Era nuestro último día en Madrid, esa misma noche volvíamos a Buenos Aires. Mi marido estuvo bastante ajetreado desde el día anterior, ya que había encontrado a un viticultor que, según sus palabras, cultivaba las mejores uvas de la región, y antes de viajar quería formalizar un contrato con la bodega.
Desde la mañana temprano estuvo reuniéndose con abogados y contadores, de uno y otro lado, yendo y viniendo para resolver las pequeñas diferencias que existían.
Ya teníamos las valijas preparadas, así que solo me quedaba esperar. Al mediodía, luego de un almuerzo ligero, fui a la pileta del hotel. Me doy un chapuzón y cuándo vuelvo a la suite, me lo encuentro a Manuel esperándome en el pasillo.
La noche anterior, los tres españoles con sus respectivas esposas, nos habían agasajado con una cena de despedida, por lo que creía que ya no volvería a verlos. Pero ahí estaba, guapo, elegante, con esa seguridad en si mismo que no te deja más alternativa que sucumbir a sus deseos.
-Tu marido tuvo que ir urgente a (el pueblo del viticultor), parece que se firma el contrato- me informa, luego de saludarnos con un beso.
-Excelente, es una muy buena noticia, hizo hasta lo imposible por conseguirlo- le digo.
Abro la puerta y entrando, le pregunto:
-¿Querés pasar?-
-A eso vine- responde, por si quedaba alguna duda.
Yo venía de nadar, así que estaba en malla, una bikini que me había comprado en la salida con sus esposas, la piel húmeda, el pelo mojado, envuelta, de la cintura para abajo, en una toalla.
-Me voy a cambiar- le digo ni bien entramos.
-¿Te acompaño?- me pregunta, viendo que me dirijo hacia el cuarto.
-¿Hace falta que lo preguntes?- le replico, dejando caer la toalla al suelo.
Viene hacía mí y me abraza por detrás, apoyándome la pija en el culo. Desliza una mano por mi vientre y metiéndola dentro de la tanga, hunde los dedos en mi sexo. Cuándo los saca, los tiene empapados en la mielcita que me moja toda por dentro.
-¡Absolutamente delicioso!- expresa chupándose los dedos -Ni el mejor vino se compara a esto-
Entramos a la habitación, lo ayudo a sacarse la camisa y cuándo se recuesta en la cama, le desabrocho el pantalón, pelándole ansiosa la pija.
Con la lengua desparramo por todo su contorno el líquido que le sale de la punta. Ese juguito vital, orgánico, sutilmente salobre, con el que tanto me gusta empalagarme.
Se la chupo durante un buen rato, para llevarme conmigo no solo el recuerdo de su forma, de su textura, sino también su sabor.
No sé si volveremos a vernos, por lo que pretendía llevarme la mayor cantidad de souvenirs posibles.
Lo dejo con una erección que le marca las venas como si estuvieran talladas a fuego, y me levanto. Me quito el corpiño de la bikini, liberando y agitando mis pechos, pellizcándome los pezones, que están hinchados y enrojecidos, para luego desprenderme de la tanga. Ni bien mi sexo queda al desnudo, el olor a concha mojada y caliente se dispersa por toda la habitación.
Manuel me agarra, me tumba a su lado y metiéndose por entre mis piernas, me chupa con ansias, con frenesí, metiéndose prácticamente toda la concha en la boca.
Tengo 39 años, pero me mojo como una adolescente. Siento que me orino y en efecto, unos chorritos de flujo salen disparados con una violencia que lo agarran desprevenido. Igual se traga todo, relamiéndose más que gustoso.
Se levanta, se saca el pantalón, que hasta ese momento lo tenía enrollado en torno a los tobillos, y se vuelve a colocar entre mis piernas, solo que ahora apuntándome con la pija.
