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Para ser testigo de Jehová, peca muy rico.



Cada domingo en la tarde sin falta, toc toc, suena mi puerta. Casi como una lotería en la cual a veces al abrir, me encuentro con muchachas preciosas y sonrientes, mientras que otras veces me encuentro con viejos amargados. Todos ellos van con el mismo fin de convencerme de unirme a su secta, me platican de su tal Jehová y de no sé qué resurrección, aprovechan para indirectamente insultar las otras religiones e intentar convencerme de sus creencias. Debo admitir que yo soy un ferviente ateo, eso es de esperarse, pero me parece más ameno escuchar estupideces de dios mientras veo un buen par de tetas.


Yo no tengo buena fama en mi barrio, eso todos lo saben, incluso los testigos de Jehová. He estado involucrado en algunos negocios sucios los cuales me han brindado una jugosa ganancia, a pesar de eso, no soy una persona muy adinerada. He notado especialmente que los testigos de Jehová suelen tener cierta preferencia al hablarle a la gente adinerada o burguesa, como quieran llamarle, cosa que me parece muy hipócrita de su parte. No me malentiendas, los he visto hablándoles a todos, incluso a mí, pero no de la misma forma. Me sorprende cómo a pesar de todo, incluso en las religiones, siempre se marca una línea entre las clases sociales. Recuerdo haber estado en casa de colegas de alto prestigio y ver como estos se llevan un mejor trato por parte de los testigos de Jehová, recalco que esto me parece bastante hipócrita.

Como sea, me pasó que un día resultó diferente, de entre todos los testigos de Jehová sobresalía una de ellas, una muchacha la cual había llamado mi atención durante mucho tiempo. Ella se llamaba Adriana. Adriana era una joven de 19 años, pertenecía a una buena familia, solo diré que están bastante bien económicamente. Era una muchacha un tanto alta y bastante delgada, aunque con un cuerpo curvilíneo. Su piel era blanca y parecía perfecta, más tarde descubriría su delicioso aroma. Su cabello negro era rizado, sus ojos marrones oscuros y sus labios gruesos. Su imagen era la de una niña rica y mimada, era de esperarse viniendo de una familia como la suya. Eran devotos testigos de Jehová, Adriana no trabajaba y ya había terminado su educación media, por lo que se dedicaba a tiempo completo a hablarle a la gente de dios puesto que era mantenida por su padre. Según entiendo, a los testigos de Jehová no se les deja ir a la universidad porque eso les lava la cabeza o algo así, quién lo diría.

Fue un día domingo cualquiera, aunque recuerdo muy bien esa vez. Estaba yo ya despierto, eran las nueve de la mañana, cuando escuche como es de costumbre que tocaban la puerta de mi casa y gritaban “Buenos Días”. A pesar de mi falta de ganas por escucharles, salí a ver quién era y efectivamente fueron los testigos de Jehová. No me arrepiento para nada de levantarme de mi sofá para ir a ver. Al abrir la puerta me percate que era Adriana y la que parecía ser su madre, me parecería injusto no mencionar que la madre de Adriana también era un bombón. Me sorprendió este hecho ya que de todos los que me han hablado, nunca había tenido oportunidad de hacerlo con Adriana.

- Buenos días, ¿podríamos platicarle un momentito de la biblia?

Acepté con mucho gusto, desde ya hacía tiempo observaba yo con ojos perversos a Adriana mientras salía a predicar y hoy por fin se dio que afortunadamente ella hablara conmigo. Ella me platico un buen rato y su madre la asistía al leer la biblia cuando se lo pedía, tengo que admitir que, de entre todos los testigos de Jehová, ella es la única que no sentí con cierta hipocresía al hablar. No recuerdo de qué trataba el tema del cual me hablaba, aunque sinceramente eso era irrelevante para mí. Después de decir todo lo que debía, y yo de echar un ojo disimuladamente, ella me ofreció visitarme de nuevo para seguir hablando. Me sorprendió escuchar esto puesto que ningún otro me había ofrecido algo así, aunque según entiendo es algo común que los testigos de Jehová llaman “revisita”. Yo acepté con gusto y quedamos en que volvería el día martes.

