La primera vez me tomó por sorpresa. Sí, hubo otras veces, todas en mi propia casa. Martín, el hermano menor de mi marido se me apareció en el lavadero mientras yo separaba la ropa por colores para lavar. Yo estaba agachada, lo que le motivó a tocarme el culo y decir con audacia: ¡¿cómo anda mi cuñada preferida?!
Mi corazón brincaba del susto, y él se desarmaba de risa. Presa del imprevisto lo insulté y le dije que Darío no volvía hasta la noche. Dijo que necesitaba unas herramientas, unos cables y una aspiradora para autos. Después me reprendió por dejar la puerta de calle sin llave. Le dije que todo eso lo iba a encontrar en el galpón, y cuando apagué el secarropas se me desprendió el botón de la blusita vieja que uso para limpiar, y no traía corpiño.
Martín observó la situación y me devoró las tetas casi al aire con la mirada. Se puso un dedo en la boca y exclamó: ¡huy cuñadita, así que cuando te quedás solita andás medio en bolas?, ya noté que debajo de la pollera no hay bombacha, o me equivoco?!
Un calor abrazador subió de repente hasta mis sienes, y no pude responderle. Tenía razón, y para colmo ese día andaba más que caliente.
Me preguntó por mis hijas y apenas terminé de decirle que estaban con sus novios se me acercó para apretujarme contra la pared. Me quitó la blusa y empezó a masajearme los pechos. Ponía mis pezones entre sus dedos y los rozaba con la punta de su lengua, hasta que al fin se dignó a chuparlos con una ferocidad que solo le conocí a Darío en los primeros meses de casados. Además Martín no estaba nada mal. Es un pendejón de 29, con ojos verdes medio saltones, morocho, elegante a pesar de su oficio de mecánico, alto, no muy musculoso pero apasionado.
Cuando sentí el roce de su bulto en mi pierna noté que me mojaba como nunca, y quería saber cómo era su pene, aunque mis pensamientos se debatían entre el bien y el mal. Pero él no me dejó verlo. Tan solo apoyé las manos en la pileta llena de broches y él me levantó la falda.
Fue todo tan rápido que apenas tenía fuerzas para pedirle que pare, aunque deseara todo lo contrario, y él se percató de ello. Cuando sentí la punta de su pene golpear mis nalgas se lo pedí.
¡cogeme pendejo!, se me escapó cuando me besaba la nuca, amasaba mis tetas y franeleaba su pecho ya sin su remera en mi espalda. Tocó mi vulva con sus dedos, los lamió gimiendo y se aferró a mis hombros para ubicar de modo perfecto su pija erecta en la entrada de mi vagina. Se movía al ritmo de mis pulsaciones. Me excitaba el choque de su pubis en mi culo y el desliz de su dureza en mi sexo. Cada vez que medio se le salía volvía a meterla, y en ese acto rozaba mi clítoris hinchado. . Ninguno de los dos decía nada, hasta que me anunció que le faltaba poco.
¡acabame adentro nene si te la bancás!, le dije hecha una furia, y él irritó mis oídos con un gemido abierto por el que se le cayeron unos hilos de baba. Su lechita caliente recorría mis paredes vaginales, mis huesos temblaban, mi sudor envolvía mi inocultable culpa, y él se subía los pantalones sin dejarme mirarle la verga. Sentirla fue maravilloso!
Cuando lo vi preocupado le aclaré que ni loca me iba a quedar embarazada, pues, hace dos años me había ligado las trompas. Su rostro se descontracturó, pero su voz yacía inmóvil. Cuando vi la hora salí corriendo a ponerme algo más decente, porque debía ir a hacer unas compras . Cuando regresé Martín me saludaba desde la ventanilla de su auto. Me sentí sucia todo el día, y algo con sabor a orgullo parecía rejuvenecer mis libertades. Quería tenerlo adentro mío de nuevo. Pero no debía ser yo quien lo buscara.
Esa noche Darío tuvo ganas de hacer el amor, pero solo estuvo unos 3 minutos sobre mí, con mis senos en su boca y una de sus manos apretando mis nalgas. Eyaculó sin fuerzas, como por compromiso. Al rato me levanté y fui hasta el lavadero donde aún estaba mi pollera con restos del semen de Martín, y me masturbé
No fue incómodo para mí compartir unos mates, o algunas cenas con Darío y Martín. Creo que hasta incluso me gustaba. Mi cuñado y yo no hablamos de ese encuentro.
A los dos meses él llegó al mediodía, justo cuando mis hijas comían antes de irse a sus trabajo Darío lo había mandado a reparar unos enchufes. Solo que cuando fui a la pieza a buscar algo para mis hijas sus pasos me siguieron. No tuve forma de evitarlo o resistirme. Me empujó con ansias sobre la cama de Rodrigo, su ahijado, me agarró la mano para que le palpe el bulto hinchado mientras me desabrochaba la camisita y levantaba mi corpiño para lamer mis pezones, y pronto chuparlos gimiendo.
¡cómo me pajeo pensando en vos cuñadita, estás re fuerte yegua!, pronunció, y de repente se bajó el pantalón. Me pidió que cierre los ojos, y en cuanto lo hice puso su pene venoso en mi mano clamando por que se lo apreté y lo pajee. No duró demasiado tamaña erección, porque en segundos su semen chorreaba como un río furioso sobre mis tetas y la sábana. No había tiempo para nada. Salí confundida Tampoco pudimos hacer nada a mi vuelta porque Darío llegó temprano.