Cuándo me la mete siento una descarga eléctrica que me recorre toda la espina dorsal. Arqueo la espalda y lo recibo con un gemido que se parece más a un llanto. Me la deja adentro y me mira, deleitándose con tenerme ahí, solo para él.
Abro los ojos, lo miro también y le digo, más bien le reclamo:
-¡Cogeme...!-
Me sujeta de la cintura y me empieza a bombear, despacio, coronando de Gloria cada ensarte con un empujón final que me arranca un... ¡¡¡Ahhhhhhh...!!!... ronco y exaltado.
-¡Siiiiiiiiii...! ¡Más...! ¡Dame más...! ¡Más fuerte...!- le pido entre jadeos, aferrándome de sus brazos para moverme yo también.
No sé cuántas veces acabo, pero tengo varios orgasmos, uno detrás del otro, encadenados, todos eslabones de uno que no tiene fin.
Se echa de espalda en la cama, y me deja la pija, enhiesta, pletórica, rebosante, a mi entera disposición. Se la chupo de nuevo, disfrutando en su piel su sabor y el mío, una combinación perfecta, deliciosa.
-¡Joder tía... que bien la mamas!- exclama encantado.
La vez anterior me había tenido que ocupar de los tres, por lo que no pude desplegar en él todo mi arsenal lingüístico, pero ahora sí, le estaba demostrando "in situ" de lo que es capaz una petera argenta.
Le metía la lengua en la zona del perineo, lamiéndole todo, para después subir y chuparle los huevos, primero de a uno, luego los dos juntos, llenándome la boca de escroto y pelos.
Le doy a la pija una buena relamida, subiendo y bajando, y al llegar de nuevo a la cima, al pináculo de ese ícono perfecto, me la como entera. La hago desaparecer por completo dentro de mi boca. Me la saco, se la escupo, y me la vuelvo a comer, de nuevo hasta lo más profundo de la garganta.
Me subo encima suyo y sosteniéndola con una mano, me la pongo entre los gajos. Lo miro a los ojos, le sonrío y me la meto toda por la concha.
-¡¡¡Ahhhhhhhhh...!!!- exhalo gustosa al tenerlo todo adentro, brutal, imponente.
Me quedo ahí sentada, en éxtasis, disfrutando las sensaciones que me transmite su verga y que me recorren no solo el cuerpo, sino también el alma.
Me chupa, me muerde las tetas, mientras yo me empiezo a mover, subiendo, bajando, enloqueciendo de placer.
Cada golpe, cada ensarte me nubla los sentidos. Me conmueve en una forma que trasciende lo meramente físico, para volverse una experiencia emotiva, sensorial.
Sé que para él solo soy la esposa puta del sudaca, la argentina tragapollas, pero no me importa, lo acepto si el precio a pagar es el inconmensurable placer que me proporciona.
Otro orgasmo, uno más de tantos, me explota como una bomba, arrasando todo a su paso, aniquilándome, haciéndome perder el sentido por varios segundos.
A Manuel no le importa que esté en ese momento de mayor sensibilidad, me sigue cogiendo, alternando ahora entre los dos agujeros.
Culo - culo - culo... Concha - concha - concha...
La había pasado bien (muy bien) con los tres españoles, pero con Manuel no extrañaba a ninguno de ellos. Ya en la cena de despedida hubo alguna mirada, cierto roce, por lo que no me sorprendió encontrarlo, al otro día, esperándome en la puerta de la suite.
Cuándo lo ví allí parado, supe que algo había tenido que ver en el precipitado viaje de mi marido. No lo culpaba. Por el contrario, me sentía sumamente halagada por todas las molestias que debió tomarse solo para estar conmigo.
Cuándo me coge en cuatro, haciéndome retumbar las nalgas con cada embiste, siento que no puede haber nada mejor en la vida y que ése es el lugar en dónde quiero estar. Allí, con él.
Sigo acabando, como si mis orgasmos hubiesen estado contenidos dentro mío, agazapados, esperando su llegada, su pija, para estallar.