Les repito que yo no tengo un trabajo formal, me mantengo de trabajos sucios los cuales no quiero mencionar, a pesar de todo, olvide por completo que ella vendría ese día martes. Como un hombre de 48 años, a veces prefiero quedarme en casa a masturbarme en vez de salir a buscar mujerzuelas o algo así, ese día no fue la excepción (me parece que ese día más bien la mujerzuela vendría a mi). Prendí mi televisor y puse un canal porno, recuerdo que pasaban en aquel momento un especial gangbang brutal, bastante adecuado para lo que buscaba. Vestía en aquella ocasión una camiseta pequeña y unos calzoncillos solamente. Si tuviera que describirme físicamente, soy un hombre algo viejo y bastante gordo, en mi cuerpo abunda el pelo canoso, mi aspecto es descuidado y soy algo moreno. Para mis 48 años no esperaba más, me veía como se ve la gente de mi edad, aunque un tanto peor debido a las drogas y el alcohol. Como sea, bajé mis calzoncillos y comencé a masturbarme lentamente, aproveche a subirle al máximo el sonido del televisor para no oír molestias por más que luego se quejaran los vecinos.

Después de un rato y ya casi al terminar de mastúrbame, antes de correrme, escucho a lo lejos que tocan la puerta. De un salto apago la televisión e intento componerme. <<seguro que Adriana está tocando desde hace rato>> pensé. Sin antes ir a cambiarme de ropa, abrí la puerta y efectivamente era Adriana.

- Buenas tardes, señor, he venido por el tema que dejamos pendiente – dijo ella un tanto nerviosa

- ¡Claro! Pasa adelante, disculpa mi desorden,

Por un momento me sentí apenado ya que es seguro que ella escuchó los gemidos de mi televisor, aunque pensándolo bien, me excitaba el hecho de pensar en una joven tan inocente y riquilla escuchando tales gemidos. Me pregunté que habría sentido al escucharlos. Ella llevaba puesto una falda larga y una blusa sin escote, típico traje de religiosa. A pesar de ello, su sensual cuerpo sobresalía de él, llamando mi atención.

- Y dime, ¿Por qué vienes sola?

- Bueno… mamá tuvo que trabajar hoy, así que decidí venir sola

- Oh, ya veo

Cuando ella dijo eso, mi mente empezó a fantasear, imaginaba su cuerpo desnudo saltando encima de mí, por lo que algo en mis piernas empezó a sobresalir. Ella observo mi miembro de reojo a través de mi ropa interior por un momento, pero casi instantáneamente volteo a ver. Le indico que se siente en mi sofá y luego de que lo hiciera, procedí a sentarme al lado suyo. Note que ella se empezó a poner nerviosa, supongo que por mi vestuario o por el hecho de que estábamos solos, así que intenté sacar platica. Instintivamente ella sabe lo que su cuerpo provoca en los hombres, estoy seguro de que ella siente lo mismo.

- Bueno… ¿Qué te parece si empezamos ya?


Ella sacó su biblia y yo cometí la osadía de levantar mi mano lentamente para acariciar su cabello. Ella no dijo nada, pero se notaba incómoda. Tenía un aroma delicioso, el solo hecho de pensar en una jovencita inocente y burguesa con un viejo sucio y perverso me excitaba. Abrió su biblia a la mitad y me parece haber visto que buscaba un versículo, mientras yo bajé mi mano y empecé a acariciar su pierna subiendo poco a poco su falda. Ella con su otra mano intentaba volver a bajarlo, se hallaba indecisa. Me levanté del sillón mientras ella aún buscaba su versículo, cuando ella levantó su vista le dije:

- Adrianita debo de confesarte algo

- ¿Q…Qué es? – dijo, indecisa de preguntar

- He pecado

- Bueno… - dijo quedándose callada por un momento – todos pecamos alguna vez

- Pero no lo entiendes, he pecado por tu culpa

- ¿P…por mi culpa?

