dice que sí. Vamos a una confitería que está a una cuadra. Él pide un café, yo un agua sin gas.
Revisamos las notas, comparamos opiniones, y cuándo le pregunto por su esposa, me dice que está bien, aguantando la internación, pero luego me mira a los ojos, y decide sincerarse.
-En realidad no está nada bien- me dice -Este es el tercer embarazo, los otros dos los perdimos estando ya muy avanzados, así que sí... está bastante asustada-
Lo notaba compungido, sobrepasado, como si se fuera a quebrar en cualquier momento. Yo, más que nadie, sabía lo que era la soledad en un momento así.
-¿Y vos, cómo lo estás llevando?- le pregunto, agarrándole la mano, cómo para que se sienta acompañado.
Y les aseguro que ese gesto fue absolutamente sincero, no estaba buscando nada, no es que Lucho no me atrajera cómo hombre, sino que en ese momento, gorda y pesada como estaba, en lo último en que se me ocurría pensar era en el sexo, pero parece que a él sí se le pasó por la cabeza.
-Y yo... remándola, tratando de ser fuerte por Marisa (su esposa)... No sé...-
Me aprieta la mano, se me queda mirando y así, de repente... trata de besarme. Sí, se acerca para darme un beso, y no en la mejilla, sino en la boca.
Me aparto y soltándole la mano, se lo recrimino con la mirada.
-Perdoname, fue algo estúpido- me dice, juntando las manos como en un rezo, tratando de disculparse.
-Está bien, no pasa nada...-
-Vas a pensar que soy un insensible, estando mi esposa internada...-
-No seas tonto, ya pasó...-
Obviamente me daba cuenta de lo que le pasaba, con su esposa internada con un embarazo de riesgo, era lógico suponer que hacía ya varios meses que no la ponía. Sí para mí una semana sin sexo es una eternidad, ni llegaba a imaginarme lo que sería para él. Me daba pena, la verdad. Pena y ternura, porqué era un buen tipo. Estaba segura de que era un buen esposo y también sería un buen padre.
-Bueno, me tengo que ir- le digo mirando la hora en el celular -Mi marido me debe estar esperando-
Habíamos quedado en vernos para almorzar y hablar de nuestra situación, de como cada uno creía que debíamos sobrellevar lo que nos estaba pasando.
Le paga al mozo, y me ayuda a levantarme, ya que con la panza que tenía se me dificultaban algunos movimientos. Por lo que podía recordar era más grande que la que tenía cuándo estuve embarazada del Ro. Cuándo se lo consulté, el obstetra me dijo que era normal, que no todos los embarazos son iguales, pero yo igual estaba con miedo de tener mellizos. Después de todo tres hombres me habían acabado adentro.
Salimos de la confitería, nos despedimos con un beso en la mejilla, volteamos cada cuál para un lado, y luego de dos o tres pasos, lo llamo como si me hubiera olvidado de algo:
-Lucho...- me acerco y como si le dijera de dar la vuelta a la manzana, le digo -¿Vamos a un telo?-
Se me queda mirando, como si le hubiera hablado en chino cantonés.
-Yo estoy como vos, no me cogen desde hace... bastante, y no te preocupes por...- le digo refiriéndome a la panza -... estoy en perfectas condiciones, es más, el médico me recomendó que tuviera sexo hasta el último día, pero ya ves, mi esposo es un boludo-
Obviamente dice que sí. Lo llamo a mi marido para cancelar el almuerzo, la excusa que le doy es que mis compañeras del curso me invitaron a un bodegón. Le digo que a la noche hablamos lo que tenemos pendiente, me despido con un beso y me voy con Lucho a un albergue transitorio que está a un par de cuadras.
Caminamos despacio, ya que tengo los pies y tobillos hinchados, y encima la espalda que empieza a dolerme de nuevo. Igual todas esas molestias no son impedimento para que, de nuevo, tenga hambre de pija.
Cuándo estuve embarazada del Ro me acuerdo que tenía ganas de garchar todo el tiempo, más de lo habitual... jejeje... pero ahora como que la libido se había ido, desapareció. Quizás fuera la desilusión amorosa, o como dijo el doctor, que no todos los embarazos son iguales, pero de repente el sexo había dejado de parecerme lo más importante. En otro momento hubiera estado caminando por las paredes al estar tanto tiempo sin coger. Pero ahora, ahí con Lucho, de nuevo me sentía sensual y fogosa.