Me doy la vuelta, lo rodeo con mis piernas y tras unos cuántos embistes, de uno y otro lado, acabamos juntos. Él dentro mío, llenándome con su fragante esencia.
Si antes no quedé embarazada, ahora sí, ya no hay retorno, pienso en ese momento, disfrutando la cuantiosa descarga. Hasta me parecía sentir el hervor de su simiente.
Nos besamos con pasión, con una intensidad que revela los sentimientos que empezamos a sentir el uno por el otro. No es amor, sino algo más fuerte y duradero.
Mi marido llega media hora después de que Manuel sale de la suite. Está eufórico, ya que pudo cerrar el contrato en la forma que quería. Esa misma euforia le impide notar los rastros más que evidentes de la presencia de otro hombre. La sábanas revueltas, húmedas por el sudor y los fluidos sexuales, las dos copas con las que brindamos, perfume masculino en el ambiente.
No tenemos tiempo para nada, así que agarramos las valijas y bajamos a la recepción en dónde ya nos está esperando el chófer para llevarnos al aeropuerto. Ni siquiera tuve tiempo para ducharme, por lo que me llevé el olor de Manuel conmigo.
Dormí durante todo el vuelo. Quizás en ese momento no era conciente, pero ahora, a la distancia, me doy cuenta que una parte de mí sabía que estaba volviendo embarazada.
El Ro tendría un hermano/hermana de un padre distinto al suyo. No es algo que haya planeado, no fue mi intención embarazarme de Bruno, cómo tampoco de los españoles, pero se dió así. Por algo será.
Con mi marido lo habíamos intentado varias veces, y no pudimos. Quizás seamos incompatibles, no lo sé, pero mis hijos, aunque de otros hombres, también son suyos.
Cuándo sean mayores de edad, sabrán de dónde vienen, cuáles son sus orígenes, pero para eso falta. Todavía tenía por delante mucho tiempo para disfrutar de mi familia, o al menos eso era lo que creía...
Desde la mañana temprano estuvo reuniéndose con abogados y contadores, de uno y otro lado, yendo y viniendo para resolver las pequeñas diferencias que existían.
Ya teníamos las valijas preparadas, así que solo me quedaba esperar. Al mediodía, luego de un almuerzo ligero, fui a la pileta del hotel. Me doy un chapuzón y cuándo vuelvo a la suite, me lo encuentro a Manuel esperándome en el pasillo.
La noche anterior, los tres españoles con sus respectivas esposas, nos habían agasajado con una cena de despedida, por lo que creía que ya no volvería a verlos. Pero ahí estaba, guapo, elegante, con esa seguridad en si mismo que no te deja más alternativa que sucumbir a sus deseos.
-Tu marido tuvo que ir urgente a (el pueblo del viticultor), parece que se firma el contrato- me informa, luego de saludarnos con un beso.
-Excelente, es una muy buena noticia, hizo hasta lo imposible por conseguirlo- le digo.
Abro la puerta y entrando, le pregunto:
-¿Querés pasar?-
-A eso vine- responde, por si quedaba alguna duda.
Yo venía de nadar, así que estaba en malla, una bikini que me había comprado en la salida con sus esposas, la piel húmeda, el pelo mojado, envuelta, de la cintura para abajo, en una toalla.
-Me voy a cambiar- le digo ni bien entramos.
-¿Te acompaño?- me pregunta, viendo que me dirijo hacia el cuarto.
-¿Hace falta que lo preguntes?- le replico, dejando caer la toalla al suelo.
Viene hacía mí y me abraza por detrás, apoyándome la pija en el culo. Desliza una mano por mi vientre y metiéndola dentro de la tanga, hunde los dedos en mi sexo. Cuándo los saca, los tiene empapados en la mielcita que me moja toda por dentro.