- Si, por tu culpa, siento deseos por ti… deseos sexuales

Al decir eso, bajé mi ropa interior de modo que mi miembro erecto quedó al aire, bastante cerca del rostro de Adrianita. Ella simplemente se quedó callada, viendo nerviosa mi pene mientras que yo, con mi otra mano seguía acariciando su cabello. Le resultaba imposible voltear a ver teniendo mi gran pene tan cerca de su rostro, su expresión atónita me calentaba aún más.

- Señor…p…por favor no haga…

Después de un momento con mi pene al aire, al ver su indecisión, con mi mano en su nuca, acerqué su rostro hasta que pude restregar mi pene en ella. Simplemente se quedó quieta, sumisa, no sabía que hacer en esa situación. Tuve que tomar su mano y llevarla hasta mi miembro haciendo movimientos suaves, ella fijó su mirada en mis ojos mientras yo me regocijaba en placer. Sus manos delicadas se mantuvieron haciendo movimientos para arriba y abajo en mi pene escurriendo líquido preseminal mientras yo soltaba pequeños gemidos. Después de un rato así, logré hacer que abriera su boquita y metí lentamente mi pene en ella. Adrianita no hizo nada, no sabia que hacer, pero me pareció ver que sumisamente empezó a chupar lento y despacio, como si ella nunca hubiera sentido una en su vida. Hacía movimientos con su lengua, para ser una testigo de Jehová, peca muy rico. Su mirada cruzaba con la mía, una jovencita siendo contaminada por un viejo como yo. La levanté lentamente y poco a poco quite su blusa y empecé a chupar sus pechos pequeños, ella siguió mostrándose siempre sumisa, gemía levemente acorde a mi lengua en sus pechos, por lo que me di cuenta que ella lo disfrutaba. Mis manos grandes atravesaban su cuerpo, bajando para levantar su falda y acariciar su entrepierna mientras ella gemía de placer y colocaba una de sus manos de nuevo en mi miembro. Al notar esto, bruscamente la aventé al sillón, bajé su falda y casi rompí su ropa interior al quitarsela. Su vagina era perfecta, tenía forma de flor con un color rosado claro y se escurría de lo mojada que estaba. Sin pasar mucho tiempo, me agache frente a ella y empecé a chupársela, ella empezó a gemir severamente de placer mientras yo la deslumbraba con los movimientos de mi lengua. Me pareció en ese momento sentir que ya estaba lista, así que le di la vuelta poniéndola en cuatro, suavemente metí la punta de mi pene mientras ella se seguía mostrando sumisa, por lo que la embestí repentinamente y ella entonces comenzó a gemir fuertemente. Había cumplido mi sueño de hacerla mujer, era yo ahora el dueño de su virginidad. A lo lejos escuche como entre sus abundantes gemidos y sollozos, ella pedía más, así que nos dimos la vuelta y ella empezó a cabalgarme. Sus movimientos eran los de una puta barata, me montaba rápidamente y luego suave mientras pedía más, yo me movía acorde a ella hasta que se cansó y cayó rendida en el sillon. note que mis muslos estaban escurriendo su líquido, me levanté y la agarré del pelo. La levanté y no faltó mucho para que, soltando un gemido, me corriera en su inocente cara de puta. La testigo de Jehová abrió la boca y lo recibió todo. Al ver su rostro cuya expresión denotaba placer y sus mejillas rojizas me di cuenta de que al parecer, ella disfrutó aquello.
Cuando se vistió, olvidó su ropa interior en mi casa, yo la conservo muy especial y cada que veo por mi ventana como Adriana sale a predicar, empiezo a masturbarme con su ropa interior en la mano, puesto que para ser testigo de Jehová, peca muy rico.


Este es un relato ficticio, se aceptan sugerencias para un siguiente relato :)  Disculpen la tardanza, agradezco su espera.

3 comentarios - Para ser testigo de Jehová, peca muy rico.

Pataray
ufff que buen relato, me encantan los relatos sobre las testigos, deberías hacer más, +10 puntos