Cuando Martín terminó se fue a pescar con unos amigos, Darío durmió su siesta, mientras yo andaba loquita por la casa, lavando y planchando, totalmente húmeda y todavía con su olor a verga en la mano.
Mi corazón brincaba del susto, y él se desarmaba de risa. Presa del imprevisto lo insulté y le dije que Darío no volvía hasta la noche. Dijo que necesitaba unas herramientas, unos cables y una aspiradora para autos. Después me reprendió por dejar la puerta de calle sin llave. Le dije que todo eso lo iba a encontrar en el galpón, y cuando apagué el secarropas se me desprendió el botón de la blusita vieja que uso para limpiar, y no traía corpiño.
Martín observó la situación y me devoró las tetas casi al aire con la mirada. Se puso un dedo en la boca y exclamó: ¡huy cuñadita, así que cuando te quedás solita andás medio en bolas?, ya noté que debajo de la pollera no hay bombacha, o me equivoco?!
Un calor abrazador subió de repente hasta mis sienes, y no pude responderle. Tenía razón, y para colmo ese día andaba más que caliente.
Me preguntó por mis hijas y apenas terminé de decirle que estaban con sus novios se me acercó para apretujarme contra la pared. Me quitó la blusa y empezó a masajearme los pechos. Ponía mis pezones entre sus dedos y los rozaba con la punta de su lengua, hasta que al fin se dignó a chuparlos con una ferocidad que solo le conocí a Darío en los primeros meses de casados. Además Martín no estaba nada mal. Es un pendejón de 29, con ojos verdes medio saltones, morocho, elegante a pesar de su oficio de mecánico, alto, no muy musculoso pero apasionado.
Cuando sentí el roce de su bulto en mi pierna noté que me mojaba como nunca, y quería saber cómo era su pene, aunque mis pensamientos se debatían entre el bien y el mal. Pero él no me dejó verlo. Tan solo apoyé las manos en la pileta llena de broches y él me levantó la falda.
Fue todo tan rápido que apenas tenía fuerzas para pedirle que pare, aunque deseara todo lo contrario, y él se percató de ello. Cuando sentí la punta de su pene golpear mis nalgas se lo pedí.
¡cogeme pendejo!, se me escapó cuando me besaba la nuca, amasaba mis tetas y franeleaba su pecho ya sin su remera en mi espalda. Tocó mi vulva con sus dedos, los lamió gimiendo y se aferró a mis hombros para ubicar de modo perfecto su pija erecta en la entrada de mi vagina. Se movía al ritmo de mis pulsaciones. Me excitaba el choque de su pubis en mi culo y el desliz de su dureza en mi sexo. Cada vez que medio se le salía volvía a meterla, y en ese acto rozaba mi clítoris hinchado. . Ninguno de los dos decía nada, hasta que me anunció que le faltaba poco.
¡acabame adentro nene si te la bancás!, le dije hecha una furia, y él irritó mis oídos con un gemido abierto por el que se le cayeron unos hilos de baba. Su lechita caliente recorría mis paredes vaginales, mis huesos temblaban, mi sudor envolvía mi inocultable culpa, y él se subía los pantalones sin dejarme mirarle la verga. Sentirla fue maravilloso!
Cuando lo vi preocupado le aclaré que ni loca me iba a quedar embarazada, pues, hace dos años me había ligado las trompas. Su rostro se descontracturó, pero su voz yacía inmóvil. Cuando vi la hora salí corriendo a ponerme algo más decente, porque debía ir a hacer unas compras . Cuando regresé Martín me saludaba desde la ventanilla de su auto. Me sentí sucia todo el día, y algo con sabor a orgullo parecía rejuvenecer mis libertades. Quería tenerlo adentro mío de nuevo. Pero no debía ser yo quien lo buscara.
Esa noche Darío tuvo ganas de hacer el amor, pero solo estuvo unos 3 minutos sobre mí, con mis senos en su boca y una de sus manos apretando mis nalgas. Eyaculó sin fuerzas, como por compromiso. Al rato me levanté y fui hasta el lavadero donde aún estaba mi pollera con restos del semen de Martín, y me masturbé
No fue incómodo para mí compartir unos mates, o algunas cenas con Darío y Martín. Creo que hasta incluso me gustaba. Mi cuñado y yo no hablamos de ese encuentro.
A los dos meses él llegó al mediodía, justo cuando mis hijas comían antes de irse a sus trabajo Darío lo había mandado a reparar unos enchufes. Solo que cuando fui a la pieza a buscar algo para mis hijas sus pasos me siguieron. No tuve forma de evitarlo o resistirme. Me empujó con ansias sobre la cama de Rodrigo, su ahijado, me agarró la mano para que le palpe el bulto hinchado mientras me desabrochaba la camisita y levantaba mi corpiño para lamer mis pezones, y pronto chuparlos gimiendo.
¡cómo me pajeo pensando en vos cuñadita, estás re fuerte yegua!, pronunció, y de repente se bajó el pantalón. Me pidió que cierre los ojos, y en cuanto lo hice puso su pene venoso en mi mano clamando por que se lo apreté y lo pajee. No duró demasiado tamaña erección, porque en segundos su semen chorreaba como un río furioso sobre mis tetas y la sábana. No había tiempo para nada. Salí confundida Tampoco pudimos hacer nada a mi vuelta porque Darío llegó temprano.
Cuando Martín terminó se fue a pescar con unos amigos, Darío durmió su siesta, mientras yo andaba loquita por la casa, lavando y planchando, totalmente húmeda y todavía con su olor a verga en la mano.
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