Que estoy gorda y pesada, sí... que me muevo como un muñeco Michelin, sí... que me entran ganas de orinar a cada rato, sí... pero aunque gestante, todavía soy mujer y tengo mis necesidades. Más de una vez pensé en llamar a alguno de mis tantos amigos y encontrarnos para tener un "remember", pero me daba vergüenza que me vieran así, inflada como un globo, y pudieran pensar que ni aún embarazada se me iba lo puta.
En ese momento Lucho era mi tabla de salvación.
Entramos a la habitación, dejo el bolso en el suelo y me siento en el borde de la cama. Apoyo los brazos por detrás de mi cuerpo, y trato de relajarme, inhalando y exhalando.
-¿Estás bien?- me pregunta Lucho preocupado porque me fuera a poner mal justo en ese momento.
¿Se imaginan? "Esposa infiel da a luz en habitación de albergue transitorio, acompañada por el marido de otra embarazada". Sería la noticia del momento.
-Sí, estoy bien, es solo ésta panza que no me deja estar cómoda- lo tranquilizo.
-Vení...- le digo, indicándole que se siente a mi lado -Antes quisiste besarme...- le recuerdo cuando lo hace.
No tengo que decirle nada más, ahí mismo me come la boca. Se notan sus ganas y desesperación, esa falta que ha estado padeciendo desde hace tanto tiempo. Me sorprende que no le haya puesto los cuernos a la esposa, ya que me juró que, pese a la obligada abstinencia, no había recurrido a ninguna profesional. Solo paja.
Lo que haríamos allí tampoco me parecía una infidelidad, sino una especie de ayuda mutua, una colaboración. Otra forma de compartir la clase preparto, ya que el sexo durante el embarazo también es una parte fundamental del mismo.
Le desabrocho el pantalón y le pelo la pija, que ya está en un estado desesperante. Trato de chupársela pero me presiona la panza, así que le pido que se levante. Con él de pie, me pongo de rodillas en el suelo, y con toda la panza descansando sobre mis piernas, se la chupo toda, ya que no la tiene demasiado larga. Así, a groso modo, arañando debe llegar a los quince centímetros, y aunque el grosor no compensa lo que le falta en longitud, para mí es la pija más rica del mundo.
Le paso la lengua por los huevos, arriba y abajo, le doy unos besitos húmedos que le provocan alguna que otra sacudida, para luego darle en la punta unas mordiditas que le arrancan unos gemidos por demás satisfactorios.
Me levanto con su ayuda y me saco la ropa, tarea en la que también tiene que ayudarme. Desnuda me recuesto en la cama, de espalda, la panza formando una cúpula que apunta hacia los espejos del techo, y abriendo las piernas, me acaricio el sexo, ya húmedo y anhelante.
Lucho se pone en bolas, se echa ante mí, pasándome primero la lengua en torno a la grieta que se abre y cierra como si tuviera pulsión propia. Cuándo me chupa la concha, me pongo a llorar del gusto y la emoción. Ya lo dije, las mujeres cuándo estamos embarazadas nos ponemos muy sensibles, y estar ahí con Lucho, en la situación en que está su esposa y en la que está mi matrimonio, a punto de romperse, fue suficiente para que empezara a lagrimear.
-¿Estás bien?- me pregunta, creyendo quizás que mi llanto se deba a la culpa por estar siendo infiel.
-¡Mejor que nunca...!- le confirmo -Son lágrimas de placer...-
Me sonríe y de nuevo hunde la cabeza entre mis piernas, prodigándome una chupada que me deja con los pies pedaleando en el aire.
Me acaricia la panza mientras me chupa, a la vez que yo misma me acaricio los pechos, apretándomelos, retorciéndome los pezones hasta que me salen unas gotitas de leche. Unto una buena cantidad con los dedos y los llevo hasta la boca de Lucho para que me los chupe. Por supuesto lo hace con entusiasmo, de modo que de mi sexo se vuelca de lleno a chuparme las tetas, succionando con avidez el líquido, el calostro, que una vez que empieza a fluir parece no detenerse.
Tengo la concha al rojo, húmeda, anhelante...