-¡Absolutamente delicioso!- expresa chupándose los dedos -Ni el mejor vino se compara a esto-
Entramos a la habitación, lo ayudo a sacarse la camisa y cuándo se recuesta en la cama, le desabrocho el pantalón, pelándole ansiosa la pija.
Con la lengua desparramo por todo su contorno el líquido que le sale de la punta. Ese juguito vital, orgánico, sutilmente salobre, con el que tanto me gusta empalagarme.
Se la chupo durante un buen rato, para llevarme conmigo no solo el recuerdo de su forma, de su textura, sino también su sabor.
No sé si volveremos a vernos, por lo que pretendía llevarme la mayor cantidad de souvenirs posibles.
Lo dejo con una erección que le marca las venas como si estuvieran talladas a fuego, y me levanto. Me quito el corpiño de la bikini, liberando y agitando mis pechos, pellizcándome los pezones, que están hinchados y enrojecidos, para luego desprenderme de la tanga. Ni bien mi sexo queda al desnudo, el olor a concha mojada y caliente se dispersa por toda la habitación.
Manuel me agarra, me tumba a su lado y metiéndose por entre mis piernas, me chupa con ansias, con frenesí, metiéndose prácticamente toda la concha en la boca.
Tengo 39 años, pero me mojo como una adolescente. Siento que me orino y en efecto, unos chorritos de flujo salen disparados con una violencia que lo agarran desprevenido. Igual se traga todo, relamiéndose más que gustoso.
Se levanta, se saca el pantalón, que hasta ese momento lo tenía enrollado en torno a los tobillos, y se vuelve a colocar entre mis piernas, solo que ahora apuntándome con la pija.
Cuándo me la mete siento una descarga eléctrica que me recorre toda la espina dorsal. Arqueo la espalda y lo recibo con un gemido que se parece más a un llanto. Me la deja adentro y me mira, deleitándose con tenerme ahí, solo para él.
Abro los ojos, lo miro también y le digo, más bien le reclamo:
-¡Cogeme...!-
Me sujeta de la cintura y me empieza a bombear, despacio, coronando de Gloria cada ensarte con un empujón final que me arranca un... ¡¡¡Ahhhhhhh...!!!... ronco y exaltado.
-¡Siiiiiiiiii...! ¡Más...! ¡Dame más...! ¡Más fuerte...!- le pido entre jadeos, aferrándome de sus brazos para moverme yo también.
No sé cuántas veces acabo, pero tengo varios orgasmos, uno detrás del otro, encadenados, todos eslabones de uno que no tiene fin.
Se echa de espalda en la cama, y me deja la pija, enhiesta, pletórica, rebosante, a mi entera disposición. Se la chupo de nuevo, disfrutando en su piel su sabor y el mío, una combinación perfecta, deliciosa.
-¡Joder tía... que bien la mamas!- exclama encantado.
La vez anterior me había tenido que ocupar de los tres, por lo que no pude desplegar en él todo mi arsenal lingüístico, pero ahora sí, le estaba demostrando "in situ" de lo que es capaz una petera argenta.
Le metía la lengua en la zona del perineo, lamiéndole todo, para después subir y chuparle los huevos, primero de a uno, luego los dos juntos, llenándome la boca de escroto y pelos.
Le doy a la pija una buena relamida, subiendo y bajando, y al llegar de nuevo a la cima, al pináculo de ese ícono perfecto, me la como entera. La hago desaparecer por completo dentro de mi boca. Me la saco, se la escupo, y me la vuelvo a comer, de nuevo hasta lo más profundo de la garganta.
Me subo encima suyo y sosteniéndola con una mano, me la pongo entre los gajos. Lo miro a los ojos, le sonrío y me la meto toda por la concha.
-¡¡¡Ahhhhhhhhh...!!!- exhalo gustosa al tenerlo todo adentro, brutal, imponente.
Me quedo ahí sentada, en éxtasis, disfrutando las sensaciones que me transmite su verga y que me recorren no solo el cuerpo, sino también el alma.
Me chupa, me muerde las tetas, mientras yo me empiezo a mover, subiendo, bajando, enloqueciendo de placer.
Cada golpe, cada ensarte me nubla los sentidos. Me conmueve en una forma que trasciende lo meramente físico, para volverse una experiencia emotiva, sensorial.
Sé que para él solo soy la esposa puta del sudaca, la argentina tragapollas, pero no me importa, lo acepto si el precio a pagar es el inconmensurable placer que me proporciona.
Otro orgasmo, uno más de tantos, me explota como una bomba, arrasando todo a su paso, aniquilándome, haciéndome perder el sentido por varios segundos.
A Manuel no le importa que esté en ese momento de mayor sensibilidad, me sigue cogiendo, alternando ahora entre los dos agujeros.
Culo - culo - culo... Concha - concha - concha...
La había pasado bien (muy bien) con los tres españoles, pero con Manuel no extrañaba a ninguno de ellos. Ya en la cena de despedida hubo alguna mirada, cierto roce, por lo que no me sorprendió encontrarlo, al otro día, esperándome en la puerta de la suite.
Cuándo lo ví allí parado, supe que algo había tenido que ver en el precipitado viaje de mi marido. No lo culpaba. Por el contrario, me sentía sumamente halagada por todas las molestias que debió tomarse solo para estar conmigo.
Cuándo me coge en cuatro, haciéndome retumbar las nalgas con cada embiste, siento que no puede haber nada mejor en la vida y que ése es el lugar en dónde quiero estar. Allí, con él.
Sigo acabando, como si mis orgasmos hubiesen estado contenidos dentro mío, agazapados, esperando su llegada, su pija, para estallar.
Me doy la vuelta, lo rodeo con mis piernas y tras unos cuántos embistes, de uno y otro lado, acabamos juntos. Él dentro mío, llenándome con su fragante esencia.
Si antes no quedé embarazada, ahora sí, ya no hay retorno, pienso en ese momento, disfrutando la cuantiosa descarga. Hasta me parecía sentir el hervor de su simiente.
Nos besamos con pasión, con una intensidad que revela los sentimientos que empezamos a sentir el uno por el otro. No es amor, sino algo más fuerte y duradero.
Mi marido llega media hora después de que Manuel sale de la suite. Está eufórico, ya que pudo cerrar el contrato en la forma que quería. Esa misma euforia le impide notar los rastros más que evidentes de la presencia de otro hombre. La sábanas revueltas, húmedas por el sudor y los fluidos sexuales, las dos copas con las que brindamos, perfume masculino en el ambiente.
No tenemos tiempo para nada, así que agarramos las valijas y bajamos a la recepción en dónde ya nos está esperando el chófer para llevarnos al aeropuerto. Ni siquiera tuve tiempo para ducharme, por lo que me llevé el olor de Manuel conmigo.
Dormí durante todo el vuelo. Quizás en ese momento no era conciente, pero ahora, a la distancia, me doy cuenta que una parte de mí sabía que estaba volviendo embarazada.
El Ro tendría un hermano/hermana de un padre distinto al suyo. No es algo que haya planeado, no fue mi intención embarazarme de Bruno, cómo tampoco de los españoles, pero se dió así. Por algo será.
Con mi marido lo habíamos intentado varias veces, y no pudimos. Quizás seamos incompatibles, no lo sé, pero mis hijos, aunque de otros hombres, también son suyos.
Cuándo sean mayores de edad, sabrán de dónde vienen, cuáles son sus orígenes, pero para eso falta. Todavía tenía por delante mucho tiempo para disfrutar de mi familia, o al menos eso era lo que creía...
18 comentarios - Última noche en Madrid...
que lindo ver el culito que fue protagonista de tantas aventuuras y alguna que otra desventura sobretodo para el
besos Misko
como siempre , uno termina re manija leyendote.
atento a la mari-precuela 2023. 😉
saludos!