-¡Cogeme...!- le pido con la voz ronca y excitada.
Le pido que no use preservativo.
-No creo que haya riesgo de que me embaraces- bromeo.
Cuándo me la mete siento que de nuevo la vida, el mundo, el universo todo, vuelve a tener sentido. Es aquí dónde quiero estar, clavada a una pija, sintiendo como su pulsión se mimetiza con la de mi conchita. Acabo ni bien la tengo adentro, así de necesitada estaba, así de abandonada me tenía mi marido.
Ajeno a mi placer, Lucho se coloca mis piernas en torno a su cintura y me empieza a garchar con un ritmo intenso y sostenido, descargando contra mi sexo sus meses de abstinencia, el abandono obligado de parte de su mujer.
Los dos estamos en una situación similar, él por obligación, yo por desidia, cada cuál está solo a su manera, aunque en ese momento y en aquella habitación, la compañía del otro es lo único que necesitamos.
Me embarro con el calostro, las tetas, la panza y hasta el clítoris, sintiéndolo hinchado y esponjoso, cómo en sus mejores épocas.
Me siento bien cogiendo, pensé que la panza iba a molestarme, pero si no fuera porque la tengo ahí enfrente, inmensa y desbordada, hasta pasaría desapercibida. Incluso ni siento ese dolor en la espalda que me tenía a maltraer las últimas semanas.
Me pongo de costado, con la panza descansando sobre el colchón, para que Lucho me coja desde atrás, pegado a mi espalda. La humedad de mi sexo empapa no solo la sábana, sino también su pija, que luego de unas cuantas penetraciones, se sale y se me clava en el culo.
-Podés cogerme por ahí también, si querés- le digo, antes de que la saqué y vuelva a retomar por la ruta principal.
Por supuesto que quiere. Empuja, y aunque hace rato que nadie me lo usa, no necesito lubricación, la de su pija es suficiente para que me la hunda de un solo topetazo, bien hasta los huevos.
Mientras él me culea, yo me meto los dedos y me refriego el clítoris, aumentando el placer que me proporciona por la retaguardia. Me lo hace dulce, cariñoso, con cuidado, hasta que le pido... No... más bien le exijo que me dé más fuerte. Estaré embarazada pero me sigue gustando duro.
Lucho se empeña en complacerme, se nota que no está acostumbrado a tanto despliegue, supongo que con su esposa deben de ser de esas parejas aburridas que solo ensayan uno o dos posiciones en la cama. Meter, sacar, acabar y listo, el típico sexo conyugal. Me pasa lo mismo en mi matrimonio, por eso busco afuera lo que no obtengo adentro. No sé si Marisa le sería infiel a Lucho, pero creo que cuando no te cogen como te gusta es un muy buen motivo para serlo.
Pese a lo exorbitante de mi panza, los tobillos hinchados y los malestares de cualquier preñada, en la cama me muevo como pez en el agua, no me duele ni incomoda nada. Es mi terreno, mi ámbito, mi lugar por naturaleza.
Me siento encima suyo y me muevo con el entusiasmo de quién retorna a su actividad preferida luego de un prolongado y obligado parate. ¿Desde hace cuánto que no cogía con tantas ganas, con tanto entusiasmo? Creo que desde que me quedé embarazada de Manuel, en Madrid.
Lucho me acaricia las tetas, mojándose las manos con el calostro que sigue fluyendo sin parar, me acaricia también la panza, sorprendiéndose al sentir los movimientos del bebé que, compartiendo la felicidad de su mamá, da un par de vueltas olímpicas.
Cuándo me llega el orgasmo, es como un aluvión de sensaciones que me dejan fuera de combate por unos segundos. Lucho me sostiene, moviéndose desde abajo, dándome ese plus con el que me hace sentir completamente llena y saciada.
Levanto la pierna y la leche de Lucho me sale de adentro como un manantial cálido y vivo. Nos miramos, estallando al unísono en unos suspiros por demás plácidos y culposos.
Nos besamos mientras el placer nos envuelve con sus gratificantes delicias. Ahí fue que tomé la decisión, cuándo hablara con mi marido esa noche, le diría que quería separarme. No por Lucho, sino por mí, por nuestro matrimonio, por nuestros hijos. Era el momento de barajar y dar de nuevo, para no terminar odiándonos.
A los pocos días mi marido se terminó yendo a la casa de su mamá. Me quedé sola con el Ro y con mi panza, que cada vez se ponía más gigante. Igual seguí cogiendo con Lucho. Cogimos incluso hasta un par de días antes de dar a luz.
-Casi nace en el telo...- bromeé con él cuándo fue a verme a la clínica.
Por suerte el embarazo de su esposa también llegó a buen término. Así que las dos fuimos mamás casi al mismo tiempo, ella de un niño, yo de Romina.
Pero más allá de Lucho y de mi separación, no podía dejar de pensar en Manuel, sabía que él era el padre de mi hija. No me pregunten cómo, pero el instinto maternal así me lo dictaba.
Le pedí a una enfermera que me sacara una foto con Romi recién nacida en brazos y se la mandé a los españoles. Recién cuándo estuve segura, le mandé una foto especial solo a Manuel, asegurándole que era suya.
La respuesta no se hizo esperar ...
A las dos primeras clases fuí con mi marido, pero me abandonó rápido, ya que la bodega le dejaba poco tiempo libre.
Esa fue una de las primeras señales de la crisis que se aproximaba. Cada vez estaba menos tiempo en casa, en la semana apenas nos veíamos, ni hablar de hacer el amor. No podía entender que no pudiera delegar ciertas funciones y así tener más tiempo, no solo para mí, sino también para su futura hija (ya sabíamos que sería una nena).
Se lo dije. Ya saben, las mujeres cuándo estamos embarazadas nos ponemos especialmente sensibles. Fue una tarde de domingo lluviosa, de esas que te invitan a reflexionar. Le dije que no me sentía acompañada, que no lo veía involucrado con éste embarazo, que yo no solo debía lidiar con una panza que cada día crecía más, sino también con el Ro, que sentía que su mamá ya no iba a ser toda para él, y que dentro de poco tiempo más tendría que compartirla. Todo esto se lo dije llorando, con lágrimas que parecían acompañar la lluvia que arreciaba afuera.
Me prometió que iba a cambiar, que iba a estar más presente, le creí, pero para la siguiente clase, volvía a estar sola. Seguí yendo igual, después de todo mi bebé seguía siendo lo más importante. Más allá de la tristeza, de esa sensación de abandono, de sentirme sola cuándo más necesitaba estar acompañada, debía seguir adelante.
En una de las clases, debíamos hacer ejercicios de respiración y relajación, acompañadas de nuestras parejas. Yo estaba sola, claro, pero se dió el caso que una de las futuras mamás tuvo que ser internada de urgencia, ya que tenía un embarazo de alto riesgo. El marido siguió asistiendo al curso, para tomar notas y compartirlas luego con su esposa. Así que la profesora nos puso a los dos juntos para hacer los ejercicios.
Luego de la clase, tras despedirme de todas las mamás, le propongo a Lucho, el futuro papá, ir a tomar algo, ya que quería repasar algunas de las notas que él había tomado.
Todavía falta para que visite a su esposa, por lo que me dice que sí. Vamos a una confitería que está a una cuadra. Él pide un café, yo un agua sin gas.
Revisamos las notas, comparamos opiniones, y cuándo le pregunto por su esposa, me dice que está bien, aguantando la internación, pero luego me mira a los ojos, y decide sincerarse.
-En realidad no está nada bien- me dice -Este es el tercer embarazo, los otros dos los perdimos estando ya muy avanzados, así que sí... está bastante asustada-
Lo notaba compungido, sobrepasado, como si se fuera a quebrar en cualquier momento. Yo, más que nadie, sabía lo que era la soledad en un momento así.
-¿Y vos, cómo lo estás llevando?- le pregunto, agarrándole la mano, cómo para que se sienta acompañado.
Y les aseguro que ese gesto fue absolutamente sincero, no estaba buscando nada, no es que Lucho no me atrajera cómo hombre, sino que en ese momento, gorda y pesada como estaba, en lo último en que se me ocurría pensar era en el sexo, pero parece que a él sí se le pasó por la cabeza.
-Y yo... remándola, tratando de ser fuerte por Marisa (su esposa)... No sé...-
Me aprieta la mano, se me queda mirando y así, de repente... trata de besarme. Sí, se acerca para darme un beso, y no en la mejilla, sino en la boca.
Me aparto y soltándole la mano, se lo recrimino con la mirada.
-Perdoname, fue algo estúpido- me dice, juntando las manos como en un rezo, tratando de disculparse.
-Está bien, no pasa nada...-
-Vas a pensar que soy un insensible, estando mi esposa internada...-
-No seas tonto, ya pasó...-
Obviamente me daba cuenta de lo que le pasaba, con su esposa internada con un embarazo de riesgo, era lógico suponer que hacía ya varios meses que no la ponía. Sí para mí una semana sin sexo es una eternidad, ni llegaba a imaginarme lo que sería para él. Me daba pena, la verdad. Pena y ternura, porqué era un buen tipo. Estaba segura de que era un buen esposo y también sería un buen padre.
-Bueno, me tengo que ir- le digo mirando la hora en el celular -Mi marido me debe estar esperando-
Habíamos quedado en vernos para almorzar y hablar de nuestra situación, de como cada uno creía que debíamos sobrellevar lo que nos estaba pasando.
Le paga al mozo, y me ayuda a levantarme, ya que con la panza que tenía se me dificultaban algunos movimientos. Por lo que podía recordar era más grande que la que tenía cuándo estuve embarazada del Ro. Cuándo se lo consulté, el obstetra me dijo que era normal, que no todos los embarazos son iguales, pero yo igual estaba con miedo de tener mellizos. Después de todo tres hombres me habían acabado adentro.
Salimos de la confitería, nos despedimos con un beso en la mejilla, volteamos cada cuál para un lado, y luego de dos o tres pasos, lo llamo como si me hubiera olvidado de algo:
-Lucho...- me acerco y como si le dijera de dar la vuelta a la manzana, le digo -¿Vamos a un telo?-
Se me queda mirando, como si le hubiera hablado en chino cantonés.
-Yo estoy como vos, no me cogen desde hace... bastante, y no te preocupes por...- le digo refiriéndome a la panza -... estoy en perfectas condiciones, es más, el médico me recomendó que tuviera sexo hasta el último día, pero ya ves, mi esposo es un boludo-
Obviamente dice que sí. Lo llamo a mi marido para cancelar el almuerzo, la excusa que le doy es que mis compañeras del curso me invitaron a un bodegón. Le digo que a la noche hablamos lo que tenemos pendiente, me despido con un beso y me voy con Lucho a un albergue transitorio que está a un par de cuadras.
Caminamos despacio, ya que tengo los pies y tobillos hinchados, y encima la espalda que empieza a dolerme de nuevo. Igual todas esas molestias no son impedimento para que, de nuevo, tenga hambre de pija.
Cuándo estuve embarazada del Ro me acuerdo que tenía ganas de garchar todo el tiempo, más de lo habitual... jejeje... pero ahora como que la libido se había ido, desapareció. Quizás fuera la desilusión amorosa, o como dijo el doctor, que no todos los embarazos son iguales, pero de repente el sexo había dejado de parecerme lo más importante. En otro momento hubiera estado caminando por las paredes al estar tanto tiempo sin coger. Pero ahora, ahí con Lucho, de nuevo me sentía sensual y fogosa.
Que estoy gorda y pesada, sí... que me muevo como un muñeco Michelin, sí... que me entran ganas de orinar a cada rato, sí... pero aunque gestante, todavía soy mujer y tengo mis necesidades. Más de una vez pensé en llamar a alguno de mis tantos amigos y encontrarnos para tener un "remember", pero me daba vergüenza que me vieran así, inflada como un globo, y pudieran pensar que ni aún embarazada se me iba lo puta.
En ese momento Lucho era mi tabla de salvación.
Entramos a la habitación, dejo el bolso en el suelo y me siento en el borde de la cama. Apoyo los brazos por detrás de mi cuerpo, y trato de relajarme, inhalando y exhalando.
-¿Estás bien?- me pregunta Lucho preocupado porque me fuera a poner mal justo en ese momento.
¿Se imaginan? "Esposa infiel da a luz en habitación de albergue transitorio, acompañada por el marido de otra embarazada". Sería la noticia del momento.
-Sí, estoy bien, es solo ésta panza que no me deja estar cómoda- lo tranquilizo.
-Vení...- le digo, indicándole que se siente a mi lado -Antes quisiste besarme...- le recuerdo cuando lo hace.
No tengo que decirle nada más, ahí mismo me come la boca. Se notan sus ganas y desesperación, esa falta que ha estado padeciendo desde hace tanto tiempo. Me sorprende que no le haya puesto los cuernos a la esposa, ya que me juró que, pese a la obligada abstinencia, no había recurrido a ninguna profesional. Solo paja.
Lo que haríamos allí tampoco me parecía una infidelidad, sino una especie de ayuda mutua, una colaboración. Otra forma de compartir la clase preparto, ya que el sexo durante el embarazo también es una parte fundamental del mismo.
Le desabrocho el pantalón y le pelo la pija, que ya está en un estado desesperante. Trato de chupársela pero me presiona la panza, así que le pido que se levante. Con él de pie, me pongo de rodillas en el suelo, y con toda la panza descansando sobre mis piernas, se la chupo toda, ya que no la tiene demasiado larga. Así, a groso modo, arañando debe llegar a los quince centímetros, y aunque el grosor no compensa lo que le falta en longitud, para mí es la pija más rica del mundo.
Le paso la lengua por los huevos, arriba y abajo, le doy unos besitos húmedos que le provocan alguna que otra sacudida, para luego darle en la punta unas mordiditas que le arrancan unos gemidos por demás satisfactorios.
Me levanto con su ayuda y me saco la ropa, tarea en la que también tiene que ayudarme. Desnuda me recuesto en la cama, de espalda, la panza formando una cúpula que apunta hacia los espejos del techo, y abriendo las piernas, me acaricio el sexo, ya húmedo y anhelante.
Lucho se pone en bolas, se echa ante mí, pasándome primero la lengua en torno a la grieta que se abre y cierra como si tuviera pulsión propia. Cuándo me chupa la concha, me pongo a llorar del gusto y la emoción. Ya lo dije, las mujeres cuándo estamos embarazadas nos ponemos muy sensibles, y estar ahí con Lucho, en la situación en que está su esposa y en la que está mi matrimonio, a punto de romperse, fue suficiente para que empezara a lagrimear.
-¿Estás bien?- me pregunta, creyendo quizás que mi llanto se deba a la culpa por estar siendo infiel.
-¡Mejor que nunca...!- le confirmo -Son lágrimas de placer...-
Me sonríe y de nuevo hunde la cabeza entre mis piernas, prodigándome una chupada que me deja con los pies pedaleando en el aire.
Me acaricia la panza mientras me chupa, a la vez que yo misma me acaricio los pechos, apretándomelos, retorciéndome los pezones hasta que me salen unas gotitas de leche. Unto una buena cantidad con los dedos y los llevo hasta la boca de Lucho para que me los chupe. Por supuesto lo hace con entusiasmo, de modo que de mi sexo se vuelca de lleno a chuparme las tetas, succionando con avidez el líquido, el calostro, que una vez que empieza a fluir parece no detenerse.
Tengo la concha al rojo, húmeda, anhelante...
-¡Cogeme...!- le pido con la voz ronca y excitada.
Le pido que no use preservativo.
-No creo que haya riesgo de que me embaraces- bromeo.
Cuándo me la mete siento que de nuevo la vida, el mundo, el universo todo, vuelve a tener sentido. Es aquí dónde quiero estar, clavada a una pija, sintiendo como su pulsión se mimetiza con la de mi conchita. Acabo ni bien la tengo adentro, así de necesitada estaba, así de abandonada me tenía mi marido.
Ajeno a mi placer, Lucho se coloca mis piernas en torno a su cintura y me empieza a garchar con un ritmo intenso y sostenido, descargando contra mi sexo sus meses de abstinencia, el abandono obligado de parte de su mujer.
Los dos estamos en una situación similar, él por obligación, yo por desidia, cada cuál está solo a su manera, aunque en ese momento y en aquella habitación, la compañía del otro es lo único que necesitamos.
Me embarro con el calostro, las tetas, la panza y hasta el clítoris, sintiéndolo hinchado y esponjoso, cómo en sus mejores épocas.
Me siento bien cogiendo, pensé que la panza iba a molestarme, pero si no fuera porque la tengo ahí enfrente, inmensa y desbordada, hasta pasaría desapercibida. Incluso ni siento ese dolor en la espalda que me tenía a maltraer las últimas semanas.
Me pongo de costado, con la panza descansando sobre el colchón, para que Lucho me coja desde atrás, pegado a mi espalda. La humedad de mi sexo empapa no solo la sábana, sino también su pija, que luego de unas cuantas penetraciones, se sale y se me clava en el culo.
-Podés cogerme por ahí también, si querés- le digo, antes de que la saqué y vuelva a retomar por la ruta principal.
Por supuesto que quiere. Empuja, y aunque hace rato que nadie me lo usa, no necesito lubricación, la de su pija es suficiente para que me la hunda de un solo topetazo, bien hasta los huevos.
Mientras él me culea, yo me meto los dedos y me refriego el clítoris, aumentando el placer que me proporciona por la retaguardia. Me lo hace dulce, cariñoso, con cuidado, hasta que le pido... No... más bien le exijo que me dé más fuerte. Estaré embarazada pero me sigue gustando duro.
Lucho se empeña en complacerme, se nota que no está acostumbrado a tanto despliegue, supongo que con su esposa deben de ser de esas parejas aburridas que solo ensayan uno o dos posiciones en la cama. Meter, sacar, acabar y listo, el típico sexo conyugal. Me pasa lo mismo en mi matrimonio, por eso busco afuera lo que no obtengo adentro. No sé si Marisa le sería infiel a Lucho, pero creo que cuando no te cogen como te gusta es un muy buen motivo para serlo.
Pese a lo exorbitante de mi panza, los tobillos hinchados y los malestares de cualquier preñada, en la cama me muevo como pez en el agua, no me duele ni incomoda nada. Es mi terreno, mi ámbito, mi lugar por naturaleza.
Me siento encima suyo y me muevo con el entusiasmo de quién retorna a su actividad preferida luego de un prolongado y obligado parate. ¿Desde hace cuánto que no cogía con tantas ganas, con tanto entusiasmo? Creo que desde que me quedé embarazada de Manuel, en Madrid.
Lucho me acaricia las tetas, mojándose las manos con el calostro que sigue fluyendo sin parar, me acaricia también la panza, sorprendiéndose al sentir los movimientos del bebé que, compartiendo la felicidad de su mamá, da un par de vueltas olímpicas.
Cuándo me llega el orgasmo, es como un aluvión de sensaciones que me dejan fuera de combate por unos segundos. Lucho me sostiene, moviéndose desde abajo, dándome ese plus con el que me hace sentir completamente llena y saciada.
Levanto la pierna y la leche de Lucho me sale de adentro como un manantial cálido y vivo. Nos miramos, estallando al unísono en unos suspiros por demás plácidos y culposos.
Nos besamos mientras el placer nos envuelve con sus gratificantes delicias. Ahí fue que tomé la decisión, cuándo hablara con mi marido esa noche, le diría que quería separarme. No por Lucho, sino por mí, por nuestro matrimonio, por nuestros hijos. Era el momento de barajar y dar de nuevo, para no terminar odiándonos.
A los pocos días mi marido se terminó yendo a la casa de su mamá. Me quedé sola con el Ro y con mi panza, que cada vez se ponía más gigante. Igual seguí cogiendo con Lucho. Cogimos incluso hasta un par de días antes de dar a luz.
-Casi nace en el telo...- bromeé con él cuándo fue a verme a la clínica.
Por suerte el embarazo de su esposa también llegó a buen término. Así que las dos fuimos mamás casi al mismo tiempo, ella de un niño, yo de Romina.
Pero más allá de Lucho y de mi separación, no podía dejar de pensar en Manuel, sabía que él era el padre de mi hija. No me pregunten cómo, pero el instinto maternal así me lo dictaba.
Le pedí a una enfermera que me sacara una foto con Romi recién nacida en brazos y se la mandé a los españoles. Recién cuándo estuve segura, le mandé una foto especial solo a Manuel, asegurándole que era suya.
La respuesta no se hizo esperar ...
19 comentarios - Embarazada pero con ganas...
la foto del final, uff, que decir, para tirarse de lengua.
expectante por el siguiente relato.
saludos!
van puntos
buen
relato
por
favor!
gracias....
segui con asi!!😍🥳😘